– ¡Virgen santa! -maldijo Kadar al pinchase por enésima vez con la aguja a través de la suave muselina -. No podrás ponerte este vestido. Está manchado con la sangre de mil pinchazos.
– Es de color marrón. -Selene se inclinó para avivar el fuego de la chimenea antes de volver a sentarse en su taburete. -No creo que se note mucho.
Él frunció el ceño.
– No me gusta esta tarea. ¿Por qué tenemos que coser también por la noche? Sobreviviría si pudiera ver qué estoy haciendo.
– El fuego da suficiente luz. Solo hemos terminado un vestido. Necesito otro.
De repente levantó la vista de su labor.
– ¿En serio? No te creo.
– ¿Por qué me molestaría tanto entonces? ¿Crees que me gusta estar oyendo tus maldiciones y tus quejidos por un pinchazo de nada?
– ¿Un pinchazo de nada? Tengo los dedos… -Se quedó callado-. Qué lista eres. Casi me distraes. -Dejó a un lado la tela y se abrazó las rodillas. -Tú no necesitas otro vestido. Lo que quieres es tenerme cerca de ti.
– Tonterías. Tu vanidad va más allá de cualquier límite.
El la miró, esperando.
– ¿Qué necesidad tengo yo de tenerte cerca? Maldices, te quejas todo el rato y tengo que enseñarte puntadas que hasta un bebé podría hacer en la cuna.
– Lo que intentas es enojarme -dijo sonriendo-. Pero nunca seré tan poco galante como para mostrar el enfado a mi salvación.
– ¿Salvación? No entiendo a qué te refieres.
– Nunca hemos hablado de ello, pero lo sabes. Siempre has sido mi salvación. -Dirigió sus ojos hacia las llamas-. Es muy fácil escoger el camino oscuro. Fácil y excitante. Y una vez que lo has probado, siempre quieres volver. Es como el primer aroma del hachís. Quieres más.
– Pero tú no quisiste más. Lo dejaste aquí.
– Porque no quería ser como Nasim. Podía imaginarme a mí mismo hundiéndome más y más… La vida no me ha tratado con una bondad especial, y me gustaba la idea de poder que Sinan y Nasim ejercían.
– Nasim es malvado.
– Sí, pero por aquel entonces yo también lo era. Todos los hombres tienen un lado malvado.
– Tú no eres malo. Puedes ser poco ingenioso y desleal, pero no eres como él.
– Parte de mí sí lo es. Pero puedo controlarlo, si tengo motivos para luchar. -Su mirada pasó de las llamas a los ojos de ella directamente-. Tú me das motivos, Selene.
Su pelo oscuro brillaba a la luz del fuego, y sus ojos…
Dios mío, ella se estaba derritiendo. Quería extender su mano y tocarlo.
No se vería arrastrada de esta manera. No sufriría otra vez.
Ella desvió la mirada.
– Entonces ya puedes buscar otra razón. No quiero ser responsable de tu virtud ni de tu falta de ella.
– No puedes evitarlo. -Sonrió-. ¿Por qué otra razón estaría yo aquí sufriendo dolorosas heridas? No confías en mí lo suficiente como para perderme de vista.
– No puedo evitarlo. Prefiero… Haroun y yo no tenemos a nadie más en este horrible lugar. Lo más sensato es… No te rías de mí. -Le tiró el vestido a la cabeza.
– ¡ Ay! -Se quitó el vestido de la cara y se tocó con cuidado el arañazo de la mejilla-. Podías haber quitado los alfileres.
– Lárgate. Vete con ese horrible viejo y camina por tu sendero oscuro. ¿Crees que me importa? Fuera de mi vista…
Iba camino de la puerta. La invadió el pánico.
– Espera. -No le salían las palabras-. No puedes marcharte con este vestido a medio terminar. Yo no…
Él le sonrió, con esa cálida y hermosa sonrisa.
– No voy con Nasim. Voy a dar un paseo por el patio. Volveré antes de una hora.
Procuró esconder su alivio.
– No me importa adónde vas.
– Dios mío, qué obstinada eres. -Suspiró-. A veces desearía que no fueras tan fuerte. Me lo harías mucho más fácil.
Ella no se sentía fuerte. Se sentía vapuleada. Él nunca le había hablado antes de su pasado ni de sus luchas anteriores. Ver más allá de esa fachada fría y burlona hacía que ella se sintiera infinitamente más cerca. No lo quería tan cerca.
– Si quieres dar un paseo, vete. -Recogió el vestido del suelo y empezó a coser-. No vuelvas esta noche. No quiero que me despiertes.
La noche era fresca y clara, la luna llena inundaba de luminosidad plateada las piedras grises del patio. Era el tipo de noche que Kadar odiaba en la época en que realizaba su adiestramiento. Era difícil moverse con la mortífera invisibilidad que Nasim requería en una noche semejante, y errar terminaba en castigo inmediato y brutal. Pero había aprendido, la luz de la luna solo significaba reajustes, distracciones y un…
– ¿Conque te ha liberado de tus labores de mujer, eh?
Kadar se dio la vuelta y vio a Nasim acercándose hacia él.
– Me he liberado yo mismo. -No le sorprendía que Nasim supiera lo que ocurría tras una puerta cerrada. La principal ocupación de Nasim consistía en conocer todo lo que ocurría a su alrededor-. Necesitaba un poco de aire fresco.
– ¿Por qué le permites que te deshonre de este modo?
– Aprender una nueva habilidad nunca es un deshonor. Puede que me sea de utilidad en el futuro.
– ¿Deseas hacer más vestidos para mujeres? -preguntó Nasim con desprecio cuando llegó hasta él.
– No, pero coser un vestido requiere la misma destreza que coser una herida. -Miró a Nasim-. ¿Qué quieres?
– A lo mejor yo también necesito aire fresco.
– En ese caso irías a la muralla, como solías hacer. Apostaría a que me has visto desde allí y has decidido reunirte conmigo. ¿Por qué?
– Creo que me estás haciendo perder el tiempo -dijo secamente-. Estás aquí para hacerme un servicio y pasas el tiempo con una mujer, cosiendo.
– Ya discutiremos el servicio cuando llegue tu mensajero. ¿Por cierto, sabes algo de él?
– No, pero discutiremos sobre el servicio ahora. Necesito tu palabra.
Kadar hizo un gesto negativo.
– Me darás el servicio que prometiste a Sinan, y por el mismo motivo. -Nasim sonrió maliciosamente-. Si no accedes, pondrás a tus amigos de Escocia en una situación de lo más incómoda. Tendré que decidir entre arrasar el castillo yo mismo o enviar a los Templarios para que lo hagan por mí. ¿Dudas acaso de que lo haría?
– Entonces dame tu palabra.
– Siempre me has dicho que las mentiras son el arma de un hombre inteligente.
– Pero esa lección nunca la aprendiste. Tú no faltas a tu palabra, y quiero que te pongas esa cadena. Dame tu palabra o enviaré a Balkir y un ejército a Montdhu al amanecer.
El bastardo iba en serio. No le quedaba otro remedio.
– Muy bien, tienes mi promesa de hacer un trabajo para ti.
– Sabía que aceptarías. -Sonrió-. Además he pensado en una tarea útil y divertida que podemos realizar mientras esperamos.
– Te he prometido solo un servicio.
– Bueno, creo que en esto me complacerás. -Elevó la mirada hacia el cielo-. Esta noche hay luna llena, es una buena señal. Los adivinos dicen que la luna llena hace la tierra más fértil y trae buenas cosechas.
– A ti no te importan las buenas cosechas. Tú cobras tributo.
– Cierto. Pero últimamente me interesa la fertilidad. También es una sorpresa para mí. -Permanecía con la mirada fija en el cielo nocturno-. Sinan deseaba que le sucedieras como amo aquí, ya lo sabes. Hablábamos de ello a menudo. Yo aprobé su plan. Sería estimulante controlarte igual que a Sinan. Una palabra mía y te plantarías en tu puesto como cabecilla de los asesinos.
– No me atrae nada la idea. Es demasiado limitado.
– Mientes. Pero eres obstinado. Podrías seguir haciéndolo a tu manera.
– Cuenta con ello.
– No cuento con nada que no me guste. Sin embargo, debo tomar precauciones. Los hombres mueren.
– Nadie lo sabe mejor que tú.
Nasim se echó a reír.
– Sí, he hecho un estudio sobre la muerte. Un maestro deber ser capaz de aprovechar estos conocimientos para algo que valga la pena. No he encontrado un acólito como tú, Kadar. -Su sonrisa se desvaneció-. Así que he decidido que me proporciones otro.
– ¿Y cómo habría de hacerlo? -preguntó con recelo.
– La mujer. -Nasim frunció el ceño-. Aunque me ha contrariado atándote a la aguja y el hilo. Eso constituye un insulto para mí.
– No tiene nada que ver contigo. No veo la relación.
– Todo lo que tú haces está relacionado conmigo, porque yo he decidido que así sea. -Hizo una pausa-. Por eso llevarás a la mujer a la torre cada noche durante las próximas dos semanas.
Kadar se quedó inmóvil.
– Te he dicho que no tiene nada especial, está muy por debajo de ti.
– No debe tener nada de especial, ya que duermes en el suelo en lugar de en su lecho.
– Ella no me interesa.
– Pero a mí sí. Es atrevida, y siempre es emocionante vencer a los valientes. -Sonrió de nuevo-. Sin embargo, me temo que deberás interesarte en ella. Eres tú quien copulará con ella.
– ¿Por qué?
– Quiero un hijo suyo. Tu hijo.
Kadar respiró profundamente.
– ¿Qué locura es ésta?
– No puedo ser padre. Lo he intentado con varias hembras, pero sin resultado. -Levantó la barbilla-. No tiene nada que ver con mi hombría. He llegado a la conclusión de que cuando un hombre está dotado con poderes especiales, a veces Alá no ve con buenos ojos que se comporte como los demás hombres. Aunque eso no significa que no pueda obtener lo que quiero. Si no puedo moldearte, tomaré un sustituto.
– No tengo ningún deseo de preñarla.
– Ya, ya, ella no está interesada en ti. No obstante, ocurrirá.
Kadar se dio cuenta con frustración de que Nasim lo tenía todo decidido y de que era inútil discutir con él una vez que había tomado su decisión. Tendría que dar un rodeo.
– Si deseas que tenga un hijo, envía una ramera a la habitación de la torre. Al menos tendrá la habilidad de divertirme.
– A nuestras rameras les falta temple. La mujer extranjera tiene la valentía que busco.
– Detestas su descaro.
– En una mujer, no en el hijo que traería al mundo.
Probó con otra táctica.
– A lo mejor sale una hembra. ¿Qué harías entonces?
– Matarla. Las perras no sirven para nada. Pero nunca engendrarías una hembra, Kadar. Somos demasiado parecidos.
– Yo no deseo a esa mujer.
– Lo harás. ¿Recuerdas el aposento de la torre, Kadar?
La mirada de Kadar se dirigió hacia la torre. Sí, lo recordaba. El dulce aroma a hachís, cuerpos desnudos en cojines de seda, actos de libertinaje supremo. Sintió cómo se excitaba solo con recordarlo.
– ¿Lo ves? -Nasim sonrió maliciosamente-. Ocurrirá.
Eso era lo que se temía.
– ¿Y qué pasará si me niego?
– En ese caso ella se preñará de todas formas, pero de alguno de mis hombres, menos valiosos que tú. De hecho, podría ponerle entre los muslos a un hombre diferente cada noche y que el destino decida quién será el padre, ¿Crees que lord Ware la aceptaría de vuelta tras un mes con semejante trato?
– ¿Y si ella no es fértil? ¿Retrasaré tu misión para aparearme con una simple mujer?
La sonrisa de Nasim desapareció.
– Nada te causará retraso alguno. Cuando llegue el mensaje, te irás. Ya he esperado demasiado. -Se dio la vuelta y atravesó el patio indignado-. La torre. Mañana, al anochecer.
Kadar lo observó hasta que desapareció dentro del castillo. Por los clavos de Cristo, Nasim no podía haberlo puesto ante un dilema peor. Selene luchaba por distanciarse, ¿cómo iba a pedirle sin más que copularan hasta concebir un hijo? Le tiraría algo más que un vestido.
Maldita sea, y justo cuando ella había empezado a ablandarse un poco.
Pero en él no había amago de suavidad en ese momento; estaba duro como una piedra, y se estaba excitando por momentos. Era exactamente la respuesta que Nasim había esperado. Sin embargo le gustaría estar tan seguro de los motivos de Nasim como lo estaba de sus manipulaciones. ¿Realmente deseaba un acólito con la sangre de Kadar, o lo que en realidad quería era hundirlo en lo más profundo del cenagal?
En otra época le habían ofrecido beneficios sexuales como aliciente y recompensa, y Kadar se había deleitado con ello.
Nasim recordaría ese hecho igual que recordaba todo lo demás. Era un arma potente que no dudaría en blandir.
Los ojos de Kadar se fueron de nuevo a la torre.
La torre. Mañana, al anochecer.
– No lo haré. -Selene se puso en pie de un salto, como aguijoneada-. No seré una esclava ni haré lo que ese hombre pide. Nunca volveré a ser una esclava.
– Ya te he hablado de las consecuencias si te niegas. Admite que al menos soy la alternativa menos ofensiva. -Kadar hizo una mueca-. O quizá no quieras admitirlo. Pero te juro que yo no he planeado esto.
Ella lo sabía. Kadar podría intentar seducirla, pero nunca la obligaría a acostarse con él. Aunque saberlo no aplacaba su rabia.
– ¿Se cree que voy a llevar a tu hijo en las entrañas y que luego voy a entregárselo? ¿Está loco para creer que haría tal cosa?
– Se lo llevaría… si fuera un niño. Si fuera una niña, la mataría.
El horror hizo presa en ella.
– Estás tan tranquilo. Lo aceptas.
Él negó con la cabeza.
– Estoy tranquilo porque nunca lo aceptaría. No sucederá. Jamás un hijo mío estará sujeto a la voluntad de Nasim.
Su rabia decreció un poco.
– ¿Y cómo podremos evitarlo?
– Todavía no tengo la respuesta. A lo mejor no tenemos que evitarlo. Dos semanas no es tanto tiempo. Muchas mujeres no conciben de forma inmediata.
– A Thea le costó años. -Se vio golpeada por otra oleada de ira-. No tiene ningún sentido. Es un hombre viejo. Puede que no viva para ver crecer a un niño.
– Es posible que el niño no sea su objetivo.
– ¿Qué quieres decir?
Encogió los hombros.
– Sabe que la torre me traerá recuerdos de mi vida pasada. Sabe que a ti no te trato como a las demás mujeres. Si me obliga a tratarte así en ese aposento, será una victoria para él. Podría pensar que me ha arrastrado por el camino oscuro.
– Dios mío, es un demonio -susurró.
– Efectivamente.
– Y yo seré un peón en esta batalla entre vosotros. -Le lanzaba dardos con la mirada-. No seré un peón. No lo haré,
– Muy bien. Entonces, mañana al anochecer no iremos a la torre.
– ¿Y qué pasará?
– Mandará un hombre por ti y yo lo mataré. Enviará dos y también los mataré. -Añadió con tranquilidad-: Pero no puedo luchar contra todos ellos, Selene. Al final me matarán ellos a mí.
– Nasim no permitirá que eso ocurra.
– Quizá no quieran matarme, porque soy muy bueno. Tendrían que asesinarme antes de que yo te tomara contra tu voluntad.
Y era verdad.
– No, deberías dejar que me tomaran. Copular no significa nada. No les daría la victoria.
– Puede que no -añadió simplemente-, pero yo no podría soportarlo.
Y moriría en el intento de evitarlo, pensó con estupor.
– ¿No hay manera de parar todo esto? ¿Y si vamos a la torre y no hacemos nada?
Negó con la cabeza de nuevo.
– Hay una mirilla en la estancia contigua que permite a Nasim observar cuando lo desea.
– ¿Cómo lo sabes?
– Yo también he mirado. Muchas veces. A veces mirar es excitante.
El calor le subió por las mejillas cuando se imaginó a Kadar mirando cuerpos desnudos, retorciéndose.,.
– Eres tan depravado como ese viejo malvado -dijo con aspereza.
– En esto podría haber sido más depravado. Por eso quiere atraerme de nuevo al deporte cinegético.
– ¿Deporte cinegético? ¿Con una mujer como presa?
Maldijo en voz baja.
– ¿Qué quieres que te diga? Sí, era cazador, y las mujeres eran la presa. Pero a ti nunca te he tratado como a una presa.
– Sin embargo, Nasim espera que lo hagas.
– Por supuesto, y no te voy a mentir. No sé cómo te usaré si accedes a la demanda de Nasim. Es muy fácil perder el control en la habitación de la torre.
– ¿Y satisfacer a ese horrible hombre?
– También satisfacerme a mí mismo. Seguramente no estaría pendiente de Nasim ni de nadie más. -Se puso de rodillas y se acurrucó en su jergón en el suelo-. No sirve de nada seguir hablando. Te he dado la oportunidad de hacer tu elección. Piensa en ello y dame tu decisión por la mañana.
¿Elección? ¿Qué elección? La muerte de Kadar o permitir que poseyera su cuerpo. Se deslizó entre las sábanas, se sacó el vestido por la cabeza y lo tiró al suelo. Por si era poco dejarlo que poseyera su cuerpo, encima tendría a ese aborrecible viejo mirándolos…
Volvió la mirada hacia Kadar, que se encontraba junto a la chimenea. Tenía los ojos cerrados, pero no estaba dormido. Ella siempre sabía cuándo el sueño se lo arrebataba.
Se lo arrebataba.
¿De dónde había salido esta idea? Nadie podía arrebatarle lo que no era suyo, además ella lo había rechazado. Pensar así de Kadar se había convertido en un hábito. No estaban unidos. Ella se pertenecía solamente a sí misma, al igual que él.
Pero si acudía a la habitación de la torre, se unirían en cuerpo aunque no se unieran en alma. Él entraría en ella como aquella noche en Montdhu. La tocaría y encendería esa extraña y abrasadora oleada de calor que invadía todo su ser.
Pero esa emoción no había durado mucho. Cuando él dejó su cuerpo ella todavía era Selene. El mundo no había cambiado porque ellos hubieran copulado.
Sin embargo, el mundo sí cambiaría en caso de que mataran a Kadar si no copulaba con él. Si significaba tan poco, ¿por qué lo rechazaba?
Porque temía cualquier forma de acercamiento a él, temía que el vínculo que ella había roto se uniera de nuevo.
Bien, entonces tendría que reforzar las barreras que había levantado, porque no podía enfrentarse a la alternativa.
– Kadar.
– Sí.
– Iré contigo a la habitación de la torre.
Ella vio cómo se le tensaban los músculos, pero él no respondió.
– Pero debe acabar en cuanto veamos una salida.
– ¿Y si decides que no quieres terminar?
– Eso no ocurrirá.
El se volvió dándole la espalda.
– Dímelo cuando llevemos una semana en la habitación de la torre.
El olor era dulce, como a almizcle, vagamente familiar, y provenía de la habitación de la torre. Selene se detuvo antes de llegar al último escalón.
– ¿Qué es ese olor?
– Hachís. ¿Sabes lo que es?
– Huele a… algo conocido.
– Debería. Nicolás me ofreció hachís cuando estuve en la Casa de la Seda. Lo fumaba en ocasiones. Dicen que relaja y potencia las sensaciones.
– ¿Lo tomaste?
– No, fui allí para comprarte. Tenía que conservar el juicio, y sabía los efectos que el hachís puede causar en un hombre. -Paró frente a la pesada puerta de roble-. Nasim lo mantiene encendido en un brasero de cobre. No puedes evitar respirarlo. No es tan potente como si se fuma en una pipa, pero te afectará.
– ¿Cómo?
– Te relaja, aumenta la sensualidad, hace que todo te parezca más intenso. -La miró desde arriba-. ¿Estás preparada para entrar?
– No. -Le temblaban las manos cuando se le adelantó y abrió la puerta-. Pero tampoco lo estaré más tarde. -Entró en la estancia-. Si hay que hacerlo, hagámoslo y terminemos cuanto antes.
El aposento era redondo y sorprendentemente lujoso comparado con la austeridad del resto del castillo. Había solamente dos velas encendidas iluminando la tenue oscuridad de la habitación, pero pudo distinguir ricas alfombras que daban calidez al frío suelo de piedra, tapices con una cacería de león en el desierto ocupando la pared desde la puerta y dos divanes enfrentados con un montón de almohadones de seda en el centro de la habitación.
– Este aposento no parece pertenecer a este castillo.
– Dirigió sus ojos hacia el rincón donde estaba el gran brasero de cobre que Kadar había mencionado-. Creo que me estoy acostumbrando a ello. Ya no percibo el olor.
– Yo sí. -Alargó la mano y le desabrochó la capa. Se deslizó por sus hombros hasta el suelo-. Desvístete.
Ella permaneció sin moverse.
– ¿Nos está mirando?
Se estaba desvistiendo con rapidez.
– Probablemente.
– ¿Desde dónde?
– Quizás desde el tapiz. Desde los ojos del león.
Se dio la vuelta para observar el tapiz. La luz era tan tenue que solo podía distinguir la silueta del león.
– ¿Estás seguro de que está ahí?
– No, pero estoy convencido de que aparecerá en algún momento a lo largo de la noche.
Nasim estaba allí, mirando. Ahora sí pudo distinguir un brillo húmedo donde debería estar el ojo del león. La impotencia que sentía se convirtió de repente en furia. Esta vez no le permitiría que obtuviera la victoria.
– No me importa. ¿Me oyes, Nasim? No estoy haciendo esto porque me estés obligando. Es por mi voluntad. -Se despojó de sus vestiduras y se quitó las sandalias-. No siento vergüenza. La vergüenza es tuya. Mira todo lo que desees, viejo asqueroso.
– Selene. -Kadar se encontraba detrás de ella. Le posó las manos sobre los hombros. Unas manos cálidas y fuertes que le hicieron sentir un estremecimiento en todo su cuerpo.
Se dio la vuelta y enterró la cabeza en su pecho. Sentía bajo su mejilla el oscuro triángulo de vello mullido.
– Odio esto -susurró. -Me enerva de tal manera que le metería un palo en el ojo a través del tapiz.
– Ignóralo. -Le levantó la cara y la miró directamente a los ojos-. O demuéstrale que de verdad no tiene ningún poder sobre nosotros.
– Claro que lo tiene. Estaba mintiendo.
– Entonces hazlo realidad. -Bajó la cabeza lentamente hasta casi rozarla. Le tocó el labio inferior con la lengua-, Ayúdame y te prometo que te olvidarás de que está mirando.
Sintió algo extraño en el labio bajo la cálida humedad de su lengua; estaba como pesado, hinchado. Sus senos, presionados contra él, empezaban a sentir esa misma pesadez.
– ¿Qué quieres que haga?
– Ponte cómoda. Relájate. -La acercó hacia sí mientras deslizaba sus manos por la espalda, acariciándola-. Resultará más fácil si tú… No estás relajada. -Ella notaba su excitación presionando contra ella, dura, exigente.
– No tengo que estarlo. Recuerda, es de vital importancia que no lo esté.
El bajó las manos hasta coger sus nalgas.
– Te voy a levantar. Rodéame la cadera con tus piernas.
– ¿Por qué…? -Instintivamente lo estrechó con las piernas cuando él se hundió profundamente en ella. Cerró los ojos y se le cortó la respiración. La sensación era tensa, prolongada, ardiente-. Qué manera tan peculiar de… -El se estaba desplazando. Ella se agarró a él-. ¿Dónde…?
– Aquí. -Presionó su espalda contra el tapiz-. Nasim no puede vernos aquí. Solo cuando estamos de frente.
Nasim. Debería estar agradecida de que no pudiera verla, pero parecía no poder pensar. Su mente estaba concentrada en Kadar dentro de ella y en el suave tapiz donde se apoyaban sus nalgas.
Cuando Kadar empezó a embestir con frenesí dentro y fuera de ella, solo fue consciente de las sensaciones que invadían su cuerpo.
– Necesito más. Muévete.
Ella emitía suaves gritos ahogados desde lo más profundo de su garganta a medida que crecía la fiebre.
Él la alcanzó entre ellos, explorándola con el pulgar, encontrando lo que buscaba.
Ella le clavó los dientes en el hombro para sofocar un grito mientras su pulgar presionaba, jugueteaba, giraba.
– Ah, ¿te gusta?
No era capaz de responder. Los músculos abdominales se tensaban y relajaban con cada movimiento, y la tensión no paraba de crecer.
– Kadar, esto es…
– Lo sé. -Su mano la abandonó y la penetró más fuerte, más rápido-. Déjate llevar -le aconsejó entre dientes-. Lo estoy intentando, pero no sé si…
Liberación. Más fuerte y excitante que nada de lo sentido anteriormente. Ella se agarró a él con más fuerza. Las lágrimas le corrían por las mejillas.
– ¡Dios! -dijo él jadeando-. ¡Oh, Dios! -Se hundió en lo más profundo.
Ella apenas era consciente de los estremecimientos de él, de cómo arqueaba el cuerpo, solo se agarraba a él desesperadamente.
Él respiraba con dificultad.
– ¿Estás bien? ¿Te he hecho… daño?
Ella ignoraba si estaba bien o no. Se sentía como si acabara de atravesar una tormenta que había arrancado de raíz todo lo conocido y lo había lanzado a los cuatro vientos.
– ¿Selene?
– No me has hecho daño. Yo estoy… Ha sido…
– Calla. Pronto te sentirás bien. -Abandonó su cuerpo y cambió de postura. La llevó hacia el diván.
Suavidad bajo su cuerpo. Kadar junto a ella, acunándola.
– Al principio era agradable -susurró -. Esto último no ha sido… agradable. Parecía como si… no fuera yo misma. No sabía que sería así.
– No, agradable no es la palabra. Demasiado insulsa. -Le rozó los labios con los suyos-. Pero creo que tu placer ha sido tan intenso como el mío.
Sí, había habido placer, comprobó con satisfacción. La sensación había sido tan intensa que era difícil de identificar.
– ¿Será igual la próxima vez? ¿Es eso lo que sientes todas las veces?
– El placer está muy dentro de ti. -Ahuecó la mano para envolverle el pecho con ella-. Pero será igual cada vez.
– Ahora entiendo por qué yacías con todas las mujeres de Escocia.
El ahogó una risa.
– Me alegro de que me comprendas. -Se inclinó y le pasó la lengua por el pezón-. Pero me temo que me has dejado inservible para estar con otras mujeres.
El pecho de ella se hinchaba al sentir el roce de él, y sentía un cosquilleo entre las piernas.
– ¿Vas a…?
– Enseguida. Pero ya no hay urgencia. -Le hurgaba con los dedos entre los muslos-. Estaba pensando que antes podríamos jugar un poco.
– ¿Jugar? -En casa de Nicolás no había juego. Las uniones que ella había presenciado eran rápidas y brutales; luego el hombre dejaba la casa de las mujeres como si su pareja nunca hubiera existido-. ¿Qué vas a…?
Arqueó la espalda con un grito cuando él introdujo sus dedos en ella y empezó a moverlos.
– ¿Ves? -susurró Kadar-. Juega, Selene.
– Esto se te da realmente bien -dijo Selene somnolienta mientras se acurrucaba más junto a él-. Creo que apruebo tu aprendizaje en esa casa de Damasco.
– Me alegro. -Le rozó la cabeza con los labios-. Al menos un episodio de mi malvado pasado cuenta con tu aprobación.
– Pero que me haya gustado no significa que mis ideas hayan cambiado. Esto simplemente lo convierte en… tolerable.
– Muy tolerable.
– ¿Te estás riendo de mí?
– Jamás me atrevería.
De repente la golpeó un pensamiento. Nasim. Se había olvidado de él por completo. Miró por encima de Kadar hacia el tapiz. ¿Estará todavía ahí?
– No, no durante horas.
Ella comprobó con sorpresa que se sentía diferente. Kadar tenía razón; si no dejaban que les importara Nasim, la victoria era de ellos.
– ¿Cómo lo sabes?
– Siempre siento su presencia.
Ese terrible vínculo entre ellos.
– ¿Y cuando estábamos copulando?
– No, en ese momento no. -Soltó una risita ahogada-. Solo te sentía a ti.
– Como debe ser. -Se relajó contra su cuerpo de nuevo-. ¿Tenemos que irnos ya?
– No hasta el amanecer. ¿Estás incómoda?
Estaba demasiado cómoda. Se encontraba envuelta en una suave neblina de satisfacción. Era raro pensar en lo nerviosa y temerosa que estaba cuando abrió esa puerta hacía solo unas horas.
– ¿Es el hachís lo que me hace sentir tan feliz?
– En parte. -Tensó el brazo que la rodeaba-. Solamente en parte.
Lo que quería decir era que también se debía a que estaban juntos. Ella negó con la cabeza.
– Esto no cambia…
– No digas nada. -Le puso dos dedos en los labios-. Ahora descansa. Deseo enseñarte un camino más hacia el placer antes de irnos.
– ¿Otro? Ni siquiera podía soñar que hubiera tantos.
– ¿He olvidado hablarte de la meretriz india que aseguraba que había más de cien caminos hacia el placer?
– Creo que mentía. No es posible -dijo bostezando-. Además estoy demasiado cansada.
– Entonces duerme. -Su voz era profunda, un murmullo relajante para sus oídos-. Te despertaré al amanecer.
Ella asintió, acomodando la mejilla en su hombro.
– O antes -susurró-, porque ella no mentía, Selene.