El gruñido en la voz de Logan sonaba más amenazante que el mejor esfuerzo de Thor. Rebecca dejó el libro en la mesita de noche, y luego le dio una cautelosa mirada. -Yo quería…
– Ahora ahí está el problema, Becca, -Logan la interrumpió. Se sentó al lado de su cadera, aplastando el colchón debajo de su peso. Sus ojos, más grises que azules, enviaban una inquietud fluyendo hacia abajo de su espalda. -Si te doy una orden, espero que sea obedecida.
Sus ojos se estrecharon. -Si esto está relacionado con la dominación, has dicho que se aplicaría sólo en el dormitorio.
Él inclinó su cabeza, sus ojos nunca abandonaron su rostro. -Es verdad. En cierto modo. Soy dominante, Becca, y mi naturaleza no cambia. Fuera del dormitorio, puedes estar en desacuerdo conmigo, y veremos la forma de llegar a un acuerdo. -Le tomó la mano y los callos de sus dedos se sentían casi amenazantes mientras frotaba su pulgar en la parte interior de la mano. -Lo que pasó hoy, y más de una vez, es que estuviste de acuerdo en obedecer mis órdenes, y luego desobedeciste.
¿Desobedecer? -Logan, yo no soy una niña, -dijo, sorprendida cuando su voz sonó ronca. Un temblor comenzó en su interior.
– No, tú eres muy mujer, -dijo con una leve sonrisa. -Y también eres una sub. Mi sub… por el momento…
Por el momento. ¿Por qué esa frase dolía tanto?
Él continuó, -lo que significa que tengo ciertas obligaciones contigo, las que se oponen a dejarte creer que puedes escaparte luego de desobedecer a tu Dom.
Sus firmes palabras, la mirada en sus ojos, aumentaron su agitación hasta que sus dedos temblaban en sus manos. Miró a su mano con horror. ¿Qué le estaba pasando? Ella no tenía miedo… no exactamente…
– Rebeca, mírame.
Ella levantó la vista.
– Podemos manejar esto de dos maneras. Si somos sólo amigos y nada más, te daré una conferencia sobre seguridad y luego bajarás las escaleras.
El pensamiento golpeó en su pecho y le apretó la garganta. -¿Y la otra? -susurró.
– Si yo soy tu Dom por el resto de tu tiempo aquí, entonces serás castigada como una sub, y partiremos de allí. -Su mano libre le acarició la mejilla, el toque suave haciéndola sentir como si estuviera siendo dividida en dos partes. -Una relación Dom/sub, por breve que sea, sólo existe si hay confianza y honestidad entre ambas partes. Así que esta es tu decisión, pequeña. Tu respuesta puede ser “Seamos amigos”, o “Me someto, Sr”.
Su mano sobre su mejilla calentaba la piel que se había enfriado y le impedía alejarse. Sus ojos la penetraban, mirándola adentro profundamente. Ella sabía que él podía sentirla temblar. Piensa, Rebeca. Pero su capacidad de pensar había desaparecido junto con su fuerza de voluntad. Ella no podía tolerar la idea de ser sólo amigos. No en este momento. Tragó saliva, con la garganta seca. -Me someto, Sr.
Él asintió con la cabeza, ninguna expresión en su rostro. -Así será. -Le tomó las manos y se las sostuvo firmemente. -Así que para que quede claro, este castigo es porque te fuiste sola a hacer senderismo. Ni siquiera le dijiste a nadie adónde ibas. -Su voz era áspera. -Una hora más, y no te habríamos encontrado. Más lluvia de lo esperado esta noche… Podrías haber muerto.
– ¿Qu-qué estás…?
– No tienes permiso para hablar.
Oh Dios, ¿qué había hecho ella? Sin embargo, la sensación de sus manos la emocionaban, al menos hasta que tiró de ella hacia abajo sobre sus piernas. Terminó con la cabeza y los hombros colgando, sus caderas sobre las rodillas de él, y sus pies en la cama. La cabeza le daba vueltas, puso las manos planas sobre la pequeña alfombra rústica y trató de levantarse. Cuando él levantó su camisón y el aire frío rozó su trasero, la horrible comprensión llegó rápidamente.
– ¿Una paliza? De ninguna manera. -Trató de hacerse retroceder a sí misma sobre la cama sin éxito, entonces intentó arrastrarse hacia adelante fuera de su regazo. Su camisón fue agarrado con algo, probablemente su puño, atrapándola. Una mano se apretó sobre la parte baja de su espalda. -¡Déjame ir!
– Esto va a doler menos si te relajas, -dijo, como si ella no hubiera hablado, como si no estuviera luchando por escapar.
– Eres un hijo de…
¡Slam! El golpe estalló justo en su nalga derecha y picó como loco.
– ¡Ay!
Hizo una pausa. -Avísame cuando lamentes lo que hiciste. De lo contrario, simplemente continuaré hasta que mi mano se canse. -Una pausa.
Slam. Slam.
– ¡Maldito seas!
Slam. Una pausa.
– Te odio, cabrón.
Slam. Slam.
– Eres un enfermo. Sádico.
Con cada golpe, su mano descendía brutalmente, ardiendo peor de lo que hubiera podido imaginar hasta que su trasero entero quemaba.
– B-bast… -Su voz se quebró cuando un sollozo escapó, y las lágrimas se derramaron de sus ojos. Lo odiaba.
Su mano acarició suavemente sobre su parte inferior. -Me asustaste, mi amor. Si no te hubiéramos encontrado antes de que oscurezca…
Slam. Slam.
Apretó los dientes, tratando de mantener los sollozos de nuevo. Tratando de no suplicar.
Siguió como si estuvieran teniendo una conversación. -Incluso Thor no habría sido capaz de mantenerte lo suficientemente caliente, sobre todo porque tú no podías ir en busca de un lugar seco. -Una pausa.
Slam. Slam. Las uñas se curvaban en la alfombra rústica.
– Jake y yo estábamos aterrorizados, ya sabes. Corrimos detrás de tu rastro.
¿Ellos habían corrido? Ella había tenido un momento agobiante cuando caminaba hacia arriba. Y entonces él la había cargado una buena parte del camino hacia abajo. Había sido estúpida. Y descuidada. Su ira se marchitó y murió, y su resistencia con ella.
Slam.
– Yo… lo siento -susurró. -Por favor… lo siento.
– Ahí vamos. -Él la cogió en brazos y la sentó sobre sus rodillas. El dolor rayando a través de ella cuando su trasero se frotó en sus jeans. Ella no podía dejar de llorar, un llanto profundo que dolía en su pecho. Confundida y enojada, arrepentida y herida, trató de alejarse de él. -No me toques, -ella se atragantó.
Su agarre sólo se apretó. Su mano le acunó la cabeza, apretando la cara contra su hombro. -Es todo, pequeña rebelde. Ya terminó.
Cuando él le acarició el cabello, se sintió confortada y aún más confundida. Él le había pegado y la hizo llorar y ahora la abrazaba. -Lo siento.
– Lo sé, dulzura. -La besó en la parte superior de la cabeza. -Pero, maldita sea, me asustaste. -Sus brazos la apretaron hasta que ella casi no podía respirar. -Estaba tan enojado, que no confiaba en mí para hacer esto antes. No habrías sido capaz de sentarte durante una semana.
Sus palabras volvieron su atención a su trasero. -Quizás no pueda de todos modos, tú… -Ella contuvo el aliento. -Señor.
– Hermosa salida, pequeña. -Él la cogió en brazos y la llevó al cuarto de baño, la ubicó sobre el asiento del inodoro cerrado. Ella siseó cuando el fuego rayó a través de su tierno trasero. -Lávate la cara y prepárate para ir a la cama. Llámame -él le dirigió una mirada dura -cuando estés lista para volver.
– Sí, señor.
Después de que él la llevó de regreso a la cama, caminó alrededor encendiendo velas. Ella observaba, sus emociones aún agitándose en su interior.
Él se desnudó, y ella tuvo que cerrar los ojos ante la vista de su cuerpo desnudo. Era tan, tan hermoso.
Oyó el crujir de un envoltorio de preservativo y supo que él planeaba hacerle el amor. Tenía la boca apretada. Después de darle nalgadas. Dios, hasta la palabra sonaba infantil. ¿Él le había pegado y pensaba que ahora ella quería… follar? No sucedería. Tirando de las mantas hasta su barbilla, cruzó los brazos sobre su pecho, tratando de ignorar la forma en que sus pezones se habían apretado en puntos. Cuando sintió la cama hundirse debajo de su peso, ella abrió los ojos.
Él yacía a su lado, apoyando su cabeza sobre una mano.
Ella frunció el ceño. -No quiero hacer otra cosa que dormir. Señor. Me duele la cabeza.
Sus ojos se entrecerraron mientras estudiaba su rostro, y su mandíbula lentamente se convirtió en piedra. -No, no es verdad. -Le levantó la barbilla y le dio una mirada que la quemó todo el camino hasta los pies y le hizo temblar el estómago. -Las mentiras consiguen castigos, pequeña sub, pero creo que tu culo está un poco tierno en este momento.
Sus nudillos frotaban suavemente contra sus pezones, indudablemente, sintiendo los duros picos, y su sonrisa era implacable. -Pensaba ser gentil ahora mismo, pero te perdiste ese privilegio. En cambio, voy a tomarte para mi propio placer, y voy a hacerlo más duro.
Su boca se abrió, pero antes de que pudiera hablar, le había arrancado las mantas afuera de su abrazo y la puso sobre su estómago. Despiadadas manos empujaron sus piernas para abrirlas, nunca golpeó o tocó el tobillo dolorido. La tiró con fuerza sobre sus rodillas, poniendo su trasero en el aire.
Sintió por segunda vez la frescura del aire cuando empujó su camisón hacia arriba. Un dedo tocó su coño, arremolinando alrededor de sus pliegues a pesar de que ella se retorcía. Él hizo un gruñido satisfecho. -Estás húmeda, cariño. Muy mojada.
Algo empujó contra su coño, y luego se enterró él mismo en ella tan ferozmente que la hizo gritar. Sus puños apretaban las sábanas mientras su interior temblaba en torno a él. Sus rodillas le empujaron las piernas hacia afuera, abriéndola aún más, y él se insertó tan profundo que rozaba contra su útero. Ella todavía estaba sorprendida por su entrada cuando él empezó a moverse.
Ninguna gentil, dulce seducción, esta. Sus manos se apoderaron de sus caderas, tomando todo el control para sí mismo mientras se clavaba dentro suyo tan duro que pequeños gruñidos se escapaban de ella. Y, sin embargo, a pesar de la manera despiadada en que la tomaba, sus entrañas ardían. Sus pliegues hinchados y palpitantes mientras su necesidad crecía. Enterró la cara en la almohada, girando sólo lo suficiente para tomar aire, dándose cuenta de que era todo lo que ella podía hacer. Sometida, anclada en el lugar, ni siquiera podía retroceder. No podía hacer nada más que tomarlo.
El pensamiento la calentó aún más. Ella podía sentirse apretando alrededor de él mientras los estremecimientos formaban espirales a través de su cuerpo. Sus piernas empezaron a temblar. Se mordió los labios tratando de silenciar un gemido.
Él se echó a reír. Y de pronto deslizó una mano por debajo de su cuerpo, acariciando a través de sus pliegues, acariciando su clítoris con un firme, calloso dedo, la rugosidad contra sus tejidos sensibles incrementaron la excitación. Sus caderas se sacudieron, tratando de moverse, pero él se inclinó hacia delante, presionando su pecho contra su espalda, apoyándose sobre ella con un brazo sobre la cama y el otro entre sus piernas, acariciando, acariciando…
Sus pesadas bolas golpeaban contra su coño, enviando sacudidas a través de ella. El empuje rítmico creaba una pulsación en su interior, cada uno aumentando la enfurecida tensión. Sus manos arañaban las sábanas mientras jadeaba.
Retrocedió, casi todo el camino hacia afuera, y ella gimió. El empuje cuando retornó a través de sus tejidos inflamados le arrancó un grito. Permaneciendo en el interior de ella, frotaba su clítoris, llevándola al borde, y luego levantó sus dedos y sacó su polla otra vez. Duro hacia adentro, los dedos de nuevo. Una y otra vez, hasta que ella no podía pensar en otra cosa que no sea la sensación de sus dedos, de su polla entrando en ella. Ella se apretó aún más, sus piernas se volvieron rígidas y sus manos formando puños.
Repentinamente, él atrapó su clítoris entre sus dedos, dándole un firme pellizco mientras se clavaba dentro de ella.
– ¡Aaaaaah! -El feroz espiral de su interior estalló hacia afuera, enviando placer estrellándose a través de ella. Sus caderas se resistieron contra su mano, pero sus dedos sólo apretaban, manteniéndola atrapada mientras su coño sufría espasmos alrededor de su polla en interminables ondas de placer.
Aminoró, se detuvo y esperó hasta que los espasmos se convirtieron en ondas.
Su siguiente poderoso empuje envió una oleada cegadora a través de su cuerpo mientras su interior convulsionaba en torno a la intrusión en otro clímax en espiral. Y otro.
Luego abrió sus dedos.
Ella gritó cuando la sangre corrió de nuevo por su clítoris. Cuando estampó de golpe su polla en su interior, y otra violenta liberación la recorrió, la parte superior de su cráneo se sintió como si volara.
– Oh Dios. Oh Dios. Oh Dios. -Hundió su cabeza en la almohada. Todo parecía demasiado sensible, y trató de apartarse. Sus piernas estaban temblando demasiado como para sostenerla.
Él se echó a reír. Sus manos inquebrantables tiraron de sus caderas, y el martilleo comenzó de nuevo, corto y rápido, sus manos controlando cada movimiento de ella. La ubicó en el ángulo que él quería, entonces hizo un profundo gruñido, y ella pudo sentir su gruesa polla sacudiéndose duro en su interior.
Él no se movió durante un minuto, sólo la sostenía en contra suyo con un brazo de hierro a través de su estómago. Su respiración se tranquilizó, y entonces los volteó a los dos, manteniéndolos juntos adoptando una posición de cucharitas.
– ¿Todavía tienes dolor de cabeza? -le preguntó en el oído, su voz áspera.
– Eres un imbécil.
Él se rió entre dientes. -Esto es cierto. -Su mano se aplanó a través de su estómago, manteniéndola clavada contra su cuerpo caliente.
Finalmente, se levantó. Cuando volvió, traía más hielo para el tobillo. La giró sobre su espalda a pesar de sus protestas somnolientas. -Levanta el tobillo, pequeña rebelde, -dijo, besándola en la mejilla. -La hinchazón se ve mejor.
La tomó dos veces más esa noche, despertándola de su sueño, una vez con la boca en su pecho. La próxima vez, él tenía la boca en su clítoris, haciendo un deslizamiento tan sutil dentro de sus sueños que se despertó con un orgasmo. Cuando ella intentó moverse en ese momento, descubrió que tenía sus muñecas esposadas a la cabecera y sus piernas, en sus rodillas, a los lados de la cama. Todavía jadeante, luchaba para soltarse, sólo para tener su boca descendiendo sobre ella otra vez. Luces y burlas, contundentes y rápidas. Yacía abierta hacia afuera, a su disposición para cualquier cosa que él quisiese hacer, y él lo hizo todo. Ella se corrió, una y otra vez. Cuando él finalmente se aplacó, se trasladó hacia arriba para chupar sus pezones hasta que se volvieron de color rojo brillante, luego la penetró, grueso y duro, llevándolos a los dos a un clímax estremecedor.
Después de limpiarse, le puso el tobillo otra vez sobre las almohadas y el hielo, luego la apretó contra su lado.
– Tú eres peor que una madre, -refunfuñó. -No me gusta yacer sobre mi espalda.
Se rió y no contestó. El imbécil. Y sin embargo la forma en que… dominaba la relación, la excitaba de una manera que todavía no podía creer.
Él le acarició los pechos, toqueteándolos suavemente. Le gustaba tocar, ella se dio cuenta. En la cama, mantenía los brazos alrededor de ella o una mano sobre ella, como ahora. La forma en que jugaba con sus pechos, o simplemente la tocaba, o corría las manos sobre su cuerpo, la hacía sentir tan… tan hermosa. Deseable.
Ella puso los ojos en blanco. Por supuesto, habiéndola tomado como tropecientas veces en una noche más o menos tenía ese efecto. Ella envolvió sus dedos alrededor de su mano, sintiendo un escalofrío interior por la diferencia con la suya. Oscuramente bronceada, callosa y musculosa. Sus muñecas eran del tamaño de sus manos. Él la dejó explorar, apoyando su cabeza arriba para observarla en la tenue luz de las velas. Después de un minuto, ella besó su palma y curvó los dedos hacia abajo.
Cuando lo soltó, él le acarició la mejilla, una leve sonrisa en su rostro. -Me preocupas, pequeña sub, -murmuró. -¿Tus padres olvidaron proporcionarte un botón para hablar?
Ella frunció el ceño. -¿Qué significa eso?
– Esperaba una cadena de maldiciones después de tu castigo. En lugar de eso entierras todo. Es momento de hablar. -Sus ojos azules absortos en los suyos. -¿Cómo te sentiste siendo azotada?
Ella volvió la cara lejos, sólo para que le agarre la barbilla y la obligue a mirarlo. -No hay botón para hablar, lo siento, -dijo ella, sabiendo de antemano que era inútil evadirlo. -Es hora de dormir un poco, ¿no te parece?
Su pulgar le rozó los labios. -¿Tus padres te daban nalgadas?
Imbécil testarudo. -Mamá lo hizo una o dos veces. -Trató de recordar. -Por escaparme una vez. Para jugar con fósforos.
– Eso es bastante normal. ¿Tu padre no te daba nalgadas?
Ella negó con la cabeza. -Se marchó antes de que cumpla los ocho. -Porque ella y su madre eran gordas y aburridas. Sin pensarlo, quitó la mano de Logan de su cara.
Sus ojos se estrecharon. -¿Él te lastimó físicamente?
– Te dije que no, ¿verdad? -Ella movió sus caderas a un lado para alejarse de él.
Con un gruñido de exasperación, utilizó una mano pesada para aplanarla sobre su espalda. -Fue verbal, entonces. ¿Qué te dijo?
– Escucha, Logan -le espetó ella. -Quiero dormir, no jugar al psicoanalista, ¿de acuerdo?
– Flaca, -murmuró. -Lo recuerdo. Tu papa prefería las flacas.
Contuvo el aliento, sus palabras resbalando como un cuchillo en su corazón.
– Uh-huh. -Envolvió el brazo sobre ella, deslizándola con más fuerza contra su cuerpo caliente. Su mano apretó su cadera gentilmente. -Becca, tu padre era un idiota ciego. Me gustas tal como eres. -Él se rió entre dientes. -Y me gusta mucho darle nalgadas a un trasero con curvas.
El dolor aún persistía, pero ella se relajó ligeramente en su calidez. -¿Por qué me preguntas sobre las nalgadas? ¿Pensaste que yo estaría contenta?
– A veces el castigo físico o incluso mental puede revivir viejos problemas. Tú reaccionaste como una mujer cabreada. No pude ver nada más profundo, aparte de que consiguió excitarte. -Su sonrisa brilló. -Pero puedo perderme algo importante. Y necesitas aprender a hablar acerca de tus reacciones, mascota.
¿La había observado tan atentamente? Por otra parte, ¿por qué debería estar sorprendida? Siempre lo hacía. Ella frunció los labios mientras registraba algo que él dijo. -Yo no estaba excitada.
– Oh, sí lo estabas, o yo no habría podido tomarte por detrás sin hacer un montón de trabajo.
Cuando sus ojos se arrugaron, ella pudo sentir el calor en su cara. Dios, ¿excitada por una paliza? -Eso no me parece correcto.
– Las personas son diferentes. -Él sonrió. -Me encantó ponerte sobre mis rodillas y golpearte tu suave culo. Mirándolo volverse de color rosa y sintiéndote retorcerte. -Su mano rozó sus pechos, haciéndola consciente de cómo sus pezones alcanzaron su punto máximo. -Podría haber optado por un castigo diferente, pero quería saber cómo reaccionarías al dolor en un contexto sexual.
Ella lo miró furiosa. -El dolor es el dolor.
Le pellizcó el pezón, y ella sintió la picadura disparar directamente a su núcleo.
Sus ojos brillaron, divertidos. -No exactamente.
Ella tenía el rostro excitado con un tono rosado, sus ojos dilatados. Lo que no daría por enseñarle más sobre el dolor y el placer. Y quería profundizar en esos problemas de auto-imagen, aparentemente originados por el imbécil de su padre. Pero él no tenía derecho a ir más lejos.
De hecho, teniendo en cuenta su agotamiento, debería irse en este momento antes de caer dormido. -Voy a comprobar algo en la planta baja.
Ella deslizó la mano desde su cintura hacia abajo, luego la envolvió alrededor de su rápidamente reanimada polla.
Hablando de nalgadas ella definitivamente había cometido un error.
Sus rosados labios se curvaron en una sonrisa. -¿Tengo permiso para asaltarlo, Sr? -preguntó con una voz gutural. Con un refinado movimiento, lo empujó sobre su espalda y se movió sobre él, manteniendo su pie elevado. Abriendo las piernas para sentarse a horcajadas, se deslizó hacia abajo hasta que su suave coño presionaba contra la cabeza de su polla.
Bueno. Siempre podía escabullirse después. -De acuerdo. Asalto concedido.