CAPÍTULO 06

Flynn Estuardo partió rumbo al palacio; Elizabeth recogió sus prendas y regresó a la casa de Thomas Bolton para entregárselas a Nancy

– Ese joven gusta de usted -dijo la criada.

– Nos conocimos recién esta mañana.

– Digamos entonces que le gustó lo que vio. ¿Por qué, si no por amor, un hombre navegaría a través del Támesis en barca para traerle su ropa? Al menos se ha hecho un amigo en la corte, señorita.

Al atardecer, lord Cambridge regresó a su casa de Greenwich. Se sentó junto a su sobrina para cenar en el salón, desde donde tenía una vista espléndida del río. Se sumó luego William Smythe y Elizabeth les contó de la inesperada visita de Flynn Estuardo.

– Jamás hubiese imaginado que encontraría una persona tan amable en la corte. Philippa se pondrá feliz cuando sepa que recuperé mis bellas mangas. ¿Y por qué no volvió, tío Thomas? ¿Sigue enojada conmigo?

– Ha resuelto encontrarte marido a toda costa, mi querida. Como una tigresa, anda al acecho del hombre adecuado. Pero hoy estuviste muy aguda en tus observaciones. Me temo que no haya en la corte ningún caballero digno de ti. Sin embargo, disfrutemos del mes de mayo antes de volver al norte. Sé que tu madre va a sentirse desilusionada. Parece que el destino tiene otros planes para ti. -Se volvió hacia su secretario-: ¿Y qué tal fue tu día, Will? ¿Exitoso?

– Cerré un trato con un comerciante francés en Londres que vende el hilo de seda que buscábamos. Dice que le gusta hacer negocios con gente honesta como nosotros, pues la mayoría de sus clientes siempre lo estafan. Nos enviará la mercadería directamente a Friarsgate.

– ¿Cuándo? -quiso saber Elizabeth-. ¿Llegará a tiempo para el inferno, cuando los campesinos comienzan a trabajar en los telares?

– Sí, señorita.

– Estuve pensando en un nuevo color.

Lord Cambridge soltó una carcajada.

– Querida, nada de negocios en la corte, te lo ruego.

– Muy bien, tío. ¿Pero qué te parece la idea de un nuevo verde?

– ¡Qué criatura maligna! Depende del verde que elijas. Ahora, cuéntame del joven de sangre real que te ha visitado hoy. ¿Acaso tienes debilidad por los escoceses como tu madre, corazón mío?

– ¿No piensas que es un hombre apropiado para la heredera de Friarsgate?

– Sí, pero tal vez no del todo. No posee tierras ni título. ¿Crees que será un buen compañero para tu vida?

– Creo que su lealtad al rey interferiría demasiado con mis intereses -respondió, pensativa-. Hoy por la tarde, hablamos largo y tendido. Es un excelente conversador, pero le debe al rey Jacobo su posición y su honor. No me parece lo suficientemente maduro para formar una familia. Y me pregunto si alguna vez lo estará, tío.

– Sin embargo, no lo descartemos. Quizá se haya cansado de vivir fuera de casa -sugirió lord Cambridge.

– A mí me dijo que su hogar estaba allí donde pudiera servir al rey.

– Ese comentario no presagia nada bueno -notó William Smythe-. Tal vez, milord, no sea el hombre adecuado para la señorita Elizabeth.

– Me entristece volver al norte admitiendo mi derrota -dijo lord Cambridge.

– Tal vez la condesa de Witton encuentre al candidato que buscamos -intentó tranquilizarlo Will-. Ella es la persona indicada para encontrar nuestra aguja en el pajar.

Pero Philippa estaba en problemas. No lograba encontrar ningún caballero que quisiera vivir en el norte. Para colmo, su hermana no hacía nada para mejorar la situación, juntándose con Ana Bolena y su grupito de jóvenes adulones.

Elizabeth seguía al pie de la letra el consejo de lord Cambridge y se estaba divirtiendo. Todos la veían demasiado atareada y desatenta respecto de sus asuntos personales. Sin embargo, la joven opinaba distinto. Ella era la dama de Friarsgate y, como tal, debía cumplir con sus responsabilidades. Ahora, no obstante, estaba en la corte y un nuevo mundo se abría ante sus ojos. Para su asombro, disfrutaba siendo frívola, aunque solo fuera por un mes. No se cansaba de la excitación constante de la vida palaciega. Incluso la encontraba refrescante.

– Eres la única dama de la corte que puede seguirme el ritmo -le dijo Ana Bolena una semana más tarde mientras paseaban por los jardines del palacio-. ¿A qué se debe?

– Es que estoy acostumbrada al trabajo duro, a diferencia de las damas de la corte. Sin embargo, querida Ana, me pregunto si alguna vez duermes. -Hacía unos días que habían comenzado a tutearse.

– Dormir es una pérdida de tiempo, Bess -Ana Bolena había bautizado a Elizabeth con ese apodo y ella se lo había permitido-. ¡Tengo tanto que hacer, tanto que ver, tanto que ser!

– Pero tienes toda la vida por delante, Ana.

– No lo creas. Cumpliré veinticinco en noviembre, eso es prácticamente la vejez, y ni siquiera estoy casada -suspiró-. Como sabes, estuve prometida con Harry Percy, descendiente de los Northumberland. Ya podría estar felizmente casada. Pero el maldito Wolsey se interpuso y lo alejó de mí.

– ¿Por qué?

– Porque el rey me deseaba, aunque todavía no obtuvo lo que busca. Nunca seré su amante y, mientras la reina no desaparezca de la escena, no me casaré con él. Al menos, ya me vengué de Wolsey.

– ¿Y dónde está ahora?

– Lo enviaron a York, porque es el arzobispo, pero no creo que vaya a llegar más allá de Cawood. No importa. Dejó de ser el alcahuete del rey. Es increíble, Bess. Un hombre de la iglesia espía de Su Majestad. Si no se hubiese entrometido entre Harry y yo, hoy sería una esposa fiel y madre de muchos niños. Pero nunca consigo vivir mi propia vida. Quien dirige todo es mi tío, el duque de Norfolk -suspiró la joven-. Todo el mundo me detesta y espera que el rey me deje.

– Yo no te odio, Ana.

– Me conoces muy poco pero seguramente has oído hablar de mí.

– Sí, he escuchado los rumores -admitió Elizabeth-, pero ahora que te conozco, Ana, me doy cuenta de que es mentira lo que se dice por ahí.

– Siempre dices lo que piensas, qué maravilla. No sabes cuánto envidio tu soltura. Yo, en cambio, debo medir cada palabra por temor a que sea usada en mi contra o malinterpretada.

– Es que tuvimos una educación muy diferente. Cuando cumpliste nueve años, viajaste a Francia con el séquito de la princesa María. Yo en cambio, corría descalza por los campos de mi madre arreando las ovejas. Cuando cumpliste doce, empezaste a servir a la reina Claudia de Francia, y yo aprendía a administrar la empresa familiar. A los diecisiete, te uniste a la corte del rey Enrique. Cuando cumplí catorce, me hice cargo de las tierras de Friarsgate. Soy campesina por decisión propia y por la educación que recibí. Tú eres una dama noble, una cortesana. En mis tierras nadie entendería una palabra si hablara como lo hacen aquí -dijo Elizabeth con una sonrisa-. Mi familia ha intentado suavizar mis toscos modales, pero creo que no lo han conseguido. Me da gusto saber que mi franqueza no te ofende, pues no puedo fingir ser quien no soy. No está en mi naturaleza.

– Claro que no me ofendes. Eres la única persona en quien puedo confiar, Bess Meredith. Mi tío, el duque, quiso saber por qué te frecuentaba tanto. Yo le confesé que me gustaba tu honestidad. Y si no fuera porque tu sobrino es uno de sus pajes e hijo del conde de Witton, de seguro no aprobaría nuestra amistad.

– Y, además, porque mi estadía en la corte será breve -agregó Elizabeth guiñándole un ojo-. He visto al duque. Es un caballero muy apuesto.

– Sí, es espléndido. Es el jefe de nuestra familia y debería obedecerlo en todo. -La joven se estremeció-. Pero no siempre le hago caso. Por ejemplo, sé que debo seguir al rey porque cuento con su protección. Y aunque a mi tío no le guste, no tiene otra opción que resignarse. El rey es quien manda sobre sus súbditos.

– Enrique es bueno contigo a pesar de que no son amantes.

Ana Bolena se quedó perpleja.

– ¿Por qué dices eso?

– Tú lo has dicho antes.

– La gente cree que somos amantes, pero no repetiré la historia de mi pobre hermana María. Yo no podría permitir que mis hijos nacieran sin saber la identidad de su padre.

– Haces lo correcto, Ana. Algún día, el rey va a divorciarse. Hace poco que llegué, pero sé que te ama. Se nota por la manera en que te mira.

– Cuando nos casemos -dijo Ana con un dejo de temor en la voz deberé darle un saludable hijo varón. ¿Qué pasará si no lo logro? ¿Correré la misma suerte que Catalina de Aragón? ¿Qué será de mí? Pero no pensemos en eso. Por supuesto que le daré un hijo al rey si llegamos a casarnos.

– Y serás la reina de Inglaterra.

– Sí, lo sé -respondió Ana Bolena con una sonrisa-. Y haré lo que quiera, y ya nadie, ni siquiera mi tío el duque podrá darme órdenes, Bess. Y quien ose insultarme, será castigado. ¿Qué tiene de bueno ser reina si no puedes ajustar tus propias cuentas? -rió con cierta maldad.

– Deberás ser una buena reina.

– Supongo que sí. La madre del rey tiene que comportarse de manera irreprochable -murmuró Ana Bolena, pero sus ojos brillaban con malicia mientras hablaba. De pronto, cambió de tema-. Como te dije, cumpliré veinticinco en noviembre. ¿Y tú?

– Cumpliré veintidós el 23 de este mes.

– ¿Tu cumpleaños es en mayo? -gritó Ana-. Debemos celebrarlo, querida Bess. Le pediré al rey que organice un baile de disfraces. Hay que encontrar un tema. ¡Ah! Ya sé. Yo seré un hada campesina y mis invitados vendrán disfrazados de animales. Haremos confeccionar magníficos trajes. Es maravilloso nacer durante el mes de mayo. -De un salto se levantó del banco donde estaban conversando-. ¡Ven conmigo, ahora mismo! Apenas faltan dos semanas para tu cumpleaños y tenemos mucho que hacer.

El rey estaba reunido con los consejeros, pero eso no le importaba a Ana Bolena. Al pasar rozó a los guardias e irrumpió en la sala, arrastrando a Elizabeth de la mano. La dama de Friarsgate recorrió el recinto con la mirada y vio gestos adustos, incluido el del duque de Norfolk.

Sin embargo, el rey sonrió y le tendió los brazos a Ana.

– ¿Qué ocurre, mi amor?

– Pronto será el cumpleaños de Bess Meredith, milord. Quería pedirle permiso para organizar un baile de disfraces.

– Y vaciarle el monedero -escuchó Elizabeth decir a alguien mientras reía por lo bajo.

Ana Bolena soltó la mano de su amiga. También ella había oído el comentario, pero fingió ignorarlo.

– Dado que Bess es una mujer de campo, pensé que lo más apropiado sería organizar una fiesta campestre y que todos nos disfracemos de animales. Habrá baile y un torneo de arquería para hombres y mujeres. ¿Qué te parece, milord? -Ana clavó sus ojos negros en los ojos celestes del rey, y le dedicó su seductora sonrisa felina.

– Es una magnífica idea, querida -dijo Enrique VIII entusiasmado y, volviéndose hacia Elizabeth, agregó-: Si me permites la pregunta, ¿cuántos años cumples, Elizabeth Meredith?

– Su Majestad puede preguntar lo que desee -le respondió con una amplia sonrisa e inclinándose en una graciosa reverencia-. Pero tal vez no la responda. Y si me presiona, admitiré que soy tan vieja como mi nariz y mucho más vieja que mis dientes.

Todos estallaron en carcajadas y el rey sonrió complacido.

– No hay duda, eres una auténtica hija de tu madre, muchacha, y debes decírselo. -Se dirigió a Ana Bolena-: Ahora, mi amor, retírate. Si quieres que gocemos de unas merecidas vacaciones y pasemos un verano placentero en Windsor, debes permitirme cumplir con mis obligaciones de soberano.

– Así que festejarán tu cumpleaños -le dijo Flynn Estuardo a Elizabeth cuando se encontraron antes de comer-. Se comenta que la señorita Bolena está organizando un baile de disfraces en tu honor. Por lo general, esas fiestas son para unos pocos privilegiados, y tú solo eres una heredera del norte -se burló el joven-. ¿Qué piensa tu familia? Estoy seguro de que tu hermana ya opinó sobre el asunto.

Elizabeth le dio un suave golpecito en el brazo.

– Philippa está furiosa -respondió-. En cambio, el tío Thomas está trabajando con Will en el diseño de nuestros trajes y máscaras. Y yo, debo admitirlo, estoy excitada y avergonzada a la vez. Solo dije que mi cumpleaños era a mediados de mes y Ana, de golpe, se entusiasmo con el baile de máscaras y el torneo de arquería.

– ¿Y cuál será tu disfraz? -preguntó Flynn con una sonrisa.

– El tío Thomas se va a disfrazar de carnero y yo de oveja. Philippa insiste en que no va a asistir pero, como la conozco muy bien, sé que por nada del mundo se perdería una fiesta semejante. Llevará una máscara de pavo real y un vestido de seda verde azulado. Cuando se le pase e] enojo, el tío le mostrará el traje que mandó hacer para ella. A él le encanta dar sorpresas y Philippa adora que la sorprendan.

– ¿Sabes tirar al arco?

– No, nunca aprendí pese a que mis hermanas mayores son excelentes arqueras.

– Entonces, te enseñaré. Es inconcebible que no participes en la competencia de arquería que se organizará en tu propia fiesta. Poco importa si eres buena o mala; si pierdes, pensarán que es una gentileza de tu parte. Allí cerca del río hay unos blancos. Vamos, te daré la primera lección.

Los criados les alcanzaron los arcos; le dieron a Elizabeth el más pequeño y depositaron el grueso fajo de flechas de madera sobre un banco cercano a ellos.

– Es bastante sencillo. Observa con atención y después pruebas tú. -Flynn tomó el arco más grande, colocó la flecha y ajustó la puntería. Dio un paso al costado, tensó lentamente el arco hacía atrás y, de pronto, soltó la flecha, que dio en el blanco. Fue un tiro perfecto-. Es tu turno. Te ayudaré. Primero ponemos la flecha en el arco -explicó rodeándola con sus brazos. Elizabeth colocó la flecha con esmero, imitando a Flynn. Sentía la respiración de su instructor y se preguntaba si era necesario ese contacto tan íntimo. El corazón del joven latía aceleradamente.

– Tira lentamente la cuerda hacia atrás -le susurró al oído-. Así, muy bien. Ahora suéltala.

– ¡Ay! -gritó Elizabeth mientras volaba la flecha. La cuerda del arco le había lastimado el brazo.

– Deberías usar guantes -dijo, inspeccionando la muñeca herida. -No es importante, pero es posible que se inflame. -En un impulso, le besó el moretón-: Para que se cure.

– ¿Le di al blanco? -quiso saber Elizabeth ignorando el gesto de su compañero, aunque el rubor de sus mejillas la delataban. El pulso se le había acelerado cuando los labios de él se posaron sobre la sensible piel de su muñeca.

– La flecha cayó en el río. Debes mejorar la puntería si no quieres ser el hazmerreír de la corte.

– Dame otra. Si debo tirar al arco en la fiesta de Ana, aprenderé a hacerlo. No me agrada hacer el ridículo. Tengo que poder darle al blanco.

Flynn le alcanzó la flecha y ella la colocó en su arco.

– Ahora, lentamente hacia atrás, lentamente -le recordó-. Mueve con cuidado tu mano o te lastimarás con la cuerda. Así es, pequeña. ¡Ahora, suéltala!

Esta vez la flecha voló directamente al blanco.

– ¡Lo logré! -gritó, excitada-. ¡Di en el blanco, Flynn!

– Así es, Elizabeth Meredith. ¡Podrás repetirlo?

La joven tomó otra flecha y dio en el blanco otra vez.

– ¡Aprendí! -exclamó y se volvió para mirarlo a los ojos-. ¿No soy acaso una buena alumna?

– ¿No soy acaso un excelente instructor? -respondió y la rodeó con sus brazos, acercándola más hacia sí y rozando sus labios con los de él.

Elizabeth se liberó del abrazo y lo miró con asombro.

– ¿Por qué has hecho eso? -le preguntó mientras se arreglaba el velo y la cofia.

– Porque quise -le contestó con honestidad.

– ¿Siempre haces lo que deseas? -dijo, recordando una conversación similar con otro amigo escocés.

– En general, sí -admitió.

– Señor, usted es un poco audaz para mi gusto. Yo no le permití besarme -le reprochó Elizabeth. Su corazón volvía a agitarse y se sentía mareada.

– Si te hubiera consultado, ¿acaso habrías aceptado? -le preguntó con voz suave, acariciándole el mentón.

– ¡Claro que no!

– Justamente por eso me tomé la libertad de hacerlo, Elizabeth Meredith. Tienes una boquita adorable, mi querida ovejita, y unos labios para ser besados, pese a tu virtuosa indignación. Sin embargo, tengo la impresión de que disfrutaste nuestro beso.

– Probablemente tengas razón. Sí, disfruté de tu beso, Flynn Estuardo Eres el segundo hombre que me besa y, por pura coincidencia, el primero también es escocés -le sonrió con dulzura, disfrutando del asombro del muchacho ante su audaz confesión. Estaba perplejo.

– Y quién te besó primero? -dijo Flynn intentando recuperar el control de la situación, que estaba ahora en manos de Elizabeth.

– No es de tu incumbencia -respondió, muy divertida-. Ese hombre no tiene derecho alguno sobre mi persona, como tampoco lo tienes tú. Ahora, me gustaría probar una vez más, sin que me rodees con tus brazos. -Recogió el arco, colocó la flecha, se puso en la posición adecuada y soltó otra flecha certera-. O bien tengo un talento natural o realmente eres un magnífico instructor -sonrió con malicia y dejó el arco a un lado-. Creo que por hoy deberíamos dar por terminada la lección. -Dio media vuelta y lo dejó solo en el parque. Siguió caminando por el campo y saludó al pasar a sir Thomas Wyatt.

Flynn Estuardo sonrió. Elizabeth Meredith parecía una dulce ovejita de campo, pero estaba seguro de que no acabaría en las fauces de los lobos ni de las bestias salvajes. Era inteligente, y él también lo era. Se preguntaba si el hecho de seducirla le acarrearía problemas con el rey o con su familia. Se sentía muy atraído por esa muchacha. Estaba dispuesto a ser imprudente y conquistar a Elizabeth. Era todo un desafío. La joven no se parecía a la mayoría de las doncellas que iban a la corte en busca de un marido. Ella era franca y brillante. Y tan hermosa.

Mientras atravesaba el parque, Elizabeth sentía la mirada del joven Estuardo que la seguía con los ojos clavados en su espalda. Se dirigió hacia el bosque que separaba el palacio de la casa de su tío. Necesitaba estar sola. La osadía de Flynn Estuardo le había resultado placentera, pero también perturbadora. Era un joven fascinante, pero no era el hombre adecuado para Friarsgate. Sin embargo, le pareció que no tendría nada de malo flirtear un poco. ¿Cómo podía una doncella conocer al hombre apropiado si no jugueteaba antes con el hombre incorrecto?

Después de pensarlo mucho, decidió faltar a la cena en el palacio. No soportaría otro interminable banquete junto a Philippa y sus amigos sentados a un extremo de la mesa, hablando pestes de Ana Bolena, que ocupaba la silla de la reina Catalina junto al rey Enrique. Siempre se había destacado por ser el más espléndido y noble caballero de toda Europa y ahora parecía embrujado. Y circulaban rumo res, siniestros rumores que insinuaban que la señorita Bolena era realmente una bruja.

Elizabeth se enfadaba al oír semejantes acusaciones, se sentía tentada de preguntarles por qué no la denunciaban ante la Iglesia si tan convencidos estaban de que Ana era una bruja. Pero sabía que, si lo hacía enfurecería a Philippa. Y no quería mortificarla. La pobre ya estaba bastante consternada por la carta de Crispin diciendo que no iría a la corte porque habían surgido inconvenientes con el ganado. Hasta había llorado un poco.

Elizabeth entró en la casa y se sentó en el salón donde reinaban la paz y el silencio. Suspiró aliviada. Todavía faltaban quince días para volver a Friarsgate. La estadía en la corte se le hacía interminable y, para colmo, había fracasado el propósito del viaje. Deseaba estar ya en Cumbria. De pronto, percibió que no estaba sola en la habitación.

– ¡Will! No te había visto.

– Me gustaría estar de vuelta en Otterly -confesó-. Cuando su tío está en la corte, parece un tábano que revolotea de un lado a otro. Apenas lo veo. Ay, pensar que en Otterly pasamos todo el día juntos, ocupándonos de los asuntos de la finca y el negocio de la lana.

– ¿Y por qué no vas a la corte con él?

– No es muy apropiado que lo acompañe al palacio, teniendo en cuenta que el rey fue mi último amo. A veces su tío vuelve recién pasada la medianoche -se quejó el fiel secretario.

– Es que es muy sociable -trató de consolarlo Elizabeth-, pero Philippa no lo ve tan activo como antes. Dice que pasa la mayor parte del tiempo jugando a las cartas y que raras veces baila.

– Es muy afortunado con las cartas, y tiene mucha suerte con todo lo que emprende.

– Yo también quiero volver a casa. Pero debemos quedarnos hasta fin de mes. Y ahora que la señorita Bolena está organizando un baile de disfraces para festejar mi cumpleaños, no tengo escapatoria. Lo siento, Will.

– Es un gran honor. Es extraño que, pese a la vieja relación de su familia con la reina, haya entablado amistad con la señorita Bolena. Y doy fe de que su aprecio es genuino, señorita Elizabeth. Se dice que s una mujer muy inteligente e ingeniosa, virtudes muy apreciadas por el rey.

– Es cierto. Pero también tiene mucho miedo. Su tío la manipula como un mago malvado. Y me pregunto si el rey se casará con ella. Además, Ana no se hace amigos con facilidad. Qué triste. Soy muy afortunada por ser la heredera de Friarsgate y vivir en el norte.

– Pero, aun así, debe de sentirse excitada ante la fiesta en su honor, señorita Elizabeth. Mi amo me ha contado sobre las máscaras y los trajes que ha confeccionado para ustedes.

– ¿Trajes? -La joven lanzó una carcajada, pues, conociendo a Thomas Bolton, debería haberlo imaginado. Por supuesto que el tío las iba a disfrazar-. ¿Y qué ha inventado esta vez? Sé que las máscaras son de ovejas. Pero no sé con qué traje completaremos el disfraz.

– Le sorprenderá bastante, señorita Elizabeth. Pero será mejor que se lo pregunte a su tío. No quiero arruinarle el placer de darle la sorpresa.

– Entonces no me iré a dormir hasta que regrese. – William Smythe se sintió reconfortado. La señorita Elizabeth siempre le levantaba el ánimo con su sola presencia.

– ¿Le digo al cocinero que ya estamos listos para la cena?

La joven asintió.

– Comeremos juntos, Will.

– Pero no me sonsacará más información -y le dedicó una sonrisa, algo poco habitual en él.

Poco antes de la medianoche Thomas Bolton regresó y encontró a su secretario y su sobrina riendo juntos.

– Así que era aquí donde te habías refugiado, cachorrita -dijo a modo de saludo-. Todo el mundo notó tu ausencia y si Flynn Estuardo no hubiese estado presente durante la velada, tu reputación se habría dañado. Dicen que lo vieron abrazarte esta tarde junto al río y que también te besó. ¿Es cierto?

– Flynn Estuardo me enseñó a tirar al blanco porque habrá un torneo de arquería en mi fiesta de cumpleaños. Me pareció que sería una descortesía no participar en la competencia y que debía aprender lo mínimo indispensable. Sus brazos me rodearon para guiarme en el primer tiro. ¿Qué tiene de malo? -Elizabeth estaba molesta.

– ¿Y se dieron un beso, pequeña? -insistió lord Cambridge.

La irritación de su sobrina le sirvió como respuesta.

– Sí, cuando logré dar en el blanco en lugar de lanzar la flecha al río. Algo tan insignificante que ni siquiera vale la pena mencionarlo, tío.

– Sin embargo, el caballero se sonrojó cuando lo comentaron en la corte, tesoro. Y nadie logró sacarle una palabra. No lo desmintió y tampoco dijo que fuera cierto.

– Porque fue irrelevante, tío. Un beso de felicitación entre amigos.

– Para colmo, te fuiste del palacio de inmediato.

– Porque estaba aburrida, tío. El rey es encantador. La señorita Bolena es deliciosa, la intriga palaciega es fascinante, pero no me siento parte de ese mundo, ni quiero serlo. A la gente la sorprende que Ana Bolena organice una fiesta en mi honor. A mí no me asombra en absoluto. Ana está tan aburrida como yo, tío. Si me quedaba en palacio, estaba forzada a escuchar los maliciosos comentarios de Philippa y sus amigos. Y por una vez preferí evitarlos. Así que volví a casa, comí bien, y bebí un delicioso vino en la excelente compañía de Will. Me quedé despierta para esperarte, tío; oí que estás confeccionando trajes para nosotros. ¡Cuéntame, por favor!

Lord Cambridge se echó a reír.

– Quiero que seamos la comidilla de la corte en los meses venideros. Así que luego de reflexionar un poco decidí que las máscaras no eran suficientes para cumplir mi objetivo. Como sabrás, muchos cortesanos se burlan de tu origen. Por supuesto que no lo hacen delante del rey, pero sí entre ellos. Son criaturas de nobles apellidos, mentes limitadas y espíritus ruines, sin un penique en el bolsillo que haga honor a sus nombres. Y, sin embargo, se consideran superiores a casi todo el mundo. También se burlaban de los orígenes humildes de Wolsey, aunque le temían porque era un hombre poderoso. Se sienten amenazados por los ricos que llegan a la corte y que pueden ofrecerle al rey algo mejor que un admirable árbol genealógico, algo como, por ejemplo, inteligencia Entonces pensé que sería divertido revelar a esos caballeros y damas de la nobleza la más pura verdad sobre tu origen. El rey y la señorita Ana entenderán la intención y se divertirán mucho. Nuestros disfraces serán casi idénticos. Luciremos casacas de piel de oveja sin mangas, con el rulo de la lana hacia afuera. Nuestros jubones serán de seda, con algunos cuantos cortes por los que asomarán mechones de lana. Tu traje será claro y el mío negro, pues soy la oveja negra -lanzó una carcajada-. Las calzas también tendrán cortes y mechones de lana. Y llevaremos medias de seda y zapatos negros de cuero bien brillantes, simulando las pezuñas de las ovejas. Respecto de las máscaras, serán rostros de ovejas, la tuya será de oro y la mía de plata.

– ¡Tío! Tienes una mente maquiavélica. Claro que lograremos ser la comidilla de la corte durante muchos meses. Por ahora, no le contemos nada a Philippa. Al final, va a ceder y se unirá a nosotros con su disfraz de pavo real. Tiene sentido del humor y sabrá apreciar la broma. Aunque no le gustará que ande por ahí mostrando mis piernas, estoy segura. Me parece muy audaz tu idea, pero sabías que contabas conmigo para esta travesura, ¿verdad?

– Cachorrita, esta será tu victoria. Luego, podrás volver a tu amado Friarsgate. Quiero que disfrutes de esta pequeña aventura antes de dejar el palacio. La corte no es para ti. No sé cómo pude equivocarme tanto, ¿Por qué me habré dejado convencer por tu madre? En el caso de Philippa y Banon funcionó. Pero no en tu caso, Elizabeth. Francamente, no tengo la menor idea de cómo haremos para conseguirte esposo, pero lo cierto es que este no es el sitio adecuado. Te pido mil disculpas. -Lord Cambridge se inclinó, tomó las manos de su sobrina y las besó con ternura.

– Tío, no debes pedirme perdón de rodillas. Bien podría haber regazado la propuesta de mi madre. Sin embargo, acepté venir a la corte y fue una experiencia interesante. Estoy feliz de haber conocido al rey Enrique y a la pobre señorita Bolena.

– Y a Flynn Estuardo -agregó con malicia.

Elizabeth rió.

– ¿Alguna vez fui una doncella ingenua, tío?

– Nunca. Y, además, el joven es muy hermoso.

– Sí, es cierto, pero lejos está de ser el hombre que necesito. -Elizabeth jamás iba a confesar sus fantasías con respecto a Flynn Estuardo

– Los hombres audaces son los más interesantes, pequeña -acotó Thomas Bolton.

– He aprendido lo que deseaba aprender, tío. Ahora iré a dormir y a soñar con Friarsgate y mis ovejas.

– ¿Es cierto que has abandonado tu cacería? -quiso saber William Smythe.

Lord Cambridge asintió.

– Pensé que podría atrapar al hijo de uno de esos nuevos ricos que pululan por la corte, o que encontraría un padre ansioso por deshacerse de su muchacho y enviarlo al norte. Pero me equivoqué. Quienes se acercan a la corte lo hacen por ambición, pues esperan encontrar aquí una interesante oportunidad. En fin, Will. Alcancé la cima del éxito con Philippa. Conseguirle un marido conde fue una verdadera hazaña. Esta vez fallé. Estoy seguro de que existe un hombre para Elizabeth, pero no aquí.

– ¿Y el escocés no sirve?

– Es demasiado escocés. No se sentiría a gusto en Friarsgate. Debo procurar que no seduzca a mi sobrina del alma. Ese hombre tiene una mirada muy peligrosa, querido. Dejaré que Elizabeth juguetee un poco con él, pero los vigilaré de cerca.

– Es tarde, milord -dijo William Smythe.

– Sí, y me doy cuenta, para mi sorpresa, de que ya no soy tan joven como lo fui alguna vez. Vamos a la cama, querido. Ya pronto va a amanecer.

Al día siguiente, sir Thomas Wyatt intentó besar a Elizabeth y a cambio recibió una fuerte bofetada.

– Pero si le ha permitido a Flynn que la besara -se quejó.

– ¿Él se lo ha dicho? -inquirió enojada.

– En realidad, no -admitió sir Thomas Wyatt-. Los vi yo, con mis propios ojos, señorita Elizabeth.

– ¿Pero cómo se atreve a afirmar lo que ni yo ni Flynn admitimos? Ana Bolena rió.

– Estás perdido, primo. Vamos, Bess. Demos un paseo y dejemos que estos caballeros ardientes se entretengan como les venga en gana. Las muchachas se alejaron y cuando estuvieron a una distancia prudencial Ana le preguntó-: ¿Te besó?

– Sí. Y debo confesar que me tomó por sorpresa.

– ¿Cómo fue?

– ¡A ti ya te han besado!

– Cuando el rey me besa siento que me quiere devorar. ¿Flynn Estuardo da ese tipo de besos?

Elizabeth se quedó pensativa un buen rato y luego contestó:

– No. Fue un beso intenso, debo admitirlo, pero no me derritió. Me gustó cómo me acarició el rostro. Fue muy tierno. Ana querida, para llevarme un grato recuerdo, creo que dejaré que me bese otra vez.

– ¿Lo amas?

– No, pero me divierte que me corteje un hombre como él.

– ¿Te casarías con él?

Elizabeth sacudió la cabeza.

– No. No es el hombre adecuado.

– Pero, si mal no recuerdo, tu madre se ha casado con un escocés.

– Sí, pero ella ya no es la dama de Friarsgate. Ahora lo soy yo.

– Entonces, ¿con quién te casarás? Yo no veo la hora de desposar al rey y darle un hijo varón. La princesa de Aragón está dificultando las cosas. Como ya te habrás enterado, María me odia. El rey la echó de la corte por haberme insultado. ¿Y sabes lo que le dijo a su padre? Que rezaría por la inmortalidad de su alma. ¡Qué atrevida!

– Mi madre dice que el rey la adora-acotó Elizabeth.

– Eso era antes.

– Pero tú comprendes perfectamente su rencor hacia ti puesto que le has robado el amor de su padre. Está celosa, Ana. No deberías enojarte por eso.

– Mi hijo tendrá prioridad sobre ella. Pero todavía no tienes ningún hijo.

– Algún día lo tendré y tú también.

– Si logro conseguir marido -dijo Elizabeth haciendo una mueca.

– Mi tío piensa que debería ser más permisiva con el rey -le confió Ana-. Pero tengo miedo. El rey es tan grande y yo soy tan menuda. Ya tomé su virilidad con mi mano.

– ¡No lo dices en serio! -Elizabeth estaba confundida. No hablaban de las intimidades de un hombre cualquiera. ¡Se trataba del mismísimo rey!

– Sí, es cierto. Late y a veces es tibia y otras, fría. O yace fláccida en mi mano como un pájaro pequeño. Y otras, se hincha y se alarga, y se pone dura como una piedra. ¿Has tenido ocasión de verle la virilidad a un hombre?

Elizabeth sacudió la cabeza.

– No, pero observé a los animales cuando se aparean: el macho monta a la hembra. Vi ovejas, caballos, perros, gatos, hasta a un gallo que se montaba a una gallina en el corral.

– Los seres humanos no se aparean como los animales. Nosotras nos acostamos de espalda y el hombre se nos monta encima, según me contó mi madre. Los humanos se aparean de frente. Pero todavía no dejé que el rey lo hiciera. Me dicen que debería permitírselo porque, si no, me va a abandonar.

Elizabeth suspiró profundamente. Ana ya le había permitido al rey demasiadas licencias. "Pobre -pensó-, ¿Es posible que no pueda confiar en nadie más que en esta campesina de Cumbria?". Pero Ana Bolena no era tonta. Se había quitado un gran peso de encima y sabía que su amiga permanecería poco tiempo en la corte.

– Mira, Ana, yo soy una extraña en la corte. Hay intrigas, rumores, especulaciones sobre complots que, en general, no llegan a nada. El rey está casado con la reina Catalina y, aunque ella esté fuera de juego, Enrique no la dejará en paz hasta que lo libere del lazo matrimonial hasta entonces, ningún niño que nazca, salvo que sea de Catalina de Aragón, podrá heredar el trono. Me has dicho en repetidas ocasiones que no querías que te ocurriera lo mismo que a tu hermana María. ¿Y qué pasaría si satisficieras los pedidos del rey y le entregaras tu virtud? ¿Y si le dieras el hijo que tanto ansía? O tal vez dos. Los pobres críos serían hijos bastardos. ¿Te gustaría encontrarte en esa situación?

– ¡Jamás! -gritó Ana Bolena enojada.

– Tienes en tus manos el corazón del rey, Ana. ¿No estás contenta con eso? Enrique te ama.

– Me pregunto si es así -respondió con candidez-. O si simplemente quiere lo que no puede tener. Soy tan infeliz.

– ¿Y amabas a Harry Percy? -sondeó Elizabeth-. ¿Amas al rey?

– Amaba profundamente a Harry. Y, aunque parezca extraño, también amo al rey. Es un hombre maravilloso cuando estamos solos. Pero pienso que ahora, por desgracia, es tan infeliz como yo. El conflicto con la reina lo perturba profundamente. Trato de reconfortarlo, pero tienes razón, Bess, cuando me aconsejas mantenerme casta hasta que me convierta en su esposa. Dicen que hechicé al rey.

– Lo sé, pero la corte está poblada de tontos. Si el rey está embrujado es por tu ingenio, tu belleza y tus encantos.

Ana tomó las manos de Elizabeth.

– Nunca antes había tenido una amiga -dijo con tristeza-. ¿Es necesario que regreses a Friarsgate, Bess?

– Yo no pertenezco a la corte, Ana. Lo único que me da fuerzas para sobrevivir aquí es la certeza de que pronto regresaré a casa. ¡Debo volver a mis tierras!

– Yo podría arreglar que te quedaras en la corte. Si se lo pidiera al rey, él ordenaría que te invitaran de inmediato.

– Sí, ya sé que podrías hacerlo. Pero si realmente eres mi amiga, no lo harás. Nunca perderás mi amistad aunque esté lejos, en Cumbria. Mi madre conservó su amistad con la reina Catalina y con Margarita Estuardo, pese a la distancia que las separaba. Siempre seré tu amiga, Ana Moleña. Y cuando algún día seas reina, me sentiré orgullosa de nuestra amistad. Pero debo retornar a casa.

Ana suspiró.

– Te envidio, Bess Meredith. Tienes un hogar y un propósito en la 'da. Mi hogar, en cambio, es el lugar donde me encuentro circunstancialmente. Mi objetivo es ayudar a mi familia, esté donde esté. Esa es la e de Howard. Hay que progresar.

– El lema de mi familia es Tracez votre chemin -respondió Elizabeth con una sonrisa.

– Traza tu propio camino. Es un buen lema, Bess, y creo que es muy apropiado para ti porque, pese a lo que muchos piensen o digan, eres una mujer con gran determinación.

– Es cierto.

– Pero debes encontrar un esposo, Bess. Todas las mujeres deben hacerlo. ¿Qué pasará cuando se compruebe que el viaje a la corte ha sido un fracaso?

– No lo sé. No creo que mi familia me fuerce a una unión no deseada. Supongo que mi destino está en manos de Dios. No veo otra salida. Ana asintió.

– Creo que las dos estamos en manos de Dios. Espero que sea piadoso con estas humildes doncellas, Ana Bolena y Elizabeth Meredith.

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