17

Meredith sabía desde la noche anterior que Philip estaba tratando de pedirle que se casara con él, y estaba preparada para contestarle. Pero no había imaginado que aquella petición iría precedida de una declaración de amor. «Meredith, te amo.» Aquellas palabras, dichas de una manera tan profunda y seria, la hicieron tambalearse.

Calientes lágrimas ascendieron a sus ojos y apretó la parte interior de sus mejillas para detenerlas. Quería gritar, maldecir el destino y las circunstancias que le robaban la oportunidad de felicidad con ese hombre… ese hombre al que amaba. Y que, de manera increíble, también la amaba a ella.

«Pero no te ama realmente a ti, Meredith», le decía su voz interior. «¿Cómo podría amarte si realmente no te conoce? Si no conoce a la auténtica Meredith. La mentirosa, engañosa y ladrona Meredith. Sino a esa respetable casamentera tras la que te ocultas. Cuéntale la verdad y su amor por ti desaparecerá.»

Y ella se dio cuenta, dándole un vuelco el corazón, que eso era precisamente lo que debía hacer: decirle la verdad, toda la verdad, y extinguir de esa manera la frágil llama de esperanza para convencerle de que sus respectivos pasados les hacían ser incompatibles. Pero ella lo conocía lo suficientemente bien para saber que desde el momento en que él abrigaba la creencia de que la amaba, no sería capaz de convencerle de que era imposible que se casaran. Y hasta que su corazón no se hubiera librado de ella, él no sería capaz de perseguir a otra mujer. De manera que tenía que demostrarle que él no estaba enamorado realmente de ella. Tenía que devolverle su corazón, para que se lo pudiera ofrecer a otra.

Sintiéndose demasiado vulnerable en su posición acostada, dijo:

– Me gustaría sentarme.

El la ayudó a incorporarse tomándola con sus cálidas manos por los hombros. Una vez estuvo incorporada, él le acercó un vaso de agua del que Meredith bebió agradecida. Luego miró hacia abajo y vio que su vestido verde bosque estaba sucio y deshecho, como un símbolo de aquello en lo que se había convertido su vida en esos últimos días.

Se dio la vuelta hacia Philip, quien ahora estaba sentado a su lado y la observaba con mirada sena. Y esperanzada. Haciendo acopio de valor, ella le miró a los ojos y se obligó a pronunciar aquellas palabras que deseaba desesperadamente no tener que decir:

– Philip, no puedo casarme contigo.

– ¿Puedo preguntarte por qué?

Hubiera querido contestarle que no, que no debería preguntar. Pero le debía la verdad. Incapaz de seguir aguantando su mirada mucho más tiempo, se soltó de sus manos y se puso en pie. Dejando escapar un suspiro, alzó la barbilla y dijo:

– Me temo que no he sido completamente honesta contigo, Philip. Hay cosas sobre mí, sobre mi pasado, que no sabes. Cosas que me impiden casarme.

– ¿Como qué?

Ella empezó a caminar de un lado a otro delante de él. Sus músculos protestaban, pero ella sencillamente no podía estar quieta.

– Nosotros no solo somos de diferente clase social, Philip -empezó ella-. Me temo que mi pasado es de un estilo que, en caso de que saliera a la luz, llevaría la vergüenza y el escándalo a tu familia, y nos convertiría a los dos en marginados de la sociedad. Yo… yo dejé mi casa a muy temprana edad. Se trataba de un lugar infeliz del que no veía el momento de escapar. Dirigí mis pasos hacia Londres, pero desgraciadamente no me daba cuenta de las miserias y privaciones con las que me enfrentaba viviendo sola. Los pocos ahorros que tenía se esfumaron rápidamente, del mismo modo que se esfumaron mis oportunidades. Mis opciones quedaron reducidas a morir de hambre o hacer cualquier cosa para sobrevivir. Y elegí sobrevivir. Para eso podía hacer dos cosas. Una era hacerme prostituta, lo cual rechacé tajantemente. -Se detuvo delante de él y se apretó el estómago con manos inquietas-. La otra era convertirme en ladrona, y eso fue lo que hice.

Siguió andando rápidamente de un lado a otro para no tener que ver el inevitable disgusto en los ojos de Philip.

– Robé todo lo que pude. Dinero, comida, joyas. Al principio no era muy buena, y lo único que me salvó de que me capturaran en más de una ocasión fue lo rápido que soy capaz de correr. Pero no tardé en aprender. No tenía otra elección. Hubo épocas en las que estaba tan hambrienta que llegué a arriesgar la vida por una rebanada de pan.

Salieron a escena en su mente imágenes que ella creía borradas de su memoria desde hacía mucho tiempo. Se veía a sí misma escondida en un callejón, acurrucada, o corriendo para salvar la vida. Apartando esos recuerdos de su mente, continuó:

– Me convertí en una carterista sorprendentemente buena. Me movía de un lugar a otro para evitar que me capturaran, ahorrando todo lo que podía conseguir, porque quería dejar esa vida en la que me estaba metiendo lo antes posible. Estaba decidida a convertirme en alguien respetable. Quería llevar una vida honesta y decente. Lo más alejada de aquella otra vida de la que había estado huyendo. Cuando hube robado bastante cantidad de dinero, me compré algunas ropas decentes y busqué un empleo. Tuve la gran fortuna de conocer a la señora Barcastle, una viuda con buena salud que necesitaba una acompañante de viaje.

Deteniendo su caminar de un lado a otro, se dio media vuelta y se enfrentó a él con los brazos en jarras.

– Durante todo un año viajando con la señora Barcastle me dediqué a saquear carteras desde Brighton hasta Bath, de Bristol a Cardiff, y en cualquier otro lugar por el que pasáramos.

Algo que parecía compasión, pero que seguramente no podía serlo, brilló en los ojos de él.

– Tuviste suerte de que no te detuvieran.

– Era muy buena. Y casi invisible. En los círculos sociales en los que viajaba, nadie se fijaba en mí, una simple acompañante alquilada. Era como una mancha blanca en una pared blanca.

Después de respirar profundamente, Meredith continuó:

– Bajo la amable tutela de la señora Barcastle, intenté mejorar mis maneras y mi forma de hablar. En el momento en que regresamos a Londres, ya había reunido suficiente dinero para abandonar mi carrera de robos y empezar a establecerme en mi nueva y respetable identidad. Como tenía un don para conseguir unir a personas que congeniaban, me decidí a probar fortuna como casamentera. Casi inmediatamente alcancé mi primer éxito, con la propia señora Barcastle como mi primera dienta. Ella recomendó mis servicios a sus amigos, y poco a poco mi reputación fue en aumento. Casi he acabado de pagar la casa en la que vivo, e intento mantener una vida confortable. La boda que había concertado entre lady Sarah y tú iba a ser la culminación de quince años de trabajo duro, y de toda una vida de sueños.

De píe delante de él, Meredith apretó las manos contra su pecho y se obligó a no desviar la mirada.

– Después de darle muchas vueltas, he hecho las paces con mi pasado. Pero no soy tan ingenua como para imaginar que alguien más pueda hacer lo mismo. Especialmente si ese alguien es un miembro de la alta sociedad. Ahora que ya sabes la verdad, estoy segura de que podrás entender por qué no puedo ni siquiera considerar el aceptar tu propuesta. De todas formas, estoy convencida de que jamás me habrías hecho esta propuesta si hubieras conocido toda la verdad.

Una vocecilla dentro de ella le decía que él todavía no conocía toda la verdad, pero ya tenía más que de sobra sin que le contara el resto…

Sin apartar la mirada de ella, Philip se levantó y se acercó a su lado. No hizo ningún movimiento para tocarla, un hecho que no la sorprendió en absoluto, pero que aun así la hirió. Dejando caer los brazos se preparó para recibir las recriminaciones que seguramente estaban a punto de llegarle.

El silencio más ensordecedor que jamás hubiera escuchado se hizo entre ellos, hasta el punto de que ella pensó que en cualquier momento iba a ponerse a gritar. Al fin, él dijo tranquilamente:

– Gracias por haberme contado todo esto, Meredith. Me puedo imaginar lo difícil que habrá sido para ti hacerlo.

Por Dios, él no tenía ni idea de lo difícil que había sido. Decir esas palabras con las que iba a perderlo, y con las que iba a liberar su corazón.

– Gracias.

– Sin embargo, te equivocas en una cosa.

– ¿En qué?

– En que jamás te hubiera hecho esa propuesta si hubiera sabido toda la verdad. -Acercándose a ella, la agarró suavemente por los hombros. Mirándola directamente a los ojos le dijo-: Lo sabía.

A Meredith se le paró el corazón por un instante, e inmediatamente notó que volvía a latirle con fuerza. Seguramente no le había oído bien.

– ¿Cómo dices?

– Que ya conocía tu pasado como carterista.

Ella no podía dejar de mirarle con aturdido asombro, agradeciéndole que la hubiera agarrado por los hombros, ya que sus rodillas se habían quedado súbitamente flácidas. Las únicas personas que lo sabían eran Albert y Charlotte, y ellos jamás habrían revelado a nadie ese tipo de detalles sobre su pasado.

– ¿Cómo…? -fue la única palabra que consiguió pronunciar.

– Por casualidad, te lo aseguro. La noche en que estuve investigando acerca de Taggert, hablé con un tabernero llamado Ramsey que había sido amigo de Taggert. Ramsey me explicó qué había sido de aquel vil mal nacido, incluyendo en su historia que una vez fue testigo, a través de las ventanas de la taberna, de cómo Taggert tiró a uno de los niños deshollinadores a la cuneta del camino, como si fuera un saco de basura. Ramsey salió entonces de la taberna y se quedó mirando lo que pasaba, pero antes de que pudiera acercarse al niño, vio a una muchacha joven, casi una niña, que corría hacía la cuneta. La muchacha se arrodilló al lado de aquel chiquillo, y luego lo tomó en brazos.

– Dios bendito -susurró ella-. Recuerdo que un hombre se me acercó y me preguntó si el niño estaba bien. Yo le contesté que estaba herido y que tenía que llevarlo a casa. Él me preguntó si se trataba de mi hermano, y yo le mentí y le contesté que sí. Tenía miedo de que si contaba la verdad, es decir que apenas lo conocía, me lo arrebatarían. Y luego lo volverían a dejar tirado en cualquier calle. O se lo devolverían al horrible hombre que lo acababa de tirar a la cuneta como si fuera un saco de basura.

– Ramsey me contó que la muchacha que se llevó al chico le pareció conocida. Tardó varios minutos en acordarse, dado que aquella joven había crecido y había cambiado de aspecto desde la última vez que la vio, pero recordaba perfectamente sus profundos ojos de color aguamarina. Era la misma golfilla callejera que solía robar comida en la taberna y a menudo vaciaba los bolsillos de su clientela. -Una de las comisuras de sus labios se levantó-. Durante muchos meses fuiste un azote para la existencia de aquel hombre.

Todo el cuerpo de Meredith empezó a temblar, debatiéndose entre la incredulidad y la confusión.

– Lo sabías desde la noche que preguntaste por Taggert.

– Sí.

– Lo sabías cuando me invitaste a cenar a tu casa.

– Sí.

– Cuando preparaste aquella cena elaborada y aquella decoración.

– Sí.

– Y no me dijiste nada.

– No.

– Pero ¿por qué? -Ella sintió la abrumante necesidad de sentarse para detener el temblor que súbitamente se había aferrado a sus rodillas.

– Porque esperaba que me lo contaras tú misma. -Soltando sus hombros, Philip le agarró la cara entre las manos-. Admiro mucho la confianza que has puesto en mí. Y respeto los sentimientos que debes sentir por mí, para haberme contado algo tan profundamente privado.

¡Dios bendito, eso no iba a acabar de ninguna manera como ella había imaginado! Apartándose de él, le dijo:

– Yo no he hablado de sentimientos profundos, Philip. Te lo he contado porque tú no aceptabas un no por respuesta. Porque tenías que entender la perfecta mala pareja que podríamos llegar a formar.

– Quieres decir la perfecta mala pareja que crees tú que formaríamos. A causa de las cosas que hiciste para sobrevivir cuando eras poco más que una niña. Bueno, pues yo no estoy de acuerdo con tu afirmación. En realidad mi desacuerdo entra dentro de la categoría de «rotundamente en desacuerdo». He visto a mucha gente que puede ser empujada a hacer cosas por la pobreza, el miedo y el hambre. Yo no habría hecho menos que tú para sobrevivir. De hecho, admiro enormemente cómo superaste tu tragedia para convertirte en la inteligente, amable y decente mujer que eres hoy. Mi experiencia me dice que la adversidad puede tanto destrozar a las personas como hacerlas más fuertes. Y aquellos que se hacen más fuertes suelen estar a menudo bendecidos por una especie de compasión por quienes se enfrentan a adversidades similares. Y tú posees esa compasión, Meredith. Y esa fortaleza de espíritu. Y eso solo es una de las muchas cosas que me gustan de ti. Ahora, creo que debo preguntarte de nuevo: ¿Quieres casarte conmigo?

Oh, Dios, lo estaba diciendo en serio. Pero todavía no conocía toda la verdad.

– Hay algo más, Philip. Tiene… tiene que ver con la razón por la que me escapé de casa. ¿Recuerdas que te conté que mi padre era profesor privado y mi madre gobernanta?

– Sí, claro.

– Aquello no era más que otra mentira. -Se pasó la lengua por los labios resecos-. No es fácil de explicar. No tengo ni idea de quién es mi padre. Ni tampoco mi madre lo sabe. No era más que uno de los muchos hombres con los que ella se encontraba en el burdel donde trabajaba. El burdel del que me escapé cuando cumplí trece años, porque había llegado el momento de que también yo empezara a ganarme la vida, pero me negué. El burdel que mi madre se negó a abandonar porque creía que lo único que sabía hacer era ser una puta. El mismo burdel en el que murió de sífilis.

Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas, pero ella no podía detener el flujo de palabras ahora que había empezado a hablar. Era como si se le hubiera abierto una herida y estuviera saliendo todo el veneno.

– Volví allí solo una vez. Cuando ya estaba instalada en Londres. Y traté de convencerla para que se viniera a vivir conmigo, pero ella no quiso. Fue la visita más horrible que he hecho jamás. -Cerró los ojos por un instante, recordando vivamente la apariencia demacrada de su madre. Y aquella casa… Cielos, ella odiaba aquel lugar. Odiaba los crudos y estridentes ruidos, el olor de los licores, del tabaco y de los cuerpos-. Nunca más volví a verla. La última carta que me envió la recibí seis meses más tarde. Me escribía para pedirme que cuidara de una de las chicas del burdel que iba a enviarme. La chica era Charlotte.

– Su amiga, la señora Carlyle. -Era imposible descifrar su reacción por su tono de voz y la neutra expresión de su cara.

– Sí. La historia de ella como viuda no era más que otra fantasía. Charlotte, que entonces estaba embarazada, fue asaltada de camino a mi casa, adonde llegó llena de heridas y moratones. Albert y yo la estuvimos cuidando hasta que se recuperó, y ha vivido con nosotros desde entonces. Cuando nació su hija, todos estuvimos de acuerdo en que un nombre perfecto para ella sería Hope, porque significa esperanza. -Meredith respiró lenta y profundamente, y luego dejó escapar el aire en su suspiro-. La razón por la que es tan importante para mí el trabajo de casamentera está en mi pasado. Solía esconderme en el armario que había debajo de la escalera del burdel pensando «Si mamá se hubiera casado, nuestras vidas habrían sido muy diferentes». Y lo mismo pensaba de todas las demás chicas del burdel; si hubieran podido encontrar a un hombre bueno y decente con el que casarse, sus vidas podrían haber sido muy diferentes.

Intentando apartar de su mente aquellos recuerdos del pasado, siguió diciendo en voz baja:

– De modo que ahora ya ves por qué cualquier relación, sin contar por supuesto con el matrimonio, es imposible entre nosotros dos. Te he dicho en más de una ocasión que no tenía ninguna intención de casarme. Me parecía imposible mantener todas estas mentiras al respecto de mi pasado ante un marido, ante alguien con quien tendría que vivir cada día. Y tampoco espero que ningún hombre acepte no solo mi pasado, sino también el pasado de las personas que están cerca de mí; porque no pienso abandonar nunca a Albert, a Charlotte o a Hope. El hecho de que aquel tabernero se acordara de mí, me hace pensar en qué pasaría si me viera de nuevo. Toda la horrible verdad saldría a la luz. Se trata de un miedo y una posibilidad que vive dentro de mí todos los días. Una mujer con un pasado como el mío puede hacerte perderlo todo, Philip. Tu estatus social, tu futuro, todo.

Se quedaron en silencio mirándose el uno al otro, con los seis pasos de alfombra extendida entre ellos como si fuera un océano. Él tenía una expresión imposible de descifrar. Ahora ya se lo había dicho todo. Lo único que le quedaba por decir era «adiós». Una simple palabra que parecía no ser capaz de conseguir que saliera de sus labios. Al fin, después de lo que le pareció una eternidad, él dijo:

– Lo has presentado todo con esa clara y concisa manera que tienes de contar las cosas, pero tengo todavía tres preguntas que hacerte, si no tienes objeciones.

– Por supuesto.

– Mi primera pregunta es: ¿aparte de los detalles que tienen que ver con tu pasado, me has mentido alguna vez?

– No -contestó ella con una ligera risa desabrida-. Pero en lo que se refiere a mi pasado, he acumulado un impresionante número de ofensas. ¿Cuál es la segunda pregunta?

– ¿Me amas?

Aquella pregunta hizo que todo lo que había en su interior se removiera. «¿Me amas?» ¿Cómo podía negarlo? Pero ¿cómo podía admitirlo? ¿Y con qué fin? Decirle lo que sentía solo conseguiría hacer que su partida fuera aún más dolorosa.

– No veo que importancia tiene eso, Philip.

– Para mí tiene muchísima importancia -dijo él con los ojos fijos en ella, y luego avanzó hasta que solo los separaban dos pasos. A ella se le aceleró el corazón, hasta el punto de poder sentir la sangre que le corría por las venas. Acercándose más, Philip le agarró las manos y se las colocó delante de los labios.

– Es una pregunta sencilla, Meredith. -Sus palabras calentaron los dedos de ella apretados contra sus mejillas.

– No es una cuestión sencilla.

– Muy al contrario, no necesita más que un sencillo sí o no. ¿Me amas?

Ella deseaba mentirle. Maldición, había dicho tantas mentiras a lo largo de su vida que seguramente decir una más no le tendría que provocar ningún tormento. Pero no podía conseguir que esa mentira saliera de su boca. Bajando la cabeza se miró las manos que él sostenía entre las suyas y contestó:

– Sí.

Él le apretó las manos, y luego colocó las palmas contra su pecho. A través de la camisa, ella podía sentir el latido firme y rápido de su corazón golpeando contra sus manos. La agarró con un brazo por la cintura, y con la otra mano debajo de la barbilla le levantó la cara hasta que ella no tuvo más remedio que mirarle a los ojos. Unos ojos que de ninguna manera reflejaban el disgusto que ella había imaginado. Su mirada era cálida y tierna. Era una inconfundible mirada de amor.

– Mi tercera pregunta es: ¿Quieres casarte conmigo?

El aire llenó sus pulmones con un ruido sordo. Intentó dar un paso atrás, pero él la sujetó con fuerza por la cintura.

– ¿Es que no me has oído? -preguntó ella en un tono de voz increíblemente elevado-. Soy una hija bastarda, me crié en un burdel, mi madre era una puta y he pasado años siendo una ladrona.

– Acabas de decirme que estás en paz con tu pasado, pero parece que no te decides a dejarlo marchar.

– Yo estoy en paz con mi pasado. Pero el hecho de que yo pueda aceptarlo no significa que nadie más deba hacerlo. Las cosas que he hecho, mis antecedentes, son inaceptables para la alta sociedad. Ni ellos ni tu padre me aceptarán jamás. Sabes que no lo harán.

– Tú no puedes culparte por las circunstancias en las que naciste, Meredith. Ni eres responsable de los actos de tu madre. Lo que a ti te parecen obstáculos infranqueables, yo lo veo como una razón más para admirar tu fortaleza y determinación para superar una situación tan descorazonadora. Y en cuanto a que la alta sociedad nos rechace, sí, estoy seguro de que la mayoría así lo haría si supiera las cosas que me has confiado hoy. Sin embargo, a mí no me importa la alta sociedad. Sufrí todas sus mezquinas crueldades hasta el momento en que abandoné Inglaterra. No les debo nada; y mucho menos les debo la mujer a la que amo. Y en cuanto a mi familia, te diré que Catherine ya me ha dado su bendición por esta unión. Ella se casó con un hombre de nuestra misma clase social, un barón con pedigrí y fortuna, pero no se aman, y ahora es miserablemente infeliz por eso. No quiere que yo sufra la misma desgracia.

Él se acercó un paso más, dejando solo un pelo de distancia entre ellos.

– Cuando volví a Inglaterra, estaba completamente dispuesto a casarme con una mujer a la que apenas conocía para mantener la palabra que le di a mi padre. Pero ya no estoy dispuesto a hacerlo. La idea de casarme con cualquier otra mujer no me cabe en la cabeza. Puede que otras personas no te acepten, Meredith, pero yo sí. Exactamente tal y como eres. Y creo que eso es lo único que importa.

Meredith empezó a temblar de los pies a la cabeza. Gracias a Dios que él la sostenía entre sus brazos, porque de lo contrario se habría caído al suelo. Philip había escuchado todas sus objeciones y luego las había barrido de un escobazo.

– ¿Y qué sucederá si no eres capaz de romper el maleficio, Philip?

– Entonces te pediría humildemente que fueras la esposa de mi corazón, Meredith. Pero no tengo la intención de avergonzarte, ni de herir tus sentimientos, pidiéndote que vivas abiertamente en Inglaterra conmigo como mi amante, especialmente ahora que entiendo completamente las razones que te provocan aversión a un compromiso de ese tipo. Si no puedo romper el maleficio, entonces deberíamos abandonar Inglaterra, irnos al extranjero, a cualquier país que tú quieras, y vivir allí como si fuéramos marido y mujer. Aunque el maleficio no me permita unirme contigo en una iglesia, no podrá impedirme que me comprometa contigo. -Él le colocó un oscuro rizo detrás de la oreja-. Puede que sea por la década que he pasado lejos de la alta sociedad, o simplemente por mi naturaleza, pero hay muy poca gente cuya opinión me importe realmente. Tu pasado, nuestro compromiso (sea cual sea el que tú decidas) es algo privado, entre tú y yo. Lo que cualquier otra persona pueda pensar no importa.

Por el amor de Dios, él lo hacía parecer todo tan razonable, y tan posible. Pero, todavía quedaba por solucionar un problema…

Ella se deshizo de su abrazo y se separó varios pasos.

– Hum, Philip, me temo que tengo que hacerte una confesión. Hace unos minutos, te quité el reloj del bolsillo de la chaqueta, -Ella introdujo una mano en el profundo bolsillo de su vestido para devolverle aquel objeto-. Lo hice para demostrarte lo completamente inaceptable que puedo ser como candidata a esposa tuya, pero tenía la intención de devolvértelo… -Su voz se apagó, y frunció las cejas mientras sus dedos rebuscaban en el bolsillo. Pero el bolsillo estaba vacío. – ¿Es esto lo que estás buscando? Ella se quedó con los ojos muy abiertos mientras él extraía lentamente el reloj del bolsillo de su chaqueta. -Pero… cómo…

Philip abrió la tapa y consultó la hora, y luego volvió a guardarse el reloj como si nada hubiera pasado. Al momento, una devastadora sonrisa se formó en sus labios.

– Cuando estuve en el extranjero aprendí unas cuantas cosas. Por ejemplo, la habilidad de sacar cosas de los bolsillos de los demás. Bakari me enseñó cómo se hace, pero solo por razones de supervivencia, entiéndeme bien. Aunque en más de una ocasión esa habilidad me fue muy útil.

Ella estaba aún con la boca abierta.

– ¿Tú has robado cosas?

– Yo preferiría llamarlo devolver a mis pertenencias personales objetos que me habían sido robados. Muchos de los lugares que he visitado estaban llenos de ladrones y carteristas. Y como yo estaba firmemente en contra de ser aliviado de mis propiedades, tuve que aprender a pagarles a ellos con la misma moneda.

Meredith sacudió la cabeza sin dar crédito a lo que oía.

– Me parece increíble. Pero la verdad es que eres muy bueno; no me he dado ni cuenta.

– Gracias. Temía haber perdido mi toque. Sin embargo, ya que estamos intercambiando confesiones, debo decirte que en una ocasión utilicé mí talento para robar algo que no me pertenecía. Estando en Siria, Bakari, Andrew y yo fuimos hechos prisioneros y nos metieron en un calabozo. Yo le quité la llave del bolsillo al guardián y así pudimos escapar.

– ¿Prisioneros en un calabozo? -dijo ella abriendo los ojos desorbitadamente-. ¿No os encerraríais vosotros mismos por accidente?

– La verdad es que no. Y es una historia muy interesante que estaré muy contento de compartir contigo, pero no en este momento. Ahora mismo tenemos cosas mucho más importantes que discutir. -Borrando la distancia que había entre ellos de una zancada, Philip la volvió a tomar entre sus brazos-. ¿Tienes alguna otra confesión de última hora que hacer?

Todavía aturdida, ella negó con la cabeza.

– Excelente. Yo tampoco. De modo que solo nos queda que respondas a mi última pregunta. ¿Quieres casarte conmigo?

Él la estaba mirando con una expresión que la dejaba sin aliento. Amor, ternura, admiración y un cálido deseo emanaban de su mirada. Eso era todo lo que siempre había deseado, pero siempre había estado convencida de que nunca llegaría a encontrarlo. Y ahora todo eso estaba ante ella. Todos los anhelos y deseos que había intentado reprimir en su corazón ahora campaban a sus anchas, llenándola de una felicidad que nunca se habría atrevido a imaginar como posible.

Mirándolo con expresión de no haber salido aún del asombro de saber que aquello no era un sueño, Meredith levantó los brazos y tomó la cara de él entre sus manos.

– Te quiero, Philip. Con todo mi corazón. Sí, quiero ser tu esposa. Y me esforzaré todos los días de mi vida por ser una buena esposa para ti.

Ella sintió que la tensión desaparecía de su cuerpo. Agachando la cabeza, él le estampó un beso en la frente.

– Gracias a Dios. Pensaba que ibas a decirme que no.

– Has sido muy persuasivo.

– Porque te quiero mucho. -Él acercó suavemente sus labios a los de ella, y la besó, un beso rebosante de amor y promesas, mientras una oleada de pasión cruzaba por sus labios y sus lenguas. Ella le pasó las manos por detrás de la nuca, y poniéndose de puntillas se apretó contra él.

Philip apretó sus brazos alrededor de ella, e hizo todo lo posible por refrenar su ardor, pero no pudo. Se embriagó con la suave y flexible sensación del cuerpo de ella. Con ese delicioso y dulce sabor a ella. Se anegó en la seguridad de que ella también le amaba. De que sería su esposa. De que estaba allí para que la amara y la acariciara. Para reír y hacer el amor juntos.

Los dedos de Meredith causaban estragos en el cabello de Philip, mientras las manos de él corrían arriba y abajo por su espalda femenina, apretándola más contra su propio cuerpo, para luego deslizarse hacia abajo hasta posarse en sus firmes nalgas. Su erección empujaba contra los ceñidos pantalones y de su garganta salió un gemido gutural. Haciendo acopio de la última pizca de voluntad, Philip se separó de su boca. Parpadeó desde detrás de los empañados cristales de sus gafas, y luego se las quitó con impaciencia y las dejó en un extremo de la mesa.

Bajó los ojos hasta toparse con la mirada de Meredith, y un gemido de puro deseo masculino salió de su boca. Con los labios separados, los ojos entornados y el color de sus mejillas encendidas, Meredith parecía completamente excitada y deseosa de ser besada de nuevo. Y él sabía que si la volvía a besar, daría rienda suelta a todos los deseos que le desgarraban.

– Meredith, si no nos detenemos ahora, me temo que no seré capaz de detenerme más tarde.

Ella le miró con una expresión que lo dejó de una pieza.

– No recuerdo haberte pedido que te detuvieras.

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