Jake se fue después de que terminaron de quitar los pedazos más grandes del árbol caído. Logan encontró un lugar con sombra y durmió dos horas antes de regresar a la tarea de limpiar el sendero. Juntó el resto de los escombros, los colocó sobre una barra de acero con tirantes de madera, y los vació en un dique contenedor.
Limpiándose el sudor de la frente, frunció el ceño al mirar de nuevo por el camino. Todo ese trabajo, y sólo había realizado dos millas o así. Sus ojos atraparon un destello de verde esmeralda, y entrecerró los ojos. Otro destello. Un excursionista por el camino. ¿Alguno de los invitados?
Mientras escuchaba, arrojó más piedras en un agujero de barro. Finalmente oyó el suave crujido de ramas de pino seco. Había llegado. Se volvió y vio a Rebecca.
El placer disparó a través de él ante la vista de ella, y frunció el ceño en respuesta. Después de que Jake se fue, había decidido mantenerse completamente alejado de la chica de la ciudad. Ella no necesitaba un soldado agraviado y él no necesitaba un desengaño, porque, maldición, ella fácilmente podría romperle su corazón. Otra noche de diversión, y ambos podrían terminar heridos.
Echó un vistazo a la pista detrás de ella y no vio a nadie. -¿Qué haces haciendo senderismo sola?
Un rayo de sol cambió sus ojos a un verde claro, y su pelo brillaba rojo y dorado mientras ella echaba hacia atrás sus mechones sueltos. -Todos los demás se fueron a algún prado, y no me gusta estar todo el día sentada. No me di cuenta que tú estabas trabajando en este sendero. Lo siento.
Ignorando sus reglas de senderismo solitario. Las habría evitado si ella pudiera. Dos faltas. La ira se agitó dentro de él. ¿Caería en una tercera? Él dio un paso más cerca.
Sus ojos se abrieron, y él le tocó los labios. Ella no se apartó, sino que le ofreció su boca, suave y abierta.
Arrastrando los dedos por su cabello, él le inclinó la cabeza para tener un acceso completo. Cuando él dio un paso atrás, ella tenía el rostro rojo de excitación, y su ira desapareció bajo su propia agitada lujuria. Maldita sea, podría tentar a un sacerdote para el pecado.
Ella rompió las reglas. Concéntrate en eso, no en el sexo. El hizo un puño con la mano en su pelo. -Las reglas del albergue establece que no deben realizarse excursiones solitarias. ¿Lo has olvidado?
– Uh. -Ella resopló. -No, sólo quería caminar y no tenía a nadie que vaya conmigo.
Deliberadamente desobediente, pero al menos era honesta. Deslizó la mano hacia abajo para cubrir la garganta y agarrar su cuello con suavidad. -Rebecca. No lo hagas otra vez. ¿Soy claro?
– Claro, -dijo en voz baja.
Debajo de sus dedos, su pulso aumentó, la cautivadora respuesta de una sumisa bajo control. Él se puso duro. Y cambió de idea sobre escoltarla de regreso al albergue, mantenerse alejado de ella, y no romper ningún corazón, incluso el propio.
– Dado que estás aquí, supongo que haré uso de ti -le murmuró.
– De acuerdo, yo estaría encantada de ayudarte a trabajar en el camino, -dijo ella, sus ojos fijos en la pala tendida en la maleza. Cuando sus dedos desabrocharon el primer botón de su camisa de franela, el sobresalto la hizo reunirse con su mirada.
– Tengo un tipo diferente de uso en mente. -Deslizó la mano por debajo de su sujetador y la ahuecó con firmeza. La temerosa respiración lo hizo sonreír. Él estaba pensando en todo tipo de uso.
El lugar donde los swingers habían ido no podía ser más hermoso que esto, pensaba Rebecca, mientras llegaban a la cima de una colina y veía una pequeña pradera de montaña inundada de flores silvestres moradas y amarillas. El zumbido de las abejas ocupadas en la cosecha rivalizaba con el suave roce de los pastos en la brisa.
Mientras caminaban hacia el claro, Logan le soltó la mano y la agarró por la muñeca.
Rebecca se estremeció, dándose cuenta que con ese movimiento, él deliberadamente había establecido que estaba bajo su control. Levantó la vista y lo vio esperando por su reacción. El hombre, el Dom, observaba lo que ella hacía más atentamente de lo que lo había hecho nadie. Eso la hizo sentirse vulnerable, casi como si pudiera leer su mente.
Como si ella hubiera dicho justamente eso, él se detuvo y le levantó la barbilla. -¿Cuál era ese pensamiento?
– Perdóname, pero no puedes llegar a conocer cada pensamiento que tengo. -Ella intentó alejar su cara, para protegerse.
No sólo no la liberó, sino que se acercó aún más, sus ojos oscureciéndose a un gris acero. -Normalmente, durante el día, tus pensamientos son tuyos. Cuando compartes mi cama o cuando estamos juntos de esta manera, -le levantó el brazo donde sus dedos engrillaban su muñeca, -entonces tú compartirás tus pensamientos y tus sentimientos, abierta y honestamente.
Tragó saliva. El calor cursando a través de su cuerpo por estas palabras contrastaba con el temblor en su interior. Le gustaba hablar con la gente pero no compartiendo emociones privadas. Ellas estaban destinadas a ser privadas.
– Una vez más, -dijo en voz baja. -¿En qué estabas pensando? -Sus dedos mantenían su barbilla levantada, el pulgar acariciando su mejilla.
– Yo-yo… -Cómo iba a decirle que se sentía vulnerable. Seguro, y eso ayudaría a que todo se sienta mejor. -Yo estaba solo… -Dile sobre las flores en la arena, la…
– Rebeca, no me mientas, -advirtió, descartando la idea.
El rigor en sus ojos y en su voz hizo que sus piernas se sientan como fideos recocidos.
Su mirada se suavizó. -Ah, cariño, esto es muy nuevo para ti. -Con una media risa, él la arrastró a sus brazos, su pecho fuerte debajo de su mejilla, sus brazos como aros de hierro a su alrededor.
Con un suspiro de alivio, ella puso sus brazos alrededor de él. Dios, se sentía bien, ser sostenida. La asustaba a veces y…
– Estoy esperando.
Maldita sea. Tirándose un poco hacia atrás, apoyó la frente sobre su pecho, mirando hacia abajo. Sus rugosas botas estaban firmemente plantadas en el suelo, y sus jeans no podían ocultar los músculos de sus muslos.
Este era un hombre poderoso, y hombre era la palabra operativa. No un niño en un cuerpo de tamaño adulto, sino un hombre en el pleno sentido del significado. Sus defensas cedieron. -He visto cómo me miras tan atentamente, -le dijo a sus botas. -como si pudieras leer mi mente.
– Y ¿cómo te sientes al pensar que podría leer tu mente? -Como el cuchillo de un cirujano, sus palabras fueron directo al corazón del asunto. Cuando trató de empujarse hacia atrás, su mano se enroscó alrededor de su nuca, con la fuerza suficiente como para que ella supiera que él no la dejaría moverse.
– Vulnerable, maldita sea. Me siento vulnerable.
– Ahí vamos -murmuró, frotando su mejilla en la parte superior de su cabeza. Sus brazos moldeándola en su contra. -Excitarte por esa vulnerabilidad te hace sentir aún peor, ¿no?
Oh Dios. Esa misma era la parte en la que no quería pensar. Un estremecimiento la atravesó, y él se rió entre dientes, maldita sea.
Él la llevó al tronco de un árbol, se sentó, y tiró de ella entre sus piernas. -Tú no eres swinger, Rebecca. -Sus manos se apretaron sobre sus brazos, sosteniéndola en su lugar, y ella se sintió humedecer. -Pero eres una sumisa.
La sencilla manera en que declaró el hecho constriñó algo en la boca de su estómago.
Relajando su agarre, él pasó sus manos hacia arriba y hacia abajo de sus brazos. -Probaste eso anoche y le gustó. Y ahora estás asustada.
– Claro que lo estoy, -murmuró.
– Tú puedes escaparte, pero eso no va a cambiar tu naturaleza. No va a cambiar lo que quieres en la cama.
Eso era lo que ella no quería oír.
– Puesto que tú estás aquí… y yo estoy aquí, tal vez deberías aprovechar el tiempo y seguir aprendiendo sobre BDSM.
Un dolor había empezado en su ingle, activándose automáticamente por el toque de sus manos sobre ella. Por la forma en que mantenía el control de su cuerpo y de la conversación y… de todo.
Sin embargo, él ahora emocionalmente, sino físicamente, dio marcha atrás, en espera de su respuesta, dándole la opción.
Si quería, podía entrar en este mundo extraño. Ella no debería. El sexo excéntrico no era para ella, en absoluto. Entonces recordó las odiosas palabras de Ashley, y su estómago se retorció. Yo realmente soy frígida.
– Es bueno saberlo.
Ella lo miró con horror. ¿Había dicho eso en voz alta? -Matt le dijo a Ashley que…, -murmuró. Dios mío, qué humillante. Pero la repetición de las palabras de Ashley y las creencias de Matt le hicieron decidirse. Ella había llegado a La Serenidad en busca de la respuesta a su sexualidad, y había encontrado una llave en el BDSM. Siendo dominada, siendo restringida… Eso la excitaba, y sin embargo ella no podía verse haciendo esto con cualquiera. Con cualquier Dom.
Miró a Logan, viendo la fuerte mandíbula, los ojos nivelados, sus labios firmes. Parecía un hombre que se conocía a sí mismo, alguien que no tenía ninguna intención oculta para perseguir. Ella confiaba en él. Sobre todo. Podría asustarla a veces, pero él no le haría daño. La mantendría a salvo.
Bien, entonces. Si él quería abrir la puerta, ella debería seguir adelante con él. Respiró hondo, sintiendo como si estuviera saltando de un acantilado. -Quiero continuar.
Cuando sus piernas se apretaron, capturándola entre ellas, y empezó a desabrocharle la camisa, su corazón vaciló. -¿Recuerdas tu palabra de seguridad?, -le preguntó.
– Rojo, ¿no?
– Muy bien. -La aprobación en su voz la calentaba como una manta ceñida y aliviaba los temblores que cursaban a través de ella. Su camisa abierta se agitaba, y él se la quitó de inmediato. Su sujetador le siguió, y se quedó allí medio desnuda. Al aire libre. En un día soleado.
Él le tomó las manos antes de que ella pudiera cubrirse a sí misma y le dirigió una mirada implacable. -Durante la siguiente hora o así, este cuerpo es mío para jugar con él. ¿Entiendes?
Un escalofrío la recorrió cuando su mano acarició sus pechos.
– Pequeña sub, tu respuesta es “Sí, señor” -Él esperó.
Trató de tragar, pero toda la saliva había desaparecido de su boca. -Sí, señor -susurró.
– Muy bien. -Levantándose, la colocó detrás del poste donde había un tronco apuntalado en un ángulo de la ladera. La superficie expuesta había sido pulida y negros puños de velcro colgaban de anillos de hierro incrustados en los lados. Él le ubicó la espalda sobre él y le tendió una mano. -Dame tus muñecas.
Cuando ella vaciló, esperó pacientemente, sus ojos nivelados. Ella confiaba en él, pero no se movía. Un extraño encogimiento alrededor de su pecho mantenía a sus pulmones expandidos cuando lo miró fijamente. Ella realmente se fiaba de él. Puso las manos en la suya.
Su sonrisa de aprobación ayudó, pero luego él levantó las manos sobre su cabeza y se inclinó hacia adelante, apoyando su peso sobre ella, anclándola en su lugar. Algo de pronto se apretó alrededor de una muñeca, luego de la otra.
Ella respiró hondo y tiró. Sus muñecas estaban restringidas. Inclinando la cabeza hacia atrás, miró hacia arriba. Puños rodeaban sus muñecas, asegurándola al árbol.
Tiró, sintiéndose al borde del pánico, su corazón acelerado. -¿Logan? No me gusta esto. -Su voz temblaba. Ella se retorcía debajo de él.
Le tomó el rostro entre sus manos, deteniendo sus movimientos frenéticos, sus manos inflexibles pero suaves. -Rebeca, mírame.
La orden hizo que vuelva su atención hacia él.
– No voy a hacerte daño, cariño. ¿Me crees?
Ella lo miró a sus ojos azules. Severos, fuertes, poderosos, pero no crueles. Él siempre le había dicho la verdad. Ella asintió con la cabeza.
Un pliegue apareció en su mejilla, a pesar que sus labios no sonreían. -Bien. El principio de la confianza. No voy a dejarte, y no voy a hacerte daño. Tu trabajo es simplemente confiar. Confía en mí por… digamos, una hora… y después hablaremos al respecto. ¿Puedes hacer eso?
¿Una hora? ¿Tenía que estar al aire libre, encadenada a un árbol y medio desnuda, durante una hora? Pero sus ojos permanecían fijos, y su inquietud se alivió lo suficiente como para que ella pueda hacer una pequeña inclinación de cabeza.
Su sonrisa sostenía su aprobación. -Buena chica. -Inclinando la cabeza, lamió sobre un pezón. Ella se sacudió cuando la caliente sensación chisporroteó a través de ella. Sus brazos trataron de reaccionar, y no pudo moverse, lo que envió más calor inundándola. Luego de un segundo, se dio cuenta que Logan había dado un paso atrás, y su concienzuda mirada estaba concentrada en su rostro.
Cuando ahuecó ambos pechos en sus duras manos, acariciando los hinchados pezones con sus pulgares, ella ahogó un gemido. Su cabeza golpeó atrás contra el árbol mientras sensación tras sensación la recorría, y su siguiente gemido se escapó.
– Tomaré eso como un sí -murmuró Logan. Dio un paso atrás alejándose lo suficiente como para tirar de una correa sobre la cintura de la pequeña sub, apretándola cómodamente sobre su estómago desnudo. Esto tanto la mantendría más segura como aliviaría algo de la tensión de sus brazos.
Ella lo miraba con ojos grandes. Su respiración se aceleró, y él pudo sentir el violento golpeteo de su corazón cuando palmeó un pecho. Pero el terror disminuía cada vez que su excitación crecía.
Necesitaba mantenerla tranquila para conservar su confianza. Pero el borde de tensión en sus ojos y el estremecimiento que corría por ella eran el sueño de cualquier Dom. Él caminaba sobre una línea muy fina, controlándose a sí mismo tanto como a ella, conduciendo la situación para el bien de ambos.
La besó, tomando su boca lenta y concienzudamente, dejando vagar sus manos sobre sus exuberantes pechos. Los pezones estaban puntiagudos pero aún con un color rosa pálido, como el algodón de azúcar, y muy aterciopeladamente suaves. Se complació a sí mismo por un tiempo, lamiendo y chupando hasta que las puntas se pusieron duras y aguzadas, y se volvieron de un rojo vibrante. El curvilíneo cuerpo debajo de sus manos lentamente se volvió más caliente que el sol sobre sus hombros.
Ella se puso rígida cuando él tiró hacia abajo de sus jeans y bragas, dejándola desnuda. Para ser justo y en cierta medida considerado, él se quitó la camisa.
Sus ojos se detuvieron sobre el pecho de él, y ella le sonrió. Cuando su cuerpo se relajó levemente, él se dio cuenta que ella creía que él había terminado y que el resto iba a ser sexo convencional. Pobre sub.
Se arrodilló, le agarró el tobillo, y disfrutó de cómo ella trataba de mantener las piernas juntas en una protesta silenciosa. Un brazalete de velcro encadenado a una estaca de hierro en el suelo fue alrededor de su tobillo. Apretó la cadena hasta que la pierna quedó en un ángulo hacia afuera. Cuando hizo lo mismo con la otra pierna, oyó un gemido en la oreja. Poniéndose de pie nuevamente, él asintió con la cabeza. Agradablemente expuesta, su coño esperando por su toque.
Inclinándose hacia adelante, pasó las manos hacia arriba y hacia abajo de sus brazos atados hasta que su respiración se tranquilizó, y ella dejó de tirar de sus restricciones. -Me gusta verte así, pequeña rebelde- dijo, capturando su mirada. -Estás abierta para mí en todo sentido.
Ella no pudo disimular el temblor de su cuerpo por sus palabras o la forma en que sus pupilas se dilataron.
Él se sentó sobre el tronco. Él y Jake habían diseñado este "equipamiento" cuidadosamente. El tronco derribado formaba una admirable mesa inclinada y el bulto de arena un taburete conveniente. Un grupo de bondage ese fin de semana había ayudado con las pruebas necesarias para que las esposas y cadenas ubiquen el coño de una sub justo en el lugar adecuado para alguien sentado sobre el bulto.
Su polla se puso dura al mirar a la pequeña sub permaneciendo abierta como un obsequio delante de él. Los brazos por encima de su cabeza, sus pechos levemente sacudidos por su rápida respiración, los pezones duros puntos de excitación. Brillando por la humedad, su vello púbico de color rojo-dorado brillaba a la luz del sol, y con sus piernas tan ampliamente abiertas, sus labios vaginales se abrían, rogando ser tocados.
Él pasó un dedo a través de sus pliegues y sonrió. Podría estar un poco asustada, pero también estaba muy, muy mojada. El alisó su coño con su humedad y le acarició sobre su clítoris, disfrutando de su gimoteo.
Así que los swingers pensaban que era fría, ¿verdad? Idiotas. Deteniéndose un segundo, miró a través del pequeño valle de la Montaña Crone, donde Jake había llevado a los demás. Las cataratas Gold Dust estaban… ahí, como el vuelo de un pájaro, bien podrían llegar las voces, o gritos, a la distancia. No le importaba un comino lo que los swingers pensaran, pero era evidente que le importaba a Becca. Bien, entonces.
Inquieta por su silencio, ella se retorcía por la expectativa, y él se inclinó hacia atrás para disfrutar de la vista. Una suave, redonda sumisa amarrada. Retorciéndose. Húmeda. Tenía la intención de usarla bien.
Pero primero ella tenía que cantar. Se inclinó hacia adelante y deslizó un dedo sobre un lado de su engrosado nudo. Ignoró su exclamación de placer y sin piedad y rápidamente la llevó hasta el borde de un clímax.
Cuando él levantó la mano, sus caderas trataron de seguirla. Sus ojos se abrieron, arremolinándose por la necesidad y luego por la frustración cuando él no respondió.
Él simplemente la observaba inquietarse, dándole una indiscutible lección sobre quién llevaba las riendas. Pronto los pequeños músculos alrededor de su boca mostraron la ira superando a su necesidad.
Él se inclinó hacia adelante y lamió justo sobre su clítoris.