6

Cuando recibieron el aviso en la base de los geo, tres comandos se pusieron en marcha en furgones hasta Madrid. Debían liberar a más de un centenar de personas secuestradas desde hacía horas por varios individuos armados en el hotel Ritz de Madrid.

De camino, el equipo se informó de lo ocurrido, y Juan, al escuchar el nombre de Estela Ponce, se tensó. Y todavía más al ver el video que ella había grabado, donde se veía sangre ni su barbilla. No quería tener nada que ver con ella y menos que lo relacionasen con aquella actriz, pero era su trabajo y, como tal, debía proceder. Carlos, al ver el gesto de su amigo, llamó su atención tocándole el brazo. Entendía lo que estaba pensando, pero era momento de actuar y mantener la cabeza fría.

Tras abandonar el furgón negro y ver que los alrededores estaban acordonados, el equipo de los geo entró sin demora en uno de los salones del hotel. Allí estaba la policía nacional y algunos miembros de la embajada americana, pues entre los retenidos había tres estadounidenses y querían colaborar. Finalmente, la prioridad se impuso y cuando el Grupo Especial de Operaciones entró en acción el resto de las fuerzas tuvo que mantenerse en un segundo plano.

—¿Quien es el Inspector Morán? —preguntó Martínez, jefe de la policía Nacional.

—Yo, señor —saludó Juan con profesionalidad.

Martínez, tras asentir, indicó:

—El subdirector operativo Téllez me ha llamado para indicarme usted está a cargo del operativo.

—Si, señor.

—¿Han estudiado ya la situación? —pregunto Martínez.

—Si, señor.

—Aquí tiene los planos del hotel. —Y en un tono molesto Martínez siseó—: Mi equipo podría acabar con esto, pero mis superiores, al saber que dentro había personal americano, han decidido que ustedes, los geo, se encarguen de ello.

Aquel retintín al pronunciar geo, no le gustó un pelo, pero sin darle mayor importancia dijo:

—Así lo haremos, señor.

De pronto, un tipo alto y bien vestido irrumpió en la sala, se acercó hasta ellos y dijo en inglés con gesto contrariado:

—Ahí dentro está Estelle Ponce y…

Juan, volviéndose hacia aquel, se sorprendió al ver que se trataba del actor de moda, Mike Grisman, y apartándole con la mano respondió con voz segura en su idioma.

—Si nos disculpa señor, tenemos que trabajar.

Carlos, al reconocer al galán al que su mujer adoraba, sonrió al ver que no era tan alto como parecía en la gran pantalla. Se dio la vuelta para continuar su trabajo cuando aquel volvió repetir a gritos:

—¡Oiga! No sé si me ha escuchado, pero acabo de decirle que esos idiotas tienen retenida a Estelle Ponce y como le pase algo por su ineptitud, van ustedes a pagarlo muy caro.

El humor del inspector Morán empeoraba por momentos. La tensión de saber que decenas de personas dependían de su eficacia sumada a los gritos de aquel imbécil, le estaban alterando. Pero controlando sus ganas de cogerle del cuello y sacarle de allí mismo miró a uno de sus hombres y dijo:

—Lucas, sácale de aquí antes de que lo haga yo.

Una vez que sacaron a aquel intruso del salón, y el jefe de la policía nacional se alejó para hablar con otros hombres, Carlos se acercó a su amigo.

—¿Te has fijado en el actorucho? Pero si no tiene ni media torta.

Juan asintió, pero continuó mirando los planos del hotel. Había que terminar con aquello cuanto antes, y sin ningún problema.

La oscuridad de la noche les envolvía cuando varios geo, entre ellos Juan, se descolgaron desde la planta superior del hotel. Con sus trajes negros y el armamento necesario rapelaron por las paredes del hotel hasta llegar a la parte superior de las ventanas. Con cuidado y sin ser vistos Juan y Carlos estudiaron la situación.

—Tiradores en posición —indicó Carlos a través del intercomunicador y Juan asintió.

Los rehenes estaban sentados en un círculo justo bajo el espejo que presidía el salón. Los secuestradores, cuatro hombres de unos cuarenta años de aspecto latino, hablaban entre si, y Juan se fijó en que uno de ellos llevaba una pistola al cinto, otro en el bolsillo del pantalón y los otros dos en la mano.

Muy profesionales, pensó el geo.

Por su manera de moverse, parecían nerviosos, incluso como si estuvieran discutiendo entre ellos. Juan con un gesto de la mano les indicó a sus compañeros que tomaran posiciones. Un ataque sorpresa y a oscuras sería lo mejor. Tras hablar por el intercomunicador que llevaba bajo su pasamontañas, ordenó que apagaran las luces del hotel a las 21:37. Varios de sus hombres se posicionaron sin ser vistos en las puertas que daban a la calle Felipe IV, mientras los tiradores de Carlos estaban apostados en las azoteas de los edificios colindantes.

Toda seguridad era poca.

En la quietud de la noche y mientras los cuatro delincuentes hablaban entre ellos las luces del hotel se apagaron de pronto. La gente, asustada, comenzó a chillar. Todo fue muy rápido. Los geo con su sistema de visión nocturna y su maestría, entraron en el salón por las ventanas al grito de «Alto, policía» y antes de que aquellos aficionados pudieran reaccionar, los tenían boca abajo en el suelo y encañonados.

—Despejado —gritaron uno a uno los hombres de Juan al tenerlo todo controlado.

Una vez Juan vio que la situación estaba controlada y los rehenes fuera de peligro, dieron la orden de encender las luces.

Los periodistas, impresionados al ver a los geo tomar las riendas de todo aquello a pesar del susto, comenzaron a aplaudir. Noelia y Tomi se abrazaron. Todo había salido bien. La prensa no dio tregua. En cuanto los geo y la policía entraron en el salón cogieron sus micrófonos y cámaras e intentaron cubrir la noticia volviendo loca a la actriz, que aún continuaba sentada junto a su primo en el suelo. Con las pulsaciones a mil la joven fue a levantarse para ir a ver a su guardaespaldas pero las piernas le temblaban tanto que fue incapaz. Finalmente, dos de aquellos hombres vestidos totalmente de negro se acercaron a ella y a su primo, y sin mediar palabra los agarraron del brazo y los levantaron. Juan ordenó a sus hombres alejar a la prensa para que la actriz pudiera respirar. Entonces vio entrar a Carlos.

—Por favor. Sean, mi guardaespaldas está herido —murmuró Noelia.

Juan miró hacia donde ella señalaba y tras ordenar a uno de sus hombres auxiliarle hasta que llegara el Samur, clavó su mirada en ella. Observó de cerca a la mujer que conoció en otra época y con la que se casó hacia años en Las Vegas. Aquella chica que se había convertido en una preciosa mujer, temblaba como una hoja a escasos centímetros de él. Seguía siendo bajita, y aunque estaba proporcionada y lucía un bonito cuerpo, vista de cerca estaba excesivamente delgada para su gusto. Oculto bajo su pasamontañas, la recorrió lentamente con la mirada. Se fijó en el escote y sonrió. Aquellos pechos, sin ser excesivos, eran tentadores y bonitos.

Carlos, apostado a unos metros de él, ametralladora en mano, al ver como su buen amigo sentaba a la joven en una silla y le alargaba un vaso de agua, sonrió. A pesar de no ver ni un solo centímetro de su rostro, sabía que estaba observándola con intensidad. Nunca olvidaría el día que le reveló la verdadera identidad de la muchacha con la que se había casado en Las Vegas. Aquel era su secreto. Un secreto que había prometido a Juan que nunca revelaría y que había cumplido hasta ahora.

Noelia, sin percatarse de lo que pensaba el hombre que estaba junto a ella, bebió el agua que le ofreció y se lo agradeció con una sonrisa turbadora.

—¿Está usted bien? —preguntó Juan con la boca seca mientras ella se levantaba y se retiraba su ondulada melena rubia de la cara. A pesar de sus taconazos seguía siendo muchísimo mas bajita que él.

—Sí… sí… los nervios —asintió ella—. Tengo un terrible dolor de cabeza, pero por lo demás bien. ¿Sean está bien?

Le gustó ver cómo se preocupaba por el gigantesco guardaespaldas que estaba hablando con un hombre de su equipo. Eso demostraba que seguía teniendo corazón.

—Sí, tranquila.

Sin poder evitarlo, Juan le tomó de la barbilla con cuidado. Incluso a través de sus guantes sintió la suavidad de su piel. Con curiosidad, miró la sangre seca de su mejilla y tras ver que era un golpe en el labio sin importancia dijo con voz ronca:

—Enseguida vendrán a curarla. No se preocupe, no parece nada grave.

Ella sonrió. Unas palabras amables tras la tensión vivida resultaban muy agradables.

—Muchas gracias por lo que han hecho por nosotros. Se lo agradeceré toda la vida.

—Es nuestro trabajo, señora. Me alegra que todo haya salido bien.

Noelia le miró. Aquella voz ronca y varonil debía de tener un rostro acorde. Pero solo vio sus ojos oscuros a través del pasamontañas. Unos ojos intensos que parecían amables. Le gustó tenerle ante ella. Lo que veía era un hombre de anchas espaldas, piernas atléticas y gran altura. A su lado se sentía pequeña, muy pequeña. Durante unos segundos los dos permanecieron callados mirándose a los ojos y, extrañamente, a Noelia lo entró calor al sentir su protección.

Oh my God, Mr. Policeman, creo que me voy a desmayar dijo Tomi teatralmente abanicándose con la mano.

Volviendo a la realidad Juan apartó la mirada de la mujer y la centró en el joven de mechas violetas, vestido con escandalosos colores rojos. Llenó un vaso de agua y le dijo antes de acercarse a Carlos:

—Siéntese y tómese un vaso de agua. Ahora los médicos le atenderán.

Tomi, al ver a aquel lio enorme con aquel vozarrón, se sentó y tras pestañear con descaro provocándole una sonrisa, murmuró.

Thanks, machote.

Carlos y Juan se miraron al oír aquello y reprimieron una carcajada, pero Noelia acercándose a su primo murmuró con disimulo:

—Tomi… cierra tu bocaza que no es momento de ligoteos.

—Lo sé… lo sé… ¿pero tú has visto qué pinta tienen todos estos hombres de Harrelson vestidos de black? Oh, Dios… me quedaría con cualquiera de ellos ¡qué bodiesl

—¡¿Tomi?! —protestó de nuevo para hacerle callar.

La joven, al ver el movimiento de los hombros de los dos hombres, intuyó que estaban riendo y acercándose al gigante que había hablado con ella le tocó en el brazo para llamar su atención.

—Por favor, disculpe a mi primo. Las situaciones tensas le aligeran la lengua.

Juan la miró y fue a responder cuando se oyó:

—Estelle, cariño mío. Qué susto. ¡Qué horror! ¿Estás bien? Dime que estás bien.

La actriz y el policía al oír aquello desviaron la mirada y comprobaron que aquel que hablaba era Mike Grisman, que entraba en el salón con gesto de preocupación. Carlos al verle aparecer le paró sin pensárselo. No le dejó continuar hacia la joven. Su amigo no se lo había pedido, pero Juan se merecía aquellos minutos con ella.

Consciente de que su trabajo había terminado y se tenían que marchar, Juan ordenó con un movimiento de mano a sus hombres que sacaran a los secuestradores del salón. Luego, clavando sus inquietantes ojos en la mujer que no le quitaba ojo de encima, murmuró:

—Señora, ha sido un placer conocerla.

—El placer ha sido nuestro, guapetón —respondió Tomi tras un suspiro mientras la joven le observaba.

Sin querer continuar un segundo más junto a ella Juan se dio la vuelta, pero ella le agarró de nuevo del brazo.

—¿Ya te vas? le preguntó.

Al volver a sentir su contacto a través de la tela de su uniforme se volvió para mirarla. Tenerla allí, tan cerca, tan tentadora y después de tanto tiempo le confundía. ¿Qué narices estaba haciendo mirándola? Claramente ofuscado, se deshizo de su mano y sin querer escucharla se dio la vuelta y dijo a su amigo con rotundidad:

—Díaz, deja que el guaperas se acerque a consolar a la canija. Vámonos. Nuestro trabajo ha acabado.

Juan salió por la puerta sin mirar atrás, pero Noelia que lo había oído, de pronto se quedó helada. Había oído la palabra canija y solo había dos personas en el mundo que la hubieran llamado así. Una fue su abuela y otra… otra…

—No puede ser… —murmuró mientras comenzaba a seguirle.

Pero antes de que pudiera evitarlo, Mike llegó hasta ella y la abrazó impidiendo que continuara su camino. Sin ningún tipo de miramiento ella se desenvolvió de aquel abrazo y corrió hacia la puerta. Necesitaba encontrar a aquel policía. Necesitaba comprobar algo. Pero, cuando por fin consiguió llegar, no pudo salir. La aglomeración de gente y prensa era tremenda. Corrió hacia un lateral del salón y se asomó a una de las ventanas rotas. Desde allí solo pudo ver como aquel grupo de hombres vestidos de negro que le habían salvado la vida se montaban en un furgón oscuro y desaparecían.

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