PRÓLOGO

Friarsgate, invierno de 1530


– ¡Irás a la corte! -dijo Rosamund Bolton Hepburn a su hija Elizabeth Meredith, en un tono que no admitía réplica.

– ¡Ni lo sueñes! -respondió Elizabeth con un énfasis que presagiaba una áspera disputa.

– Tienes que conseguir un marido, Elizabeth -le recordó Rosamund, alzando la voz. Hacía mucho tiempo que madre e hija venían posponiendo esta conversación.

– ¿Por qué, mamá? ¿Acaso no he demostrado que soy capaz de administrar Friarsgate sola, sin necesitad de un hombre a mi lado? Un marido tratará de imponer su autoridad sobre mí y yo jamás lo permitiré. Friarsgate es mía desde que cumplí catorce años y quiero que continúe siéndolo.

– Ya han pasado casi ocho años. Elizabeth, pronto cumplirás veintidós, y tenemos que encontrarte un esposo antes de que sea demasiado tarde.

– ¿Por qué? -repitió Elizabeth. Sus hermosos ojos verdes miraban a su madre con furia.

– Querida, es cierto que eres una excelente administradora de estas tierras. Admito que incluso haces el trabajo mejor que yo. Pero algún día no estarás aquí y, entonces, ¿quién se hará cargo de Friarsgate si no tienes herederos? Por favor, Elizabeth, sé razonable. Necesitas un marido simplemente para que sea el padre de tus hijos.

– Banon y su Neville tienen hijos. Philippa y su conde, también. Legaré Friarsgate a alguno de mis sobrinos, al que me parezca más idóneo.

– Querida niña, Banon tiene un solo hijo varón y algún día heredará Otterly. Él no querrá hacerse cargo de Friarsgate, no lo necesita. Y los hijos de Philippa no te servirán como herederos. El mayor será conde. El segundo sirve al duque de Norfolk. Y el tercero será paje de la princesa María. Y en cuanto a Mary Rose, algún día encontrará un excelente partido. Al igual que sus padres, los niños de la familia St. Claire son criaturas de la corte. No tienes escapatoria, es preciso que te cases.

Elizabeth Meredith suspiró profundamente.

– ¿Hay algún hombre en los alrededores de Friarsgate que te guste? -le preguntó Rosamund-. Si es así, dímelo y me ocuparé de arreglar la boda. Niña, deseo con todo mi corazón que seas feliz. Tus dos hermanas se han casado por amor. Y me gustaría que gozaras del mismo privilegio. -Tomó la mano de su hija y la acarició para reconfortarla. De las tres hijas que había tenido con Owein Meredith, Elizabeth era la única que se parecía a su padre. Tenía cabello rubio y ojos verdes. Rosamund siempre veía a Owein en los ojos de Elizabeth y, aunque sir Meredith no había sido particularmente apuesto, su hija era una auténtica belleza. Al menos cuando su cara estaba limpia.

– ¿Y a quién podría conocer, mamá? Friarsgate es enorme y está totalmente aislado. No tengo tiempo para andar haciendo visitas sociales. Estoy demasiado ocupada con mis tierras.

– Entonces, debes ir a la corte para encontrar un marido. No tienes opción. Lamentablemente, eres demasiado adulta para ser dama de honor. Por otra parte, jamás le pediría ese favor a la reina porque bien sé que no cuentas con las habilidades requeridas para ese puesto. En consecuencia, deberás alojarte en casa de Philippa y Crispin. Ellos irán al palacio en mayo y, en ese momento, te presentarán en sociedad. Mayo es una época maravillosa para estar en la corte. Yo atesoro en mi corazón recuerdos inolvidables.

– ¡Por Dios! ¿De verdad tengo que quedarme con Philippa? Mamá, sabes que no nos llevamos bien. ¡Es tan pretenciosa! Se comporta como si fuera la hija de un duque y no la de un simple caballero galés. Y siempre acentúa lo peor de mí. Trato de no irritarme, pero enseguida se las arregla para desquiciarme tanto que me dan ganas de estrangularla. Me cuesta creer que tengamos la misma sangre. ¡Por favor, no me sometas a semejante tortura! -dijo Elizabeth con una mueca cómica.

Rosamund rió.

– Bessie, ¿qué voy a hacer contigo? Estoy perdida.

– ¿Y no podría alojarme en casa del tío Thomas, como lo hicieron Philippa y Banon antes de casarse? Él todavía conserva sus residencias de Londres y Greenwich. Escuché que el tío y Will estaban planeando un viaje al sur para la Noche de Epifanía. Al parecer, la bulliciosa familia de Banon le está alterando los nervios. Y, además, hace más de tres años que no visita la corte.

– Pero había jurado no volver -le recordó Rosamund.

– El tío Thomas siempre dice lo mismo cuando regresa a casa. Sin embargo, con el tiempo, empieza a extrañar los colores, la excitación y los rumores de la corte. ¡Por favor, mamá! Aunque la primavera es un momento horrible para irme de Cumbria, lo haré contenta si el tío Thomas me acompaña. Pero no pienso alojarme en casa de Philippa. ¡De ninguna manera!

– Lo harás, si te lo ordeno -le respondió Rosamund. La conversación derivó de nuevo en una disputa.

– ¿Y cómo lo lograrás? -le contestó Elizabeth, desafiante-. ¿Me cargarás en un carro como a uno de mis corderos y me despacharás a Brierewode? Y luego de eso, ¿qué? Si Philippa me presenta candidatos, no voy a dejar de eructar y hablar con el peor acento del norte hasta que huyan espantados. Haré lo imposible por ser desagradable. Dudo que mi hermanita pueda tolerarme ni siquiera un mes en su casa. Así que pronto estaré de vuelta en Cumbria. Por otra parte, ella renunció a ser la heredera de Friarsgate porque ningún hombre de la corte aceptaría casarse con la dueña de una hacienda del norte. ¿Por qué piensas que tendré mejor suerte? Y, como ya sabes, mamá, no pienso renunciar a Friarsgate.

Rosamund observó a su hija. Creía firmemente en sus amenazas. Sí, no serviría de nada enviarla a Brierewode. Pero si lord Cambridge la acompañaba, existía la posibilidad de que encontrara un marido que satisficiera a todos. Philippa y Crispin la presentarían formalmente en la corte, pero Thomas Bolton debía ser su tutor, escolta y consejero. Tomó la decisión de hablar con su primo y solicitarle que hiciera de casamentero por última vez, por el bien de Elizabeth.

– Está bien, querida, le pediré ayuda a Tom. Pero jura que serás obediente y seguirás siempre sus consejos. El tío ya no es un hombre joven y, si accede a acompañarte, al menos no debes hacerle pasar vergüenza ni causarle ningún tipo de problemas.

– ¡Por supuesto! Siempre me he llevado de maravillas con el tío Thomas, aunque Banon sea su preferida.

– Bien. Debo volver con Logan y mis niños. Pero antes de partir le escribiré a Tom y me aseguraré de que Edmund envíe la carta a Otterly. Y mantén la calma. Tom y yo nos ocuparemos de que el caballero que te despose no menoscabe tu autoridad. Te lo prometo.

– Ve con Dios, mamá -le dijo Elizabeth mientras la acompañaba fuera del salón-. Mándale muchos cariños a Logan de mi parte.

Rosamund entró en la pequeña habitación que la dama de Friarsgate usaba de escritorio. Se sentó a la mesa de roble, tomó un pergamino y la pluma, y se dispuso a escribirle a lord Cambridge. Eligió con sumo cuidado cada palabra. Le estaba pidiendo demasiado a su primo, pero sabía que Elizabeth no iría a la corte sin él. Su hija menor era una joven muy inteligente, aunque la vida en sociedad no era su fuerte. Para iniciarse en esa aventura, necesitaba el apoyo de Tom Bolton. Pero él ya no era un muchacho, acababa de cumplir sesenta años. No obstante, con la ayuda de su secretario y joven compañero William Smythe, se las ingeniaría para encarrilar a la independiente y testaruda heredera de Friarsgate y conseguirle un marido apropiado tanto para ella como para sus tierras. "El problema no es que no tenga suficientes nietos -pensó irónicamente Rosamund-, sino que ninguno de ellos pertenece a Friarsgate".

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