A la mañana siguiente, después de dar un ligero toque en la puerta, Kadar entró en el camarote. Llevaba los brazos llenos de ropa.
– Buenos días. -Atravesó la estancia y depositó su carga encima de la litera-. Pensé que necesitarías algo que ponerte, ya que Balkir no te dio la oportunidad de hacer el equipaje.
Cogió un manto y arrugó la nariz.
– Apesta.
– Tuve que negociar con los marineros, y ya te habrás dado cuenta de que en general no son muy pulcros. Esperaba que Balkir contara con algunas prendas femeninas a mano, ya que también se dedica a la piratería, pero desgraciadamente no tenía ninguna. -Sonrió-. Aunque las prendas masculinas no te son del todo ajenas. ¿Recuerdas cuando te traje desde Constantinopla? Insististe en montar tu propio caballo y te vestiste como un muchacho.
– Lo recuerdo. -Había sido una gran aventura, su primer bocado de libertad, y lo había saboreado al máximo-. Pero no apestaban como éstas.
– Ah, una chaqueta pequeña. Le diré a Haroun que busque una tina.
– ¿Qué tal está?
– Sin queja alguna sobre su apestosa ropa, joven desagradecida.
– ¿Con qué negociaste para conseguir la ropa?
– Otra hora de vida. Es un artículo de gran valor. -Su sonrisa se desvaneció-. No has dormido bien.
Debería haber imaginado que reconocería los signos.
La conocía demasiado bien.
– Naturalmente que sí.
Él negó con la cabeza.
– Anoche estuve a punto de venir a ti.
Ella se puso rígida.
– Te lo aseguro, tengo otras cosas en las que pensar aparte de la seducción. Aunque también tenemos que hablar de ello.
– No tenemos que hablar de ello. Se acabó.
Él hizo un ademán de impaciencia.
– No ha terminado. Apenas acaba de empezar. Lo único que pasa es que no es el momento adecuado para enseñarte cómo se hace. -Suspiró-. Como de costumbre, me has distraído. Ese no era el motivo por el que había venido a tu camarote.
– No tenías razones para venir aquí. No te necesitaba.
– Sí me necesitabas. Nos necesitamos el uno al otro. Siempre ha sido así y siempre lo será. -Extendió la mano y le acarició el cabello con suavidad-. Recházame todo lo que quieras, pero acepta mi consuelo. Te lo ofrezco de todo corazón, y me duele tu rechazo.
Ella sintió que se derretía, como siempre, pero procuró armarse de valor para enfrentarse a ello.
– No quiero tu consuelo. No quiero nada que venga de ti.
El se la quedó mirando largamente.
– ¿Y no te importa en absoluto si me haces daño? -Apretó los labios-. Sé que he cometido un error. Extendí la mano y cogí lo que no debía. Tenía que haber tenido paciencia. Pero, por Dios, he tenido paciencia durante años. No soy un monje. Estabas allí y estabas dispuesta, y yo sabía que me marchaba y que quizá no volvería a verte… durante mucho tiempo.
– Te marchabas -repitió ella-. Sabías que te marchabas y aun así tomaste lo que te ofrecí. ¿Qué me importa que tomaras mi cuerpo? Eso no tiene ninguna importancia comparado con el hecho de que me mintieras. Si de verdad tanto te importaba, habrías encontrado la manera de llevarme contigo dondequiera que fueses. Yo nunca te habría abandonado. Predicas sobre la confianza y tú ni siquiera me dijiste nada de Sinan.
– No sirve de nada hablar contigo. No me escuchas. Muy bien, entonces abrázate fuerte a tu dolor. Apártame de ti. Pero cuando lleguemos a Maysef, obedéceme. Podría salvar nuestras vidas. -Se dirigió hacia la puerta-, Y mientras estés a bordo de este barco, permanece en el camarote. Si necesitas tomar el aire, dímelo y te escoltaré. No te metas entre los marineros tú sola.
– No soy estúpida. Ya sé que a los hombres solo les importa una cosa de las mujeres.
– A algunos hombres. Si eso hubiese sido lo único que yo quería de ti, lo habría obtenido hace años. -Abrió la puerta-. Enviaré a Haroun con algo de comida para que desayunes.
La puerta se cerró tras él con una fuerza tal que pareció casi un portazo. Estaba enfadado. Bien, eso era bueno. La rabia lo distanciaría. El ligero malestar que sentía era solo el recuerdo persistente de aquella época en la que se preocupaba hasta por cada vez que respiraba.
Aquellos tiempos habían pasado.
– ¿Me has mandado llamar? -preguntó Kadar.
– Estoy volviéndome loca aquí encerrada. -Selene lo fulminó con la mirada-. No tengo nada que hacer. En Montdhu tenía llenas todas las horas del día. Llevamos cuatro semanas en este barco. ¿Cuándo llegaremos a Hafir?
– Dentro de otras dos semanas, quizá. ¿Haroun no te entretiene? Te envié un tablero de ajedrez que pedí prestado al bueno del capitán.
– Hace lo que puede. No se puede estar jugando al ajedrez a todas horas. -Frunció el ceño-. Además, siempre gano yo.
– Pobre Haroun. No hay muchos jugadores que puedan igualarse a ti. Te ofrecería mis servicios, pero me dejaste bien claro que no querías nada de mí. -Arqueó una ceja-. ¿No habrás cambiado de idea, verdad?
– No he cambiado de idea. Pero juegas bien al ajedrez. ¿Por qué engañarme a mí misma? Es culpa tuya que yo tenga que soportar este interminable y aburrido viaje.
– Y mi deber es hacerlo menos aburrido. -Hizo una reverencia-. Reconozco mi responsabilidad. Estoy a tu servicio. ¿Saco el tablero?
– No. -Se puso en pie-. Quiero salir a la cubierta. Creo que me voy a ahogar si permanezco un minuto más en este camarote.
– Podrías haberme llamado antes. Te he estado esperando -dijo él con una sonrisa-. Esperarte parece haberse convertido en la vocación de mi vida. -Le abrió la puerta-. El sol brilla hoy con fuerza. No estés mucho tiempo fuera.
Necesitaba esa claridad. Aspiró hondo el aire fresco y salado y miró con satisfacción los rayos de sol reflejados en el azul del mar.
– No quiero volver a meterme ahí.
Kadar se quitó el gorro de la cabeza y se lo caló a ella.
– Por lo menos cúbrete la cabeza. Esa cabellera pelirroja es como un faro, y ya atraes suficientemente la atención.
Por primera vez percibió las miradas que recibía de los marineros. Parte de su alegría se desvaneció.
Kadar la llevó con presteza a la barandilla y se posicionó entre ella y todos los demás.
– Mira las gaviotas.
– ¿Estamos cerca de tierra firme?
– Puedes verla en el horizonte. -Apuntó con el dedo-. Eso es Italia.
– Donde vive el papa.
– En Roma, sí.
– Estuviste allí el año pasado para vender nuestras sedas.
Él asintió.
– Duros negociantes. Prefiero tratar con los españoles.
– Quería ir contigo. Quería ver Roma y Nápoles. Quería verlo todo. Y no me llevaste contigo.
– Quizá debería haberte dejado venir. -Hizo una mueca-. Siempre es igual, como de costumbre. -Bajó la voz-. Si hubieras venido, te garantizo que no te habrías aburrido.
Sintió el calor quemándole las mejillas.
– ¿Te refieres a la copulación? No me pareció gran cosa. Tampoco se puede pasar uno semanas copulando.
– Pero hay que intentarlo -murmuró él-. Creo que conozco suficientes variaciones como para estar entretenidos durante todo ese tiempo. ¿No te he contado nunca que cuando era un niño trabajé en una casa de placer en Damasco?
Ella abrió los ojos.
– No, no me lo habías dicho.
– Seguramente lo consideré inapropiado para tus oídos vírgenes. Pero ya no eres una virgen, ¿no es así? Así que puedo hablarte de Jebra, que se pasaba más tiempo de rodillas que tumbada. O de los intensos besos que pueden dar más placer que…
– No me interesa.
– Sí que te interesa. Posees un gran entusiasmo por la vida, y tienes la curiosidad de un gato por todo lo que te rodea. Pero hasta ahora estabas mirando desde fuera. -Sonrió-. Igual que yo en la casa de placer durante los primeros meses. Entonces decidí que si tenía algo que aprender, pondría todo mi ser en la labor. Descubrí que hay muchos caminos que explorar, tanto luminosos como oscuros.
– ¿Luminosos y oscuros?
– Ah, estás intrigada. -La miró atentamente a la cara-. Si quieres, puedo conducirte por el camino oscuro. No muy profundo, o te volverás…
– No. -Apartó la mirada y respiró hondo-. Te he dicho que no quería hablar de esto.
– Pero considero mi deber distraerte. Ir rozando las aguas oscuras produce fascinación en la mayoría de la gente. No te preocupes, te sacaré a flote. Nunca dejaré que te hundas.
– El camino luminoso, el camino oscuro. Me suena a Sinan.
– ¡Ah, no! Todo era oscuro mientras estaba con Sinan. El solamente creía en los placeres oscuros. Mucho más oscuros que todo aquello que practiqué en casa de Jebra.
Buscó desesperadamente una manera de cambiar de tema.
– ¿Qué tarea te ha asignado Sinan?
– No lo sé. Solo sé que le prometí venir cuando me necesitase.
– ¿No lo sabes? ¿Hiciste una promesa a ciegas?
Él se encogió de hombros.
– Tenía que encontrar el modo de conseguir que nos dejara marchar. No es peor que otras cosas que he hecho en mi vida.
– Pero podría ser más peligroso.
– Seguramente sí. Sinan siempre consigue lo que quiere.
Y esta vez quizá lo que quería era la sangre de Kadar.
Tenía la mirada perdida en el mar.
– Eres un loco.
– Entonces mejor para tenerte entretenida. -Permaneció en silencio unos instantes-. Hay algo que deberías saber. Sinan intentará utilizarte.
– No me necesita para hacerte cumplir su cometido. Todos estáis más que dispuestos.
– Aun así te utilizará, a no ser que yo pueda evitarlo. Está acostumbrado a doblegar la voluntad de todo el mundo, y yo no me doblego. Es una batalla librada entre nosotros durante años. Es mejor que crea que no significas nada para mí, -Torció el gesto-. Si es que puedo engañarlo. A lo mejor es imposible. Solo conozco un hombre más inteligente.
– ¿Quién? -preguntó ella con curiosidad.
Encogió los hombros.
– Nasim. El estaba… -Quería encontrar la palabra adecuada-. Ligado a Sinan.
Ella frunció el ceño.
– Nunca te he oído hablar de él.
– Porque no tiene importancia. Eso ocurrió hace mucho tiempo. -Volvió al tema del principio-. Creo que Sinan percibió lo que has significado para mí todos estos años. Estará muy complacido con Balkir cuando te entregue en sus manos.
– No me utilizará. No lo permitiré.
– Espero que tengas razón. Supongo que será una tontería pedirte que no te entrometas.
– ¿Por qué habría de entrometerme? Tú fuiste el idiota que le prometió cumplir su voluntad. Me conformo con que nos libere a Haroun y a mí para que podamos regresar a Montdhu. Asegúrate de ello en cualquier negociación que hagas con él.
– Lo intentaré. Lo único que puedo prometeros es que ambos sobreviviréis. -La agarró por el codo-. ¿Has tomado suficiente aire? Creo que será mejor que volvamos al camarote. Aquel marinero de popa no te ha quitado los ojos de encima y se está acercando por momentos. No quiero verme forzado a tirarlo por la borda.
Ella no se había dado cuenta de nada, estaba concentrada solamente en la conversación, pero Kadar sí se había fijado. Kadar siempre estaba al tanto de todo lo que ocurría a su alrededor. Sinan no era el único que tenía una capacidad extraordinaria.
– Supongo que ya estoy lista.
– Es sorprendente -murmuro Kadar mientras la acompañaba de vuelta al camarote-. Sabiendo cuan a disgusto estás conmigo, estaba seguro de que no te habría importado que me metiera en problemas para deshacernos de él.
– Sinan ya te dará suficientes problemas cuando lleguemos a Maysef. No necesita que yo lo ayude.
Sinan…
Después de que Kadar llevara a Selene a su camarote, volvió a la barandilla para contemplar el mar. El último comentario de Selene había removido la preocupación que había estado creciendo en él durante esas últimas semanas a bordo del Estrella oscura.
Algo no era como debía ser. Cuando había hablado con indiferencia de Sinan a los marineros, éstos se habían quedado helados y se habían inventado excusas para salir corriendo.
Y el lapsus de Balkir la noche de su partida. En ese momento no le dio importancia, pero evidentemente se le había quedado marcado en la memoria.
Nas… Sinan.
Nasim?
Ese escalofrío ya conocido le recorrió la espina dorsal cuando pensó en esa posibilidad tan poco grata.
Sin embargo, hay que enfrentarse a las posibilidades antes de que se conviertan en realidades y te tomen por sorpresa.
Se volvió sobre sus talones y se dirigió hacia la proa, donde se encontraba Balkir.
– Hay algo que deberías saber -murmuró Kadar mientras ayudaba a Selene a bajar por la pasarela en Hafir. -No fue Sinan quien envió el Estrella oscura.
– ¿Qué? -preguntó perpleja-. Pero tenía que…
– Sinan está muerto. Murió hace años.
Se sintió enormemente aliviada. Hasta ahora no se había dado cuenta de lo atemorizada que estaba pensando en enfrentarse a ese malvado viejo de nuevo. La alegría dio paso al alivio cuando se percató de que la amenaza que había estado pendiendo sobre la cabeza de Kadar todos estos años se había desvanecido.
– Gracias a Dios.
– Puede que no sea ocasión de regocijo. Nasim envió a Balkir para que me trajera aquí.
– ¿Nasim? -Recordó que ya se lo había mencionado-. ¿El hombre que estaba unido a Sinan?
Asintió.
– Sheik Jabbar Al Nasim.
– ¿Qué quieres decir con unido?
– Cuando alguno de los seguidores de Sinan era considerado preparado para seguir el camino oscuro, Sinan se lo enviaba a Nasim.
– ¿Para qué?
– Para ser adiestrado.
– Yo pensaba que Sinan te había adiestrado a ti.
– Y lo hizo. La manera de enseñar de Nasim era… diferente. Algunos lo llamaban el hechicero. Sinan solo fue capaz de llegar hasta ahí. No es fácil dar el paso final en el camino oscuro o conducir a alguien para que lo dé.
Eso no le gustaba nada. Parecía imposible que alguien fuera más amenazador que Sinan, pero el tono de Kadar la estaba preocupando.
– No estaba en Maysef cuando estuvimos allí.
– Tiene su propio campamento a un día de viaje. Rara vez venía a Maysef, solo durante el adiestramiento o cuando quería algo de Sinan. -Hizo una pausa-. Y siempre conseguía lo que quería, Selene. Nunca he visto a Sinan ceder ante nadie a excepción de Nasim.
– ¿Y ahora lidera a los seguidores de Sinan?
Negó con la cabeza.
– Nunca estuvo interesado en esa clase de gloria. Solo quería el poder. Según Balkir, Nasim se limita a ir y venir como de costumbre, vigilando las luchas por el poder entre los seguidores de Sinan. Siempre se quedó al margen.
– ¿Entonces por qué Balkir le obedece?
– Él adiestró a la mayoría de los asesinos de Sinan, y es difícil zafarse… Supongo que el miedo sigue ahí. No es fácil describirla influencia que ejercía. Tenía un control absoluto sobre nosotros. -Se detuvo junto a una yegua cuyas riendas estaban en manos de uno de los marineros de Balkir-. No tengas miedo. Todo saldrá bien. Solo quería avisarte.
¿Que no tuviese miedo? Le acababa de decir que este hombre era incluso más malvado que Sinan, ¿y esperaba que estuviera tranquila?
– ¿Qué pretende de ti?
Él se encogió de hombros.
– No lo sé. Balkir dijo que solamente le habían dado órdenes de traerme y de que no me enterara de que Sinan estaba muerto.
– No me gusta nada.
– Ni a mí tampoco -replicó Kadar sobriamente-. Nada en absoluto.
La fortaleza de Maysef seguía tal y como la recordaba Selene: el castillo robusto, inhóspito, amenazador; los seguidores vestidos de blanco se movían como fantasmas por el patio y los oscuros salones. No se había percatado de lo clara y vívidamente que su memoria conservaba aquel lugar.
– Espera aquí. -Balkir desmontó de su caballo-. Tengo que ir y reportar a mi amo. Ya mandaré por ti si desea verte.
– Pero a Kadar no le gusta esperar. -Había un hombre con una gran capa negra en lo alto de la escalera, mirándolos-. Así que he venido a darle la bienvenida.
Kadar inclinó la cabeza.
– Buen día, Nasim.
– Es un buen día, ahora que estás aquí. Llevo esperándote mucho tiempo.
Selene reprimió un estremecimiento cuando vio la penetrante mirada de Nasim posarse sobre Kadar como las garras de un águila. No sabía por qué, pero ese hombre le inspiraba desconfianza. No había temido a Sinan, aunque se supone que debería haberlo hecho. Pero ese hombre… La amenaza y el poder que lo rodeaban eran casi tangibles, Nasim era claramente un anciano. Su cara tenía profundas arrugas y tenía el oscuro cabello, con canas en las sienes, recogido en una coleta. Pero sus ojos brillaban con una vitalidad casi febril que desafiaba la edad.
Kadar no parecía tener miedo. Le dijo en tono ligero:
– Es lo menos que podías hacer después del largo camino que he recorrido a petición tuya.
– Orden.
– Petición -repitió Kadar con una sonrisa-. Hace tiempo que no obedezco órdenes de nadie, Nasim.
– Valientes palabras. Lo que cuentan son los hechos. No pareces estar sorprendido de que sea yo quien te ha llamado. -Volvió la mirada hacia Balkir.
El capitán estremecido y se apresuró a decir:
– Lo ha adivinado, pero no hasta que estábamos casi aquí. Yo no se lo he dicho. Ya lo sabía cuando vino a mí y…
– Tienes el cerebro de un buey. -La mirada de Nasim se trasladó a Selene-. ¿Quién es ella?
– Lady Selene -respondió Balkir-. No hubo más remedio…
– Tienes ojos valientes -observó Nasim-. Demasiado audaces para una mujer.
– Baja los ojos -murmuró Balkir.
Ella no bajaba los ojos.
– ¿Por qué está aquí, Balkir? -Nasim no esperó la respuesta-. ¿Idea tuya, Kadar?
– No, un error por parte del capitán -dijo Kadar-. Se cruzó en el camino.
– Copula con ella -se apresuró a decir Balkir-. Lo he visto.
– ¿Y no viste que el conflicto entre nosotros sería peor que ese hecho sin importancia?
– Pensé que podría sernos útil. -La mirada desesperada de Balkir estaba fija en Nasim-. Pero si no os agrada, me desharé de ella.
– ¿Por qué hacerlo? -preguntó Kadar-. Envíala de vuelta a Montdhu con el chico. Apaciguará a lord Ware y evitará la posibilidad de que venga tras ella.
– ¿El chico?
Balkir sacudió la cabeza en dirección a Haroun, que se encontraba tras él.
– Es el sirviente de lord Ware. ¿Me deshago de ellos, lord Nasim?
La mirada de Nasim iba de Selene a Kadar y viceversa.
– Creo que no. Nunca se sabe cuándo la escoria puede convertirse en oro. Prepárales aposentos. -Se volvió hacia Kadar-. Ven conmigo. Tenemos que hablar.
Kadar asintió.
– Cuanto antes, mejor. -Deliberadamente evitó mirar a Selene cuando desmontó de su caballo y empezó a subir las escaleras-. Dales algo de comer, Balkir. Hace horas que desayunaron. No queremos devolverlos a lord Ware en malas condiciones.
– Si los devolvemos. -Nasim entró en el castillo seguido de cerca por Kadar.
– Ven. Rápido. -Balkir sacudió el hombro de Selene-. Ya has oído al amo.
Selene se bajó del caballo.
Haroun inmediatamente se puso a su lado. Estaba temblando, con la mirada fija en el temible castillo.
– No os preocupéis, Yo os protegeré.
– Sé que lo harás. -No lo creía en absoluto. No había esperado verlo tan agitado-. Pero no hay un gran peligro. Creo que Nasim está soltando un farol.
– ¿De verdad? -preguntó Haroun no muy convencido.
No se imaginaba que ese diablo soltase faroles alguna vez, pero no servía de nada alarmar a Haroun. Siguió a Balkir por las escaleras.
– Por supuesto. Ya has visto que Kadar no le teme.
– Pero lord Kadar es… Parecen… iguales.
Ella se dio media vuelta para mirarlo.
– No son iguales -dijo con fiereza-. No se parecen en absoluto.
Él retrocedió un paso.
– Mis excusas, lady Selene. Lo que quería decir…
– Déjalo. -Trató de mantener la voz firme. No debería haber explotado de esa manera. Las palabras de Haroun habían provocado una respuesta que no sabía de dónde hubo salido.
Ella estaba mintiendo. Se había cegado a sí misma.
No quiso ver lo que Haroun había visto. Esperaba que el tiempo y la distancia produjeran cambios que no habían ocurrido. Al mirar a Kadar y a Nasim había visto los lazos que los unían. El vínculo entre la banda de asesinos y Kadar aún seguía ahí.
– No quería decir que lord Kadar… He hablado sin pensar -se defendió Haroun.
– Lo sé. -Subió deprisa las escaleras. El comentario de Haroun había sido instintivo, y a veces el instinto resulta más revelador que el pensamiento.
Y mucho más aterrador.
– Puedes sentarte en mi presencia, Kadar. -Nasim señaló hacia una cama turca con almohadones. -El viaje debe haberte extenuado.
Kadar negó con la cabeza.
– No estoy cansado.
– ¡Claro que no!, tú eres joven y fuerte. -dijo Nasim impasible-: Tus años en esas frías tierras no te han debilitado.
– ¿Es eso lo que imaginabas?
– Nunca se puede decir lo que ocurrirá cuando se camina por la senda luminosa. La fuerza a veces se disipa. El camino oscuro siempre mantiene la fuerza.
– ¿Seguro?
– ¿Dudas de mis palabras? -arremetió Nasim-. Entonces eres un necio. ¿Quieres que te enseñe…? -empezó a decir tomando aliento-. Siempre te las arreglas para enfadarme. Pero te perdonaré porque estoy contento de que estés aquí.
– ¿Y por qué estoy aquí?
– Porque es el lugar al que perteneces.
– Ya no. Sinan está muerto, y eso ha cortado mi última atadura.
Nasim hizo un gesto negativo.
– Te estoy reclamando el servicio que le prometiste a él.
A Kadar no le sorprendió.
– ¿Con qué derecho?
La sonrisa de Nasim era fría.
– Con el único derecho que ambos reconocemos. Poder.
Kadar movió la cabeza.
– Podía haber hecho que Balkir atacase el castillo de Montdhu. Me aguanté, pero aún puedo hacerlo. No te precipites al rechazarme. Mi humor no es el de antes.
Kadar percibía la turbulencia de las aguas bajo la superficie, y le sorprendió. El Nasim que él recordaba siempre había sido frío como el hielo y controlado.
– ¿Y qué me tienes preparado?
– Deseo que encuentres un tesoro que no tiene precio.
– ¿Qué tesoro?
Nasim negó con la cabeza.
– Te diré más cuando llegue el momento de emprender el viaje. He enviado un mensajero para verificar que el tesoro todavía se encuentra en el mismo sitio. Cuando regrese Fadil, partirás y me lo traerás.
Kadar frunció el ceño.
– ¿Cuándo crees que estará de vuelta?
– En una semana, quizá dos. -Se encogió de hombros-. Si Fadil sobrevive. Puede que no.
– ¿Y quieres que espere aquí?
– Ah, estás deseoso de ponerte en camino. Soy yo quien debería estar impaciente. -Nasim arqueó una ceja-. Hay otros trabajos que puedes hacer para mí. Estoy seguro de que encontraremos algo interesante que hacer mientras estés aquí. Ya tengo algunas ideas.
– ¿Qué ideas?
– Eso lo dejo a tu imaginación. Tienes una imaginación privilegiada, Kadar. Utilízala. -Hizo un gesto con la mano para despedirlo-. Te mandaré llamar cuando decida que es el momento de cumplir mi petición.
– No he dicho que vaya a cumplir tu petición, Nasim.
– Es cierto. -Sonrió-. La niña Selene se ha convertido en una mujer, ¿verdad? Recuerdo a Sinan hablándome de ella cuando estuvo aquí la otra vez.
Kadar fingió indiferencia.
– Dudo que se molestara en confiarte algo de tan poca importancia.
– Ya sabes que Sinan me lo contaba todo. Yo decidía lo que era poco importante. ¿Qué tal copula, Kadar?
Se puso rígido.
– Nada especial.
– Es demasiado audaz para no ser algo especial. -Nasim le dio la espalda y se dirigió hacia la ventana-. Puedes marcharte.
Kadar se le quedó mirando la espalda durante unos segundos más. Por Dios santo, no quería irse dejando esta conversación sin resolver. Sabía que Nasim había metido a Selene en la conversación con la esperanza de destruir su compostura. Y lo había conseguido.
– Sinan me dijo que quiso probarla cuando era una niña y tú lo detuviste -afirmó Nasim.
– Entonces no era nada especial. Ahora sigue sin ser nada especial. A sus ojos. -Hizo una pausa-. Y a tus ojos.
– Ya veremos. Pensaré en ello. -El tono de Nasim dejaba traslucir alguna finalidad.
Kadar había oído ese tono antes en muchas ocasiones.
Era inútil intentar hablar más con él en este momento. Volvió sobre sus talones y abandonó la estancia.
– ¿Qué quiere de ti? -le preguntó Selene en cuanto Kadar entró en su aposento.
– No me lo ha dicho. Solo sé que implica un viaje para traerle un gran tesoro, un tesoro que no tiene precio. Está esperando a un mensajero. Dijo que habrá que esperar una semana o dos antes de tener la información.
– Un tesoro que no tiene precio -repitió Selene-. ¿Qué considerará ese demonio inestimable?
Kadar se encogió de hombros.
– No tengo ni idea, pero sea lo que sea, lo quiere a toda costa.
– ¿Y nosotros tenemos que quedarnos aquí?
Asintió.
Ella apretó los puños.
– ¿No hay nada que podamos hacer?
– ¿Escapar? -Negó con la cabeza-. Tengo que hacer las tareas que me encomiende o perderé todo lo que he ganado de él.
– Y tú odias perder.
– Igual que tú. Especialmente cuando afecta a las personas que amas. -Se acercó a la ventana y miró hacia el patio-. Tengo que quedarme contigo en este aposento. No es seguro que estés sola.
Ella se puso rígida.
– No me discutas esto. Hemos compartido habitación en el pasado y por la misma razón. -Su tono era distraído-. Pondré un jergón en el suelo.
– ¿Es necesario?
– Sin duda alguna.
– Entonces, adelante. Te lo permitiré.
– No te impondré mi presencia más de lo estrictamente necesario. Nasim me dará libertad para circular por el castillo y sus alrededores.
– Pero a Haroun y a mí no. -Era una afirmación.
– Haroun tendrá una libertad limitada. No es seguro para ti que abandones esta estancia.
Pero Kadar estaría paseándose entre esos asesinos y estaría a menudo en presencia de Nasim. Solo pensarlo le helaba la sangre. Dijo sin darle importancia:
– No pensarás que voy a permitir que me abandones, ¿verdad? El aburrimiento aquí no será menor que en el Estrella oscura. Tienes que entretenerme.
Él sonrió débilmente.
– Ah, ¿debería?
– Sí, y también necesito algo más para vestir. Estoy harta de esta ropa tan basta. Consígueme telas e hilo y aguja. Y deseo que me ayudes con ello.
– ¿Quieres que yo cosa?
– ¿Es demasiado para tu orgullo?
– ¿Orgullo? He acometido tareas mucho más humildes, pero encuentro inusual que requieras mi ayuda.
Ella encogió los hombros.
– Ya que estás aquí, podrías ayudar.
– ¿Algo más?
– No por el momento. Quizá más tarde.
– Vendré inmediatamente cuando sea requerido. -Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta-. Echa el cerrojo y ábreme solamente a mí.
Cuando él salió apoyó la frente contra el marco de la puerta tras echar el cerrojo. Todo estaba saliendo mal. Pretendía mantener a Kadar a distancia, pero se había visto obligada a acercarse a él. Bien, sería sólo durante su corta estancia aquí.
No permitiría que ese diablo de hombre tuviera a Kadar.