Logan se puso de pie. -Hay algunas reglas básicas que la mayoría de los Doms y subs deben seguir.
Rebecca se sentó y tiró una manta suelta de la parte posterior del sofá sobre su regazo. Sus labios formaron la palabra Dom. Eso debería ser la abreviatura para dominante y luego sub para sumisa. Esto no era algo nuevo en el mundo, ¿no?
– Mientras estamos… lo vamos a llamar jugando, no puedes hablar sin permiso. Me llamarás “Señor”, y si se te doy una orden, tu única respuesta debe ser, “Sí, señor”. Estarás arrodillada en el suelo a menos que tengas permiso para permanecer de otra manera. -Se detuvo y ladeó la cabeza.
Rebecca frunció el ceño. Esto sonaba mucho como la esclavitud, a ella no le gustaba nada. Pero su coño se había apretado, ardiendo mientras sus palabras continuaban. Siguiendo el procesamiento de sus palabras, ella miró hacia arriba. Él se había cruzado de brazos, y sus ojos casi la congelaron. -¿Qué? -le preguntó ella.
Sus cejas se juntaron, y señaló la alfombra a sus pies.
Oh escupe. No hablar. Decir “Sí, señor”. Arrodíllate. Arrodíllate. Ella se bajó del sofá sobre sus rodillas, puso sus manos en su regazo, y trató de mirar adecuadamente arrepentida. Algo en su interior le daban ganas de reír.
– Mejor. -Logan se inclinó y con manos firmes separó sus rodillas para exponer su entrepierna. -Algunos Doms quieren una sub con las manos abiertas se esta manera -él ubicó sus manos sobre sus muslos con las palmas hacia arriba -pero yo prefiero los brazos detrás de la espalda, los dedos entrelazados. -Él inclinó la cabeza y esperó hasta que ella obedeció.
Ante la sensación de sus manos sobre sus piernas, posicionándola como si tuviera todo el derecho a hacerlo, sus ganas de reír desaparecieron. Su cuerpo bruscamente se excitó como si hubiera activado un interruptor de luz. Uno de cien vatios. Con sus manos detrás de su espalda, su pecho arqueado hacia adelante, como si sus pechos fueran…
Sus ojos estaban fijos en su cara, se arrodilló delante de ella y ahuecó su pecho, levantándolo ligeramente. El calor quemó a través de ella como una ola masiva.
Él sonrió lentamente. Cuando el dedo circuló el pezón, sus entrañas se volvieron líquidas. -Ahora tu cuerpo está abierto y disponible para mi uso.
Su voz retumbaba en sus oídos. Tocó cada pecho, acariciando sus pezones hasta que le dolían. Entonces su mano se deslizó entre sus piernas como si tuviera todo el derecho para tocarla…
Ella sintió sus dedos acariciando a través de sus pliegues, uno deslizándose dentro suyo, y respiró hondo ante el íntimo toque. Ella se movió para escapar del dedo explorador y recibió una picante bofetada en su muslo desnudo. -No te muevas, sub -replicó él, su boca firme por el disgusto.
Algo se estremeció en su interior por el placer y la necesidad.
Quitando su mano, él se paró en un ágil movimiento. Cuando ella miró hacia arriba, él sacudió la cabeza. -Mantén tus ojos bajos. Cuando estás en la posición de esclava, no miras hacia arriba.
Su boca se abrió. ¿Esclava?
Lo escuchó reírse. -Así se llama esa posición. Tú no eres una esclava, pequeña rebelde, eres una sub. Por lo general, esclavo significa que alguien tiene una relación de dominación y sumisión a tiempo completo, eso no es algo que yo haga.
¡Menos mal.
Sus manos callosas se cerraron sobre sus hombros desnudos, aliviando la rigidez muscular. -Relájate, Becca. Esta es una exploración, no una sentencia de cadena perpetua. -Sus manos eran cálidas y conocedoras, y sus hombros comenzaron a aflojarse. -Y hay alguna exploración que todavía tengo que hacer, -le susurró al oído.
Por debajo de sus pestañas, ella lo vio acercarse a un armario y tomar una gran bolsa y una almohada negra como de la longitud de un cojín del sofá, sólo que más alto y en forma de medialuna. Tiró el cojín sobre el piso delante del fuego, ubicó la bolsa a su lado, y encorvó un dedo hacia ella.
Ella se levantó, luchando por la elegancia, empujando con su estómago. Con una sonrisa, él la agarró de la parte superior de sus brazos, tirando de ella sobre los dedos de su pie en una demostración de fuerza que le hizo temblar el estómago, pero su beso fue suave. Casi tierno.
Él la cogió en sus brazos y la colocó sobre la cosa con forma de medialuna, sólo que en lugar de utilizarla como soporte para la espalda, él ubicó su cabeza en el extremo más bajo y su trasero en alto, las piernas colgando fuera del borde.
– Ahora, Becca, voy a doblar tus piernas hacia abajo y hacerte sentir las restricciones.
Sus ojos se abrieron. -Pero…
– Silencio. -Él la agarró por el tobillo. -Sólo tus piernas. Te voy a dejar los brazos y manos libres. -Él sonrió ligeramente. -No me conoces lo suficiente como para confiar en mí completamente. Y con razón. -Estiró una pierna, por el lado de la cuña y le ató una correa de velcro en el tobillo, entonces la otra. Con el trasero en la parte más alta de la cuña, y sus piernas ampliamente abiertas, su coño había quedado exhibido.
Ella forcejeó con sus piernas. Cuando no pudo moverlas y se dio cuenta de lo abierta que estaba, un temblor recorrió todo su cuerpo, luego otro, imparable e interminable.
– Por el tiempo que estés aquí, pequeña rebelde, tu cuerpo es mío para jugar y utilizarlo. -Sus manos se curvaron alrededor de sus muslos, empujándolos para abrirlos aún más. -¿Recuerdas tu palabra de seguridad, la palabra que usarás para detener todo?
– Rojo.
Sus manos firmes masajeaban sus muslos, su toque moviéndose cada vez más cerca de donde su clítoris palpitaba. Inclinándose hacia adelante, sopló sobre él, el aire caliente la estremeció. -Tienes un muy bonito coño, Becca. -Con una sonrisa maliciosa, le alborotó el vello púbico y murmuró: -Un pequeño zorro rojo.
Sus pulgares abrieron sus labios vaginales, y el aire frío corrió contra sus labios menores, haciéndola sacudirse. Con suavidad, masajeó los labios mayores antes de moverse hacia adentro. -Bonito y regordete, -murmuró, y luego deslizó sus dedos sobre sus labios menores. – Ligeramente rosado con un toque violeta. -A medida que sus dedos se deslizaban hacia arriba y hacia abajo sobre el orificio empapado, su coño entero empezó a arder con la necesidad. -Un poco hinchado, pero estarás mucho más hinchada antes de que haya terminado.
Su lengua siguió a sus dedos. A medida que la lamía, la sensación era tan intensa, que se retorcía descontroladamente. Y luego sus pulgares la abrieron más ampliamente mientras su lengua parpadeaba sobre los labios hinchados hasta… allí.
Su clítoris le dolía y latía mientras él bromeaba a su alrededor, cada pasada de su lengua a lo largo del nudo hacía que el dolor se profundizara. Un lado, luego el otro. Él levantó la cabeza y la miró, su rostro ensombrecido a la luz del fuego. -Voy a dejarte tan hinchada que estarás palpitando. -Sus dedos acariciaron a través de sus pliegues. -Lo suficiente para que tu clítoris sobresalga y se endurezca como una polla.
Los ojos de la sub se agrandaron, y sus piernas se sacudieron. ¿Quería salir corriendo o rogar por más? Logan se preguntó. La intensidad de sus respuestas, evidentemente, la asustaban y a él le encantaban. Como Dom, él quería empujarla cada vez más lejos. Como hombre, quería enterrarse en ella y machacar hasta que ambos llegaran.
La responsabilidad de un maestro para su sub era lo primero. Ellos tenían más para explorar juntos antes de que le permitiera a su polla entrar en juego. Con un gentil dedo, deslizó la diminuta capucha del clítoris, exponiendo la brillante perla rosada que ocultaba. Lo tocó con su lengua, sólo el más mínimo parpadeo, y sintió que sus piernas temblaron. Pasó su lengua por los frágiles pliegues de la capucha, hacia arriba y encima, luego bajó por el otro lado.
Su respiración se incrementó. Levantó la vista para ver sus nudillos blanquearse. Por ese férreo control suyo recibiría una paliza ahora.
Insertó un dedo dentro de ella, la cálida sensación resbaladiza era increíblemente tentadora. Quería empujarse a sí mismo adentro tan profundamente de manera que sus pelotas rebotaran en su culo. A medida que retiraba el dedo, las paredes de la vagina se apretaban a su alrededor, tratando de retenerlo.
Él se deslizaba hacia adentro y afuera, agregando otro dedo. Un gemido salió de ella. -Logan…
Le dio una palmada en el muslo como un punzante recordatorio. Ella saltó, y su suave boca se abrió por la sorpresa.
– No te olvides, pequeña rebelde, o realmente tendré que castigarte.
Sintió el apriete de su vagina, confirmando sus impresiones anteriores. El castigo la excitaba. Cuánto quedaba por ver. Esperaba averiguarlo con una expectativa que no había sentido en años.
Mientras deslizaba sus dedos adentro y afuera, su muslo cepillaba su mejilla temblando incontrolablemente. Apretó hacia arriba dentro de ella hasta que la punta de su dedo encontró su punto G, todavía áspero e irregular. El dedo pulsó en contra de él, y al mismo tiempo, la lengua frotaba firmemente contra un lado de su clítoris hasta que se hinchó, sobresaliendo de su capuchón.
Su gemido lo estimuló. Nunca había encontrado nada tan satisfactorio como empujar a una mujer más allá de sus inhibiciones y dentro de la más honesta respuesta apasionada. Y esta pequeña sub tenía inhibiciones y pasión en partes iguales. Ahora sus caderas empujaban hacia arriba, hacia su boca, pero las apretadas restricciones la mantenían inmóvil. Su respiración cambió cuando su excitación se elevó en una verdadera respuesta sumisa y se volvió vulnerable. Dominada.
Él alejó su boca hacia atrás, frotando su dedo sobre el punto G hasta que se hinchó y se suavizó. Luego coordinó su ataque para impulsarla aún más alto. Punto G y clítoris, dedos y lengua, excitando toda la masa de nervios.
Su respiración pasó a ser un duro jadeo. Todo su cuerpo temblaba mientras se acercaba a su clímax. Su vagina se desprendía alrededor de la punta de su dedo y reforzaba la lucha contra sus nudillos. Casi estaba allí. Esta era una danza de dos compañeros. Él podría tener el control, pero sus respuestas dictaminaban su próximo movimiento. Y carajo, él amaba sus respuestas.
Aminoró sólo para retirarse un poquito y disfrutar de los pequeños gemidos que se mezclaban con su jadeante respiración. Su vagina apretaba aún más fuerte. Ralentizando incluso más, la sostuvo en el borde mientras su cuerpo se ponía rígido, incluso su respiración se tranquilizó.
Tentado a negárselo, se detuvo, pero esa no era la lección de hoy. Además, quería oírla correrse de nuevo. Succionó el clítoris en su boca y lo burló suavemente, dándole tirones.
Sus caderas se inclinaron hacia arriba mientras su cuerpo se arqueaba cada vez más alto, y luego su vagina convulsionó alrededor de sus dedos en agitadas ondas que dejaron escapar un largo y satisfactorio gemido. Tan satisfactorio que él quería empezar de nuevo y hacerlo todo otra vez.
Pero su polla podría explotar.
Liberó su clítoris a regañadientes. Ella era increíblemente dulce: corazón, alma, y coño. No podía creer que no tuviera un marido y niños corriendo alrededor de sus pies. En su lugar, ella lo tenía a él a sus pies, y eso le agradaba como el infierno.
Cuando miró hacia arriba, sus pezones se habían convertido en duros brotes rosados. Cuando el estremecimiento en la vagina se tranquilizó, presionó firmemente contra su punto G y lamió por encima de su capullo, enviándola de nuevo.
Y luego otra vez.
Cuando se detuvo para besar la cara interna del muslo, podía sentir el barniz de sudor sobre su piel. Tirando de ella, le dio un beso justo por encima de su monte, sonriendo ante el estremecimiento de los músculos del estómago debajo de sus labios.
– Estás temblando, dulzura. -Pero no de frío. -Las manos enlazadas detrás de la cabeza ahora, por favor.
Su cara aún enrojecida, sus pezones comenzando a relajarse, ella le frunció el ceño.
Dios, era linda. Él le frunció el ceño en respuesta y esperó. Sus brazos se levantaron, renuentes en cada pequeño movimiento. Y entonces sus manos se enlazaron detrás de su cabeza, arqueando sus senos para su disfrute y uso.
Él le dirigió una sonrisa de aprobación y desabrochó sus jeans.
Cuando Logan se quitó los pantalones, Rebecca no podía apartar la mirada. La luz del fuego parpadeaba sobre su cuerpo huesudo, ensombrecido, destacando los músculos contorneados. De un nido de vello oscuro, su erección se destacaba orgullosamente, más larga de lo que ella estaba acostumbrada y mucho más gruesa, ningún árbol delgado sino un roble macizo. Sus bolas se balanceaban ligeramente entre sus piernas mientras él mismo se enfundaba un preservativo. Sus músculos se flexionaron en sus muslos cuando se arrodilló entre sus piernas.
Levantó sus pesados pechos con las manos. Sus dedos le acariciaron la tierna parte inferior, y una sonrisa apareció en su rostro. Se burló de sus pezones hasta que se levantaron, duros y puntiagudos. -¿Alguien alguna vez se podría cansar de jugar con ellos? -murmuró.
Sus labios se cerraron en un pico sensible, y un relampagueo corrió por su cuerpo. Rodó el nudo entre la lengua y el paladar.
Su aliento raspando sobre el leve dolor. Cuando chupó con fuerza, envió un pulso de necesidad directamente a su núcleo. Sus caderas se movieron y su sexo comenzó a doler por la presión.
Él se incorporó sobre un antebrazo. -Momento de un juguete más. Puedes elegir una mordaza, puños de muñeca, o pinzas de mama.
Ella negó con la cabeza, sin atreverse a hablar.
– Oh, sí. -Corrió un dedo a través de sus labios. -No estarás aquí mucho más, dulzura. También podría darte una buena base en el estilo de vida. Elige.
Tragó saliva. Ella absolutamente no quería sus manos inmóviles. ¿Ser amordazada? No -Pinzas, -susurró.
– Buena elección. -Él enganchó su bolsa y la acercó, luego retiró una pequeña caja, sacó lo que parecía ser un broche de tender la ropa en miniatura. Levantó uno. Gomas negras recubrían los extremos. Un pequeño tornillo asomaba de la bisagra. -Como eres nueva, voy a renunciar a las joyas o al peso. Esta vez.
Se inclinó hacia adelante y chupó un pecho hasta que el pezón se alzó. Luego adjuntó el broche, girando el tornillo hasta que el gancho le pellizcó insoportablemente el pezón. Apretó los dientes, pero la tensión disminuyó, dejando sólo un intenso dolor que de alguna manera aumentaba el latido de su coño. Lo hizo con el otro, y ella ahogó un gemido.
Dolía, y sin embargo, sentía una insoportable excitación, como nunca había sentido antes. Dios, lo necesitaba en su interior.
El cabello de él, espeso y alborotado, le caía sobre la frente, tocaba su nuca. Sus hombros brillaban a la luz del fuego, y quería tocarlo desesperadamente, sus brazos temblaban por eso. Él sonrió ligeramente. Agarrando sus antebrazos, se inclinó sobre ella, su peso y fuerza la apretaron más contra la cuña.
Ella no podía mover… nada. Su profunda inhalación apretó los senos contra su pecho, y la abrasión de su pelo contra sus muy sensibles pezones la hicieron sisear.
– Estábamos hablando de dominación y sumisión. -Sus manos se apretaron en sus brazos, hasta el borde del dolor, y la excitación la sacudió. -Tu cuerpo es mío ahora, bajo mi control. Disponible para mi placer. -Manteniéndose apoyado sobre el codo con una mano, acariciaba su cuerpo hacia abajo con la otra, luego, presionó su mano firmemente contra su coño y su clítoris palpitante.
Ella reprimió un gemido, incapaz de apartar la mirada de sus inflexibles ojos. -Esta es la más elemental de las lecciones, y la más agobiante. -Un dedo presionó dentro de ella, ilustrando lo que quería decir. Él podía hacer lo que quisiera, y ella sólo podía yacer allí y estremecerse.
Retiró el dedo. Un segundo después, deslizó la cabeza de su pene a través de su humedad y luego comenzó a empujar lentamente en su interior.
Era muy apretada, y su vagina trataba de resistirse a su tamaño a medida que su polla avanzaba. Ella jadeó, atrapada entre el insoportable placer y dolor. Sus uñas se clavaron en sus bíceps mientras intentaba no entrar en pánico. Él tenía los ojos fijos en los suyos mientras inexorablemente la llenaba hasta que ella sintió como si acabara de estallar. Cuando finalmente se detuvo, profundamente en su interior, ella no podía moverse. Su interior se estremecía a su alrededor por el sobresalto de su intrusión.
Se sentía tan vulnerable. Tan invadida, tanto por su polla como por su intensa mirada, que parecía ver directo dentro de su corazón.
Acodándose sobre un antebrazo, le sostuvo la cabeza. -Tranquila, pequeña, -murmuró. -Respira. -Su pulgar le acarició la mejilla.
Su gentileza trajo lágrimas a sus ojos y los cerró para que él no pudiera verlas.
La besó, sus labios persuadiendo una respuesta, suaves como el terciopelo, hasta que ella los abrió y le dejó ir más profundo. Mientras su boca se movía con gusto sobre la de ella, su cuerpo se aflojó, poco a poco, la abrumadora plenitud relajándola dentro del placer.
– Ahí vamos. -Le mordió el labio; la pequeña provocación hizo apretar su vagina. Y eso se sintió tan bien. Su mano dejó su rostro para acariciar su pecho. Cuando el dedo se frotó sobre el pezón, sacudió el broche, primero dolor, luego placer chisporroteaban por toda la zona que él había vulnerado. -Te sientes tan bien, cariño, estás amenazando a mi control.
Sus palabras ayudaron. Su callosa mano rozó su pecho, su costado, su cadera, nada de lo que no hubiera hecho antes, pero el acto irrevocablemente cambió por su presencia dentro de ella y cada sensación aumentó a un pico máximo. -Mírame ahora, -dijo con una voz profunda.
Ella levantó sus pesados párpados para encontrarse con su mirada. Su cara estaba en penumbras a la luz del fuego, su mandíbula apretada. Él se movió dentro de ella, la sensación indescriptible, poniendo en duda sus principios por el intenso placer. Él se retiró, y sus entrañas se juntaron para llenar el vacío antes de que él volviera a introducirse con la premura de la marea en la playa, imparable. Ella contuvo la respiración, y se apretó contra él como si pudiera salvaguardarla de ser arrastrada.
Observándola muy cerca, él aumentó su ritmo y el cuerpo de ella se distendió para acomodarse a él hasta que cada empuje traía sólo placer y una lenta acumulación de necesidad.
Él sonrió, y la curva de su boca cambió su expresión de peligrosa a devastadora. -Pon tus manos detrás de la cabeza, dulzura.
Pero… Ella parpadeó, dándose cuenta de que lo había agarrado la primera vez que entró en ella, y él no la había hecho detenerse.
Él entrecerró los ojos. -Te veías como si necesitabas algo para sostenerte. Pero ponlos de nuevo atrás, ahora.
Ella lo hizo, enlazó sus dedos juntos, la posición haciéndola intensamente consciente de su estado vulnerable y de la forma en que él tomaba todo el poder.
Él frotó su rugosa mejilla contra la de ella. -La próxima vez tus manos estarán amarradas, -le susurró al oído. -Y tal vez ataré tus piernas incluso más separadas y te provocaré hasta que grites.
Su vagina se apretó alrededor de su polla, y él se rió. -Por ahora, mantén tus manos allí. La próxima falta, te castigaré con algo para enrojecer ese bonito culo tuyo. -Su mano barrió hacia abajo y se curvó alrededor de una nalga, apretando para ilustrar su punto.
Ella podía sentir la forma en que su cuerpo respondía, y quería huir y esconderse. Hablaba de azotarla, y la idea la hacía mojarse.
– Ah, esa mirada confundida otra vez. -Le mordisqueó el labio inferior. -Hablaremos más tarde. Por ahora, tu único pensamiento es mantener las manos entrelazadas. ¿Está claro?
Ella asintió con la cabeza, apretando los dedos, ganando una sonrisa.
Entonces él se movió, y ella se dio cuenta de lo muy cuidadoso que él había sido. Afuera y adentro, el ritmo le provocaba estremecimientos de necesidad a través de su cuerpo. En cada empuje se presionaba más contra su hinchado clítoris, cada toque repercutiendo a través de ella hasta que su vagina se apretaba a su alrededor y empezaba a comprimirse cada vez más herméticamente. A medida que la presión acumulaba, sus caderas se inclinaban, tratando de obtener más, tratando de cambiar sus movimientos para que golpeen su clítoris más duro.
Con una risa baja, él metió la mano entre ellos, deslizándose en la humedad de allí, por encima y alrededor de su clítoris, manteniendo su toque firme. Sus dedos estaban tan resbaladizos y…
– No te muevas, sub -gruñó, y ella se quedó inmóvil, sus manos a medio camino de salir de debajo de su cabeza. Ella parecía no poder moverlas nuevamente, sin embargo, mientras él la tocaba, una y otra vez. Su polla martilleaba. Él no le permitía moverse, y ella gimió incontrolablemente mientras sus dedos se deslizaban sobre ella, y sus entrañas lo envolvían más y más fuerte.
De repente la habitación se volvió blanca, y ella estalló en torno a él. Espasmos de intenso placer dispararon desde su núcleo hacia afuera hasta que incluso los dedos de sus pies temblaron.
Él no se detuvo. Un ronco gemido salió de él cuando aumentó la velocidad. Un suave pellizco en su clítoris la sorprendió estimulado sus terminaciones nerviosas. Su espalda se arqueó cuando otro clímax arrancó a través de ella.
Mientras presionaba la frente contra la suya, su mano se deslizó por debajo de ella para levantar sus caderas incluso más arriba. Dio tres poderosos empujes, y se introdujo más profundo, muy profundo dentro de ella. Su polla se sacudió bruscamente contra su vientre lentamente, luego más rápido mientras su mano los sostenía a ambos presionándolos muy apretados. Después de un minuto, frotó su mejilla contra la suya.
Cuando levantó la cabeza, ella contuvo la respiración. Ahora que él había llegado, ¿aún la vería igual? Los hombres cambiaban a veces, volviéndose diferentes…
Sus dedos siguieron el rastro sobre la línea entre sus cejas. -¿Ahora qué está pasando por esa cabeza? -murmuró. -Baja las manos.
Bajó los brazos. Después de acariciar sus duros bíceps, ella corrió sus manos hacia arriba y sobre sus hombros barnizados de sudor. La forma en que la suave piel se estiraba sobre esos fuertes músculos la hipnotizaba. Su aroma se envolvía a su alrededor, completamente masculino.
Sus labios se movieron sobre los de ella, dándole suaves besos. – Valiente pequeña Sub. Lo hiciste muy bien, debes sentirte orgullosa. Espera un minuto más. -Salió de ella y desapareció en el cuarto de baño. Cuando regresó, la liberó de las restricciones de sus piernas, entonces, con dedos firmes, retiró una pinza de mama.
Ella estampó su mano sobre su propio pecho ante el dolor inesperado cuando la sangre volvió a él. -¡Ay!
Él se rió entre dientes. -Son peores cuando las sacas que al comienzo. -Ignorando la mano que le daba un empujón para alejarlo, quitó la otra. Con los labios apretados, ella casi logró sofocar el lloriqueo hasta que él lamió sobre un pecho, provocando al pezón con su húmeda lengua.
Dolor y placer. El sollozo se escapó y se convirtió en gemidos mientras él continuaba.
Levantándola en sus brazos, la quitó de la cuña y la colocó arriba de él de manera que quedaron yaciendo sobre la alfombra frente al fuego. Él era tan alto que ella se sentía pequeña sentada allí. Una mano presionó contra su trasero, manteniendo sus caderas apretadas contra él, y la otra pasó a través de su pelo para tirar de ella hacia abajo y darle otro beso.
No, él no había cambiado en absoluto después de tener sexo. Puso sus antebrazos abajo sobre su pecho, apoyándose a sí misma hasta que podía verlo. Incluso con ella arriba, él abajo, la confianza aún irradiaba de él. Al ver ese rostro absolutamente masculino y el controlado poder en él, nadie podría dudar de que él estaba a cargo.