CAPÍTULO 12

– ¿Y eso es todo? -preguntó Tabia apoyándose en el respaldo de la silla-. ¿Me has contado todo?

– Sí. Te dije que seguramente estarías al corriente de lo que yo sabía.

– No de todo -dijo Tabia limpiándose los dedos con la servilleta antes de retirarla a un lado y coger la copa-. ¿Y las heridas de tu Kadar se han curado lo suficiente como para viajar?

– No es mi Kadar -replicó Selene bebiendo un sorbo de su vino-. Casi pierde la vida. No debería viajar.

– ¿Pero podría?

Selene asintió.

– Entonces apostaría a que Tarik ya le tiene a mitad de camino de Roma en este momento.

– Yo no he mencionado Roma.

– Ya he notado esa omisión. Pero Tarik tiene una casa allí, y es un lugar razonable para esconder a Kadar mientras lo instruye.

– ¿Instruirlo?

– Sí. -La mirada perdida de Tabia estaba fija en el rostro de Selene-. Ésta es la primera vez que Tarik me ha enviado a alguien. Debe tenerte mucho aprecio. ¿Se ha acostado contigo?

A Selene casi se le salen los ojos de las cuencas

– No.

– No creía que lo hubiera hecho. Eres demasiado atrevida para sus gustos actuales. Le gustan las mujeres sumisas y dulces. Tú no tienes nada de dulce -afirmó haciendo una mueca-. Eso es bueno. El sabor a miel me pone enferma. Disfruto más con unos dientes afilados que con la suavidad. ¿Más vino?

– No, gracias.

– Una copa más. Te ayudará a dormir. -Se levantó y se dirigió hacia la mesa que había junto a la puerta, donde Mario había dispuesto una jarra llena. Llevó la jarra a la mesa y sirvió vino en la copa de Selene-. Lo necesitarás.

– ¿Estás segura ahora de que Tarik me envió a ti a propósito?

– No me cabe la menor duda. Aunque probablemente lo negaría.

– ¿Por qué lo haría?

– Quiere que yo haga lo que él no puede.

Selene se puso tensa.

– ¿Y qué es ello, si puede saberse?

Tabia sofocó una risa.

– Por todos los dioses, ¿pensabas que me refería a matarte?

– Se me ha pasado por la cabeza.

La sonrisa de Tabia se desvaneció.

– Yo no mato. Ni siquiera mataría a ese monstruo de Nasim. La muerte me horroriza.

Selene le creía. Había pronunciado cada palabra con pasión.

– Pretendía mantenerme alejada de Kadar. Quizá no sepa lo que sientes.

– Oh, sí que lo sabe. -Se dejó caer en la silla-. Nos conocemos muy bien el uno al otro. Acábate el vino y te contaré lo bien que nos conocemos.

Selene bebió su vino lentamente, en pequeños sorbos.

– No me interesan tus asuntos con Tarik.

– ¿Incluso si esos asuntos están relacionados contigo y con Kadar? Por supuesto que te interesan.

– Muy bien, ¿qué significa Tarik para ti?

– Es mi esposo.

Selene se la quedó mirando, atónita.

– Su mujer está muerta. Al menos eso me dijo.

– ¿Rosa? Ella nunca fue su esposa. ¿Cómo podría serlo si cuando se casó con ella yo aún estaba viva? -Miró hacia otro lado-. Yo soy su única esposa.

– Layla…

Volvió la mirada hacia Selene.

– ¿Te habló de mí?

– Me habló de Layla, su primera mujer. Me dijo que yo era como ella.

Torció la boca.

– Te aseguro que no fue un cumplido. No nos llevamos lo que se dice muy bien.

Un torbellino de pensamientos se arremolinaba en la cabeza de Selene.

– Me dijiste que te llamabas Tabia.

– Una pequeña mentira necesaria.

– ¿Por qué una mentira es necesaria?

– Ya estabas bastante confundida. No veía la necesidad de acrecentar el embrollo. Tarik y yo nos separamos hace mucho tiempo.

– Pero todavía mandas espías a Sienbara.

– Porque tenemos un interés común. No por ninguna razón personal.

– ¿El tesoro?

– Tarik es un soñador. No siempre puede uno fiarse de que los soñadores hagan lo mejor. El cofre es demasiado valioso como para dejarlo en sus manos solamente.

– ¿Entonces contiene el grial?

Layla asintió.

– Hay un grial. Pero no hay ninguna magia relacionada con él, como Nasim se imagina.

– ¿Es el grial de la Última Cena?

Layla se encogió de hombros.

– No lo creo. Quizá. El grial es muy antiguo y estuvo una vez en Tierra Santa.

– ¿Una vez?

– Llegó a mis manos y a las de Tarik en Alejandría. -Bebió un buen trago de su copa de vino-. ¿Has estado alguna vez en Alejandría?

– Está en Egipto. Mientras estaba en la Casa de Nicolás conocí a clientes que venían de allí para comprar seda.

– Ah, sí, ahora lo recuerdo. -Sonrió cuando vio a Selene ponerse rígida-. No te gusta que conozca tus raíces. Te dije que tenía que saberlo todo sobre los que se relacionan con Tarik.

– La relación no fue por voluntad nuestra.

– Pero existe. -Cambió de tema-. Además, deberías estar orgullosa de haber escapado de esa prisión en la que creciste. Fue una batalla bien ganada.

– Kadar me sacó de la casa de Nicolás.

– Eso me han contado. Pero con el tiempo habrías encontrado la manera de liberarte tú sola -dijo haciendo una mueca-. Sin embargo, es cierto que tuviste suerte. Yo no pude liberarme de mi prisión hasta que fui adulta.

– ¿Tu prisión?

– Crecí en la Casa de la Muerte.

A Selene se le pusieron los ojos como platos.

– Pero, por supuesto, no sabes lo que es. Nací en una pequeña aldea al norte de Alejandría. Cuando tenía ocho años, fui elegida por los sacerdotes para ser llevada a la Casa de la Muerte en Alejandría. Nunca volví a ver a mis padres.

– ¿La casa de la Muerte?

– Sí, la casa donde llevan a los muertos para prepararlos antes del enterramiento. El lugar donde envuelven sus cuerpos para preservarlos para la eternidad y los sacerdotes guían sus almas a la tierra de la alegría eterna -El tono de Layla estaba cargado de ironía-, Y yo fui elegida por los dioses para ayudarlos a cruzar. ¿Crees que es una tarea adecuada para una niña de ocho años?

– ¿Dioses? Solamente hay un Dios.

– Aquí, en la Cristiandad. En Egipto muchos todavía creen en los antiguos dioses. Es una religión muy reconfortante. Uno no necesita ser bueno si es rico o poderoso. Y es posible llevarse consigo todos los bienes terrenales más preciados. Siempre que los ladrones no encuentren la ubicación de tu tumba. Los ladrones incluso han llegado a quitar los vendajes de los cuerpos para ver si se habían dejado alguna joya.

Selene se estremeció.

– Nunca había oído nada semejante.

– Los ladrones son ladrones. Tanto si roban a los muertos como a los vivos. En mi opinión, es menos horrible robar a los muertos. Los vivos necesitan sus posesiones.

– Por lo que dices, de acuerdo con tu religión, lo muertos también las necesitan.

– Ya no es mi religión. Puede que nunca lo fuera. Empecé a dudar en el momento en que atravesé el umbral de la Casa de los Muertos. No podía soportar ser utilizada de esa manera.

– ¿Qué tenías que hacer?

– Yo era el símbolo de Akuba. Llevaba la máscara del chacal y permanecía de pie junto al cadáver mientras los sacerdotes cantaban y purificaban el cuerpo. -Hizo una pausa-. Y tenía que estar ahí mirando cuando les sacaban los órganos.

A Selene se le estaba revolviendo el estómago.

– ¡Dios mío!

– No sufras tanto. Al final te acabas acostumbrando. Al poco tiempo ni siquiera olía la podredumbre de la carne mezclada con el aroma del incienso. Los niños se acostumbran a cualquier cosa.

Los ojos de Selene buscaban su rostro.

– Me parece que estás mintiendo.

Layla levantó su copa haciendo un brindis burlón.

– Eres inteligente. Odié cada minuto de mis días mientras estaba despierta y soñaba con ello cada noche. Lo único que quería era ser libre. Intenté escapar una vez y ellos me devolvieron allí. Me golpearon hasta el límite de lo soportable. Me dijeron que la próxima vez mi castigo sería la muerte. Conocía la muerte. Decidí no arriesgarme hasta estar segura de que no me atraparían. Así que me quedé en la Casa de la Muerte hasta mi vigésimo sexto cumpleaños. Escuché, aprendí, busqué el modo de liberarme. Y lo encontré.

– ¿Cómo?

– Escuché la historia de un hombre joven llamado Selket que había trabajado en la Casa de la Muerte antes de que yo llegara allí. Los sacerdotes lo habían asesinado.

– ¿Por qué?

– Había encontrado un tesoro especial entre las pertenencias de uno de los muertos y no lo había compartido con dios. Lo torturaron hasta la muerte, pero murió sin revelar dónde lo había escondido. Selket era listo. Se aseguró de que tras su muerte no pudieran encontrarlo.

– ¿Qué tesoro? ¿El grial?

Asintió.

– Y si los sacerdotes lo querían, comprendí que no debían tenerlo. Yo lo habría enterrado o quemado antes de permitir que ellos tuvieran algo que deseaban. Los sacerdotes se dieron por vencidos en su búsqueda al cabo de unos años. Yo no. Veía el tesoro como mi salvación. Durante años lo busqué, excavé e hice preguntas. Debía tener mucho cuidado de que los sacerdotes no se enterasen de lo que estaba haciendo. Con el tiempo empezaron a pensar que estaba acobardada y sumisa ante cada uno de sus caprichos. Incluso se me permitió ir sola por la ciudad. Entonces encontré una pista. Dos semanas antes de su muerte, Selket había visitado a su tío, que era un escriba en las salas de la Gran Biblioteca.

– ¿Biblioteca?

– Un lugar donde se guardan miles de pergaminos y documentos. Los eruditos y los escribas venían de todo el mundo a trabajar y visitar la biblioteca. Descubrí que el tío de Selket había muerto, pero aún quedaba algo que me señalaría el camino. Era un escriba: a lo mejor había escrito algo en alguno de los pergaminos. Tenía que encontrar a alguien que me ayudara. Observé y estudié a las personas que trabajaban en la biblioteca y finalmente elegí a un escriba que parecía más accesible que otros. Había vivido entre los muros de la biblioteca durante casi toda su vida, y su trabajo era su única pasión. -Sonrió-. Se llamaba Tarik.

– ¿Tarik era un escriba? -En realidad no le sorprendió tanto cuando recordó la expresión en su rostro al mostrarles el manuscrito-. Continúa.

Layla negó con la cabeza.

– Me parece que ya te he contado bastante por el momento. Mucho más de lo que a Tarik le gustaría. Siempre ha aconsejado prudencia. Además, ya estás casi lista para deshacerte de la fatiga. Es hora de irse a dormir.

– No, deseo oír…

Layla se había puesto en pie y se dirigía hacia la puerta.

– Espera. No des un paso más hasta que me digas qué planes tiene Tarik para Kadar.

– Oh, desea que guarde el grial. -La respuesta era tajante.

– ¿Eso es todo?

– Te aseguro que es más que suficiente para causarle muchos problemas. -Abrió la puerta-. Tendremos que compartir el lecho. Acábate el vino y métete en la cama mientras bajo y me aseguro de que le han dado comida y cama a Haroun.

– Yo puedo hacer…

Selene se detuvo cuando la puerta se cerró tras Layla.

Estaba claro que la mujer no iba a tolerar discusión alguna.

Bien, quizá tuviera razón. Selene estaba cansada y le zumbaba la cabeza con todos los acontecimientos y revelaciones del día.

Pero no quería irse a dormir. Quería escuchar más. La había impresionado y horrorizado la historia de Layla. La época que pasó en la casa de Nicolás fue tremenda, pero vivir en una Casa de la Muerte… Podía entender por qué la mujer parecía dura y obstinada. Era un milagro que Layla se las hubiera arreglado para sobrevivir y no volverse loca en un lugar como ése.

Selene se dio cuenta con sorpresa de que estaba inventándose excusas para perdonar a Layla. La mujer era voluble, temeraria y seguramente dura como la piedra. Selene debería estar recelosa de compartir su aposento con ella, y esa noche ocuparían el mismo lecho. ¿Por qué no era más cautelosa?

Porque presentía que Layla tenía un resquicio de vulnerabilidad bajo esa dura capa en la superficie.

A lo mejor Layla y ella poseían cualidades similares. A Selene también le desagradaba que indagaran en su interior y le gustaba hacer las cosas a su manera. Bien, una de esas cosas era asegurarse de que Kadar estaba a salvo, y no podría hacerlo hasta saber de dónde venía el peligro. Mañana intentaría que Layla le contara más cosas.

Apuró su copa de vino y la puso en la mesa antes de desnudarse y meterse en la cama.

¿Dónde estaría Kadar en este momento?

La invadió una dolorosa soledad. No tenía ninguna lógica sentir este dolor. ¿Iba a estar así de atontada el resto de sus días?

Oh, Señor, mucho se temía que sí.


Selene estaba profundamente dormida, tendida sobre la cama como un bebé.

Layla movió la cabeza arrepentida mientras posaba su mirada en ella. No podía meterse en la cama con ella sin despertarla, y no quería hacerlo. Selene necesitaba dormir esa noche.

Bueno, Layla había dormido en una silla muchas otras veces. Se dejó caer en la que había frente a la chimenea. Hizo una mueca de dolor cuando intentó alcanzar su copa. Esa silla no tenía almohadones y era más incómoda de lo habitual.

Deja de quejarte. De todas formas no habrías dormido mucho.

Su mirada vagaba entre el fuego y Selene. Demasiado dolor. Demasiada pasión. Se daba cuenta de por qué Tarik había vacilado. Seguramente se había involucrado mucho con Kadar y Selene durante esas últimas semanas.

No te preocupes, Tarik. No te fallaré.

Pobre Tarik. ¿Era el cansancio o el desánimo lo que lo estaba empujando hacia ella? No importaba. Nada le importaba. Con tal de que volviera con ella.

Cerró los ojos con fuerza mientras la invadían oleadas de recuerdos.


Se estaba marchando.

– Pero te amo. -Las manos de Layla se aferraban a sus brazos con frenesí.

– Lo sé. -Los labios de Tarik estaban lívidos de dolor-. No importa.

– ¿Cómo puedes decir eso? Sí que importa. Quédate.

– Eres demasiado fuerte. Siempre me convencerías de que tú tienes la razón y de que yo estoy equivocado.

– Tengo razón.

Tarik negó con la cabeza y se separó de ella.

– No puedo seguir haciéndolo por más tiempo.

Esto la estaba matando. ¿Es que no se daba cuenta de que no podía vivir sin él?

– Entonces no lo hagas. Solo quédate conmigo.

– ¿Y ver cómo lo haces tú? Es lo mismo. No fue culpa tuya.

Él abrió la puerta. Ella no sería capaz de detenerlo, se dio cuenta de ello con desesperación.

– Entonces márchate. Vive con tu maldita culpabilidad. Come con ella, duerme con ella.

– No quiero hacerte daño.

– No me lo estás haciendo. -Ella alzó la barbilla-. Te olvidaré. ¿Para qué necesito un necio como tú?

Él cerró la puerta tras de sí.

¡Tarik!


No debía dejar que volvieran los recuerdos. La angustia era demasiado intensa. Es como si lo estuviera reviviendo de nuevo. ¿Cuántas veces durante los últimos años había sofocado sus recuerdos de esa escena y cerrado esa parte de su corazón?

Pero ahora estaba bien recordar. Había motivos para pensar que por fin estaba cediendo.

Le había enviado a Selene.


Selene se percató de que estaba terriblemente enferma incluso antes de abrir los ojos.

Apenas pudo llegar hasta el lavamanos que había al otro lado de la estancia antes de empezar a vomitar.

– ¿Qué sucede?

Había alguien detrás de ella. Layla.

– Respóndeme.

Dios santo, ¿es que esa estúpida mujer no veía que era incapaz de contestar?

Layla se encontraba a su lado, rodeando los hombros de Selene con el brazo mientras la ayudaba a caminar.

– No es nada… creo.

– Sí es algo. Me estoy muriendo. -Tenía el estómago vacío pero todavía se sentía fatal. Fue tambaleándose hasta la cama y se metió como pudo bajo las sábanas-. Vete.

– No te estás muriendo. -Layla estaba de pie junto a su lecho-. No lo permitiré.

Abrió los ojos y vio a Layla con el ceño fruncido, mirándola.

– Vete.

– No estás siendo sensata. Si estuvieras enferma de verdad, yo sería la única que podría ayudarte. Ahora no digas nada mientras decido qué medidas tomar.

Selene se sentía demasiado enferma como para discutir. Cerró los ojos, procurando luchar contra las náuseas que la abrumaban.

Corrían hilillos de agua fría por su cara y por las sábanas.

Dio un grito entrecortado, abrió los ojos de golpe y vio a Layla blandiendo con vigorosa autoridad un paño chorreando.

– Me estás ahogando.

Layla la miró enfadada.

– Bueno, no sé hacerlo de otra manera. Ya te dije que no se me daban bien este tipo de cosas.

– Tienes toda la razón.

– Y además no puedes estar enferma. No entraba en mis planes… ¿Por qué estás así?

Por si no era suficiente con estar enferma, esa despiadada mujer encima pretendía que se disculpara.

– Seguramente es por estar en la misma habitación que tú -dijo entre dientes.

– No lo creo. ¿Te duele algo?

– Todavía no. -Se acurrucó entre las sábanas-. No tengo ganas de hablar.

– Debemos encontrar dónde está el problema. ¿Te sentó mal el estofado de carne que cenamos anoche?

– Quítame ese trapo de encima o te lo tiraré a la cara.

– Está bien. De todas formas no te está sirviendo de nada. Siempre he tenido la sospecha de que mojar la frente está sobrevalorado.

– Procuraré dormirme otra vez. Déjame sola.

– Supongo que te sentará bien. -Layla se dejó caer sobre la silla-. Pero te despertaré si el sueño parece demasiado profundo.

Seguramente con otro baño de agua helada.

– Si lo vuelves a hacer, te estrangulo.

– Infeliz desagradecida. -Sin embargo la suavidad con la que acomodó las sábanas de Selene contrastaba con la rudeza de su tono-. Descansa. No dejaré que nada te haga daño.


La náusea se le había pasado cuando de nuevo abrió los ojos.

– ¿Mejor? -preguntó Layla-. ¿Te apetece comer algo?

Aún tenía la mente demasiado nublada por el sueño como para pensar con claridad.

– No lo sé.

– Deberías comer algo. Ya ha pasado el mediodía. Has estado durmiendo toda la mañana.

Se dio cuenta con asombro de que tenía hambre. Había desaparecido todo rastro de enfermedad y se sentía maravillosamente bien. Era como si la enfermedad de esa mañana nunca hubiera existido.

Mareo mañanero.

¡Madre de Dios!

– Pareces enferma otra vez -suspiró Layla-, ¿Necesitas una palangana?

– No -susurró-. Estoy bien.

– Te has puesto pálida -dijo frunciendo el ceño-. Dime algo o te juro por Dios que vuelvo a empaparte la cara.

– Estoy encinta.

– ¿Qué?

Selene se sentía tan aturdida como la propia Layla.

– Tengo mucho retraso en mi menstruación, y este mareo es como el que tenía mi hermana durante los primeros meses de embarazo.

– ¿Estás segura?

No le cabía la menor duda. Qué extraño y maravilloso a la vez estar tan segura de que el hijo de Kadar estaba creciendo en su vientre.

– No quería creerlo. Me negaba a pensar en ello.

– ¿Es que no quieres a este hijo?

– Por supuesto que sí. -La respuesta le salió con una ferocidad que incluso le sorprendió a ella.

Layla la cogió de la mano.

– No la tomes conmigo. Es una pregunta razonable. Has dicho que no querías creerlo, y tanto tú como tu bastardo lo tendréis difícil en este mundo.

– Lo sé. -Pero no quería ser razonable. Se sentía tranquila y apacible como la miel tibia. Nunca había imaginado que sería así. ¿Dónde estaban todos aquellos miedos y temores? Un hijo era un inconveniente, incluso un peligro. Nada de eso parecía tener importancia-. ¿Crees que permitiría que llamaran a mi hijo bastardo?

– ¿Cómo podrás evitarlo?

– Me casaré con Kadar. -Se sentó en la cama y se puso en pie de un salto-. Me desposará para proteger a nuestro hijo.

– ¿Y luego qué?

– Regresaré a Montdhu como era mi intención. -Se acercó hasta la jofaina y se enjuagó la boca. Madre mía, tenía un sabor horrible-. Llama a Mario. Necesito un baño y una comida antes de ponerme en camino.

– ¿Y adónde vamos?

– A Roma. Me vas a llevar a casa de Tarik.

– ¿Ah, sí?

– Si no iré yo sola a buscarla. -Selene la miró por encima del hombro-. Seguro que aquí no me voy a quedar, y no creo que me dejes ir sola, si crees que Tarik me envió a ti.

– Muy lista. Yo no lo haría -dijo frunciendo el ceño-, aunque las cosas no están saliendo como esperaba.

La euforia no duraría mucho, el miedo y la depresión podrían llegar pronto, pero ahora debía aprovechar el buen momento en que se encontraba.

– Aprovecharemos lo bueno de esta situación.

Layla sonrió débilmente al ver el rostro radiante de Selene.

– Sí, lo intentaremos. -Se dio la vuelta-. Muy bien, pero nos llevaremos a Haroun y a Antonio.

– No quiero que Antonio venga.

– ¿Porque es mi sirviente? Vendrá de todas formas. No te preocupes, le diré que se mantenga lo más alejado posible, fuera de nuestra vista. No emprenderé este viaje sin un guardia que nos haga la vigilancia. -Miró por encima del hombro-. Nasim no es estúpido. Nos perseguirá.


SIENBARA


– Génova -dijo Balkir-. Tarik tiene un barco allí. Hemos preguntado a todo el mundo en el castillo y en el pueblo. Tiene que ser Génova.

– Es demasiado obvio -dijo Nasim frunciendo el ceño-. Demasiado fácil. Tarik es un hombre engañoso.

– ¿Voy otra vez a preguntar?

– Estúpido. ¿Y si es Génova? ¿Vamos a dejarles que hagan la mitad del camino a Escocia antes de alcanzarlos?

– Pero dijisteis que…

– Probaremos con Génova -dijo furioso-. Es posible que la mujer haya salido antes de aquí que Tarik y Kadar. A lo mejor han intentado despistarme yendo en diferentes direcciones. Es una trama digna de Kadar y Tarik.

– ¿Entonces abandonamos Sienbara de inmediato?

Asintió de manera cortante mientras se montaba en su caballo.

– Sin más tardanza.


– Otra vez no -suspiró Layla mientras se arrodillaba por tierra junto a Selene-. Es la tercera vez desde que emprendimos el viaje. ¿Cuándo se acaban estos mareos mañaneros? Son de lo más desagradable.

– No puedo evitarlo -dijo entre arcada y arcada-. Además no tienes ni idea de cómo va esto si crees que puedo controlarlo. Apuesto a que tú vomitaste muchas veces en la Casa de la Muerte.

– Solamente una vez. Los golpes que recibí por mostrar mis emociones me hicieron dudar antes de mostrar debilidad otra vez.

– Bien, pues no me das ninguna pena. -Pero el caso es que sí se la daba, y eso le fastidiaba aún más-. Vuelve a tu jergón y déjame sola.

– Eres tú la que me despiertas con tus arcadas entre los matorrales -dijo poniendo cara de asco-. Y además me molesta que Haroun me mire con esos ojos llenos de reproche. No has creído apropiado contarle el por qué de tu aflicción y se imagina que soy una mujer cruel y antinatural por ignorarte.

– No me importa. Tiene razón. Eres una mujer cruel y antinatural.

– Anda, toma. -Layla le extendió un paño húmedo-. Mójate tú misma la frente, ya que mis cuidados no te satisfacen.

– ¿Cuidados?

– Lo procuro. ¿Acaso no hago la vista gorda dejándote dormir toda la mañana después de haberme despertado al amanecer con toda esta tontería?

– No son tonterías. Muchas mujeres tienen este problema cuando están encinta. Y además nunca te he pedido…

– Sí, lo sé, -Le retiró suavemente el cabello de las sienes-. Es un milagro que las mujeres tengan más de un hijo si tienen que pasar por esto cada vez.

– No seas tonta. ¿Cómo podrían evitarlo?

– Hay maneras.

El mareo estaba por fin remitiendo. Se sentó sobre los talones y respiró profundamente.

– ¿Nunca has tenido un hijo?

Layla negó con la cabeza.

– Y seguramente ha sido por mi bien. Como puedes ver, no soy muy tierna que digamos.

Selene sintió una leve punzada de dolor bajo las aparentemente descuidadas palabras de Layla y dijo de manera impulsiva:

– Creo que serías muy buena madre.

Los ojos de Layla se abrieron con sorpresa.

– Lo serías -insistió Selene-. Eres fuerte e inteligente, y protectora.

– Eso haría de mí un buen padre, no una buena madre -afirmó Layla secamente.

– Bueno, ¿quién dice que tiene que haber ternura? Además, pienso que cuando quieres también sabes ser… tierna.

– Casi te atragantas al pronunciar esa palabra. -Layla cogió el paño húmedo y le dio a Selene unos ligeros toques en los labios-. Es evidente que estás algo mareada. Es hora de volver al jergón.

– No estoy mareada. -Pero cuando intentó ponerse en pie notó lo débil que se sentía debido al bebé que llevaba dentro de ella-, No tengo que dormir toda la mañana. Me conformo con descansar un rato. Sé que no tenemos tiempo que perder.

Layla asintió y se levantó.

– No, hay demasiadas personas en Sienbara que saben que Tarik tiene un barco en Génova. Nasim no tendrá problemas para encontrar alguien que lo informe de ello, y Génova es un lugar pequeño.

– Pero ya no estamos en Génova.

– Mario todavía está allí, y su lengua es tan floja como su cerebro.

– ¿Crees que le dirá hacia dónde nos dirigimos?

– Con un poco de persuasión -respondió encogiendo los hombros-, o quizá no tanta.

– Entonces debemos ponemos en camino de inmediato.

– ¿Y arriesgarnos a que te caigas del caballo y te rompas algo? Entonces sí que tendríamos un problema. Unas pocas horas darán igual. Las recuperaremos al final del día, antes de parar para dormir.

Selene no estaba tan segura de que diera igual.

– Solo una cabezada.

– Ya veremos. -Agarró a Selene por el brazo y la empujó suavemente hacia la hoguera-. Déjamelo a mí. Yo también necesito dormir un poco después de presenciar el desagradable espectáculo que has ofrecido.

– Yo no te he pedido… -Las protestas para Layla eran como si oyera llover. Además, empezaba a darse cuenta de que debía prestar más atención a las acciones de Layla que a sus palabras. Hablaba con crudeza y con una falta total de delicadeza, pero durante los últimos días no se había apartado ni un momento de su lado, vigilándola discretamente, ayudando siempre que podía. A lo mejor Layla no podía ser de otra manera después de la vida que le había tocado vivir. Selene comprendía su necesidad de construir muros alrededor. Ella misma los había levantado, y bien altos-. Te… agradezco tu ayuda.

Layla la miró con sorpresa.

– ¿Entonces ya no soy cruel y estúpida?

– Sí, pero he decidido que no puedes evitarlo y que se te debe perdonar -dijo con una leve sonrisa-, aunque te advierto que quizá mañana por la mañana, cuando empieces a despotricar contra mí, no sienta lo mismo.

– Entonces deberías procurar controlar estos mareos. Me fastidian.

– Díselo al bebé. -Había llegado hasta su jergón y se había arrodillado-. Parece que no puedo controlarlo. A mi hermana le duraron hasta bien entrado el cuarto mes.

– No tiene por qué ser así. No es justo que las mujeres sufran así. Si yo estuviera encinta, encontraría una cura para prevenir esos estúpidos…

– Seguro que lo harías -dijo Selene acurrucándose entre las mantas y cerrando los ojos-. De todas formas, busca algo para prevenirlos. Pero calladita -dijo bostezando-, muy calladita. Necesito dormir un poco más.

– Muy bien. -Oyó cómo Layla se metía entre sus mantas al otro lado de la hoguera-. Sin embargo no deberías sucumbir ante ello. Es un insulto a nuestro cuerpo el que tengamos que pasar por esta prueba. Las mujeres deberíamos encontrar una manera de no sufrir a la hora de traer hijos al mundo.

– Bien, encuéntrala. Necesito dormir.

– Así que se pasa después de los cuatro meses. ¿Y si tienes otro hijo? ¿Tendrías que pasar por todo esto otra vez? No sería…

– Layla.

Layla suspiró y luego permaneció en silencio.

Selene ya estaba casi dormida cuando Layla murmuró:

– Probaremos con hierbas.

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