36

En la habitación del parador de Sigüenza, la joven estrella de cine miró por última vez por la ventana. Deseaba que aquel paisaje invernal y su paz la acompañasen el resto de su vida. Cerró los ojos y pensó en Juan, en su sonrisa, en su voz, en su mirada cuando le hacia el amor.

Oh my God! ¡Basta de martirizarse! —gritó de pronto.

Abrió los ojos, cogió su bolso y sin pensar en nada más salió de la habitación.

En la recepción del hotel, Paula, con gesto agrio observó salir a Menchu. No entendía la amistad que la unía a aquel mariquita y la joven que lo acompañaba, y que, además, la noche anterior le había privado de Juan. Deseó ir a reprenderla, pero al estar atendiendo a los nuevos huéspedes en el mostrador no pudo y se quedó con las ganas. Sin embargo, cuando vio aparecer a la joven morena, y recordó lo ocurrido la noche anterior, llamó a un compañero para que la sustituyese y salió escopetada tras ella.

—Un momento, señorita.

Noelia, al escuchar aquella voz, se detuvo, y no se sorprendió al ver quien era la que la llamaba. Dejando su gran bolso de Loewe en el suelo, se colocó bien la peluca y esperó a que aquella llegara hasta ella.

—¿Se marcha ya? —preguntó Paula.

—Sí. En este instante.

Paula pareció intuir que ella sonreía bajo sus gafas oscuras.

—Me alegra saber que se marcha ¡por fin!

—Muy amable —suspiró Noelia.

Acercándose más a ella Paula, murmuró casi en su oído.

—Y en cuanto a lo de anoche, quiero que sepas, maldita zorra que espero que algún día te hagan lo mismo. Yo era quien estaba con Juan y tu lo engatusaste a saber con que malas artes y te lo llevaste para acostarte con el ¿verdad? pero no lo olvides, quien vive aquí soy yo, y no tú. Tú habrás podido gozar de una noche con él, pero yo disfrutaré de él todas las demás.

Al escuchar aquello, Noelia se tensó. Imaginar a Juan acostándose con aquella pechugona le revolvía el estomago. Pero le gustara o no, ella tenía su parte de razón, aunque no pensaba permití que la faltara al respeto de aquella manera.

—Oh… Oh. Oh… Disculpe señora —siseó Noelia marcando un espacio—, ¿Desde cuándo usted y yo nos tuteamos?

Paula, que no esperaba aquella reacción, se quedó paralizada y Noelia continuó:

—Que yo sepa usted trabaja aquí y yo aún soy cliente del parador. ¿Lo la olvidado? Por lo tanto, si no le importa, me gustaría que me tratara con respeto y no como acostumbra a tratar a la pobre gente que trabaja con usted. Y en cuanto a mi vida privada, a usted precisamente no tengo que darle ninguna explicación. Pero déjeme decirle que yo no viviré aquí en Sigüenza, pero usted sí que trabaja aquí ¿verdad?

Aquella asintió y Noelia prosiguió:

—Pues entonces no olvide que yo aquí soy el cliente, y si no quiere tener problemas cierre la boca, deje de insultarme y aléjese de mí antes de que decida quéjame a dirección para que la pongan de patitas en la calle ¿me ha entendido?

Paula, a punto de explotar, no tuvo más remedio que recular. La gente les miraba, y le gustara o no, tenía que saber comportarse en su lugar de trabajo, y se había dejado llevar por la pasión, roja como un tomate se dio la vuelta y se marcho. Noelia, enfadada por lo que aquella pechugona había dicho, se agachó, cogió su bolso Loewe y continuó su camino hacia el exterior.

En el aparcamiento del parador, y ajenos a lo ocurrido, Tomi se despedía de una lacrimosa Menchu.

—Te espero en mi casa, Darling. No lo olvides ¡Te encantara! cuando vengas a verme le llevaré al Golden y a VaniTy. Te presentaré a los boys mas guapos que habrás visto en tu life y ya veras lo bien que lo vamos a pasar.

Emocionada por la amabilidad de Tomi, mientras sostenía en la mano la tarjeta con todos sus datos que este le había entregado murmuró:

—Gracias. Si puedo, intentaré ir cuando me den vacaciones.

—Tienes que poder Menchu. Prométemelo.

—Vale… te lo prometo —asintió con cariño.

—Te tomo la palabra my love. ¡Uy! Además te llevaré de shopping y verás lo guapa y glamurosa que vas a regresar.

Aquellas palabras, y su particular manera de entremezclar el español y el inglés emocionaron a la joven que, contrayendo el gesto, rompió a llorar de nuevo. Ella era de todo menos guapa y glamurosa.

—Por el amor de Dior, Menchu… ¡no llores más! … —murmuró Tomi.

—No puedo remediarlo. Habéis sido tan maravillosos conmigo que…

—Ay… ay… ay ¡Stop! Tú sí que has sido devine con nosotros. Tu discreción nos ha demostrado que eres una girl de fiar y eso, tesoro mío, ni Noelia ni yo lo olvidaremos.

La joven volvió a hipar y Tomi, en un intento por hacerla hacer sonreír cuchicheó:

—Cielo stop de lloriqueos, ¿pero tú no sabes que es malísimo para el cutis y salen arrugas?

—No lo sabíaaaaaaaaaa…

Noelia, aún enfurecida por lo ocurrido, se acercó a ellos y, al cruzar una mirada con su primo, comprendió lo que estaba pasando. Por ello, olvidando lo que le rondaba por la cabeza se acercó hasta la joven llorosa y la abrazó.

—Venga… venga Menchu, como dice Tomi stop de lloriqueos. Si sigues así conseguirás que se me corra el rímel, porque yo si que soy una buena llorona. Y oye… te espero en mi casa. —Al ver que la joven la miraba y se secaba las lágrimas continuó—: Te he dado mi dirección y mi teléfono directo. Solo tienes que llamarme, decirme cuando vienes y no preocuparte de ningún detalle más. ¿De acuerdo?

La joven conmovida asintió, sin entender aun la suerte que había tenido al conocer de aquella manera tan fortuita a aquellos dos. Tomi, al fijarse en su prima, y ver su entrecejo fruncido preguntó:

—¿Qué te ocurre reina?

Soltando un suspiro de frustración Noelia se volvió hacia su primo y gruñó enfadada tras quitarse las gafas.

—¿Te puedes creer que la pechugona artificial, me ha montado un numerito en el hall porque anoche Juan y yo nos fuimos juntos del bar?

—Normal honey ¡le levantaste el chulazo! —cuchicheó su primo—. Y mira lo que te digo, si a alguien se le ocurre levantarme a mí semejante adonis delante de mi cara… le arranco los ojos y me hago un collar con ellos.

—¡¿Paula te ha dicho algo?! —gritó Menchu.

Noelia asintió.

—Sí, hija sí… pero tranquila, ya la he puesto yo en su sitio.

Menchu, sorprendida por lo que Paula hubiera podido decir, fue a comentar algo cuando se escuchó el sonido de un coche entrar con prisa en el parking del parador. Los tres miraron con curiosidad y a Noelia se le cayó el bolso de la impresión. Era él. Era Juan.

Sin tiempo que perder, él salió del coche y suspiró aliviado al comprobar que había llegado a tiempo. Unas turistas que estaban sacando sus maletas del maletero giraron las cabezas al ver pasar a aquel hombre. Era todo un lujo para la vista.

Con una seguridad que les dejó a todos plantificados, él camino hacia su objetivo. Noelia. Sus botas negras y su aplomo a cada paso consiguieron hacer retumbar el corazón de la joven. Mientras ella no podía apartar su incrédula mirada de él. Los pantalones y la camisa de camuflaje que llevaba le hacían sexy, tremendamente sexy, y varonil. Se le resecó la garganta.

—Madre; mía, lo de Juan ¡es de escándalo! —cuchicheó Menchu patidifusa.

—Es lo más… si es más guapo revienta —murmuró Tomi boquiabierto—. Confírmame ahora mismo Noelia, que ose pedazo de macho, latino, y moreno que camina hacia nosotros con sonrisa de peligro y ojos de pasión es el mismo G.I.Joe de anoche o me tiro a sus brazos en este momento y me lo como a besos.

Noelia con el corazón a mil por hora, no pudo articular palabra, tan solo asintió.

—Ahora mismo llamo al taller para que me reparen con urgencia la varita mágica. Yo quiero un spanish así only para mí.

Menchú sonrió ante su ocurrencia y sintió un extraño calor por el cuerpo. Ojalá algún día un hombre como aquel la mirara así. Juan llegó hasta ellos, recogió el bolso de Noelia del suelo, se lo entregó y dijo:

Canija, necesito hablar contigo.

—¿Ahora? —preguntó estupefacta al sentir su aterciopelada voz.

—Sí. Ahora. Ven.

Sin esperar a que ella accediera, Juan la tomó de la mano y con un suave tirón la obligó a moverse, Tomi todavía sobrecogido acercándose a una atónita Menchu cuchicheó:

—¿La ha llamado canija?

—Sí —suspiró la joven.

Oh my God ¡es divine! —suspiró al recordar a su abuela—. Además de guapo y sexy.

Mientras seguía con la mirada a aquellos dos, Tomi se abanicó con la mano y preguntó:

—Menchu, sé sincera, ¿Hay más machos latinos como él por estas tierras?

Divertida por aquello, la joven pensó en algunos de los compañeros de Juan y resoplando asintió.

A pocos metros de ellos una atónita y desconcertada Noelia, aún sin creer que Juan estuviera frente a ella, con las gafas en la mano preguntó:

—¿Qué ocurre? ¿Qué haces aquí?

Con el aplomo de quien sabe perfectamente lo que desea, la atrajo hacia sí y la besó. Eso logró calmarle un poco y, acto seguido, la separó unos centímetros de su cuerpo y con voz profunda murmuró:

—Pasa conmigo la Navidad.

—¡¿Cómo?!

Convencido de lo que decía, sin soltarla, prosiguió:

—Sé que es una locura, y que si lo descubre la prensa me puede traer infinidad de problemas, pero quédate.

—Vaya… —murmuró ella y él continuó—. Esta mañana cuando me despedí de ti, te dije que no tenía nada que ofrecerte pero estaba equivocado. Quizás lo que yo te ofrezca sea poco para lo que tú estás acostumbrada pero…

Turbada e impaciente le cortó y preguntó:

—¿Qué me ofreces?

—Veamos… —sonrió al ver su buena disposición. Y sin dejar de sonreír sacó un trozo de cordón negro de su bolsillo, le cogió la mano y dejándola boquiabierta se lo ató alrededor de la muñeca.

—Juan, ¿esto qué es?

—La pulsera de todo incluido. —Al ver su gesto divertido él prosiguió—: Eso quiere decir, alojamiento, comida, cama, sexo, café, música, toneladas de galletas Oreo, leche desnatada, todo lo que tú quieras y yo pueda ofrecerte.

—Tentador —asintió ella al ver a Paula asomarse a la puerta.

—También incluye paseos por el campo con Senda, tardes lluviosas y frías, películas con palomitas en el sillón de mi casa, bailes en el salón con tú música y…

—¡¿Y?’

—… y una familia algo curiosa que celebra la Navidad con unión, regalos, villancicos y tradiciones. —Ella sonrió. Le encantaba.

—Pero no quiero engañarte. No todo lo que te ofrezco es bueno.

—¿No?

—No. Esta pulsera, incluye días que te quedarás a solas porque yo tendré que trabajar y excluye compromiso y reproches entre tú y yo.

—Acepto. —Aquel era un buen plan para pasar las Navidades.

Él sonrió y la besó con tal vehemencia que a ella le tembló todo el cuerpo. Mientras tanto, Paula enfadada por lo que acababa de presenciar, entraba en el parador y comenzaba a dar órdenes a diestro y siniestro.

—Tengo tres condiciones —dijo Noelia de pronto.

Juan, feliz por saber que estaría con él un tiempo más, murmuró.

—Estoy abierto a negociar todo lo que tú quieras canija.

—La primera condición es que mi primo se quede con nosotros en tu casa. Él ha venido conmigo y también se irá conmigo.

Juan miró al joven que junto a Menchu les observaba, y al ver que este cuchicheaba con la amiga de su hermana sonrió.

—De acuerdo. Siempre y cuando no duerma con nosotros. ¿La segunda?

—Que no te enfades conmigo porque siempre me guste decir la última palabra —se mofó divertida y él se carcajeó.

—Te lo prometo. ¿Y la tercera?

—Que me hagas trencitas en el pelo como a tu sobrina cuando desayune por las mañanas.

La dicha que sintió el geo al escuchar aquello, le hizo reír a mandíbula abierta. Era feliz.

Загрузка...