– Puedes utilizar el grial -anunció Tarik-. Pero Layla y yo iremos contigo, y si consideramos que el grial está en peligro, no esperes que lo dejemos a tu custodia.
Kadar asintió.
– Esta es la decisión de Tarik. Espero que estés satisfecho. Te has aprovechado de su sentimiento de culpabilidad -arguyo Layla-. No es mi voluntad. Creo que es una auténtica locura. Te vigilaré muy de cerca.
– Sé que lo harás -replicó Kadar-. Yo también te estaré vigilando.
Ella lo miró inquisitivamente.
– Te considero una mujer peligrosa si alguien te contraría en tus planes.
Se miraron a los ojos.
– Ni te lo imaginas.
– También creo que en el pasado tú también te aprovechaste de los sentimientos de Tarik.
– Sí, es cierto. Habría utilizado a cualquiera para liberarme de los sacerdotes y de esa odiosa casa -admitió con calma-, pero eso ocurrió hace mucho tiempo,
– ¿Cuánto tiempo exactamente?
Miró a Tarik.
– ¡Ah, preguntas y más preguntas! Ha estado pensando desde que le hiciste la oferta.
– Yo cumplo mis promesas -aseguró Kadar-. Deseabas que hiciera preguntas y las estoy haciendo. -Se volvió hacia Tarik-. Dices que al principio no creías en Eshe. ¿Y ahora?
Tarik asintió.
– ¿Por qué?
– La única manera de probarlo era tomándolo nosotros mismos. Una noche Layla y yo tuvimos una celebración. Tomamos pastelillos de miel y vino, y al final de la velada hicimos un brindis. -Se encogió de hombros-. Y al día siguiente nada había cambiado. No sabíamos qué esperar, pero tenía que haber algo.
Layla sonrió, rememorando viejos tiempos.
– Había algo. Un fuerte dolor de cabeza provocado por el vino.
– Cierto. -Tarik le devolvió la sonrisa-. Y la convicción de que todos nuestros esfuerzos habían sido en vano.
– Tu convicción. Yo todavía creía.
Tarik asintió.
– Yo solamente deseaba olvidar y continuar con nuestras vidas. Hicimos planes para huir de la ciudad. Me las arreglé para sacar a escondidas a Layla de la ciudad y llevarla donde vivía mi hermano, Chion, en el campo. Iba a reunirme con ella a la semana siguiente.
– ¿Y no lo hiciste?
– Los sacerdotes se enteraron de que Layla me había visitado la noche antes de su desaparición. Intentaron persuadirme para que les informara de su paradero.
– ¿Persuadirte?
– Lo torturaron -susurró Layla-. Le rompieron todos los huesos del pie, pero no habló.
– Tuve suerte de que fuera lo único que les dio tiempo a hacer. El bibliotecario mayor era un gran amigo mío y tenía influencia en la corte. Se las arregló para hablar con Ptolomeo y obligar a los sacerdotes a que me liberasen. Luego encontró la manera de sacarme de la ciudad.
– Estuvo un año sin poder andar. -El tono de Layla sonaba forzado-. Y cuando lo consiguió, mira cómo quedó. Fue un tonto. Tenía que haberles dicho dónde me encontraba.
– Ya hemos hablado de esto muchas veces -dijo Tarik-. Deja de culparte. Si hubiera hablado, me habrían matado. Lo hice por mí.
Ella negó con la cabeza.
– ¿Y los sacerdotes nunca te encontraron?
– No -respondió Tarik-. Cuando me recuperé, abandonamos Egipto y fuimos a Grecia. Mi hermano, Chion, se vino con nosotros.
Kadar recordó:
– El hermano que se volvió loco.
– No fue culpa de Tarik -abogó Layla en su defensa.
– No he dicho que lo fuera. No tengo por qué saberlo. Pero estoy intentando averiguarlo. Si tú no te volviste loco después de tomar la poción, ¿por qué Chion sí?
– No se volvió loco de repente. Fue después.
– ¿Cuánto tiempo después?
Tarik se encontró con su mirada.
– Doscientos años.
Kadar se quedó de piedra.
– Doscientos…
– Como dijo Layla, era un hombre sencillo, débil. Había visto morir a demasiados seres queridos.
– Doscientos años. -Kadar no podía sobreponerse a semejante afirmación. Negó con rotundidad-. No es posible. Pensé que quizá ochenta. Y eso, poniendo mucha imaginación.
Ambos se le quedaron mirando, esperando.
Conocía la pregunta cuya respuesta esperaban impacientes.
– ¿Hace cuánto te tomaste la poción?
– Ptolomeo XIV estaba en el poder. Murió el año en que nosotros nos fuimos a Grecia y su hermana Cleopatra ocupó el trono que le dio Julio César. Esto tuvo lugar más de cuarenta años antes del nacimiento de Cristo.
– ¿Antes del nacimiento de Cristo? -Kadar lo observó maravillado-. ¿Me crees loco a mí también?
– Incrédulo, no loco.
– ¿Y cuánto tiempo pretendes estar vivo?
Tarik se encogió de hombros.
– Yo no pretendo nada. No me atrevería. No sabemos nada de esto. Podría morir mañana mismo.
– ¿O vivir para siempre?
– ¡Dios mío, espero que no!
– ¿Y no habéis envejecido?
Tarik negó con la cabeza.
– Ahora podrás comprender por qué me siento tan culpable por dejarte utilizar el grial. Es una enorme carga la que he depositado en ti.
– Es más bien un enorme regalo, diría yo -corrigió Layla.
– Como puedes comprobar, Layla y yo tenemos diferentes puntos de vista respecto a Eshe. Después de que Chion muriera, no pude darle la poción a nadie más. No tenía derecho.
– ¿Quién más tiene el derecho? -preguntó Layla-. ¿Deberíamos esconderlo en una cueva y dejarlo en el olvido? A medida que pasen los años, seguramente llegará el tiempo en que será seguro sacarlo a la luz.
– ¿Y no crees que ya ha llegado la hora? -cuestionó Kadar.
– Algunas de las hierbas son raras. Solamente se podría hacer una pequeña cantidad al año. ¿Te das cuenta de la conmoción que sacudiría a la cristiandad si todo el mundo supiera de su existencia pero solo pudiéramos ofrecérselo a unos pocos?
– Desde luego -reconoció Kadar torciendo el gesto-. Y tú tendrías suerte si no te quemaran por brujería… o blasfemia.
– He estado a punto de ello en un par de ocasiones últimamente -dijo Layla-. Juicios erróneos. Es una época terriblemente oscura, y no todo el mundo puede aceptar regalos. Les asusta.
– Me pregunto por qué -comentó Kadar con sequedad.
Tarik estaba mirando a Layla.
– No me lo habías contado.
– ¿y por qué había de importarte? No estabas allí. Estabas viviendo felizmente en Sienbara con tu Rosa. -Apretó los labios-. Me sorprende que no estuvieras tentado de darle Eshe a ella también.
– Podría haberlo hecho. No tuve la oportunidad. Murió al caerse de un caballo.
Kadar apenas los escuchaba.
– Y, si tengo que creerte, ¿podría vivir tanto como tú?
– Es posible. -Tarik lanzó una mirada a Layla-. Cedo la palabra a su gran experiencia.
– Casi seguro -respondió Layla.
Kadar se sintió como si lo hubieran aporreado. Había estado jugueteando, dándole vueltas a la idea en menor escala. Pero esto era algo completamente distinto.
– Esto es como para aturdir a cualquiera. Por ese motivo siempre hemos ido muy despacio antes de contárselo a alguien. -Tarik no apartaba la mirada del rostro de Kadar-. Yo tuve suerte. No me llevé un susto como el tuyo. Los años fueron pasando y fui aceptándolo gradualmente.
Kadar procuraba encontrar la salida de este laberinto.
– El manuscrito…
– Vagué por ahí durante mucho tiempo cuando Layla y yo nos separamos. Me instalé una temporada en Bretaña. -Sonrió-. Me hizo gracia oír hablar de la obra de De Troyes. No me divirtió tanto cuando Nasim se abalanzó sobre ella con tal ferocidad. Nos encontramos en dos ocasiones. La primera cuando Nasim era joven y la segunda hace nueve años. Él había envejecido, yo no.
– Y había oído rumores sobre tu tesoro.
– Efectivamente. -Tarik ladeó la cabeza y lo miró con curiosidad-. ¿Alguna otra pregunta?
– Solo una. Selene. ¿Le diste a ella la poción?
Cualquier rastro de regocijo desapareció de la expresión de Tarik
– No, nunca. Ella es maravillosa, pero no es como tú. Tú estabas curtido por cien batallas. Presentía que sería más seguro dártelo a ti. Selene tiene un carácter muy impetuoso y yo no podía prever ninguna de sus respuestas. Si quieres que lo tome ella también, se lo tendrás que dar tú mismo. Yo no me haré responsable.
– ¿Cuándo vas a tomar alguna responsabilidad, Tarik? -preguntó Layla-. No puedes reducir tus posibilidades a un solo hombre. ¿Y si se muere? ¿Quién protegerá el grial? ¿Quién tomará la decisión cuando sea la hora de que el mundo conozca la existencia de Eshe?
– Tú, si pudieras, darías Eshe a todas las personas sobre la faz de la tierra. ¿Y su sacrificio? -Se volvió hacia Kadar-. Estarás tentado de darle la poción a Selene. La amas y querrás mantenerla contigo. Pero una vez tomada, no hay vuelta atrás. ¿Arriesgarías su cordura? ¿Y toda la amargura y el dolor que sufriría? ¿Y qué me dices del aburrimiento y del cansancio? ¿Qué me dices del viajar constante para no echar raíces y evitar que la gente de alrededor se dé cuenta de que ella aún es joven y atractiva mientras ellos envejecen? Por no hablar del peligro de la tortura y la muerte por parte de aquellos que la teman o quieran el secreto para ellos.
– Estás pintando un panorama espantoso -comentó Kadar.
– Puede ser espantoso.
– La vida también -intervino Layla-. Pero también puede ser agradable. ¿Es que tenemos que morir todos en el vientre por temor a enfrentarnos a los rigores de la vida?
No había duda de que estaba presenciando una vieja y amarga batalla entre ellos, y Kadar ya tenía bastante con lo suyo como para tener que escuchar sus discusiones.
– La decisión no será mía. Yo no soy como tú, Tarik. Yo le daría la oportunidad de elegir.
Tarik se estremeció.
– Eso no es justo. Tú no eres capaz de…
– Sin embargo, tú estabas planeando hacerlo de todos modos. Manipulaste a Nasim para que me trajera hasta tu puerta y luego… -Movió la cabeza cuando se dio cuenta del tema que estaba discutiendo-. Por Dios santo, estoy hablando como si creyera en todo esto. Es la historia más increíble que he oído en mi vida, y no hay manera de comprobar si es verdadera o falsa.
– Obtendrás la prueba dentro de unos cien años -dijo Layla-. Suponiendo que no cometas ninguna tontería y te maten en el campo de batalla.
– Cien años. -No podía soportarlo más. Se dio la vuelta para marcharse-. Tengo que ir a contarle a Selene que habéis accedido a dejarnos utilizar el grial.
– ¿Y nada más?
– ¿Por qué habría de decirle algo que ni yo mismo creo?
La sonrisa de Tarik era triste.
– Sin embargo estás empezando a creértelo, ¿no es cierto? Que Dios lo ayudase, así era. No creía en brujería, y si Tarik y Layla le hubieran dicho que el grial era mágico, podría haber hecho caso omiso del resto de la historia. Pero el descubrimiento de la poción a través de una curiosidad insaciable y un duro trabajo era un concepto con el que él podía identificarse. Por experiencia propia, sabía los milagros que se podían forjar con esas dos armas.
– No importa si lo creo o no. Hasta que no pueda comprobarlo, solo tengo que vivir mi vida como si esta historia fuera una locura. -Añadió haciendo una mueca-: Lo que probablemente será verdad.
– Entonces ahora tendrás más cuidado con el grial -dijo Tarik-, porque, en el fondo de tu corazón, conoces su valor.
– Tendré cuidado porque te he dado mi palabra y no por otro motivo. No puedo tener en cuenta nada de esta locura. Hay que hacer planes.
– Me sorprende que no los hayas hecho ya. -El tono de Tarik estaba teñido de un leve sarcasmo-. Parecías muy seguro de mí.
– Tengo algunas ideas al respecto -reconoció Kadar sonriendo-, pero Selene también tiene sus planes. Desea involucrar a un viejo conocido que seguramente te costará una buena cantidad de oro. ¿Sabes algo del paradero de Vaden?
– Éste es un lugar repugnante. -Selene iba sorteando con cautela los desechos que llenaban el callejón por doquier-. Además huele a estiércol y…
– Deja ya de quejarte. Tú has querido venir. -Kadar la agarró por el codo-. La posada está ahí delante. No te alejes de mi lado. Por lo que dijo Tarik, es un antro frecuentado solo por soldados y prostitutas. -Empujó la puerta-. No te sorprendas si ves cosas que no quieres ver. En un lugar como éste, nadie busca intimidad cuando quiere dar rienda suelta a su deseo.
– Entonces no se diferencia mucho de la Casa de Nicolás.
Pero sí era diferente. Aquel lugar era como comparar la limpieza inmaculada de la seda de la casa de Nicolás con el cuero.
Poca iluminación.
Ruido.
Humo.
El olor acre a sudor, a vino y a cerveza inundó la nariz de Selene mientras seguía a Kadar por la habitación. Solo había algunas velas encendidas en medio de la oscuridad. La estancia estaba abarrotada, las mesas llenas, pero no podía distinguir las caras de ningún hombre o mujer allí presentes.
– No lo veo. ¿Estás seguro de que lo encontraremos en este lugar?
– No. Tarik dijo que solía pasar aquí sus ratos libres mientras no estaba vendiendo su lanza a los señores de estos pagos. Puede que incluso no se halle en Roma. ¿Por qué estás tan empeñada en encontrarlo?
Ni ella misma lo sabía. Quizá fuera la casualidad la que repentinamente había sacado a Vaden de las tinieblas del tiempo. Casi parecía una señal.
– Él nos ayudó en el pasado. Si sigue vendiendo su lanza, Tarik podrá comprarlo para nosotros-. Frunció el ceño-. Esto está muy oscuro. Tendremos que adentrarnos hasta el fondo si queremos encontrarlo.
– En realidad yo nunca conocí a Vaden. ¿Serías capaz de reconocerlo?
– Tiene el pelo claro. -Ella solamente lo había visto una vez, luego su rostro se había ennegrecido por el humo del tiempo-. Como un león. Reconocería su pelo.
Nadie parecía prestarles mucha atención mientras se movían entre las mesas. Estaban demasiado ocupados con sus propios placeres.
– Bien, no veo ninguna cabellera clara en este lugar. Los romanos suelen ser morenos.
Selene se fijó en una mujer desnuda sentada a horcajadas sobre un joven soldado que emitía sonidos guturales desde el fondo de su garganta. Pensaba que no la iba a impresionar, pero la visión le trajo demasiados recuerdos de las mujeres que había conocido de niña.
– ¿Has poseído alguna vez a una mujer en un lugar como éste?
– Solo cuando el hambre aprieta y no queda más remedio.
– ¿Las pagaste bien?
– Sí, ya te lo he dicho, pasé algún tiempo en una casa de placer. Nunca las engañaría.
– Estas mujeres no parecen… ¿Crees que les pagarán bien?
– No. -Concentró la mirada en su rostro-. Las cosas son así. Es una vida dura. Tienen algo que vender y con ello se pagan una comida, un lugar donde pasar la noche. Nada más. En comparación, las mujeres en la Casa de Nicolás eran muy afortunadas.
– No eran más afortunadas. Eran esclavas. Por lo menos estas mujeres pueden elegir.
– Efectivamente. -Una expresión indefinible asomó en el rostro de Kadar-. Elegir es importante.
Tenía la extraña sensación de que ya no se refería a las mujeres de la Casa de Nicolás.
Pero enseguida se le pasó y miró hacia otro lado.
– Si no lo ves, podemos marcharnos. Este sitio es muy desagradable…
– Ahí. ¿Qué es eso? -Había divisado algo en un rincón oscuro del salón… algo brillante, que se movía. Se acercó con impaciencia-. Podría ser…
Una cabellera de color aleonado flotando sobre unos hombros desnudos…
Los hombros no eran la única parte de su cuerpo que estaba al descubierto. Tenía la túnica tirada en el suelo, y se encontraba en cuclillas entre los muslos de una mujer igual de desnuda que él. Él se movía con rapidez, arremetiendo con fuerza, murmurando palabras excitantes a la ramera que tenía debajo. No necesitaba estímulo alguno. Era evidente que estaba entregada por completo y que su placer era absoluto.
– ¿Es él? -preguntó Kadar.
– No puedo verle la cara. -La cabeza del hombre estaba apoyada sobre la mujer, largos mechones de pelo aleonado velaban sus rasgos-. Tendré que verlo más de cerca.
– No te acerques demasiado. Si lo interrumpes en estos momentos podría molestarse.
– Me parece que está demasiado ocupado como para enterarse.
– Es la mujer la que está ocupada. Él es un guerrero y está adiestrado para percibir un ataque.
– No lo estoy atacando -dijo acercándose más-. Solo deseo ver su…
Levantó la cabeza y se echó el pelo hacia atrás.
Vaden.
Incluso cubierto de humo y hollín no le cabía la menor duda de que era él. La regularidad de sus facciones era inconfundible, aunque nunca se había fijado en lo atractivo que era. Esos profundos ojos color azul zafiro eran imposibles de pasar por alto. Su rostro era lo más sorprendente: podría haber pertenecido a Adonis, o teniendo en cuenta el color pardo rojizo de su pelo, quizás a Apolo.
– ¿Y bien? -preguntó Kadar.
– Es Vaden.
Debió oír su nombre. Se quedó paralizado, apartó la mirada de la mujer.
Selene se preparó instintivamente cuando sus ojos se encontraron con los de Vaden. En menos de lo que se tarda en parpadear, se sintió evaluada, juzgada y rechazada.
Vaden volvió a su apareamiento.
Ella estaba desconcertada.
– ¿Y ahora qué hacemos?
– Bien, no lo interrumpamos. Terminará enseguida.
Esperaba que fuera así. Se sentía incómoda ahí de pie viéndolo copular.
Y no solamente incómoda.
– Nadie se dará cuenta -le murmuró Kadar al oído-. Podemos buscar un rincón para nosotros.
Kadar solo obtuvo una negativa por respuesta.
Pero mirar a un hombre tan apuesto como Vaden en pleno acto sexual estaba provocando en ella una oleada de calor por todo el cuerpo. Nunca había entendido el significado del tapiz en la habitación de la torre y la excitación que produce ver cómo fornican otros.
Ahora lo entendía.
Gracias a Dios, estaban terminando. Un momento después él se levantó, empujando a la ramera hacia un lado.
Se reía a carcajadas cuando se puso la túnica y buscó la bolsa con el dinero. Acarició la espalda de la mujer y le puso una moneda en la mano. Se volvió hacia Selene y sonrió.
– Estoy un poco cansado en este momento, pero dame tiempo. La noche es larga.
Kadar no pudo reprimir la risa al ver la expresión de horror en el rostro de Selene.
– ¿Qué esperabas? Te lo dije, aquí solo vienen prostitutas. No viene a fornicar contigo, Vaden. No estamos aquí por eso. -Se acercó un paso-. ¿Te acuerdas de mí?
La expresión divertida abandonó el rostro de Vaden.
– Kadar.
– Esperaba que me reconocieras. Nunca nos hemos visto, pero yo estaba con Ware en la época en que lo vigilabas y acechabas. -Hizo avanzar a Selene-. A lo mejor no recuerdas a Selene. Ella era mucho más joven cuando os conocisteis.
– Creo que debería acordarse -dijo Selene secamente-. Si tenemos en cuenta que me tiró del caballo y amenazó con matarme.
Vaden sonrió.
– Claro que te recuerdo. Eres la hermana de la mujer de Ware.
– Su esposa -corrigió ella-. Están casados.
Vaden hizo un gesto de indiferencia.
– No puedo acordarme de todo. -Se dejó caer en una silla y cogió su copa de vino-. Ella no debería estar aquí, Kadar.
– Lo sé. Insistió en venir. ¿Podría persuadirte para abandonar este lugar y venir con nosotros?
– No. -Se llevó la copa a los labios-. Me gusta esto.
– Apesta -dijo Selene sucintamente.
– Cierto. Deberías salir de aquí antes de que tu delicada nariz se ofenda más. Pero estoy un poco bebido y tengo por costumbre no meterme en oscuros callejones a menos que tenga todos mis sentidos alerta.
Selene tomó asiento en la silla que había frente a él.
– Queremos que nos ayudes.
– Ya te ayudé una vez -dijo sonriendo-. No esperes más de mí. No soy un hombre generoso.
– No estamos pidiendo tu generosidad -repuso Selene-. Necesitamos tu espada. Te pagaremos bien.
– ¿Ware?
Ella negó con la cabeza.
– Ware no sabe nada de esto. Tarik. ¿Lo recuerdas?
Bebió un sorbo de vino.
– ¿Cómo podría olvidarlo? Le vendí mi derecho de nacimiento. ¿Lo está disfrutando?
– Es una casa preciosa.
– Sí. -Desvió la mirada hacia Kadar-. Estás encima de ella igual que lo estabas con Ware. ¿No te hartas de proteger a todos los que te rodean?
– Se ha convertido en una costumbre.
– Siempre me ha parecido raro. Especialmente después de descubrir tu asociación con los asesinos.
– Ware me dijo que pasaste algún tiempo con Sinan. ¿Tuviste la oportunidad de conocer a Nasim?
– Vino en un par de ocasiones a la fortaleza mientras yo estaba allí. Sinan parecía aprender de él. -Sonrió-. Era divertido verlos juntos. Nunca pude dilucidar quién de los dos tenía el alma más oscura.
– Nasim -aseguró Selene.
– Es posible -dijo apoyándose en el respaldo de la silla-. Me imagino que es Nasim a quien queréis derrotar.
– Sí.
– Entonces la discusión ha tocado a su fin.
– No sin ayuda -intentó convencer Kadar.
– Ya conoces el poder de los asesinos -dijo Vaden-. No tiene límites. Si mato a Nasim, sus sicarios me perseguirán durante el resto de mis días.
– No serías tú quien tendría que darle el golpe de gracia.
– En ese caso solo me perseguirían durante la mitad de mi vida.
– Tarik te pagaría muy bien -intervino Selene-. ¿Qué es lo que quieres?
– Ya tengo lo que quiero. -Hizo un gesto señalando al oscuro salón. Un ambiente que levante los ánimos. Compañía agradable. Buen vino.
– ¿Qué quieres? -repitió Selene.
– Vivir un año más.
– Si te prometemos que Nasím nunca se enteraría…
– Se enteraría -dijo fijando sus ojos en ella-. Estás muy decidida. ¿Por qué yo? Hay otros guerreros. Lo reconozco, no tan magníficos como yo. Y no muchos se enfrentarían a Nasim, pero podría darte un par de nombres.
– Te quiero a ti.
Le brillaron los ojos.
– Ya te he dicho que estoy cansado. Pero si insistes, procuraré…
– Déjalo. -Selene sentía cómo el rubor le subía por las mejillas-. Estás intentando disuadirme. No lo conseguirás por ese camino.
– La sugerencia de intimidad me está empezando a molestar -dijo Kadar con una sonrisa sardónica-. Selene cree que tu participación es imprescindible. Para ser sinceros, tu aparición en este preciso momento y lugar parece caída del cielo.
– No tengo nada que ver con el cielo y no tengo credenciales en ese lugar.
– Ni me importa. Te necesito -insistió Selene-. Ware confiaba en ti. Si nos ayudas, te prometo que nadie te hará daño.
Kadar le presionó el hombro.
– Vamos a dejarlo que lo piense. Estaremos en la villa. Cuando tengas la mente más despejada, quizá puedas hacernos saber tu decisión.
Selene se levantó a regañadientes. Suponía que Kadar tenía razón. No estaban llegando a ninguna parte con Vaden.
– Ayúdanos, Nasim es un monstruo. Hace daño a mucha gente.
Vaden se la quedó mirando con esos fríos ojos azules que parecían un lago glaciar.
– ¿Te ha hecho daño a ti?
– Sí-susurró-. Me ha hecho daño.
Fijó la mirada en su copa de vino.
– A mí no me ha hecho nada.
Selene se volvió sobre sus talones y se dirigió hacia la salida.
Kadar la alcanzó fuera.
– No está perdido del todo.
– Ya no sé cómo persuadirlo.
– No estoy seguro. Es difícil saber lo que Vaden está pensando.
– Nos ha dicho lo que pensaba. Y su respuesta ha sido no.
– Eso no significa que sea su última palabra. Incluso Ware dudó en algún momento de Vaden. Esperaremos unos días y luego lo intentaremos otra vez.
– Ya no estoy segura de seguir queriendo su ayuda. Es muy arrogante, demasiado indulgente consigo mismo, brutal…
– Y un gran guerrero, mejor incluso que Ware. Sí que lo quieres.
Suspiró.
– Sí, lo quiero.
Al cabo de dos días Vaden apareció en la villa. Llevaba puesta una armadura ligera que brillaba a la luz del atardecer. Estaba limpio, sobrio, e incluso más extraordinariamente atractivo a la luz del día.
– ¡Cielo santo! -murmuró Layla al verlo subir las escaleras-. Magnífico. ¿Quién es?
– Vaden. Estoy segura de que él estaría de acuerdo contigo. -Selene se acercó, deseosa de saludarlo-. Has venido. ¿Por qué?
– Lady Selene. -Hizo una reverencia-. Era necesario. Me había quedado sin vino.
– Aquí tenemos todo el que necesites. -Kadar se acercó hasta donde se encontraba Selene.
– Bien. Entonces mi viaje no habrá sido en balde. -Paseó la mirada por la antesala y fijó los ojos en un busto del Papa Julio.
– Lo había olvidado. Me sorprende que no os hayáis deshecho de esa estatua de Su Santidad.
– ¿Por qué? Está muy bien elaborada -dijo Tarik-. Todo en esta casa está exquisitamente trabajado. Tu madre tenía un gusto excelente.
– No tenía gusto para ella misma. Estudiaba los gustos y caprichos de Su Santidad y le daba todo lo que él quería. -Su tono carecía de expresión-. Era un espejo. -Se volvió hacia Kadar-. Primero el vino y después la conversación. ¿Salimos a la terraza? -No esperó respuesta y salió de la antesala dando grandes zancadas.
– Como te parezca -murmuró Tarik-. ¿Tendré que recordarte que ya no eres el amo de este lugar?
– Dudo que le hiciera ningún bien. -Selene corrió en pos de Vaden, seguida de Kadar, Layla y Tarik.
– Pagaste demasiado, Tarik -dijo Vaden apoyándose en la balaustrada de espaldas al jardín-. Habría aceptado mucho menos con tal de deshacerme de este sitio.
– Lo sé -reconoció Tarik sentándose en el banco-, pero entonces la culpa habría estropeado mi regocijo.
– Es la perdición que gobierna su vida -comentó Layla.
Vaden se volvió hacia ella.
– ¿Y tú eres…?
– Layla. Soy la esposa de Tarik. -Kadar sirvió una copa de vino y se la ofreció a Vaden-. Tu vino. ¿Tendremos que esperar a que termines para empezar a hablar?
– Nada debe interferir con una buena copa de vino -dijo Vaden sonriendo-. Pero supongo que puedo hacer una excepción.
– ¿Has decidido ayudarnos? -preguntó Selene.
– Si alcanzas mi precio.
– Lo alcanzaremos.
– No seas tan impaciente -intervino Tarik-, es mi boIsa de dinero la que estás vaciando.
– Sin duda eres un hombre rico -afirmó Vaden-. Solamente los muy ricos pueden permitirse sentirse culpables.
– ¿Cuál es tu precio?
– Primero dime qué papel desempeño en este asunto.
– Lo que siempre haces: tú y tus huestes atacaréis cuando nosotros lo estimemos necesario -respondió Selene.
– Cuando yo lo estime necesario -corrigió Kadar-. Un ejército con demasiadas cabezas suele terminar con todas ellas cortadas.
– Por eso seré yo quien tome las decisiones -resolvió Vaden.
Kadar negó con la cabeza.
– Conozco a Nasim, y tu papel en esto podría ser menor, dependiendo de cómo lo posicionemos.
– Mi papel nunca es menor -dijo mirando a Kadar y encogiéndose de hombros-. Pero podemos decidir los detalles más tarde.
Era una victoria importante, pensó Selene, además no había esperado que Kadar la ganase.
– Lo primero que hay que hacer es encontrar a Nasim. Creemos que está en algún lugar cerca de Roma.
– Pompeya -dijo Vaden-. Los asesinos nunca se aventuran demasiado cerca de cualquier ciudad de la cristiandad. El miedo es una de sus armas, y la distancia les da un aire de misterio. Nasim y sus hombres han establecido su campamento sobre las ruinas.
– ¿Cómo lo sabes? -quiso saber Selene.
– Esto es Roma. Es el lugar donde nací. Me ocupo de saber todo lo que pasa por aquí.
– Entonces sabías que Nasim estaba aquí la primera vez que hablé contigo.
– Sabía que estaba cerca, y lo localicé ayer por la mañana. -Vaden exhibía una sonrisa angelicalmente bella-. Pero aún no se me había acabado el vino.
Ella tenía ganas de golpearlo. Respiró profundamente.
– Nasim nos está buscando. Tenemos que alcanzarlo antes de que descubra dónde nos encontramos.
– Podríamos atraerlo hasta aquí. -Vaden observó a su alrededor la fresca belleza de los azulejos de la terraza-. De hecho, me parece una idea espléndida. La villa podría ser un buen campo de batalla. Si Nasim se adentra aquí con sus caballos, Tarik podría librarse de varias de esas abominables estatuas.
– Eso no tiene ninguna gracia -remarcó Tarik-. Es evidente que no solo pretendes convertirme en un mendigo, sino que además deseas privarme de mi propiedad.
– Bien, de todas formas no creo que pudiéramos atraerlo hasta aquí -reconoció Vaden-. Tendremos que confiar en el ataque.
– Podemos atraerlo con un señuelo. Tenemos algo que él quiere -le informó Kadar-. No obstante, elegiremos un lugar que no sea esta casa.
Vaden lo miró fijamente.
– ¿Qué tienes que Nasim tanto desea?
– No es asunto de tu incumbencia -replicó Layla.
– Todo lo que afecta a mi vida y a la de mis hombres es de mi incumbencia. -Se detuvo unos instantes-. No será el cofre dorado, ¿verdad?
Layla se puso rígida.
– ¿Qué sabes tú de…?
– Rumores -respondió devolviendo la mirada a Tarik-. Circulaban muchas historias interesantes sobre ti cuando te vendí esta casa de campo. Estuve tentado de venir y coger el cofre yo mismo.
– Tuve suerte de que no lo intentaras.
– No seré yo quien juzgue a Nasim por interesarse en un pequeño tesoro. ¿Qué hay en el cofre?
– Ya sabes, lo suficiente -dijo Layla.
– No, tiene razón -intervino Selene en su defensa-. Está poniendo en juego su vida. En el cofre solo hay un grial.
Dio un silbido.
– ¿Un grial? He oído historias sobre el Santo Grial.
– Te lo aseguro, este grial no tiene nada de santo -añadió Tarik.
– ¿Entonces por qué Nasim lo quiere? -Vaden hizo un gesto de negación-. No importa, no quiero saberlo. Seguramente se tratará de alguna locura mística con la que no deseo llenarme la cabeza. -Apuró el vino y apoyó la copa en la balaustrada-. Ya que hemos terminado nuestra conversación, regresaré a la ciudad y correré la voz entre mis hombres para que se reúnan. Tardarán dos días. -Se dirigió hacia la puerta-. Kadar, si no tienes un plan razonable para entonces, tendrás que hacerte a un lado y dejármelo a mí.
– Tendré un plan preparado -aseguró Kadar-, pero no le has dicho a Tarik cuál es tu precio. ¿No crees una falta de consideración tenerlo en ascuas?
Vaden miró a Tarik por encima del hombro.
– Prefiero dar mi precio después de derrotar a Nasim. Prometo no quitarte todo lo que tienes.
– Un acuerdo muy poco corriente -dijo Tarik secamente-. ¿Y si decido no pagarte?
– Me pagarás. -La sonrisa de Vaden parecía la de un tigre-. Todo el mundo me paga.