Kadar estaba sentado a la entrada de la tienda cuando ella llegó dos horas más tarde.
Se puso en pie.
– Has desaparecido un buen rato. Pensaba que te habrías escapado.
– No, no es verdad. Sabes que nunca cometería esa locura. ¿Por qué habría de engañarme a mí misma?
Él sonrió.
– Aun así estaba tan preocupado que comprobé si tu caballo seguía con los demás. ¿Dónde estabas?
– Hablando con Layla.
Su sonrisa se evaporó.
– ¿Y?
– Ella no tiene tantos reparos como tú a la hora de pensar en mis sentimientos.
– Es que no te ama como yo.
– No ama a nadie más que Tarik, pero creo que me tiene aprecio. Aunque eso tampoco la detendría si tuviese que sacrificarme en el altar. Sin embargo, es sincera, realmente sincera. Y es una cualidad que he empezado a valorar últimamente. -Se acercó y le cogió la mano-. Y ahora quiero acostarme contigo. No quiero hablar de Layla, Tarik, Nasim o Eshe. Quiero abrazarte y que me abraces. Quiero que me hagas el amor. Quiero dormirme en tus brazos y espero que ya te hayas marchado cuando despierte. No deseo volver a verte hasta que estés de vuelta del campamento de Nasim sano y salvo. ¿Entendido?
– Perfectamente. -Sonrió y la llevó al interior de la tienda-. ¡Cómo no! Ven y acuéstate a mi lado, amor mío.
Las tiendas estaban junto al acantilado que miraba hacia las colinas occidentales, tal y como el mensajero de Nasim había dicho a Kadar en su anterior reunión.
Kadar cabalgaba a unos cien metros de distancia. No tenía ante sus ojos el formidable ejército de Nasim, pero aun así parecía bastante peligroso.
Kadar pudo divisar a Nasim y a Balkir de pie frente a la más grande de las tiendas, con los ojos fijos en él. Acertó a contar al menos veinte asesinos arremolinados en el campo.
Bien, era lo que esperaba. Tendría que confiar en su ingenio y en la oportunidad.
Puso su caballo al trote.
– ¿Dónde está el cofre? -preguntó Nasim.
– Cerca de aquí. ¿De verdad creías que lo traería conmigo? -Los ojos de Kadar recorrieron el círculo de hombres que rodeaba a Nasim-. ¿Qué te impediría rebanarme el cuello y coger el cofre sin más?
– Mi promesa.
Kadar soltó una carcajada.
– Eso sí que tiene gracia.
– ¿Dónde?
– Te llevaré hasta allí. Pero solamente a ti y a Balkir. Estaremos a la vista de tus hombres, pero quiero que una cabeza salga disparada una vez tengas el grial. -Miró a Balkir-. Ve a buscar las bolsas de oro y átalas a tu silla.
Nasim hizo una negativa.
– No vamos a ninguna parte.
– ¿De qué tienes miedo? -Kadar señaló hacia la caída vertical junto a la que se asentaba el campamento de Nasim-. Has comprobado que no hay trampa posible. Desafío a cualquiera a escalar ese acantilado. -Desenfundó su daga y la tiró al suelo-. Estoy desarmado.
Nasim guardó silencio por unos instantes, luego montó en su caballo.
– Vamos. Pero no perderé de vista el campamento.
– ¿Balkir? -preguntó Kadar.
– Esto no me gusta -dijo Balkir.
– Ve a buscar el oro, Balkir -ordenó Nasim.
Balkir dudó, pero luego entró en la tienda. Salió al cabo de unos instantes con cuatro sacos y los ató a su montura.
– Muy bien -dijo Kadar.
Balkir no le quitaba los ojos de encima mientras se subía al caballo y les seguía los pasos desde el campamento.
– ¿Dónde has escondido el grial? -quiso saber Nasim tras haber cabalgado unos cientos de metros.
Kadar señaló hacia un montón de rocas en la distancia.
– No muy lejos de aquí.
– Detrás de esas piedras no me meteré. Permaneceré en campo abierto, a la vista de mis hombres.
– Por supuesto. -Kadar espoleó suavemente a su caballo para que apretase el paso-. No esperaba otra cosa.
Cuando llegaron a las rocas desmontó de un salto y desapareció tras las piedras. Reapareció un momento después, con un cofre de madera. Lo depositó frente a Nasim.
– Bajaos los dos del caballo y examinadlo.
Balkir desmontó despacio, con la mirada fija en el arca. Nasim ya había descendido de su cabalgadura, enrojecido por la impaciencia.
– ¿Esto es todo? -susurró-. ¿Es realmente el grial?
– No estoy tan loco como para haberte traído otra cosa. -Abrió el cofre y retiró la seda púrpura que lo cubría. El dorado cofre brillaba a la luz del sol.
Nasim quiso tocarlo.
Kadar se puso delante y miró a Balkir.
– ¿No olvidas algo? -preguntó en voz baja.
– Hazlo tú mismo -respondió Nasim con impaciencia-. No necesitas una daga para semejante individuo.
– No lo haré con todos tus asesinos mirando desde el campamento.
– De acuerdo. -Nasim se sacó la daga, giró bruscamente y la hundió en el corazón de Balkir.
Los ojos de Balkir se salieron de las cuencas, la expresión de sorpresa quedó congelada para siempre en su rostro.
Nasim observó cómo se desplomaba en el suelo antes de dirigirse de nuevo a Kadar.
– ¿Satisfecho?
– Sí. -Kadar se apartó del cofre-. Rápido. Grácil. Pero yo lo habría hecho mejor.
– Nadie lo hace mejor. -Nasim no apartaba la vista del cofre-. Ábrelo. ¿Crees que te voy a dar la espalda?
Maldición. Tenía la esperanza de que la ansiedad de Nasim hubiera sobrepasado su precaución. Unos pocos segundos le habrían bastado para atacarle por detrás y partirle el cuello.
– ¿Y piensas que quien te dé la espalda voy a ser yo?
– Poco importa. De todas formas el grial no está ahí dentro-intervino Selene.
Kadar se quedó de piedra. Se volvió hacia las piedras y vio a Selene acercándose hacia ellos.
– Dios mío-susurró-, vete de aquí, Selene.
– Ah, la mujer-murmuró Nasim desenvainando su espada-¿Y se puede saber dónde está el grial?
– Aquí. -Sacó la copa de debajo de su capa. El cáliz brillaba a la luz del sol-. ¿Lo quieres, Nasim?
Tenía los ojos fijos en el grial.
– Sí, lo quiero.
– Entonces ven por él -dijo moviéndose hacia el borde del acantilado-, o lo tiraré. Es muy profundo, y debe estar lleno de grietas. Puede que lo encontraras después de buscarlo durante unos cuantos años.
Nasim miró cautelosamente a Kadar antes de dar un paso hacia ella.
– Tú nunca tirarías semejante tesoro.
– Para mí no constituye ningún tesoro. A veces desearía no haber oído hablar nunca de él -dijo buscando sus ojos-. Mírame. ¿Te estoy diciendo la verdad?
– Estás loca. -Dirigió la mirada hacia el campamento-. Mis hombres se están moviendo. Les dije que atacasen a la primera señal de algo extraño. Estarán aquí enseguida.
– Si llegan hasta aquí antes de que tú te acerques más a mí, el grial habrá desaparecido. No moriré además de darte lo que tanto deseas.
– Mujer estúpida. ¿Sabes lo que estás…? Atrás. -Su espada apuntaba de nuevo a Kadar.
– No me he movido -dijo Kadar.
– Te estabas preparando.
– Ven y cógelo -repitió Selene. Giró y corrió hacia el borde del precipicio, moviendo ágilmente los pies por el rugoso terreno.
Nasim soltó una maldición y empezó a acercarse a ella.
Kadar no pudo esperar más. Dio un salto moviéndose hacia la izquierda al mismo tiempo.
La parte plana de la espada de Nasim chocó contra el lateral de su cabeza.
Oscuridad.
Nasim le estaba ganando terreno.
Selene corría más rápido.
Le empezaba a faltar el aliento, respiraba con dificultad, tenía los pulmones trabajando al máximo.
Escuchó el ruido de cascos de caballos.
Los hombres de Nasim se acercaban desde el campamento.
Más rápido.
Tenía que correr más.
¿Dónde estaba Kadar?
Se arriesgó a mirar por encima del hombro pero solo veía a Nasim.
Kadar…
Solo un poco más. Tenía que llegar hasta el borde…
La mano de Nasim cayó sobre su hombro.
Ella se zafó como pudo.
Demasiado cerca, y además tenía la espada.
La invadió el pánico.
Si aminoraba el paso, moriría.
– Detente -murmuró Nasim.
Si tropezaba, moriría.
Tendré que agotarlo. Hacer que vacile.
– ¿Por qué intentas atraparme? Eres un hombre viejo. Eres débil. Morirás pronto. Jamás conseguirás el grial.
Oyó una explosión de ira tras ella.
De acuerdo. Era el momento.
Redujo el paso. La punta de la espada le tocó la espalda cuando él arremetió contra ella.
Cayó al suelo y rodó hasta él.
Dio un gruñido al tropezar y caer sobre el cuerpo de ella.
Le oyó gritar al tambalearse en el borde del precipicio.
Intentó dar un paso atrás.
– ¡No! -Ella se lanzó hacia las rodillas de él.
Nasim resbaló por el acantilado, intentando agarrarse a cualquier cosa, arañando con las uñas la pared. Se aferró a la cabellera de Selene. Sintió un intenso dolor cuando le arrancó algunos mechones.
Se precipitó al vacío.
Y ella vio cómo el terror retorcía su rostro.
– Rápido. -Kadar se estaba poniendo en pie-, ¡Vienen hacia aquí!
Los asesinos.
La arrastró hacia las rocas.
Cascos de caballos.
Cerca. Demasiado cerca.
Se precipitaron en una loca carrera por la llanura.
Pero el sonido de los caballos ya no estaba detrás.
Estaba delante, y luego alrededor de ellos.
Vaden.
Sintió un gran alivio.
Kadar la empujó hacia un lado para esquivar la corriente de jinetes que pasaron como una exhalación hacia la horda de asesinos que llegaba en dirección contraria.
– Ocúltate detrás de las rocas -ordenó Kadar con brusquedad-. No creo que quieras ver esto.
Estaba preparada para verlo. Se estremeció al ver cómo la espada de Vaden decapitaba a uno de los líderes de la carga. Volvió la cabeza y dejó que Kadar la condujera hacia las rocas donde se había escondido para esperarlo.
Allí también había muerte.
Balkir.
Kadar la arrastró hacia las piedras.
Ella se apoyó en una roca y cerró los ojos.
– ¿Estas contenta? -preguntó Kadar con rudeza-. Casi te mata.
Nadie lo sabía mejor que ella. La frenética huida hacia el borde del precipicio la había aterrorizado. Susurró:
– Yo empecé esto. Era mi responsabilidad. Él era mío.
– Y no podías habérmelo dejado a mí.
– No.
– ¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Me seguiste?
Negó con la cabeza.
– Si los asesinos no podían seguirte sin que te dieras cuenta, sabía que yo tampoco podría. Me contaste dónde creías que Nasim establecería el campamento. Estaba allí antes que tú y te vi esconder el cofre.
– Sin embargo, tu caballo estaba apostado cuando partí.
– Vaden me dejó uno de sus caballos.
– Vaden. -Murmuró una maldición-. ¿Y si te hubiera visto uno de los guardias de Nasim?
– Tuve mucho cuidado. No me vieron.
Kadar hizo otro juramento en voz baja.
– No tienes ni idea de la suerte que has…
Los ojos de ella se abrieron como platos.
– Tuve cuidado, no suerte -replicó con orgullo-. Ahora deja ya de regañarme. ¿Te crees que quería hacerlo? ¿Piensas que lo iba a dejar todo para ti? Ni siquiera portabas un arma.
– Hay muchas maneras de matar sin una espada. Habría podido hacerlo.
– No podía arriesgarme. No estaba dispuesta a perderte a ti también. Aunque ahora me pregunto por qué me habré molestado. Eres un necio y no tienes más seso que… -De repente se encontró entre sus brazos, con el rostro hundido en su pecho-. Déjame marchar.
– No -respondió con la voz apagada-. Nunca más. El miedo me sacó de mis cabales. Ahora tranquilízate y procura dejar de temblar.
– Yo no estoy… -Se dio cuenta de que sí estaba temblando-. ¿Por qué había de preocuparme? Nunca había matado antes a nadie. Su rostro… -respiró hondo-pero estuvo bien. Lo haría cien veces si me viera obligada a ello…
– Así no. No deseo tener una esposa calva. Si tienes que matar a alguien, recuérdame que te enseñe mejores maneras.
– No quiero aprender maneras mejores. Fue…
– Shh, lo sé. -Tomó el grial que ella aún agarraba con fuerza y lo tiró al suelo. Presionó con la mano la cabeza de ella contra su pecho-. Nunca más tendrás que hacer nada semejante.
Todavía escuchaba vagamente los gritos y demás sonidos de la batalla. Más muerte. ¿Cuándo se acabaría?
Ignoraba el tiempo que permanecieron pegados el uno al otro mientras discurría la batalla. Parecía mucho tiempo.
– Por todos los santos, ¿no podéis esperar a que volvamos al campamento para besaros? -preguntó Vaden-. La guerra merece una cierta dignidad.
Ella levantó la cabeza y vio a Vaden montado en su caballo a unos metros de distancia. Se había quitado el casco y el contraste entre su belleza casi angelical y la sangre que tenía salpicada era una visión extraña y macabra.
Kadar la soltó y se volvió hacia Vaden.
– Tú, bastardo, se suponía que tenías que vigilarla.
– Ella tenía otras ideas -sonrió Vaden-. Anoche vino a mi tienda y me convenció de que no te lo podíamos dejar todo a ti. No tuvo que persuadirme mucho, me convenció cuando me dijo que tendría que atacar cuando viera morir a Nasim. Era bastante mejor que esperar a que tú me hicieras alguna vaga señal. No me gustaba la idea de no tener el control.
– Casi pierde la vida, maldita sea.
– Pero no la ha perdido, ni tú tampoco. Aunque a juzgar por la herida en tu cabeza, has estado más cerca que ella.
Selene volvió la mirada hacia Kadar. Ni siquiera se había percatado del fino hilillo de sangre que le corría entre el oscuro cabello de su sien.
– No es nada -la tranquilizó Kadar encogiéndose de hombros-. Nasim me golpeó con la hoja de la espada. Solamente me dejó aturdido unos instantes.
– ¿Lo ves? Tenías demasiado encima. ¿Y si te hubiera matado? No habría podido cobrar mis honorarios -añadió Vaden-. Por cierto, tu afirmación de que los asesinos eran mejores guerreros que mis hombres ha resultado ser tan falsa como me imaginaba. -Vaden hizo dar la vuelta a su caballo-. No puedo seguir conversando con vosotros. He de rematar mi tarea.
Kadar miró hacia el escenario de la batalla.
– Yo diría que ya has acabado. No queda nadie en pie. ¿No hay prisioneros?
Vaden hizo un gesto negativo.
– Supervivencia. Pretendo disfrutar de una larga vida, y la única manera de hacerlo es asegurarse de que nadie vuelva a Maysef contando lo ocurrido. Yo ya he terminado aquí, pero iré a atacar el campamento principal. -Espoleó su caballo y se puso al galope-. Y, después de eso, al Estrella oscura.
Selene se estremeció cuando lo vio marchar.
– Es tremendo, ¿no te parece? No me imaginaba que pudiera provocar un baño de sangre.
– Es un baño de sangre que seguramente nos salvará a todos. Tiene razón: el único modo de salvaguardarnos de los asesinos es asegurarse de que nadie se entere en Maysef de lo que ha ocurrido aquí.
Los hombres de Vaden habían prendido fuego a las tiendas y el humo ascendía en columnas rizadas, ennegreciendo el claro azul del cielo.
– Es hora de regresar al campamento -dijo Kadar-. ¿Dónde está tu caballo?
Señaló hacia las rocas tras las cuales había esperado varias horas a Kadar.
– Iré por él. Quédate aquí.
No discutió con él. Estaba fascinada mirando cómo se quemaban las tiendas. Destrucción y muerte… y justicia.
– Ya está hecho, Haroun -susurró.
Layia y Tarik se reunieron con ellos cuando entraron cabalgando en el campamento.
– El grial está seguro. -Selene señaló con la cabeza hacia el arcón atado a la silla de Kadar-. Puedes comprobarlo tú mismo.
Nadie hizo amago de acercarse al cofre.
– ¿Y cómo estás tú? -preguntó Layla.
¿Cómo estaba ella? No lo sabía. Triste. En paz.
– Cansada, supongo. -Desmontó del caballo-. Lo único que deseo es irme a dormir.
– ¿Nasim?
– Muerto -dijo torciendo el gesto-. Según Vaden, estarán todos muertos antes de que todo esto acabe.
– Es lo más seguro -dijo Tarik.
– Lo sé. -Pero no quería pensar en ello. Estaba exhausta. Sentía que le fallaban las piernas mientras se dirigía hacia su tienda.
Kadar la acompañó, agarrándola por el brazo.
– No necesito…
– Silencio. Sí, lo necesitas. No es nada malo necesitar a alguien. Solo Dios sabe cuánto te necesito.
El tenía razón, lo necesitaba. Era hora de aceptar esa necesidad. Se apoyó en él mientras la ayudaba a llegar a la tienda.
Estaba oscuro cuando se despertó. Kadar estaba sentado con las piernas cruzadas en el suelo junto al jergón. Igual que la noche después de llegar a la villa de Tarik, pensó somnolienta. No, en realidad no. Kadar entonces se había mostrado severo y extraño, pero en ese momento no había nada amenazante en él.
Él le dedicó una sonrisa.
– Has dormido como un lirón. Casi ha amanecido. ¿Te sientes mejor?
– Eso creo. He estado soñando.
– ¿Pesadillas?
Asintió.
– Nasim. Era un hombre terrible. Merecía morir. ¿Por qué atormenta mi sueño?
– No debería. Los sueños pasan.
Ella se estremeció.
– Eso espero. -Se incorporó y se retiró el pelo de la cara-. ¿Ha regresado Vaden?
– Hace más de una hora. No habrá nadie que vuelva a Maysef.
– ¿Y qué pasa con el Estrella oscura?
– Está atracado cerca de Roma. Parece que tenemos un barco para llevarnos a casa, a Montdhu. Tendremos que conseguir una tripulación nueva, claro.
– A casa.
– ¿Quieres volver a casa?
– Sí. -Montdhu. Estaba deseando verlo otra vez, se moría de ganas, casi le dolía pensar en ello. Quería dejar esas costas extranjeras y regresar a todo lo que le resultaba conocido y amado-. ¿Tú no?
El asintió.
– Pero tengo una decisión que tomar.
– ¿El grial? ¿Por qué debería importarte? Que lo hagan Tarik y Layla.
– Quizá -sonrió-. Pero siento una pequeña punzada de responsabilidad. Y puede que aún eligiera hacerlo.
– ¿Por qué deberías? Tú no elegiste tomar Eshe.
El se puso rígido.
– ¿Qué te contó Layla?
– Todo lo que deberías haberme contado tú. -Apartó la manta a un lado-. Ahora ve y tráeme algo de comer. Necesito lavarme y comer antes de hablar de ciertos asuntos.
Kadar se puso en pie y la ayudó a levantarse.
– No tenemos nada de qué hablar. Hay tiempo.
– Más tiempo para ti que para mí -replicó dándose la vuelta-. Por eso debemos hablar. Luego iremos a dar un paseo y lo discutiremos.
El cielo era una explosión de rosa anaranjado cuando empezó a amanecer sobre las ruinas de Pompeya. Parecía imposible que solo hubiera pasado un día desde que estuvieran en ese mismo lugar, pensó Selene.
– Iba a contártelo -dijo Kadar.
– Cuando considerases oportuno, siempre a tu conveniencia.
– Parecía mejor esperar.
Ella se encogió de hombros.
– No estoy segura de creer nada de esto, ya lo sabes.
– Lo sé.
– ¿Y tú?
– Todo lo que se puede creer sin pruebas.
Desvió la mirada.
– Entonces quiero que me des la poción.
El tensó todos sus músculos.
– ¿Por qué?
– ¿Dónde está la diferencia? Simplemente dámela.
– Hay una diferencia considerable. He estado luchando conmigo mismo para no convencerte desde que me hablaron de Eshe.
– Entonces deja de luchar. La batalla está ganada. Ve donde Tarik y dile que me la dé.
Hizo un gesto negativo.
– No será porque yo lo quiera.
– Bien, entonces hazlo porque yo lo quiero.
– Pero no es así. Me dijiste que nunca lo elegirías.
– Tenía miedo.
– ¿Y ya no lo tienes?
– Puede -susurró.
Él la miró.
– De acuerdo, todavía tengo miedo. Pero más temo no tomarlo. No te dejaré solo. Me necesitas.
– Eso no es razón suficiente.
– No estoy siendo razonable en esto. La sola idea es una locura. ¿Por qué debería ser sensata?
– Porque no te dejaré que lo hagas por mí. Tendrá que ser porque tú lo quieres para ti.
– Quizá lo quiera. -Se humedeció los labios-. Mientras huía de Nasim estaba aterrorizada. Cada momento pensaba que iba a morir. No quería morir. Quería vivir contigo y criar a tus hijos. Quería ver a Thea de nuevo. Quería vivir.
– No hay nada tan dulce como la vida cuando estás a punto de perderla. ¿Y si cambias de idea?
– No lo haré. ¿Por qué estás discutiendo conmigo?
– Porque significa mucho. Es demasiado importante.
– Estás siendo egoísta -acusó intentando sonreír-. Quieres que envejezca, que me ponga fea y arrugada para después poder reírte de mí.
– ¿Cómo lo has adivinado?
Ella se lanzó a sus brazos y enterró la cara en su pecho.
– Dame la poción -susurró-. Por favor, Kadar.
La rodeó fuertemente con sus brazos.
– No puedo -dijo con brusquedad-. Lo siento en el alma, pero no puedo.
– La tomaré de todas formas. Iré donde Tarik o Layla y se la pediré yo misma.
– Y yo le diré a Tarik que si te la da, no actuaré como guardián del grial.
– Me dijiste una vez que teníamos que estar juntos. Me aseguraste que tenía que ser así.
– Así no. No puedo obligarte a…
– Tú no me estás obligando. -Se apartó y lo miró directamente a los ojos-. Deja de ser noble. No te perderé. No a causa de tu muerte. No a causa de la mía. Vamos a estar juntos. Sí, tengo miedo. Sí, veo una montaña de problemas. Pero no permitiré que nada ni nadie me separe de ti.
Él tenía el rostro pálido y tenso.
– Y tampoco dejaré que me odies después por empujarte a hacerlo.
– ¿Empujarme? Pero si ni siquiera puedo convencerte para que… -Su respiración era desigual. Él no iba a ceder. Tendría que abordarlo de otra manera-. Está bien, no nos precipitaremos. Preferiría tomar Eshe ahora y olvidarme del asunto, pero puedo esperar. No voy a envejecer en una noche. Seguramente me encontrarás tan deseable como ahora dentro de un par de semanas.
– Es posible -dijo con una débil sonrisa-, pero dos semanas no es tiempo suficiente para tomar una decisión semejante.
– La decisión está tomada. Simplemente tengo que persuadirte de que olvides tus escrúpulos. Creo que debemos estar nosotros solos durante un tiempo. No quiero que estés cerca de Tarik. El ya tiene demasiados escrúpulos.
– Deseabas regresar a Montdhu.
– No sin antes tomar la poción.
– Temes que cambie de opinión.
– No cambiaré de opinión. Tú cambiarás la tuya. Haremos el amor y hablaremos y estaré tan atractiva y cautivadora que no serás capaz de resistirte. -Lo tomó por el brazo y emprendió la vuelta hacia el campamento-. Así que ahora más te vale olvidar tu terquedad y cumplir con mis deseos.
– Esto no es terquedad -se defendió él-. Es desesperación. No podría soportar que acabaras odiándome.
– ¿Me consideras tan injusta? Déjalo. Obviamente no puedes pensar con claridad. Serás más razonable cuando te haya hecho mío.
– No debería ir contigo.
– Pero lo harás -dijo con una sonrisa encantadora-, ¿cierto?
El suspiró.
– Mucho me temo que sí.
– Te estás comportando con muy poca delicadeza -dijo Tarik mientras miraba cómo Kadar ayudaba a Selene a montar en la silla-. ¿No podríais al menos decirnos adonde vais?
– No -respondió Selene-. Ya hemos tenido demasiadas intromisiones. Regresa a la villa. Volveremos allí cuando estemos listos.
– Esto no me gusta nada -intervino Layla.
– Porque no puedes controlarnos -replicó Selene-. No te preocupes: esta vez haré exactamente lo que querías que hiciera. Pero no toleraré ninguna interferencia.
– De todas formas creo que deberíamos saberlo. ¿Y si tenemos que contactar con vosotros?
– Vaden sabe dónde estaremos. Le pregunté a él dónde podríamos encontrar una casita de campo tranquila y segura cerca de Roma.
Selene hizo una mueca.
– Solo espero que no nos haya enviado a un tugurio como en el que estaba cuando lo encontramos. Sería típico de él.
– Vaden -repitió Tarik pensativo.
– No albergues tantas esperanzas. -Kadar se montó en su caballo-. Le he advertido que si te revela nuestro paradero le cortaré el cuello.
– No creo que nos merezcamos esa falta de confianza -confesó Tarik.
– Sí, la merecemos -reconoció Layla -, por lo menos yo. Deja de discutir, Tarik, no te hará ningún bien. -Dio un paso adelante y miró a Selene directamente a los ojos-. Tenlo claro. No hay vuelta atrás.
Selene asintió y giró su caballo. Al instante siguiente ella y Kadar estaban galopando por el sendero colina abajo.
– El va a intentar convencerla de que tome Eshe -dijo Tarik mientras observaba cómo desaparecían en la curva del camino.
Layla negó con la cabeza.
– No, ella está procurando persuadirlo para que la deje tomarlo. -Hizo una mueca-. Y yo creía que era a Kadar a quien tenía que prevenir. Debería haberme dado cuenta de que una vez que ella tomara su decisión tiraría su cautela por la borda.
– ¿Entonces de qué te preocupas? -dijo en tono burlón-. Eshe es perfecto, ¿no? La salvación de la humanidad.
– No es perfecto, sino maravilloso. Lo único que tenemos que hacer es aprender a usarlo. Hubo un tiempo en que pensabas lo mismo. -Se dio la vuelta para que él no viera su dolor-. Perturbamos sus vidas. No estoy tan segura de dejarlos vagar por el campo sin consejo si lo necesitan. Hablaré con Vaden para ver si puedo averiguar dónde irán.
– No te lo dirá. Tiene debilidad por Kadar. -Dio un paso hacia ella-. Pero iré contigo. Tengo que hablar con él de todas formas. Todavía no me ha dicho cuál es su precio por destruir el ejército de Nasim.
– ¿Estás seguro de querer saberlo?
– No -respondió torciendo el gesto-. No, pero siempre será mejor que tener el asunto rondándome por la cabeza como la espada de Damocles.
Tarik y Layla llegaron a la villa dos días después. Al día siguiente, Vaden y su ejército se fueron y se dirigieron hacia el norte.
– ¿Vas a hacerlo? -La mirada de Layla se posó sobre la figura de Vaden, que se alejaba.
– ¿Tengo elección? -preguntó Tarik-. Apostaría a que Vaden piensa que no me queda otro remedio.
– Sí lo tienes -dijo ella volviéndose de repente hacia él-. ¿Por qué siempre te engañas a ti mismo pensando que cualquiera puede controlar tu destino menos tú? Te pareces más a mí de lo que te imaginas. Pensabas que nunca le habrías dado la poción a Kadar si no lo hubieran herido. Pero sí lo habrías hecho. Si no, toda tu filosofía y tu búsqueda del alma se habría quedado en nada. Porque eres humano, Tarik.
– Nunca lo he negado -reconoció con expresión de dolor-, pero procuro limitar las oportunidades de error.
– Lo sé. -Intentó controlar el temblor de su voz-. Nadie lo sabe mejor que yo misma. Yo fui uno de tus errores.
– No, no fue…
– Deja de mentir. -Parpadeó para deshacerse de las lágrimas que le escocían en los ojos-. Siempre lo he sabido. Bien, ya no necesitas soportar mi presencia. Cuando Kadar y Selene estén establecidos, me marcharé.
Él se puso rígido.
– ¿De verdad te irás?
– ¿Por qué no? Nunca me has querido aquí. Hiciste esa…
Se sentía incapaz de permanecer allí por más tiempo. Echó a correr por los pasillos y salió al jardín. Por Dios santo, no debería haber perdido la compostura. Desde que había llegado a la villa se había cuidado muy mucho de no dejar que Tarik percibiera su dolor. ¿Dónde estaba su orgullo? Perdido en algún lugar entre el dolor, el pesar y la…
– Tú nunca has sido un error -dijo Tarik a sus espaldas.
Ella no se dignó a mirarlo.
– Sí. Lo fui. Desde el principio, nunca me quisiste realmente. Bueno, quizá a mi cuerpo. Pero amabas tus pergaminos, tus doctas discusiones y tu vida tranquila. Entonces llegué yo y todo cambió. Te obligué a dejar la biblioteca, fui la causa de tu cojera y te involucré con Eshe… y encima no te di hijos.
– Y me llevaste desde la oscuridad a la luz del sol. Solo tenía que mirarte para sentirme vivo. -Hizo una pausa-. Exactamente igual que cuando bajé esa colina y te vi de nuevo.
Ella se puso rígida. No seas tonta. No concibas esperanzas.
– ¿Cómo puedes decir eso? Me abandonaste.
– Ya sabes por qué.
– Eshe. Pero no tenía que ver nada con nosotros.
– Tenía que ver todo con nosotros. Y aún es así. Es lo que nos hizo reunimos otra vez. Es lo que nos separó.
– ¿Tiempo pasado? -Se le paró el corazón y después comenzó a galopar-. Yo no he cambiado. No puedo cambiar. No respecto a Eshe. Lo he intentado. Creo que te equivocas, Tarik.
Él permaneció en silencio.
– Quizá podamos llegar a algún acuerdo.
Ella aguantó la respiración.
– ¿Por qué?
– Si te dieras la vuelta y me miraras, creo que lo sabrías.
No podía enfrentarse a él. Todavía no.
– ¿Por qué?
– No quiero seguir luchando. No quiero luchar. Pensé que buscaba la paz, pero la paz puede resultar muy aburrida.
– Eso lo dices ahora. Pero ya me abandonaste un día.
– No porque hubiera dejado de amarte. Era esa detestable forma de ser mía. Pero con los años he descubierto que soy más fuerte de lo que creía. Ahora sé que puedo luchar contigo si hace falta.
– ¿Y?
– ¿Por qué? Porque te merezco, Layla. Para bien o para mal, para el resto de nuestras vidas, te merezco.
– Eso no parece una declaración de amor. ¿Para mal? ¿Me insultas? ¿Crees que dejaría que algo malo…
– Mírame, Layla. Estoy harto de verte la espalda.
Ella respiró hondo y se volvió hacia él.
Le estaba sonriendo. Le tendió la mano.
Una inmensa alegría inundó todo su ser. Quería salir corriendo hacia él.
No, ella siempre había sido la agresora. Eso era parte de su problema. Llegar a un acuerdo. Esta vez él debía ir a ella.
– Seguramente tienes razón -dijo ella con voz temblorosa-. Hay una posibilidad de que me merezcas.
Y él dio un paso hacia ella.