La luz gris de un amanecer lluvioso comenzaba a teñir el cielo cuando Matthew abandonó la cama de Sarah. Antes de vestirse, bajó la vista hacia ella incapaz de apartar la mirada de la imagen que presentaba; su pelo estaba extendido sobre la almohada y un hombro desnudo asomaba por debajo de la colcha. Después de haber hecho el amor una segunda vez, ella se había quedado dormida con su pecho como almohada, con el brazo apoyado sobre su vientre y una pierna entrelazada con la suya.
Él había permanecido despierto mirando fijamente el techo, escuchándola respirar, depositando besos suaves sobre su pelo. Atesorando la sensación de su cuerpo acurrucado contra el suyo.
Pero ahora la noche tocaba a su fin y él tenía que regresar a su dormitorio antes de que se levantara todo el mundo. Mirando en silencio la forma durmiente, recogió sus pantalones del suelo y se los puso. Abandonar la cama de Sarah y salir de esa habitación iba a resultar mucho más difícil de lo que había imaginado. Había esperado disfrutar de esa noche juntos, de seducirla y de iniciarla en el arte de hacer el amor; de enseñarle a disfrutar del placer.
Pero no había esperado sentirse como si él fuera el único seducido. El único que había aprendido lo maravilloso que era hacer el amor. El único ilustrado en el arte del placer verdadero. A pesar de toda su experiencia, había aprendido de manos inexpertas la diferencia entre aplacar simplemente la lujuria y hacer el amor con alguien que te importa de verdad.
No había esperado la profunda sensación de paz que invadía cada parte de su ser. Parecía como si se hubiera quedado saciado después de años de buscar infructuosamente esa paz que ahora llenaba su alma. Nunca hubiera esperado encontrarla en los brazos de una virgen solterona. De hecho, si alguien se lo hubiera sugerido, se hubiera reído.
Era evidente que tenía muchísimo que aprender. Y Sarah -la inocente y protegida Sarah que no conocía ni había hecho ni la mínima parte de las cosas que él sí había hecho- sabía más sobre la vida y el amor, sobre la generosidad y la bondad, que nadie que él hubiera conocido. Y en sólo unos días se alejaría de su vida. A menos que él encontrase el dinero.
Si lo hacía -y ojalá así fuera- podría casarse con ella. Con sólo pensarlo, la oscura vida solitaria que preveía para su futuro se convertía en una vida llena de luz y calor. Para ello tenía que encontrar el dinero. Tenía que estar allí, en su jardín. Tenía tres días y un montón de acres en la rosaleda donde buscar. Y por Dios, que su búsqueda daría sus frutos.
Agarró su arrugada camisa y terminó de vestirse rápidamente. Luego, después de depositar un suave beso en la sien de Sarah, abandonó la estancia, cerrando la puerta tras él sin hacer ruido.
Con rapidez recorrió el pasillo hasta su dormitorio; acababa de doblar la esquina cuando se detuvo. Caminando hacia él, a menos de dos metros, estaba Daniel. Daniel, quien tenía el ceño fruncido y miraba al suelo y estaba claro que aún no lo había visto. Daniel, quien, obviamente, había estado fuera pues estaba empapado y manchado de barro.
En ese momento su amigo levantó la vista y sus pasos vacilaron. Sus miradas se cruzaron y durante sólo un instante algo brilló en los ojos de Daniel, algo que Matthew no pudo descifrar; una mirada que no recordaba haber visto antes en él.
Matthew arqueó las cejas y recorrió a Daniel con la mirada. Tenía la ropa empapada y llena de lodo.
– ¿De dónde vienes?
De la misma manera, Daniel arqueó las cejas y recorrió a Matthew con la mirada, percatándose, como Matthew muy bien sabía, de su ropa arrugada y su aspecto desaliñado.
– Me parece que está claro dónde he estado -dijo Daniel en voz baja, acercándose a él-. Fuera.
– ¿Por alguna razón en particular? Hace un tiempo horrible por si no lo has notado.
– Lo noté. De hecho, te andaba buscando. Cuando descubrí que no estabas en tu dormitorio, tuve la loca idea de que habías salido a buscar a pesar de la tormenta.
– ¿Y se te ocurrió ir a ayudarme?
– Pensé, en el mejor de los casos, detenerte. Y en el peor, que no hacía mal a nadie yendo a buscarte. Pero está claro que me equivoqué. -Echó un rápido vistazo por el pasillo-. Me gustaría ponerme ropa seca. ¿Te importaría seguir hablando en mi dormitorio?
Matthew asintió. Cualquiera podría toparse con ellos en el pasillo, y no quería arriesgarse a que los oyeran hablar sin querer.
En cuanto estuvieron en la habitación de Daniel, Matthew se apoyó en la repisa de la chimenea y miró con la vista perdida las ascuas candentes mientras su amigo se cambiaba. Cuando Daniel se reunió con él, tenía el pelo húmedo, pero se había puesto unos pantalones limpios de color beige y una camisa blanca.
– ¿Para qué fuiste a mi dormitorio? -preguntó Matthew.
– No podía dormir. Pensé que quizás a ti te pasaría lo mismo y no te importaría compartir un brandy conmigo. -Le dirigió una mirada especulativa a la ropa de Matthew-. Si no estabas en tu habitación, ni fuera, la pregunta es; ¿En qué dormitorio estabas? ¿En el de la bella heredera con la que esperas casarte, y cuya fortuna necesitas con tanta desesperación? ¿O en el de la solterona a la que no puedes quitar los ojos de encima, y que no tiene la fortuna que tú necesitas?
Matthew se apartó de la repisa de la chimenea y entrecerró los ojos. Antes de que pudiera decir una palabra, Daniel alzó una mano.
– No necesitas responder. La respuesta es obvia. Por lo que nos encontramos ante un gran dilema.
– No es lo que piensas.
Daniel le dirigió a Matthew una mirada inquisitiva.
– ¿Piensas tomar a la señorita Moorehouse como amante? Será una situación muy embarazosa siendo como son ella y lady Julianne tan buenas amigas. Francamente, me sorprende que pienses en tal arreglo y me sorprende más aún que la señorita Moorehouse esté de acuerdo.
– No hay ningún tipo de arreglo. Ni tampoco un dilema, porque no tengo intención de casarme con lady Julianne.
Daniel se quedó paralizado.
– ¿Has encontrado el dinero? -preguntó bruscamente.
– No. He decidido buscarme una heredera distinta… si sigue siendo necesario. -Le relató su plan de completar su búsqueda en la rosaleda durante los tres días siguientes y luego ir a Londres si no había encontrado el dinero.
Cuando terminó, Daniel le dijo:
– Puedo asumir entonces que tu marcha a Londres señalará el final de esta reunión campestre que al final ha resultado ser un estrepitoso fracaso.
– Sí. -Frunció el ceño-. Aunque no diría que haya sido un fracaso. ¿Acaso no lo has pasado bien?
– Sí. Pero que yo lo pasara bien no era la razón de esta reunión. Lo era que tú consiguieras una heredera. Supongo que no hace falta decir que si hubieras concentrado tus energías en lady Julianne, ahora mismo estarías a punto de casarte con una mujer por la que la mayoría de los hombres daría uno de sus brazos.
– Pues no, no hace falta decirlo.
– Bueno, no está todo perdido con lady Julianne. Podrías…
– No. -Matthew lo interrumpió en tono seco-. Lady Julianne queda descartada.
– Porque es amiga de la señorita Moorehouse.
– Sí.
– Ya veo -dijo Daniel, asintiendo lentamente-. ¿Le has dicho ya a la señorita Moorehouse que estás enamorado de ella?
Matthew parpadeó.
– ¿Enamorado de quién?
– De la señorita Moorehouse, imbécil.
Durante varios segundos Matthew casi sintió que el suelo se abría bajo sus pies.
– ¿Cuándo dije que estaba enamorado de ella?
Daniel soltó una risita entrecortada.
– No tienes que decirlo. Amigo, eres tan transparente como el cristal, al menos para alguien que, como yo, te conoce al dedillo. Cada vez que la miras, que hablas de ella, te iluminas como si te hubieras tragado un candelabro. Lo que sientes por ella está presente en lo que dices y haces. -Daniel ladeó la cabeza y le dirigió una mirada inquisitiva-. No me digas que no lo sabías.
– ¿Saber qué? ¿Que parece que me he tragado un candelabro?
– No, imbécil. Que estás enamorado.
Matthew lo fulminó con la mirada.
– Es la segunda vez que me llamas imbécil.
– Ya verás como después agradeces mi franca sinceridad.
– No lo haré. -Frunció el ceño y dirigió una mirada perdida al fuego. Las palabras de Daniel hicieron mella en él; la verdad lo aturdió, pero no podía decir que lo sorprendiera. Finalmente, se volvió hacia su amigo y después de aclararse la garganta dijo en tono avergonzado-: Me parece que me he enamorado.
– Al menos, ahora que lo has admitido puedo dejar de llamarte imbécil. ¿Qué piensas hacer al respecto?
– ¿Hacer? -Matthew se pasó los dedos por el pelo-. No puedo hacer nada más de lo que ya estoy haciendo…, seguir buscando el dinero, lo que por desgracia no creo que vaya a encontrar y, salvo un cambio de fortuna en el último momento, casarme con una heredera.
– ¿Y tus sentimientos por la señorita Moorehouse?
Matthew cerró brevemente los ojos y exhaló un largo suspiro. Repentinamente cansado, dijo en un susurro:
– Si no encuentro el dinero, tendré que ignorarlos. Hay cosas más importantes que mis sentimientos. Hice varias promesas. Di mi palabra. Tengo responsabilidades hacia otras personas aparte de mí mismo.
Daniel asintió de manera aprobatoria.
– Una decisión sensata. Como ya te dije una vez, todas las mujeres son iguales, especialmente en la oscuridad. Sobre todo después de varias copas. Por lo que considero una tontería basar el matrimonio en algo que no sean razones puramente prácticas como el dinero, engendrar un heredero, el título, las propiedades. Basarlo en algo tan efímero como los caprichosos anhelos del corazón es una estupidez.
– Cierto.
– Y como no tienes otra opción, si no encuentras el dinero tendrás que casarte con una heredera.
– Correcto. -Por Dios, esa conversación con Daniel lo hacía sentir mucho mejor.
– Además, tampoco es que la señorita Moorehouse se vaya a quedar para vestir santos.
– Exacto. -Frunció el ceño-. ¿Qué?
– No tienes que preocuparte de que la señorita Moorehouse vaya a quedarse sola después de que te cases con otra. Jennsen ya planea visitarla en Londres.
Matthew creyó que echaba humo por las orejas.
– ¿Jennsen? ¿Cómo lo sabes?
– Me lo dijo esta tarde cuando jugábamos al backgammon.
– ¿Y Sarah accedió? -Sólo de pensarlo se le ponía un nudo en el estómago.
– Aún no se lo ha preguntado. Pero lo hará. -Un músculo palpitó en la mandíbula de Daniel-. Tiene intención de pedirle permiso a lady Wingate, así que todo será de lo más correcto.
– Qué bastardo -dijo Matthew.
– Un condenado bastardo -convino Daniel-. Pero como tú estarás casado con otra persona, no puede molestarte que la señorita Moorehouse se consuele con la compañía de otro hombre.
No, no podía. Pero, maldita sea, lo hacía. Con cada parte de su ser. Apretó los puños. Pensar en Jennsen tocándola, besándola, haciendo el amor con ella, lo ponía enfermo. Le hacía querer romper algo. Como por ejemplo la maldita cara de Jennsen.
Daniel se aclaró la voz.
– No creo que sea necesario señalar que te has enamorado de la mujer equivocada. Tu vida sería muchísimo más fácil si te hubieras enamorado de lady Julianne.
– Estoy de acuerdo. Pero como no lo hice, sólo puedo hacer una cosa.
– ¿Qué?
– Rezar para lograr encontrar el dinero.
A última hora de la tarde Matthew se dirigió con largas zancadas a través del césped hacia la vivienda del jardinero jefe. Por fin había dejado de llover y la hierba mojada parecía como terciopelo verde brillando intensamente bajo los intermitentes rayos del sol que se filtraban entre las nubes algodonosas del cielo del atardecer. Tildon estaba haciendo los preparativos para el té, y Matthew quería hablar con Paul antes de reunirse con sus invitados.
Con una invitada en particular.
Maldición, ahora iba a ser más que una tortura mantener su expresión y el tono de voz neutrales; tener que ocultar su deseo.
Su amor.
Cuando se acercaba a la vivienda del jardinero, vio salir a Paul de la modesta casa de una planta donde vivía para abrirse paso por uno de los caminos. Al verlo, Paul se detuvo en seco como si hubiera chocado contra un muro. Lanzó una rápida mirada hacia la casa, luego levantó la mano para proteger sus ojos del sol del atardecer.
– Buenas tardes, milord -lo llamó a gritos, haciendo que Matthew se preguntara si el hombre habría perdido oído…, o si creía que lo había perdido él.
– Buenas tardes, Paul. ¿Qué tal va todo?
– Muy bien, milord -continuó Paul alzando la voz-. Un poco sorprendido de verlo por aquí. ¿Necesita algo de mí?
Matthew observó el rubor que teñía las mejillas del jardinero y la mirada que volvía a dirigir por encima del hombro hacia la casa.
– Me gustaría que me cortases unas flores para unos arreglos especiales que necesito en cuanto sea posible, como muy tarde después de la cena. Unos ramos serán para la mesa del comedor y el vestíbulo, y también quiero un ramo pequeño que aún no sé dónde pondré.
– Muy bien, milord. ¿Quiere algunas flores en especial?
– Sí. Lavanda.
– ¿Y qué más?
– Nada más.
Paul parpadeó.
– ¿Es ése el único tipo de flor que quiere incluir en los ramos?
– Sí. Sólo lavanda.
– Muy bien, milord. Lo haré de inmediato. Las flores estarán especialmente bellas después de la lluvia de anoche. -Se rió entre dientes-. Supongo que usted también se mojó.
Matthew frunció el ceño.
– ¿Por qué?
– Lo vi anoche, excavando en la rosaleda. ¿Puedo suponer que con la lluvia estornuda menos?
Matthew se quedó helado.
– ¿Me viste ayer por la noche cavando en la rosaleda? -repitió, sólo para asegurarse de que había entendido correctamente.
– Sí, milord.
– ¿A qué hora?
Paul frunció los labios y se rascó la cabeza.
– A eso de las tres de la madrugada. La lluvia había amainado un poco a esas horas.
– ¿Y qué estabas haciendo tú en la rosaleda a las tres de la madrugada? -preguntó Matthew como quien no quiere la cosa.
Algo brilló en los ojos de Paul. Antes de que Matthew pudiera decidir qué era, el jardinero se rió entre dientes.
– Ah, usted ya sabe lo que pasa cuando uno no puede dormir. Algunas veces un simple paseo es suficiente para quedar agotado. Como la lluvia casi había amainado, pude dar una pequeña vuelta por el jardín. Si no quiere nada más, milord, iré a por las herramientas para cortar las flores de lavanda que me ha pedido.
– No necesito nada más, Paul. Gracias.
Tras despedirse, el jardinero se dio la vuelta y regresó a la casa. Poco antes de que él entrara, Matthew notó una sombra detrás de las cortinas. Después de que Paul cerrara la puerta, Matthew recorrió lentamente el camino hacia la mansión con la mente centrada en dos cosas. Por un lado, quedaba claro que Paul no estaba solo. Sus gritos habían sido una advertencia para quienquiera que estuviera en su casa. Por otro lado, estaba el perturbador conocimiento de que alguien había estado cavando en la rosaleda la noche anterior. Un hombre que no era él y de quien no conocía la identidad.
¿Quién había sido? ¿Y por qué estaba cavando? ¿Habría encontrado esa persona el dinero? ¿O quien fuera lo había visto a él cavando y había deducido que estaba buscando algo de valor…, algo que el cazafortunas quería encontrar antes?
Las únicas dos personas a las que había contado lo del dinero eran Daniel y Sarah. Sarah había estado con él toda la noche. Y Daniel…
Daniel había estado en la rosaleda. Matthew soltó un largo suspiro y se pasó la mano por la cara. Daniel le había estado buscando. Una actividad que por cierto no requería ningún tipo de excavación. Su amigo no le traicionaría nunca. Lo que quería decir que alguien más debía de haberse enterado de lo del dinero. O al menos lo sospechaba. Y lo estaba buscando.
Por otra parte, Paul también había admitido haber estado en la rosaleda. Y era obvio que el jardinero ocultaba algo.
¿Sabría Paul algo del dinero? ¿Había sido él la persona que lo había estado observando la noche que había sentido que lo espiaban? Pero ¿por qué mencionaría Paul haber visto a alguien si hubiera sido él mismo la persona que había estado cavando? Bueno, había algo que fallaba en la historia de Paul. ¿Quién diantres caminaría bajo la lluvia para poder conciliar el sueño? Quizá Paul sospechara que él lo había visto y le había contado esa historia para explicar su presencia en la rosaleda.
O quizás había alguien más además de Daniel y de Paul en la rosaleda, un lugar demasiado concurrido la noche anterior.
¿Pero quién?
No lo sabía, pero estaba decidido a averiguarlo.
Sin embargo, hasta que lo hiciera, si había alguien oculto en la oscuridad, alguien que sabía o sospechaba que existía ese dinero, cavar con Sarah quedaba descartado. Aunque no le importaba correr riesgos, no iba a permitir que ella los corriera también. Tendría que terminar de cavar la rosaleda él solo. Preferiblemente durante las horas del día. Le preguntaría a Sarah si existía alguna excusa plausible por si alguien le preguntaba; oxigenar las raíces o algún disparate de ese tipo. De hecho, con tan poco tiempo, tendría que dedicarse a excavar inmediatamente después del té. Recurriría a Daniel para mantener ocupados a los invitados mientras él se dedicaba a ello. También le contaría a Daniel las últimas novedades y solicitaría la ayuda de su amigo para descubrir la identidad del misterioso excavador, así como del invitado de Paul.
Durante la cena de esa noche, anunciaría su partida a Londres en los próximos días, y el fin de la reunión campestre. Apretó la mandíbula. Y si había un traidor en su casa, tenía la intención de saber quién era antes de irse.
Después de una deliciosa cena y las partidas habituales de cartas y backgammon en la salita, se dio por finalizada la velada y Sarah se dirigió a su dormitorio. Como Emily tenía un fuerte dolor de cabeza, la Sociedad Literaria de Damas había acordado reunirse en la habitación de Sarah antes del almuerzo del día siguiente para desmontar a Franklin y devolver la ropa a sus propietarios.
Cuando llegó al final de las escaleras, les dio las buenas noches a los demás invitados, su mirada buscó a Matthew pero no lo encontró. Los había precedido al subir las escaleras mientras que ella se había quedado en la retaguardia. Estaba claro que él ya había doblado la esquina del pasillo que conducía a su dormitorio.
Recorrió el pasillo hacia su habitación sin apresurar el paso, todo un reto cuando lo único que quería era correr para leer la nota que le quemaba en el bolsillo de su vestido.
Horas antes, en la salita, Matthew le había dejado disimuladamente en la palma de la mano una nota doblada. Azorada, no sólo ante el gesto sino también ante la fugaz caricia, se la había metido con rapidez en el bolsillo y se había acercado al calor de la chimenea para así poder excusar el rubor que inundaba sus mejillas. Durante la última hora le había resultado casi imposible estar sentada o hablar con los demás invitados, ya que cada fibra de su ser estaba consumida por el deseo de escapar y leer su nota.
El pasillo le pareció interminable, pero al final llegó a su alcoba. En el mismo momento en que cerró la puerta, sacó el trocito de papel del bolsillo. Con dedos temblorosos lo desdobló y lo leyó; sólo había impresas tres palabras: «Disfruta del baño.»
¿El baño? Frunció el ceño y levantó la mirada. Y vio la bañera de cobre delante de la chimenea. Encantada, cruzó la estancia. El vapor salía en espirales desde la bañera, tentándola a sumergirse en el agua caliente.
Al parecer él había ordenado que le prepararan aquel lujo para que ella lo disfrutara antes de su expedición nocturna. Aunque no estaba acostumbrada a recibir gestos románticos, estaba decidida a disfrutarlos…, aunque su vocecilla interior le advertía que no se acostumbrara a ellos.
Se despojó de la ropa con rapidez y se acercó a la bañera. Doblándose por la cintura, se inclinó y sumergió los dedos en el agua para probar la temperatura.
– Ésta es la vista más cautivadora que he visto nunca -pronunció una voz familiar justo detrás de ella.
Con un jadeo sorprendido, Sarah se enderezó y se giró. Matthew estaba a menos de un metro. Mostraba una sonrisa pícara; llevaba una bata de seda y, por lo que ella podía observar, nada más.
Ella se había llevado la mano al corazón, no sólo por la sorpresa sino también por su presencia. Y por el fuego que veía en sus ojos. Verlo allí la hizo querer repetir «la vista más cautivadora que había visto nunca», pero antes de poder decir palabra, él acortó el espacio entre ellos con un solo paso, tomándola bruscamente entre sus brazos y besándola como si se muriera de hambre y ella fuera un banquete.
Ella abrió los labios con un gemido, rodeó el cuello de Matthew con los brazos y se apretó contra él. A través de la seda de su bata se filtraba el delicioso calor de su piel. Su duro miembro presionaba contra su vientre y se sintió inundada por el deseo cuando recordó cómo lo había sentido empujando profundamente en su interior.
Después de un beso abrasador y profundo, él levantó la cabeza para recorrerle el cuello con la boca.
– No tienes ni la más remota idea de cuánto he deseado hacer esto… -susurró él, rozándole la piel con su cálido aliento y provocando en respuesta un delicioso estremecimiento-. Todo. El. Día. -Fue puntuando cada palabra con suaves mordisquitos a lo largo de la clavícula.
– Creo que ya me hago una pequeña idea -contestó ella, ladeando el cuello para permitirle a sus labios un mejor acceso-. Oh, Dios. ¿Es por eso por lo que estás aquí? ¿Porque quieres besarme?
– Entre otras cosas. Antes tengo que decirte que nuestras expediciones nocturnas deben suspenderse. -Procedió a revelarle la perturbadora conversación que había mantenido por la tarde con Paul, y concluyó con-: No puedo exponerte a ningún peligro. Por eso terminaré la excavación durante el día.
– Te ayudaré. -Como él parecía dispuesto a discutirlo, ella dijo-: Irás armado, y Danforth estará con nosotros. Llevará la mitad de tiempo si lo hacemos entre los dos. Quizá lord Surbrooke pueda unirse a nosotros para que estemos más protegidos.
Él frunció el ceño.
– Lo pensaré. Pero también se me ha ocurrido que tenemos tres noches por delante antes de que me vaya a Londres. Sería una pena desperdiciarlas.
– Ya veo. ¿Y cuándo se te ocurrió eso?
– Unos diez segundos después de abandonar tu cama esta mañana.
Ella se apoyó en él y suspiró cuando Matthew le ahuecó las nalgas con una mano y posó la otra sobre un pecho.
– Entonces llegas tarde porque a mí también se me ocurrió algo similar aproximadamente tres segundos después de haber hecho el amor contigo. La primera vez.
– Ah. -De forma simultánea pellizcó su pezón y le pasó los dedos de la otra mano por el sensible hueco de su espalda, arrancándole un profundo gemido-. Sabía que eras una alumna aventajada.
– Sí. Una alumna que está muy ansiosa por recibir la siguiente lección. Aunque ya he aprendido muchas cosas… Ahora sé cómo se siente la cera al derretirse.
– ¿Y cómo se siente?
– Caliente. Y líquida. -Presionando las manos contra su pecho, se inclinó y lo miró a través de sus gafas ligeramente torcidas. Con una tierna sonrisa, él se las quitó y extendió la mano para dejarlas en la repisa de la chimenea-. ¿Cómo has logrado desnudarte, ponerte la bata y entrar en mi habitación en tan poco tiempo?
– Desaparecí varios minutos después de la cena y traje aquí mi bata. La escondí en el armario, donde Franklin prometió vigilarla por mí. Cuando todos se disponían a irse a la cama, me detuve aquí en vez de continuar por el pasillo que lleva a mi alcoba. -Pasó una mano por debajo de uno de sus muslos y le levantó la pierna, apoyándosela en su cadera, abriéndola para sus caricias. Ella se quedó sin aliento cuando sus dedos acariciaron suavemente los pliegues femeninos, que ya sentía hinchados y resbaladizos-. En cuanto a mi velocidad en desvestirme -continuó él mientras sus hábiles y diabólicos dedos rompían su concentración-, te sorprenderías de lo rápido que un hombre puede quitarse la ropa si tiene al alcance de las manos la deliciosa posibilidad de hacer el amor con una bella mujer.
– ¿Bella…? -La palabra salió con un suspiro de placer-. No puedo encontrar ni una sola razón por la que me llames eso.
– Lo sé. Lo que te hace todavía más bella. Pero no te preocupes. Yo encontraré suficientes razones para los dos.
La tocó en un lugar particularmente sensible y ella se retorció contra su mano, ansiosa por sentir de nuevo ese espasmo placentero otra vez. Deslizando las manos por la abertura de la bata, ella se inclinó hacia delante y presionó los labios contra su pecho.
– Me gusta muchísimo el baño.
Una risa ronca vibró contra los labios de Sarah.
– Y aún no nos hemos metido en la bañera.
Ella levantó la cabeza y lo miró con interés.
– ¿Los dos?
– Pensé que la siguiente lección para mi aplicada alumna debería incluir el placer de tomar un baño juntos.
Las manos de Matthew abandonaron el cuerpo de Sarah y él retrocedió un paso. Un gemido de protesta subió por la garganta femenina, pero antes de que pudiera abrir la boca, él se quitó la bata, consiguiendo que el gemido de Sarah se convirtiera en un suspiro de aprecio.
Él señaló la bañera con la cabeza.
– ¿Me acompañas?
– No puedo encontrar ni una sola razón para decir que no.
Matthew curvó una de las comisuras de los labios.
– Ni yo.
Él se metió en la bañera. Sarah plantó las manos en las caderas y lo miró fijamente con una fingida mirada de reproche.
– ¿Cómo voy a unirme a ti? No queda sitio.
Los ojos de Matthew brillaron intensamente al levantar la vista y se palmeó los muslos.
– Hay muchísimo sitio aquí. -Le tendió la mano, y Sarah se agarró a ella. Sus palmas se unieron y él cerró sus largos y firmes dedos en torno a los de ella-. Métete de cara a mí, con un pie a cada lado de mis piernas. -La instruyó. Ella pasó con cautela por el borde e hizo lo que él le había dicho, con sus piernas formando un puente sobre las suyas.
Él la miró con una sonrisa pícara.
– Qué vista más encantadora.
– Es justo lo que yo estaba pensando, aunque tú estás un poco borroso.
– Eso es fácilmente remediable, en especial si te arrodillas.
Intrigada y excitada por la propuesta, ella se agarró a los bordes de la bañera y se arrodilló con lentitud. Su miembro turgente se erguía entre ellos, y ella extendió la mano para acariciar con la yema de sus dedos la punta aterciopelada. Él contuvo el aliento y en venganza le ahuecó los pechos con sus cálidas manos mojadas.
– ¿Y ahora qué? -preguntó ella.
La recorrió lentamente con su ardiente mirada provocando que ella se sonrojara de pies a cabeza.
– Me parece que estás al mando -dijo él, deslizándole una mano entre las piernas-. ¿Qué te gustaría hacer?
– Besarte -susurró ella-. Hacer el amor contigo.
Los ojos de Matthew se oscurecieron en respuesta haciéndola consciente de cada nervio de su cuerpo.
– Soy todo tuyo -dijo él con un ronco gruñido-. Hazlo.
Oh, Dios. Inclinándose hacia delante, rozó su boca con la de ella, una vez, dos. Suave, tentativamente. Él la dejó tomar la iniciativa, susurrándole palabras de ánimo que disiparon cualquier duda. Le recorrió el pecho con las manos, acarició su miembro, separó sus labios con la lengua, deleitándose con sus reacciones: sus gemidos, la ávida manera en que la observaba, sus jadeos cada vez más profundos; todo eso le hizo sentir una oleada de poder femenino que nunca hubiera sospechado que tenía.
Él dejó caer un reguero de agua caliente sobre los hombros de Sarah, luego pasó las manos por su cuerpo mojado. Mientras ella continuaba acariciándole ligeramente, él se enderezó y, asiéndole las caderas, le lamió el pezón con la lengua y luego introdujo el dolorido pico en la cálida cavidad de su boca. Desesperada por tenerlo dentro de su cuerpo, Sarah abrió las piernas todo lo que le permitió la bañera y presionó las caderas sobre su excitación, rozando el glande con sus pliegues femeninos, donde sentía un persistente latido.
Con la mirada clavada en la de ella, la ayudó a ubicarse. Apoyando las manos en los hombros de Matthew, Sarah se dejó caer lentamente, emitiendo un largo gemido mientras la llenaba. Cuando estuvo sepultado por completo en ella, Sarah comenzó a balancear lentamente sus caderas, un movimiento que envió un estremecimiento de placer por todo su cuerpo. Cerrando los ojos, Sarah echó hacia atrás la cabeza y repitió el movimiento.
De nuevo, la dejó tomar la iniciativa, marcando el ritmo, susurrándole palabras provocativas mientras sus manos acariciaban sus pechos, su vientre, sus nalgas sin cesar. Un nudo de tensión se formó dentro de ella y se meció más rápido mientras él empujaba con más fuerza, llevándola cada vez más cerca del orgasmo. Con un jadeo llegó al clímax, arqueando su cuerpo, temblando, palpitando alrededor de él durante un momento interminable. Antes de que los últimos espasmos se hubieran apaciguado, ella sintió cómo él se retiraba. Abrazándola con fuerza contra él, Matthew enterró su cara entre sus pechos y gimió mientras alcanzaba la liberación.
Apoyando la mejilla sobre su pelo húmedo, Sarah pasó los dedos por los gruesos y sedosos mechones. Y supo que sería feliz si pudiera quedarse así para siempre. Envuelta entre sus brazos. Con su piel pegada a la de ella. En su mente esbozó una imagen de ellos dos juntos, igual que estaban en ese momento, y se prometió a sí misma que la plasmaría en su bloc de dibujo. Una imagen al carboncillo con la que ella pudiera recrearse en los años venideros cuando eso sería todo lo que le quedaría de él.
Porque a menos que se produjera el milagro por el que tanto rezaban, sólo les quedaban tres días.