CAPÍTULO 13

ROMA


– Muy agradable, Tarik. -Los ojos de Kadar escudriñaban la estructura de columnas de piedra que había en la colina. El camino que llevaba hasta el impresionante edificio de color crema estaba bordeado por árboles. Al norte de la casa, Kadar vio el brillo de un tranquilo estanque rodeado de estatuas-. Un auténtico palacio. Pero yo no elegiría un sitio sin fortificar. No es seguro. Los hombres de Nasim podrían invadirnos en un abrir y cerrar de ojos.

– Les llevaría algo más de tiempo. Tengo guardias vigilando todos los caminos, así que estaríamos avisados con antelación. -Tarik espoleó su caballo para ponerlo al trote-. Y Nasim no puede atacar lo que no sabe que existe.

– Conocía la existencia de Sienbara.

– Porque yo quería que lo supiera. Tenía que lanzarle un poco de información para asegurarme de que no ahondaba más -dijo sonriendo-. Creo que aquí estarás cómodo. Esta villa perteneció una vez a la amante del papa Jubo. Se la regaló cuando le dio un hijo. Por lo visto, Aurelia era una gran belleza, y es evidente que tenía un gusto exquisito. Le compré la villa a su hijo. Un hombre muy interesante. Te contaré más cosas de él cuando nos hayamos instalado.

– No me interesa el hijo del papa ni tampoco me preocupa nuestra comodidad -dijo haciendo un gesto brusco con la cabeza hacia el cofre atado al caballo de delante-Ya sabes lo que me interesa.

– ¿Ni siquiera vas a dejar que me proteja entre mis muros antes de atacarme?

– No. Me prometiste que cuando llegáramos a Roma me lo enseñarías.

Tarik suspiró.

– Está bien, esta noche después de cenar. -Levantó la mano cuando Kadar abrió la boca para protestar-. No discutas. Es la única victoria que me vas a arrancar.

Kadar conocía suficientemente bien a Tarik como para darse cuenta de que se mantendría en sus trece y no habría forma de hacerlo cambiar de idea. Al fin y al cabo se trataba solamente de unas horas. Ni siquiera sabía por qué se había molestado en coaccionarle. No solía ser tan impaciente.

Sabía por qué. Rebosaba frustración y preocupación por Selene. No podía hacer nada para remediar esta situación sino esperar, por lo que procuraba controlar todo lo demás que se encontraba a su alcance.

– Pronto sabremos algo -dijo Tarik mirándole fijamente a la cara-. Antonio estará aquí en unos días para decirnos que ella está sana y salva de camino a Montdhu.


Después de cenar, Tarik mandó a sus criados a la cama y fue cojeando hasta el lugar donde había dejado el arcón de madera.

– Enciende otra vela. Si deseas ver el grial, querrás verlo bien.

Kadar encendió una segunda vela con la que había en la mesa.

– Por fin.

– No es necesario tanto sarcasmo. Tenía que estar seguro de ti.

– ¿Y ahora lo estás? Siento decepcionarte, pero no me manipularás más de lo que ya hizo Nasim.

– A ambos se nos ha ido de las manos. -Puso el arcón sobre la mesa y lo abrió con llave-. El destino a veces es así. ¿No lo has notado?

– Lo que he notado es que disfrutas jugando con el destino.

– De hecho he sufrido mucho por intentar no jugar con él. -Levantó la tapa del arcón, sacó la estatua y la dejó a un lado-. Últimamente es cuando he empezado a cansarme y a ceder ante la tentación. -Apartó la seda color púrpura y abrió el cofre de oro-. Aquí está tu grial. Es precioso, ¿verdad?

El tono de Tarik era de lo más despreocupado… demasiado despreocupado. Kadar entrecerró los ojos y luego se acercó un paso para mirar dentro del cofre. La luz de la vela hacía brillar el objeto de oro que albergaba un nido de terciopelo.

– Es un grial.

Tarik sonrió,

– Te lo dije, ¿No estás ahora avergonzado de haber desconfiado de mí?

– No. Considerando esa lengua viperina tuya, estaría avergonzado si no hubiera desconfiado. ¿Puedo sacarlo del cofre?

– Por supuesto.

Kadar levantó con cuidado el grial y lo sujetó bajo la luz de la vela. El trabajo era magnífico. Cada pulgada de oro del grial estaba laboriosamente tallada con símbolos pictóricos. Kadar pasó el dedo suavemente por una de las escenas.

– ¿Qué es esto?

– Es mi lengua materna. Mucho más clara y civilizada que la escritura de los griegos y los romanos.

– La he visto antes.

– Eso pensé cuando dijiste que la estatua te resultaba familiar. -Miró hacia la talla que estaba sobre la mesa-. Esperaba que la reconocieras. Has viajado más que la mayoría de los hombres, y cuentas con una mente curiosa.

– Egipto.

– Sí.

Miró otra vez la copa.

– ¿Qué dice?

– Es la historia de un joven y su búsqueda. Te gustaría.

– Entonces cuéntamela.

– ¿Quieres historias? Qué raro -dijo sonriendo-A Nasim no le interesarían las historias, solamente el poder de la copa. ¿No sientes la magia del grial? ¿No sientes su fuerza recorriendo tu cuerpo al sostenerlo entre tus manos?

– No.

Tarik se echó a reír.

– Nasim lo sentiría. Él cree en el grial.

– Entonces es un idiota. No hay magia en él.

– No serías capaz de convencerlo. Es imposible persuadir a un hombre como Nasim de que no puede tener todo lo que quiere. Y a veces es mejor no intentarlo.

– Dime qué hay escrito en la copa.

– Muestras impaciencia de nuevo. Es una larga historia, pero te lo diré. -Inclinó la copa de manera que Kadar pudiera ver la inscripción grabada en el interior-. Dice: «Proteger». Es lo que he estado haciendo. Pero ya estoy cansado. Merezco descansar. Es hora de que alguien más se haga cargo de esta tarea.

– ¿Yo?

Tarik asintió.

– Has escogido al hombre equivocado. No deseo proteger tu grial. No significa nada para mí.

– Pero lo hará. Siéntate. -Se sentó y estiró su pierna coja-. Tómate tu tiempo. Querías ver el grial, ahora examínalo a tus anchas.

Kadar se puso cómodo y lo giró lentamente.

– Hay algo más al otro lado de la copa.

– Exacto.

Kadar lo miró inquisitivamente.

– Me parece que ya has digerido bastante por el momento. Siempre he creído que es mejor ir con precaución cuando una historia es tan larga y complicada.

– Quiero escucharla ahora.

Tarik negó con la cabeza.

– Tómalo, acostúmbrate a él. Luego lo depositaré en el cofre otra vez hasta que considere que ha llegado el momento apropiado.

Kadar agarró la copa con fuerza.

– No me gusta tanta burla. ¿A qué estás jugando conmigo, Tarik?

– A un juego en el que yo dicto las reglas. -Tarik se apoyó en el respaldo de la silla-. Ya basta de hablar del grial. Ahora relájate y te hablaré sobre el hombre que me vendió esta bonita villa.


Selene escupió la hoja.

– No comeré más. ¿Me oyes? Sabe horrible.

– Puede que ya hayas tomado suficiente. Layla metió la última de las hojas en la bolsa que llevaba en la cintura y puso su caballo al trote-. Mañana veremos.

– Hemos probado con romero, tomillo y las hojas de ese arbusto con la fruta roja. ¿Cuándo lo dejaremos?

– Cuando dejes de tener náuseas.

– Ya es bastante desagradable estar así como para que empeores la situación obligándome a tomar esas repugnantes plantas.

– Deja de quejarte. Es algo que vale la pena. No solo para ti, sino para todas nosotras, las mujeres.

– ¿Nosotras? Soy yo la que está sufriendo.

– Yo lo haría si estuviera encinta.

Lo más exasperante era que Selene sabía que decía la verdad. Layla era implacable y estaba absolutamente convencida de que lo que hacía era lo correcto. Era difícil rechazar a alguien con una dedicación tan extrema. Solo le quedaba esperar que su mal se le pasara pronto de manera natural o que Layla encontrara algo que disipara su atención.

– Si me das una sola asquerosa pócima más, no viviré para soportarlo… -Vio que Layla no la estaba escuchando.

Tenía la mirada perdida, la frente arrugada de tanto pensar.

– Si no funciona, mañana probaremos con albahaca.

Selene quería tirar a la obstinada mujer de su caballo.

Murmuró una imprecación y espoleó su caballo para que avanzara hasta donde se encontraban Haroun y Antonio.

Haroun se retrasó para cabalgar a su lado.

– ¿Qué ocurre?

– Nada -respondió secamente-. ¿Por qué debería ocurrir algo?

– Parecéis… trastornada. Además esta mañana también estabais indispuesta. -Se humedeció los labios-. No es bueno vomitar todos los días. Estoy preocupado.

– No es bueno, pero no es nada que deba preocuparnos.

– ¿Es la fiebre?

Negó con la cabeza.

– Deberíamos parar y esperar a que os recuperéis.

¿Por qué no decírselo? No podría mantenerlo en secreto durante mucho tiempo, ya que él la veía todos los días.

– Tardaré varios meses en recuperarme de este mal. Estoy encinta, Haroun.

Exhibió una amplia sonrisa.

– Me lo imaginaba… Recuerdo a lady Thea con ese mismo mal. ¿Es ése el motivo por el que vamos a buscar a lord Kadar?

– Sí.

– Es lo más sensato. Él es honorable, tanto vos como el bebé estaréis a salvo con él.

– No voy a ponerme en sus manos. Tras la boda, regresaré a Montdhu.

Él asintió enérgicamente.

– Hasta que sea seguro para él llegar hasta donde estéis. Esta tierra no es lugar para vos. No os preocupéis, yo os cuidaré.

– No necesito que… -No pudo terminar. Haroun estaba muy contento y hablaba completamente en serio. Aunque su actitud fuera molesta, también era muy dulce. Estaba conmovida-. Te agradezco tu preocupación. Procuraré no ser una carga. -Dios santo, esa última frase casi le revuelve el estómago otra vez-. Sé que estaré a salvo contigo, Haroun.

Él se ruborizó y su sonrisa se hizo aún más radiante.

– Lo estaréis. Os lo prometo. Os cuidaré. Estaréis a salvo, lady Selene.


– El muchacho pulula a tu alrededor como una abeja en el panal -comentó Layla en voz baja mientras observaba cómo Haroun le preparaba el jergón esa noche-. ¿Se lo has contado?

Selene asintió.

– Iba enterarse antes o después. Lo notaba preocupado.

– Deberíamos habérselo dicho antes. Parece un buen chico.

Vaya una alabanza, viniendo de Layla. Selene sonrió.

– Muy bueno.

– Pero sus desvelos te van a fastidiar un poco.

– Probablemente. -Pero no tanto como en el pasado, pensó para sus adentros. Es como si el bebé hubiera amortiguado y suavizado todas las aristas. Le hada pensar con más claridad y reaccionar menos impulsivamente.

– Te sientes bien esta noche. -Layla la estaba estudiando.

Ella sonrió.

– Hoy no me has obligado a tomar ninguna de tus hierbas.

– Mañana. No siempre es bueno mezclar. -Negó con la cabeza-, No, es algo más.

Esperanza. No sabía de dónde había salido esa idea.

Qué extraño. La esperanza había sido algo poco común en su vida. Había tenido demasiadas decepciones. Actuaba para cubrir sus necesidades; sin esperar nada más allá. Sin embargo, en ese momento era la esperanza lo que la impulsaba por dentro. Había estado creciendo día a día durante el viaje.

¿Sería el niño?

– Siento… -No podía explicar lo que no comprendía ella misma-. Siento como si todo fuera a salir bien.

– Ojalá.

Hizo una mueca.

– O quizá esta satisfacción es la manera que Dios tiene de proteger a los bebés.

– Es posible. La verdad es que a ti te ha cambiado. Ni siquiera has mencionado a Tarik o el grial desde que has descubierto que estás encinta.

No parecía tan importante. Lo único que importaba ahora era el bebé y reunirse con Kadar.

– Kadar dice que cuando se me mete algo en la cabeza no puedo pensar en otra cosa. Supongo que tiene razón.

– Parece conocerte muy bien.

– Sí. -Habían pasado juntos muchas horas, días y años-. ¿Cuánto queda para llegar a Roma?

– Tres días.

Faltaban tres días para volver a ver a Kadar. Tres días y sabría lo del niño. No es que fueran a cambiar las cosas, pero podría verle la cara y eso sería…

– Virgen santa, ¿te encuentras mal otra vez?

Su mirada sobresaltada voló hacia el rostro de Layla.

– ¿Qué te hace pensar así?

– Tienes una expresión idiotizada y confundida.

Selene frunció el ceño.

– No es cierto. Simplemente estaba… -Se detuvo al ver que Layla estaba sonriendo-. Tu sentido del humor no es muy amable.

– El humor es el humor. Amable o no, es nuestra salvación. Acostúmbrate a mi rudeza. No sé ser de otra manera. -Dirigió su mirada hacia el fuego-. ¿Te quedarás con él?

– No.

– Pero estás luchando contra ello.

– No, ya no lucho contra ello. Pero eso no significa que me vaya a quedar con él. Seguramente lo que significa es que no debería hacerlo. -Hizo una pausa-. Pensaba que era la única persona en esta tierra que nunca me mentiría. Pero lo hizo.

– ¿Traición?

– No exactamente.

– Todos mentimos alguna vez en nuestra vida. Para bien o para mal. -Hizo una pausa-. Igual que nos mentimos a nosotros mismos.

Se puso rígida.

– ¿Quieres decir que me estoy engañando a mí misma?

– Es posible. Me comentaste que Tarik te dijo que eras como yo. Hay una parte de nosotros en lo más profundo de nuestro ser que permanece aislada e intacta. Es difícil permitir que nadie se acerque a ese punto, ni siquiera la persona amada. Puede que tú seas igual. -Levantó la mirada-. Si tienes una buena razón, abandona a este Kadar, pero no te engañes a ti misma para proteger esa isla. La soledad puede ser muy amarga.

– Yo nunca me engaño a mí misma -se apresuró a decir Selene-. Y además, Tarik dijo que si me quedaba con Kadar sería un peligro para él.

– Tarik tiene sus propias razones para quererte alejada de él.

– Pero creo que está en lo cierto.

– Hay otras soluciones que no consisten en salir corriendo. -Se enrolló con la manta y cerró los ojos-. Piénsalo.

– No necesito pensarlo. He tomado una decisión y no…

– Ve a dormir -dijo Layla bostezando-. Estoy cansada de hablar contigo y necesito descansar. Sin duda me despertarás temprano con esas terribles arcadas.

Selene se dio cuenta con frustración de que había dado el tema por zanjado. Se dio la vuelta y se dirigió hacia su jergón.

– Parecéis preocupada. ¿No os encontráis bien? -preguntó Haroun desde su jergón a pocos metros de distancia.

Ella hizo un esfuerzo por sonreír mientras se acostaba.

– Solamente es cansancio.

– No deberíamos forzar la marcha. Necesitáis reposo.

– Eso es lo que intento. -Se tumbó de lado y cerró los ojos-. Estoy bien. Solo serán tres días más.

Pero no estaba segura de poder sobrevivir a las atenciones de Haroun durante tres días más sin estallar. Nunca debería haberle dicho lo del bebé.

– ¿Necesitáis otra manta?

– No, estoy bien así.

– Puedo avivar el fuego.

Despacio y con cuidado, haciendo una pausa entre cada palabra, dijo:

– No necesito nada, Haroun.

No sabía qué era peor: Layla, con su incansable determinación por utilizarla para mejorar la condición de todas las mujeres, o Haroun, que quería asfixiarla bajo esta manta de mimos. Se alegraría de llegar a Roma.

Y a Kadar.

Aunque no pudiera estar con él, no le haría daño imaginar su alegría cuando se enterara de lo del niño. Había crecido solo en las calles, y un bebé, alguien suyo, significaría mucho, tanto para él como para Selene.

¿Demasiado? Si se marchaba con el bebé le rompería el corazón. Dios mío, jamás haría daño a Kadar.

Poco a poco. Afrontaría las consecuencias más tarde.

Ahora solo tenía que preocuparse por llegar a Roma y asegurarse de que el bebé estaría protegido con los votos sagrados de las crueldades del mundo.


– ¡Lady Selene!

Haroun.

Tenía su mano en el hombro y la agitaba bruscamente.

– Tenéis que despertaros. Debemos partir. Nasim…

Nasim.

Se despertó al instante y vio el rostro preocupado de Haroun sobre ella.

– Antonio dice que se acercan jinetes por el camino. -La ayudó a levantarse-. Cree haber reconocido a Nasim.

Aún estaba oscuro. Solamente se filtraba un hilo de pálida luz de luna por las nubes de un cielo cubierto. ¿Cómo podría Antonio estar tan seguro de…?

No podían arriesgarse.

– ¿A qué distancia?

– No lo sé. Minutos… Se dio la vuelta, corrió hacia los caballos y se apresuró a ensillar su yegua.

Layla había terminado de ensillar su caballo y se lo llevaba a Selene.

– Monta mi caballo y lárgate de aquí -dijo Layla secamente-. Date prisa.

– No, esperaré a…

– No hay tiempo. Estaremos justo detrás de ti. ¿Quieres arriesgar la vida de tu hijo?

Quiero ese niño.

La invadió una oleada de terror. Si Nasim se enteraba de que estaba encinta, se llevaría al bebé si nada varón y lo mataría si era niña. No podía poner en peligro al niño. Dejó de discutir y se subió al caballo de Layla.

– ¿Dónde nos encontraremos?

Layla señaló hacia un denso bosque en la lejanía.

– Será fácil esconderse entre los árboles. -Espoleó a su caballo en las ancas traseras y la obligó a correr como alma que lleva el diablo.

El viento le cortaba las mejillas.

Tenía la ropa pegada al cuerpo.

Se atrevió a mirar a sus espaldas.

No venía nadie. ¿Dónde estaban Layla y…

No debía dejarse llevar por el pánico. Solo habían pasado unos minutos.

Sintió un gran alivio cuando divisó a Layla, a Haroun y a Antonio cruzando el claro.

No veía a nadie persiguiéndolos. Quizá todo había sido un error. A lo mejor no era Nasim.

O puede que sí.

Espoleó a su caballo.

El bosque estaba justo frente a ella.

Y allí estaba, a su alrededor. Oscuridad. Sombras. El denso palio de ramas sobre su cabeza. Seguridad.

– Baja del caballo. -Layla cabalgaba a su lado y bajó de un salto-. Dale un azote a tu caballo para que salga corriendo y escóndete entre los matorrales. Se está acercando.

– ¿Nasim? -Desvió la mirada en dirección al camino.

Los jinetes se acercaban al galope hacia el bosque, liderados por Bailar y Nasim.

Se deslizó por la silla y le propinó a su caballo un buen cachete. El equino se adentró en la espesura.

Antonio y Haroun habían llegado también, Antonio desmontó de su caballo. Haroun se encontraba todavía en su montura, mirando hacia atrás.

– ¡Por todos los santos, date prisa, Haroun! -gritaba Selene con frenesí mientras se adentraba entre la maleza.

– Están demasiado cerca. -Tenía el rostro demudado por el miedo-. Os encontrarán. Tengo que…

Espoleó su caballo al galope.

Ella abrió los ojos de espanto.

– ¡Haroun!

Layla le tapó la boca con la mano a la vez que la tiraba al suelo.

Tenían encima a los jinetes.

Polvareda. Estruendo. Ruido de ramas rotas.

Selene veía los cascos volar a corta distancia de donde se encontraba.

– ¡Allí! ¡Adelante! -Era la voz de Balkir-¡El muchacho!

La tierra tembló cuando los jinetes pasaron entre los arbustos donde estaban escondidos.

Layla retiró la mano de la boca de Selene.

– Lo matarán. -Escudriñaba en la oscuridad con ojos agonizantes el lugar donde habían desaparecido los jinetes-. Lo apresarán.

– No podemos quedarnos aquí. -Layla se levantó y la ayudó a ponerse en pie-. Volverán. Tenemos que encontrar un lugar donde escondernos. -Se volvió hacia Antonio-. Sigue adelante. Dirígete hacia el sur. Busca una cueva. Encuentra aunque sea un árbol al que podamos trepar. Cualquier cosa que nos permita estar fuera de su alcance.

Antonio asintió y se esfumó entre los matorrales.

– Vamos. -Layla la agarró por el brazo-. Tenemos que salir de aquí.

– Tenemos que ayudar a Haroun. Lo matarán.

– No podemos ayudarlo. Tiene que arreglárselas él solo. Quizá consiga escaparse. De cualquier modo, no podríamos alcanzarlo a pie. Aunque lo intentáramos, no podríamos detenerlos. Estamos en minoría.

– Tenemos que intentarlo. Sabes que lo matarán si lo apresan.

– Por supuesto que lo matarán. -La voz de Layla hería como un látigo-. No seas estúpida. Nos matarán a todos si les damos la oportunidad. Puede que a ti no te maten, pero te utilizarán a ti y al niño para llegar a Kadar y a Tarik. ¿Quieres entregarnos a Nasim por intentar salvar a un hombre que no puede ser salvado?

– El intentó salvarnos.

– Sí, y sabía perfectamente lo que estaba haciendo. ¿Vas a dejar que su sacrificio sea en vano? Usa la cabeza.

Selene no quería entrar en razón. Intentó zafarse de Layla, que la tenía agarrada.

– El niño -dijo Layla-piensa en el niño. No tienes derecho a arriesgarte a que muera.

El niño.

Haroun.

Nadie tenía derecho a elegir quién debía vivir o morir. Cerró los ojos al sentir fuertes oleadas de dolor.

– Ven -dijo Layla agarrándola por el codo de manera suave pero firme-. Es lo mejor que podemos hacer.

Layla siempre parecía saber qué era lo mejor en cada momento, pensó Selene débilmente. Qué reconfortante debe ser. Bien sabe Dios que ella no era capaz.

Permitió a Layla que la condujera en dirección opuesta a la tomada por Haroun y Nasim.


Unas horas más tarde, Antonio localizó una pequeña cueva en la ladera de una colina.

Emplearon la hora siguiente en camuflar la entrada de la cueva con ramas. Antonio se apostó cerca de la abertura. A partir de ese momento solo les quedaba esperar y vigilar.

Y preocuparse por Haroun.

– No te apures más. -Los ojos de Layla estaban posados en el rostro de Selene-. No te conviene.

– No seas tonta. ¿Cómo puedo dejar de preocuparme? -Selene tenía apoyada la mejilla en la fría pared de piedra de la cueva-. Deberíamos haber ido tras él.

– Entonces échame a mí la culpa. La decisión fue mía.

– No, yo la tomé. Yo soy la culpable. No tenía por qué ir contigo.

– Eso es verdad. Pero entonces te habría tenido que golpear en la cabeza y Antonio habría tenido que llevarte en brazos. De cualquier forma no habrías podido ir tras Haroun.

– No eras tú quien tenía que tomar esa decisión.

– Aun así, la tomé -dijo torciendo la boca-. Para mí era más fácil. Quería que tú y el bebé vivierais, y mi afecto por Haroun es menor. Además, estoy acostumbrada a tomar decisiones de esa naturaleza.

Selene se dio cuenta de que estaba hablando de la vida y de la muerte.

– ¿Has matado alguna vez a alguien?

– No intencionadamente. Ya te dije que no podría soportarlo. Sin embargo, las cosas pasan -dijo encogiéndose de hombros-. Y no me esconderé de ello. No soy como Tarik.

Selene no sabía a qué se refería Layla, pero estaba demasiado aturdida y entumecida para investigar. No podía quitarse de la cabeza la expresión de Haroun el momento antes de espolear a su caballo y adentrarse en el bosque.

– Nasim la aterraba-susurró-, Haroun no era un hombre valiente.

– Te equivocas; se necesita mucho valor para enfrentarse a los temores de uno.

– Era el bebé. Me prometió que cuidaría de mí. No debería haberle dicho nada del bebé.

– ¿Y no crees que lo habría hecho de todas formas?

– Quizá. -Cerró los ojos-. No lo sé. Arriesgó su vida en Montdhu para venir tras de mí.

– Entonces el bebé no tenía nada que ver con ello. Ahora deja ya de darle vueltas. Procura dormir.

¿Dormir? Si no hubiera estado tan entumecida, se habría echado a reír,

– ¿Cuándo podremos salir a buscarlo?

– Dentro de un día, quizá dos. A lo mejor más tiempo. Cuando estemos seguros de que Nasim se ha dado por vencido y abandone su búsqueda y el bosque.

– No se dará por vencido.

– Lo hará si se imagina que nos las arreglamos para esquivarlo y que ya no estamos aquí. Por eso no debemos hacer ningún movimiento.

– ¿Cómo sabremos cuándo se marcha?

– Antonio se desenvuelve muy bien en el bosque, pero no lo dejaré salir hasta que crea que es seguro.

– Por supuesto que no. -Lo último que deseaba era poner en peligro a otra persona inocente. Su carga de culpabilidad era ya demasiado grande.

Cerró los ojos. Que no le pase nada. Por favor, que Haroun esté a salvo.


Al día siguiente pasaron jinetes en dos ocasiones a pocos metros de la cueva. En una de ellas dos jinetes desmontaron y anduvieron por los matorrales para aliviar sus necesidades.

Pero no descubrieron la entrada.

El tercer día Layla envió a Antonio a hacer un reconocimiento.

Cuando regresó unas horas más tarde hizo una negativa con la cabeza.

– Todavía están aquí. Pero están acampados en el límite del bosque hacia el oeste. Puede que se estén preparando para marcharse.

– ¿Haroun? -preguntó Selene-.¿Lo tienen prisionero?

– No lo he visto en el campamento.

El temor la hizo estremecerse.

– No pienses lo peor -recomendó Layla-. Puede que sean buenas noticias. Podría estar escondido en el bosque. Ahora siéntate y tómate estas bayas que Antonio nos ha traído.

– No tengo hambre.

– Cómetelas de todas formas. Apenas has probado bocado en estos últimos días. Si Haroun ha muerto, no habrá sido en vano. El niño debe vivir.

Alargó la mano, cogió una baya y empezó a comer.


Al día siguiente Antonio se aventuró de nuevo. Cuando volvió, les informó que Nasim y sus hombres habían abandonado el bosque.

Esperaron hasta el anochecer para asegurarse de que no regresaba y entonces comenzaron a buscar a Haroun.

Lo encontraron el segundo día, tirado en un barranco como un desecho.

Lo habían cortado en pedazos.

– No mires. -Layla se puso delante de Selene, cortándole el camino-. Antonio y yo nos haremos cargo de él.

– Quítate de mi camino -dijo Selene, empujándola hacia un lado y arrodillándose junto a Haroun. No tenía cara. No tenía cara. Ya ni siquiera era Haroun-. ¡Dios mío!

Layla le puso la mano en el hombro.

– Lo siento.

– No tenían por qué hacerle esto -susurró Selene-. Podían haber tenido suficiente con matarlo. Ese monstruo no tenía por qué cometer esta atrocidad.

– Selene, tenemos que enterrarlo -dijo Layla con suavidad-. Ya ha pasado mucho tiempo.

– Sí -dijo tristemente.

– Antonio y yo lo haremos. Tú regresa a la cueva y espera hasta…

– No, yo también lo haré.

– Es demasiado. Tú…

Se puso en pie de un salto y se dio la vuelta hacia Layla.

– He dicho que lo haré -dijo con fiereza-. Tú no lo conocías. A ti no te importaba. Se merece tener a alguien… -Se le rompió la voz y tuvo que parar hasta que fue capaz de continuar-. Antonio y tú excavaréis la tumba. Yo lo prepararé.

– No es lo más sensato. Sería más fácil para…

– No me importa. No pretendo que sea fácil. A él no se lo pusieron fácil. -Se volvió hacia Haroun-. Marchaos.

Un momento después oyó cómo Layla y Antonio se alejaban.

Necesitaba una mortaja. Se quitó su capa y la tendió en el suelo.

– Tenemos que hacer esto juntos, Haroun -susurró-. Tú siempre me has ayudado. Ahora déjame que te ayude yo a ti.

Dispusieron a Haroun para descansar al atardecer.

Selene permaneció largo tiempo con la mirada fija en el montón de tierra. No estaba bien que la vida de ningún hombre terminara así. Tenía que haber… algo más.

– ¿Estás lista para marchar? -preguntó Layla.

– Todavía no.

No pudo evitar llevarse de recuerdos.

Haroun riendo mientras jugaba a los dados con Kadar en el establo de Montdhu.

Haroun mojado y tiritando después de haberse agarrado al ancla del Estrella oscura.

Haroun con su amplia sonrisa, revoloteando a su alrededor después de enterarse de que estaba encinta.

El dolor atenazó cada parte de su ser al recordar cómo se había enojado con sus mimos.

– ¡Selene!

Layla parecía alarmada, por fin Selene reaccionó. Algo estaba pasando.

Por supuesto que algo estaba ocurriendo. La oscuridad los rodeaba por completo. Haroun estaba muerto. Haroun había sido despedazado…

– Cógela, Antonio.

Demasiado tarde. Se desplomó en el suelo junto a la tumba de Haroun.

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