57
Pasados unos días, la nube de periodistas fue disminuyendo. Pero el calvario de Juan cada vez que salía de su casa era tremendo. Continuas y repetitivas preguntas en referencia a Estela Ponce podían con su humor y su paciencia. Le perseguían allá donde fuera y apenas podía moverse. De pronto, de ser una persona anónima pasó a ser una persona agobiada por la prensa y observado por todos en su pueblo. Sus compañeros de base, a pesar de lo sorprendidos que se quedaron con la noticia de que Estela Ponce era aquella morenita dicharachera y simpática, le ayudaron todo lo que pudieron demostrándole una vez más que eran una prolongación de su familia.
Juan siempre había sabido que sus compañeros estaban hechos de una pasta especial, pero sentir su apoyo y discreción en aquellos momentos fue maravilloso. Pero finalmente, agobiado por todo, tomó una decisión que comunicó a su familia un sábado mientras comían todos juntos un sabroso cocido.
—¡¿Qué te vas a Irak pasado mañana?! —preguntó su padre al escucharle.
—Sí papá. Hace unos días se solicitaron voluntarios y me presenté.
—¡¿Cómo?! —murmuró Eva al escucharle.
Durante aquellos días había intentado hablar con él, pero Juan no quería saber nada de lo ocurrido. Era hermético en referencia a sus sentimientos y toda la familia lo estaba pasando fatal.
—Eva, necesito alejarme de todo este circo o me voy a volver loco, Allí, en Irak, nadie me perseguirá.
—Pero Juan, ya estuviste en Argelia el año pasado —protestó Almudena.
—¿Y…? —preguntó molesto por tener que dar tantas explicaciones.
—¡Copón bendito! —gritó el abuelo Goyo al escuchar aquello—. Pero Juanito, hermoso, ¿es que buscas que te maten? Esa zona no es un lugar seguro. En las noticias dicen cosas terribles. ¿Cómo vas a ir allí?
Todos, incluido Juan, sabían que lo que el abuelo decía era cierto. Irak, Afganistán, toda aquella zona, no eran lugares donde uno pudiera relajarse. Pero consciente de lo que iba a hacer aclaró:
—Será poco tiempo. No te preocupes abuelo, estaré bien.
—¿Pero tú estás loco? —gritó Irene soltando la cuchara—. Allí no te perseguirán periodistas, pero si terroristas y…
—Por favor Juan no vayas —suplicó Almudena temerosa.
Eva, al ver el drama que sus hermanas estaban montando, las miró y aun entendiéndolas apoyó a su hermano.
—Joder… ¿Qué os pasa? Ni que fuera la primera vez que Juan se va por esos mundos. Él sabe cuidarse y no hay de qué preocuparse ¿verdad?
Al escucharla, éste sonrió y asintió.
—Tú lo has dicho. No hay que preocuparse.
Como era de esperar, Irene comenzó a lloriquear. Desde que había pasado lo de la actriz americana su hermano no levantaba cabeza. El enfado y el mal humor se habían apoderado de él, era patente. Manuel, al ver que su otra hija, Almudena, comenzaba a llorar también fue a decir algo pero esta se le adelantó.
—Vale… no me preocuparé. Pero no te enfades conmigo, porque mis hormonas aún están atorrijadas y no puedo dejar de moquear como un mastín.
Aquello les hizo sonreír a todos, en especial a Juan que se levantó y le dio un beso. Manuel, al ver el detalle de su hijo, intentó, a pesar de su preocupación, tomar las riendas del asunto y aportar positividad al momento.
—Vamos a ver chicas, vuestro hermano es un hombre de acción y siempre nos lo ha demostrado. Creo que estar aquí o en Irak da lo misino. Su trabajo no es algo típico y creo que estará tan alerta por su vida aquí como allí. —Y volviéndose hacia su hijo preguntó—: Por cierto ¿puedes decirnos que vas a hacer allí?
—Estaré junto a otros compañeros protegiendo la embajada española en Irak.
—¿Y cuánto estarás allí? —preguntó.
—El destino en un complejo diplomático no dura más de dos meses, por lo tanto, cuando os queráis dar cuenta ya estaré de nuevo aquí.
El timbre de la puerta sonó, Rocío se levantó para abrir y dos segundos después Carlos apareció en el comedor. Su gesto era serio y ceñudo y Juan, al verle, supo que se había enterado. Así que cuando hubo saludado a todo el mundo, juan se levantó y, dándole una palmada en la espalda, le instó a salir al patio trasero de la casa. Tenían que hablar.
Una vez a solas, Carlos le miró fijamente y dijo.
—¿Cómo eres tan capullo? ¿Cuándo pensabas decirme lo de Irak? —Sin dejarle contestar añadió—. Joder Juan, cuando me lo ha dicho Gutiérrez me ha tocado los cojones. ¿Por qué narices no me lo has dicho tú?
—Surgió y acepté. No hay más.
—¿Cómo que no hay más? —protestó al escucharle—. No me jodas coño ¡claro que hay más! No quieres hablar de ello y yo no quiero presionarte. Pero sé por qué te vas, y no se te ocurra decirme que no, porque ya me has tocado suficiente los cojones por hoy.
—Vale churri… —asintió con media sonrisa.
Sin mirarle, Carlos levantó los brazos y gruñó:
—Me cago en la leche tío, hablemos ya de una puta vez del lema. Te vas por…
—Me voy porque necesito dejar de tener la presión que tengo con la prensa.
—Pero vamos a ver, el problema en la base ya está resuelto. Tu me dijiste que lo .solucionaste con los mandos y…
—Si esta resuello —asintió juan con resolución—. Mi vida privarla es mía y nadie puede dirigirla excepto yo. Eso ha quedado claro.
—Joder, pues no lo entiendo —insistió su amigo.
—Carlos, para mi no es agradable nada de lo que me está pasando.
—Te vas por ella ¿verdad? Ella es la causa de que ahora vayas a Irak, y no me digas que no, que nos conocemos.
Al ver el gesto con que su amigo le miraba, Juan suspiró y asintió.
—Sí, ella también tiene que ver en todo esto —y sentándose en el balancín prosiguió—: Necesito hacer algo para lo que estoy entrenado y como dice el abuelo Goyo, el trabajo cura la ausencia y el dolor. Por eso me tengo que marchar. Ir a Irak me asegura tener la puta mente ocupada las veinticuatro horas del día para no pensar en ella o al final me volveré loco.
Iras un pequeño pero significativo silencio Carlos volvió al ataque.
—¿Has vuelto a hablar con Noelia?
—No.
—¿Pero lo has intentado?
—No.
—Pero vamos a ver. ¿Por qué no lo haces? Tienes su número de móvil, su correo electrónico. Puedes incluso intentarlo a través de Tomi. ¿Por qué cojones no lo haces?
—Ella y yo no tenemos nada que ver. Lo que pasó, pasó y…
—No me jodas hombre. Por fin llega una tía que te gusta, que encima es guapa, simpática, se lleva a tu familia de calle, ¿y tú sigues con el freno de mano echado? joder Juan… ¿cuándo vas a soltar el freno y disfrutar de la vida? ¿Cuándo cojones te vas a dar cuenta que, por nuestro trabajo, tienes que dejarte de gilipolleces y disfrutar el momento? Que la vida son dos días y que hay que vivirla y ser feliz.
Al escuchar aquello pensó en algo que ella le dijo él dijo que se fue algo así como «la vida se compone de momentos y los que he vivido contigo los atesoro en mi corazón» pero borrando aquello de su mente respondió con frialdad:
—No es tan fácil como tú lo ves Carlos. Ella vive m un mundo que nada tiene que ver con el mío, y yo un puedo darle nada de lo que…
—Lo que tienes se llama miedo ¿verdad? Estás acojonado.
—¡¿Cómo?!
—Estás cagado tío, y no me lo puedo creer. Mi amigo Juan Moran, el inspector, el instructor de los geo, el valiente superhéroe para sus sobrinos ¡por fin tiene miedo de algo!
—No digas gilipolleces, churri. No me jodas.
Pero su amigo, dispuesto a decirle todo lo que llevaba en su interior, sin importarle las consecuencias continuó:
—Lo que te ha ocurrido es que esa tía te ha tocado la patata ¿verdad? —Juan no respondió—. Ha llegado ella y con su normalidad, a pesar de su glamuroso mundo, te ha desbaratado la vida y te ha demostrado lo que sería tu puta vida si vivieras con ella y te ha gustado. No lo niegues. Te conozco y he visto lo feliz y motivado que has estado mientras ella ha estado aquí contigo. Pero ¿no ves que estáis hechos el uno para el otro? ¿No te das cuenta que estás enamorado de ella hasta las trancas?
—¿Por qué eres tan jodidamente marujón? —protestó Juan—, Cada día me recuerdas más a tu mujer.
—Uis… eso me pone —se mofó aquel—, Y si te parezco marujón, ni te cuento lo que pensarías si escucharas a Mariliendre y las heteropetardas de la base opinar.
Durante unos segundos ambos permanecieron en silencio hasta que Juan dijo:
—Ella se marchó sin despedirse —omitió su terrible llamada posterior—. Me dijo cosas terribles y…
—Y tú, el inspector Morán, ¿te quedaste escuchando sin más?
—Sí.
—¿Por qué?
Juan, con los ojos cargados de furia, se acercó a su amigo y en un susurro que solo él pudo escuchar siseó:
—Porque ella se quería ir. Quería desaparecer. No me quiso escuchar. Descubrió que lo nuestro bahía sido un estupendo calentón y nada mas. Joder macho, que cuando llegué a la base me enfrenté a todo el mundo por ella. Era mi prioridad deseaba afianzar lo nuestro, algo casi imposible, pero me falló. Ella decidió marcharse sin decirme adiós y zanjar el tema. ¿Qué coño quieres que haga?
—Serás nenaza —protestó Carlos—, ¿Desde cuándo no dices tú la última palabra? Que yo sepa eres un tío que lucha por lo que quiere. El problema es que nunca has tenido que luchar por amor y no tienes ni puta idea de cómo hacerlo ¿verdad?
Aquello les hizo sonreír.
—Mira Juan, lo que te voy a decir ya lo sabes, pero te lo voy a repetir quieras o no. Hace ya algún tiempo, una preciosa mujer llamada Laura me tocó la patata —aquel sonrió—. Soy de los que cuando llego a casa, me gusta encontrarme con una preciosa sonrisa esperándome, y aunque a veces me queje de que mi Laura me vuelve loco, o me esconda la música de AC/DC, no la cambio por nadie en el mundo porque la quiero, me quiere y mi vida con ella y con el pequeño Sergio es lo mejor que tengo. Lo nuestro requiere tensión, sacrificio y presión, y cuando uno sale de la base, cuando uno sale de trabajar, necesita desconectar y disfrutar, y desde que te conozco, tú solo has desconectado cuando ella, esa que no te quiso escuchar, estaba en tu vida y en tu casa. —Al ver que aquel le miraba prosiguió—. Vale que ella, es una gran diva de Hollywood. Joder es ¡Estela Ponce! Y que tú solo eres un policía, sin más, que con seguridad gana menos al mes de lo que gasta ella en una sesión de Spa. Pero macho, piensa, utiliza la cabeza para algo más que trazar operativos, y date cuenta de dos cosas. La primera que las tías son muy raras y en situaciones limite quieren que les grites que no puedes vivir sin ellas, y la segunda, que lo vuestro funcionaba y funcionaba muy bien y…
—Churri, si no te callas, juro que te arrancaré hasta la última muela —protestó Juan harto de escucharle.
Estaba enfadado, molesto, cabreado y cada vez más. Todo lo que su amigo decía era verdad. Se había dado cuenta que estaba enamorado de ella, pero no quería aceptarlo. No debía.
Carlos intuyendo lo que su amigo pensaba, se sentó con resignación en el balancín junto a su amigo. Al mirar hacia la derecha se encontró con Eva que, oculta tras la puerta, lo había escuchado todo. Ella, con lágrimas en los ojos, levantó el pulgar para mostrarle su conformidad con todo lo que él le había dicho. Por fin alguien había sido capaz de decirle al cabezón de su hermano la verdad. Carlos, al verla, sonrió y asintió. Después miró de nuevo a su cabizbajo amigo.
—Vale, No hablarse más de ella. Pero joder tío, me preocupa que te vayas a la puta zona roja de Irak sin mí. Reconócelo nenaza, tú sin mí no eres nadie.
Ambos prorrumpieron en una carcajada. Una hora después los dos amigos se marcharon a tomar unas copas. Lo necesitaban.