CAPÍTULO 13

Colin Hay, el amo de Grayhaven, miró al hombre que se hallaba frente a él sonriendo de oreja a oreja. Era un dandi vestido a la última moda, con calzones de terciopelo escarlata y medias de seda tejidas en hilos dorados y escarlatas. Llevaba una liga de centelleantes cristales rojos cosidos sobre un lazo dorado en una de sus bien torneadas piernas. La casaca de terciopelo, también del mismo color, tenía mangas acolchadas, un cuello de piel y estaba ribeteada en marta cebellina, en tanto que el cuello y las mangas de la camisa remataban en un volado. El sombrero tenía un ala vuelta hacia arriba y lo coronaba una pluma de avestruz.

– Mi querido señor -dijo la aparición con el tono afectado propio de un aristócrata inglés del norte-, finalmente tengo el placer de conocerlo. -Y le tendió la mano repleta de anillos, recién liberada de un guante adornado con perlas.

Colin Hay tomó la blanda mano y se la estrechó, pues no deseaba ser descortés y no tenía nada contra el caballero, al menos por el momento. Lo sorprendió la firmeza del apretón de manos, insólita en una criatura de esas características.

– Milord -dijo, pensando que el hombre pertenecía indudablemente a la nobleza. Luego deslizó la mirada hacia el compañero del dandi inglés, tranquilizándose al reconocer el atuendo y la actitud de un escocés de la frontera. Y volvió a tender la mano, esta vez a su compatriota.

Logan se la estrechó con fuerza.

– Milord, soy Logan Hepburn, señor de Claven's Carn. Mi compañero es Thomas Bolton, lord Cambridge de Otterly. Estoy casado con su Prima, Rosamund Bolton.

– ¿Es de Friarsgate? Bienvenidos a Grayhaven, entonces. Vengan y siéntense junto al fuego, caballeros.

– Con gusto -replicó lord Cambridge, acercándose al hogar-. El clima en estas comarcas no es generoso con los viajeros, querido señor. Por lo menos dos veces pensé que moriría congelado. Si el asunto que nos trae aquí no fuera de la mayor importancia, estaría a salvo en casa catalogando los libros de mi biblioteca.

– ¿Por qué han hecho semejante viaje en pleno invierno? Coincido con lord Cambridge. Esta es la peor época del año para viajar.

– ¿Dónde está su hijo? -inquirió Logan, abruptamente.

– ¿Cuál de ellos? Tengo tres.

– Baen. Baen MacColl.

– Está con las ovejas y volverá al atardecer, cuando se asegure de que los pastores y los rebaños estén a cubierto durante la noche. El pobre ha emprendido una batalla perdida de antemano. Las ovejas ya no prosperan en Grayhaven. Al principio lo hicieron y pensamos que era una buena idea, pero luego comprobamos que no era así. Baen está muy decepcionado. Si desean venderle más ovejas, entonces han viajado en vano, me temo.

Thomas Bolton sonrió.

– Hay solo una ovejita que él debe adquirir, lo quiera o no. Pero la compra le resultará harto provechosa, se lo aseguro, señor.

– ¡Tom! -exclamó Logan escandalizado-. No puedes tomar a broma un asunto de tanta gravedad.

– ¿Qué ocurre, pues? No necesitan la presencia de mi hijo para decirme de qué se trata.

– Es mejor que él esté presente-replicó lord Cambridge con seriedad-. De ese modo, no habrá necesidad de repetir el relato dos veces. ¿Podría mandar a buscarlo? Falta mucho para el anochecer, querido señor.

– Sí, que venga ya mismo, así aclaramos las cosas de una vez por todas -exigió Logan Hepburn.

– Aunque más no sea para satisfacer mi curiosidad -repuso Colin Hay. Luego, dirigiéndose a un sirviente, ordenó-: Busca a Baen y dile que se presente en el salón lo antes posible.

El hombre hizo una reverencia y partió a toda prisa.

– Por casualidad, ¿no tendría un poco de queso? No probamos bocado desde el alba, cuando nos dieron por desayuno unas galletas de avena secas, seguramente escondidas durante años en la alforja de algún miembro del clan. Sabían a cuero viejo -dijo lord Cambridge, escociéndose ligeramente y bebiendo un sorbo de vino.

– Ya es la hora del almuerzo. En invierno, la comida principal se sirve al mediodía, pues, salvo Baen, pocos se aventuran a salir a la intemperie ¿Vienen ustedes de lejos?

– De Claven's Carn, en las fronteras occidentales -dijo Logan.

– Y yo de Otterly, que queda a una considerable distancia de aquí -agregó Thomas Bolton.

– Debe de ser un asunto muy importante o no hubiesen viajado desde tan lejos y con este tiempo -comentó Colin Hay, preguntándose por qué deseaban hablar solamente en presencia de Baen. Si su hijo hubiese preñado a una criada, no se habrían molestado en venir. Luego se acordó de la dama de Friarsgate. Cuando el muchacho hablaba de ella -lo que hacía en raras ocasiones, pues desde su regreso de Inglaterra se había mostrado taciturno- se le iluminaban los ojos. ¿Cuál era su nombre? No podía recordarlo, o tal vez nunca lo había sabido.

Al cabo de una hora Baen apareció en el salón de su padre.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó al entrar. Luego vio a Thomas Bolton y a Logan Hepburn y empalideció-. ¡Elizabeth! ¿Le ha ocurrido algo a Elizabeth? -inquirió con voz ahogada.

– ¡Querido, querido muchacho! -exclamó lord Cambridge abrazando efusivamente a Baen-. Es una delicia volver a verte, aunque hubiera preferido hacerlo en un clima más cálido.

– Tom, ¿le ha ocurrido algo a Elizabeth? -repitió el joven.

– No, querido, goza de perfecta salud, dadas las circunstancias -repuso con una sonrisa irónica.

– ¡Está embarazada y es tu hijo quien le abulta el vientre! -le espetó Logan sin rodeos-. Por lo tanto, volverás a Friarsgate y cumplirás con tu deber.

– No puedo -respondió Baen angustiado.

– ¿Y por qué no puedes? -le preguntó Logan a punto de estallar de furia.

– Le debo fidelidad a mi padre.

– ¡Mi hijastra no es una criada sino la dama de Friarsgate, y ese niño heredará sus tierras! ¡No puedes abandonarla, Baen MacColl no lo permitiré!

– Tampoco yo -terció de pronto el amo de Grayhaven-¿Acaso me estás diciendo, pedazo de tonto, que dejarás a esa muchacha a causa de tu lealtad hacia mí? ¿Cómo se te ha ocurrido una idea tan estúpida? -le dio una palmada en la cabeza y agregó-: ¿La amas?

– Nos casamos de manera provisoria. ¿Eso no es suficiente?

Su padre le dio otra palmada.

– Respóndeme, cabeza de chorlito: ¿la amas?

– Sí, papá, pero…

– Entonces te casarás formalmente por la Iglesia y le darás un apellido a mi nieto. No engendrarás un bastardo, como hice yo. Te amo, Baen, pero no hay nada para ti en Grayhaven. Especialmente ahora, cuando nos va mal con las ovejas. ¿Por qué no deberías tener una esposa, hijos y un hogar propios? Si estuviera viva, Ellen se alegraría tanto como yo. Serás el señor de una magnífica propiedad, hijo mío.

– No -dijo Logan Hepburn-. Será el esposo de la dama de Friarsgate y nada más. Sólo el padre del heredero, a menos que ella se lo permita. No le mentiré, lord Hay. Elizabeth está muy enojada con Baen por haberla dejado, al punto de que estaba dispuesta a criar sola a su hijo. En suma, Friarsgate pertenece a la dama, aunque se case con ella.

– Comprendo -repuso Baen.

– Yo no -dijo su padre-. ¿Quién administra ahora las tierras de la muchacha?

– Elizabeth se ha hecho cargo de Friarsgate desde los catorce años -explicó lord Cambridge-. Y administra las tierras con eficacia, tal como lo hizo su madre antes de casarse con el querido Logan. Jamás pensó en ceder el control de su propiedad a un marido. Y Baen lo sabe.

Y como, según él, no piensa compartir con nadie la lealtad hacia usted, procuró no sucumbir a la atracción que experimentaba por mi adorable sobrina. Pero Elizabeth es una muchacha muy testaruda, lord Hay deseaba a su hijo y lo sedujo descaradamente.

– ¿Lo sedujo? -preguntó el amo de Grayhaven con incredulidad, y luego comenzó a reír-. Al parecer, es una joven lista y de genio vivo

Y un hombre engendra hijos fuertes en una muchacha así. Ahora bien continuó en un tono serio-, si él se casa con ella, ¿qué papel desempañará en Friarsgate?

– Será el esposo de la dama, una posición muy respetable, milord. No obstante, ella le concederá el cargo de administrador de Friarsgate como parte del contrato matrimonial. Hasta hace poco, su tío abuelo cumplía esa función, pero lamentablemente ya no puede hacerlo, pues ya es muy anciano.

– ¿Por qué la dejaste? -le preguntó Colin Hay a su hijo.

– Fue la decisión más difícil de mi vida, papá, pero mi lealtad hacia ti es incuestionable y no puedo compartirla con nadie. Me has amado y me has tratado tan bien como a tus hijos legítimos. Te debo la vida, papá. Tú me enseñaste lo que significan el deber y la lealtad.

Los ojos verdes de Colin Hay se llenaron de lágrimas, pero no iba a permitirse tamaña debilidad y, con impaciencia, se las secó con el puño. Acto seguido, se dirigió, furioso, a Baen:

– ¡No me debes nada, tonto! Un hombre ama a sus hijos y hace todo lo que puede por ellos. Obligarte a contraer matrimonio con esa muchacha de quien estás enamorado es lo mejor que puedo hacer por ti. Sabes que aquí nada te pertenece. Jamie y Gilly están primero. Y, como van las cosas, no creo que hereden mucho. No puedes rehusarte a este casamiento.

– Pero me convertiré en un inglés.

– No -dijo Logan Hepburn en un tono más amable-, serás un fronterizo, muchacho. Y aunque los escoceses robamos las vacas y las ovejas de los ingleses cuando podemos, y viceversa, un fronterizo es un fronterizo, no importa cuál de los lados de esa línea invisible considere su hogar. No somos totalmente ingleses ni totalmente escoceses. El viento sopla desde una dirección diferente en la parte occidental de la frontera.

– En su condición de esposo de la dama y de administrador, deben respetar y obedecer a mi hijo. No quisiera que sufriese ninguna humillación.

– Baen ya goza del respeto de los habitantes de Friarsgate -repuso el señor de Claven's Carn.

– Ruego a Dios que la guerra no nos separe -murmuró el amo de Grayhaven. Luego, dirigiéndose a Baen, agregó-: Quiero que regreses a Friarsgate y te cases con la señorita. Quiero que hagas por tu hijo lo que yo no pude hacer por ti. Dale un nombre a mi nieto. Y si en verdad deseas complacerme, acepta llevar mi apellido de ahora en adelante.

– No me disgusta llamarme Baen MacColl.

– Pues ahora serás Baen, el hijo de Colin Hay, y no el bastardo de ningún anónimo Colin.

Baen asintió lentamente con la cabeza.

– Siempre me sentí orgulloso de ser tu hijo, papá. Y supongo que en Inglaterra Hay será un apellido más apropiado para mis niños que MacColl. Si logro recuperar el amor de Elizabeth, te prometo que tendrás más de un nieto en Friarsgate.

– Entonces, regresa allí con mi bendición. ¡Y no olvides llevarte esas malditas ovejas antes de que me las coma!

– ¡Papá! Esas no son ovejas para comer -protestó Baen.

– Todas las ovejas son para comer-repuso el amo de Grayhaven lanzando una carcajada.

En ese momento, los dos hijos legítimos de Colin Hay entraron en el salón. La apariencia de lord Cambridge los dejó boquiabiertos. Nunca habían visto a nadie vestido con tanto lujo. Thomas Bolton, por su parte, les dedicó una mirada apreciativa. Evidentemente eran dos jóvenes muy apuestos, aunque algo rústicos para su gusto.

– Vengan, muchachos, y les presentaré a lord Cambridge y al señor de Claven's Carn. Y feliciten a su hermano, pues se casará muy pronto.

James y Gilbert Hay prorrumpieron en exclamaciones en las que se mezclaban la alegría y la sorpresa.

– Con la inglesita, ¿no es cierto? -dijo James.

– Sí -replicó Baen con voz calma.

Sus hermanos menores intercambiaron una mirada de complicidad, pero prefirieron no decir nada en presencia de los huéspedes.

– Tan pronto como reúna su rebaño volverá a Inglaterra. Las ovejas serán su dote -les informó el amo de Grayhaven.

Al oír esas palabras, los dos se desternillaron de risa. La preocupación de su hermano por las ovejas siempre les había causado gracia.

– Les agradezco a ambos sus buenos deseos -dijo Baen en un tono seco.

– Si te llevas las ovejas, ¿qué les serviré a los huéspedes el día de mi boda con Jean Gordon? -le preguntó James, muerto de risa.

– Deja que los Gordon se ocupen del asunto. Además, la boda se celebrará dentro de unos años, cuando la novia crezca. Al menos, la mía es una mujer hecha y derecha -repuso con sorna.

– Y con un niño en el vientre -intercedió Gilbert, incapaz de refrenar la lengua, pese a la furiosa mirada de su padre. A su juicio, el único motivo que justificaba la presencia de esos caballeros en Grayhaven y en pleno invierno, no era sino la preñez de la muchacha, pero Baen se rió ante el sarcasmo de su hermano menor.

– Sí-admitió-, pero nos desposamos provisoriamente este verano, Gilly. Ahora volveré a Friarsgate con la bendición de mi padre a fin de casarme con ella por la Iglesia.

– ¿Regresarás a Grayhaven?

– No. Debo administrar las tierras de Elizabeth y no tendré tiempo de retornar a Grayhaven. Mis obligaciones con respecto a Friarsgate me lo impedirán.

– Entonces, ¿no volveremos a verte? -murmuró Gilbert, acongojado.

– Puedes visitarme, Gilly. Papá te ha prometido en matrimonio a Alice Gordon, la hermana de Jean, y ella es una niñita que hasta no hace mucho usaba pañales. Ya tendrás tiempo de viajar, y los Hay de Grayhaven siempre serán bien recibidos en Friarsgate, ¿no es cierto, caballeros? -dijo, dirigiéndose a Tom y a Logan.

– Sí -contestó el señor de Claven's Carn sonriendo-. Los escoceses son siempre bien recibidos en Friarsgate. A menos, por supuesto, que lleguen en manada y sin invitación previa.

Todos festejaron la ocurrencia. James Hay se acercó a su hermano mayor y le dio un fuerte abrazo. En el fondo, lo aliviaba saber que Baen tendría un futuro y partiría muy pronto. Su padre siempre se había preocupado por encontrar un lugar para él. Ahora sería el administrador de Friarsgate, de modo que se alegraba de la buena suerte de su hermano. Y no sentiría tristeza alguna cuando se fuera de Grayhaven. Gilly, en cambio, lo echaría de menos, porque siempre había admirado a su hermano mayor. No al heredero de Colin Hay, sino a Baen MacColl. Por cierto, James también lo quería pero jamás pudo comprender por qué, pese a ser el heredero, el preferido de su padre no era él sino Baen.

– Te deseo lo mejor -le dijo con una amplia sonrisa, pensando que la partida de su hermano le sacaba un gran peso de encima y, al mismo tiempo, arrepintiéndose de albergar semejantes pensamientos.

Pasarían varios días antes de que Baen estuviera listo para abandonar Grayhaven. Marzo había comenzado y el tiempo era desapacible y húmedo. Colin Hay le proporcionó un carro cubierto para transportar los pocos corderos nacidos el mes anterior. Todavía eran demasiado pequeños para viajar con el rebaño y los caminos aún estaban cubiertos de nieve. No era la mejor época del año para trasladar a los animales, pero Baen estaba ansioso por retornar a Friarsgate y encontrarse de nuevo con Elizabeth.

El amo de Grayhaven releyó el contrato matrimonial. No le complacían en absoluto los estrictos términos impuestos por Elizabeth a su futuro esposo. Baen no tendría derecho a la propiedad, pues en caso de morir ella en el parto, su madre volvería a heredar las tierras. Si Elizabeth moría luego de parir a un heredero o a una heredera, la finca le correspondería a la criatura, cuya legítima tutora sería la abuela materna. Y si el niño fallecía, Friarsgate le pertenecería a Rosamund Bolton y no a Baen MacColl. Elizabeth lo había nombrado su administrador, pero todas las decisiones que se tomasen con respecto a Friarsgate debían ser aprobadas por ella. Como esposo y como administrador de la propiedad, gozaría de una posición respetable y recibiría una pequeña porción de las ganancias en moneda. Eso era todo.

– ¡Qué contrato! -exclamó Colin Hay, dirigiéndose a Logan y a lord Cambridge-. ¿Lo han leído? Evidentemente, no es una mujer fácil.

– Las mujeres de Friarsgate son propietarias natas en lo concerniente a sus tierras -replicó Logan.

– Elizabeth lo ama -intervino Thomas Bolton-, Confíe en mí, querido señor. Ella terminará por ceder y ese contrato será reescrito.

– ¿Por qué está tan enojada con mi hijo?

– En realidad, está enojada consigo misma. Elizabeth se jacta de ser una persona desapasionada y lógica. Pero se enamoró y cometió el error fatal en el que a menudo incurren los enamorados, especialmente las mujeres, pedir a su amante que elija entre su persona y alguien más, a quien también ama. En este caso, usted. Fue una tontería, por cierto. Después, cuando Baen la abandonó, ella cayó en la cuenta de que se había comportado como una cabeza hueca, pero el mal ya estaba hecho.

– Según hemos conversado, lord Cambridge, su madre habría aprobado el matrimonio, de haberlo negociado conmigo -dijo el amo de Grayhaven-. Ahora bien, ¿por qué no le encontraron antes un marido? ¿Qué pasa con la muchacha?

– A Elizabeth no le pasa nada -intervino Baen.

– Pero ¿por qué no se ha casado todavía?

– Porque es tan cabeza dura como su hijo -respondió Logan Hepburn-. Y no quiere compartir su autoridad con un marido. Sus hermanas encontraron esposos en la corte, y allí la enviamos el año pasado. Pero ella desea a un hombre que pueda amar Friarsgate, trabajar a su lado y que no trate de arrebatarle la propiedad. Y ese hombre es Baen MacColl.

– ¿Estás dispuesto a firmar el contrato matrimonial? Los términos no te favorecen.

– Lo firmaré. La amo y la amaré por siempre. Con la bendición de Dios, Elizabeth finalmente me perdonará por haberla abandonado.

– Pero, antes de partir, quiero que se celebre un matrimonio por poder. De ese modo sabré que mi hijo está protegido, en cierta medida.

– ¡De acuerdo! -dijo Logan Hepburn-. En ese caso, todo lo que necesitaremos será la bendición del padre Mata en el presbiterio de la iglesia.

– ¡Yo seré la novia! -exclamó maliciosamente lord Cambridge-. Siempre quise ser la novia -gorjeó.

Colin Hay lo miró con recelo, pero Logan, acostumbrado a las excentricidades de Thomas Bolton, se echó a reír.

– Desde luego, Tom. Y serás una novia encantadora, no tengo la menor duda. Cuando se le pase el enojo, Elizabeth se sentirá complacida y agradecida.

– Elizabeth no debe saberlo -dijo Baen con serenidad.

– ¿Qué? -exclamaron al unísono Colin Hay y Logan Hepburn, Perplejos ante sus palabras.

Pero lord Cambridge comprendió de inmediato.

– Ah, conoces muy bien a tu novia, querido muchacho. Mis labios permanecerán sellados, a menos que cambies de parecer a ese respecto

– Pues yo no lo entiendo -dijo el amo de Grayhaven.

– Ni yo -admitió Logan Hepburn-. ¿Qué tontería es esa, Baen?

– La decisión de casarse conmigo debería tomarla Elizabeth, no ustedes. Si acepto un matrimonio por poder en Grayhaven es para protegerme y para que mi padre y mis hermanos puedan participar en el evento. Pero no quiero que piense que la hemos obligado a desposarse. Es la dama de Friarsgate y siempre ha guardado una cierta dignidad. Consentirá en casarse conmigo, pero debe hacerlo por propia voluntad y no porque no le queda otro remedio.

– Hay que domar a la muchacha lo antes posible, Baen, o no tendrás paz en tu casa -replicó Logan Hepburn con la tácita aprobación de Colin Hay.

– ¿Alguna vez pudo domar a Rosamund Bolton? -le preguntó el joven con ironía.

– ¡Eso es diferente! -protestó Logan.

– Elizabeth es hija de Rosamund y, como dice el refrán, de tal palo tal astilla. Pero habrá paz en mi casa, como hay paz en la suya.

– Tienes razón, muchacho -dijo sonriendo el señor de Claven's Carn.

– Lo sé -replicó Baen, y luego se dirigió a su padre-: Que venga el sacerdote de inmediato, y podré partir dentro de dos días. Estoy ansioso por regresar a Friarsgate y el viaje no será fácil.

El padre Andrew llegó al día siguiente y, tras atestiguar la firma del contrato de matrimonio, llevó a cabo la ceremonia. Lord Cambridge, resplandeciente en sus vestiduras color escarlata, representaba a la novia. El amo de Grayhaven dio una pequeña fiesta en honor del casamiento que acababa de celebrarse. Una vez sentados a la mesa -Thomas Bolton a la derecha del dueño de casa y Logan Hepburn y el padre Andrew a su izquierda- se dedicaron a observar a los tres hijos de Colin Hay, que bailaban alegremente al son de las vivaces melodías interpretadas por el gaitero. Cuando llegó la noche y los huéspedes se retiraron, Colin Hay y su primogénito permanecieron en el salón sentados junto al fuego.

– No volverás a Grayhaven, querido Baen -dijo su padre con tristeza-Lo sé.

– Estoy orgulloso de ti, aunque seas un tonto cabeza dura. Podrías haber sido feliz con tu novia estos últimos meses, pero tuviste que volver a casa. ¿Y por qué? ¿Por tu padre? ¿El hombre que recién supo de tu existencia cuando ya eras casi un adolescente? Nunca entendí por qué tu madre nunca me lo dijo, ni la razón por la que se casó con Parlan Gunn, ese miserable que no fue capaz de reconocerte como propio y darte su apellido. Bueno, peor para él, pues se perdió un hijo maravilloso.

– Se casó con Parlan para complacer a sus padres. Ellos arreglaron el matrimonio. Eran pobres y él parecía satisfecho con la escasa dote aportada por mamá, que, además, estaba embarazada, de modo que lo consideraron un buen hombre.

– Recuerdo el día que golpeaste a mi puerta. Estabas flaco como un palo y vestido con harapos. Pero cuando me dijiste el nombre de tu madre, supe que eras mi hijo y jamás lo puse en duda -dijo Colin Hay con los ojos llenos de lágrimas-. Recuerdo que retrocediste cuando te tendí los brazos para darte la bienvenida e invitarte a entrar. -El amo de Grayhaven acarició la cabellera de Baen, tan oscura como la suya-. La pasamos bien juntos, ¿no es cierto, hijo mío?

– Te echaré de menos, papá, y echaré de menos Grayhaven.

– Te quedarán los recuerdos. Atesóralos, pues sólo te pertenecen a ti. Con el correr del tiempo tendrás nuevos recuerdos. Friarsgate es un lugar muy hermoso, según me has dicho.

– ¡Oh, sí! Está rodeado de colinas y tiene un gran lago frente a la propiedad. Sus praderas son las más verdes que he visto. Y hay paz. Una maravillosa y dulce paz lo envuelve todo.

– Lo describes como si fuera tu propio hogar-advirtió Colin Hay.

– Así es, papá.

– Entonces, es allí adonde perteneces, muchacho. No a Grayhaven sino a Friarsgate, junto a la mujer que te ama y rodeado de tus hijos. -¿Vendrás a visitarnos algún día, papá? Colin Hay meneó lentamente la cabeza.

– No, hijo. En mi juventud, serví al conde de Errol. Y aunque frecuentar la corte del rey era apasionante, extrañaba terriblemente a Grayhaven. Cuando volví, me juré no abandonar nunca más mis tierras. Todo cuanto tengo está aquí. Suelo visitar al viejo Glenkirk, a quien conocí cuando estuvo en la corte con sus hijos durante un brevísimo lapso. Le agrada hablar de los viejos tiempos, como a la mayoría de los ancianos.

– ¿Hijos? Pensé que el conde tenía uno solo, lord Adam.

– También tenía una hija. Quise casarme con ella y le rogué a mi padre que arreglara el matrimonio, pero para entonces ya se habían ido a Europa, pues el conde era el embajador del rey Jacobo en San Lorenzo. Es una larga historia -concluyó con una sonrisa-. No, no iré a Inglaterra, Baen, y tú no regresarás al norte, lo sé. Debemos decirnos adiós esta noche, hijo mío. Durante veinte años estuviste a mi lado y me acongoja saber que no pude darte nada, excepto mi amor y mi respeto. Todo lo demás le pertenece a Jamie porque es el primogénito legítimo.

– Se lo merece, papá. Es un buen hijo, al igual que Gilly. Te echaré de menos, pero me reconforta saber que mis hermanos cuidarán de ti.

– Hablas como si fuera un viejo decrépito -se quejó el amo de Grayhaven.

– Ya has pasado los cincuenta -replicó Baen con ironía

– Sí, pero aún puedo apreciar a una linda moza y darle placer, muchacho. Ojalá te ocurra lo mismo cuando llegues a mi edad -dijo sonriendo con picardía-. Y ahora háblame de Elizabeth Meredith.

– Es una muchacha alta, delgada y con buenas curvas. Su cabello es dorado y sus ojos son verdes con reflejos plateados. Tiene la nariz pequeña y recta. Y una boca hecha para besar. Es sensata y su gente la adora. Ama sus tierras con tanta pasión que me sentiría celoso si no supiese que me ama en igual medida. Pero es tozuda y más decidida que cualquiera que haya conocido. Y es capaz de criar a un hijo por sí sola, pues no le teme a nada ni a nadie, salvo, quizás, a Dios todopoderoso.

– Nunca la conoceré y lo lamento. Pero si es tal como la describes, entonces la joven vale la pena. Por tu voz me doy cuenta de cuánto la amas. Sin embargo, no permitas que te desautorice. Esas cosas matan el amor.

– Llevará tiempo recobrar su confianza -dijo Baen, pensativo-. Aunque su cariño por mí no ha variado, espero.

– Pronto lo sabrás. Pero, para bien o para mal, ella es ahora tu esposa -Colin Hay se incorporó de la silla-. Es tiempo de irme a la cama, hijo.

– ¿Nos despediremos por la mañana? Partiremos al alba, papá.

– Sí, te diré adiós por la mañana.

Baen lo miró alejarse, suspiró y se encaminó a su vez al dormitorio que compartía con sus hermanos. Faltaban pocas horas para el amanecer.

Cuando Jamie sacudió a Gilly con el propósito de despertarlo, le pareció que acababa de poner la cabeza en la almohada y se levantó del lecho gruñendo.

– Baen se va y quizá no lo volvamos a ver. ¿O acaso no piensas despedirte de él? ¡Levántate de una buena vez, maldito dormilón!

Baen los escuchaba reñir mientras se lavaba y se afeitaba la cara. A Elizabeth le gustaba que estuviera siempre bien afeitado. Se moría de ganas de verla, pero le esperaba un largo viaje. Se pasó el peine de madera por sus indómitos rizos y se vistió con ropas abrigadas, pues cabalgarían toda la jornada y quién sabe dónde pasarían la noche. Luego, seguido por sus hermanos, bajó las escaleras a las apuradas y entró en el salón.

Después de desayunar, se les unió el amo de Grayhaven, vestido en traje de montar, y anunció que los acompañaría hasta el límite de sus tierras.

– Entonces preparémonos para partir -repuso Baen, emocionado al saber que su padre cabalgaría con él-. Me ocuparé de poner los corderos en el carro.

– Te ayudaré -dijo Gilbert Hay

Varios pastores los acompañarían hasta la frontera. Pero antes enviarían a un mensajero de modo que, cuando llegasen, los hombres de Friarsgate los estuviesen esperando para encargarse de las ovejas.

Baen se despidió efusivamente de sus hermanos.

– Ahora puedes estar seguro de que todo te pertenece -murmuró al oído de James.

– ¿Por qué lo dices?

– Porque habría sentido lo mismo si hubiera estado en tu posición De haberme quedado aquí, siempre le habría sido fiel a mi padre, y luego a ti, su legítimo heredero.

– Eres un buen hombre, y aunque nunca dudé… -empezó a decir James, pero luego se interrumpió.

Baen asintió con la cabeza y se volvió hacia su hermano menor.

– Jovencito, espero que te comportes como es debido; obedece a nuestro padre y a James, siempre y cuando su consejo sea atinado. Trata de no esparcir tu semilla por toda la comarca, pues sé cuánto te gustan las muchachas y supongo que a esta altura de los acontecimientos ya habrás sido padre varias veces.

– ¡No quiero que te vayas! -dijo Gilbert con voz apagada.

– Ven a visitarme a Inglaterra -repuso Baen abrazándolo con fuerza.

Gilbert Hay asintió y, dándole la espalda, echó a correr para que no lo viesen llorar. James observó al grupo mientras se alejaba y sonrió a Baen cuando este se volvió para saludarlo.

Se acercaba la primavera y el tiempo era bueno. Después de varios días de viaje dejaron atrás las Tierras Altas. No había nieve y, por lo tanto, nada les impedía avanzar, aunque en una ocasión se vieron obligados a cabalgar durante horas envueltos en una gélida niebla. Ese día lord Cambridge no se mostró tan divertido como de costumbre. Al llegar al límite de sus tierras, Colin Hay se despidió de su hijo por última vez, con lágrimas en los ojos. Luego espoleó la cabalgadura y se alejó en dirección opuesta. Nunca volvería a hablar con nadie del primogénito que había engendrado con la hija de un pobre jornalero, una tarde de verano, sobre una pila de fragante heno. "Estarías orgullosa de él, Tora", murmuró suavemente mientras se alejaba a galope tendido.

Los viajeros tuvieron la suerte de albergarse en lugares confortables, pernoctando sólo en conventos o en granjas. Las generosas donaciones, entregadas de antemano, les aseguraban recibir una cálida bienvenida y mantener los rebaños a resguardo. Cada noche debían tomarse el trabajo de sacar a los corderos del carro. Los animalitos salían en estampida, balando en busca de sus madres, y cuando las encontraban se prendían, dichosos, a las maternas ubres.

Habían partido desde el este de Escocia y ya estaban en el oeste, no muy lejos de la frontera con Inglaterra.

– ¡Estas son mis tierras! -exclamó de pronto Logan una tarde mientras cabalgaban.

– ¿Cómo puedes distinguir unas tierras de otras, querido muchacho, si todas son el mismo infierno? -preguntó lord Cambridge. Esa había sido la peor de sus aventuras y juró para sus adentros no volver a emprender ningún viaje, salvo alguna visita ocasional a Friarsgate.

Nunca en su vida se había sentido tan sucio ni de sus ropas había emanado semejante hedor-. ¿Eso significa que estamos cerca de Claven's Carn? -inquirió esperanzado.

– Sí. Llegaremos al anochecer -sonrió Logan Hepburn. Rosamund, su apasionada y adorable esposa, lo estaría esperando. Esa noche dormiría, finalmente, en su propia cama, libre de las chinches, pulgas y piojos que lo habían devorado durante el viaje. Prefería los meses cálidos, cuando era posible dormir en el páramo sobre la suave hierba o en los aromáticos brezales, en vez de pasar la noche en lechos infestados por toda clase de alimañas.

Le hizo una seña a uno de sus hombres y le ordenó avisarle a Rosamund que llegarían a la hora de la cena. Luego se dirigió a Baen:

– Mañana viajaremos a Friarsgate. Los pastores vendrán después. Es preciso que tú y Elizabeth resuelvan sus problemas lo antes posible. El niño debería nacer en un hogar feliz.

– Con su permiso, una vez llegados a Claven's Carn mandaré de regreso a los hombres de mi padre.

– Sí, es una idea más práctica que cambiar la guardia en la frontera -coincidió Logan.

– ¿Le enviaste un mensajero a la querida Rosamund? -preguntó lord Cambridge.

– Cenarás espléndidamente, Tom, y tendrás una cama confortable donde dormir.

– Es mejor que no sea demasiado confortable o jamás me levantare ¡Quiero volver a Otterly de una vez por todas!

– Pero ahora estás mucho más cerca de Otterly que antes – mentó Baen risueño-. Unos pocos días más y podrás descansar san y salvo, en tu nido. Espero que nos invites a visitarte pronto.

– No demasiado pronto -repuso lord Cambridge con mordacidad-. Me llevará semanas recuperarme de esta aventura. Pero he puesto mi grano de arena en cuanto a convencer a tu querido y honorable padre de las ventajas de casarte con Elizabeth. Y fui una novia deliciosa, no lo niegues, aunque, lamentablemente, nadie se enterará. Un vez más le he hecho un gran servicio a mi adorada prima Rosamund resolviendo el problema de la menor de sus hijas. Por si no lo sabes, soy el mejor desfacedor de entuertos de toda Inglaterra.

Sus dos compañeros se echaron a reír y Thomas Bolton no tardó en imitarlos. Se sentían mucho más distendidos ahora que el viaje estaba por llegar a su fin. Dentro de unos pocos días todo se habría arreglado.

El sol ya se había puesto cuando arribaron a la propiedad. Encerraron a las ovejas en un corral y los corderos encontraron a sus madres antes de que los hombres entrasen en la residencia y se dirigiesen al salón con paso cansino. Al ver a su padre, los hijos de Logan corrieron a saludarlo.

Rosamund salió a recibirlo con una sonrisa de placer en su bello rostro. Caminó directamente hacia su marido y, tomándole la cara entre las manos, le dio un cálido beso.

– Bienvenido a casa, milord. Has tenido éxito, por lo que veo, y me has traído un nuevo yerno.

Luego abrazó a su primo y lo besó en la mejilla.

– ¡Gracias, querido Tom!

– No tienes idea de lo que hemos pasado para lograr que esta historia tenga el final feliz que se merecen sus protagonistas, mi ángel. Estoy cansado, estoy sucio y estas ropas hediondas serán pasto de las llamas en cuanto me las saque. Pero sí, hemos tenido éxito y hemos traído el novio a casa -dijo lord Cambridge, besándola en ambas mejillas y mirándola con una sonrisa satisfecha.

Rosamund se volvió hacia Baen.

– ¿La amas?

– Sí -repuso el joven sin vacilar-, la amo desde el momento en que la vi.

– Bien; deberás ser paciente para hacer razonar a mi hija, al menos hasta que se le pase la furia provocada por tu partida. Ella nos prohibió intervenir, pero yo no permitiré que mi nieto sea bastardo.

– El niño será legítimo, como corresponde.

– ¿Entonces estás convencido de que has engendrado un varón? -dijo Rosamund, risueña.

– Los Hay solemos engendrar varones, señora.

Rosamund lanzó una carcajada y luego agregó:

– ¿Ya no te llamas MacColl?

– Mi padre me pidió que llevara su apellido y yo acaté su deseo.

– Baen Hay es un nombre más apropiado para un fronterizo, aunque algunos pueden llamarme MacColl.

– Tu padre se comportó con mucha sensatez -admitió ella.

Los sirvientes aparecieron con la comida y Rosamund condujo a los hombres a la mesa. Cuando terminaron de devorar la apetitosa cena, Rosamund se levantó y, acercándose a su primo, le susurró algo al oído. Una radiante sonrisa se dibujó en el rostro de Thomas Bolton, que la abrazó y abandonó el salón.

– ¿Sé puede saber qué le dijiste? -preguntó Logan.

– Que lo aguardaba una bañera con agua caliente y ropa limpia. Tal vez no sea de su agrado, porque no es demasiado elegante, pero está limpia.

Logan y Baen comenzaron a reír, mas la risa les duró poco.

– Y cuando Tom haya terminado con sus abluciones, le tocará el turno a Baen y luego a ti, mi querido Logan. No van a infestar mis camas con sus pulgas. Además, les lavaré la cabeza. Y ahora debo ir a ocuparme de Tom.

– De modo que la amas -murmuró Logan-. Eso te facilitará las cosas, pues las mujeres de Friarsgate son testarudas y decididas. No tiene sentido discutir con ellas.

– Se parecen a Ellen, mi madrastra. Papá la adoraba, aunque de vez en cuando se enredase con otras.

– No se le ocurra seguir su ejemplo.

– No. Papá se casó con Ellen para tener hijos. Yo amo a Elizabeth Meredith con toda mi alma.

– Me alegra que lo digas. Elizabeth era una niñita cuando me casé con Rosamund. Y como ella no recuerda a su padre y yo sólo engendré varones, la considero mi propia hija y quiero que sea feliz.

– También yo, pero me llevará tiempo recuperar su confianza. Ahora sé que me he comportado como un tonto.

– Así es muchacho, como un tonto cabeza dura. Pero te aconsejo que se lo digas. A las mujeres les gusta que los hombres admitan sus errores.

En ese momento apareció un criado y le comunicó a Baen que la señora lo estaba esperando. El joven no opuso reparo alguno y lo siguió dócilmente a las cocinas. Se quitó las ropas en silencio y se sumergió en la honda tina de roble. El agua aún estaba caliente. Rosamund le alcanzó un trapo y un jabón, y comenzó a frotarlo con un cepillo. Por último, le lavó la cabeza, masajeando el cuero cabelludo.

– Asunto concluido -anunció Rosamund-. Al menos no apestarás cuando desposes a mi hija. Mañana iré contigo a Friarsgate. Últimamente, Elizabeth se ha mostrado un tanto susceptible.

– ¿Se encuentra bien? -preguntó Baen con ansiedad, mientras salía del baño y Rosamund se apresuraba a envolverlo en una toalla.

– Hasta ahora el embarazo no le ha causado ninguna molestia. Ahora, vístete y dile a mi marido que venga -le encomendó Rosamund con una sonrisa.

Elizabeth había tenido suerte, aunque por el momento estuviese enojada con el escocés. El joven era alto, fornido, apuesto y tenía un corazón tan grande como sus pies, cuyo tamaño, había notado, era considerable.

Baen le comunicó a Logan que su esposa lo estaba esperando, y luego un sirviente lo condujo al dormitorio, donde encontró a lord Cambridge roncando en un catre. Se metió en la cama, pensando que Thomas se la había cedido porque él era mucho más alto, y se durmió apenas puso la cabeza en la almohada.

Partieron de Claven's Carn antes del alba. Si cabalgaban de prisa, arribarían a Friarsgate al anochecer. Baen estaba ansioso por llegar a destino. Thomas Bolton calculaba que en dos o tres días retornaría a Otterly. En cuanto a Logan Hepburn, no veía la hora de terminar con el asunto y regresar a casa con su adorada esposa. Con las tres hijas de Rosamund convenientemente casadas, su vida volvería muy pronto a normalidad.

A mediodía se detuvieron el tiempo suficiente para comer y dar un respiro a los caballos. Después prosiguieron la marcha a galope tendido, bajo un cielo diáfano y un sol radiante.

Cuando llegaron a lo alto de las colinas, las nubes rosas y malvas, orladas con el último oro de la tarde, se desplazaban a la deriva, mientras el pálido azul del cielo viraba poco a poco hacia el azul profundo. Rosamund miró a su yerno y supo que si Baen permanecía junto a Elizabeth, Friarsgate estaría en buenas manos. El rostro del joven reflejaba el más puro amor. Sus ojos contemplaban las praderas, la casa, el lago con una expresión semejante al éxtasis y, al mismo tiempo, como si no pudiera creer que finalmente estaba allí y que allí se quedaría para siempre.

– No he enviado a ningún mensajero -dijo Rosamund.

Baen se dio vuelta y le sonrió, exultante.

– Quiere que mi llegada sea una sorpresa, ¿verdad?

– Pensé que era mejor llegar sin aviso previo. Ella estará en el salón y no tendrá tiempo de esconderse de ti. Quiero que se casen mañana mismo, por tu bien y por el bien de Elizabeth.

– Mi querida Rosamund, ¿podemos continuar el viaje, por favor? -dijo lord Cambridge con voz lastimera-. Luego de haber pasado semanas sobre la montura, mi pobre trasero se ha resentido. ¡Y me muero de hambre!

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