29
A las dos de la madrugada todos decidieron regresar a sus hogares. Tras despedirse entre guiños de Carlos y dejar a Senda, la perra, en casa de su padre, Juan y Noelia se montaron en el coche y él se dirigió hacia su casa sin preguntar. Esa noche iba a terminar lo que había empezado el día anterior.
Cuando llegaron Juan metió el coche en el garaje. Una vez apagó el contacto, miró a Noelia y agarrándole con sus manos el rostro la atrajo hacia él y la besó. Durante toda la velada había deseado hacer aquello y ahora por fin podía hacerlo con tranquilidad. Tras varios besos cargados de erotismo, el teléfono móvil de Juan comenzó a sonar, y él al ver el nombre de «Irene», directamente lo apagó.
—¿No lo coges? —susurró Noelia besándole el cuello—. Puede ser importante.
Él sonrió, y sin bajarse del coche, se deshizo con premura de su chaqueta de cuero y, clavando sus oscuros ojos en ella, susurró mientras le ponía sus manos peligrosamente sobre las piernas:
—En este momento, canija, no hay nada más importante que tú.
Ella sonrió y dejándose izar, terminó sentada sobre las piernas de él. El aire impregnado de sensualidad iluminó el rostro de los dos. Juan, excitado, devoró su boca. Lamió sus labios. Mordisqueó su barbilla. Ella se quitó su abrigo verde.
—Deberíamos entrar en la casa ¿no crees?
Desde su adolescencia no había vuelto a hacer aquello en un coche, pero él respondió.
—Luego… —susurró bajándole lentamente la cremallera que el vestido tenía en la espalda.
El vestido cayó sobre su cintura, dejando a Noelia solo con un sensual un sujetador rojo. Su perfume y la pasión que desprendía contribuyeron a que Juan, excitado por el momento, deseara desnudarla allí. En su coche.
—Uf… Qué calor…
—Sí… mucho calor… —respondió pasando su lengua entre sus pechos, mientras con un dedo le acariciaba la espalda.
Excitada como en su vida, por su ronca voz y por cómo la tocaba, Noelia echó el cuello hacía atrás, mientras disfrutaba de las caricias y los besos, primero en el cuello, después entre sus pechos y finalmente en ellos. Su gruñido varonil al sacarle un pecho de la fina tela del sujetador le hizo volver a la realidad y agarrándole del pelo, atrajo su mirada y susurró:
—Esto no es buena idea…
—Estás muy equivocada, es una excelente idea… —respondió mientras lamía con mimo su rosado pecho.
—Juan… me gustas y…
Apartándose de ellas unos centímetros la miró a los ojos y pregunto.
—¿Eres adulta para tomar tus propias decisiones o no?
—Sí.
—¿Entonces dónde está el problema?
—No lo sé…
—Canija, ¿no me dijiste que tú vives el momento?
—Sí —si algo había aprendido día a día era a disfrutar de la palabra «ahora».
—Pues vivámoslo —asintió él—. Esto es lo mejor que te puedo proponer. Tú y yo estamos aquí, no hay compromiso alguno, nos deseamos y queremos sexo. ¿Cierto? —ella asintió—. No pienses en nada más. Solo en lo que deseas ahora. Mañana será otro día. Ahora estamos aquí tú y yo, eres preciosa y yo deseo besarte y…
—¿Tienes preservativos?
—Por supuesto —asintió él sacándose la cartera del bolsillo de atrás del pantalón.
—¡Genial! Continuemos.
—¡Perfecto! No es momento de negociaciones.
Segundos después, y aún metidos en el coche Noelia le quitó la camisa y después le desabrochó el cinturón del vaquero.
Medio desnuda y aun sentada sobre las piernas del hombre que la estaba volviendo loca, comprobó excitada donde en aquel momento a él le latía el corazón. La acelerada respiración de ambos y los besos cargados de frenesí, solo se podía culminar con lo que ambos deseaban, cuando de pronto se escuchó:
—Tito… me estoy haciendo pipi.
Aquella voz hizo que ambos se paralizaran. ¿Ruth? De un salto Noelia volvió a su asiento y agachada todo lo que pudo se echó por encima el abrigo. Juan blasfemó, se volvió hacia el asiento de atrás e, incrédulo, vio a su pequeña sobrina con cara somnolienta junto a su osito mirándole y, como pudo, preguntó mientras se subía la cremallera del vaquero:
—Pero Ruth ¿qué haces aquí?
Tras un bostezo, la cría abrazó a su osito y respondió con gesto inocente:
—Quería dormir contigo. Me gusta cuando me cuentas cuentos y por la mañana me haces trencitas en el pelo mientras tomo leche con galletas.
Sorprendida por aquello Noelia le miró y en tono de mofa preguntó:
—¿Le haces trencitas por la mañana en el pelo?
Juan no respondió, simplemente resopló. Noelia, muerta de risa, se tapó la boca para no reír. Aquello era lo más gracioso que le había pasado nunca justo antes de hacer el amor con un hombre. Con rapidez, Juan cogió su móvil y lo encendió. Tenía siete llamadas de su hermana Irene y dos de Almudena.
—¿Le dijiste a mamá que te venías conmigo, cielo?
—No… tito.
—¿Por qué?
La cría se encogió de hombros y con gesto pícaro susurró:
—Porque no me hubiera dejado.
Una vez Noelia se puso el abrigo, aún con el vestido sin abrochar, se incorporó en el asiento y mirando a la pequeña, que les observaba con los ojos como platos dijo:
—Ruth, lo que has hecho no está bien. Tu mama y tu papa deben de estar muy preocupados.
Juan, malhumorado, a causa de que su sobrina hubiera estado todo aquel rato en la parte de atrás del coche y él no se hubiera dado cuenta, blasfemó de nuevo. Llamó a su hermana y esta, más tranquila al saber dónde estaba su hija, quedó en pasar a buscarla. Sin querer mirar a Noelia, se puso la camisa y salieron del coche. Esperarían en el interior de la casa. La pequeña al ver la guisa de su tío le miró y preguntó:
—Tito… ¿Por qué te habías quitado la camisa en el coche?
Él no respondió y Noelia sonrió. ¿Qué responder ante aquella pregunta?
La niña entró en la casa y fue corriendo al baño, después regresó al salón. Se sentó en el sillón y mirando a la joven de pelo oscuro volvió al ataque:
—¿Y tú por qué te habías quitado el vestido? Mamá dice que con el frío que hace hay que abrigarse al salir de casa.
Aquello hizo que Noelia dejara de reír, aunque esta vez quien sonrió fue Juan. Ver su cara de desconcierto sin saber qué contestar, era de chiste. Al ver que la niña no le quitaba ojo y que su querido tito no iba a ayudar, Noelia se encogió de hombros y respondió sin mucha convicción.
—Uf, Ruth… hacía mucho calor en el coche.
La cría les miró de él a ella, y de ella a él, y astutamente respondió:
—Ah, vale… teníais calor por los besos con lengua que os estabais dando… ¡Puaj! ¡Qué asco! —gesticuló la niña y prosiguió—. En las películas cuando los enamorados se besan así, casi siempre se quitan la ropa y…
—Se acabó, pequeña —interrumpió Juan llamando su atención—. Mañana mismo le diré a tu madre que no te deje ver la tele. Creo que ves demasiada.
—Jopetas, tito…
La cría no pudo seguir. El timbre de la puerta sonó y Juan moviéndose abrió la puerta. En el salón entró una histérica Irene acompañada por su marido y por Almudena, quien corrió a abrazar a la niña.
—Ay, Dios mío qué susto nos has dado, puñetera ¿Como se le ocurre marcharte sin decir nada? —la reprendió.
—Quería dormir con el tito y con su novia. ¿Sabes mami que se han besado con lengua? ¡Qué asco! Si los hubiera visto el yayo Goyo, hubiera dicho que se estaban comiendo los mocos.
—¡Que me da! Y me pongo de parto —rio Almudena sin poder evitarlo al ver la cara que ponían.
Lolo, el marido de Irene, sonrió y al ver la cara de circunstancias de los tortolitos dijo:
—Hablando de dormir. Creo que es mejor que nos vayamos. —Y cogiendo a su hija en brazos añadió—: Y tú señorita, no vuelvas a hacer lo que has hecho o te prometo que la próxima vez me enfadaré. ¿Entendido?
—Sí papi. —Y clavando su picara mirada en su tito, quien intuyó que no iba a decir nada bueno soltó—: ¿Os vais a quitar la ropa otra vez?
—Pero bueno ¿Qué habéis hecho delante de mi niña? —protestó Irene al escuchar aquello, mientras Almudena no podía parar de reír.
—Te recuerdo hermana, que no sabíamos que tu niña, estaba allí ¿vale? —respondió Juan molesto, mientras observaba a su hermana Almudena sonreír.
Todos se miraron y Noelia, al ver que la cría esperaba una contestación, respondió:
—Tesoro, yo ahora me voy a ir a mi hotel a dormir.
Sorprendido al escucharla Juan se acercó a ella y sin importarle quién estuviera presente la cogió del brazo y la llevó a la cocina. Necesitaba aclarar aquello.
—¿Qué es eso de que te vas?
Noelia le miró. Deseaba quedarse y pasar la noche con él, pero sabía que aquello no podría terminar bien. Si se quedaba con él solo complicaría las cosas.
—Sí. Es lo mejor.
—Pues yo no estoy de acuerdo. ¿Por qué te vas? —exigió él.
—Juan yo… yo…
—Tú… tú. ¿Qué? Otra vez estás con las mismas dudas que en el coche. Joder, Noelia que somos adultos y podemos decidir por nosotros mismos.
Al ver que ella no respondía le dedicó una fría sonrisa y le y preguntó con sarcasmo:
—¿Cada vez que te acuestas con Mike Grisman o alguno de tus galanes americanos te lo piensas tanto?
Aquella indiscreta pregunta le molestó. ¿Quién era él para preguntar aquello? Y clavando su mirada en él siseó:
—Pues no, tito listo. Con Mike siempre es fácil y satisfactorio, y con el resto divertido y morboso ¿alguna pregunta más?
—¿Fácil y satisfactorio? —preguntó molesto.
—Sí —mintió ella—, Mike es un buen amante que sabe lo que me gusta y cuando estamos en la cama me satisface, como hasta el momento ningún hombre lo ha hecho.
Al oír semejante respuesta se encolerizó. Se la merecía por haber sido tan desconsiderado. Pero el daño ya estaba hecho. Se dio la vuelta para salir de la cocina, cuando ella le asió del brazo y en tono jocoso le preguntó:
—¿Qué pasa contigo? Primero ofendes y luego… ¿te vas? —él no respondió y ella volvió al ataque—. Por cierto ¿tú te acuestas con toda la que se te pone a tiro?
Incómodo por el cariz que estaba tomando la conversación, se cruzó de brazos y siseó con un tono agrio:
—A pesar de que estos días he bajado el listón contigo, soy bastante exigente para el sexo. No me vale cualquiera.
Noelia le miró con ganas de abofetearle y él, consciente de lo que había dicho, sonrió y preguntó en tono malicioso:
—¿Alguna pregunta más estrellita?
La joven miró la espumadera de la cocina. Deseó cogerla y estampársela en la cabeza, pero tras imaginar el terrible resultado cerró los ojos y suspiró. Debía relajarse o aquello acabaría muy mal, pero él insistió.
—¿Qué te ocurre? ¿Es que en tu glamuroso mundo nadie le habla así?
—Tú que sabrás —susurró enfadada.
Juan se acercó a ella en actitud intimidatoria, dejando patente lo pequeña que era ella a su lado.
—Estoy seguro que en tu inundo lodo el mundo le hace la pelota. Todos besan el suelo por el que pisas, te ríen las gracias y hacen todo lo que tú quieres por ser quien eres ¿verdad? Pues bien, entérate que yo no tengo porqué hacerte la pelota, porque ni me interesas, ni te busqué, ni me convienes. Por lo tanto, si te quieres ir, vete. Mujeres como tu hay muchas y yo no te necesito para nada.
Humillada, dolida y decepcionada por sus duras palabras, tuvo que contener las enormes ganas de llorar que sentía.
—Cierra el pico. Me estás enfadando y mucho.
—Uooo —se mofó él—, ¡Qué miedo!
Dando un paso atrás para alejarse de él, levantó el mentón para mirarle de frente y dijo todo lo tranquila que pudo:
—Me alegra saber que a partir de este instante volverás a subir tu listón en cuanto a tu vida sexual. Es tarde, me marcho y…
Arrepentido por las cosas que había dicho pero sin darle tiempo a terminar la frase, él sentenció antes de dejarla sola en la cocina.
—De acuerdo. Vete.
Con el orgullo herido, le siguió al salón. Nadie la había despreciado así nunca y se sentía humillada. Recomponiéndose tras el cruel ataque, preguntó:
—¿Podríais acercarme con el coche al parador?
Patidifusas por el giro que habían dado los acontecimientos en pocos minutos, las chicas miraron a su enfadado hermano.
—¿Y Juan? —preguntó Almudena.
Abrochándose su abrigo verde la joven estrella de cine miró a la embarazada y dijo con contundencia.
—No, él no me va a llevar. ¿Podéis vosotros o no?
—Sí… sí por supuesto —asintió Irene al ver la incomodidad de su hermano.
Tras una despedida de lo más fría con el hombre que le había calentado hasta el alma, Noelia se montó en el coche, y se marchó. Era lo mejor.