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Faltaban pocos días para la cena de Nochebuena e Irene ya les había cotorreado a sus hermanas lo que había descubierto en casa de Juan aquella noche. Continuaba muy enfadada. ¿Como podía su hermano ser tan insensible?

Almudena y Eva no daban crédito a que su hermano hubiera metido a otra mujer en casa teniendo a Noelia como invitada. No se lo podían creer. Pero era tal la vehemencia con la que Irene lo afirmaba, que no tuvieron más remedio que creerla. Intentaron hablar del tema con Juan, pero este tras escuchar con paciencia la sarta de quejas y reproches de sus hermanas, lo único que pudo decir fue que se preocupasen por sus vidas y que se olvidaran de la suya.

Tomi regresó. Su viaje a Barcelona para estar con Peterman había sido un acierto y volvió pletórico y feliz. Durante todos aquellos días Juan no volvió a mencionar la palabra «problema». Si algo no quería Noelia era ser una molestia. Solo quería disfrutar aquellos días con él y atesorarlos para siempre.

Una mañana, tras una maravillosa noche de pasión, Noelia obligó a Juan a llevarles de compras en su día libre. Él al principio se resistió. Las compras no eran algo que le apasionara, pero al final cedió ante la insistencia de ella y el loco de su primo.

Ataviados con ropa de sport el joven policía les llevó hasta centro de Madrid. Ellos querían ir de shopping y él les llevó hasta la calle Serrano y alrededores. Sabía que aquellas calles y, en especial sus tiendas, les gustarían. Como era de esperar Tomi, al ver aquel jubileo de gente y glamour aplaudió emocionado.

—Oh, si… si… si. ¡Esto es vida! I love shopping. Quiero husmear un ratito a mi manera. Así vosotros podéis estar a solas, que una cosa es sujetar la vela y otra el velón.

Juan divertido como siempre cuando Tomi hablaba, murmuró:

—Tomi, a mí no me molestas y…

—Lo sé, rey… eres divine. Pero I need mis ratitos de soledad y de compreteo.

—Tomi, necesito que vengas conmigo —aclaró la joven—. Si pago yo con mi tarjeta todo el mundo sabrá quién soy, ¿no lo entiendes?

—Por el amor de Dior ¡es verdad! —murmuró al darse cuenta de ello—. Menos mal que eres una cabeza pensante además de una actriz divina.

—Puedo pagar yo —se ofreció Juan,

Al escuchar aquello ella sonrió y le plantó un beso.

—Lo sé. Pero prefiero pagar yo. Son mis regalos y el gasto también es mío.

Tomi al entender que ella se iba a gastar una barbaridad, asintió y dijo cogiendo a Juan con comicidad del brazo:

—Okay, quien. Vayamos de compras y enseñemos a este divine lo que es comprar con glamour. Eso sí, una vez terminemos con tus compras, necesito que me dejes un par de horitas para las mías ¿de acuerdo?

Durante más de cuatro horas Tomi y Noelia volvieron medio loco a Juan. Entraban en las tiendas más caras y se gastaban ante él ingentes cantidades de dinero que lo dejaban boquiabierto. ¿Cómo podían gastar así con la crisis que había? En un par de ocasiones intentó protestar, pero fue inútil, no le hicieron ni caso. Acabadas las compras y con multitud de bolsas en las manos Tomi preguntó:

—Bueno ¿puedo comenzar mi shopping?

—Pero ¿vas a comprar más? —preguntó Juan agotado.

—Oh, my love, pero si esto no ha hecho más que comenzar —respondió aquel haciendo reír a su prima. Tras escuchar cómo Juan resoplaba, Noelia salió a su rescate, muerta de risa.

—Venga, ve. Nosotros tomaremos algo en esta cafetería mientras tú fundes tu Visa gold. Nos vemos aquí dentro de una hora. ¿Te parece?

—Mejor dos. Las prisas me vuelven crazy. Ciao bellos.

Un par de segundos después, Tomi se alejó dispuesto a disfrutar de las tiendas. Desde su posición, Juan le observó marcharse y al ver que volvía a entrar en una de las tiendas donde ya habían estado no pudo dejar de preguntar:

—¿Pero todavía le queda algo que comprar en esa tienda?

—¿En Loewe? Uf… solo te diré que es una de nuestras tiendas favoritas. —Noelia le besó y le cogió del brazo para ir a tomar algo.

Corno una pareja más de enamorados, se encaminaron a una bonita cafetería. Una vez allí soltaron las bolsas y de pronto un camarero cayó a los pies de Juan con una bandeja llena de cafés. El ruido fue atronador y todo el mundo les miró. Rápidamente Juan se agachó a ayudar al muchacho que avergonzado por lo ocurrido no paraba de disculparse.

—Discúlpenme señores. Lo siento… lo siento ¿les he manchado?

Noelia negó con la cabeza y Juan miró sus vaqueros. Algunas gotas de café habían caído encima, pero sin darle ninguna importancia, leyó el nombre del camarero en la chapa que llevaba en la solapa y se dirigió a él:

—No te preocupes por eso, Wilson. ¿Tú estás bien?

El muchacho asustado por lo que su jefe pudiera decir por aquello asintió. Noelia observaba como Juan ayudaba a aquel pobre muchacho a recoger aquel estropicio, cuando un señor mayor se les acercó:

—Disculpen. Soy Damián Ruárez, dueño de la cafetería. Pidan lo que quieran que están invitados. —Y clavando la mirada en el chaval continuó—: Wilson, recoge todo rápidamente y pídele disculpas al señor.

Al escuchar aquel tono de superioridad, Juan intervino:

—Muchas gracias señor Ruárez por su invitación pero no hace falla. En cuanto a Wilson, un error lo comete cualquiera. ya me ha pedido disculpas y no hace falta que le hable así.

Sin despegar los labios, Noelia fue testigo de la situación y pocos minutos después tanto el muchacho como su jefe se marcharon y les dejaron a solas,

—Me pone enfermo ver cómo la gente utiliza su poder para humillar al más débil. No lo soporto —protestó Juan. Pero al ver el gesto de ella sonrió y dijo—: Venga, tomemos algo.

Se sentaron en una de las mesas, otro camarero se les acercó y pidieron un par de cafés.

—Por cierto, mis hermanas están deseando que yo desaparezca de casa para pillarte a solas y cotillear. Así que te aviso. Ten cuidado con ellas, y más tras lo que ocurrió la otra noche con Irene. Que por cierto, sigue ofendidísima conmigo. Ni me habla.

—Se le pasará —sonrió al recordar como Irene se había defendido.

—Lo sé —asintió él—. Pero no me gusta que saquen conclusiones erróneas, y este caso no puedo subsanar el error o te descubrirían.

—Bah… no te preocupes, son encantadoras.

—Vaya, creo que han conseguido engañarte —rio al recordar lo que sus hermanas le dijeron—. Dales tiempo y terminarás huyendo de ellas. Solo recuerda lo que ocurrió el otro día con los policías y las vecinas.

Al recordar aquello Noelia sonrió.

—¿Pero qué ocurre realmente con tus vecinos? ¿Por qué esa enemistad?

—Todo comenzó hará unos noventa años —contó él—. El padre del abuelo Goyo compró las tierras que tenemos y quiso hacerse con unas hectáreas más. Pero el dinero no le llegó y no pudo ser. La finca que está junto a la nuestra es fantástica. Tiene bastantes hectáreas y yo particularmente a veces me doy el lujo de soñar que algún día si me toca la lotería levantaré mi hogar allí —ambos sonrieron y él prosiguió—. Por esas tierras corre un pequeño arroyo que nos vendría muy bien para regar los campos que tenemos pero el dueño pide un precio desorbitado que no estoy dispuesto a pagar. Durante años, tanto mi familia como la familia de las Chuminas…

—¡¿Chuminas?!

—Es el mote que tienen esos vecinos en el pueblo, pero no me preguntes por qué, porque no lo sé —ella asintió—. Como te decía, durante años mi familia y la de las Chuminas, han intentado adquirir esas tierras pero nadie lo ha conseguido debido a su precio. Y de ahí viene nuestra tonta enemistad, todo por unas tierras que ninguno tiene y que hasta el momento solo nos han ocasionado problemas y disputas.

—Vaya… —murmuró Noelia.

—Y en cuanto a lo de los policías, ¿de verdad creías que yo os iba a mandar a unos boys a casa?

—Yo qué sé Juan —se carcajeó al pensar en aquello—. Todo fue una confusión que…

—Lo dicho, canija… cuidado con mis hermanitas que son especialistas en meterse en problemas —se mofó.

—De eso nada. Las tres son estupendas. ¿Cómo puedes pensar eso?

Inclinándose sobre la mesa para acortar distancia entre ellos, el joven policía murmuró:

—Porque soy su hermano y las llevo padeciendo para bien o para mal toooooooda mi vida.

Una vez dijo eso la besó. Fue un beso leve, corto, pero lleno de erotismo. Cuando él regresó a su posición Noelia suspiró y murmuró anonadada:

—Me encantas.

—¡Genial! Yo también he conseguido engañarte —se mofó el.

—En serio —insistió—. Todo lo haces tan especial, tan natural, que es imposible no pasarlo bien contigo, tus besos son estupendos. Tú eres maravilloso y yo…

Sin terminar la frase esta vez fue ella la que se inclinó sobre la mesa y le besó. Aquel beso lento y profundo y el recuerdo de la anterior noche de pasión, hizo que a Juan se le calentara todo, absolutamente todo.

—Me parece que tú y yo nos vamos a ir ahora mismo a un hotel a sofocar el calentón que me estás haciendo sentir en estos momentos. Si sigues así te aseguro que…

—¿Te he dicho que me encanta España? —le cortó ella haciéndole reír—. Es un país lleno de belleza y donde estoy descubriendo muchas cosas… que me apasionan.

Juan sentía un persistente latido en su entrepierna causado por lo que oía y veía, lo que le provocó un suspiro de frustración. El camarero llegó y dejó los cafés sobre la mesa mientras ambos se miraban con vehemencia. ¿Era posible acariciarse con la mirada? Juan, excitado, llegó a la conclusión de que sí.

Juan cogió el sobrecito de azúcar ante la atenta mirada de ella. Lo abrió y antes de volcarlo en su café sonrió como solo él sabía y dijo:

—Me alegra saber que de España te apasionan muchas cosas.

—Muchas —insistió ella hechizada por su mirada.

—¿Sabes canija? —murmuró con voz ronca apoyando los codos sobre la mesa para acercarse a ella—. No veo el momento de llegar a casa, desnudarte y hacerte el amor mirando esos preciosos ojos azules que ocultas tras esas lentillas.

—Vaya… —rio ella enloqueciéndole más.

—En este instante, te relataría punto por punto todo, absolutamente todo, lo que quiero hacerte, pero creo que si sigo pensando en ello, no voy a ser capaz de contener mis instintos más primitivos y debo recordar que estamos en un local público, soy un agente de la autoridad y en mi ficha no vendría nada bien que constara que me han detenido por escándalo público con Estela Ponce. Por lo tanto —dijo recostándose en la silla—, me tomaré el café; retendré mis impulsos y mis ganas de ti y seré un buen chico hasta que llegue a la intimidad de mí habitación.

Excitada por como él le hacía el amor con la mirada en medio de aquella cafetería, la diva del cine tragó el nudo de emociones atascado en su garganta.

—¿Sabes qué es lo que más me gusta de España? —Mizo una pausa—: Sin lugar a dudas tú.

—Vaya… —bromeó él.

Ambos sonrieron y para enfriar el momento Noelia soltó:

—También me tiene maravillada poder estar sentada aquí contigo en esta cafetería, pasar desapercibida y sentirme una persona completamente normal corriente.

Dicho esto ella se levantó de su asiento y, sin dudarlo, se sentó sobre sus piernas. Por primera vez en su vida podía ser natural y espontánea, y sin importarle lo que la gente pudiera pensar a su alrededor, le besó con adoración y le susurró a escasos centímetros de su boca:

—Gracias.

—¿Por qué cielo? ¿Por traerte de shopping? ¿Por desearte como te deseo? —preguntó divertido y excitado.

Consciente de que estaba totalmente colada por él dejó escapar un suspiró.

—Por ser como eres y por invitarme a pasar las Navidades contigo —dijo.

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