CAPÍTULO 17

– Y bien, ¿estás satisfecha? -preguntó Kadar a Selene mientras la escoltaba a su aposento un rato después.

– Sí-contestó no muy convencida-. Aunque no me explico por qué. Es un hombre de lo más perturbador. No logro adivinar en qué está pensando.

– Tampoco necesitamos saberlo. Lo único que debe preocuparnos es su fuerza en la batalla y su lealtad.

– Soy de la opinión de que Vaden es un hombre al que no le gusta que lo aten corto. ¿Hasta dónde llegará su lealtad?

– No sirve de nada discutir sobre ello. Ya está hecho. Nos limitaremos a vigilarlo.

Ella frunció el ceño de repente.

– Parecía incómodo al hablar sobre el grial.

– Ware me dijo que Vaden era un hombre que solamente creía en lo que podía coger con las manos -dijo sonriendo-. Sin embargo viajó hasta Escocia para entregarle su estandarte a tu hermana. Apostaría a que estaba incluso más incómodo realizando esa tarea.

– Sin embargo lo hizo -repuso apretando la mandíbula-. Y hará esto por nosotros. -Se detuvo frente a su puerta-. ¿Tendrás un plan para dentro de dos días?

– Sí, tendré un plan. -Hizo una pausa-. Pero no es lo único que tenemos que hacer en estos dos días. Le dije a Tarik que necesitaríamos un sacerdote para mañana por la noche.

– ¿Un sacerdote? ¿Por qué habríamos de necesitar…? -Entonces comprendió. Los votos matrimoniales-. ¿Aún lo deseas?

– Tenemos un acuerdo. He convencido a Tarik para que nos permita utilizar el grial. Ahora yo estoy listo para ayudarte a atrapar a Nasim. ¿Qué te hace pensar que he cambiado de idea en lo que respecta a mi recompensa?

El motivo era que no le había mostrado ese otro lado oscuro suyo durante los últimos días. Seguía siendo el Kadar de siempre, y el que había hecho la petición había sido el otro Kadar.

Se humedeció los labios.

– Sería más sensato esperar.

El sonrió.

– Yo no soy como Vaden. Yo pienso cobrarme el grueso de mi recompensa por adelantado. Nunca se sabe lo que puede pasar y no deseo prescindir de los frutos de mi trabajo.

– No te sucederá nada. No lo permitiré.

– Me complace esa seguridad en ti misma. -La miró a los ojos-. Pero los votos matrimoniales tendrán lugar mañana por la noche.

Su tono había adoptado ese perfil duro y frío, al igual que su expresión, observó ella con desaliento. El Kadar de siempre se había esfumado. Se había deslizado hacia el lado oscuro con facilidad.

– Así se hará si es eso lo que deseas. Nunca he pretendido engañarte.

– Lo sé. -Su sonrisa desterró la dureza-. Es solo que los votos no son lo más importante para mí. -Le cogió la mano y la rozó con los labios-. Y espero que vuelvan a convertirse de nuevo en algo importante para ti. Que descanses. Hasta mañana.

Ella se lo quedó mirando hasta que desapareció tras la esquina que conducía al salón. Votos matrimoniales.

Al día siguiente estaría casada. La idea le resultaba extraña. En estos últimos días había desechado de su mente esa perspectiva por completo. Tendría que considerarlo de nuevo esa noche.

Porque empezaba a sentir un cosquilleo de excitación e ilusión que le impedía pensar en todo lo demás. Kadar siempre había dominado sus pensamientos más que cualquier otra persona o cosa, y ahora él era una distracción que no se podía permitir.

Podría evitarlo esa noche, pero ¿y al día siguiente? Los votos matrimoniales no habían sido su único precio.

La torre.

No pienses en la torre. No pienses en su cuerpo ni en la música que había producido al fundirse con el suyo. No pienses en nada.


– Te he comprado algo para que te lo pongas mañana -dijo Layla cuando Selene abrió la puerta. Hizo un gesto hacia el suave tejido azul que llevaba plegado sobre el brazo-. No es apropiado que lleves un vestido de sirvienta para semejante ocasión.

– Es muy amable de tu parte, pero yo no…

– Por supuesto que sí. -Layla entró en la habitación y cerró la puerta-. Las bodas son muy importantes. -Dejó la tela sobre la cama-. En realidad no es un vestido. Es solamente un corte de seda, pero el color es bonito y te sentará muy bien. Volveré mañana por la mañana y te enseñaré cómo plegarla.

Selene frunció el ceño, escéptica al mirar la pieza de tela.

– ¿Plegarla?

– Las mujeres en Egipto e India se visten así. Es mucho más elegante que la ropa cosida -dijo sonriendo-, Y mucho más fácil de quitar.

– Creo que prefiero los vestidos hechos con puntadas.

– No para mañana. -Permaneció en silencio unos segundos-. Me sorprende que esta vez hayas decidido desposarte. He notado que Kadar puede llegar a ser muy dominante. ¿Lo haces por voluntad propia?

– Es mi voluntad.

– Porque si no lo es, dímelo. No eres tú misma, y no permitiré que te intimide.

– No me está intimidando. -Se encontró sonriendo-. Además, sigo siendo yo misma y sería capaz de evitar semejante abuso. Te agradezco tu preocupación.

– Te he tomado cariño. -Las palabras le salían torpes-. Quiero que las cosas salgan bien. Puede que estés resentida conmigo por haber intentado evitar que Tarik te permitiera usar el grial, pero eso no significa que no comprenda tu dolor.

– No te guardo ningún rencor. -Selene se dio cuenta de que era verdad. Lo que estaba claro era que la pasión de Layla por proteger el grial era tan fuerte como la suya por aprovechar cualquier medio para sus fines-. Siempre has sido amable conmigo -dijo con sinceridad-, excepto aquella primera noche. Todavía no te he perdonado aquel golpe.

– Te lo dio Mario, no yo -corrigió Layla sonriendo-. Si hubiera sido mío, habría sido más fuerte. Yo nunca doy un golpe a menos que sea para inutilizar al adversario. ¿Has cenado?

– Todavía no.

– Bien. Pediré algo de comer. Cenaremos juntas.

– ¿No deseas cenar con Tarik?

Layla desvió la mirada.

– Me está evitando. -Se dirigió hacia la puerta-. No es que me importe. Parece simplemente un movimiento absurdo. No quiero incomodarlo.

Dolor y soledad. Esas palabras daban una impresión cruda y descarnada. Selene tuvo un impulso de acariciarla y consolarla, pero sabía que Layla negaría esa necesidad de consuelo. No obstante había algo que Layla aceptaría.

– Cenaré contigo encantada. -Miró hacia el tejido azul que estaba encima la cama-. Y gracias por la tela.

Layla se echó a reír.

– De verdad que te sentará bien. Ya verás.

– ¿Te pusiste esa prenda el día de tu boda?

Su sonrisa se desvaneció.

– No, nosotros nos casamos en secreto. Llevaba la misma túnica blanca de lino que usaba a diario. Pero me puse una flor de loto en el pelo. Tarik me dijo que estaba muy bella. -Se encogió de hombros-. Sabía que mentía, pero a veces las mentiras proporcionan un gran consuelo.

– Estoy segura de que estabas muy bella.

– En realidad no importaba. Yo me sentía bella. -Abrió la puerta-. Vuelvo enseguida.


Tarik le besó el pecho antes de susurrar:

– ¿Te casarás conmigo, Layla?

Ella se quedó rígida.

– ¿Casarme? -Se apoyó sobre un brazo y lo miró a los ojos-. ¿Quieres casarte conmigo?

El sonrió.

– ¿Por qué te sorprende tanto? Ya sabes que te amo.

– Sí.

– Y tú también me amas.

Ella permaneció en silencio.

– ¿Layla?

Acomodó la cabeza en el hueco de su hombro.

– ¿Por qué quieres casarte? Copulamos, disfrutamos juntos.

– ¿Por qué tú no?

Escudriñó en la oscuridad más allá de la ventana al fondo de la habitación. Hacía calor, era una noche húmeda y había dejado las persianas abiertas. Percibía el aroma a incienso de aceite de palma que ella había encendido para ocultar el hedor de las calles. Conocía ese vecindario: ladrones que robaban a los vivos y a los muertos, mendigos, prostitutas. Se había visto obligada a caminar por esos caminos y a aprender la maldad que se desprendía en cada esquina. Pero era un mundo que Tarik nunca había conocido tras los muros de la Gran Biblioteca.

Hasta que ella lo había forzado a salir de aquellas cuatro paredes.

– Layla.

– Yo no… soy como tú.

– ¿Y eso qué importa?

– Yo no medito y venero a esos grandes filósofos cuyas palabras copias en los pergaminos. Me paso el tiempo apenas sin pensar. Me limito a hacer lo que creo mejor, lo que quiero hacer.

– Tú piensas mucho. Eres la mujer más inteligente que conozco.

– Claro que soy inteligente. No me refiero a eso. -Se acurrucó aún más contra él mientras escogía las palabras que lo distanciarían-. No soy… yo no… no debería casarme contigo. Tú no me conoces.

El la besó en la cabeza.

– Lo suficiente. Me has contado todo lo que necesito saber.

– No sabes nada. Soy egoísta y… ¿sabes por qué me metí en tu lecho por primera vez? Pensé que tu interés por encontrar el pergamino estaba disminuyendo. Necesitaba retenerte. Desde el primer momento en que te vi en la biblioteca, lo que pretendía era utilizarte para conseguir lo que deseaba.

– Lo sabía.

Se sentó y lo miró atónita.

– ¿Lo sabías?

Él se echó a reír.

– Eres muy mala disimulando, amor mío.

– Eso no es cierto -replicó indignada-. No lo he hecho mal engañando a los sacerdotes durante todos estos años.

– Entonces quizá ahora veo con más claridad porque te amo.

– ¿Y por qué me amas? -le preguntó intrigada-. Me miro a mí misma y no veo nada que pueda gustarte. Soy egoísta y mordaz y lo único que he hecho ha sido utilizarte.

– Sí, has hecho algo más.

– ¿El qué?

– Me has amado -respondió simplemente-. No al principio, pero gradualmente fue llegando el amor.

– Yo no… -No pudo acabar la frase. Cerró los ojos-. No sé nada de este amor. Hace tanto tiempo… Si de verdad te amo, lo que siento es duro, extraño y doloroso.

– Será mejor cuando te acostumbres a la idea. ¿Te casarás conmigo, Layla?

Abrió los ojos, aunque todavía estaban bañados por las lágrimas.

– Es una locura. No serás feliz.

– No seré feliz sin ti. ¿Te casarás conmigo?

Se tendió de nuevo junto a él.

– Tienes razón, no serías feliz -dijo con voz temblorosa-. Seguramente te he estropeado para cualquier otra mujer. ¿Quién sería tan inteligente y lista y…?-Tuvo que parar un momento-. Así que supongo que es mi deber desposarme contigo. Lo haremos mañana.

Sonrió.

– Y ponte una flor de loto azul en el pelo.

– Las flores no me quedan bien.

– Hazlo para complacerme.

Sabía que al día siguiente llevaría una flor de loto en el cabello.


– Layla.

Se dio la vuelta y vio a Kadar bajando hacia el salón.

La miraba con curiosidad.

– Estabas absorta en tus pensamientos. Te he llamado tres veces.

Recuerdos, no pensamientos, y daba igual que la hubiera arrancado de ellos.

– Sí, ¿qué quieres?

– Una tregua. Aunque no nos pongamos de acuerdo sobre el grial, tenemos que trabajar juntos.

– Ya tienes a Tarik -añadió con ironía-. ¿Cómo es que necesitas la ayuda de una simple mujer?

– Porque esa simple mujer puede causar innumerables dificultades, si se empeña.

– Eso es totalmente cierto. Eres lo suficientemente inteligente como para darte cuenta de ello, y más aún para reconocerlo ante mí -dijo centrándose en su mirada-. Pero siempre he sabido que eres inteligente. Lo que no sabía era lo egoísta que puedes llegar a ser.

– Tan egoísta como cualquiera. Sin embargo cumplo con mi palabra. El grial está seguro.

Asintió lentamente.

– ¿Y Selene está igual de segura?

El la miró sorprendido.

– ¿Acaso te importa?

– No carezco de sentimientos. He empezado a considerar a Selene como mi amiga.

– No tienes que preocuparte por Selene. La he cuidado durante mucho tiempo. Eso nunca cambiará.

– ¿Nunca? -Torció el gesto-. Eso podría ser más tiempo del que te imaginas. ¿Has considerado en algún momento la posibilidad de darle la poción a Selene?

– Sí. No he podido evitarlo.

– A pesar de tu escepticismo sobre Eshe.

– Sí.

– Me lo imaginaba. Es natural que quieras jugar seguro con las vidas de las personas que quieres. Has estado pensando que la poción no te ha hecho daño y que, si esperas hasta comprobar si es verdad lo que te hemos contado, Selene será una anciana. Así que te estás planteando el dársela ahora.

– Solamente si ella quiere.

– Siempre te elegirá a ti, aunque no sea lo que en realidad quiere.

– No en este momento. Ahora tiene la mente en otras cosas -dijo levantando una ceja-¿Por qué estás preocupada? Creo recordar que para ti representa un gran regalo.

– Es un gran don. -Hizo una pausa-. Pero está Chion. Y Selene sufrió terriblemente cuando Haroun y su bebé murieron. ¿Cómo sabré el efecto que causará en ella con los años? -Ella lo miró a los ojos-. ¿Quieres mi ayuda? La tendrás con una condición. Si decides darle Eshe a Selene, primero lo discutiremos tú y yo.

– Hecho.

– Y tiene que poder elegir. ¿Lo entiendes? No importa lo tentado que estés, es lo único que debes tener en cuenta.

– Por supuesto.

Ella respiró aliviada.

– Bien. Y ahora que está todo hablado, tendré que buscar un criado para decirle que nos lleve a su aposento comida para las dos.

– Yo lo haré -se ofreció Kadar-. Vuelve y hazle compañía. Te necesitará. La veo inquieta esta noche.

– Inquieta. Una palabra extraña para describir a una novia.

– No más extraña que la situación -replicó sonriendo-. Ni que las personas que rodean a la novia, incluyéndote a ti, Layla.

– Yo no soy extraña. Soy muy… -Hizo una mueca y luego dijo a regañadientes-: Quizá un poco rara, si quien me mira tiene una mente aburrida y sin imaginación.

Él asintió con solemnidad.

– Y a quien no le importa aburrirse de todas formas.

Se echó a reír.

Y ella se sorprendió de que no le importara. Su risa era como la de Tarik, sin malicia, solo buen humor que invitaba a ser compartido.

– Exactamente. -Se giró sobre sus talones-. No para aquellos que hablan mucho y no hacen nada. Espero que un criado con comida llame a la puerta del aposento de Selene en un cuarto de hora.


El sacerdote murmuraba sus palabras y hacía gestos con el crucifijo.

Ya tenía que estar a punto de acabar, pensó Selene. No recordaba que la ceremonia de Ware y Thea hubiera durado tanto. Parecía que Kadar y ella habían estado arrodillados ante el sacerdote una eternidad.

– No frunzas el ceño. No ha sido tan largo -susurró Kadar.

Ella lo miró sorprendida. Le había leído el pensamiento, como de costumbre.

Estaba sonriendo.

– ¿Podrías estar un poco menos seria? Layla desconfía. No quiero que venga corriendo y te saque de aquí antes de firmar.

Desvió la mirada hacia Layla y Tarik, que se encontraban al otro lado de la estancia.

– Ella no hará nada -susurró-. Anoche me habló muy bien de ti.

– ¿Bien? ¿Layla?

– Bueno, mejor de lo habitual. ¿Qué le has…? -Se calló al darse cuenta de que el sacerdote la estaba mirando con severidad. Seguramente no mostraba suficiente respeto. Pero Kadar había hablado primero, y el sacerdote no lo miraba mal a él. Ahora que reparaba en ello, el sacerdote había ignorado a ambas, a Layla y a ella, cuando había llegado a la villa. A los ojos de la iglesia la mujer no servía para nada excepto cuando había que echarle la culpa de algo. En ese caso la mujer siempre era la culpable, pensó con enfado. Susurró a propósito en voz más alta-: No me gusta este sacerdote. Es descortés y me estoy aburriendo.

Kadar se aguantó la risa.

– No creo que él considere que su deber consista en divertirte a ti.

– Además esta ceremonia no es como los esponsales de Ware y Thea. -Dios santo, le temblaba la voz. ¿De dónde había salido esta tristeza tan repentina?

Kadar apretó la mano con más fuerza.

– Shh, no pasa nada. Esto en realidad no tiene nada que ver con nosotros.

¿Cómo podía decir eso? Los votos eran para siempre. El sacerdote podría no ser importante, pero los votos se elevaban como una inmensa sombra sobre todo lo que los rodeaba.

– Mírame. -Él le sostuvo la mirada, con la voz suave pero vibrando con fuerza-. Sigue mirándome. No pasa nada, Selene. Nunca ha pasado nada. Desde aquel primer día en que te conocí en la Casa de Nicolás.

No podía dejar de mirarlo. Ya no escuchaba las palabras del sacerdote. No existía nadie excepto Kadar. Kadar cogiéndole de la mano en la oscuridad. Kadar bromeando mientras jugaban al ajedrez. Kadar tendido junto a ella en la habitación de la torre. Kadar…

– Ya está hecho -anunció Kadar. Una brillante sonrisa iluminaba su rostro-. Bueno, no ha sido tan doloroso, ¿o sí?

– ¿Qué? -Estaba hablando de sus votos. Por fin el sacerdote había terminado. Kadar estaba de pie, ayudándola a levantarse-. No, me imagino que no.

Él la hizo girar y la empujó suavemente hacia Tarik y Layla.

– Enseguida me reuniré con vosotros. Creo que voy a despedir al sacerdote antes de que sigas insultándolo. Puede que necesitemos el poder de la Iglesia antes de que todo esto termine.

– Muy bien.

– Dios santo, ¿docilidad?

Ella estaba tan sorprendida como él. De alguna manera, esos últimos momentos habían hecho olvidar toda la tensión y la impaciencia. No se sentía dócil, sino soñadora, tibia y serena.

Tan serena como cuando se había enterado de que iba a ser madre.

No supo de dónde salió esa idea. De eso trababa todo aquello. Esa noche estaría otra vez con Kadar y podrían concebir otro hijo.

Pero no era esa impaciente y feliz expectativa lo que estaba haciéndole sentir un cosquilleo por todo el cuerpo.

– ¿Selene? -preguntó Kadar.

Ella le sonrió y luego se dio la vuelta para ir hacia Tarik y Layla.


– ¿Estás segura de que es lo que deseas? -preguntó Layla en voz baja-. El hecho de desposarte no significa que tengas que acostarte con él.

Selene sonrió.

– La mayoría de la gente piensa que es un segundo paso necesario.

– Pero tú no.

– ¿Por qué te preocupas? No es como si nunca hubiera copulado antes.

– Sientes las cosas de manera muy profunda. La pasión a veces domina a las personas y las obliga a hacer cosas que no son buenas para ellas. Kadar puede ser muy persuasivo.

– Sí, en efecto.

Kadar en la habitación de la torre, moviéndose dentro de ella, susurrando palabras excitantes.

– No me estás escuchando -dijo Layla con disgusto-. Tienes una expresión suave como la seda. Deberías ir a tu aposento. Yo te enviaré a Kadar.

Kadar todavía estaba hablando con el sacerdote, sonriendo, reparando cualquier enfado que pudiera sentir aún.

Era su esposo. Estaban unidos.

– Ve -dijo Layla-. No me gusta la idea de verte derretir ante mis ojos.

– Exageras. -Pero no mucho, pensó un poco a su pesar. Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta-. Además estoy harta de verte gruñir. Te veré por la mañana.

Sentía la suavidad de sus ropajes acariciándole el cuerpo a cada paso. El roce era sensual, como una caricia.

Como Kadar…

¿Por qué no podía pensar en otra cosa?

Cerró la puerta y se apoyó contra ella.

Pronto estaría allí.

Su corazón latía con fuerza. Se encontraba rara, como sin aliento.

No podía quedarse ahí esperando. Tenía que hacer algo.

La habitación estaba casi en penumbra. Encendió una vela.

– Me gustas con ese vestido.

Se dio la vuelta y vio a Kadar de pie en el umbral de la puerta.

Se humedeció los labios.

– En realidad no es un vestido. Layla me lo ha enrollado… -Se olvidó de lo que estaba diciendo cuando sus ojos se encontraron-. ¿Se ha ido ya el sacerdote?

– Después de que Tarik le compensara generosamente. -Cerró la puerta y se acercó a ella-. No le has gustado nada. Me ha compadecido por mi mala suerte al adquirir semejante arpía por esposa. Quería saber si tu dote era suficiente para compensar el sufrimiento que me traerías.

– ¿Y qué le dijiste?

– Le conté que había cometido numerosos y enormes pecados y que tú eras mi penitencia. -Se detuvo ante ella podía sentir el calor de su cuerpo-. Me respondió que debería haberme confesado con él y que jamás me habría impuesto semejante expiación.

Ella apenas podía encontrar sentido a sus palabras. Le temblaban las rodillas y solo podía mirarlo. ¿De qué estaba hablando? Algo sobre el sacerdote.

– No le gustan las mujeres.

– Eso no está mal en un hombre que ha tomado los votos de castidad.

– Debería tener un respeto por… -Respiró hondo cuando él le tocó con el dedo pulgar el hueco de la garganta.

– Siento los latidos de tu corazón -dijo él con voz aterciopelada-. Pero los siento mejor cuando estoy dentro de ti. Es como si todo tu cuerpo tomara vida y se cerrara en torno a mí. Apretado y suave como… -Cerró los ojos y tensó los labios-. Dios, no quería tocarte. No sé si voy a poder parar.

Por supuesto que la había tocado intencionadamente, y parar estaba totalmente fuera de lugar. Ella se acercó más a él.

– No necesitas… Te prometí que si tú…

– No. -Abrió los ojos y respiró hondo-. No, Selene. Sin condiciones. Sin tratos. Sin promesas. -Retiró la mano y se alejó un paso-. No tiene que haber pretextos para estar juntos. Cuando hagamos el amor, será porque tú lo desees, porque tú lo necesites y porque te hayas dado cuenta de que no puede ser de otra manera.

Ella lo miró fijamente, desconcertada.

– ¿Qué quieres decir? Eres tú quien ofreció el acuerdo.

– Porque era la única manera que vi para protegerte.

– Dijiste que deseabas un hijo.

– Y es cierto, pero nunca negociaría por ello.

– ¿Me has mentido?

– Estás levantando muros de nuevo. No lo hagas, maldita sea. No te escondas de mí. No me explico por qué siempre has pensado que tenías que protegerte de mí. Lo entendía cuando eras una niña, pero ahora eres una mujer. Confía en mí. Entrégate a mí. Déjame que me entregue a ti. Sí, te mentí, y lo haría otra vez si considerase que con ello podría ayudarte. Haría cualquier cosa para mantenerte a salvo y a mi lado. -Cambió el gesto-. Me he acostumbrado a coger las cosas y a moldearlas a mi antojo. Puede que siga haciéndolo. Pero ahora tengo que intentar dar un paso atrás y dejarte que elijas -dijo mirándola directamente a los ojos-. Te entregaré a Nasim hagas lo que hagas. Tómame. Recházame. No importa. Nunca he pretendido nada más. Habría ido tras él aunque me hubieras suplicado que no lo hiciera. ¿Crees que le voy a permitir seguir viviendo después de lo que te hizo a ti y a Haroun? -Se giró y fue hacia la puerta-. Así que piénsatelo. No hay trato, no hay excusa. Ésta es la última vez que vendré a ti. Si vienes a mí, será porque aceptas lo que soy y lo que tú eres y porque nos debemos el uno al otro.

Se marchaba, acertó a percibir en medio de la neblina de desconcierto que lo rodeaba.

– ¿Adónde vas?

– A algún lugar lejos de ti y de esta villa.

Se marchó dando un portazo.


Dios, qué estúpido.

Kadar atravesó el salón a grandes zancadas, procurando poner tierra de por medio entre los dos cuanto antes.

Idiota.

Ella había estado dispuesta. No hubo coacción. ¿Pero y la próxima vez? Había mucho más en juego que los escarceos amorosos de una noche.

Ese vestido de seda azul, colgando de su pecho, revelando la suavidad de sus hombros.

Deja de pensar en ella. Se sentía torpe y herido.

¿Habría hecho algún daño acostarse con ella esa noche? En ese caso no habría habido sinceridad entre ambos. Estaría dentro de ella y sintiendo el calor de la fricción que…

– ¿Dónde vas? ¿Por qué no estás con Selene?

Se dio la vuelta y vio a Layla de pie en la puerta. Lo único que le faltaba era tener que darle explicaciones, pensó exasperado.

No respondió y bajó las escaleras corriendo.


La había abandonado.

Selene se cruzó de brazos, intentando dejar de temblar. Se había ido.

Pues, buen viaje. Le había mentido y…

¿Pero acaso no se había mentido también a ella misma? ¿Quién era más culpable que el otro?

Excusas. Mentiras.

– ¿Qué ha ocurrido? He visto a Kadar abandonar la villa. -Layla entró en la habitación sin llamar-. Sabía que no le despacharías a menos que hiciera algo… Pareces una vaca enferma.

Selene negó con la cabeza. No podía vérselas con Layla en este momento.

– No ha hecho nada.

– No te creo -dijo Layla con rotundidad.

– No me importa si lo crees o no. ¿Me dejarías en paz?

Layla frunció el ceño.

– Tienes razón, no es asunto mío. Solo me preguntaba si te habría dicho algo de… Ya me voy. -No se movió-. Pero si quieres que vuelva, podría mandar a alguien para…

– No quiero que vuelva. -Claro que deseaba que volviera, pero no sabría qué decirle. Estaba confundida, dolida y asustada. Las palabras de Kadar tenían un tono terminante.

Es como si hubiera quitado todas las barreras y subterfugios a los que ella se había aferrado durante años, durante toda su vida.

¿Abandonar qué?

– Llámame si me necesitas.

Layla se marchaba, Selene la vio entre sombras. Apenas oyó cerrarse la puerta.

Sin tratos, sin excusas.

Ahora eres una mujer.

Confía en mí. Entrégate a mí.


– Ya te dije que no estaría listo hasta mañana. -Vaden estaba recostado en la silla y miraba a Kadar con curiosidad-. ¿Qué estás haciendo aquí?

– Esto es lo más lejos de la villa que he podido llegar. -Se sentó al otro lado de la mesa frente a Vaden-. ¿Deduzco que este repugnante lugar ahora tiene vino suficiente para ti?

Vaden asintió lentamente, con la mirada fija en el rostro de Kadar.

– En fin, puede que no tenga suficiente para mí.

– Interesante. Te considero un hombre al que le molestaría perderse entre los brazos de Baco. ¿Qué ha sucedido?

– Me he desposado hoy.

Vaden echó la cabeza hacia atrás y se rió con sonoras carcajadas.

– Por Dios, ésa es razón suficiente para cualquier nombre. ¿Quién es la novia? ¿Lady Selene?

– Sí.

– Una mujer difícil, pero nunca pensé que te echaría de sus aposentos.

– La situación es complicada.

– Es complicada la vida. Tengo experiencia con mujeres difíciles. -Hizo una pausa-. Pero no creo que hayas venido a mí solamente para alejarte de la dama.

– Tienes razón, soy un hombre precavido. Si bajo la guardia, debo estar con alguien en quien confíe no se aproveche.

– ¿Y yo soy esa persona? Qué raro. -Permaneció en silencio unos instantes y luego levantó la mano haciendo una señal a un criado-. Vino para mi amigo.

Kadar arqueó las cejas con sorpresa.

– ¿Me consideras un amigo, Vaden?

– Mientras el vino fluye todos somos amigos. -Vaden levantó su copa para brindar-. Además ¿cómo podría ser otra cosa que no fuera tu más honrado amigo si me eliges a mí para pasar tu noche de bodas en lugar de a tu novia?

Загрузка...