Elizabeth se despertó con una horrible jaqueca, un dolor punzante como jamás había sentido en su vida. Gemía lánguida y lastimeramente. ¿Cuál era la razón de tan espantoso sufrimiento? Trató de poner en orden sus ideas y finalmente recordó lo que había pasado. Su tío se había marchado a Otterly. Edmund y Maybel se habían retirado a su casita en la aldea. Y Baen MacColl la había abandonado. Estaba sola, y la noche anterior había bebido una jarra entera de vino. La boca le sabía al estiércol de los establos. De pronto, sintió que un espasmo subía del estómago a la garganta. No tenía tiempo de salir de la cama. Se inclinó hacia un lado casi gritando por el dolor que le partía la cabeza, agarró la bacinilla y vomitó todo el contenido de sus entrañas. Luego colocó el recipiente en el suelo y se acostó de nuevo. La frente le sudaba y a la vez tiritaba de frío. Creía que iba a morir. Juró que no volvería a beber vino y cerró los ojos.
– ¿Está despierta, señorita? -preguntó Nancy.
¿Cuánto tiempo había dormido? ¿O acaso se había desmayado?
– Me siento muy mal -respondió Elizabeth con voz débil.
La doncella contuvo la risa y al ver la bacinilla dijo:
– Voy a tirar esta inmundicia. Vivirá, se lo aseguro. Nadie se muere por beber una jarra de vino. -Tomó el recipiente y se apresuró a salir del cuarto.
Elizabeth cerró los ojos una vez más. Se sentía un poco mejor, aunque todavía le dolía la cabeza. Decidió que no estaba en condiciones de ocuparse de la contabilidad, que era la principal tarea de ese día. En cambio, una cabalgata al aire fresco le haría bien. Consideró la posibilidad de levantarse pero prefirió esperar un rato más. Los rayos del sol que entraban en la alcoba lastimaban sus ojos como filosos puñales.
– Nancy, si estás ahí, corre las cortinas.
– Se sentirá mejor si se levanta, señorita. -Después de tapar todas las ventanas, se acercó a la cama de Elizabeth, colocó varias almohadas detrás de su espalda y la ayudó a sentarse-. ¿Está más cómoda así?
– ¡Ay, cómo me laten las sienes! Da lo mismo que esté sentada o acostada.
– Necesita comer algo.
– ¡No! La sola idea me revuelve el estómago.
– Aunque sea un poco de pan -insistió la criada-. Se lo traeré enseguida.
Salió de la habitación y regresó con una rodaja de pan caliente que tendió a su ama. Luego tomó el cepillo y comenzó a pasarlo lenta y suavemente por la larga cabellera dorada mientras la joven comía el pan de a pedacitos, masticándolos muy despacio.
– ¿Se encuentra mejor ahora?
Elizabeth aguardó unos segundos antes de contestar.
– Sí, ya no me duele el estómago. ¡Gracias! -Volvió a cerrar los ojos al tiempo que Nancy continuaba cepillándola-. Saldré a cabalgar. Tráeme los pantalones de montar. ¿Qué hora es?
– Más de las diez. ¿Se siente con fuerzas para andar a caballo, señorita?
– No dejaré de cumplir con mis deberes. Tenemos muchas cosas que hacer antes de que llegue el invierno, muchacha -con un rápido movimiento descorrió la colcha y salió de la cama-. Cuando regrese, tenme preparado un baño caliente. -Ignorando el dolor de cabeza, se aprestó a iniciar la jornada.
Los días siguientes, Elizabeth se levantaba temprano y salía a inspeccionar los campos o se quedaba haciendo cuentas en su cuarto privado. Solo abría la boca para dar órdenes a los sirvientes y los pastores; el resto del tiempo permanecía callada. Todas las noches se sentaba sola a la mesa, cenaba y subía a su alcoba. A veces se quedaba un rato junto al fuego antes de irse a dormir.
Cuando llegó el Día de San Crispín, se encendieron hogueras en todas partes, pero no hubo festejos en el salón de la solitaria dama de Friarsgate. El 31 de octubre, víspera de Todos los Santos, la casa estaba en silencio como siempre. El cocinero le sirvió un postre especial, hecho con queso caliente, crema y manzanas dulces. Ella lo rechazó.
– Déselo a los sirvientes -le dijo a Albert. Sabía que dentro del postre habían colocado dos canicas de mármol, dos anillos y dos modas según la tradición, esos elementos permitían predecir el futuro del comensal. Por ejemplo, aquel que hallara los anillos en su plato sería bendecido con el amor y el matrimonio. Elizabeth rió con amargura al pensar que esa posibilidad le estaba vedada. Quien encontrara una moneda, se volvería rico. Ella ya lo era, así que no necesitaba volverse rica Quienes hallaran las canicas llevarían una vida fría y solitaria. Ella a disfrutaba de ese privilegio. Por último, quienes no encontraran nada, tendrían un destino incierto. Su destino era de lo más previsible: envejecería sola.
La noche siguiente Elizabeth decidió celebrar la fiesta en honor a todos los santos e invitó a su casa a los habitantes de Friarsgate, pues no quería convertirlos en víctimas de su estupidez. Los agasajó con un delicioso jabalí asado, que todos comieron con gran deleite. El 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, los pobladores oraron por el alma de los muertos y los niños fueron de puerta en puerta cantando y pidiendo pasteles, que los dueños de casa ya tenían preparados y listos para ser entregados. El 12 de ese mes, Día de San Martín, el salón de Elizabeth volvió a llenarse con los habitantes de Friarsgate, a quienes esta vez se obsequió con ganso asado. El 25 se festejó el Día de Santa Catalina comiendo la tradicional rosca que simboliza la rueda de molino donde fue martirizada la santa.
Los días eran cada vez más cortos y fríos, y las noches, más largas y oscuras. Elizabeth había tomado los recaudos necesarios para proteger al pueblo y a los rebaños. Por un motivo u otro, había tenido que salir a cabalgar casi todos los días. Había recogido las hierbas y flores con las que su boticario elaboraba tés, ungüentos y cataplasmas. Como dueña de Friarsgate, tenía el deber de asistir a las personas que se hallaban a su cargo cada vez que se enfermaban. Sin embargo, el ajetreo incesante y las múltiples ocupaciones no impidieron que siguiera afligida por la partida de Baen. Él la amaba, ¿cómo era posible que la hubiera abandonado?
Un mensajero llegó de Claven's Carn para invitarla a pasar las Navidades con su madre, su padrastro y sus medio hermanos. Elizabeth Respondió diciendo que le parecía imprudente dejar Friarsgate cuando se avecinaba el invierno. Pero la verdadera razón era que no se sentía bien desde que Baen se había marchado, y le desagradaba la idea de viajar a Escocia. Además, no soportaría la atmósfera de felicidad rodeaba a su madre en Claven's Carn.
Luego llegó una larga carta de Otterly. Lord Cambridge le preguntaba por su salud y enviaba cariños a Baen. La nueva ala de la casa había quedado perfecta. Por fin estaba a salvo de Banon y sus bulliciosas hijas y había recuperado su privacidad. Una pequeña galería comunicaba el cuerpo central del edificio con la sección de Thomas Bolton, y en sus extremos había dos puertas que solo se abrían con dos llaves que lord Cambridge se cuidaba muy bien de llevar siempre consigo. Además, la puerta situada en el extremo más alejado de la galería estaba escondida en la pared por ambos lados, de modo que si alguien no sabía de su existencia, jamás podría encontrarla. Banon desconocía toda esa complicada obra y él no pensaba contarle nada hasta que yaciera en su lecho de muerte. Y tenía la esperanza de vivir muchos años más.
Confiaba su secreto a Elizabeth por si moría repentinamente y nadie podía encontrarlo. La joven sonrió al leer eso. Le parecía oír su voz rebosante de felicidad por haberle ganado la pulseada a Banon. También le contaba su tío que había engrosado la biblioteca con hermosos ejemplares. Había encontrado unos manuscritos raros en Londres; uno de ellos pertenecía a Geoffrey Chaucer. Will, el querido y brillante Will, lo había descubierto en medio de otras obras menores.
"No te invitaré a pasar las fiestas navideñas en Otterly -le escribió-. Si el mal tiempo te mantuviera varada aquí, las hijas de Banon terminarían por disuadirte de engendrar un heredero para Friarsgate. Además, sé que estás contenta ahora y que te estás preparando para el invierno."
Le preguntó por Edmund y Maybel y concluyó la carta enviándole todo su cariño. Elizabeth dejó el pergamino a un lado, con los ojos llenos de lágrimas. Se sentía muy vulnerable últimamente.
Luego levantó la cabeza, miró al mensajero y le dijo:
– Mañana llevará la respuesta a esta carta. Vaya a la cocina a comer algo. Puede dormir en el salón.
Elizabeth se retiró a su cuarto privado, y se puso a meditar sobre qué cosas le contaría a su tío. Al final, decidió escribirle que el señor MacColl había regresado al norte en otoño.
Días más tarde, al leer la misiva, lord Cambridge frunció los labios. No le intrigaba tanto lo que le había contado su sobrina sino lo que no le había contado. ¿Cómo podía despachar a su amante tan fácilmente? No obstante, lord Cambridge estaba convencido de que el joven regresaría al sur en primavera. Él amaba a Elizabeth Meredith. Y ella lo amaba Lo perdonaría tan pronto como se vieran y todo volvería a su cauce.
Llegaron las fiestas navideñas y por primera vez desde tiempos inmemoriales no hubo celebraciones en el salón de Friarsgate. La mañana de Navidad Elizabeth fue de casa en casa repartiendo regalos a la gente del pueblo. Pero no había regalos para ella, ni festejos en su hogar. Pasó la Noche de Reyes y comenzó a caer la nieve. Las campesinas fabricaban incansablemente los excelentes tejidos que traían prosperidad a toda la aldea. Ella, en cambio, no tenía nada que hacer. La contabilidad estaba en orden y, gracias a Dios, todos gozaban de buena salud.
Una mañana, mientras se vestía, dijo a Nancy:
– Tienes que hablar con la lavandera y preguntarle por qué se han encogido mis prendas. ¡Los vestidos apenas me entran!
– No es ella quien lava sus vestidos, señorita, sino yo misma y lo hago con sumo cuidado. Pero ahora que lo menciona, últimamente he notado que los corpiños le ajustan en el busto y que le ha crecido la barriga… -Nancy calló de pronto; una idea se le cruzó por la cabeza-; ¡Señorita, me parece que está embarazada!
– ¿Embarazada? -repitió Elizabeth.
Nancy recordó que hacía varios meses que no le preparaba los paños a Elizabeth ni mandaba a lavar sus camisones manchados de sangre. No había otra explicación.
Elizabeth se dejó caer en una silla.
– Embarazada -dijo una vez más. ¿Cómo no se había dado cuenta? Por supuesto que estaba embarazada. Rosamund conocía métodos anticonceptivos, pero ella jamás le preguntó nada porque le parecía innecesario y además suponía que su madre le explicaría esas cosas cuando se casara. Ella y Baen habían hecho el amor durante todo el verano y principios del otoño. Se ruborizó al recordar cada uno de los lugares donde habían retozado libremente, dando rienda suelta a la mutua pasión. Baen era un hombre viril y las mujeres de su familia destacaban por su fertilidad. Iba a tener un hijo; se echó reír corno loca basta que las lágrimas rodaron por sus pálidas mejillas.
– Señorita, ¿se siente bien? -preguntó Nancy con voz trémula Le resultaba extraño que su ama tomara la noticia con tanto humor No era nada gracioso que la heredera de Friarsgate llevara en su vientre un niño bastardo.
– Debemos traer a mi madre. Hace frío pero los días son más largos ahora. Ordénale a un mensajero que vaya de inmediato a buscar a mi madre a Claven's Carn.
– ¿Escribirá alguna carta, señorita?
– No. Que el mensajero se limite a decir que la necesito con urgencia.
– ¿Mi hija se encuentra bien? -preguntó Rosamund al emisario de Friarsgate-. ¿Qué ha pasado?
Estaba preocupada. Su hija no solía reclamarla, salvo en circunstancias de extrema gravedad, y a veces ni siquiera así.
– Milady, no sé más que lo que me dijo la doncella: que debía llevarla a Friarsgate lo antes posible. Pero, para su tranquilidad, le informo que la señorita Meredith parece gozar de buena salud.
– ¿Qué demonios anda tramando esta jovencita ahora? -inquirió Logan Hepburn a su esposa.
– Lo ignoro, pero estoy segura de que Elizabeth tiene una buena razón. De lo contrario, no me habría llamado en pleno invierno.
– Te acompañaré -replicó el señor de Claven's Carn, y se sorprendió al no escuchar objeción de parte de su esposa. Rosamund estaba preocupada de verdad y no era una mujer que se alarmara fácilmente-. Si el tiempo lo permite, iré a St. Cuthbert a visitar a John mientras tú averiguas qué quiere tu hija.
– ¿Podríamos salir mañana mismo?
– Claro que sí -respondió Logan Hepburn, y pensó: "Está real mente preocupada". Partieron de Claven's Carn a la mañana siguiente antes del amanecer. Tras cruzar la frontera, su marido la dejó en manos de los hombres de su clan y se dirigió solo al monasterio de St. Cuthbert. Rosamund y su escolta arribaron a Friarsgate al caer la noche.
Elizabeth estaba cenando cuando vio que su madre entraba corriendo al salón.
– ¡Mamá! -gritó y le indicó que se acercara a la mesa-. Albert, trae un plato para lady Rosamund.
– ¿Qué es lo que ocurre?
– Gracias, eres muy buena. Viniste enseguida.
– Como no acostumbras pedirme ayuda, Bessie, lo primero que pensé fue que el asunto debía de ser muy serio.
– No me llames Bessie -dijo Elizabeth con voz suave pero nerviosa.
– Dime qué pasa -insistió Rosamund.
– Siempre tuviste miedo de que yo no engendrara un heredero para Friarsgate. Quería que vinieras para contarte que la próxima primavera nacerá mi heredero o heredera. ¿Estás contenta, mamá?
Al principio Rosamund no reaccionó ante las palabras de su hija, como si no entendiera su significado. Pero de pronto cayó en la cuenta, dio un grito y le dijo:
– ¿Qué has hecho, Bess… Elizabeth? ¿Qué has hecho?
– Me enamoré, mamá. ¿Acaso no tengo derecho? Tú amaste a papá y a lord Leslie, y ahora amas a Logan. Philippa ama a Crispin y Banon a su Neville. Hasta el tío Tom anda enamoriscado con Will. ¿Por qué no puedo gozar yo también de ese privilegio? "Tienes que casarte, Elizabeth. Es preciso conseguirte un marido. Friarsgate necesita un heredero"… ¿Cuántas veces soporté esa cantilena, mamá? Tantas que finalmente fui a la corte con el fin de complacerte, pero no había nadie para mí. ¿Acaso creías que iba a encontrar un hombre amante de la tierra entre esos cortesanos aburridos y perfumados?
– Fue el escocés, Baen MacColl, ¿verdad?
– ¿Quién otro iba a ser, mamá? ¿No era el hombre perfecto para mí y para Friarsgate? Lamentablemente, parece que su padre es más imitante que yo y que todo lo que podría ofrecerle.
– ¿Se aprovechó de ti?
Elizabeth lanzó una estrepitosa carcajada.
– No, mamá. Fui yo quien se aprovechó de él. Creí que, como amaba, terminaría por comprender que nuestro destino era vivir juntos en Friarsgate. Pero no es así, mamá. Su maldito padre, el amo de Grayhaven, tiene más importancia que yo y que Friarsgate. Podría haberse convertido en el dueño y señor de estas tierras y, sin embargo prefirió seguir siendo el bastardo de su padre. ¡No quiero volver a verlo en mi vida! -exclamó con voz temblorosa.
– ¿Sabía que estabas encinta cuando te dejó?
– No, me enteré hace poco. Baen se marchó el mismo día que el tío Tom partió a Otterly. Ya habíamos contraído un matrimonio provisorio y, aun así, decidió dejarme, mamá.
– Entonces tiene el deber de desposarte.
– Los hijos de dos personas casadas en esa condición son legítimos.
– Nada puede usurpar a este niño el derecho a la herencia -sentenció Rosamund con dureza-. La última esposa de mi tío Henry Bolton engendró muchos hijos; sólo el mayor era un Bolton legítimo, pero mi tío les dio su apellido a los críos de su mujer. En consecuencia, y mal que nos pese, esos energúmenos son Bolton por ley. Jamás permitiré que pongan un pie en Friarsgate y traten de arrebatarnos nuestras tierras, Elizabeth.
– ¿No me escuchaste, mamá? No quiero volver a ver a Baen MacColl en mi vida.
– No seas ridícula, Elizabeth. Te casarás en la iglesia, como corresponde, para que ninguno de los hijos de Mavis Bolton, si todavía viven o andan cerca, reclamen nuestras propiedades. ¿Cuándo nacerá el bebé?
– En primavera, supongo.
Rosamund respiró profundamente.
– Es preciso saber cuándo nacerá la criatura. Baen se fue a principios de octubre -empezó a calcular frunciendo el ceño-, de modo que para esa fecha ya estabas encinta. Por lo tanto, nos queda agosto o septiembre… -hizo una pausa, fue a buscar a Albert y le dijo: – Traiga a la doncella de la señorita Elizabeth.
– Sí, milady -asintió el hombre. Como se hallaba cerca de las dos había escuchado toda la conversación. Si no lo hubieran elevado recientemente al rango de mayordomo, habría salido corriendo a contárselo a todo el mundo. Pero un hombre de su posición no debía comportarse de esa manera. Así que se limitó a obedecer la orden de la madre de su ama y avisó a Nancy que la requerían en el salón. Supuso que ella debía estar al tanto del embarazo de la señorita Meredith y mantuvo la boca bien cerrada. Una mujer tan discreta sería una excelente esposa para un mayordomo como él.
– ¿Milady? -dijo Nancy haciendo una reverencia a lady Rosamund.
– ¿Te acuerdas cuándo fue la última vez que mi hija tuvo la menstruación?
– Fue a principios de agosto, después de la Fiesta de la Cosecha. Lo recuerdo porque la señorita Elizabeth no se sentía bien, lo que no es habitual en ella. Y el señor MacColl la llevó a su alcoba y me pidió que la cuidara.
– Ajá. Supongo que estarás enterada de lo que pasa.
– Sí, milady -asintió Nancy ruborizada.
– ¿Cuánto hace que lo sabes?
– Hace unos días, milady.
– Gracias, Nancy, puedes retirarte. Deberás velar por Elizabeth durante los próximos meses.
– Sí, milady -dijo la doncella con una reverencia antes de abandonar el salón.
– Logan viajará a Grayhaven lo antes posible y hará los arreglos necesarios con lord Hay.
– Haz lo que quieras, mamá. Por más que lleve un hijo suyo, no pienso casarme con Baen. Él me dejó. Prefirió a su padre y no a mí. ¡Mi hijo nunca hará algo así, mamá!
– No debiste obligarlo a elegir, Elizabeth. ¿No puede amarlos a ambos? Ay, hija mía, eres magnífica como señora de Friarsgate, pero sabes muy poco del corazón de los hombres o de cómo conquistarlos.
– Desde que tengo memoria, Friarsgate es lo único que me ha importado en la vida, mamá. No necesito un marido para administrar mis tierras.
– Tal vez no, pero necesitas un esposo por el bien de tu hijo. No perteneces a la nobleza como tu hermana Philippa, pero tampoco eres una simple lechera ni una campesina. Eres una rica heredera y, por lo tanto, un buen partido.
– Si envías a Logan a negociar con el señor de Grayhaven, de seguro peleará con él para protegerme.
– Entonces le pediremos al tío Tom que vaya con él -decidió Rosamund-. Mañana mismo saldré a buscarlo a Otterly. No le agradará la idea de dejar su refugio acogedor y viajar a Escocia en febrero. Pero lo hará porque ama a su familia, Elizabeth. La familia es lo único que importa en este mundo, querida. Recuérdalo siempre. El niño que llevas en tu vientre merece tener un padre que lo ame tanto como tú.
– ¿Por qué todos decimos "niño"? ¿Y si es mujer?
– La amaremos igual. Albert, ¿quién es el ama de llaves ahora?
– Jane, milady, la prima de Maybel.
– Dígale que me prepare una cama y algo de comer. Y avísele al capitán de los guardias armados que deseo verlo cuando termine de cenar.
– A sus órdenes, milady -replicó Albert haciendo una profunda reverencia.
– No necesito pedirle que mantenga la boca cerrada, ¿verdad, Albert?
– Por supuesto, milady.
– Y asegúrese de que ni Maybel ni Edmund se enteren de que he estado aquí.
– Por supuesto, milady -replicó Albert y luego se retiró.
– Supongo que no le habrás contado nada a Maybel. No le digas nada, y tampoco a Logan, quien sin duda vendrá antes de que yo regrese de Otterly. Le diré todo personalmente. Prefiero estar presente cuando se entere del asunto, Elizabeth, pues temo que se enfade contigo.
– No es necesario que vayas a Otterly, mamá, ni que el tío Tom y Logan hablen con el padre de Baen, pues no me casaré con él. Y no se hable más del asunto -espetó y vació de un trago su copa de vino.
– No pienso discutir el tema contigo. Desposarás al escocés, te guste o no. No me importa que estés enojada o te sientas traicionada. Harás lo que es mejor para Friarsgate porque eres su dueña y mi hija Elizabeth, y conoces tus deberes. Te legué mis tierras por la pasión que sentías por ellas y por tu capacidad para administrarlas. No me desilusiones ahora, comportándote como una chiquilla rebelde.
– Si él me amara de verdad, no me habría abandonado -murmuró la joven.
– Puede ser -acordó Rosamund-, o tal vez se sintió tironeado por las dos personas que más ama en el mundo y la confusión lo llevó a elegir aquello que mejor conoce y le resulta más familiar. El hecho de que sea un hombre tan leal es un buen augurio, Elizabeth. ¿Por qué no acudiste a mí para que te arreglara el matrimonio?
– Porque no soy una niña, mamá.
– En asuntos como este, sí lo eres, aunque seas la dama de Friarsgate. Soy yo quien debe arreglar tu matrimonio.
– Albert colocó un plato humeante frente a Rosamund-. Gracias, Albert.
– Ya he hablado con Jane y el capitán me ha dicho que se reunirá con usted en un rato. ¿En qué más puedo servirle, milady? -preguntó el mayordomo.
– Ha sido muy amable, Albert -agradeció Rosamund.
Después de cenar, habló con el capitán:
– Jock, quiero que la mitad de tus hombres me escolten hasta Otterly mañana.
– ¿Sólo la mitad, milady?
– El camino hasta Otterly es tan seguro como cualquier otro, Jock. Como tendremos que pernoctar en casa de lord Cambridge, no quiero ponerlo en la obligación de cobijar y alimentar a demasiada gente.
– Muy bien, milady. ¿A qué hora desea partir?
– Al amanecer.
El capitán se retiró con una reverencia.
– ¿Estás enojada conmigo, mamá?
– Vamos a sentarnos junto al fuego. -Madre e hija se levantaron de la mesa-. No, no estoy enojada contigo, dulzura. Pero es hora de que hagas las cosas como es debido. Lo amas mucho, ¿verdad?
– ¡No lo amo nada!
– Siempre fuiste una pésima mentirosa, Bessie -rió Rosamund-. No tengas miedo. Negociaremos un contrato matrimonial por el que Baen recibirá solamente aquello que estés dispuesta a darle. Si te ama, como sospecho, no pondrá objeciones. Puede que sea más difícil convencer al padre, pero confío en que Tom y Logan sabrán manejarlo. ¡Ay, hijita! Si me hubieses consultado antes, ya estaría todo arreglado.
– Es que pensé que Baen se quedaría en Friarsgate- replicó Elizabeth con tristeza.
Rosamund le tomó la mano y le dijo con voz calma:
– Sé que debe volver a ganarse tu confianza, pero no se lo impidas tesoro. Si lo hostigas demasiado, puede perderte el respeto -le advirtió acariciándole la mano-. Es un muchacho muy apuesto y vigoroso. Serás tremendamente feliz cuando hagan las paces. Ahora, iré a la cama. Mañana me espera un largo y frío viaje. Buenas noches, querida -se despidió besándole la frente.
Elizabeth se quedó sentada junto al fuego un rato más; luego se levantó y bajó a la cocina. Una criada limpiaba la mesa de madera y otra lavaba una olla en el fregadero de piedra.
– ¿Dónde está el cocinero? -preguntó la dama de Friarsgate.
Las muchachas la miraron sobresaltadas y una de ellas le señaló la despensa con la mirada.
Elizabeth sonrió. Distinguió los sordos gruñidos y la agitada respiración de un hombre gozando con una mujer.
– Díganle al cocinero que prepare a mi madre y a sus hombres una cesta de comida para el viaje. Saldrán al amanecer.
Elizabeth sonrió una vez más y regresó al salón, Reinaba una profunda calma. De pronto, sintió un aleteo en el vientre, como si hubiera tragado una mariposa. Se quedó tiesa, petrificada, los ojos abiertos de asombro. Luego se tomó la panza con un gesto protector y una lágrima comenzó a rodar por su mejilla. ¡Era real! ¡La criatura era real! Tomó una vela y subió las escaleras muy despacio. En la alcoba la esperaba la fiel Nancy.
– Está pálida -le dijo la doncella cuando Elizabeth entró en la habitación-. ¿Se encuentra bien?
– Sentí cómo se movía el bebé -susurró.
– ¡Dios la bendiga, señorita! -rió Nancy- Su madre ya está en la cama. Sigue siendo tan hermosa como cuando vivía aquí. Lávese la cara y las manos antes de que la arrope en la camita. Debe descansar todo lo posible- señaló y se dispuso a guardar las prendas de su ama.
Elizabeth siguió el consejo de Nancy y luego se metió en la cama. A mañana siguiente, cuando despertó, Rosamund ya había partido. Desperezándose lentamente, miró las ventanas. El sol brillaba. Iba a ser un lindo día, y sintió alivio por su madre, que tenía una larga cabalgata hasta Otterly.
Rosamund también estaba contenta por el tiempo relativamente bueno. El frío calaba los huesos pero, al menos, no soplaba el viento. Pasaron varias horas antes de que perdiera la sensibilidad en los dedos de las manos y los pies. Al mediodía llegaron al convento de St. Margaret y escucharon las campanas de la iglesia llamando a misa. Rosamund dudó entre detenerse o no. Su prima Julia Bolton era una de las monjas del convento. Era una mujer de rostro dulce y de una inteligencia brillante.
– ¿Desea que nos detengamos, milady? -preguntó el capitán, que sabía que la prima de la señora de Claven's Carn vivía en el convento.
– No -respondió Rosamund meneando la cabeza-. No podemos perder un segundo. Si fuera verano, me detendría unos minutos, pero quiero llegar a Otterly al atardecer.
Cuando le ofrecieron la cesta de comida, la rechazó alegando que no tendrían tiempo de parar a comer y que, en caso necesario, se arreglarían con los pasteles de avena que llevaban los escoceses. Sólo harían un alto en el camino para dar de beber a los caballos y hacerlos descansar.
Llegaron a Otterly a la puesta del sol. Era un espectáculo grandioso una explosión de rojos, naranjas y dorados. Un mensajero se había adelantado para anunciar el arribo de los visitantes y los estaba aguardando en la entrada del ala de lord Cambridge.
Rosamund desmontó y entró en la residencia. Un criado la condujo al pequeño y encantador salón donde Thomas Bolton y Banon la espiaban ansiosos. El capitán y sus hombres dejaron los caballos en los establos y fueron a comer al salón principal de Otterly.
– ¡Banon, estás preciosa! -exclamó Rosamund abrazándola-. ¡Veo que estás preñada de nuevo! ¿Cuándo nacerá?
– Pronto. ¿Qué es lo que ocurre, mamá?
– ¡Queridísima Rosamund! -Thomas Bolton se puso en medio de las dos mujeres y dio un fuerte abrazo a su prima-. Siéntate, paloma. ¡Por Dios, tus hermosas manitas están heladas! ¡Will, querido, trae el vino antes de que mi prima desfallezca! Banon, pequeña despídete de tu madre. La verás más tarde. Ya es de noche y tu sirviente te está esperando para escoltarte a tu sección de la casa -y le prodigó una tierna sonrisa.
– ¡Oh, tío! Tú entras y sales sin pasar por el exterior y yo tengo que helarme allá afuera. ¿Por qué me haces esto? -Banon estaba disgustada.
– Porque tú y tu bulliciosa prole abusarían de ese privilegio, como lo hicieron antes. Necesito privacidad, tesoro. Ahora, sé buena y vete -replicó acariciándole el hombro y empujándola suavemente hasta la puerta que daba al vestíbulo.
– La tienes dominada por completo, Tom. Siempre quise saber cómo te las ingeniabas para lidiar con Banon -dijo Rosamund y bebió el vino lentamente. Poco a poco fue recuperando la sensibilidad en las manos y los pies. Lanzó un suspiro y comenzó a relajarse.
– No viajaste desde Escocia en pleno invierno solo para hacerme una visita social, querida. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Logan se encuentra bien?
– En estos momentos mi marido está en St. Cuthbert con su hijo John. Tiene la esperanza de que cambie de opinión. De todos modos, el motivo de mi visita no tiene nada que ver con los Hepburn. Se trata de Elizabeth.
– ¿Elizabeth? ¿Está enferma? -preguntó lord Cambridge preocupado.
– Está embarazada. De Baen MacColl.
– Y el muy tonto la dejó -dijo Tom con irritación-. Pero si la ama…
– Se marchó de Friarsgate el mismo día que tú. No sabe nada de embarazo. Ella se enteró hace poco tiempo, tan ocupada estaba con las ovejas, el negocio de la lana y miles de tareas más. Ahora que Edmund ya no está en condiciones de hacer su trabajo, toda la carga recae ella. Cuando se dio cuenta de que estaba encinta, mandó por mí, aunque no alcanzo a comprender por qué, ya que se niega a seguir mis consejos. Philippa y Elizabeth han resultado ser de lo más testarudas en materia de hombres. Recuerdo cómo Philippa aullaba y pataleaba a causa del estúpido incidente con Giles FitzHugh, y después terminó encontrando la felicidad junto a Crispin St. Claire.
– Y se convirtió en condesa -murmuró lord Cambridge.
– Elizabeth nunca será condesa, pero ama al escocés, y él la ama. Sin embargo, insiste en que no será su esposo. La panza aumenta cada día también la furia que siente por Baen. No le perdona que haya elegido a su padre y está empecinada en olvidarlo. ¡Pero yo no permitiré semejante cosa, Tom!
– Estoy absolutamente de acuerdo contigo, Rosamund. Y estoy feliz de verte, pero ¿no podías haberme escrito una carta en lugar de cabalgar hasta aquí con este frío espantoso?
– Necesito tu ayuda, Tom. -Haré cualquier cosa que me pidas.
– ¿Cualquier cosa? -preguntó Rosamund con voz seductora.
– ¡Por supuesto! Cualquier… Oh, Rosamund…
– Te ruego que vayas a Escocia, Tom. Saldrías mañana mismo.
– ¿A Escocia? ¿En esta época del año? ¿Quieres que muera congelado, tesoro?
– No antes de reunirte con el señor de Grayhaven -replicó Rosamund con una sonrisa maliciosa-Si mando a Logan solo para hablar con él, perderá los estribos y acabará peleando con el pobre hombre. Mi marido no podrá hacerlo solo. Te necesita, Tom. Yo te necesito. Tu adorada sobrina te necesita. Además, mi querido, fuiste testigo del romance desde un principio.
– ¿Qué culpa tengo yo de las travesuras de tu hija? -protestó lord Cambridge ligeramente ofendido-. Tus hijas son indomables y lo sabes mejor que yo.
– No respondiste mi pregunta, Tom.
– Debes reconocer que parte de la culpa es tuya, querida. Si no aprobabas a Baen MacColl, ¿por qué no le enseñaste a Elizabeth tus métodos secretos para evitar… eh… bueno… las complicaciones de ciertas travesuras?
– No lo hice porque jamás pensé que se acostaría con él antes del matrimonio. De lo contrario, le habría confiado mi secreto. Pero, de acuerdo, admito mi cuota de responsabilidad, pero ¡tú también tienes la culpa!
– Es que estábamos demasiado preocupados por la felicidad de Elizabeth -admitió lord Cambridge- y se la veía tan contenta cuando estaba con el escocés.
– Entonces irás a Grayhaven, y promete que nunca lamentarás el día en que apareciste en mi familia, Tom. Él lanzó una sonora carcajada.
– Querida, apenas recuerdo los tiempos en que no te conocía y tampoco deseo recordarlos. Nos hemos amado desde que nos vimos por primera vez, y no me arrepiento de nada que haya ocurrido a partir de ese momento. Está bien, iré al norte con tu bello marido y los vigorosos hombres de su clan y cabalgaré en medio de este horripilante invierno. Traeremos de vuelta a Baen MacColl, lo colocaremos frente al altar de la iglesia de Friarsgate junto a Elizabeth, y el padre Mata los unirá en sagrado matrimonio. ¡Ay, no sabes cuánto agradezco a Dios que sea la última de tus hijas! -concluyó con un bufido.
Rosamund se rió y le tiró un beso.
– Gracias, Tom.
– Bien. ¿Tienes hambre? Seguro que sí; fue un largo viaje. Will, ¿te parece que le mostremos la entrada a la casa principal? Suelo cenar con Banon y su familia.
– Si lady Rosamund es capaz de mantener el secreto… -replico Will en tono jocoso.
Thomas Bolton se levantó de la silla y tomó del brazo a su prima para conducirla a la misteriosa galería. Una de las paredes estaba cubierta de ventanas y en la de enfrente colgaban retratos de lord Cambridge, su difunta hermana, sus padres, Rosamund y cada una de sus hijas. Cuando llegaron al extremo más alejado, Thomas Bolton tocó algo en la pared de madera y de pronto se abrió una puerta. La atravesaron y Will la cerró detrás de él.
– Por aquí -dijo lord Cambridge señalando un estrecho corredor que era, obviamente, un pasadizo secreto.
– ¡Tienes una mente perversa, Tom! -exclamó Rosamund mientras oía las risitas ahogadas de su primo.
Tras caminar unos metros, lord Cambridge se detuvo y corrió un pestillo casi oculto. Se abrió una segunda puerta e ingresaron en la mansión de Otterly.
– ¿Notaste algo en la pared? Ese acceso es prácticamente invisible, querida.
– ¡Qué ingenioso!
– Banon es adorable pero es incapaz de controlar a las niñas, como comprobarás con tus propios ojos. ¡Escucha cómo están gritando ahora mismo!
Finalmente, llegaron al salón de Otterly. Las cinco hijas de Banon, cuyas edades iban de nueve a tres, se corrían unas a otras.
– ¡Abuela! -gritaron al unísono al ver a Rosamund y la rodearon como un enjambre de abejas.
– ¡Así que mamá conoce el secreto y yo no! -reprochó Banon a su tío.
– Otterly sigue siendo mío, tesoro -replicó lord Cambridge con calma.
– Perdona, no quise ser grosera, pero sabes que odio los secretos. Y tú pareces disfrutar ocultándome el tuyo.
– Un hombre necesita su privacidad. Cuando tus hijas sean mayores, te revelaré el misterio. Mientras tanto, te ruego aceptes mi decisión en este asunto -dijo acariciándole la mejilla-. Sabes muy bien que eres mi preferida y que por eso te nombré mi heredera.
– De acuerdo -repuso y tomó el brazo de lord Cambridge-¿Por qué vino mamá?
– ¡Niña curiosa! Espera a que ella misma te lo diga, si así lo decide -la retó lord Cambridge dándole golpecitos en el dorso de la mano. Banon se echó a reír.
Robert Neville entró en el salón para saludar a su suegra. Era un nombre tranquilo que amaba a su esposa e hijas. Dejaba que Banon gobernara la casa a su antojo, pues de ese modo podía entregarse libremente a los típicos pasatiempos de un caballero.
– ¡Rosamund, qué agradable sorpresa! -dijo besándole la mano y haciendo una reverencia.
– ¡Gracias, Rob! Disculpa que haya venido a Otterly sin avisar con mayor antelación, pero ha surgido una emergencia familiar que requiere una rápida solución. -Se volvió a sus nietas que estaban peleando por una tontería-. ¡Niñas, basta! Katherine, como hermana mayor, deberías poner un poco de orden en lugar de provocarlas. Esa conducta es inaceptable.
– ¡Es que no me obedecen, abuela! Además, la culpa es de ella, se defendió, señalando a una de sus hermanas.
– ¿Y por qué tengo que obedecerte? -preguntó Thomasina, de ocho años.
– Debes escuchar a tu hermana porque es un año y diez días mayor que tú, si la memoria no me falla -explicó Rosamund y luego se dirigió a Katherine-. Y tú, jovencita, tienes que darles el ejemplo en vez de querer dominarlas por el simple hecho de ser la mayor.
– ¿Acaso mamá y sus hermanas se llevaban mejor que nosotras, abuela? -preguntó Thomasina en un tono impertinente.
– Sí -dijo Rosamund categóricamente-. Ahora, lávense las manos, pequeñas. Esta noche, si lo desean, pueden cenar con nosotros.
Las cinco niñas miraron a su madre, que les hizo un gesto de aprobación, y luego se retiraron a cumplir la orden de su abuela.
– Las invitaste a cenar para no tener que hablar de Elizabeth.
– Te lo contaré todo después de comer.
Banon hizo una mueca de fastidio, pero no cuestionó la decisión de su madre.
Fue una cena maravillosa. Katherine, Thomasina, Jemima, Elizabeth y Margaret Neville exhibieron unos modales exquisitos y, cuando sus padres las enviaron a la cama, dieron el beso de las buenas noches a cada uno de los miembros de la familia y se retiraron sin una queja
– Se han portado excelentemente bien -les dijo Rosamund mientras abandonaban el salón.
Banon se mantuvo en silencio un largo rato hasta que no pudo so portar más la incertidumbre.
– ¿Qué pasó en Friarsgate, mamá?
Rosamund le explicó en detalle todo cuanto había acontecido.
– Jamás imaginé que Bessie fuera tan apasionada. Es peor que yo, mamá cuando me casé con Rob, estaba embarazada de Katherine, pero ambos sabíamos que íbamos a contraer matrimonio. ¿Crees que Logan y el tío Tom lograrán convencer al escocés? ¿Y qué pasa si ella cumple su amenaza y se rehúsa a desposarlo?
– Por una vez en su vida -declaró la madre con firmeza-, tu hermana menor hará lo que se le ordene. Haremos un contrato matrimonial que proteja sus intereses, pero se casará con Baen MacColl le guste o no. El niño necesita un padre y Friarsgate necesita un heredero. Cualquier otro problema lo resolverán entre ellos, querida, pero habrá boda.
– O la furia de Logan incendiará las Tierras Altas -acotó Thomas Bolton-. Ahora, mis palomas, debo retirarme para ayudar a Will a preparar el equipaje. Quiero presentarme ante el señor de Grayhaven con mis mejores galas. Hay que dar una buena imagen de la familia. ¡Buenas noches a todos!
– Dudo que el señor de Grayhaven haya visto alguna vez a un hombre como lord Cambridge -comentó riendo Robert Neville.
– Ni que vuelva a ver otro igual -acordó Banon-. Esperemos que el hombre sobreviva al encuentro con el tío.
– Y que mi marido tolere su compañía -terció Rosamund-. Logan le tiene cariño, pero no termina de entenderlo. Y a Tom le encanta confundirlo.
– Ojalá valga la pena todo este sacrificio. ¿Lo conoces, mamá? ¿Te parece digno de Elizabeth?
– Sí, querida. Estoy segura de que Bessie será muy feliz una vez que se le pase el enojo con nosotros y con ella misma por haberlo dejado partir.