24

A las ocho menos cinco Juan ya estaba esperándola en la puerta de entrada del castillo con Senda, su perra, en el maletero. Volvía a diluviar cuando escuchó unos golpecitos en el cristal. Era Paula y accionó el botón de bajar la ventana.

—Hola amor —saludó ella bajo su paraguas—. ¿Qué haces aquí?

—Estoy esperando a una amiga —respondió con sinceridad. Entre ellos no había nada que no fuera sexo y no tenia sentido mentir.

—¿Tu amiga se hospeda en el parador? —indagó molesta al ver que no era ella el objeto de su visita.

—Sí —y al verla aparecer dijo—: Es ella.

Paula se volvió curiosa y al reconocer a la chica, torció el gesto. Aquella turista amiga de Menchu, no podía competir con su exuberancia. Convencida de su potencial sexual, y de que aquella en unos días desaparecería, se agachó de nuevo hasta la altura ce la ventanilla y murmuró con voz sinuosa antes de marcharse:

—Llámame y quedamos otro día ¿vale, cielo?

—De acuerdo.

Juan, rápidamente, centró su mirada en Noelia. Estaba preciosa con aquel abrigo verde y aquellas botas altas. La aviso de su presencia con las luces del coche y ella, al verle, corrió hacia él. Verdaderamente era una mujer sensual, y a pesar de que con aquel oscuro pelo y las lentillas no parecía la actriz Estela Ponce algo en su comportamiento, en su manera de moverse y de hablar, la hacía diferente y especial.

—Uooooo como llueve —cerró la puerta, le miró y le saludo—. Hola ¿como estás? ¿Fue todo bien anoche en tu trabajo?

A Juan le gustó escuchar su alegre tono de voz y atrayéndola hacia él, deliberadamente, la besó. Aquella noche en el operativo que había cubierto en Alcorcón se había concentrado, como siempre, a tope. Sin embargo, cada vez que recordaba el morboso momento que haba vivido con ella, una sonrisa asomaba a su rostro.

Cuando consiguió separar sus labios de los de ella, sin soltarla Juan respondió:

—Todo fue como la seda. ¿Y tú canija estás bien?

—¡Genial! —al escuchar un ruido miró hacia atrás y al ver a la perra saludó—: Hola, Senda, preciosa.

El animal dio un ladrido y Juan sonrió. Después quitó el freno de mano y arrancó el motor del coche.

—¿Preparada para conocer a mi peculiar familia?

—Sí. —Pero segundos después preguntó sorprendida—: ¿Peculiar por qué?

—Ya lo verás —rio él.

Noelia, de pronto, se asustó. ¿Dónde se estaba metiendo? ¿Y si aquella familia era tan insoportable como la suya? Dándole un golpecito en el hombro exigió:

—Para el coche ahora mismo.

—¿Cómo?

—Que pares el coche.

Encendiendo el intermitente Juan se metió en el único lugar que podía parar. Se subió sobre una acera a su izquierda y preguntó:

—¿Qué ocurre?

—¿Por qué es tu familia peculiar? —preguntó, encendiéndose un pitillo que Juan le quitó y apagó, para su desconcierto, en el limpio cenicero del coche.

—Veamos, cómo te explico yo cómo es mi familia —sonrió él—. Mi padre es un hombre algo rígido y poco comunicativo. En un principio no te hablará, simplemente te observará con el ceño fruncido pero no te asustes, no es un ogro. Luego está mi abuelo Goyo, el homenajeado —rio él—. Él es un poco cascarrabias. Si ves que te toca el culo no se lo tomes en cuenta son cosas de la edad, ¿vale? —la cara de ella era un poema pero Juan continuó—. También estará mi hermana Irene, a quien conociste el otro día, con mi cuñado Lolo, y mis sobrinos. Por cierto mi cuñado habla por los codos ¡ya lo verás! Irene ya sabes cómo es, por lo tanto si ves que ella y su marido discuten, no te preocupes, la sangre nunca llega al río. En referencia a mis sobrinos, Javi tiene diez años, y aunque le quiero mucho reconozco que es un tocapelotas de tres al cuarto. Ruth tiene cinco y es una auténtica bruja. Rocío, que tiene casi dieciséis y está en plena edad del pavo, a veces es insoportable. Vamos, para que te hagas una idea es una versión de su madre pero en adolescente. Luego estará Almudena, mi segunda hermana. A diferencia de Irene es observadora como mi padre y poco más. Ah… está embarazada y soltera y odia hablar de su vida privada, en especial de su embarazo.

Asentía horrorizada, sin poder creerse lo que él le contaba con rápidos matices.

—Finalmente conocerás a Eva. Es tímida y apocada y bueno… para hablar con ella hay que sacarle las palabras con un sacacorchos. Por cierto es periodista y trabaja de becaria para una revista. En definitiva tengo una familia peculiar. Son algo fríos y poco comunicativos, pero por lo demás saben comportarse, no te preocupes. En cuanto si habrá más gente, no lo sé. Pero conociendo a Irene, que es la organizadora del cumpleaños, estoy seguro de que habrá invitado a medio pueblo, lo que no sé es a quién.

De pronto la seguridad que había tenido el día anterior para aceptar la invitación se esfumó como por arte de magia ¿Fríos y poco comunicativos? ¿Pero qué pintaba ella con aquella gente? Sacando otro cigarro de la pitillera fue a encenderlo pero Juan hizo lo mismo que con el anterior.

—¿Quieres dejar de romperme el tabaco? —gruñó molesta.

—Lo siento, pero en mi coche no se fuma. Es más, creo haberte dicho que fumar no es bueno para la salud.

Sin darle tiempo a reaccionar abrió la puerta del coche y salió de él justo en el momento en que pasaba un vehículo que pisó un charco y la empapó. Juan, al escuchar la pitada del coche por abrir de improviso la puerta y salir, gritó abriendo su puerta:

—¿Estas loca? ¿Cómo?

—No… no estoy loca. Simplemente es mi pronto ¿vale?

Al escuchar aquel tono de voz Juan se paró en seco. ¿Qué había ocurrido para que ella contestara así? A dos pasos de ella le dejó encender el cigarro y darle un par de caladas. Finalmente, ella lo apagó y volviéndose hacia él susurró:

—Lo siento. Tengo un pronto horroroso y me he puesto nerviosa cuando me has hablado de tu familia. Quizá sea un error haber aceptado esa invitación ¿Qué pinto yo en la celebración de un familiar tuyo?

Juan sonrió. La ternura que le provocaba aquella diva del cine americano le tenía desconcertado. Se acercó a ella, posó las manos sobre el capó y la dejó encerrada entre el coche y su propio cuerpo.

—Olvidándome de ese pronto que tienes —sonrió—, eres una amiga ¿Dónde ves el problema? ¿Tú nunca has ido de acompañante de alguien a una fiesta donde la gente es un poco extraña?

—Sí —asintió al recordar ciertos eventos con su padre.

—¿Entonces?

Cerrando los ojos Noelia suspiró y dijo:

—Odio mentir. Odio estar empapada y… Oh, Dios ¡mira qué pintas tengo!

No pudo continuar. Él la besó. Su cercanía y el calor que su cuerpo irradiaba la tranquilizó. Cuando Juan acabó aquel sensual beso sonrió y le retiró el mojado flequillo del rostro.

—De acuerdo. No asistiremos a la fiesta. Iremos a mi casa y te cambiarás de ropa. —Al ver el gesto dudoso de ella, él continuó—. Pero ya le había dicho a Irene que iríamos y conociéndola, a no ser que nos vayamos de España, nos encontrará. Mi hermana iba para detective aunque se quedó en cotilla. —Noelia sonrió—. Te aseguro que Irene es muy persistente y si algo tiene claro es que la familia en temas de cumpleaños, fiestas o enfermedades debe estar unida.

Aquellas palabras le llegaron al corazón. Eso era lo que su abuela, que en paz descanse, siempre le decía. Y, entonces, cambió de idea.

—¿Sabes? Irene tiene razón. La familia por muy rara que sea ha de estar unida para este tipo de acontecimientos, y aunque yo no lo sea, tú si lo eres y por lo tanto vamos a ir. En cuanto a mi abrigo, no te preocupes se secará.

Él asintió sorprendido al ver aquel cambio de opinión.

—¡Perfecto! —sonrió Juan quien tras darle un beso en la punta de la nariz dio rodeó el coche y se metió en él.

—¡Genial! —asintió ella sentándose en su asiento percatándose de lo mucho que la lluvia la había mojado.

Quince minutos después Juan paró el coche frente a una gran casona. Mientras él abría el portón trasero para que Senda bajara, Noelia miró a su alrededor mientras la lluvia de nuevo caía sobre ella. Ya daba igual, estaba empapada. Sonrió, feliz por estar allí, aunque de pronto la voz de su abuela tronó en su mente diciendo Canija, las mentiras tienen las patitas muy cortas. Ándate con ojo o lo lamentarás.

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