CAPÍTULO 02

Dios mío, cómo la deseaba.

La mano de Kadar se aferraba a la copa, seguía a Selene con la mirada mientras ésta se movía por el salón.

Se comportaba de manera sumisa y educada, como un ángel enviado del cielo hablando con las señoras mayores que estaban sentadas en un lado de la sala, siguiendo los pasos de Thea y ayudando a los criados.

Ella no lo había mirado ni una sola vez desde que regresó al salón con Thea, pero sabía que él estaba pendiente de ella igual que ella lo estaba de él.

La conciencia siempre estaba ahí. Había estado ahí desde el principio. Desde la primera vez que la vio en la Casa de Nicolás, con la espalda llena de cicatrices del látigo de ese bastardo, sintió un vínculo que nunca había sentido antes por nadie.

¿Por qué seguía aquí? La pequeña diablesa no lo miraba, y era evidente que había decidido no provocarlo más.

Al menos esa noche.

No estaba seguro de que ella se hubiera dado por vencida. Era tan testaruda y decidida como Thea, y mucho más resuelta. Lo mejor sería marcharse de Montdhu durante una temporada. Quizá a su regreso ella le diera lo que él quería.

A lo mejor tiraba por la borda esa detestable prudencia y se olvidaba de todo menos de llevársela a la cama. ¿Por qué no hacerlo ahora? No debería darle tanta importancia. Nada era perfecto. Su vida había estado llena de compromisos. Se había criado en las calles de Damasco, el hijo bastardo de un franco que había tomado a su madre armenia y la abandonó a su suerte y encinta. Había satisfecho todo tipo de infamias y oscuros placeres, desde los burdeles de Damasco hasta la banda de asesinos capitaneada por Sinan, el Anciano de la Montaña.

Sabía todo sobre la obscenidad, la muerte y los escasos preciosos momentos que hacen que la vida valga la pena.

Entonces Selene entró en su vida, era solo una niña, pero lo tocó en el corazón, atándolo y frenando obstinadamente la oscuridad. Era un regalo más allá de lo que jamás había esperado poseer. Debería aceptar lo que Selene le daba y conformarse. Pero, maldita sea, quería tener por lo menos una cosa intachable en su vida.

Ella se había parado bajo una antorcha; le brillaba el cabello bajo la luz parpadeante. Nunca tendría la belleza de Thea, pero su espíritu iluminaba ese ahumado salón más que mil antorchas. Deseaba calentarse las manos en ese fuego, abrazarla, enseñarla…

Dios, se estaba excitando con solo mirarla.

No podía aguantar más. Cruzaría el salón y le tendería la mano, la sacaría de aquel lugar y le haría…

Murmuró una maldición y salió a grandes zancadas del salón.

El aire fresco no hizo nada por refrescarlo, aunque bien sabe Dios que lo necesitaba. Seguramente no pegaría un ojo esa noche. Le estaba bien empleado. Siempre había creído que los mártires merecían su destino, y él estaba siendo repugnantemente noble.

– ¿Lord Kadar?

Se dio la vuelta y vio al joven Haroun, el paje de Ware, corriendo hacia él.

– ¿Qué ocurre?

– Acaba de atracar un barco en el puerto.

Se puso tenso.

– ¿Nuestro puerto?

– No, el puerto de Dalkeith, donde desembarcamos la primera vez cuando vinimos a estas tierras, Robert lo ha avistado y cabalgó para alertarnos.

Ya había llegado. Siempre temió que los Templarios se enterasen de que Ware no estaba muerto y lo persiguieran.

– ¿Solamente un barco?

Haroun asintió. Solamente un barco, podría ser peor.

El castillo estaba fortificado y Ware había mantenido a sus hombres de batalla preparados.

– ¿Dijo Robert quién capitaneaba el barco?

– Alí Balkir. -Haroun se humedeció los labios-, Es el Estrella oscura, lord Kadar. El barco que nos trajo aquí.

Sinan.

Kadar sintió cómo se apoderaba de él ese escalofrío tan conocido. En algunas ocasiones había llegado a olvidar a Sinan. No, eso no era verdad. Había enterrado su memoria, pero el Anciano era como un río subterráneo, siempre presente, un eterno peligro. Dirigente de una banda de asesinos cuya habilidad y poder había intimidado incluso al mismísimo Saladino, era imposible deshacerse de Sinan tan fácilmente.

– El capitán ha enviado un mensaje. Desea que vayáis a reuniros con él.

Era lo que se imaginaba. Asintió.

– Iré inmediatamente. Ensilla mi caballo.

– ¿Queréis que os acompañe?

El chico tenía miedo. Y no era para menos. Balkir era la mano derecha de Sinan, y toda la cristiandad temía al Anciano de la Montaña.

– No, iré solo.

Haroun sintió un profundo alivio.

– Iré a decírselo a lord Ware. Quizá desee acompañaros.

– No.

– Pero debo hacerlo. Querrá saber lo del barco.

– El Estrella oscura no constituye una amenaza para él. ¿Por qué molestarlo cuando está con sus invitados? Se lo diré yo mismo… más tarde. Dile a Robert que regrese al puerto de inmediato.

– ¿Seguro que no hay ningún peligro?

– Lord Ware no está en peligro, ni tampoco Montdhu -repitió Kadar.

Haroun lo miró preocupado, pero se apresuró a los establos.

Ware se pondría furioso cuando se entere de que Kadar se había guardado las noticias para sí. Quizá se lo diría más tarde. Tomaría la decisión después de hablar con Balkir.

Podría ser seguro. A lo mejor no se encontraba aquí por la razón que él sospechaba.

¡Kadar!

Levantó la cabeza y dirigió la mirada hacia el sur, donde el Estrella oscura permanecía atracado en el puerto. Imaginaciones. No podía haber oído al Anciano llamarlo desde el otro lado del mundo. Era del todo imposible.

Pero no para el hombre que siempre estuvo a la sombra de Sinan. Nasim, el maestro, el maestro de asesinos, el hombre que solo esperaba la oportunidad de llegar a ser tan poderoso como Sinan. Kadar había visto muchos acontecimientos misteriosos y alucinantes relacionados con Nasim.

Le recorrió un escalofrío con solo pensarlo. Tonterías.

Nasim era solamente un fantasma del pasado. Sinan ni siquiera le había mencionado en ese último viaje a Maysef. Era Sinan quien había enviado el Estrella oscura, y Kadar siempre se había entendido con él.

Kadar fue sincero al decirle a Haroun que no existía amenaza para Montdhu. Sinan no estaba interesado en Ware, Thea o Selene, excepto como herramientas. Kadar podría mantenerlos a salvo.

Lo único que tenía que hacer era atender a la llamada.


Era inútil intentar dormir.

Selene saltó de la cama y, envuelta en una manta que cubría su cuerpo desnudo, se dirigió hacia la ventana. Sentía la piedra fría bajo sus pies. Pasada la medianoche hubo refrescado.

Escudriñó en la oscuridad. Kadar estaba allí, en algún lugar. Había desaparecido mucho antes de que la velada tocara su fin. No lo vio marcharse, pero percibió su falta. Cuando él abandonaba una estancia parecía como si una llama se extinguiera, como si se escapara la vida. ¿Dónde habría ido? ¿A los establos para jugar a los dados con Haroun y los otros hombres? Quizá al Ultima esperanza. Tenía un aposento en el castillo, pero a menudo pasaba la noche a bordo de su barco.

¿Estaría con alguna mujer? Nunca llevaba a sus amantes al castillo, pero al barco…

La rabia le quemaba por todo el cuerpo y bloqueó ese pensamiento rápidamente. No tenía ningún sentido torturarse con fantasía. Había descubierto por qué Kadar la mantenía a raya, y también descubrió algo sobre ella.

¿Qué problema había si era precavida y desconfiada? ¿Qué esperaba? Thea y ella habían nacido esclavas en la Casa de la Seda de Nicolás en Constantinopla. Pasaron casi toda su niñez en el gineceo, trabajando de sol a sol en los telares. La única confianza que aprendieron en casa de Nicolás era la seguridad de que el látigo caería sobre ellas si cometían errores en sus tareas o intentaban escapar de su cautiverio. ¿Por qué Kadar no podía aceptarlo? No podía dar lo que no poseía.

Pero si ella no le daba lo que él quería, podría perderlo.

Podría cansarse de esperar e irse con otras…

Ya estaba otra vez. Confianza. ¿Por qué no podía confiar en que él no fuera a abandonarla?

Porque ello significaría bajar la guardia y hacerse vulnerable. Significaría ceder esa parte de su ser que tan celosamente había protegido durante toda su vida.

¿Cómo era posible sentirse más vulnerable de lo que se encontraba en ese momento ante Kadar? No podía pensar en otra cosa más que en ese estúpido hombre.

Los ojos le escocían de nuevo. No lloraría. No era de las que gimoteaban y lloriqueaban mientras pudiera ponerse en acción para encontrar una solución.

Pero, Dios mío, la solución al problema era tremendamente dura. Ni siquiera estaba segura de saber cómo abordarla.


– ¿Entiendes el mensaje? -preguntó Alí Balkir.

Kadar asintió.

– Era lo que esperaba.

– Prometiste a Sinan que acudirías y harías cualquier cosa que te encomendara. Ahora te llama. Obedecerás, por supuesto.

– ¿Seguro? -dijo Kadar sonriendo-. Tendré que pensarlo.

El pánico invadió a Balkir. Era lo que más había temido desde que Nasim le encomendara esta misión. Desde que era un muchacho, Kadar siguió su propio camino, e incluso había desafiado a Nasim abandonándolo.

– Tienes que venir.

La sonrisa de Kadar se desvaneció.

– He dicho que lo pensaría.

– No seas estúpido. Es Sinan quien manda por ti.

– Te comunicaré mi decisión dentro de tres días.

– Zarpamos mañana. Sinan te necesita de inmediato.

– Entonces tendrá que esperar. -Kadar se dirigió hacia la pasarela-, Y mantén a tus hombres a bordo. No quiero peleas ni violaciones aquí en Montdhu.

– Entonces más te vale tomar la decisión correcta.

Kadar lo miró por encima del hombro y le dijo en voz baja:

– No me gustan las amenazas, Balkir.

Balkir reprimió un estremecimiento cuando se encontró con la mirada de Kadar. La aplastante amenaza fue casi tan fuerte como lo que sintió al enfrentarse a Nasim.

– Es la amenaza de Sinan, no la mía. Tendrás que venir conmigo.

– Tres días. -Le dio la espalda y bajó por la pasarela.

La mano de Balkir se tensó en la barandilla mientras lo veía marchar. Por Alá, estaba seguro de que tendría problemas. ¿Qué haría si Kadar decidía no obedecer a sus órdenes?

El terror le heló la sangre. Le habían encomendado una misión, y no sería él quien fallase una misión de Nasim.

Sin embargo, si atacaba el castillo, se arriesgaría a herir a Kadar, y a los ojos de Nasim eso también sería un fracaso. Tendría que encontrar otros medios para asegurarse la conformidad de Kadar.

– Murad -gritó por encima del hombro-, síguelo. Asegúrate de que no va a ningún otro lugar que no sea Montdhu. Quiero saber a quién ve y lo que hace. No lo pierdas de vista.

Murad salió disparado por la cubierta y bajó por la pasarela.


– ¿Por qué no me lo dijiste anoche, Kadar? -le preguntó Ware con aspereza-. Es solo un barco. Podemos organizar un ataque.

– Pero, si sobreviven, organizarán su propio contraataque y estropearán nuestro precioso castillo nuevo -replicó Kadar con tono ligero-. Deja de pensar como un guerrero, Ware. Aquí no necesitamos una batalla.

– Soy un guerrero. -Ware frunció el ceño-. Y tú eres un necio si piensas que voy a permitir que te vayas y accedas a la petición de ese bastardo.

– Hice una promesa.

– Las promesas a los asesinos no deberían cumplirse.

Kadar soltó una carcajada.

– Fue a hablar el hombre que nunca faltó a su palabra.

– Yo nunca he dado mi palabra a ese diablo de Sinan.

– Todos tenemos nuestros demonios. El mío resulta ser un auténtico diablo. O al menos eso es lo que dicen sus hombres.

– Deberías saberlo. Una vez fuiste uno de ellos.

– He conocido demonios peores.

– Pues yo no -respondió Ware levantándose-. Llamaré a mis hombres a las armas. Iremos a…

– No, Ware -dijo con tranquilidad-. Te lo acabo de decir, nada de batallas. Le he dicho a Balkir que le comunicaría mi decisión en tres días. No quiero que interfieras. Si atacas el Estrella oscura, tomarás la decisión por mí. Incluso si derrotas a Balkir, encontraré otro modo de llegar a Sinan.

– Maldito seas -dijo Ware con frustración-. ¿Por qué no me permites que te ayude? Hiciste esa promesa a Sinan para garantizar nuestra liberación.

– ¿Por qué piensas eso? -se burló Kadar-. Yo me liberé a mí mismo. Simplemente os traje conmigo porque me divertíais. Ya sabes lo que odio aburrirme.

– Deja de tomarme el pelo.

– La risa es lo único que hace la vida soportable. Nunca he conseguido que lo aprendas. -Se volvió para marcharse-. No se te ocurra decirles nada de esto ni a Thea ni a Selene. No hay necesidad de preocuparlas.

– ¿Y cómo diantre haré para que no se enteren? Ellas viajan por toda la cañada, visitando las granjas.

– Ya encontrarás la manera. No me obligues a tomar una decisión prematura. -Cerró la puerta al salir y bajó las escaleras hacia el patío. Ya había tomado la decisión, y estaba seguro de que Ware sospechaba la verdad. Por ese motivo le había dicho que se decidiría en tres días. No se fiaba de que Ware no estallara en acción a medida que se acercara la fecha límite.

Lo más inteligente habría sido no decir nada y zarpar con Balkir la noche anterior. Lo habría hecho si el capitán no se hubiera mostrado tan exigente.

Se estaba mintiendo a sí mismo. Necesitaba esos tres días. Siempre fue el extranjero, viviendo fuera, pero por primera vez en su vida comenzó a sentirse en casa. Montdhu lo había atraído y ahora era parte de él. Deseaba pasar tiempo con Thea y Ware. Quería pasear por las colinas y hablar con las personas que se habían convertido en sus amigos.

Deseaba estar con Selene.

No, eso sería un error. Debía mantenerse alejado de Selene. La llamada de Sinan lo había llenado de frustración y rabia. Su instinto lo empujaba a aferrarse a lo que tenía allí.

Se sentía demasiado desesperado, y los hombres desesperados a veces destruyen lo que más quieren proteger.

Sí, la vigilaría desde la distancia, pero debía mantenerse alejado de Selene.


– Kadar Ben Arnaud no ha hecho ningún intento de dejar Montdhu -le dijo Murad a Balkir-. No ha hecho nada digno de mención durante los dos últimos días. Deambula por el campo. Juega a los dados en la posada del pueblo. Visita su barco, el Última esperanza.

– ¿Está preparando el barco para emprender un viaje?

Murad negó con la cabeza.

Balkir frunció el ceño.

– ¿Nada más?

– No puedo vigilarlo mientras está dentro de las murallas del castillo. Los guardianes de lord Ware no dejan entrar a nadie que no tenga que ver con la casa. Solo puedo informar de lo que hace fuera de esos muros.

Y eso era actuar como si el Estrella oscura no existiera, pensó Balkir, No era buena señal.

– ¿Ha hablado con alguien largamente?

– No fuera del castillo. Estará esta noche otra vez en su barco. ¿Quieres que vuelva y lo vigile?

La frustración de Balkir era creciente.

– Por supuesto. ¿Qué otra cosa podemos hacer? -Tomó una decisión repentina-. Espera, iré contigo.


– ¿Está aquí? -Selene subió por la pasarela del Última esperanza.

El primer oficial de Kadar, Patrick, asintió.

– En su camarote, lady Selene. ¿Queréis que le diga algo?

Se sintió enormemente aliviada. No estaba segura de encontrarlo en el barco.

– Se lo diré yo misma. -Se dirigió con presteza a la puerta que conducía al camarote. Conocía bien el camino. Recordaba la primera vez que había subido a bordo del Última esperanza. Entonces tenía trece años y Kadar acababa de regresar de un viaje. Estaba realmente impaciente por verlo, pero lo había ocultado cuidadosamente. Siempre temió que Kadar supiera que él dominaba sus pensamientos. No le hacía ningún bien. Kadar siempre parecía conocer sus sentimientos como nadie.

Se detuvo ante la puerta. ¿Y si había una mujer con él?

Bien, ¿y si así fuera? No había ido hasta allí para volver al castillo. Despediría a la joven.

Abrió la puerta de par en par. No había ninguna mujer, comprobó aliviada. Kadar estaba sentado en su escritorio, examinando unos papeles.

Ella cerró dando un portazo.

– ¿Has estado ignorándome?

El se recostó en el respaldo de la silla.

– No deberías estar aquí.

– He intentado hablar contigo en dos ocasiones durante la cena de esta noche y te has comportado como si apenas me conocieras.

Él desvió la mirada.

– ¿Sabe Ware que estás aquí a estas horas de la noche?

– Nadie lo sabe. ¿Y qué si lo supiera? Nadie vería problema alguno en ello. No contigo.

Él se levantó.

– Te llevaré de vuelta al castillo.

– No. -Ella se humedeció los labios-. Todavía no. Tengo algo que decirte.

– Me lo puedes decir mañana. Regresaré al castillo antes del mediodía y podrás…

– No. -Negó con la cabeza-. ¿Por qué me tratas así? Ambos sabemos que no soy como las demás mujeres de por aquí. No me importa en absoluto lo que estos escoceses estimen apropiado. ¿Crees que no sé perfectamente que me rehuirían como a una leprosa si supieran lo de la Casa de Nicolás? Los señores y las damas en sus enormes castillos me tratan con amabilidad solo porque Ware es un guerrero y un poderoso aliado.

– No del todo. -Sonrió burlón-. Les he oído decir que tienes una preciosa cabellera y una dulce sonrisa.

Parecía que la abandonaba algo de la tensión inicial, y ella debía aprovechar cualquier momento de debilidad.

– Necesito hablar contigo. -Se acercó hasta ponerse frente a él-. Nunca me habías rechazado antes.

Su sonrisa desapareció.

– Siempre hay una primera vez.

– Bien, pues esta vez no será la primera. No lo permitiré. -Apretó las manos nerviosamente-. Esto es demasiado importante.

– Por eso tengo que rechazarte.

– No lo entiendo.

– Vuelve al castillo, Selene.

Ella posó la cabeza en su pecho.

– No lo hagas.

Sus músculos se pusieron rígidos.

– Esto es muy duro para mí -susurró ella-. Tienes que dejarme que te lo diga.

– ¡Dios mío!

El corazón de él latía con fuerza bajo su oreja.

– ¿Quieres que confíe en ti? Lo intentaré. No, ya confío en ti. -Restregó la cara en su pecho, luchando por sacar las palabras-. Yo… me importas mucho, Kadar. Siempre me has importado. Creo que siempre será así.

– Ahora no, Selene -dijo él con brusquedad.

– Tiene que ser ahora. No sé si volveré a tener el valor en otra ocasión. -Se dio cuenta de que estaba temblando-. Desde mi niñez, todas las personas que me importaban me han ido abandonando; mamá, Thea… y en la Casa de Nicolás veía cómo los hombres siempre abandonaban a las mujeres después de… Esto… me asustaba.

– Lo sé.

– Era más seguro estar sola o no esperar nada.

– Selene, tienes que marcharte. -El permanecía rígido, sin tocarla-. Ahora.

– Y entonces llegaste tú. Te convertiste en… mi amigo. Yo no quería, pero parecía no poder… Me asustaba más que nada en el mundo. Porque no sabía si soportaría el que tú también te fueras. Y pasaron los años y yo…

– Vamos. -La agarró por la muñeca y la arrastró hacia la puerta.

– No, no quiero…

El la ignoraba. La llevó casi a rastras a través de la cubierta, se cruzaron con un desconcertado Patrick y la obligó a bajar por la pasarela.

– Kadar, para. Tienes que escucharme…

– Ya he oído bastante. Demasiado.

Iba tirando de ella colina arriba hacia el castillo. Tropezó con un montón de brezo.

– Déjame.

– Cuando te devuelva a Ware.

– No me devolverás a nadie. -Comprobó con desesperación que todo era en vano. Había echado abajo las barreras, sacrificó su orgullo e independencia, y todo ello no significaba nada para él. Dudaba incluso que hubiera escuchado sus palabras. Luchaba por liberarse.

– Suéltame el brazo. No te preocupes. Volveré al castillo. Ya no quiero estar contigo.

Se detuvo en el camino y se volvió para mirarla.

– Tengo que… ¡por lo que más quieras!, no llores.

– No estoy llorando. Jamás lloraría por un estúpido patán como tú que no puede…

– Selene… -La rodeó con sus brazos y la meció suavemente-. Por favor… No puedo soportarlo más. Me rompes el corazón.

¡Dios, cómo le gustaba estar tan cerca de él! Pero no, no de ese modo. Le puso las manos en el pecho intentando apartarlo. -No te atrevas a compadecerme.

– ¿Compadecerte? -Sonrió-. Nunca se me ocurriría. Es a mí a quien compadezco. -Le acarició el pelo con suavidad en la sien-. He intentado hacer lo mejor para… No es el momento, Selene.

– El momento oportuno. No es el momento. Tú no tienes derecho a decidir cuándo no es el momento para mí.

– Nadie tiene más derecho que yo. Tú me perteneces. Siempre has sido mía.

– Yo no pertenezco a nadie más que a mí misma.

– ¿Entonces me permitirás que sea yo quien te pertenezca? -quiso saber Kadar, sonriendo-. Seré una buena posesión, dócil, atento, siempre dispuesto a…

– Déjalo. -Apenas podía distinguirlo entre las lágrimas-. Solo quiero que me dejes marchar.

– Me temo que es demasiado tarde. No creo que pueda dejarte ir ahora. -Le quitó la capa de los hombros-. Lo deseo demasiado. ¡Señor, cómo lo deseo!

– ¿Qué es lo que tanto deseas? -Fue entonces cuando se percató de lo que pretendía, y se quedó paralizada-. ¿Quieres hacerme el amor?

Se inclinó hacia ella y le rozó suavemente los labios con los suyos.

– Dime que no. Será difícil, pero puedo parar si me dices que no.

El contacto con su lengua le hizo sentir un cosquilleo en los labios, sentía cómo le alcanzaba el calor de su cuerpo.

La invadió el pánico. Dile que no. Siempre le había revelado demasiado sobre ella. Dar el paso de ceder su cuerpo era otra renuncia más.

Confía en él. Él es diferente. No te abandonará.

¿Pero y si lo hacía?

Retrocedió un paso.

Él se quedó quieto.

– ¿No? -Exhaló profundamente-. Muy bien, si tu…

– Calla. -Todos esos años, todos esos fuertes lazos de fraternidad no podían pasarse por alto. Cerró los ojos, bajó las manos y se sacó el vestido por la cabeza. -En la Casa de Nicolás las mujeres iban desnudas a los hombres a los que tenían que complacer. ¿Es eso lo que quieres?

Oyó la fuerte respiración de él.

– Sí, eso es lo que quiero.

Ella abrió los ojos para ver cómo le contemplaba el cuerpo.

– No sé… Siento algo muy fuerte, pero no estoy segura… He visto cómo copulaban las mujeres con los clientes en la Casa de la Seda y parecía que… ¿No me harás daño?

– ¿Hacerte daño? Dios, todavía no estás preparada. Debería esperar hasta… -Se acercó un paso, con los dientes apretados-. Pero no puedo. Que Dios me perdone, tengo que hacerlo.

Le posó la mano en los senos.

Ella arqueó la espalda mientras una ola de calor le recorría todo el cuerpo. Se quedó sin respiración.

– ¿Es así como empieza?

– A veces. -La tendió suavemente en el suelo-. Depende. -Se despojaba de sus ropas con rapidez mientras le rodeaba los pezones con sus labios-. Pero siempre es placentero. -Jugueteaba con la lengua mientras succionaba más fuerte.

¿Placentero? A ella no le parecía placentero. Notaba como un sofoco y un cosquilleo a la vez. Además, una extraña y frenética necesidad invadía su ser. Era como si no pudiera acercarse a él lo suficiente. Percibía el olor del brezo aplastado bajo su cuerpo y el aroma de Kadar sobre ella. Conocido, muy conocido. Nada que temer. Kadar nunca le haría daño.

Pero sí lo hizo. Fue solo un momento y de repente se encontraba dentro de ella. Él se detuvo, su pecho se levantaba y se hundía, sin dejar de mirarla.

– ¿Sabes cuánto tiempo he deseado estar aquí, así? -Se flexionó lentamente y ella contuvo la respiración-. Estás muy rígida. Procuraré ir más despacio-. Tenía las facciones tensas del esfuerzo mientras sus caderas empezaron a moverse con suavidad-. No te muevas, déjame hacer a mí.

Tenía que moverse. Se sentía plena, con el cuerpo extendido, sin embargo, necesitaba más. Se movió hacia arriba, embistiéndolo con fuerza.

Él dio un grito ahogado, sosteniéndola por los hombros.

– No.

– Lo necesito…

– No te muevas.

Ella hizo caso omiso. Buscaba con los labios para tomar lo que necesitaba.

Él se mordió el labio inferior.

– De acuerdo. Como tú quieras. Debería habérmelo imaginado, sabía que pasaría esto. -Se hundió en ella aún más. Retrocedió. Arremetió de nuevo. Rápido. Fuerte. Más fuerte.

Ella no podía respirar.

Ritmo. Fuego. Fricción. Plenitud.

Ella quería gritar, pero ningún sonido salió de su garganta.

Le agarraba los hombros con fuerza.

Kadar. Parte de ella. Calor. Deseo.

Siempre. Para siempre.

– Quédate… -acertó a articular-. No me abandones.

– Nunca. -Tenía los dientes marcados en los labios-. Esto es demasiado bueno. Me quedaría dentro de ti toda la eternidad.

No, él no comprendía, y ella no podía explicárselo.

Ahora no. Algo estaba ocurriendo. Algo…

– Ahora. -Él la miró, tenía el rostro retorcido por el tormento-. Por favor… No puedo esperar más.

Ella gritó cuando él arremetió con fuerza. Él arqueó la espalda y cerró los ojos.

Descarga.

Él cayó sobre ella.

Ella lo rodeó fuertemente con los brazos.

Kadar… Kadar…

Suya.

Él se echó hacia un lado sin apartar los ojos de ella.

– Te he engañado. -Se inclinó hacia ella y la besó prolongadamente-. Perdóname. Te deseaba demasiado. No he podido aguantarme.

Ella lo miró, desconcertada.

– ¿Engañado? Pues me ha parecido muy agradable.

– Y se quedaba corta. Es verdad que todavía se sentía agitada y tenía la extraña sensación de no haber terminado, pero…-. ¿Debería haber algo más?

– ¡Vaya! -dijo haciendo una mueca-. ¡Maldita sea! Pretendía que todo fuera perfecto contigo. Todos estos años imaginándome cómo sería este momento y yo…

– Deja de quejarte. Estoy satisfecha. -Se acurrucó contra él. Lo conocía muy bien, sin embargo el cuerpo desnudo de Kadar sobre ella le resultaba desconocido. Blando en algunas partes, duro y musculoso en otras; notaba el hirsuto y masculino pelo del pecho contra la suavidad de sus senos. Extraño y estimulante-, Lo único que te pido es que te quedes.

– Es tarde. Tengo que devolverte al castillo. -Se levantó y le alcanzó su vestido-. Póntelo.

– Quiero volver al barco contigo.

El hizo un gesto negativo.

– ¿Por qué no? -Su sonrisa se desvaneció al ver la expresión en su cara-. ¿Qué hay de malo en ello?

– ¿Aparte del hecho de haberte echado en el suelo como si fueras una ramera de la calle? -Se vestía apresuradamente, sin mirarla-. Ha sido un error. ¡Dios, y qué error!

– Yo no… ¿de qué estás hablando? Yo lo he querido.

– Tú no querías, chantre. Tú qué sabrás lo que quieres o no quieres. Eras virgen.

– Bueno, quería estar junto a ti.

– Entonces yo he tomado lo que he querido porque sabía que no te negarías.

– ¿Por qué hablas de ese modo? -Apretó las manos nerviosamente-. Me estás confundiendo. He venido a ti porque me dijiste… Tenía que demostrarte que confiaba en ti.

– Y has pagado un precio muy alto. ¡Por los clavos de Cristo! ¿No te das cuenta de que podrías llevar un hijo mío dentro de ti?

¿Culpabilidad? Ella sonrió, aliviada.

– ¿Eso es todo? Nada que no tenga solución. Cásate conmigo, Kadar.

– No puedo.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

– ¿No deseas casarte conmigo?

– No puedo. -Sus labios se endurecieron-. Me marcho mañana.

Ella lo miró fijamente, atónita.

– No tenías planes de viaje. ¿Adónde?

El permaneció en silencio.

– Dímelo.

Solamente obtuvo una negativa por respuesta.

– ¿Cuándo estarás de vuelta?

– No estoy seguro.

– Iré contigo.

– No donde voy esta vez.

– A cualquier lugar.

Negó de nuevo con la cabeza.

– Tienes que quedarte aquí.

Sola. La abandonaba. Era como todos los demás. Primero la tomaba y luego la dejaba.

– Muy bien. -Se levantó despacio y entumecida se puso el vestido.

– No me mires así. -Le puso las manos sobre los hombros-. ¿Crees que quiero marcharme?

– Los hombres siempre hacen lo que quieren. -Apartó la mirada hacia otro lado-. Copulan y luego se van.

– ¡Por el amor de Dios! Yo no soy como los hombres de la Casa de Nicolás. Y tú lo sabes.

– Yo no sé nada. Excepto que te vas. -Se separó bruscamente de él-. Y que soy una tonta. -Sus ojos echaban chispas-. No lo seré más. No tienes que salir corriendo porque creas que te voy a molestar. Copular no significa nada. Los animales del campo lo hacen y luego se largan.

– No ha sido así. No piensas lo que dices, Selene.

No, solo estaba dejándose llevar por sus sentimientos.

El dolor y la rabia crecían por segundos.

– Habría hecho cualquier cosa. Vine a ti y te dije cosas que me dolía decir. No tuve orgullo. Quería demostrarte… ¿confianza? No tienes derecho a reclamármela. -Cogió con brusquedad la capa del suelo-. No tenías derecho a pedirme nada.

Se dio la vuelta y echó a correr colina arriba.

– Espera. -Kadar iba en pos de ella-. Iré contigo.

– No des ni un paso más -dijo ella sin volverse-. Acércate a mí y te juro que te haré rodar colina abajo.

El viento le azotaba sus cabellos mientras apresuraba el paso.

Más rápido. Escapa del dolor.

Procura dejar el daño atrás.


Las manos de Kadar se convirtieron en puños mientras veía a Selene correr colina arriba.

La había herido. Después de tantos años de cariño y paciencia se había limitado a alargar la mano para coger lo que quería. Ella había ido a darle lo que él deseaba. Él había ignorado ese regalo y en su lugar tomó su cuerpo. Y luego, al instante siguiente, destruyó esa incipiente confianza.

¿Qué se supone que debería hacer? ¿Contarle lo de Sinan? Ni Ware ni ella debían saberlo antes de que partiera en el Estrella oscura.

¡Diantre, qué difícil había sido no contárselo! Ella le había ofrecido todo lo que él deseaba, y así se lo devolvía.

Que Dios te maldiga, Sinan.

Ella ya se había perdido entre las sombras de los muros del castillo. Él se dio la vuelta para mirar hacia el puerto. Embarcaría en el Estrella oscura por la mañana y le diría a Balkir que zarpara de inmediato. Cuanto antes llegara a Maysef, antes podría cumplir su misión y regresar a casa.

Si salía vivo de ello.

Sobreviviría. No permitiría que Sinan ganase reclamándole su alma o su vida. Regresaría a Montdhu.

Volvería a Selene.


Kadar ya no la seguía.

Se adivinaba el puente levadizo en la oscuridad.

Selene apenas podía distinguir nada en la densa sombra que proyectaban los muros de piedra del castillo.

Pronto alcanzaría sus aposentos, terminando con las sombras, terminando con Kadar.

Tonta. Había sido una tonta. Nunca más.

Construye de nuevo un muro. No dejes que nadie entre.

Así estarás más segura. No dejes que nadie.

Un dolor agudo le quemó la sien izquierda.

Oscuridad.

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