CAPÍTULO 15

– No nos creen -dijo Layla.

– Tampoco esperábamos que lo hicieran. -Tarik se asomó por la balaustrada para contemplar el jardín-. Es una historia absurda.

– Sí -dijo ella poniéndose a su lado-. No estoy segura de que Kadar sea la persona adecuada. Le gusta demasiado hacer las cosas a su manera.

– ¿Ya ti no?

Ella hizo una mueca.

– Me gusta, pero casi nunca lo consigo. No contigo.

– Que yo recuerde, solo te he dicho «no» una vez.

Pero había sido el ruego más importante, cuando le había pedido que se quedara.

– Aunque siempre discutíamos -dijo cruzando los brazos-. ¿Por qué te casaste con ella?

– ¿Con Rosa? Era tierna. Me sentía solo.

– Yo también me sentía sola. Nunca busqué un marido para aplacar mi soledad.

– No deseo hablar de Rosa.

– Yo tampoco. Solo me preguntaba por qué. -Paseo la mirada por los árboles y las flores del jardín a la luz de la luna, la clara serenidad del estanque rectangular-. Es muy agradable. Me recuerda un poco a nuestra casa en Grecia. ¿La compraste por eso?

– No. La compré porque estaba harto de vivir entre los muros de una fortaleza.

– Yo nunca me he aislado del mundo. Tú tampoco tenías por qué hacerlo.

– Me enviaste el grial.

– Pero fuiste tú quien creó las cadenas a tu alrededor. Cuando tratas un tesoro como si no lo fuera, atraes menos la atención de los curiosos. Yo lo hubiera cubierto de barro, lo habría metido en las alforjas de mi caballo y me habría olvidado de él.

– No, no lo habrías hecho. Guía tu vida.

– Guía las vidas de los dos. Pero eso no significa que lo sea todo. Tenemos que vivir nuestra vida con alegría.

Posó la mirada sobre la de ella.

– ¿Han sido estos años felices para ti, Layla?

Ella miró hacia otro lado.

– Ha habido momentos de alegría.

– Tiene que haber sido doloroso para ti saber que Selene estaba encinta.

– ¿Tan mezquina me crees? Me alegré por ella. Quería que tuviera lo que yo nunca pude tener -dijo volviéndose hacia él-. Y además quería ver a Nasim muerto por lo que hizo. He procurado calmarla y hablar de lo bueno y lo sensato, pero sé perfectamente cómo se siente.

– Layla. -Alargó el brazo, pero se quedó con la mano en el aire sobre su hombro.

Ella contuvo la respiración.

La mano cayó sin tocarla.

No debía dejarle ver su dolor. Sonrió forzadamente.

– Pero, como de costumbre, debemos olvidar nuestros sentimientos y proteger el grial. Puede que sea más difícil protegerlo de Selene y Kadar que de Nasim. -Tenía que retirarse. Ya había tenido bastante por esa noche-. Me parece que me voy a acostar. Estoy agotada del viaje.

Tarik asintió.

– Buenas noches.

Sintió la mirada de Tarik en la espalda mientras se dirigía hacia la puerta.

Aquí estamos juntos por fin. No me dejes marchar.

Detenme. Dime la verdad.

Acaríciame.

Él no hizo ninguna de estas cosas.

Miró cómo se alejaba.


Había alguien en el aposento.

Selene se despertó por completo, escudriñando en la oscuridad.

– No tengas miedo. Soy yo -dijo Kadar.

Se encontraba sentado en el suelo con las piernas cruzadas junto a su lecho. Apenas adivinaba su silueta bajo la pálida luz de la luna que entraba por las ventanas. La luz iluminaba su pelo oscuro, aunque el lado izquierdo de su rostro se mantenía en la sombra.

– No estoy asustada. ¿Qué estás haciendo aquí?

– Mirarte. No podía dormir. Tenía muchas cosas en qué pensar.

– No puedes verme en la oscuridad.

– Sí puedo. Fui adiestrado por Sinan y Nasim. ¿Me has oído cuando me deslicé dentro de tu habitación? -preguntó sabiendo que la respuesta sería negativa-. Nadie es capaz de oírme. Nasim estaría ya muerto.

Se quedó estupefacta,

– ¿Qué te ocurre? ¿No es eso lo que quieres?

Había sentido su alteración con ese sexto sentido que siempre había habido entre ellos.

– Lo quiero muerto. No quiero que te abalances sobre él mientras está profundamente dormido.

– ¿Deseas que tenga una muerte honrosa? No hay muertes honrosas o deshonrosas. Simplemente hay muertes.

– No quiero que tú… Yo lo haré.

– Ya veremos.

– ¿Has decidido ayudarme?

– Quizá-dijo en tono burlón-. Todo depende del preció. Soy un asesino sin par. No pretenderás que te salga barato.

– ¿Precio?

– Quería a tu hijo. No sabía cuánto hasta que Layla me dijo que estaba muerto. -Hizo una pausa-. Ése es mi precio, Selene. Tendrás que darme un hijo.

Ella se quedó sin aliento.

– Nunca renunciaré a un hijo.

– Yo no te he pedido que me entregues al bebé. Sé lo que es crecer sin una madre. Tú eres parte del trato -dijo con voz aterciopelada-. Aceptarme no debería ser un trago tan horrible. Nuestros cuerpos se aman, y una vez de vuelta en Montdhu estaremos los dos ocupados en nuestras tareas. Tendremos que intercambiar los votos, por supuesto. No dejaré a mi hijo desprotegido cuando vaya tras Nasim.

– No puedo… yo no…

– ¿No quieres otro hijo?

Ni siquiera lo había considerado. El dolor de la pérdida era demasiado reciente. Estaba confundida y aturdida con solo pensarlo.

– ¿Ahora?

– No sería ahora. Creo que se tardan nueve meses.

– Me refiero a…

– Es mi precio, Selene. Dámelo y convenceré a Tarik y a Layla para que nos permitan utilizar el grial. Te enseñaré cómo llegar a Nasim y yo mismo lo mataré si es tu voluntad.

– No es mi voluntad. -Se humedeció los labios-. Además no estoy segura… Te conozco, Kadar. No creo que tenga que hacer nada por ti para que tú hagas esto por mí.

– Muy lista. Es cierto que habría hecho casi cualquier cosa por ti. Aún podría. Pero no lo sabes, ¿o sí? ¿Crees que de verdad me conoces?

No a ese Kadar. No al Kadar que se había presentado a su puerta esa noche.

– No me gusta el poder que los votos otorgan a los hombres.

– A mí sí. Con una mujer como tú, un hombre necesita alguna ventaja que reclamar. Y creo recordar que una vez me pediste que me casara contigo.

– Eso fue hace mucho tiempo. -Parecía un siglo desde aquella última noche en Montdhu-. Ya no soy aquella mujer.

– No, no lo eres. Así que te estoy ofreciendo una buena oportunidad.

– Lo… consideraré.

– Tienes poco tiempo. Hay que golpear rápido y duro a un hombre como Tarik. Si no le daremos tiempo para que refuerce sus defensas.

– No se trata solamente de Tarik, sino de Layla. Parecían muy decididos. ¿Estás seguro de que podrás ejercer alguna influencia sobre ellos?

– Los convenceré. -Añadió con tono ligero-: Y si no, robaré el grial para ti.

– En ese caso tendríamos que huir de ellos además de urdir un plan para atrapar a Nasim. Tienes que persuadirlos.

– ¿Y si lo hago?

Se agarró con fuerza a las sábanas. Podría ser un gran error. Ya no estaba segura de nada. Ni de Kadar. Ni de ella misma.

Bueno, de una cosa sí estaba segura. Nasim debía ser castigado.

– Tendrás lo que pides.

– Bien.

Silencio en la estancia. Empezó a sentirse incómoda al ver que él no hada ningún movimiento, seguía sentado mirándola fijamente.

– Vamos vete a tu cama. No tenemos nada más que hablar.

– Enseguida. Estoy disfrutándolo.

– Yo no. Vete.

– Disfrutarías, si te lo permitieras. La oscuridad hace todo más sensual, ¿no es cierto? Siempre me ha gustado tu olor. Soy capaz de percibir cada cambio en tu respiración. Tienes un rayo de luna acostado en tu cuerpo. Tienes los senos cubiertos por la manta, pero los hombros están desnudos y relucen… -De repente se echó a reír-. Tu respiración se acelera. ¿Por qué?

Sabía muy bien por qué. Siempre lo sabía todo sobre las reacciones de su cuerpo,

– Quiero que te marches.

– ¿Seguro? -Entonces se puso de rodillas en el suelo, junto a su lecho. Todavía tenía las facciones en penumbra-. Quiero poner la mano sobre ese rayo de luna. -Sacó la mano de la oscuridad y la posó sobre la manta, en su vientre. Los músculos de su abdomen se tensaron al ser rozados-. Míranos -susurro.

No pudo evitar mirar. Su toque era ligero, pero el calor parecía quemarla a través de la manta. La mano se veía pálida sobre la oscura cubierta de lana. A partir del antebrazo él permanecía en la sombra, pero su mano se mostraba clara y audaz, fuerte, con los dedos separados y rígidos.

Ella respiraba con dificultad.

– Ésta no es mi voluntad.

– Shh, no es raro que un hombre de mi profesión reciba un pequeño adelanto como garantía de pago. -Estaba apartando la manta.

Debería moverse.

Pero no podía.

Él tenía la mejilla apoyada en su vientre, y la movía acariciándolo lentamente. Sentía la ligera aspereza masculina contra la suavidad de su piel.

– Aquí-susurró-. Pronto, Selene.

Un hijo. Estaba hablando de un bebé.

Movía la mano de arriba abajo acariciando, frotando, pellizcando.

Un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo.

Antes de que pudiera darse cuenta tenía los labios en su pezón y lo succionaba con fuerza, con fruición.

Sus dedos se hundieron profundamente dentro de ella.

Entonces dio un grito y arqueó la espalda.

– Sí. -Él le daba más, dentro, fuera, rápido, profundo.

– Grita. Quiero escucharte.

Ella clavaba las uñas en las sábanas.

Más rápido. Más fuerte.

– Ven a mí.

Oscuridad. Profundidad. Calor abrasador.

Ella dio un grito cuando su tensión llegó al clímax.

Él se detuvo, con la frente ligeramente inclinada descansando en su estómago. Su aliento se sentía cálido en la piel de ella, el pecho le palpitaba con fuerza.

Ella jadeaba. El corazón le latía demasiado deprisa. Parecía que se le iba a salir por la boca.

El levantó la cabeza. Su mano la abandonaba, cubriendo su cuerpo con la manta. Se puso en pie y se alejó de la cama.

– Ya me voy. Buenas noches, Selene.

Ella se quedó atónita.

– Pero tú no has…

– Ah, no, y lo sufriré esta noche. Yo no suelo cobrar hasta que el trabajo está terminado. Necesitaba tocarte, el resto puede esperar.

– Pero tú… ¿qué significa todo esto?

– Quiero demostrarte que el placer sigue ahí, esperando ser llamado. Debes procurar que tu cuerpo reviva otra vez. Hay que preparar el camino. -Se dirigió hacia la puerta-. Mañana tengo que hablar con Tarik y Layla a solas. Vendré a visitarte más tarde a lo largo del día.

Selene se acurrucó bajo la manta cuando se cerró la puerta tras él. No podía seguir temblando de esa manera.


Debes procurar que tu cuerpo reviva otra vez.

Dios mío, su cuerpo estaba demasiado vivo. La sangre corría por sus venas, y sentía la piel ruborizada y con un leve hormigueo. Había un doloroso vacío entre sus muslos.

La torre.

Él le había dado placer, pero no había sido suficiente.

Quería más.

Podía tener más. No significaba una rendición, no se perdía a sí misma. Había llegado a un acuerdo.

Podría ser como en la torre.


Tarik y Layla se encontraban sentados en el banco cuando Kadar, a la mañana siguiente, se plantó dando grandes zancadas en la terraza. Ambos lo miraron con cautela.

– ¿Dónde está Selene? -preguntó Tarik.

Kadar sonrió.

– He pensado que podríamos hablar con más libertad sin ella. Ya le contaré después lo que hablemos.

– No creo que te dé las gracias por hacer algo a sus espaldas -replicó Layla secamente.

– Oh, estamos completamente de acuerdo. Anoche tuve una larga conversación con ella. Sabía que rechazaríais sus planes. No quería que se sintiera más frustrada.

– Ninguno de nosotros lo desea -afirmó Tarik.

– Pero no podemos darle lo que pide -dijo Layla-. Habrá que encontrar otra manera.

– Lo haría, pero ella tiene razón. El grial es el único cebo que atraerá a Nasim. -Sonrió-. Por lo tanto será el señuelo que utilizaremos.

Tarik negó con la cabeza.

– Sí -reafirmó Kadar.

– ¿Vas a amenazarnos? -preguntó Tarik-. Me imagino que sabrás que eso no te va a llevar a ninguna parte.

– Depende de la amenaza. -Kadar avanzó hacia la balaustrada y miró el azul del cielo-. Siempre me ha gustado la noche. Las estrellas, las sombras. Pero el día también es bueno. ¿Sientes la frescura de la brisa? Desde que estuve tan cerca de la muerte a causa de la espada de Balkir, he aprendido a apreciar incluso más esos pequeños placeres. -Calló unos instantes-. ¿Qué contenía la poción que me curó tan milagrosamente, Tarik?

Tarik guardó silencio.

– Por el momento, Selene está demasiado aturdida y solo piensa en cómo puede utilizar el grial para atraer a Nasim, pero, como tú mismo has dicho, la balanza empezó a inclinarse a mi favor. Había algo más que el grial en el cofre, ¿no es cierto? ¿Eshe?

Tarik asintió.

– Y Selene me lo dio.

– Te salvó la vida. No estaba seguro de que lo hiciera. Estabas medio muerto.

Kadar levantó una ceja.

– ¿Me estás diciendo que ese Eshe puede curar una herida de espada?

– No, por eso me sorprendió que te ayudara. Parece que simplemente aumenta la fuerza del cuerpo y repele la enfermedad. -Dedicó una sonrisa sardónica a Layla-. Pero quizá deberías preguntar a mi esposa. Ella tiene una experiencia mucho más amplia con Eshe que yo.

– Porque tú escondes la cabeza y no quieres tratar con ello -intervino Layla-. Sin embargo, por lo que yo sé, no es especialmente bueno para las heridas. Debería haber muerto -afirmó encogiéndose de hombros-. Es difícil valorarlo. Nunca se lo he dado a nadie en circunstancias tan extremas. Habría sido un desperdicio.

– Tú estabas suficientemente mal como para darte una oportunidad -dijo Tarik-. Tuve una gran lucha interna.

– ¿Para mantenerme vivo? -dijo Kadar mirándolo directamente a los ojos-. ¿O para prolongar mi vida?

Sonrió.

– Me dijiste que no creías que eso fuera posible.

– Pero tú sí lo crees.

– Ah, claro que lo creo. ¿Habría protegido el grial durante todos estos años si no fuera así?

– Sin embargo estás cansado de protegerlo. Pretendías pasar la responsabilidad a alguien más. Me elegiste a mí.

– Fue una elección muy dolorosa. Especialmente después de conocerte.

– Creo recordar muestras de inseguridad y remordimiento.

– No hay razón para que Tarik sienta remordimiento -añadió Layla-. Te salvó la vida y te otorgó un gran regalo.

– No creo que él lo considere un gran regalo. ¿Qué opinas, Tarik?

Negó con la cabeza.

– Es una terrible carga, terrible.

– Porque tú la consideras así -dijo Layla-. No hay motivo para que sufras tanto. Simplemente mira a Kadar. No tiene nada que ver con Chion. Podrá soportarlo.

– Eso espero.

– ¿Quién es ese Chion? -preguntó Kadar a Tarik.

– Mi hermano.

– ¿Y qué le ocurrió?

– Yo lo amaba. Quería compartir Eshe con él. -Apretó los labios por el dolor-. Se volvió loco. Se quitó la vida.

Kadar se puso rígido.

– No es una perspectiva muy halagüeña. Creo que me estoy empezando a hartar de ti, Tarik. ¿Suele esta poción desequilibrar a quien la toma?

– Chion siempre fue delicado y nervioso -apuntó Layla-. Nunca había pasado antes, ni tampoco después.

– ¿Cómo lo sabes? -quiso saber Tarik-. Eres tan generosa con Eshe que estoy seguro de que no has hecho un seguimiento de todos a los que se lo has dado.

– Sí que lo hago. -Le lanzaba dardos con la mirada-. Sí, soy generosa, pero no irresponsable. Nunca ha habido otro Chion.

– Con uno ya tuvimos bastante. -Tarik se volvió hacia Kadar-. Yo esperaba que no tuviera ningún efecto adverso contigo. Jamás se me habría ocurrido dártela de no haber estado tan malherido. Parecía como si el destino hubiera tomado la decisión por mí.

– Lo tomaré como un consuelo, si veo que me empiezo a volver loco -dijo Kadar secamente.

– Eso no sucederá -replicó Layla-. Tampoco necesitas hacer que Tarik se sienta culpable. No sabe sentir otra cosa. Tú has sido la primera persona a quien él ha dado Eshe desde que Chion murió.

– Me siento honrado -dijo Kadar-. ¿Entonces tendré que asumir que actuó meramente como protector del grial?

– Sí. -Sus labios se curvaron con una amarga sonrisa-. Como él no tenía otro modo de ayudarme, pensé que lo más justo era mandarle el grial para que lo guardara.

– ¿Guardarlo? -repitió Tarik-. ¿Sabes cuántas veces he estado tentado de fundirlo y enterrarlo?

– Pero no pudiste hacerlo. Porque, en el fondo de tu alma, sabes que estás equivocado.

Kadar paseaba la mirada del uno al otro. Casi podía percibir la tensión y la emoción que vibraba en el ambiente. Había estado tan obcecado con su propia frustración, que no había prestado atención a la extraña química que existía entre los dos. Era como si un tumultuoso río fluyese bajo la superficie y arrastrase en su corriente engaño, restricciones, pasión y lealtad.

– ¿Por qué está equivocado?

– No estoy equivocado -se defendió Tarik-. Deberíamos dejarlo aquí.

– ¿Por eso se lo diste a Kadar?

– Se lo di porque quería salvar… -Movió la cabeza cansinamente-. No, eso fue una excusa. Se lo di porque fui egoísta y quería ser libre.

– Por fin -dijo Layla-. Cuando admitas que tú también tienes derecho a ser egoísta y que no tienes el deber de ser como Dios, habremos hecho un gran avance.

– No estoy de acuerdo -intervino Kadar-. Me siento agraviado ante cualquiera que sea egoísta con mi bienestar.

– Era el momento de tomar el control-. Me parece que estás en deuda conmigo, Tarik.

Se palpaba en el ambiente la repentina vuelta a la cautela.

– No te debe nada -replicó Layla-. Eres tú quien está en deuda con él.

Kadar ignoró sus palabras, concentrándose en Tarik.

– Has trastocado el curso de mi vida, has arriesgado mi cordura. -Recordó otro detalle mencionado por Tarik que parecía importante para él-: Además, no me diste oportunidad de elegir.

– No podía darte la opción -dijo Layla-. Habrías muerto si él…

– No digas nada, Layla. No necesito que me defiendas. -La mirada de Tarik se centró en el rostro de Kadar-. Lo admito todo.

– ¿Admites que estás en deuda conmigo?

– Quizá. -Hizo una negativa-. Pero no puedo permitir que utilices el grial.

Kadar estaba chocando contra un muro de piedra. Decidió cambiar el rumbo.

– Te tengo un gran aprecio. Has pasado momentos muy difíciles por elegirme para actuar como guardián de tu grial.

– ¿Entonces?

– Selene quiere a Nasim muerto. Tengo que darle lo que quiere. Con el grial será mucho más seguro. Pero, con él o sin él, tengo que entregarle a Nasim. Soy muy bueno, aunque es con certeza una tarea prácticamente imposible. Eso significa que las posibilidades de que me maten están enteramente en tus manos.

Layla abrió los ojos como platos.

– ¡Vaya, si serás bastardo!

– Para ser sincero, eso es exactamente lo que soy, Pero también es verdad que la culpa sería de Tarik si no me proporciona el arma que necesito. -Le dedicó una sonrisa a Layla-. Y tú acabas de mencionar su tendencia a sentir culpabilidad.

– Pero no su tendencia a la estupidez.

– Si fuera un estúpido, procuraría engañarle. Simplemente le estoy diciendo la verdad. -Volvió los ojos hacia Tarik-. Mi muerte no servirá ni a tu conciencia ni a tu bienestar. ¿A quién le encasquetarás el grial? Todas tus preocupaciones y tus búsquedas habrán sido en vano. Mejor que lo tenga yo.

– No -dijo Layla con rotundidad.

– La decisión es mía, Layla -añadió Tarik sarcásticamente-, al fin y al cabo, tú me confiaste su custodia.

– El riesgo es demasiado grande.

– Te prometo devolvértelo en perfecto estado -propuso Kadar.

– Los muertos no pueden cumplir sus promesas.

– ¿Tarik?

– Pensaré en ello. -Levantó la mano para acallar las protestas de Layla-. Está diciendo la verdad, Layla. Podría morir. Nasim podría matarlo.

– Cualquiera de nosotros moriría por evitar que el grial cayera en manos de Nasim.

– Pero sería por elección propia.

Kadar sabía que había hecho todo lo posible. Pensó que seguramente ya era suficiente.

– ¿Me lo harás saber mañana?

Tarik asintió.

– Mañana por la noche. Consideraré todo lo que me has dicho.

Kadar se dio la vuelta para marcharse.

– Pero ahora quiero que me prometas algo.

Kadar lo miró inquisitivo por encima del hombro.

– Dices que Selene está demasiado aturdida como para pensar en otra cosa que no sea Nasim, ¿pero y tú? ¿No estarás tu también evitando pensar en Eshe? Se me ocurren al menos tres preguntas que deberías haber hecho y que no has cuestionado. ¿Dónde está tu curiosidad, Kadar? Quizá no creas que Eshe puede hacer lo que Selket deseaba, ¿pero y si pudiera? ¿Y si no fuera un mito? ¿Y si cualquiera pudiera vivir más allá de los sesenta años? Prométeme que pensarás en ello. -Tarik sonrió adusto-. Y considera lo que arriesgas si pierdes el grial, si no se trata de un mito.

Kadar asintió lentamente.

– Es un justo intercambio.

Sin embargo no quería considerar esas posibilidades, pensó mientras abandonaba la terraza. Tarik tenía razón: había estado evitando pensar sobre cualquier cosa excepto los modos y maneras de cumplir con lo que Selene deseaba. Sabía que la razón por la que había rechazado al instante la promesa de Eshe era la fascinación que le producía la idea. Le picaba la curiosidad, y ésta siempre había sido el acicate que lo impulsaba a moverse. La oportunidad de aprender, de investigar, de ser más que antes de empezar.

Sin embargo, no debía dejarse llevar por esa fatal atracción. Debía dedicar su entera atención a ayudar a Selene, y no pensar en algo claramente imposible…

Y para ayudar a Selene, había hecho una promesa a Tarik. Esa promesa lo había forzado prácticamente a pensar en la posibilidad del mito seductor.

Oh, sí.

Se sumergió con impaciencia en el asombroso territorio de lo imposible.


– Has tardado mucho. Es media tarde. -Selene abrió la puerta de golpe-. Te habría dado tiempo para convencer a Dios de que creara otro mundo.

– Para eso habría tardado un poquito más. -Kadar entró en la estancia-. Aunque si de verdad hubiera traído todos mis poderes de persuasión, sería capaz de…

– ¿Qué ha pasado?

– Tarik va a considerarlo -dijo levantando la mano-. No me cabe la menor duda de que lo hará.

– Siempre habrá dudas hasta que dé su aprobación. No debería tardar tanto. ¿Por qué no has venido a decírmelo antes?

– Estaba ocupado.

– ¿Haciendo qué?

– He dado un largo paseo.

– ¿Un paseo? Y mientras yo aquí esperando… -le dijo concentrando la mirada en su rostro. Apenas mostraba expresión alguna, sin embargo, notaba que había algo bajo la superficie. Agitación. La misma agitación que había visto en su cara la noche antes de llegar a Sienbara-. ¿Qué ha ocurrido?

– Nada.

– ¿Entonces por qué pareces…?

– No tiene nada que ver con Nasim. Y ése es el único tema en el que estás interesada, ¿no es así?

Se equivocaba. Ella estaba sumamente interesada en cualquier cosa que provocara esta agitación. Pero estaba claro que no iba a compartirlo con ella. Reprimió su desilusión y asintió.

– Eso es lo único importante en este momento.

Él sonrió.

– ¿Estás segura?

– Naturalmente, estoy segura. ¿Cuándo lo sabremos?

– Mañana por la noche.

Su decepción y frustración crecían por momentos.

– Quizá debería hablar yo con ellos.

– Ya sé que te fastidia sentarte y no hacer nada, pero no creo que eso fuera lo mejor. Déjalo que tome la decisión por sí mismo.

– Y mientras nosotros aquí esperando de brazos cruzados.

– No, mientras bebemos. Hablamos. Tengo que decirte más cosas sobre Layla. Él lucha contra ello, pero ella ejerce una gran influencia sobre Tarik. Es, quizá, como una partida de ajedrez. -Hizo una reverencia-. Si me concedes el honor.

– No me apetece jugar al ajedrez.

– Qué lástima. En tu estado de angustia te machacaría fácilmente. ¿Entonces deseas que me vaya?

– ¿Lo harías? -preguntó, escéptica.

– No, soy un egoísta. Después de poner en marcha estos planes, no sé cuándo podré disfrutar de tu compañía. Pretendo aprovechar al máximo este período de calma.

– Entonces, si no me queda más remedio, supongo que tendré que soportarte.

– E incluso mi humilde compañía será un alivio para ti a la hora de pasar el tiempo. -Le brillaban los ojos maliciosamente-. Admítelo.

Efectivamente era un alivio. No deseaba pasar más tiempo sola y, por alguna razón, esa faceta dura de Kadar parecía haberse desvanecido.

– Quizá -sonrió-. Está bien, lo admito.

– Ah, qué gentileza en medio de este mundo cruel. -La cogió por el brazo y la llevó hacia la puerta-. Ven. Te enseñaré el jardín.


– Es preciosa -dijo acariciando con suavidad los pétalos de una espectacular rosa carmesí que crecía en un arbusto junto al camino-. Nunca he visto rosas en esta época tan avanzada del año. Escocía no es muy amable con las rosas.

– Esta tierra es más benigna. ¿Podrías acostumbrarte a ella?

Se encogió de hombros.

– Supongo que uno puede acostumbrarse a cualquier cosa pero prefiero Montdhu. La vida aquí es demasiado fácil, no me explico cómo esta gente no se vuelve más indulgente.

Se echó a reír.

– No todo el mundo necesita un reto diario.

– Pues debería. -Fijó la mirada en la serena quietud del cristalino estanque-. Es encantador, pero no me imagino aquí sentada todos los días.

– Estoy seguro de que la mujer para quien se compró esta villa no era de tu naturaleza. Tarik me contó que el Papa compró esta casa de campo para su amante favorita. Creó este mundo a su gusto.

– Pues debía de ser una mujer muy dócil y reprimida.

– No tan reprimida, o al Papa no le habría compensado mantenerla. -Hizo una pausa-. Tarik me contó que le dio un hijo. Fue el hijo quien le vendió la villa a Tarik.

Su tono era extraño. Ella preguntó:

– ¿Y qué?

– Se llamaba Vaden.

Abrió los ojos con sorpresa.

– ¿Vaden? -¡Qué extraño! No podía ser el mismo guerrero que había sido caballero de la Orden de los Templarios con Ware. El enigmático caballero que los había perseguido y, finalmente, salvado a todos. Aunque ella había oído que Vaden provenía de Roma y nadie sabía nada sobre su pasado-. ¿El hijo del Papa?

– Esto explicaría por qué fue aceptado entre los caballeros templarios.

– No puede ser nuestro Vaden. Sería demasiada casualidad.

– La descripción que me dio Tarik se acerca mucho.

– Miró pensativo las aguas cristalinas del estanque-. ¿No te has fijado en que algunas personas parecen estar ligadas a lo largo de sus vidas? Sus caminos se entrecruzan aquí y allá, se unen y se separan, formando un patrón.

– Sorprendente -murmuró, todavía dándole vueltas a la coincidencia-. ¿Todavía está en Roma?

– No tengo ni idea. Quizá. Tarik dijo que había formado un pequeño ejército y que vendía su espada a las fracciones enfrentadas de estas tierras.

– Averigua si está aquí.

– ¿Por qué? -Posó la mirada en su rostro-. ¿Qué tienes ahora en mente?

– Vaden era un gran guerrero. Ayudó a Ware una vez. ¿No sería posible pedirle que nos ayudara?

Kadar se echó hacia atrás y soltó una carcajada.

– Debería haberlo imaginado.

– ¿Por qué te ríes? Es una posibilidad.

– No me río de tu idea, solamente de tu obsesión. Te traigo para que admires las rosas y tú solo piensas en reclutar caballeros para luchar bajo tu estandarte.

– Averígualo.

Aún mantenía la sonrisa.

– Lo averiguaré.

– Mañana.

– Mañana. ¿Ahora podrías pensar en otra cosa?

– No puedo.

Su sonrisa se había desvanecido.

– Lo sé. Inténtalo. -Miró de nuevo al estanque-. Te daré algo más en qué pensar. ¿Y si su Eshe es el milagro que ellos creen que es?

Negó con la cabeza.

– Sé que es improbable, pero…

– No improbable, imposible.

– En las escrituras hay historias sobre longevidad.

– Hombres elegidos por Dios. Dudo que Dios eligiera a paganos de Egipto para recibir semejante bendición.

– Quién sabe -murmuró Kadar.

– ¿Estás empezando a creerte el cuento de Tarik? -preguntó sorprendida.

– Pienso que él lo cree. Y Tarik no es un idiota. De Layla no sé qué decir. Tú la conoces mejor que yo.

– Incluso una mujer inteligente puede estar cegada por lo que quiere ver.

– Muy bien. Entonces asume que es meramente un sueño interesante. No hace ningún daño imaginar cómo sería. -Arrugó la frente-. Conozco a muchos hombres que han vivido más allá de los cuarenta años. Sesenta es una edad avanzada. ¿Y si pudieras vivir más? ¿Querrías hacerlo?

Se lo pensó.

– La única persona que conozco tan mayor es Niall McKenzie. Tiene sesenta y dos. Le duelen las articulaciones, cada vez ve menos, se sienta junto al fuego y solo piensa en su juventud. -Expresó negación-. Eso no es vida. Es mejor desaparecer como la llama de una vela a merced del viento.

– ¿Pero y si pudieras conservar tu fuerza? Piensa en todas las cosas que podrías aprender.

Comprendía por qué semejante perspectiva intrigaba a Kadar. Su curiosidad por todo nunca se veía satisfecha.

– Sería una maravilla. -Calló unos instantes-. ¿No se llegaría a un punto en el que no se aprendería más, en que todo pareciera igual?

– Si se llega a ese momento, sería otro reto -respondió sonriendo-. Y dudo que se pueda aprender todo en este mundo.

– A menos que todos envejecieran contigo, sería una vida muy solitaria. -Le dio un escalofrío-. No podría soportar ver morir a toda la gente que amo.

Su sonrisa se evaporó.

– Y si todo el mundo llegara a muy viejo, habría demasiada gente que alimentar. El hambre engendra las guerras. -Torció el gesto-. Y seguro que la guerra mataría a muchos más que la edad. Jaque mate.

Kadar había pensado en las guerras, y ella había pensado en Ware y Thea y en todas las personas de Montdhu que le importaban. Era demasiado triste. No pensaría más en ello.

Sacudió los hombros como desprendiéndose de una carga.

– Si no tienes una conversación más agradable que la guerra y el hambre, pensaré en algo mejor que hacer en vez de pasar la tarde contigo. De yodas formas ya sé por qué te gusta meditar sobre esas imposibilidades.

Sonrió.

– Es mi lado oscuro. Solamente deseaba oír tus ideas al respecto.

– Ya las has escuchado. Ahora llévame de vuelta a la casa. Con esta conversación sobre el hambre me han entrado ganas de comer.

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