42

Superada aquella absurda discusión, días después, Eva, Juan y Noelia fueron al Hospital Universitario de Guadalajara para recoger a Almudena. Tanto la madre como el bebé estaban de maravilla, pero Almudena llevaba dos días sin parar de llorar. Cualquier cosa que le dijeras le hacía berrear una y otra vez y aunque todos se preocuparon, los médicos les calmaron indicándoles que aquello era normal. Las hormonas de la nueva mamá aún estaban revolucionadas y por eso lloraba continuamente. Cuando dejaron el coche en el parking y se dirigían al hospital se cruzaron con dos hombres vestidos de policía.

—Mmmm… cómo me ponen los uniformes —suspiró Eva al verlos pasar y mirando a la joven que caminaba junto a su hermano preguntó—: ¿No te ponen los tíos así vestidos? ¿No te parecen terriblemente varoniles?

—Definitivamente sí —rio Noelia tras mirar a Juan—. Cada vez que tu hermano aparece vestido de cucaracho ¡me vuelve loca!

Juan se carcajeó ¿cuando había aprendido ella aquella palabra?

—Normal hija… normal… cuando se visten de negro desprenden sensualidad y morbo por todos sus poros ~y al recordar a Damián, el sexy compañero de su hermano, suspiro—. Uf… ya te digo, hay cada uno…

Juan, al ver aquel gesto, le dio un empujoncito.

—Hermanita, disimula. Se nota a la legua que te vuelve loca algún que otro compañero de la base.

—Uf… es que allí hay material de primera —suspiró esta—. Por cierto Noelia, cuando quieras vamos a hacerle una visitilla a mi hermano a la base. Almudena y yo de vez en cuando vamos y nos damos un alegrón a la vista. Te aseguro que merece la pena.

—Vale… encantada.

—Chicas… no me jorobéis —las reprendió Juan.

Lo que menos le apetecía era ver a Noelia en la base, rodeada por los depredadores de su unidad y menos junto a la lianta de su hermana. Definitivamente no era buena idea.

—Anda… ahora que lo pienso —dijo Eva— Quizá a Almudena le vendría de lujo darse un homenaje visual para que deje de llorar por el simple hecho de existir.

—Tranquila. Se le pasará —aseguró Juan divertido.

—Mira, hermanito no es por nada. Pero tú podías tirarte el rollo un poquito ¿no crees?

Sorprendido por aquello la miró y preguntó:

—¿Tirarme el rollo? ¿En qué?

—En proporcionarle a tu llorosa y lacrimosa hermana Almudena un poco de felicidad visual y de paso también a nosotras. Tampoco es tanto pedir, ¿no?

—Oh, sí… sería un bonito detalle —asintió Noelia y divertida le enseñó la pulsera que llevaba y le susurró al oído—: Te recuerdo que yo tengo un todo incluido.

—Sería un detallado, además de un morbazo —prosiguió Eva sin percatarse de cómo aquel fruncía el ceño.

Juan finalmente sonrió por sus ocurrencias y tras cogerlas por la cintura murmuró:

—Ni la base, ni mis compañeros por muy guapos que os parezcan son para divertirse. —Y para chinchar a su hermana cuchicheó—. Además, a ti, señorita metomentodo te da lo mismo un poli de verdad que un boy vestido para la ocasión ¿verdad?

—Pues tienes razón. Me da igual. Soy una conformista nata —asintió divertida—. Por lo menos del boy sé lo que espero. Por lo tanto, y si no quieres que aparezcamos por la base con nuestra hermana la llorica, ya sabes lo que tienes que hacer para alegramos el alma, la vista y alguna que otra cosa más.

Parapetada tras su disfraz, Noelia disfrutaba de aquel momento familiar mientras se cruzaba con personas que en traban y salían del hospital. Aquella libertad le encamaba y sonrió satisfecha de su anonimato. Aquello era maravilloso.

Tras subir en el ascensor a la tercera planta entraron en la habitación. Allí estaban Manuel y el abuelo Goyo haciendo monadas al pequeño Joel.

—¡Oh… mis salvadoras! Sin vosotras todo hubiera sido un desastre —gimió Almudena al verlas aparecer llevándose un pañuelo a la cara.

—¿Seguimos en plan drama? —se mofó Eva al ver a su hermana.

—Seguimos… seguimos —asintió Manuel tras suspirar.

—Ay, hermosa… no lo sabes tú bien —contestó el abuelo Goyo poniendo los ojos en blanco.

—Pero no llores mujer, que tienes un bebé precioso. —Noelia corrió a abrazarla.

Juan miró a su padre y a su abuelo, quienes se encogieron de hombros y para hacer sonreír a su hermana dijo:

—Aquí te traigo a las enfermeras más dicharacheras de todo Guadalajara, Almudena. Estoy segura que en este hospital tomarán en cuenta su inestimable experiencia como matronas.

Divertida por aquello, Eva se acercó a la cama y le dio un beso a su hermana. Se la veía bien aunque con la nariz hinchada como un tomate y los ojos rojos y vidriosos. La besó y le limpió los ojos con un kleenex.

—Que sepas mona, que gracias a tu búho y a ti he decidido privar a este mundo de la existencia de mi descendencia. Y por supuesto, y muy importante, no volveré a quedarme a solas con ningún hombre por muy guapo e irresistible que sea.

—No me digas eso. No quiero sentirme culpable por no tener mas sobrinosssssssssssssssss —lloriqueó aquella.

—Ni caso, Almudena —la consoló Juan—, Se acaba de cruzar con unos tipos con uniforme y te aseguro que por su linda boquita ha salido de todo menos la abstinencia.

—Y he pensado en ti eh… Almu. Le he dicho a nuestro hermanito que sería algo tremendamente recomendable para ti que te alegrarse la vista con unas buenas tabletas de chocolate y unos estupendos oblicuos bien trabajados —apostillo Eva consiguiendo que aquella por primera vez sonriera.

—Qué jodía es esta muchacha —sonrió el abuelo Goyo.

Todos sonrieron. En especial Juan, al que se le veía pletórico y feliz. Al principio, ninguno quiso pensar que Noelia era la causa de su felicidad, pero todos lo deducían. Se le notaba relajado desde que aquella joven había aparecido en su vida y eso les gustaba.

Tras un rato en el que consiguieron hacer reír a la llorona, Noelia se acercó a la cunita del recién nacido y murmuró:

—Es precioso. Es el bebé más bonito que he visto en mi vida.

Aquel comentario hizo que Manuel mirara a su hijo y le guiñara el ojo. Este al ver aquello junto las cejas y su padre sonrió. No era para menos.

—Un nuevo gorrioncillo al que mimar —asintió el abuelo Goyo encantado.

La puerta se abrió y una enfermera morena y de mediana edad entró. Tras saludarles a todos con una tímida sonrisa preguntó:

—¿Todo bien por aquí?

Almudena fue a responder pero su padre se le adelantó.

—Magníficamente.

Aquella extraña se agachó y tras mirar al pequeño Joel que dormía plácidamente en su cunita murmuró:

—Es un niño muy guapo.

—Y hermoso. Casi cuatro kilos que ha pesado el mu ladrón —asintió el abuelo Goyo satisfecho.

La enfermera tras sonreír por el comentario del anciano, cruzó una mirada con Manuel y dijo:

—Se parece mucho al abuelo.

—Gracias —sonrió Manuel, mientras Juan, Eva y Almudena cruzaban sus miradas sorprendidos. ¿Qué estaba pasando allí?

La enfermera, tras suspirar, se recompuso y dijo:

—Vengo a llevarme al niño. Tenemos que hacerle unas pruebas.

—¡¿Pruebas?! Aisss, Dios mío. ¿Qué le pasa? —gimió Almudena comenzando a llorar.

Manuel, acercándose a la enfermera le preguntó en tono preocupado:

—¿Le ocurre algo al niño?

—No… Manuel, no te preocupes —sonrió la mujer mientras cogía al bebé—, Las pruebas que le vamos a hacer se las hacen a todos los bebés cuando nacen antes de marcharse del hospital.

—¿Estás segura? —preguntó aquel ante la expectación de todos.

—Si —asintió aquella con una dulce sonrisa.

—¿Qué le van a hacer? —preguntó Almudena.

—Le vamos a pinchar en el talón y…

—Ay pobrecito mío… ya comienza a sufrir —gimió la sensible madre comenzando a llorar de nuevo.

La enfermera tras mirar a la joven y sonreír, se acercó a ella y cogiéndole con la mano el óvalo de la cara para que la mirara murmuró.

—Son pruebas rutinarias, no te preocupes. ¿Vale Almudena?

—Vale… si nos lo dices tú, me quedo tranquilo —asintió Manuel con un dulce tono de voz.

Aquel tono de voz de su padre hizo que los hermanos se miraran los unos a otros. ¿A qué se debía aquella sonrisa? Y sobre todo, ¿por qué aquella mujer sabía el nombre de su padre?

La enfermera sonrió de nuevo, pero cuando se dio la vuelta para salir, el abuelo Goyo se plantó delante y dijo en tono poco conciliador:

—Yo le acompaño. No hago más que ver en la televisión que roban niños, y este es tan hermoso y rollizo que no puedo dejarlo marchar sin mi vigilancia. ¿Quién nos asegura que no nos lo van a robar?

—¡Abuelo! —protestó Juan, mientras Noelia sonreía.

—Ni abuelo, ni leches. El gorrioncillo es una hermosura y no va a ningún lado si no voy yo.

Juan divertido por cómo su abuelo se aceleraba en décimas de segundos, se acercó a él y en tono tranquilizador dijo:

No te preocupes. Estoy seguro que esta enfermera lo cuidará y enseguida lo traerá para que podamos irnos.

—¡Que no! —insistió el anciano—. Que de aquí no sale el muchacho sin su bisabuelo detrás.

—Goyo… no te preocupes —dijo Manuel con seguridad—. Quédate con los muchachos mientras yo acompaño a Maite. Me aseguraré que nuestro Joel regrese junto a su mamá.

—Si papá acompáñale —gimió Almudena.

Dos minutos después, la enfermera y su padre desaparecieron tras la puerta y Eva miranda a su hermana susurró:

—¡¿Maite?! Es mi impresión o papá y esa enfermera…

—¿Papá ligando? —preguntó Almudena secándose las lágrimas.

—No comencéis a cotorrear que es conozco —se mofó Juan.

Noelia sonrió y Eva sorprendida por lo que había visto minutos antes dijo:

—¿Pero habéis visto como se ha puesto de melosón papá y como miraba a esa mujer, a Maite? Vaya… vaya con papá, si al final va a ser más ligón que tú.

—A ver señorita metomentodo —rio Juan—. Papá es papá y yo… soy yo.

Aquel comentario de Eva, hizo que Noelia frunciera el ceño, pero finalmente sonrió. Escuchar las cosas que aquellos decían ante la cara de guasa del abuelo Goyo, no tenía precio. Ver aquella familia tan unida y con sus bromas… Eso era lo que siempre había anhelado tener y, de pronto, aquellas personas se lo estaban dando todo.

Cinco minutos después el abuelo Goyo miró en dirección a Noelia.

—Gorrioncillo, ¿vamos a tomar un café?

—Oh, sí… ahora mismo —asintió Noelia.

—¡Abuelo Goyo que no puedes fumar! —le recordó Eva sonriendo.

El anciano al escuchar aquello, levantó el bastón y gruño.

—Mecagoentoloquesemenea. ¿Quién ha dicho que voy a fumar?

Noelia se tapó la boca para no sonreír. Estaba claro lo que el anciano quería y Juan, suspirando, indico:

—Vamos, abuelo… yo le acompañaré.

—Juanito, hermoso, no te ofendas. Pero me gusta más la compañía femenina. —Pero al ver como este le miraba dio un taconazo en el suelo y dijo—: De acuerdo, vayamos a la cafetería.

—Buena idea abuelo… buena idea —sonrió Juan, que antes de salir por la puerta dijo en broma—: Portaos bien chicas.

Una vez se quedaron solas Almudena, ya más tranquila, dijo:

—Qué fuerte lo de papá con la enfermera. ¿Maite? ¿Quién es Maite?

—Está visto que los uniformes nos ponen a todos los de la familia —se mofó Eva haciendo reír a carcajadas a Noelia—. Yo creo que aquí hay tomate. ¿Has visto como se miraban?

Noelia, sintiéndose una más entre aquellas, añadió:

—Quizá no deba de decir esto, pero vuestro padre es un hombre joven, solo y creo que se merece ser feliz ¿no creéis?

—Te doy toda la razón, pero ¡uf! verás cuando Irene se entere —susurró Almudena.

—Calla… y no me lo recuerdes —suspiró Eva—. Que como aquí haya tomate nuestra santa Irene, estoy segura de que la va a liar y parda.

Sobre las seis de la tarde todos estaban en la casa de Manuel en Sigüenza. Como era de esperar, Almudena lloró al entrar con su hijo, cuando entró en su habitación, cuando se miró al espejo, cuando el bebé hizo caquita y en todas las ocasiones habidas y por haber. Una hora después los hombres agotados de tanta lágrima decidieron ir a comprar provisiones a la tienda de Charo, mientras las chicas se quedaban en casa. Poco después llegó Irene con sus hijos para achuchar al pequeño Joel, que plácidamente dormía en su cunita.

—Ay qué bonitooooooooo —susurró Rocío al ver a su pequeño primo.

—Si… es muy lindo —gimió la joven madre emocionada.

—Tita Almu ¿puedo cogerlo? —preguntó la pequeña Ruth.

—Ahora no cielo, esta dormidito dormidito. Pero cuando se despierte te prometo que serás la primera en cogerlo.

Javi, que como siempre andaba con su balón bajo el brazo, tras ver a su tita continuamente llorando dijo acercándose a la cuna:

—Vale mamá ya lo he visto ¿puedo irme a casa de Jesusín a jugar?

Su madre asintió.

—Sí, hijo si puedes irte a jugar. Pero de allí no te muevas hasta que yo vaya a buscarte. ¿Entendido? —una vez el pequeño salió murmuró divertida—: Es un futuro hombre y le quiero con locura, pero tiene menos sensibilidad que un calamar.

Durante un rato las mujeres estuvieron hablando del bebé, de sus ojitos, sus morritos y lo precioso y gordito que estaba hasta que la pequeña Ruth para llamar la atención dijo:

—Me duele la tripita.

—Ay mi niña ¿Que te pasa? —se alarmó Almudena.

—Tendrá hambre —replicó su madre con tranquilidad— Ve a la cocina y coge un yogur del frigorífico del abuelo.

—Yo quiero una palmera de chocolate —exigió la niña mimosona.

—Ruth, no sé si el abuelo tiene palmeras en casa. Ha ido a comprar y…

—Pues yo quiero una palmera. La quiero ahora —insistió.

Aquel tono de voz y en especial como la cría se hacía notar hizo que las hermanas se miraran y Eva en tono de guasa dijera:

—Vayaaaaaaaaa… me parece que hoy no hemos barrido bien y tenemos la casa llena de pelusilla.

Consciente de la carita de le pequeña, Noelia sonrió y asiéndola del brazo le preguntó:

—¿Quieres que vayamos a la cocina y miremos lo que tiene el abuelo?

—Sí —sonrió la pequeña al ver que había conseguido la atención de alguien.

Segundos después llegaron a la cocina. Noelia no sabia dónde guardaba las cosas Manuel, por lo que dejo que la pequeña se lo indicara. Su felicidad fue total cuando encontró lo que ella ansiaba. El abuelo, como siempre, tenía palmeras de chocolate para ella.

Cuando regresaban al salón sonó la puerta de la calle y una amiguita la reclamó para jugar. Irene dio su consentimiento y la niña si marchó a casa de Úrsula, una vecina.

—Mamá, ¿iremos de compras a Madrid? —preguntó Rocío.

—No lo sé. ¿Por qué?

La joven al ver que su madre no la miraba insistió.

—Mamá quiero que me compres el abrigo de cuero que te dije en la tienda de JLo ¿no lo recuerdas'?

Irene suspiró y mirando a su hija respondió.

—Sé que te vas a enfadar, pero tengo que decirte que lo que me pides es imposible, cielo. Tu padre necesita una nueva radio para el camión y el sueldo de él no da para mucho. Por lo tanto, y aun a riesgo de que no me hables el resto del año, tengo que decirte que no te puedo comprar el abrigo de cuero que quieres.

—Jolines, mamá ¡me lo prometiste!

—Lo sé cielo, pero tenemos un límite para los gastos y no contaba con la increíble factura de la calefacción y el seguro del hogar.

—¿Qué abrigo de cuero quieres? —preguntó con curiosidad Noelia.

Conocía toda la ropa de su amiga JLo y quizás ella pudiera hacer algo.

—Pues uno que cuesta un riñón y parte del otro —se quejó Irene.

—El nuevo de la colección de Jennifer López —suspiró Rocío . Uno que ella luce en su nuevo catálogo. Es que me encanta ¡es precioso!

Noelia asintió. Tendría que mirar el último catálogo de su amiga para saberle qué abrigo se trataba. Irene, entristecida por tener que darle aquella noticia a su hija prosiguió.

—El problema es que si te compro ese abrigo de regalo de Reyes, el resto de la familia se quedaría sin regalos. ¿Crees que eso seria justo para ellos?

—Vale mamá… lo entiendo.

Sorprendida por aquella contestación Irene miró a su bija y murmuró boquiabierta.

—¿De verdad, cielo que lo entiendes?

—Que sí, mamá —suspiró sabedora de que su madre tenía razón. El sueldo de su padre no daba para mucho y tener un abrigo tan caro era un sueño imposible. Además, no quería enfadarla. Había quedado con unos amigos un par de horas después para ir a tomar algo al pueblo de al lado y mejor contentarla a que le prohibiera salir.

Olvidado el incidente del abrigo, todas siguieron adorando al pequeño hasta que Eva dijo:

—Es precioso… ¿Pero es solo cosa mía o se parece a él?

—Sí. Es clavadito a él —asintió Rocío muy segura de lo que decía.

Noelia no entendió aquel acertijo hasta que Almudena mirando a su bebé asintió y como era de esperar gimoteó llevándose el kleenex a la boca:

—Es idéntico a su padreeeee.

—Por Dios, Almu, pareces un bulldog con tanta baba —se mofó Eva a! verla.

Irene al escuchar aquello le dio un pescozón y consoló a la llorona abrazándola.

—Venga… venga… ya está, cielo… ya está.

Diez minutos después y tras conseguir que Almudena dejara de llorar, miró a su precioso hijo y dijo más tranquila:

—Si le viera Saúl se quedaría de piedra. Es idéntico a él.

—Por cierto y hablando de piedras —dijo Eva para cambiar de tema—. Irene, ¿a que no sabes quién es un ligón de tomo y lomo?

Noelia y Almudena se miraron sorprendidas. Sabían lo que iba a decir y centraron toda su atención en Irene que con gesto dulce miraba al pequeñito.

—¿Quién es un ligón? —se interesó Rocío tras mirar su móvil.

—Tu abuelo, vamos, mi padre.

—¡¿El abuelo?!

—¡Ajá!

—¡¿Mi abuelo?! —confirmó Rocío sorprendida.

—El mismo que viste y calza. Ya ves… tenemos otro latín lover en la familia además de nuestro guapo Juan —asintió Eva esperando la reacción de su hermana mayor que no se hizo esperar.

Irene levantó el rostro y tras clavar la mirada primero en su hija y después en sus hermanas, dijo en un tono de voz nada sorprendido:

—Pues hace muy bien. Papá es un hombre joven y se merece ser feliz. ¿No creéis?

—Palabrita del niño Jesús, que a ti no hay quien te entienda —se mofó Eva al escucharla.

—¡Mamáaaaaaaa! Pero ¿has oído lo que han dicho las titas?

—Sí cariño, claro que lo he oído. Y repito. Me parece muy bien que el abuelo salga con alguien. La abuela murió hace años, para nuestro pesar y el suyo, y necesita compañía.

—¡Qué fuerte! Contigo una no sabe cómo acertar —murmuró Eva mirando a Noelia.

—Y que lo digas —asintió Almudena.

Sorprendidas como nunca en su vida, Eva y Almudena se acercaron a su hermana y poniéndole la mano en la frente murmuró Eva.

—Llamad a una ambulancia con urgencia.

—Irene ¿estás bien? —preguntó Almudena.

Esta tras sonreír a Noelia que las estaba observando apartada, se sentó junto a la cuna del pequeño Joel y dijo:

—Yo estoy perfectamente. ¿Y vosotras?

—Pero… pero… yo pensé que ibas a montar en cólera —cuchicheó Eva.

—Aisss Eva María. Qué exagerada eres —rio Irene.

—Pero vamos a ver ¿con quién sale el abuelo? —preguntó Rocio.

Irene, Tras tapar con la toquillita al bebé las miró y contesto con una sonrisa:

—Con una señora encantadora desde hace al menos año y medio.

—¡¿Cómo?! —gritaron sorprendidas Eva y Almudena.

—Relajaos, mujeres modernas —se mofó Irene tras soltar su noticia—. ¿A qué viene tanto aspaviento? Ni que estuviera saliendo con una pütingui.

—¡¿Pilingui?! ¿Qué es eso? —preguntó sorprendida Noelia.

Rocío respondió divertida:

—Una pütingui es una guarrona, una mujer sueltecita de bragas.

—Ah… vale —se carcajeó Noelia.

Las hermanas, ante la defensa de Irene de aquella desconocida corrieron a sentarse a su lado.

—Comienza a hablar si no quieres que te torturemos —dijo Almudena tras ponerse un flotador bajo el culo.

Irene, suspiró y pasó a relatarles cómo su padre, hacía cosa de dos años, le comentó una tarde que había conocido a una mujer en uno de los chequeos del abuelo Goyo en el hospital Universitario de Guadalajara. En un principio no quiso hacer caso a sus sentimientos, hasta que un día el abuelo Goyo, al ver a la joven enfermera en la cafetería del hospital, ni corto ni perezoso se empeñó en desayunar con ella. Aquel primer contacto hizo que el abuelo Goyo confirmara sus dudas. Se había dado cuenta de cómo su yerno, que había estado felizmente casado con su hija, evitaba mirar a la simpática enfermera que se deshacía en atenciones hacia ellos.

—Así que el abuelo Goyo hizo de celestina —sonrió Eva.

—Ya te digo —asintió Irene—. Es más, el abuelo fue el que consiguió el teléfono de Maite, la enfermera, y se lo dio a papá para que la llamara. Entonces papá me llamó un día a casa y me contó lo que pasaba. Sabia que vosotras y Juan aplaudiríais su decisión, pero también sabía que yo no lo haría, y decidió contarme lo que ocurría antes de que yo me enterara por otro canal y me pudiera enfadar.

—Ay qué lindo que es papá —gimoteó Almudena de nuevo.

—El caso es que cuando papá me lo dijo —prosiguió Irene—, al principio me quedé sin saber que decirle. El que esa mujer formara parte de su vida, me hizo pensar que ya se había olvidado de mama. Yo me enfadé con él y le dije cosas que luego me arrepentí y decidió olvidarse de ella. Papá antepuso nuestra felicidad a la suya propia. Una semana después, el abuelo Goyo se enteró de lo ocurrido, vino a verme a casa y me hizo entender, bastón en alto —rio emocionada al recordar aquello—, que papá se merecía volver a ser feliz.

—Ay qué remono que es el abuelo Goyo —volvió a suspirar Almudena justo en el momento en que Noelia le pasaba un nuevo kleenex que ella aceptó encantada.

—Y tú qué bruta, Irene —siseó Eva mirando a su hermana.

—Lo sé y por eso cambié de opinión. El abuelo Goyo me hizo entender que papá hubiera dado la vida por mamá y que la querría toda la vida, pero que él estaba vivo y se merecía tener una nueva ilusión. En definitiva, hablé con papá y le obligué a llamar a Maite delante de mí. Desde entonces siempre que él va a Guadalajara queda con ella y se ven. Incluso ha venido a casa un par de veces, pero como las dos estabais viviendo en Madrid no os enterasteis y Juan, por su trabajo, tampoco. Papá me dijo que no dijera nada porque quería ser él quien os diera la noticia si lo de ellos continuaba hacía delante. Y ahora, vamos a ver ¿cómo os habéis enterado?

—En el hospital. Esta mañana ha entrado una enfermera, Maite, a la habitación a por Joel, y…

—¿Qué os ha parecido Maite? —preguntó emocionada Irene ¿A que es una mujer encantadora? Oh, Dios… a mí me cae fenomenal y siempre que voy a Guadalajara hago como papá, la llamo y me tomo un cafetín con ella.

Almudena y Eva se miraron y divertida esta última respondió:

—Pues… no hemos hablado con ella y…

El timbre de la puerta sonó y Rocío se levantó para ir a abrir. Dos segundos después la joven entraba en el salón seguida de dos impresionantes policías municipales.

—Mamá… estos… estos señores preguntan por…

—¿Pero qué ven mis ojos? gritó Eva sorprendiéndolas a todas,

—Dos policías —respondió Almudena sin entenderla.

—¡Uoooool! ¡Adelante! —gritó Eva al ver a aquellos musculosos y atractivos hombres vestidos de policía. Noelia, al ver aquello, se quedó boquiabierta, pero Eva se levantó y llegando hasta donde estaban le dio un cachete en el trasero al más alto y dijo dejando a sus hermanas sin palabras—: Mmmm… me encanta este trasero redondo. Lo bien que te queda el uniforme y… la porra que llevas en la cintura.

—¡Eva María! —gritó Irene sorprendida por aquel descaro.

El poli miró a la joven que sonreía a su lado y tras cruzar una mirada con su compañero dijo:

—Me alegra saberlo, señora.

—¡Señorita! —recalcó divertida.

—Señorita —repitió el municipal.

—Vaya… vaya… veo que mi hermanito por fin se ha dado cuenta de que necesitamos un alegrón para el cuerpo y la vista.

—No me lo puedo creer —murmuró Noelia sorprendida. ¿Juan había enviado a unos boys para alegrarles la tarde?

—Créetelo nena —rio Eva al escucharla—. Este Juan es el mejor.

Irene y Almudena, patidifusas, miraban a su hermana pequeña revolotear alrededor de aquellos policías cuando la escucharon decir:

—Vamos, nenes, poned la musiquita y comenzad el espectáculo. Somos todas ojos ¡guapos! —Y mirando a su hermana Almudena le cuchicheó—: Le dije a Juan que un numerito de estos te vendría bien ¡y aquí están!

—Uoooo —rio Almudena complacida—, ¿En serio?

—Ya te digo.

—Uff… con esto me va a subir la leche.

—No importa, Almu… disfrútalo.

—Entonces… vamos nenes. Enseñad lo que sabéis hacer que acabo de ser madre, estoy sin pareja y desesperada por ver un musculado cuerpo serrano —aplaudió Almudena divertida cambiando radicalmente su tono de voz.

Noelia al escuchar aquello se tapó la boca con las manos. Aquello era lo más surrealista y divertido que había vivido nunca y no pudo evitar carcajearse, mientras pensaba en el detallazo que Juan había tenido al enviarles aquella diversión.

Los policías, sin saber realmente de qué hablaba, se miraron y el más alto, tras clavar su mirada en las jóvenes alocadas, en especial en la que estaba junto a la cunita del bebé, dijo:

—Preguntamos por…

—Por Eva, Almudena, Noelia, Irene y Rocío ¿verdad? —susurró Eva.

—No precisamente —respondió el poli divertido.

—Venga guapetones, no os hagáis de rogar —cuchicheó Almudena.

Avergonzada por sus hermanas, Irene se acercó a su hija y tapándole los ojos dijo:

—Tú no mires, cielo… a tus titas se les ha ido la cabeza.

—Quita mamá —protestó Rocío que no quería perderse nada.

—Vamos, nenes, poned la música y comenzad a quitaros cositas —suspiró Eva sentándose junto a Noelia que se retorcía de risa.

—Eva María ¿te has vuelto loca? —protestó Irene al escucharla.

—No cielo… loca te vas a volver tú cuando veas el cuerpazo que se gasta ese moreno, con más morbo que el mismísimo Hugh Jackman en Australia.

—Miren señoritas, no sé a que se refieren —respondió el poli más alto levantando la voz—. Tanto mi compañero como yo les agradecemos los piropos que nos han dicho, aunque siento decirles que por mucho que ustedes nos digan, la denuncia que acaba de poner su vecina, Asunción Castañedo, a Javier López Morán por haberle roto el cristal de su puerta, no se la vamos a quitar.

Como si se hubieran caído de un quinto piso todas se quedaron calladas e Irene torciendo la cabeza al más puro estilo de la niña del exorcista gritó.

—¡¿Que la sinvergüenza de la Asunción, la Chumina, le ha pueblo una denuncia a mi niño?! ¡¿A mi Javi!?

—Sí, señora. Me alegra saber que por fin nos entendemos —asintió el poli alto aun sonriendo.

Como un cohete a propulsión la madre de la criatura corrió al exterior y antes de que ninguno pudiera llegar donde estaba ella se comenzaron a escuchar gritos.

—Ay madre ¡la que se va a liar! —gritó Eva y mirando a su hermana dijo antes de salir—: Almu, quédate aquí con Joel que tú no estás para líos.

Dos segundos después las jóvenes discutían con Asunción y las hijas de esta, cuando la susodicha se abalanzó sobre Irene y, como si de una batalla campal se tratara, todas las mujeres comenzaron a gritar y a empujarse. Noelia en un principio intentó mantenerse a un lado. No estaba acostumbrada a aquel tipo de problemas, ni contactos. Pero al ver como dos agarraban a Eva, no se lo pensó dos veces y se metió por medio. Al pensar en su peluca intentó por todos los medios que nadie la agarrara del pelo, pero era imposible, había manos por todos los lados.

Almudena que observaba todo aquello dando gritos desde la ventana, al ver el lio, no se lo pensó y dos segundos después estaba metida en todo aquel embrollo en camisón. Los policías, ojipláticos por la que se había armado en décimas de segundo, se metieron por medio para separarlas pero era misión imposible. Eran muchas mujeres para ellos dos.

En ese momento llegó un coche. Juan junto a su padre y su abuelo al ver aquello y reconocer a sus hermanas y a Noelia en aquel lío se acercaron rápidamente y entre todos consiguieron separarlas.

—Pero ¿qué os pasa? —preguntó Juan tras comprobar que todas, en especial Noelia, estaban bien a pesar de que respiraban con dificultad.

—¡La greñosa de la Asunción! —gritó Irene—, ¿Pues no ha denunciado a Javi porque dice que le ha roto los cristales? Cuando Javi está jugando en casa de Jesusín.

—¡Tu jodio muchacho me ha roto el cristal de la puerta de un balonazo! —gritó esta como una verdulera,

—¡Imposible! —voceó Almudena— El niño no ha podido ser.

—¡Ha sido ese sinvergüenza con cara de delincuente! ¡Lo he visto con mis propios ojos! —gritó una de las hijas de la otra.

—Será gorrinona la Chumina —gruñó el abuelo Goyo con el bastón el alto.

—¡Gorrinón usted viejo verde! —gritó la ofendida.

—Ya quisieras tú que yo te tocara ¡so fea! —se mofó—. Vamos, ni con un palo y a distancia te tocaba yo.

—Asqueroso… baboso. Cierra esa boca sin dientes.

—Mira guapa —gritó Noelia encendida—. Como vuelvas a insultar a este hombre te las va a ver conmigo, porque tú sí que te quedarás sin dientes cuando yo te los arranque y me haga un collar con ellos ¿te parece?

Juan, sorprendido, la miró y el abuelo gritó:

—Olé mi chica ¡con un par de huevos!

—Eso abuelo, tú anímala —gruñó Juan deseoso de acabar con aquello.

—¿Y tú quién eres? —gritó una de las hijas de la ofendida—. ¿La que se pasa por la piedra ahora al poli?

—¡Señoras! —gritó el municipal incapaz de parar aquello.

Manuel fue a responder a aquella ofensa pero Noelia se le adelantó.

—¡Yo soy la que te va a arrancar los dientes como sigas diciendo tonterías! —gritó haciendo carcajearse a Almudena.

—Asunción —protestó Manuel enfadado—. Diles a tus muchachas que no falten a mis chicas o…

—¿O qué? ¿Acaso nos vais a pegar?

—¡So perraca. Si es que tos los de la familia de las Chuminas sois unos delincuentes —gritó el abuelo Goyo levantando el bastón—. Asunción, eres más perra que…

—¡Abuelo! —gritó Juan para hacerle retroceder.

Por todos era bien conocida la enemistad de aquellas dos familias vecinas, las Chuminas y los Morán desde hacía años, por unas tierras.

—Su jodio nieto nos ha roto los cristales de la puerta —protestó Asunción mirando a Manuel que estaba horrorizado por todo aquello.

—Imposible —gritó la madre del niño—. He repetido mil veces que él no ha podido ser. Estoy segura de que te estás equivocando y tú lo sabes.

—Oh… dijo su santa madre —se mofó aquella—. Tú qué sabrás si estabas zorreando con tus hermanas en casa.

—¡Zorreando! — gritó Almudena muerta de risa.

—¡¿Zorreando?! —repitió Eva—. Aquí la única que zorrea eres tú ¡so guarra!

—Chicas… chicas… no entréis en su juego —protestó Juan al ver aquello,

—Señoras tranquilícense y acabemos con esto —insistió el municipal intentando no sonreír ni mirar a Almudena.

—¿Dónde está Javi? —preguntó el abuelo del crío intentando poner paz.

—En casa de Jesusín, el de la Eulalia —informó Eva muy enfadada.

—Ve a buscarle ahora mismo y aclaremos esto de una vez —insistió Juan al ver como su hermana mayor comenzaba a encenderse de nuevo.

Sin perder tiempo, Juan se presentó a aquellos dos policías y rápidamente comenzaron a hablar entre ellos de lo ocurrido.

Cinco minutos después, Javi, junto a Jesusín y la madre de este llegaban al lugar de los hechos donde se aclaró que los niños no habían salido de la casa en toda la tarde. Rompieron la denuncia allí mismo y cuando Juan obligó a sus hermanas a entrar en casa, el poli alto, antes de montarse en el coche patrulla, se acercó hasta Noelia, Almudena y Eva y dijo para su sorpresa:

—Cuando queráis, acabamos el numerito, nenas.

Almudena soltó una carcajada mientras las otras dos se ponían rojas como tomates. Finalmente se encaminaron hacía el interior de la casa muertas de risa, mientras Juan sin entender nada preguntaba:

—¿A qué se refería el municipal?

—Mejor no preguntes —se mofo Almudena, quien no volvió a llorar más.

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