27

El resto de la noche Noelia les demostró a Juan y a todos que, además de ser una muchacha guapa, era cariñosa y sabía escuchar. Estuvo pendiente de todos y todos fueron encantadores con ella. Almudena, la embarazadísima hermana de Juan, comentó que al día siguiente tenía que ir a Guadalajara a comprar cosas para el bebé, y Noelia, rápidamente, le preguntó si podía acompañarla. Encantada por aquel ofrecimiento Almudena asintió y quedaron para el día siguiente.

Según pasaba la noche Noelia se dio cuenta que aquella familia nada tenía que ver con la descripción que Juan le había dado en el coche, y cuando se lo susurró a él, este no pudo por menos que sonreír.

—¿Por qué me mentiste sobre tu familia? Son geniales y totalmente diferentes a lo que me describiste —dijo mirando a Lolo, el marido de Irene, que no había abierto la boca.

—Lo sé —rio él—, Pero quería que lo descubrieras por ti misma.

Cuando Noelia vio que Almudena se levantaba y empezaba a llevar platos a la cocina, la imitó. Quería ayudar.

Almudena al verla entrar en la cocina con varios vasos rápidamente dijo:

—¿Podrías meterlos en el lavavajillas? Así nos ahorramos trabajo.

—Ahora mismo.

Al ver la buena disposición de la amiga de su hermano esta sonrió.

—Por cierto ¿qué quieres comprar mañana en Guadalajara? le preguntó curiosa.

—Necesito encontrar una tienda de música —rio al decirlo—. Tu hermano necesita conocer algo más que el ruidoso heavy metal.

Tras soltar una carcajada Almudena añadió:

—Hombre… me alegra oírte decir eso, porque hija, cada vez que voy a su casa o monto en su coche, me vuelve loca con esa música. ¡Qué horror! Para su cumpleaños le regalé el último CD de Sergio Dalma ¿le conoces?

—No. ¿Es música heavy también? —preguntó con sinceridad.

—No, por Dios —rio Almudena—. Es un cantante español que me encanta y que a él le gustaba hace años, ¿no le conoces? Sacó a la venta un nuevo CD que es un recopilatorio de música italiana y es estupendo. Se lo regalé para poder escuchar algo decente cuando voy a su casa. Dile que te lo ponga, verás que bien suena.

—Ajá. Tomo nota. Se lo diré.

Durante un buen rato charlaron y cacharrearon en la cocina, hasta que de pronto Noelia la escuchó resoplar.

—¿Qué ocurre? —preguntó alarmada.

Almudena apoyada en la mesa, con una mano sobre su tripa, murmuró tras beber un vaso de agua:

—Tranquila. Es solo una patadita del búho.

—¡¿Búho?!

Al escucharla Almudena sonrió y aclaró.

—Así lo llamo de momento. Hoy mi búho está guerrero.

—¿De cuánto estás?

—De ocho meses y seis días. Salgo de cuentas el 6 de enero. —Y sonriendo murmuró—: Él o ella será mi regalo de reyes.

—Maravilloso regalo, ¿no crees?

Almudena acarició su abultado vientre con dulzura.

—Sí aunque ¿tú has visto como estoy? Soy un verdadero hipopótamo.

Ambas sonrieron. Realmente Almudena estaba tremenda.

—He engordado quince kilos con el embarazo y temo no volver a ser quien fui tras esta experiencia.

—Tranquila, ya verás cómo sí. Mi amiga Jenny tuvo gemelos y eso mismo pensaba ella. Sin embargo ahora esta aún más guapa que antes de tenerlos.

—Eso espero. O no me mirará ni un solo hombre nunca más.

—¿Estás llevando tu sola el embarazo?

—Sí. A veces es mejor estar sola que mal acompañada.

Ambas sonrieron y Noelia, enternecida, se aproximó a ella.

—Creo que eres muy valiente, y estoy segura de que tu búho sabrá recompensártelo con su cariño.

—Eso espero —murmuró Almudena encogiéndose de hombros—. Yo solo quiero que aunque tengamos poquito, sea verdadero. Prefiero eso a tener mucho y falso. Y eso es lo que hubiéramos tenido mi búho y yo si hubiera continuado con su padre.

Aquel comentario hizo que a Noelia se le pusiera la carne de gallina. Eso era lo que ella siempre había pensado. Prefería la humildad y el cariño de su abuela, a la pomposidad y falsedad de vida que su padre quería para ella.

—Por cierto, no sabes el sexo del búho ¿verdad?

—No. No quiero saberlo. Quiero que sea sorpresa. Lo que realmente me importa saber es que está bien y que todo sigue su curso. El sexo para mí es lo de menos.

—Uiss… pues yo no podría vivir con esa incógnita. Si alguna vez me quedara embarazada necesitaría saber si es niño o niña inmediatamente.

La puerta de la cocina se abrió y entró Irene con más platos sucios.

—¿Os podéis creer que hoy he estrenado esta faldita tan mona y mi marido ni se ha dado cuenta? ¡¡¡Hombres!!!

Noelia y Almudena observaron la faldita mona. Aquello que llamaba mona, era la cosa más horrible que habían visto en su vida. De tablas y azulona.

—A ver, Irene, no te enfades —dijo Almudena sentándose en una silla—. Pero es normal que no te diga nada. Es horrible. Vamos, ni una monja se la pondría.

Irene, sorprendida, miró a su hermana y gruñó.

—¿Cómo puedes decir eso? La compré el otro día en modas Encarni y me dijo que era de la última colección.

Noelia prefirió no decir nada. Si aquella horrible falda era de ultima colección, no quería ni pensar qué sería de colee.

—Me parece a mí que Encarni, tiene un morro que se lo pisa y os vende lo que le da la gana —se mofó Almudena—, ¿Cómo puede decir que esto es moderno y actual? Pero por Dios, Irene, que os engaña como a chinas.

—Pues yo la veo mona y tiene un paño muy agradable al tacto —respondió Irene tocándose la falda— ¿Tú qué piensas Noelia?

Al escuchar su nombre esta se tensó. No quería quedar como una maleducada ante nadie y menos aún ante la hermana de Juan, así que hizo acopio de diplomacia:

—No es mi estilo.

Almudena soltó una risotada y dijo para atraer la mirada de su hermana:

—Vamos a ver, Irene, sobre mí no vamos a hablar porque en estos momentos soy como el muñeco de Michelin, y la antítesis del glamurazo, pero ¿qué te parece el estilo que lleva Noelia? ¿Te gustan su vestido y sus botas?

Tras escanearla con la mirada de arriba abajo respondió:

—Sí. Me encantan.

—¿Y por qué tú no te compras algo así en vez de faldas, zapatos y camisas de monja? Y esto ya sin hablar de tus bragas que son peores que las que llevo yo de cuello vuelto —aquello hizo reír a Noelia—. Leches Irene… no me extraña que Lolo no te mire, es que me llevas últimamente unas pintas terribles. Y no me mires con esa cara de perro pachón, porque esto mismo te lo dijimos Eva y yo la última vez que dijiste que habías ido a la peluquería y Lolo ni te miró.

—Yo no necesito ir tan arreglada como ella y…

—Irene. ¿Realmente crees que voy muy arreglada? —preguntó sorprendida Noelia al mirar su vestido y sus botas de tacón negras de caña alta.

—Pues sí. Si te pones esto para venir a cenar a casa de mi padre… ¡qué no te pondrás para ir a una boda!

Aquello hizo sonreír a Noelia. Si viera los modelazos que ella solía ponerse para acudir a fiestas ¡se quedaría sin palabras!

—Pero vamos a ver, alma de cántaro —protestó Almudena—, Noelia lleva un vestidito actual con unas botas modernas. Caritas, porque se ven buenas, pero vamos, actuales. Eso no quiere decir que vaya de boda. Eso simplemente quiere decir que se preocupa por ponerse algo que le quede bien. Algo con lo que se siente a gusto. Algo con lo que gustar. ¿No has pensado nunca comprarte nada parecido?

—Pues no. ¿Para qué quiero yo algo así?

—Pues para que Lolo se fije en ti y tú no protestes de que te compras algo y él no se da ni cuenta. Para sentirte actual. Para sentirte femenina, joder, Irene, la próxima vez que quieras comprarte algo dímelo y voy contigo de compras. Pero no a modas Encarni. Cogemos el coche y nos vamos a la tienda de mi amiga Alicia, a Guadalajara o a Madrid.

—Vale… vale… —sonrió.

—Hermanita, tienes cuerpazo, el problema es que no sabes adornarle. Ojalá tuviera yo tu altura y tus tetorras, pero no, yo soy más bajita y porque estoy embarazada, porque si no estaría más lisa que la tabla de planchar y lo sabes —aquello las hizo reír—. Estoy segura que si te pusieras el vestido y las botas de Noelia, a Lolo se le caería la babilla y no te quitaría el ojo de encima. Lo sé, y tú lo sabes ¿verdad?

Colorada como un tomate, Irene finalmente asintió.

—Si quieres te lo presto y… —dijo Noelia.

—No… no por Dios —susurró colorada.

—Anda, venga, dame un abrazo —pidió Almudena— y no te enfades con la gorda de tu hermana porque te diga las cosas como las piensa. Para eso estamos las hermanas ¿no?

Se abrazaron delante de Noelia, que al ver aquello sintió una punzada en su corazón. Siempre había querido tener una hermana, aunque ese cariño lo había suplido con el amor de su primo Tomi. Pero le gustó ver aquella complicidad.

Más relajadas y sonrientes las tres regresaron al salón donde Noelia se sentó de nuevo junto a Juan, que al verla salir de la rocina junto a sus hermanas no pudo evitar sonreír.

Carlos, al ver a su amigo tan encantado con ella, les observaba ron disimulo ¿Realmente Estela Ponce, la estrella de Hollywood estaba allí? ¿En Sigüenza? ¿En el salón del padre de Juan y nadie lo sabía? Intentó preguntar en un par de ocasiones sobre aquello a su amigo, pero este se negó con la mirada. Eso confirmó sus sospechas. Estela Ponce estaba allí.

Juan y Noelia conversaban junto a la chimenea hasta que el abuelo les interrumpió.

—Gorrioncillo ¿Puedo hablar contigo?

—Abuelo, se llama Noelia —corrigió Juan.

El hombre hizo un aspaviento con la mano y sin hacerle caso dijo cogiendo a la joven del brazo.

—Ven… quiero comentarte algo.

Noelia se dejó guiar ante la cara de guasa de Juan. Salieron del salón y el abuelo cogió el bolso de Noelia que estaba en el mueblecito de la entrada y la llevó hasta el patio trasero de la casa. Una vez allí le entregó el bolso.

—¿Fumas verdad?

—Sí.

Goyo sonrió y, con un gesto de satisfacción, susurró:

—¿Me darías un cigarrito?

Noelia abrió rápidamente su bolso y sacó la pitillera. El abuelo, al verla, se la quitó de las manos y tras acariciarla con cuidado, se la metió en la boca y la mordió. La muchacha se quedó muda.

—¿Es de oro puro?

—Sí.

El hombre devolviéndole la pitillera hizo un gesto de aprobación.

—Bendito sea Dios, hija qué lujo. ¿Sabes? Mi bisabuelo, que en paz descanse, recuerdo que tenía un bastón cuyo agarre era una bola dorada. No creo que fuera oro, pero así lo creía yo de crío. Por cierto, gorrioncillo, lo bien que te tiene que ir la vida para tener una pitillera de oro puro en tu bolso.

—Es un regalo —sonrió sacando dos cigarrillos que rápidamente encendieron.

Tras un par de caladas ambos se miraron y sonrieron. Solo les faltó gritar ¡viva la nicotina! Después, el abuelo, cogiéndola de la mano la llevó hasta un balancín que había bajo un techado.

—Mí Juanito es un buen mozo. Es algo cabezón en ocasiones, pero es un muchacho formal, valiente y trabajador. Nunca nos ha dado ningún disgusto a excepción de cuando nos dijo a lo que se quería dedicar. Ese trabajo suyo es peligroso pero ya nos hemos acostumbrado a él. —Noelia al escucharle asintió y él prosiguió—: Siempre ha sido un muchachillo muy acurrucoso y….

—¿Acurrucoso? ¿Qué es eso? —preguntó extrañada.

—Acurrucoso es como decir cariñoso. Mi Juanito siempre ha sido un niño muy cariñoso. Mira gorrioncillo, nosotros no somos ricos como para tener pitilleras de oro como tú, pero a pesar de la crisis que hay, no nos podemos quejar. Aún no ha llegado el día que no tengamos para echar al puchero un par de patatas y zanahorias. Tenemos una pequeña granja en las afueras de Sigüenza. Allí criamos pollos de corral, marranos y tenemos algunas vacas. Por lo tanto, me complace decirte que aquí nunca te faltará comida. Y volviendo a mi Juanito, es un buen partido. Piénsatelo. No hay muchos mozos tan lustrosos y valientes como él. Y no es amor de abuelo.

—Goyo, tu nieto y yo solo somos amigos y…

—Amigos… amigos. La juventud de hoy en día estáis como empanaos —cortó el abuelo haciéndola reír—. Queréis ser tan modernos que retrasáis el tener una familia y saber vivir. ¿Cuántos años tienes, gorrioncillo?

—Treinta —respondió con tranquilidad.

—Que se te pasa el arroz prenda.

—¡¿Cómo?! —preguntó sorprendida.

—¡Bendito sea Dios! Pero si ya deberías de tener muchachos y marido.

Eso la hizo reír más fuerte y fue a responder cuando el anciano dijo:

—A tu edad mi Luisa y yo ya teníamos a nuestra Rosita con diez anos. ¿Tú no quieres casarte? ¿No quieres tener una familia?

Aquello era algo que desde hacía tiempo no se planteaba. Tras su fallida relación de cuatro años con Adarn Stillon, decidió disfrutar de lo que la vida le ofreciera. Ella tenía muy claras dos cosas. La primera que no quería tener una familia desestructurada como la que ella tuvo. Y la segunda que prefería estar sola que mal acompañada.

—Pues la verdad es que….

—¿Tampoco quieres descendencia? —interrumpió sin dejarle contestar.

—A ver Goyo… los niños necesitan mucha atención y yo apenas tengo tiempo. Además, para tener un bebé primero hay que encontrar un padre y…

—¿Y mi Juanito qué te parece? ¿Te gusta lo buen mozo que es? Creo que os saldrían unos chiquillos muy morenitos Y guapos.

Noelia sonrió, dio una calada a su cigarrillo y respondió:

—Juan me parece una estupenda persona, pero entre él y yo nunca habrá nada más que una buena amistad. Nuestros mundos son demasiados diferentes como para que entre nosotros exista algo. Se lo aseguro, abuelo Goyo.

Al escuchar aquello el anciano dio un bastonazo en el suelo que hizo que Noelia se asustara.

—Mi Luisa y yo tampoco teníamos nada que ver. Ella era la hija de un ganadero y yo simplemente el que cuidaba las vacas. Pero cuando nos miramos y sentimos que las mariposillas revoloteaban en nuestro interior supimos que estábamos hechos el uno para el otro. ¿No sientes maripositas cuando miras a Juanito?

En ese momento se abrió la puerta del patio y apareció Juan. Rápidamente Goyo apagó el cigarro contra el suelo y puso la colilla en la mano a Noelia.

—Cierra el puño gorrioncillo y cúbreme.

Dicho y hecho. Ella cerró el puño y suspiro al percibir que, por lo menos lo había apagado. Juan, que se había percatado de todo, acercándose hacia ellos preguntó:

—… ¿Qué hacéis?

El hombre calándose la boina con estilo respondió mientras apoyaba sus dos manos en el bastón:

—Naaaa hermoso. Aquí de charleta con el gorrioncillo. —dijo guiñándole un ojo a Noelia.

—¿Estabas fumando abuelo? Ya sabes lo que dijo el doctor, nada de fumar.

Levantándose con una agilidad increíble, Goyo se aproximó a su nieto.

—Maldita sea Juanito, pues claro que no fumaba. ¡Copón bendito! Solo olía el humo del cigarro de ella. ¿También está mal que haga eso? ¿Acaso ya no puedo ni oler el humo del tabaco?

Boquiabierta por aquello Noelia se levantó del balancín dispuesta a regañar al anciano por haberla embaucado en aquella mentira, cuando este mirándola con ojos melosones y suplicantes preguntó:

—¿Verdad gorrioncillo que yo no fumaba?

Aquellos ojos grisáceos y la dulzura que reflejaban la derritieron, e incapaz de delatarle se rindió. Volvió su mirada hacia Juan que la observaba fijamente con gesto divertido y respondió:

—No Juan, tu abuelo solo olía el humo de mi cigarro.

Sin dejarle decir nada más, este fue a quitarle el cigarro a ella pero ésta, retirándose, replicó alto y claro:

—Él no fuma, pero yo sí. Y no se te ocurra quitármelo, ni apagármelo o te las verás conmigo ¿entendido?

Goyo al ver como su nieto se detenía ante lo que aquella decía, movió la cabeza y antes de desaparecer por la puerta de la cocina murmuró:

—Mal vamos Juanito si ya dejas que la moza te hable así, hermoso.

Ya a solas se echaron a reír. La escena había sido de lo más cómica. Juan cogió un bote que había en un lateral del jardín y se lo tendió.

—Anda, abre la mano y tira la colilla del cigarro del abuelo. He visto como te la ha dado para que la escondieras.

Abriendo el puño dejó caer el cigarro aplastado y ambos volvieron a reír.

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