– No has probado bocado -dijo Tarik con tono reprobatorio-¿No te gusta mi comida?
– No tengo hambre -respondió Selene.
– Puedo ordenar que te traigan otra cosa.
– La comida es excelente. Es que últimamente no tengo mucho apetito.
– Es bueno comer con ganas al mediodía. Te da fuerzas para…
Kadar interrumpió:
– Si no desea comer, no la fuerces.
– Vaya, qué rápido saltas en su defensa, incluso por un pequeño detalle como éste -dijo Tarik sonriendo-. No quería ofender. No tengo intención de forzar a comer a la dama. Lo único que deseo es que ambos disfrutéis de vuestra estancia aquí.
– No estamos aquí para divertirnos. Me prometiste que me enseñarías el cofre.
– Y así lo haré -dijo poniéndose en pie-. En este mismo instante. Acompáñame a mis aposentos. -Se volvió hacia Selene-. ¿Te gustaría verlo a ti también? Es un objeto de gran belleza, y seguro que sientes curiosidad.
– Casi nunca siento curiosidad. -Evitó la divertida mirada de Kadar y se levantó de la mesa-. Pero no tengo nada mejor que hacer.
El aposento de Tarik era tan austero y simple como la habitación que le había dado a ella, era suave y llena de texturas. Tenía un jergón cubierto con una tela de gasa en lugar de una cama. No había tapices para protegerse del frío de la noche, solo una mesa y dos sillas sin adornos. El único objeto ornamentado en la estancia era el arcón situado contra la pared. Parecía muy antiguo, pero estaba muy bien cuidado.
La complicada escena tallada en la oscura tapa de teca representaba un pequeño barco a la deriva en un río y tres aves zancudas caminando entre gráciles juncos.
– Es precioso, ¿verdad? -Tarik levantó la tapa-. Fue tallado por un joven esclavo de la corte.
Kadar dio un respingo.
– ¿De qué corte?
Tarik se limitó a sonreír.
– Pero este arcón de madera es mucho menos impresionante que el objeto que alberga. Estoy seguro de que estaréis de acuerdo.
Los ojos de Kadar se abrieron con sorpresa, ya que solamente vio una pequeña estatua de madera descansando en un lecho de seda color púrpura.
– Me temo que no estoy de acuerdo.
Ni tampoco Selene. Esperaba algo esplendoroso, y la estatuilla de madera de apenas dos palmos no tenía nada de esplendoroso. La figura, que parecía toscamente tallada, representaba a una mujer con cabeza de chacal y vestida con una túnica.
– Tu estatua parece interesante, pero no un tesoro inestimable-dijo Selene.
– Lo es para mí -Tarik acarició la estatuilla con cariño-. Dime, Kadar, ¿tu tampoco le encuentras belleza alguna? -Cuando Kadar ofreció un silencio por respuesta, lo miró detenidamente-. ¿Qué te ocurre?
Kadar estaba mirando la estatua con los ojos entornados.
– Nada. Es solo que me resulta… familiar.
– ¿Has visto antes algo similar en alguna parte?
– No, no… -Encogió los hombros-, Quizá, pero no puedo recordar dónde. -Dirigió la mirada hacia el rostro de Tarik-. ¿Es una treta para engañarnos? No he venido aquí por una estatua. ¿Dónde está el cofre?
– Me ofendes -suspiró Tarik-. Bueno, a lo mejor prefieres esto. -Con un gesto dramático quitó la seda púrpura sobre la que descansaba la estatua.
Selene se quedó sin respiración.
– ¡Por Dios santo! -susurró Kadar.
El resplandeciente cofre de oro tenía quizás sesenta por treinta centímetros y estaba finamente tallado. No con un tranquilo paisaje, como el arcón, sino con extraños y angulosos símbolos. Piedras de lapislázuli formaban una cruz como de aguja enrollada que cubría el cofre por completo.
Selene extendió la mano y tocó suavemente la cruz.
– Es realmente una maravilla…
– Sí.
– No me extraña que Nasim lo quiera -afirmó Kadar.
Tarik se encogió de hombros.
– Dejaría que sus caballos lo aplastaran con tal de conseguir lo que hay dentro.
Selene hizo un gesto negativo.
– No puedo creerlo. Aunque no le importe la belleza en absoluto, debe ser de gran valor.
– Lo destruiría. -Tarik cubrió de nuevo el cofre con la seda, colocó la estatua encima y cerró el arcón-. Sin pensarlo dos veces.
– La cruz ha de tener algún significado -probó a decir Kadar-, aunque Nasim me aseguró que el contenido no era una reliquia religiosa y que no tendría problemas con los caballeros de la Orden de los Templarios.
Tarik arqueó las cejas.
– ¿Y le creíste?
– No del todo. ¿Es una reliquia santa?
– Algunos podrían considerarla como tal.
– ¿Y la guardas aquí, en tu aposento, sin vigilancia?
– Mis hombres son leales. No sería una labor fácil arrebatármela -dijo encogiéndose de hombros-. Y puede que, en el fondo de mi corazón, desee que me la roben. A veces la carga se hace demasiado onerosa.
Kadar sonrió.
– Entonces déjame ayudarte.
– Quizá lo haga. -Se dirigió hacia la puerta-. Ya veremos. ¿Te gustaría inspeccionar mi cuartel de la guardia para ver cómo he instalado a tu amigo Haroun?
– ¿Por qué no?
Tarik miró a Selene.
– Os pediría que nos acompañarais, señora, pero mis soldados son rudos y no están acostumbrados a las damas.
– No tengo deseo alguno de ir con vosotros. -Selene se dirigió hacia la puerta-. Regresaré a mis aposentos.
– Allí te aburrirás -Kadar se estremeció-. Así que lo dejaremos para otro momento, Tarik.
Tarik sofocó una risita.
– ¿Ayudaría si mandara llevar ricas sedas para bordar?
– Quizá.
– Según tengo entendido es una buena jugadora de ajedrez. A lo mejor podría tener el honor de jugar una partida después de cenar esta noche.
– No si seguís hablando como si no estuviera en la misma habitación -remarcó Selene sin rodeos.
Tarik sonrío entre dientes e hizo una profunda inclinación.
– Mis excusas, dulce señora. ¿Tendría la amabilidad de perdonar a este humilde siervo y entretenerme esta noche?
– Yo no juego para entretenerme. Yo juego para ganar.
– Gracias por la advertencia. -Su sonrisa se desvaneció y de repente se mostró muy preocupado-. No he ansiado una victoria desde hace mucho, mucho tiempo. Debe ser agradable preocuparse tanto por cosas tan pequeñas.
– A las mujeres solo se nos permite disfrutar de pequeños placeres.
– Es verdad para la mayoría de las mujeres. Pero cuando a vos no se os permite algo, lo tomáis. ¿No es cierto?
– Así es -sonrió Kadar-, la has calado bien, Tarik,
– Se parece mucho a mi esposa.
– ¿Rosa? -preguntó Selene, recordando aquel momento en su habitación.
– No, a mi primera esposa, Layla. Rosa tenía un corazón dulce y solo tomaba lo que se le ofrecía.
– ¿Un cambio agradable? -quiso saber Selene.
– No necesariamente. Amaba mucho a las dos.
De nuevo Selene pudo entrever una gran tristeza en él. De manera instintiva alargó la mano y le tocó el brazo para consolarlo.
– Siento vuestra pérdida. Sé cómo debéis sentiros.
– Tenéis un buen corazón. -Buscó con los ojos su rostro-. Pero no podéis saberlo. Nunca habéis sentido una gran pérdida. Eso está aún por llegar.
– Sí he tenido una gran pérdida. Mi madre murió cuando era una niña.
Él negó con la cabeza y apartó su mano del brazo con suavidad.
– Aún está por llegar.
Selene se vio invadida por un tropel de emociones mientras los veía marcharse. Él le gustaba. Nunca se habría esperado esta reacción ante un hombre tan complicado. Tarik podía estar de buen humor un momento, dulce e inteligente el siguiente, pero también era un enigma. Era peligroso sentirse atraída por él.
– Jaque mate -anunció Selene triunfante levantando la vista del tablero-. Esa última jugada no ha sido muy inteligente, Tarik.
Tarik refunfuñó y se apoyó en el respaldo de su silla.
– No solo me dais una paliza, sino que me fustigáis verbalmente. -Dirigió la mirada hacia Kadar, que estaba sentado en la chimenea a poca distancia de ellos-. Sálvame, Kadar.
– Siempre dices lo mismo, pero sigues jugando con ella -dijo Kadar, sonriendo y volviendo la mirada hacia las llamas-. Ella tiene razón, la última jugada fue un poco estúpida.
– Estaba distraído -se defendió Tarik-. Al fin y al cabo, soy un hombre con muchas preocupaciones.
Selene hizo un ruido despectivo.
– Eso ha sonado sospechosamente como un bufido -comentó Tarik con el ceño fruncido-. Y es una total falta de respeto a un hombre de mis años.
– Pido disculpas. ¿Cuántos años tenéis? ¿Cuarenta?
Él se estremeció.
– ¿Aparento cuarenta?
Ella reculó.
– Bueno, puede que algo menos de cuarenta.
– Sois muy amable -dijo con ironía-. Soy un hombre en la flor de la vida. Solo los jóvenes granujas como vos y Kadar sois capaces de echarme más años.
– ¿Otra partida?
– Ahora no. -Se levantó y fue cojeando hasta la mesa que había al otro lado de la estancia-. Necesito una copa de vino.
Selene sonrió.
– Cobarde.
– Seguís insultándome… -murmuró.
– Con Selene la amenaza es constante -dijo Kadar.
Esta noche no flotaba amenaza alguna en el ambiente, pensó Selene. Solamente había paz, buen humor y tranquilidad. Era extraño lo cómodos que habían conseguido estar en presencia de Tarik durante los últimos ocho días. Ni siquiera en Montdhu se había sentido nunca tan a gusto, y notaba que a Kadar le sucedía lo mismo. Pasaba la mayor parte del tiempo con Tarik, y por las noches habían tomado la costumbre de reunirse en el salón para jugar al ajedrez.
Sin embargo, Kadar había estado muy callado durante toda la noche, notó ella de repente. Había jugado primero con él, luego Tarik había ocupado su puesto. Entonces Kadar se había sentado junto a la chimenea y permaneció mirándolos sin hacer ninguna de sus bromas habituales.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó-. Apenas has abierto la boca.
– Estaba pensando.
– Ah, una práctica peligrosa en un hombre como tú -intervino Tarik mientras vertía el vino de la jarra en su copa-. Creo que tú también necesitas otra copa de vino.
– No -respondió mirándolo a los ojos-. Creo que lo que necesito es ver el objeto por el que Nasim me envió aquí.
Tarik se paró en seco.
– Me preguntaba cuándo me ibas a recordar esa particular promesa. -Dejó la jarra sobre la mesa-. Pero estaba disfrutando tanto de vuestra compañía que casi la había olvidado.
– No creo que te olvidaras. Aunque nos ha resultado fácil olvidarla.
– ¿Crees que he hecho que os confiarais demasiado? Te equivocas, aquí estáis seguros. Cada día que pasa estoy más convencido de que poneros en peligro es lo último que haría en el mundo.
– El objeto -urgió Kadar.
– Mañana por la mañana.
– Esta noche.
– Eres muy persistente -suspiró Tarik-. Muy bien, esta noche. -Dejó su copa y cogió un candelabro-. Seguidme, está en la cámara al final del pasillo.
La estancia a la que Tarik los llevó era pequeña y estaba escasamente amueblada. Una mesa larga de roble y dos sillas ocupaban el centro de la habitación. En la mesa había un pedestal de madera en el que descansaba un manuscrito encuadernado en piel marrón.
Tarik señaló con el dedo.
– Ahí está.
– Eso no es un tesoro -dijo Selene.
– Pero es lo que llevó a Nasim a buscar el tesoro -respondió Tarik-, y el valor de un manuscrito está en cuan valioso lo considere su poseedor.
Selene sintió una oleada de emoción.
– ¿Una habitación entera para un manuscrito?
– No le des tanta importancia a eso. Si pudiera conseguir más volúmenes, lo haría. Tengo pasión por las palabras.
¡Qué raro placer encuentro en ellas en este agitado mundo!
Kadar ya se había sentado a la mesa y estaba abriendo el volumen.
– Necesito luz. Déjame las velas, Tarik.
– La luz sería mucho mejor si esperas a que sea de día.
– Déjame las velas.
Tarik puso el candelabro en la mesa.
– Te vas a quedar ciego. La escritura no es muy clara. Fue escrito por un escriba, no por el monje de un monasterio. -Se volvió hacia Selene-. ¿Tendrías tú, al menos, la sensatez de irte a la cama?
– Enseguida. -Se sentó en la silla al otro lado de la mesa, frente a Kadar-. Me quedaré un poco más.
La mirada de Tarik iba de uno a otro, con una ligera sonrisa que le curvaba los labios.
– Debería haber sabido que no serviría de nada discutir. Un sorbo nunca es suficiente cuando se está sediento, y ambos tenéis una sed voraz de vivir.
– Igual que vos -dijo Selene.
– La tuve tiempo atrás. Pero he bebido lo suficiente como para calmar mi sed. -Se dirigió hacia la puerta-. En fin, me voy a la cama. No me despertéis. No responderé a ninguna pregunta hasta mañana.
Cuando se cerró la puerta tras él, los ávidos ojos de Kadar se concentraron en el pergamino.
Selene se recostó sobre la silla, mirándolo a la cara, esperando.
La estaban subiendo por las escaleras.
Selene abrió unos ojos soñolientos y vio el rostro de Kadar mirándola. Su expresión denotaba nerviosismo y tensión.
¿Iban a la habitación de la torre?
No, esto era diferente. No se percibía el aroma del hachís…
– Kadar, ¿dónde…?
– Shh, te quedaste dormida sobre la mesa. -La llevaba a su aposento, para acostarla en la cama.
¿Se había quedado dormida sobre una mesa? Qué extraño… ¡el manuscrito!
– ¿Qué decía? -Se incorporó de un salto, completamente despejada-. ¿Qué había en él?
Él se sentó en la cama junto a ella.
– Nada interesante. Me parece que el manuscrito debe ser una broma de Tarik.
– ¿Una broma?
– Es un cuento de trovador. Le Conté du Graal de Chrétien de Troyes. Narra la historia de un rey y un caballero errante llamado Perceval.
– ¿Y no menciona el cofre? -preguntó, desilusionada.
– No.
Apenas lo distinguía bajo la tenue luz de la luna, pero había algo extraño en su tono de voz. No le estaba contando todo.
– ¿Y no hay nada más?
– No lo creo. -Hizo una pausa-. A menos que sea el grial.
– ¿Grial?
– La copa usada por Cristo en la Última Cena. Un cáliz con poderes especiales buscada por los caballeros de la corte del Rey Arturo.
– ¡Dios Santo! -susurró ella.
– Un cuento de trovadores. Aunque a veces no se interpreta como un cuento, y Chrétien de Troyes habla de otro documento del que él tomó esta historia.
– ¿Podría ser ese grial lo que contiene el cofre que se encuentra en la cámara de Tarik?
– O lo que Nasim piensa que es el verdadero grial. El adora el poder. Haría cualquier cosa para conseguir el grial mágico que otorgaría poderes divinos a su poseedor.
– Es un hombre malo, malo de verdad. No puedo creer que Dios le diera más poder del que ya tiene.
– Pero no es lo que tú creas, sino lo que Nasim cree. Para él, Dios es Alá, y Alá siempre le ha sonreído.
– No puede ser. Tiene que tratarse simplemente de un cuento de trovador, como tú dices.
– Bien, pues no podemos despertar a Tarik para preguntarle. Dejó bien claro que tendríamos que esperar hasta mañana. -Se puso en pie-. Vayamos a dormir.
¿Ir a dormir cuando tenía la mente llena de cofres de oro y griales mágicos?
– ¿Te irás tú también?
– Quizá. -Se inclinó hacia delante, le rozó la frente con los labios y susurró-: Conozco un remedio que nos haría dormir a los dos profundamente.
Ella no respondió.
– ¿No? -Suspiró y se dirigió hacia la puerta-. Entonces me temo que nuestras mentes no van a descansar más que nuestros cuerpos esta noche.
Ella se acercaba hacia él, moviéndose con elegancia, rítmicamente, parecía que sus pies desnudos apenas rozaban el suelo de piedra,
Tarik esperó.
Ella casi estaba ahí.
El corazón le latía con fuerza, estaba sudando con anticipación.
Ella se detuvo frente a él. Observó la belleza resplandeciente de sus ojos oscuros iluminando el impasible rostro de chacal.
Él dio un paso hacia delante, impaciente, alcanzándola.
Ella negó con la cabeza.
Sintió un dardo de agonía por todo el cuerpo. El dolor la hacía retorcerse, le partía el corazón.
¿Por qué?
No podía ver el movimiento de los labios, pero sabía la palabra que quería pronunciar.
Necio.
Ella pasó de largo.
¡No!
Tenía que seguirla.
No podía moverse. Estaba encadenado.
Miraba, indefenso, cómo desaparecía por el horizonte.
Vacio. Soledad.
Vuelve.
Pero ella nunca volvió.
Las lágrimas recorrían las mejillas de Tarik cuando abrió los ojos.
Hacía mucho tiempo que no tenía ese sueño, sin embargo sabía que volvería. Siempre volvía cuando encontraba conflicto en su alma. En otras ocasiones había podido bloquearlo, pero no cuando la añoranza de libertad era tan abrumadora.
¿Y era esa añoranza tan terrible? Había tomado la decisión. ¿Por qué dudaba cuando lo había reflexionado y planeado durante tanto tiempo? ¿No merecía liberarse?
Ella le diría que sí.
Le había llamado necio.
Se puso de lado y miró hacia el tapiz que Rosa le había hecho.
Rosa nunca lo llamó necio. Rosa había sido amable y dulce con él, como una rosa sin espinas. Siempre había querido lo mejor para él. Nunca hubo tormento ni crisis de conciencia mientras la tuvo a su lado. Debería estar soñando con Rosa.
Pero nunca soñaba con Rosa.
Cuando soñaba, siempre era con su amor, su pasión, su justo castigo. La mujer que se movía con la gracia exquisita de una bailarina y que lo miraba con desdén tenía cara de chacal.
Selene y Kadar estaban sentados, esperando, cuando Tarik irrumpió en el gran salón a la mañana siguiente.
– Es casi mediodía -dijo Kadar.
Tarik levantó las cejas.
– ¿Acaso es un pecado? Selene me recordó lo avanzado de mi edad. Pensé que un anciano impedido necesitaba su descanso.
– O quizá decidió atormentarnos por instarle a mostrarnos el manuscrito -sugirió Selene.
– ¿Estáis atormentados? -sonrió solapadamente mientras se dejaba caer en una silla y estiraba las piernas-. ¡Qué pena!
– ¿Por qué Nasim cree que tú tienes el grial? -preguntó Kadar.
– ¿Preguntas antes de mi desayuno?
– ¿Por qué? -repitió Kadar.
– Ha habido rumores sobre mi precioso cofre dorado en los últimos tiempos. Sois conscientes de que Nasim sabe todo lo que ocurre en la cristiandad. Cuando nos conocimos, hace muchos años, sentía curiosidad por el tesoro. Luego, cuando consiguió una copia de Le Conté du Graol, se convenció de que mi cofre de oro contenía el grial.
– ¿Por qué?
Tarik se encogió de hombros.
– Quizá porque lo desea desesperadamente. Ha estado estudiando la manera de conseguir poder durante toda su vida y creyó que éste era el camino verdadero.
– Dios no le daría poder a ese monstruo -afirmó Selene con rotundidad.
– Si es que el grial está hecho por Dios.
– ¿Qué quieres decir con esto?
– ¿Has leído que De Troyes tomó esta historia de otro documento? Los antiguos celtas tienen muchas leyendas relativas al grial. Siempre hay un rey que guarda el tesoro, siempre hay un caballero errante, pero el resto de las historias difieren. Algunas dicen que el tesoro no es un vaso, sino una piedra preciosa que se cayó de la corona de Lucifer durante su lucha contra Dios. ¿Crees que esa historia llamaría la atención de Nasim?
– Sí. -Kadar miró a Tarik directamente a los ojos-. ¿Hay un grial en tu cofre?
Tarik sonrió.
– ¿Y tú qué crees?
– No nos lo vas a decir -intervino Selene con frustración-. ¿Entonces por qué nos has enseñado el manuscrito?
– Os prometí enseñaros lo que había persuadido a Nasim para implicaros en estas maquinaciones. No os prometí nada más. ¿No sería una estupidez que os diera una descripción del tesoro que Kadar pretende robar? Es posible que le diera más ganas de arrebatármelo.
– Tonterías. No lo quiere para él. Le hizo una promesa a Nasim, y para él las promesas son sagradas.
– ¿Y para ti no?
– No si se han hecho a un hombre que rompería cualquier promesa según su conveniencia.
– Ah, es que las mujeres sois mucho más prácticas que nosotros los hombres en lo que respecta al honor. Parecemos estar cegados por nuestro propio código. -Miró a Kadar-, ¿Pero y si fuera el grial y le diera a Nasim más poder? ¿Aún así se lo darías?
Kadar asintió despacio.
Tarik reprimió una risa,
– Eso pensaba. Es un obstáculo que tengo que superar si quiero vencerte. Le daría la tarea a Selene, pero, desgraciadamente, todavía no está preparada.
– ¿En qué consiste esta tarea? -preguntó Kadar.
Tarik negó con la cabeza.
– Aún no. Nos estamos acercando día a día, pero necesito estar seguro.
– No puedo quedarme aquí para siempre. Ha pasado más de una semana. Esta tarde saldré de la fortaleza para hablar con Balkir antes de que decida echar abajo las puertas.
– Muy sabio de tu parte. Es un hombre muy impetuoso. De todas formas, ve y tranquilízalo, dile que estás haciendo todo lo que está en tus manos para arrancarme mi tesoro. -Hizo una pausa-. Mantendré a Selene y a Haroun a salvo hasta tu vuelta, por supuesto.
Selene se puso rígida.
– ¿Prisioneros?
– Qué palabra tan fea. Invitados. Kadar no desearía que fueras con Balkir. Yo soy la mejor opción.
– Efectivamente -reconoció Kadar-. ¿Y quién sabe, Selene? A lo mejor decide que estás más preparada de lo que cree y te da su gran tarea a cambio.
– Te he elegido a ti. Ella no tiene tu experiencia ni tu mente inquisitiva. Eso vendrá con el tiempo, pero ya estoy harto de esperar.
– Y porque soy una mujer.
Tarik negó con la cabeza.
– No soy tan estúpido. Conozco el valor de las mujeres. El ser humano más inteligente que he conocido nunca fue mí primera mujer.
– ¿Poseía ella esa mente inquisitiva? -preguntó Selene.
– Más que yo -respondió él con tristeza-. Ella brillaba como el sol.
– Bueno, yo no tengo deseo de brillar como el sol.
Simplemente quiero ser libre para hacer lo que quiera y a mi manera.
– Igual que ella. Pronto. -Tarik se dio la vuelta-. Iré a decir a los guardias de la puerta que tienes permiso para salir, Kadar. Procura regresar antes del anochecer. Estoy deseando pasar la velada juntos. Selene, ¿te reunirás conmigo en el patio para despedirlo?
– Quizá.
Tarik le sonrió por encima del hombro.
– Difícil. Pero las mujeres interesantes siempre lo son. Creo que estarás allí.
– ¿Por qué?
– Porque la vida es incierta y tu corazón es más grande que tu tozudez. No dejarás que Kadar vaya con Balkir sin un último adiós.
Buscó la mirada de Tarik y luego miró hacia otro lado.
– No me conoces tan bien como te crees.
Tarik sonrió cuando vio acercarse a Selene.
– No has podido resistirlo.
No lo miró a él, sino a Kadar, que ya salía por las puertas.
– Solo porque no tenía nada mejor que hacer. No va a ponerse en peligro. A Balkir no le conviene hacerle daño. Nasim lo mataría.
– Y tú también -se atrevió a decir Tarik siguiéndole la mirada-. Lo amas, ¿Por qué te resistes?
– No lo amaré. Me mintió. Iba a abandonarme. No le importaba su promesa. Y además no tienes ni idea de cómo soy. No puedes saber lo que siento.
– Ya sé que a veces las excusas a las que nos aferramos para no hacer algo no son el motivo que realmente nos mueve a hacerlo.
– Esto no es una excusa.
– Yo creo que sí. Tu instinto no es salir corriendo, sino luchar. Entonces, ¿por qué no estás luchando por Kadar? ¿Tienes miedo?
– ¿Por qué habría de tenerlo?
Él encogió los hombros.
– No lo sé. Puedes temer amarlo demasiado. Tienes una idea de lo que es y quizá presientes en qué se puede convertir. Tu instinto no te engaña. Está en un gran peligro.
Ella sintió que una oleada de pánico le recorría todo el cuerpo.
– No seas necio. Kadar es demasiado listo. Nasim no lo tendrá.
– Nasim no. Yo.
Ella lo miró sorprendida.
– ¿Tú? No le harás daño. No estoy ciega. Kadar te gusta.
– Tenemos un gran vínculo. Eso no me impedirá hacerle el mayor daño que un ser humano puede hacer a otro. -Torció el gesto-. La tentación es demasiado grande.
– ¿Por qué me estás contando esto? -susurró ella.
– Porque las malas ideas causan pérdidas e infelicidad. Sé de qué estoy hablando. No habría perdido a Layla si hubiera sido capaz de ver la verdad en lugar de mi propio dolor. Incluso ahora no estoy tan seguro… Selene, me agradas. No quiero que cometas el mismo error.
– ¿Y qué importa lo que yo sienta o haga si de todas formas pretendes destruir a Kadar?
– El amor siempre importa. Tenemos que agarrarlo y conservarlo hasta el último momento.
Último momento. Un escalofrío heló todo su ser al escuchar estas palabras. Se refería al último momento de Kadar.
– Le contaré tus intenciones de hacerle daño.
– No lo dudo, pero no se sorprenderá. Kadar y yo nos entendemos. -Hizo una pausa-. Y también entiende que a veces el destino nos fuerza a todos a hacer lo que tenemos que hacer para sobrevivir. -Sonrió con tristeza-. A menudo me veo reflejado en Kadar.
– Él no es como tú. Él nunca te mataría por cualquier motivo. -Se dio media vuelta-. Vamos a dejarlo aquí. No te permitiré que lo hagas.
– Él no acudirá. Puede que te envíe a ti, pero él no irá. Escucha la llamada.
Su temor aumentó cuando recordó aquella noche en que Kadar había llegado al castillo.
– ¿Qué llamada?
– Curiosidad. Destino ¿Quién sabe lo que llama a un hombre? El caso es que él lo oye.
– No es cierto.
– Ah, creo que sabes que lo es. -Miró hacia Kadar, que se estaba acercando a tienda de Balkir -. Si te lo permitieras, tú también lo escucharías.
– Nunca me permitiré caer en semejante estupidez.
– Selene, nunca es mucho tiempo.