12

En el castillo de Sigüenza Noelia se esforzaba por aparentar tranquilidad, pero era imposible. Todavía no sabía qué había ocurrido para que ella lo dejara todo y estuviera allí esperando hecha un flan a un hombre que no conocía, y con el que apenas había estado consciente veinticuatro horas.

—Son las ocho y media, queen mía —rio Tomi—. Creo que deberías vestirte ya, no vaya a ser que él esté tan impaciente por verte que aparezca antes de tiempo.

Horrorizada como pocas veces en su vida la joven miró a su primo con desesperación.

—¿Qué me pongo?

Tomi, más nervioso que ella por la situación, empezó a rebuscar en los dos maletones de Noelia. Por fin sacó una camisa negra de gasa y una falda roja entallada hasta los pies.

—Visto que solo tienes cuatro trapitos, esto irá bien. Estarás ¡divine! Eso sí, ponte el sujetador purple, ese que te realza los pechos. La camisa te sienta infinitamente mejor.

Al ver el conjunto, Noelia protestó.

—Por Dios, Tomi que no voy de cena a la embajada. Que voy a cenar aquí en la habitación.

—¿Y qué? ¿Acaso no quieres que te vea divine?

Ella asintió. Tenía razón. Así que cogió lo que le entregaba, hecha un manojo de nervios, y comenzó a vestirse. Cuando acabó se miró en el espejo y decidió dejar suelta su bonita melena ondulada. Le daba un aire sofisticado.

A las nueve menos cinco, Tomi se marchó a su habitación tras darle dos besos y desearle suerte con aquel encuentro. A las nueve en punto Noelia, retorciéndose las manos, no sabía si sentarse o mirar por la ventana. Parecía una quinceañera a punto de tener su primera cita. Diez minutos después su impaciencia le hizo encender un cigarrillo. Seguro que tardaría en llegar. Veinte minutos después comenzó a cuestionarse si ni tan siquiera vendría y una hora y media más tarde, molesta por el desplante, supo que no aparecería. A las once, tras dos horas de espera, se desmaquilló y se quitó la ropa, y cuando se echó en la cama suspiró enfadada. ¿Quién la mandaría a ella ir allí?

A la mañana siguiente, Tomi se despertó a las siete de la mañana. Pensó en ir a la habitación de su prima, pero finalmente decidió no molestar, no fuera que continuara con él en la habitación. A las once, sorprendido porque ella aún no hubiera dado señales de vida, se encaminó hacia la suite y cuando ella le abrió supo que algo no muy bueno había pasado.

—¿¡Que no vino el hombre de Harrelson?!

—No.

—¿Te dejó plantada, honey?

—Si.

—¿Me lo estás diciendo en serio?

—Totalmente, y no vuelvas a preguntármelo.

Sin dar crédito a sus palabras y llevándose las manos a la cabeza susurró incrédulo:

Oh. my God. Cuchi, ese hombre te ha dicho no.

A Noelia no le gustó como sonaba aquello. Ya fue bastante humillante el plantón como para que su primo se lo recordara.

—Me estás enfadando Tomi. Me estás enfadando y mucho.

Aun incrédulo porque alguien dejara plantada a su prima, la gran estrella de Hollywood, añadió:

—Bueno, bueno, darling no pasa nada. Nadie se ha enterado de ello. Por lo tanto no te preocupes, nadie se reirá de ti.

—¿como que nadie se ha enterado? Lo sabemos nosotros, te parece poco? Y ya puedes ir borrando esa sonrisita que tienes en la cara o yo….

—Tranquila honey, yo no me rio de ti, solo me sorprendo.

Sin embargo Noelia era consciente del plantón.

—Pero… pero ¿Quién se ha creído ese idiota para dejarme plantada? Maldita sea, estoy tan ofendida que apenas he podido descansar, y todo por su culpa. Su maldita culpa.

Al ver el enfado que tenía, intentó tranquilizarla sentándola en la cama. Noelia estaba acostumbrada a que todo el mundo bailara a su son, y que alguien se saliera de lo que ella consideraba normal no le gustó.

—¿Sabes lo que te digo?

—¿Qué? —preguntó Tomi.

—Que no me voy a quedar con las ganas de decirle al idiota ese cuatro cositas bien dichas. Ese no sabe quién soy yo.

—Ay Noelia… que tú tampoco sabes quién es él.

Sin escucharle ni darle tiempo a reaccionar, se encaminó hacia la puerta. Tomi la pilló del brazo y la paró.

—¿Dónde vas cuchi?

—A su casa.

—No… no… no. ¡Ni lo sueñes! No puedes hacer eso.

—¿Por qué no puedo hacerlo?

—Porque you are Estela Ponce, tienes un pronto muy malo y una diva como tú no debe hacer esas cosas. Si él no quiso acudir a su cita. Él se lo pierde.

—Pero…

—No hay peros que valgan. Ahora mismo te vas a dar una duchita relajante, te vas a poner el antifaz y te vas a sleep. Ay, queen mía, se nota que no has dormido tus eight horitas y tienes la piel tremendamente ajada.

Noelia salió disparada hacia al espejo, se miró y susurró escrutándose el rostro:

—¿Tanto se nota?

—Ajá. Por lo tanto, no se hable más. Son las once y media. Te dejaré dormir hasta las two o’clock. Después te despertaré, nos montaremos en el car, nos dirigiremos al airporty nos marcharemos para Los Angeles happy y con glamour y, por supuesto, nos olvidaremos de este incidente tonto y absurdo. ¿Qué te parece la idea?

Mirando su propio reflejo en el espejo, Noelia suspiró y tras entender que era lo mejor, asintió.

Cinco minutos después Tomi se marchó y ella se tumbó en la cama. Sin embargo, al cabo de un rato, harta de dar vueltas de un lado para otro, tiró el antifaz, a un lado y, levantándose, murmuró mientras cogía los vaqueros:

—Ah no…, de aquí no me marcho yo sin decirle a ese creído cuatro cosas.

Miró su reloj. Las doce menos cinco. Tenía tiempo para ir y volver antes de que Tomi acudiera a despertarla. Tras coger su móvil se puso la gorra para esconder su llamativo pelo rubio y poniéndose las gafas de sol para que nadie identificara su rostro, salió con cuidado del parador. Al llegar a recepción vio a Menchu y esta rápidamente salió de detrás del mostrador.

—Buenos; días, señora Ponce.

—Noelia, llámame Noelia, por favor, Menchu.

La joven, feliz porque recordara su nombre, ansiando hablar con ella sonrió y le preguntó cortésmente:

—¿Ha dormido bien?

—Si. Maravillosamente —susurró y mirándola preguntó ensenándote un papel— ¿Sabes cómo puedo llegar hasta esta dirección?

Sorprendida, la joven leyó la dirección. Caminó con ella hasta puerta del parador y cuando iba a responder se oyó tras ellas:

—Menchu, ¿cuántas veces tengo que decirte que no abandones la recepción?

Menchu se quedó petrificada, algo que Noelia no pasó por alta y, dándose la vuelta, la joven recepcionista respondió:

—Paula, te estaba indicando a la señora como ir a…

—Para eso tienes los mapas que regalamos —espetó la morena de grandes pechos poniendo un mapa sobre el mostrador Así es como hay que atender a un huésped, no como in lo estas haciendo. Pareces tonta, Menchu. ¿Cuándo vas a aprender?

Noelia se ofendió al escuchar aquello. Nunca le había gustado la gente que para demostrar su superioridad insultaba a los que estaban por debajo. Por ello, y sin poder remediarlo, se encaró con aquella, parapetada tras sus enormes gafas oscuras y su gorra.

—Disculpe señora, pero Menchu estaba siendo sumamente amable conmigo y no se merece que usted la trate así delante de mi.

La mujer la mió y respondió sin cambiar su gesto.

—Me alegra saber que Menchu ha aprendido al menos a ser cortés, pero todavía tiene mucho que aprender para trabajar en este parador.

En ese momento sonó el teléfono de recepción y dándose la vuelta la mujer atendió la llamada. Dos segundos después colgó y con el mismo ímpetu que apareció, desapareció.

—¿Quién es esa mujer tan estúpida?

—Oh… señorita Ponce ella…

Noelia… te he dicho que me llames por ese nombre, ¿vale Menchu?

La joven sonrió y respondió.

—Se llama Paula. Una mujer que llegó hace tres años aquí y de la que poco más se sabe.

—¿Cómo puede tratarte así? ¿Por qué se lo permites?

—Necesito el trabajo y ella es una de las encargadas. Vivo sola, hay mucha crisis y sinceramente, por mucho que me ofenda y me den ganas de arrastrarla por el parador, necesito este trabajo para vivir.

Conmovida por las palabras de la joven recepcionista Noelia asintió. En momentos así era cuando se daba cuenta que ella era una privilegiada en la vida. Menchu, para olvidar lo ocurrido, dijo señalando hacia la derecha de la fortaleza.

—Si baja por ese camino llegará hasta unas casas blancas. Una vez allí, tuerce a la derecha y continúa de frente hasta una rotonda. Uní vez pase la rotonda la segunda calle a la izquierda es la que busca.

—Casas blancas, derecha, rotonda y segunda a la izquierda —repitió Noelia— Gracias, Menchu. Y por favor, si ves a mi primo no le digas que me has visto ¿de acuerdo?. Ah, y tutéame, por favor.

La recepcionista asintió y, emocionada, vio como la actriz más guapa de Hollywood, ¡la que acababa de pedirle que la tuteara!, se alejaba en su coche.

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