A la mañana siguiente, Philip salió de su dormitorio y se dirigió al comedor con la intención de desayunar rápidamente y salir hacia el almacén. Esperaba encontrar a Andrew allí, para que le pusiera al corriente de los avances de la investigación. Bakari estaba de pie en el vestíbulo, y Philip notó que en su cara se traslucían signos de una noche sin haber dormido.
– ¿Una mala noche? -preguntó estudiando el rostro de Bakari.
Algo centelleó en los ojos de obsidiana de Bakari, pero se desvaneció tan rápidamente que Philip no tuvo tiempo de darse cuenta.
– Me costó dormir -contestó Bakari.
– Sí, sé exactamente cómo te sientes -murmuró Philip. En realidad, para él había sido completamente imposible dormir-. Quería agradecerte de nuevo todas las molestias que te tomaste preparando y llevando a cabo la cena de anoche. -Colocó una mano en el hombro de Bakari, con un gesto de amistoso agradecimiento, pero el hombrecillo hizo una mueca de dolor.
– Perdona, no quería hacerte daño -dijo Philip retirando inmediatamente su mano.
– Dolorido de llevar material al estudio.
– Oh, sí, claro. Imaginé que estarías cansado, aunque te quería dar las gracias. Me refiero a anoche, cuando regresé de acompañar a miss Chilton-Grizedale, pero no te encontré. -Philip sonrió a Bakari-. Me pareció raro no verte aquí esperándome, pero con todo el trabajo extra que hiciste, supuse que te habrías ido ya a descansar.
Algo centelleó de nuevo en los ojos de Bakari.
– Como usted dice, un trabajo extra agotador. ¿Le gustó a ella? -dijo Bakari inclinando la cabeza.
– Sí. Fue una noche maravillosa. -Hasta que dejó que sus pasiones le dominaran y la asustó como si fuera un ratón perseguido por una cobra. Para acabar compartiendo un incómodo y silencioso viaje de regreso a su casa.
– ¿Se va a casar con ella? -dijo Bakari estudiando su reacción.
– Eso espero.
– ¿Qué dijo ella cuando le preguntó?
– No se lo pregunté. Pero pienso hacerlo. La próxima vez que la vea.
– La próxima vez podría ser demasiado tarde.
Philip pensó en decirle que explicara ese comentario críptico, pero sabía que el testarudo carácter de Bakari no le permitía decir ni una palabra más. Además, Bakari -a su reticente manera- le había dado a entender su preocupación por algo que Philip no había logrado sacarse de la cabeza. Había invitado a Meredith para pedirle que se casara con él, pero desde el primer momento había temido que ella le contestaría hablando no sobre las razones por las que hacían una buena pareja, sino sobre las excusas por las que no podía casarse con él.
Sospechaba que él sabía por qué no se había atrevido a preguntárselo. La información que había descubierto acerca de ella, de manera fortuita mientras preguntaba por Taggert en las tabernas, era seguramente lo que le había hecho detenerse. Quizá tendría que haberle dicho a ella lo que sabía. Pero quería darle la oportunidad de que fuera ella la que se lo contara. De que ella le dijera la verdad. Había intentado conversar sobre el pasado la noche anterior, pero ella había hecho todo lo posible por cambiar de tema. Puede que ahora que él le había hablado de su doloroso pasado, ella tuviera más ánimos para confiar en él.
– Acaba de llegar esto -dijo Bakari alzando una mano.
Philip tomó el sobre de vitela, rompió el sello de lacre y echó un vistazo a la misiva.
– El Sea Raven ha sido visto cerca de la costa. Se espera que atraque en los muelles esta tarde. Desde mañana, la búsqueda del pedazo de piedra desaparecido podrá extenderse a las cajas que hay en el Sea Raven. -Metió el mensaje en el bolsillo de su chaqueta-. ¿Se ha levantado ya Andrew?
– En el comedor.
Dándole las gracias con una ligera inclinación de cabeza, Philip se dirigió al pasillo. Entró en el comedor y se sorprendió por el aspecto de Andrew, cuyo rostro normalmente alegre mostraba una mandíbula arañada y un labio hinchado.
– ¿Duele tanto como parece? -le preguntó.
– Hace que comer sea algo menos placentero -dijo Andrew con una mueca de dolor-. Pero me duelen tanto las costillas que esto casi no lo siento.
– ¿Es ese el resultado de tus investigaciones?
– No estoy seguro. Te lo contaré en cuanto te sientes delante de mí. Hablar de un lado al otro de la habitación requiere mucho más esfuerzo.
Frunciendo las cejas, Philip se acercó al mostrador y se sirvió un huevo y unas lonchas de jamón, y a continuación se sentó en la mesa delante de su amigo.
– Te escucho.
– Primero cuéntame cómo te fue anoche con miss Chilton-Grizedale -dijo Andrew haciendo aspavientos mientras examinaba el rostro de Philip-. No parece que te haya dejado heridas.
– Bueno, no llegó a golpearme.
– Al menos no físicamente.
– Supongo que eso es una buena señal. ¿Es tan buena como las noticias que le siguen?
– Me temo que no. Después de un comienzo un poco agitado, las cosas iban bastante bien hasta que se dio cuenta de lo que pretendía proponerle. Entonces se sintió atemorizada. Y me pidió que no hablara de eso, que le diera tiempo para pensárselo.
– Una reacción curiosa, ¿no crees? -dijo Andrew arqueando las cejas.
Sin demasiadas ganas de seguir con esa conversación, Philip le contestó encogiéndose evasivamente de hombros:
– Es muy cauta. Y con ese maldito maleficio pendiendo sobre mi cabeza, sin mencionar lo que se rumorea sobre mi incapacidad para… cumplir (a la que no se deja de aludir cada día en el Times), no soy precisamente el mejor partido que se pueda encontrar. No como tú.
Una inexorable expresión de tristeza nubló el semblante de Andrew, y Philip se sintió culpable por haber herido los sentimientos de su amigo con sus frívolas palabras.
– Pero yo abandonaría con gusto mi estado de soltería si pudiera conseguir a la mujer que amo -dijo Andrew en voz baja.
Amor. Ese era un tema al que, junto con otros muchos, había estado dando vueltas Philip en su larga noche de insomnio. Y Andrew era precisamente el hombre que podía ayudarle.
– Me aseguras que amas a esa mujer -dijo él-. ¿Cómo lo sabes?
Andrew estudió sus ojos con seriedad.
– Lo sabes porque el corazón se te sale del pecho cuando la ves, cuando oyes su voz. Tus pensamientos se confunden cuando ella está a tu lado. Hagas lo que hagas, estés donde estés, ella está siempre en tu cabeza. Tanto si estáis juntos como si estáis separados, siempre la tienes en tu pensamiento. Lo sabes porque harías cualquier cosa para conseguirla. Cualquier cosa por estar con ella. Y cuando piensas en tu vida sin ella, los años por venir te parecen como un negro túnel vacío.
Philip se echó hacia atrás en su silla, absorbiendo las palabras de Andrew con una sorpresa cada vez más creciente. Por Dios, todas esas cosas eran las que él sentía por Meredith, y muchas más. Aquello no entraba solamente en la categoría de «se siente atraído por ella» o «hacen buena pareja» o «está bien en su compañía». No, aquello era…
– Por todos los demonios. Estoy enamorado de ella.
– Bueno, por supuesto que lo estás -rió Andrew-. Pero estoy seguro de que no te sorprende tanto.
– ¿Tú ya lo sabías? ¿Antes que yo? -preguntó Philip mirándole fijamente.
– Pues claro. Tu amor por ella es obvio. Yo no sé cómo no eres capaz de darte cuenta, puede que todos esos pequeños cupidos flechadores revoloteando alrededor de tu cabeza te oscurezcan la visión. Para mí fue obvio desde la primera vez que os vi juntos a ti y a miss Chilton-Grizedale.
Maldición. ¿Desde cuándo se había hecho tan transparente?
– Ya veo. Y Meredith… ¿sufre esos pequeños oscurecimientos de visión, esos cupidos flechadores revoloteando alrededor de su cabeza? -preguntó Philip
Andrew se tocó la barbilla e hizo una mueca de dolor cuando su mano rozó la mandíbula.
– Miss Chilton-Grizedale no es una mujer fácil de interpretar. Sin duda se siente atraída por ti, y a mí me parece que le interesas bastante. Lo que es difícil de predecir es si se dejará o no arrastrar por los sentimientos que alberga hacia ti. Sin embargo, si es como la mayoría de la gente, puede ser persuadida si se dan las condiciones adecuadas. -Un músculo se movió en la mandíbula de Andrew-. Te envidio, Philip, porque eres libre para perseguir a la mujer que amas.
– Soy libre de perseguirla, pero ¿para qué? A menos que logre liberarme del maleficio, no seré libre de casarme para ella.
Sus palabras cayeron sobre él como si fuera un negro sudario de oscuridad. Si no encontraba la manera de librarse de aquel maleficio, perdería a Meredith. Ya era bastante malo que le hubiera dado su palabra a su padre, lo cual le llevaría a perder su honor y su integridad. Y ahora también se arriesgaba a perder su corazón.
– En cuanto al maleficio, tengo buenas noticias del Sea Raven -dijo Philip. Extrajo la nota del bolsillo de su chaqueta y se la entregó a Andrew, quien leyó las pocas líneas-. Estoy pensando ir al muelle esta tarde para supervisar el desembarco y el traslado de las cajas. Mañana mismo podremos empezar a buscar en ellas.
Andrew asintió con la cabeza y devolvió la nota a Philip. Este se la guardó de nuevo en el bolsillo y dijo:
– Ahora, háblame de la interesante noche de ayer.
– Pasé todo el día y toda la noche en los muelles, interrogando a los miembros de la tripulación del Dream Keeper. Desgraciadamente, no he descubierto nada que nos pueda servir. De camino a casa, me paré en el club de caballeros Jackson, esperando aliviar parte de la decepción que me habían provocado mis infructuosas investigaciones.
– Conociendo de primera mano tus cualidades pugilísticas, me parece increíble verte con la cara llena de moratones y magulladuras.
– La verdad es que les di una buena paliza a varios elegantes caballeros en el cuadrilátero, sin sufrir más que un par de rasguños. Fue mucho más tarde cuando recibí estos recuerdos de la noche.
– ¿Después? -preguntó Philip mirándole por encima de su taza de café.
– Sí. Fui atacado poco después de salir del club Jackson. Aquel mal nacido se me echó encima por la espalda. -Poniéndose de píe se tocó la espalda e hizo un gesto de dolor-. No llegó a dejarme sin sentido, pero me golpeó lo suficientemente fuerte como para hacerme caer al suelo. Me estaba dando patadas en las costillas con sus botas, cuando varios caballeros se acercaron. El muy mal nacido salió corriendo, por suerte antes de poder hacerme más daño.
Un incómodo escalofrío recorrió la espalda de Philip.
– ¿Lo llegaste a ver?
– No. Los caballeros que lo ahuyentaron me llevaron de nuevo al club Jackson para curarme las heridas. Luego alquilé una calesa y volví a casa.
– Por todos los demonios, Andrew, ¿por qué no me lo dijiste anoche?
– Bakari no estaba en el vestíbulo cuando regresé, de modo que supuse que se habría ido a dormir. Ante la duda de si tú estarías aún, eh, ocupado con tu invitada, preferí no molestarte. No había nada que pudieras hacer.
– Esto no me gusta en absoluto, Andrew. Primero fue atacado Edward, y ahora tú, solo al cabo de unas pocas horas después de que interrogaras a la tripulación del barco. -Las palabras de la segunda nota hicieron eco en su mente: «El sufrimiento empieza ahora»-. No se trata de una coincidencia. De hecho…
Sus palabras fueron interrumpidas por la llegada de Bakari a la puerta.
– El señor Bínsmore -dijo Bakari. Se apartó de la puerta y entró Edward.
– Buenos días, Philip, Andrew -dijo Edward dirigiéndose a la silla más cercana.
Philip se dio cuenta enseguida de que su amigo andaba con dificultad.
– ¿Estás bien, Edward?
– Sí, por supuesto. ¿Por qué lo preguntas?
– Me parece que cojeas.
– ¿De veras? Me temo que todavía estoy magullado por el ataque de la otra noche en el almacén.
– Ah, bueno. Lamento que todavía te duela. Pero me alegro de que no te hayan vuelto a atacar otra vez.
– ¿Volverme a atacar? -Se sentó en una silla al lado de Philip retorciéndose en una mueca de dolor-. ¿Qué quieres decir?
– Atacaron a Andrew anoche.
Los ojos de Edward se abrieron como platos y se dirigieron hacía Andrew.
– Es verdad. Tienes toda la cara magullada, ¿estás bien?
– Sí, solo estoy un poco dolorido.
– ¿Te robaron? -preguntó Edward.
– Puede que fuera esa la intención -dijo Andrew negando con la cabeza-. Pero el asaltante tuvo que salir corriendo antes de poder robarme.
Philip apretó los puños con enfado.
– Bakari debería echarle un vistazo a vuestras heridas. A los dos.
– A mí ya me ha visto hace un momento -dijo Andrew-. Fue lo primero que hice esta mañana. Me ha vendado las costillas como si fuera un ganso a punto de ser metido en el horno.
– Y yo estoy bien -añadió Edward rápidamente-.Excepto por un ligero entumecimiento de la espalda, lo único que todavía me molesta es esto -dijo mostrando el vendaje de la mano-. Me quité el vendaje ayer y descubrí varios trozos de cristal todavía clavados en el dorso de la mano. Me los saqué y volví a ponerme una venda limpia. Ahora ya empiezo a sentirme mejor.
– De acuerdo -dijo Philip asintiendo con la cabeza-. Dime, Andrew, ¿tu atacante te dejó algún tipo de nota, como hizo con Edward?
– No.
– ¿Crees que el responsable puede ser la misma persona? -preguntó Edward frunciendo el entrecejo.
– Me temo que sí.
Bakari apareció de nuevo en la puerta, con los labios apretados de una manera que hizo que Philip se estremeciera.
– Su estudio -dijo Bakari a Philip-. Venga enseguida.
Philip, Andrew y Edward se miraron, y los tres salieron disparados por el pasillo detrás de Bakari. Philip entró el primero. Los restos de la cena del día anterior habían desaparecido -junto con los opulentos tejidos y los mullidos cojines, sin que de ellos quedara ni el más mínimo indicio. Su mirada se dirigió hacia el escritorio y se le heló la sangre.
Cruzando deprisa la habitación se situó al lado de su escritorio de caoba. Sobre la mesa había un cuchillo plateado, con la punta clavada sobre la mesa atravesando un sobre de papel de vitela.
– ¿Qué demonios…? -murmuró Edward mientras se acercaba a la mesa junto con Andrew y Bakari.
– ¿Cuándo has encontrado esto? -le preguntó Philip a Bakari con un tono de voz ronco, mientras sus ojos revisaban la habitación para ver si había algo más fuera de lugar.
– Hace un momento.
– ¿No lo habías visto esta mañana al limpiar la habitación?
– La limpié anoche. Empecé cuando se fue a acompañar a la dama.
– ¿A qué hora acabaste?
– A las tres.
– ¿Y luego te fuiste a la cama?
Bakari asintió.
– Lo cual significa que esto lo dejaron en algún momento entre las tres de la madrugada y ahora. -Rodeando con los dedos el mango del cuchillo, Philip extrajo el arma de la mesa y luego colocó la brillante hoja bajo la luz que entraba por la ventana-. Es idéntico al que encontré en el almacén después del robo.
– Sí -confirmó Edward-. Y eso significa que no tiene ninguna señal especial. Es el típico cuchillo que lleva la mayoría de hombres.
Philip recogió el sobre y sacó la nota de su interior. «Aquellos a los que quieres están sufriendo. Y tú también sufrirás.»
A Philip se le heló la sangre.
– ¿Qué dice la nota? -preguntó Andrew.
Con la cabeza dándole vueltas, le pasó la nota.
– Es la misma escritura de las otras dos notas.
– ¿La reconoces? -preguntó Andrew.
– No.
– Lo cual significa que se trata de alguien a quien no conoces -dijo Edward.
– Quizá -dijo Philip-. O puede que se trate de alguien a quien conozco, pero que ha cambiado la letra para que no pueda reconocerle. -«Aquellos a quienes quieres están sufriendo», pensó-. Primero Edward, ahora Andrew, por todos los demonios… ¿a quién estará planeando hacer daño ahora? -En el momento en que estas palabras cruzaban sus labios, Philip se quedó helado-. Maldición. ¿Planea hacer daño, digo? ¿Habrá hecho daño ya a alguien a quien amo? Tengo que hablar inmediatamente con Catherine, con mi padre y con Meredith.
Sonó la campanilla de la puerta de entrada. Los tres intercambiaron una rápida mirada y salieron de la habitación con Philip a la cabeza. Pasando rápido por el vestíbulo, Philip se lanzó hacía la puerta. Catherine estaba en el porche. Al ver su cara pálida sintió que algo andaba mal.
En el momento en que ella cruzó el umbral, Philip la agarró por los hombros.
– ¿Estás bien, Catherine?
– Sí. -Pero su labio inferior temblaba y apareció un brillo en sus ojos que dejaba claro que mentía.
– Pero ha pasado algo -dijo Philip, con las entrañas encogidas de preocupación.
– Eso me temo. ¿No te ha enviado nuestro padre una nota esta mañana?
– No. -Philip miró a Bakari interrogativamente y su amigo negó con la cabeza.
– Sin duda habrá pensado que ya te habías ido al almacén. Yo he preferido pasar por aquí de camino a su casa esperando que no te hubieras marchado todavía. Nuestro padre fue atacado anoche cuando volvía a su casa desde el club.
Las manos de Philip se apretaron sobre los hombros de su hermana y luchó para controlar la rabia que aumentaba en él. «El muy mal nacido», pensó.
– ¿Son graves las heridas?
– Tiene un brazo roto. El doctor le ha colocado el hueso en el sitio, pero es muy doloroso. También tiene un gran chichón en la parte de detrás de la cabeza. En la nota que me envió me decía que acababa de salir del White cuando alguien le atacó por la espalda. Recuerda que le golpearon en la parte posterior de la cabeza, y luego nada más, hasta que volvió a despertar, en un sillón del White, donde era atendido por el doctor. Un caballero que salía del club se encontró con papá tirado en la calle. -Ella arrugó la barbilla y parpadeó-. Con su frágil salud, ha sido una suerte que sobreviviera.
La mirada de Philip se posó en Andrew, cuyos labios estaban apretados formando una delgada línea. Edward y Bakari también les miraban preocupados.
– Me temo que hay algo más -dijo Catherine llamando de nuevo su atención-. Anoche entró un intruso en mi dormitorio.
Philip se quedó helado hasta los tuétanos, y por un momento no pudo decir nada mientras una cólera feroz fluía por sus venas. Antes de que pudiera volver a hablar, su hermana continuó:
– Me desperté al oír un ruido en el balcón. Primero pensé que debía de ser el viento, pero entonces vi una sombra negra entrando en el dormitorio por la puerta del balcón.
– ¿Y tú qué hiciste? -preguntó Philip sintiéndose golpeado por el ultraje que alguien, fuera quien fuese la persona que quería hacerle daño, estaba consiguiendo infligirle. «Si me quieres a mí, ven a buscarme, maldito mal nacido», pensó.
– Salté de la cama, agarré el atizador del fuego y le golpeé con todas mis fuerzas. Pero como estaba muy oscuro no sé dónde le di, aunque creo que debí de golpearle en la parte superior del brazo. Cuando volví a levantar el atizador para golpear de nuevo, él salió corriendo. Saltó del balcón al jardín y desapareció en un abrir y cerrar de ojos. -Ella colocó una mano sobre el pecho de Philip-. Deja de mirarme tan preocupado. No llegó a hacerme nada, te lo aseguro.
A pesar de la tensión que le encogía el estómago, la sombra de una sonrisa apareció en sus labios.
– ¿Así que le atizaste con el atizador? Buena chica, diablillo. Siempre has sido un fierabrás.
Catherine dejó escapar una risotada.
– En aquel momento quizá, pero al cabo de unos instantes estaba temblando y, me da un poco de pena decirlo, bastante llorosa. No podía dejar de pensar en lo que podría haber pasado si no me hubiera despertado en aquel instante.
Ella se estremeció y Philip la abrazó con cariño besándole la frente.
– Siempre has sido la muchacha más valiente que he conocido. Y ya sabes que hasta los guerreros más valientes lloran después de haber ganado la batalla.
– ¿Está usted segura de que no le han hecho daño, lady Bickley? -preguntó Andrew con voz suave.
Catherine se volvió hacía él.
– Sí, yo… -Separándose del abrazo de Philip, se acercó hacia Andrew con la mirada llena de sorpresa y preocupación-. Por Dios, señor Stanton, me parece que esa pregunta se la tendría que haber hecho yo a usted.
– También atacaron a Andrew anoche -comentó Philip.
En pocas palabras le contó lo que había sucedido y las notas amenazadoras que había recibido. Justo cuando estaba acabando su relato, volvió a sonar el timbre de la puerta. Bakari fue a abrir, y al momento volvió con una nota para Philip, quien después de romper el sello leyó las pocas líneas que contenía y se sintió mucho más aliviado.
– Es de Meredith; dice que piensa pasar a visitarme esta mañana, dentro de una hora -explicó sacando el reloj del bolsillo y consultando la hora-. Dice que Goddard la acompañará hasta aquí, de modo que estará a salvo y bien acompañada, gracias a Dios. -Volviéndose hacía Edward, Andrew y Bakari, dijo-: Voy a acompañar a Catherine a casa de nuestro padre, para ver cómo se encuentra. Vosotros tres podéis ir al almacén y continuar con la búsqueda en las cajas que quedan allí, y que de paso así protegeréis. Yo me reuniré con vosotros más tarde, después de hablar con Meredith. Cuando hayamos acabado con las cajas que quedan en el almacén, iremos juntos al muelle a esperar la llegada del Sea Raven.
– ¿El Sea Raven? -preguntó Edward.
– Sí. He recibido un mensaje esta mañana que dice que llegará a puerto esta tarde.
Mientras todos se ponían aprisa los abrigos, Philip dijo:
– Andrew, vosotros podéis utilizar mi carruaje.
– ¿Y tú cómo vas a venir? -preguntó Andrew.
– Yo iré con el coche de Catherine hasta casa de mi padre y desde allí tomaré un coche de alquiler. -Agarró su bastón del estante de porcelana del vestíbulo y salió hacía la calle-. Tened cuidado, nos veremos pronto -les dijo a sus amigos, y a continuación salió con Catherine hasta el coche, que los esperaba en la puerta.
Como la casa de su padre estaba a poca distancia, el camino lo recorrieron en apenas cinco minutos. Durante ese tiempo, Philip no dejaba de sostener la mano de Catherine entre las suyas, a la vez que daba gracias a Dios por que no la hubiesen herido. O algo peor.
Cuando llegaron a casa de su padre, Catherine fue inmediatamente acompañada por el ayuda de cámara hasta el dormitorio, mientras Philip se detenía un momento a hablar con el mayordomo,
– Avise al personal de que no dejen entrar en la casa a nadie salvo a mí mismo, Evans. A nadie. Bajo ningún concepto. Y tampoco quiero que lady Bickley o mi padre salgan de aquí.
Evans se quedó pálido.
– ¿Cree que corremos algún peligro, señor?
– No, Evans, «sé» que corremos peligro.
Le explicó rápidamente lo que había sucedido, los ataques y el intruso en casa de Catherine de la noche anterior. Evans se puso firmes.
– Quédese tranquilo, señor; no pienso permitir que nadie vuelva a hacer daño a su padre o a su hermana.
– Lo sé, Evans. Ahora quisiera ver a mi padre. -Cuando Evans hizo el gesto de acompañarle, Philip dijo-: Conozco el camino. Es mejor que usted hable con el servicio y después siga ocupando su puesto en la entrada.
– Por supuesto, señor.
Philip subió los escalones de dos en dos, luego giró en el pasillo a la derecha y se dirigió hacia el dormitorio principal. Llamó a la puerta y una voz apagada le invitó a pasar. Entró en la habitación, cerró la puerta a su espalda y cruzó la alfombra persa de color azul turquesa hasta llegar a la cama. Catherine estaba sentada en una silla de brazos al lado de la cabecera de la cama, sosteniendo entre sus manos una de las de su padre.
Philip se sintió tenso por dentro cuando vio la venda blanca que rodeaba la cabeza de su padre y el brazo en cabestrillo que llevaba también un grueso vendaje blanco. En su cara pálida e hinchada y en el color de sus ojos se podía ver reflejado el dolor, pero su padre se las arregló para sonreír.
– Me alegro de verte, hijo.
Philip le rozó una mano con la punta de los dedos, y luchó por dejar a un lado el sentimiento de culpabilidad y la ira que le estaban apuñalando.
– También yo me alegro de verte, padre. ¿Cómo te encuentras?
– Un poco peor que ayer, me temo, pero el doctor Gibbens me ha asegurado que me recuperaré completamente. -Apretó los labios-. Maldito hombre impertinente. Me ha dicho que soy afortunado por tener una cabeza tan dura. Cuando le pregunté si recordaba con quién estaba hablando, tuvo el atrevimiento de «guiñarme» un ojo y añadir: «Con su afortunada Excelencia que posee tan dura cabeza, señor». ¿Os podéis imaginar tanto atrevimiento? Me parece que se cree que solo porque nos conocemos desde que éramos niños se puede tomar ciertas libertades verbales. Bueno, ya le dije que en cuanto me sintiera con ánimos iba a retarle y le iba a hacer polvo en una partida de ajedrez.
Philip se tragó el nudo que tenía en la garganta. A pesar del dolor, estaba claro que su padre intentaba quitarle importancia al asunto, por él y por Catherine, lo cual era algo que a Philip le hacía sentirse aún peor. Forzando una sonrisa, y en un tono de voz que pretendía ser de broma, dijo:
– Estoy seguro de que el doctor Gibbens te contestaría que estaba preparado para ese desafío.
– Pues la verdad es que esas fueron exactamente sus palabras.
– Ya, claro, es que puedo leer la mente. Esa es una de las muchas habilidades que aprendí en el extranjero, ¿no te lo había mencionado?
– No -dijo su padre-. Y me gustaría señalar que no soy un hombre de cabeza dura.
– Por supuesto que no -dijeron al unísono Philip y Catherine.
Su padre hizo una mueca clara de dolor y malestar, y la poca calma que le quedaba a Philip se desvaneció. Tomando las manos de su padre entre las suyas, le contó brevemente los demás ataques y concluyó diciéndole:
– Creo que existe una conexión entre estos ataques y mi búsqueda del pedazo desaparecido de la «Piedra de lágrimas». Alguien pretende hacerme sufrir hiriendo a quienes están a mi alrededor. Y, por desgracia, lo ha conseguido. Por el momento. -Miró a su padre fijamente a los ojos-. Voy a descubrir quién es el responsable de esto y haré que lo detengan. Te doy mi palabra, padre.
Se cruzaron una profunda mirada. Luego su padre asintió con la cabeza y le apretó la mano.
– Eres un gran hombre, hijo. Y estoy convencido de que podrás mantener tu palabra.
Un suspiro que ni siquiera se había dado cuenta que retenía en los pulmones salió entre los labios de Philip; un suspiro que se llevaba con él un poco del peso que había sentido en su corazón desde que muriera su madre. Y como ni su padre ni él eran muy habladores, el silencio había ayudado a aumentar la distancia que se había ido abriendo entre ellos dos durante todos esos años. Pero ante aquellas sencillas palabras que su padre acababa de proferir, él sintió que se acababa de levantar un puente entre ellos dos. Y tenía toda la intención de cruzar aquel puente. Y esperaba dar el primer paso con la noticia que tenía que comunicarle.
– Padre, al respecto de mi matrimonio… Quiero que sepas que estoy más determinado que nunca a resolver el problema del maleficio, porque he encontrado a la mujer con la que quiero casarme, y me parece impensable la idea de no tenerla a ella por esposa.
Catherine se puso ambas manos sobre el corazón y un sonido de maravillada sorpresa salió de entre sus labios.
– Oh, Philip, estoy tan contenta de que hayas encontrado a alguien que te interesa.
Antes de que pudiera decirle a Catherine que sentía algo más que simple interés por su futura esposa, su padre dijo:
– Excelentes noticias. Por lo que se ve la velada de la otra noche fue un éxito. Sabía que miss Chilton-Grizedale sería capaz de conseguirlo. Una muchacha muy inteligente, a pesar de que la primera boda que concertó se hundiera como una piedra en un lago. Bueno, ¿y quién es la jovencita que has elegido? Debo decirte que las apuestas en el White están claramente a favor de lady Penélope.
– En realidad, se trata de miss Chilton-Grizedale.
– ¿Qué sucede con ella?
– Ella es la joven elegida.
– Ella es la joven elegida para que te encontrara una novia adecuada, ¿y?
– No. Ella es la joven que yo he elegido para que sea mí futura esposa.
En la habitación se hizo un profundo silencio. Luego Catherine se levantó de la silla. Sin decir una palabra, caminó alrededor de la cama hasta que se paró delante de Philip.
– Tengo una pregunta que hacerte -dijo ella en voz baja, con sus ojos llenos de preocupación buscando los de su hermano-: ¿Estás enamorado de ella?
– Completamente.
Algo de la tensión que reflejaban sus ojos se relajó.
– Y ella ¿está enamorada de ti?
– Eso son dos preguntas, Catherine.
– Discúlpame. -Alzó una mano y le acarició la mejilla-. Solo deseo tu felicidad, Philip. -Bajando más la voz hasta convertirla en un suspiro, añadió-: No quisiera verte cometer el mismo error que yo cometí, ni ver que te casas con alguien a quien no le importas.
Un borbotón de odio hacia lord Bickley atravesó a Philip, y renovó la promesa que se había hecho a sí mismo de mantener una larga conversación con su cuñado, una vez hubiera solucionado sus propios problemas.
– No te preocupes, diablillo -le susurró al oído-. A ella le importo mucho. Y me hace feliz. Y yo la hago feliz. Y los dos te vamos a hacer tía varias veces.
Ella le ofreció una radiante sonrisa -una sonrisa que podría ya no existir si el mal nacido de anoche hubiera llegado a poner sus manos sobre ella.
– Entonces, quizá debería felicitarte. Os deseo a ti y a miss Chilton-Grizedale mucha felicidad, Philip.
– Gracias -dijo él contestando entre dientes.
Desde la cama, se oyó el sonido de un carraspeo de su padre.
– Debo decirte, Philip, que tu noticia me coge un poco desprevenido. -Miró a Catherine-. ¿Te importaría dejarnos solos un momento?
– Estaré en el salón. -Después de dar un apretón de brazos a Philip, Catherine salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí con un sonido apagado.
– Me temo que en este momento no tengo tiempo para una larga discusión, padre. Y de hecho, no tenemos nada que discutir, ya que estoy decidido. Voy a casarme con Meredith.
El rostro de su padre se puso rojo, un color que resaltaba aún más a causa del blanco vendaje que le cubría la cabeza.
– ¿Cómo se te puede haber ocurrido algo así, Philip? Me habías dado tu palabra…
– De casarme. Y lo haré. En cuanto haya roto el maleficio.
Los labios de su padre se apretaron formando una delgada línea de desaprobación, borrando de un plumazo la frágil unidad que apenas hacía un momento habían conseguido mantener los dos.
– No es de nuestra clase, Philip. Por Dios, esa mujer es comerciante. ¿Qué sabes de su familia? ¿Qué sabes de su procedencia? ¿Quiénes son sus padres? -Antes de que Philip pudiera decir una sola palabra, su padre añadió-: Yo no conozco el nombre de sus padres, pero sé una cosa de ellos. Son don nadie. Personas sin importancia.
– Eso no me importa. Puede que no sea una hija de la clase alta, pero es completamente respetable. Además, es una persona buena, generosa, interesante y, como tú has dicho, inteligente, y sobre todo me hace feliz.
– Estoy seguro de que esa muchacha es un encanto. Hazla tu amante y cásate con una mujer apropiada.
Philip agarró una mano a su padre y comprobó su temperatura.
– ¿Con «apropiada» quieres decir alguien que aporte dinero, prestigio y quizá algunas propiedades al matrimonio?
– Exactamente -dijo su padre mirándole aliviado.
– Me temo que no tengo la intención de sacrificar mi felicidad para aumentar la ya bastante abultada lista de propiedades familiares, padre.
Se hizo el silencio entre ellos durante varios segundos.
– Los años que has pasado en el extranjero te han cambiado, Philip. Nunca pensé que serías capaz de deshonrar tu herencia de esa manera.
– No veo ningún deshonor en casarme por amor en lugar de hacerlo por dinero. Y ahora, aunque no quiero parecer brusco, debo dejarte; y considero que este asunto queda así zanjado. Lamento que te hayan herido y me siento más aliviado de verte bien.
– Créeme, este asunto no se ha zanjado en absoluto.
– Está entera y completamente zanjado. Me voy a casar, y me temo, padre, que tú no tienes nada que objetar a la persona que yo haya elegido. Aunque me gustaría mucho que nos dieras tu bendición, tengo la intención de casarme con ella, tanto si lo apruebas como si no. Te volveré a visitar en cuanto me sea posible.
Philip salió rápidamente de la habitación y bajó apresuradamente las escaleras hacia el salón, donde se despidió de Catherine y recordó a Evans las instrucciones que le había dado de que no dejara entrar a nadie en la casa. Se puso el abrigo y salió a la calle con el bastón bajo el brazo. Su casa estaba solo a un pequeño paseo de la de su padre, y se dirigió hacia allí a pie para encontrarse con Meredith.
Que Dios ayudara a aquel mal nacido si se le ocurría acercarse a Meredith. «Si lo haces, maldito mal nacido, te aconsejo que disfrutes de tus próximas horas, porque esas serán las últimas para ti», pensó mientras caminaba.
Sentada en un banco de piedra en su sendero favorito de Hyde Park, Meredith respiraba la brisa fría de la mañana, que transportaba un aroma de flores y tierra y animaba a los pájaros a cantar. Su mirada se paró en Charlotte, Albert y Hope, quienes estaban mirando un grupo de mariposas que volaban formando una madeja de colores a poca distancia de ellos.
Los ojos de Meredith se llenaron de lágrimas ante la visión de sus amigos. Lágrimas de alegría, porque estaba claro que Charlotte y Albert se amaban profundamente, y era obvio lo felices que eran juntos. Y si tenía que ser completamente honesta consigo misma, lágrimas de envidia, porque ella también quería sentir ese tipo de amor, pero nunca podría hacerlo realidad.
Cuando esa mañana le dijeron que estaban planeando casarse, ella se había quedado por un momento asombrada y en silencio. ¿Charlotte y Albert? ¿Por qué nunca se le había ocurrido pensar en algo así? Pero enseguida, dándole vueltas a la idea en la cabeza, se dio cuenta de lo buena pareja que hacían. Tenían muchas cosas en común, ambos conocían y aceptaban el pasado del otro, y Albert no habría podido querer más a Hope si hubiera sido su propia hija. De repente recordaba las miradas que los dos se dirigían a escondidas, miradas que ella había creído que eran de preocupación o cansancio, pero en las que se reflejaba una tensión muy diferente. Ni en una sola ocasión se le había ocurrido pensar que podría tratarse de ese «otro» tipo de preocupación. Por el amor de Dios, ¿qué tipo de casamentera era si no era capaz de descubrir el amor cuando lo tenía delante de sus propias narices?
Una risa fría escapó de entre sus labios y parpadeó varías veces para contener las lágrimas. Obviamente, ella no era en absoluto una buena casamentera, porque una buena casamentera nunca habría estado tan loca como para enamorarse del hombre para el cual se suponía que debía encontrar una esposa apropiada.
A lo largo de la noche de insomnio del día anterior había estado enfrentándose con frialdad y serenidad a los hechos, pero no había encontrado el valor para esconderse detrás de montañas de racionalidad, o mirando hacia otro lado.
El hecho inquietante era que se había enamorado -aun a su pesar- como una loca. Y por si el hecho de por sí no fuera lo suficientemente preocupante, además se había enamorado de un vizconde, del heredero de un condado, lo cual entraba en la categoría de «inequívocamente estúpido».
Philip necesitaba una esposa, y le parecía evidente que había planeado pasar por alto sus diferencias de clase y pedirla en matrimonio. Su corazón dio un brinco sintiéndose enfermo de pérdida y remordimiento. Ella habría dado cualquier cosa, cualquiera, con tal de poder aceptar. Pero, como dolorosamente sabía, había entre ellos mucho más que las claras diferencias de clase, y eso la dejaba muy lejos de ser una esposa apropiada para Philip. Y aunque le dolía tener que hacerlo, era el momento de decirle que, incluso si era capaz de romper el maleficio, ella no podría ser nunca su esposa.
Se puso de pie y caminó junto a Albert, Charlotte y Hope hacia la calesa que habían dejado al lado de la entrada del parque, casi enfrente de la casa de Philip. No tenía más que cruzar la calle para encontrarse con él.
– ¿De verdad no quiere que la esperemos? -preguntó Albert mientras subía a Hope al asiento de la calesa.
– No, gracias -dijo Meredith con una expresión que pretendía pasar por una sonrisa jovial-. No sé cuánto tiempo voy a estar hablando con lord Greybourne.
– Pero ¿cómo volverás a casa tía Merrie? -preguntó Hope.
– Le pediré a lord Greybourne que me busque un medio de transporte. -Cuando parecía que Albert iba a objetar algo, ella añadió rápidamente-: Estoy segura de que lord Greybourne planea ir al almacén para continuar con la búsqueda, y seguramente tendré que acompañarle. -Se sintió un poco culpable de haber dicho aquella mentira, porque sabía que después de su conversación con Philip no volvería a verle nunca más.
Cuando los tres se hubieron acomodado en la calesa, Albert tomó las riendas.
– Bueno, nos veremos más tarde -dijo Charlotte con la mirada radiante de felicidad.
A Meredith se le hizo un nudo en la garganta y, desconfiando de su voz, simplemente le contestó con una sonrisa e inclinando la cabeza.
– Adiós, tía Merrie -dijo Hope saludando con la mano.
– Hasta luego, cariño -consiguió decir, y luego le lanzó un beso.
La calesa avanzó por Park Lake, y Meredith se quedó mirándola hasta que se perdió de vista. Se quedó allí de pie durante otro buen minuto, inconsciente del movimiento de los transeúntes que pasaban a su lado, tratando desesperadamente de reunir el valor suficiente para no escuchar la voz interior que le decía que todo lo que quería estaba dentro de aquella casa. Y que nunca podría tenerlo. Y dado que nunca lo tendría, ya era hora de aclarar todas sus mentiras con Philip.
Tomando aire con resolución, miró hacia su destino y empezó a cruzar la calle. No había dado más de media docena de pasos cuando oyó que una voz familiar le gritaba desesperada:
– ¡Meredith!
Sorprendida, se detuvo. Miró a su alrededor y vio a Philip corriendo hacia ella, con la cara convertida en una mueca de pánico.
– ¡Meredith, cuidado!
De repente oyó el retumbar de unos cascos de caballo sobre los adoquines y miró por encima de su hombro. Un carruaje, tirado por cuatro caballos negros lanzados a pleno galope, se dirigía directamente hacia ella. Se asustó tanto al ver el coche que se le echaba encima que el terror la dejó paralizada durante varios segundos. Unos segundos que, como se dio cuenta en un destello, podrían haberle costado la vida.