28

Juan y Noelia permanecieron en el patio de la casa durante un buen rato. Hacía frío, pero ambos necesitaban estar solos sin que nadie los mirara continuamente.

—Tu abuelo es todo un personaje.

Juan sonrió y asintió.

—Sí. Reconozco que así es. Su fortaleza y la positividad con la que mira la vida es lo que más nos ayudó cuando murió mi madre. Si no hubiera sido por él…

—¿Te puedo preguntar de qué murió tu madre?

—Cáncer.

Sentir la tristeza de su respuesta, hizo que ella levantara su mano y la posara sobre la de él.

—Lo siento, Juan.

Él asintió y suspiró. La quietud del lugar y el sentirse solos hizo que él acercara su boca a la de ella para besarla. Durante unos instantes ambos disfrutaron de aquel acercamiento hasta que un golpe en la espalda de él los devolvió a la realidad.

—Ostras, Tito, lo siento —se disculpó Javi al ver a quien había dado un balonazo.

Convencido de que lo sentía por la mirada del crío, Juan, sonrió y respondió con paciencia:

—Javi… Javi… ¿Cuántas veces te hemos dicho que no juegues con la pelota dentro de casa?

—Esto es el patio, no un sitio para besarse —se defendió el crío—. Aquí el yayo Manuel me deja jugar. ¿Te deja el yayo a ti besuquear a las chicas?

La puerta del patio volvió a abrirse y Carlos apareció con una cerveza en la mano. Al ver como su amigo miraba a su sobrino le dijo al crío para relajar el ambiente:

—Monstruito, tu madre quiere que entres.

El niño vio una buena oportunidad para escapar. Sabía por la mirada de su tito que lo que había dicho no estaba bien, pero ya no había marcha atrás, Una vez quedaron los tres adultos solos en el patio, Carlos dio un buen trago a su cerveza y acercándose a aquellos dos susurró:

—A ver tortolitos ¿me puede alguno contar que está pasando?

Al ver que ninguno respondía, acercándose más a ellos murmuró mirando a la joven:

—Sé quién eres y…

—Y te vas a callar —sentenció Juan.

—Joder macho, que ella es…

—Cierra el pico ya —cortó aquel con determinación. Solo faltaba que alguno de los que estaban en el interior de la casa le escuchara.

Carlos sonrió.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó preocupado.

Incapaz de continuar un segundo más callada, Noelia se interpuso entre ellos.

—Él no está haciendo nada, en todo caso soy yo. Le reconocí hace unos días en el hotel Ritz y solo vine para confirmar que era él y…

—¿Le reconociste? —preguntó sorprendido Carlos.

¿Cómo se podía reconocer a alguien vestido como iban en el operativo del hotel Ritz?

—Sí… intuí que era él por algo que dijo. Y oye, ahora que le tengo más cerca, a ti también reconozco. Tú estuviste en Las Vegas ¿verdad? —Al ver que aquel dejaba de respirar ella sonrió y dijo—. Oh, sí… pero si tú te acost…

—No sigas por favor —cortó en esta ocasión Carlos, quien tras comprobar que no había nadie más a su alrededor, susurró—. Mi churri no sabe nada de lo que pasó allí. Si se entera…

—¡Vaya! asintió Noelia—. Todos tenemos secretos ¿verdad Carlos?

Aquel asintió comprensivo.

—¿Que le parece si yo guardo tu secreto y tu el mio?.

Incrédulo por aquel chantaje miró a su amigo y este, en tono de guasa, murmuró:

—Creo que es un buen trato. Eso sí… eliges tú.

Divertido, Carlos dio un trago de su cerveza.

—Esta chica además de guapa ¡es lista!

—Gracias.

—Yuna buena negociadora —sonrió Juan.

Aprovechando el momento Carlos se sentó junto a ellos y susurró emocionado:

—E.P. ¡Aquí! —dijo mirándola alucinado— ¿Puedo tocarte para saber que eres real?

—Depende de lo que quieras tocar —se mofó ella, pero al ver cómo la miraba extendió su brazo y dijo— Toca… toca.

Sin perder un segundo Carlos le tocó el brazo como el que toca una reliquia y mirándola susurró bajito para no ser escuchado:

—¡La leche! Estoy tocando a Estela Ponce.

—Y como verás soy de carne y hueso, igual que tú. Y por favor, llámame Noelia.

Juan, cada vez más sorprendido por su naturalidad, estaba disfrutando de lo lindo con el interrogatorio de su amigo.

—¿Pero tú no tenias los ojos azules y eras rubia?

—Lentillas y peluca —indicó Juan divertido.

—Joder… si mi churri se entera que eres tú ¡le da algo! —gesticuló Carlos—. Eres su actriz favorita. Le encantan todas tus películas.

—¿En serio? —sonrió ella.

—Te lo aseguro —apostilló Juan consciente de lo mucho que Laura siempre hablaba de Estela, para su pesar.

—Laura no se pierde ni una sola película tuya. Es más en cuanto la sacan en DVD se las compra y las colecciona. ¿Sabes cuál es su preferida?

—¿Cuál? —preguntó quitándose las gafas.

—Esa llamada El destino de un amor. La que hiciste con un tal Butler y…

—Oh, sí con Gery, es un cielo. Todas mis amigas se mueren por rodar con él es un encanto suspiro ella al recordarle.

Aquel suspiro no pasó desapercibido a Juan pero no dijo nada.

—¿Me firmarás un autógrafo para Laura antes de irte?

—Los que tú quieras, Carlos. Es más, ojalá algún día podamos salir a cenar todos juntos y disfrutemos de una larga charla. Me encantaría decirle a tu mujer quién soy, pero me temo que…

—Ni se te ocurra —le interrumpió—. Primero porque le daría un patatús y segundo porque sería imposible mantenerla callada. Joder, Estela ¡que eres lo más para ella!

Los tres se carcajearon, y cuando Juan fue a decir algo, Almudena abrió la puerta del patio increpándoles:

—Chicos, no es por nada pero ¿por qué no regresáis al salón con todos?

No hizo falta decir más. Los tres entraron y durante horas rieron con los chistes que contaban una animada Eva y el abuelo Goyo.

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