CAPÍTULO 09

Antes del almuerzo, lord Cambridge había logrado ver a la reina para comunicarle el inminente compromiso de Philippa Meredith y pedirle su bendición. Catalina se había alegrado por la noticia y le había dicho que anunciara al rey el feliz acontecimiento.

Thomas Bolton pudo entrevistarse con Enrique mientras el rey cenaba. De pie, frente a uno de los extremos de la mesa real, le contó la buena nueva.

– ¿Rosamund estará de acuerdo? -preguntó el soberano.

– Sí, milord, ella me dio su permiso para hallarle un esposo a Philippa.

– ¿Cómo logró conseguir un candidato tan interesante, sir? Un conde soltero lo bastante joven y vigoroso para engendrar hijos saludables. Me sorprende; es usted tan inteligente como afirma Wolsey. -El rey dio un mordiscón a la pata de venado que aferraba con el puño.

Thomas le relató el plan estratégico que había ideado para lograr el compromiso.

– Wolsey siempre tiene razón -opinó el rey y tomó un trago de la fastuosa copa de vino-. ¿Y la reina aprueba el compromiso?

– Sí, milord.

– Entonces, yo también lo apruebo. ¿Cuándo se celebrará la boda?

– Cuanto antes, Su Majestad.

– Seré testigo de la ceremonia, como lo fui del compromiso de su madre con nuestro leal sirviente, sir Owein Meredith.

– Philippa y el conde de Witton se sentirán muy honrados por su presencia -agradeció Thomas Bolton, y se retiró para ir en busca de su sobrina y de Crispin St. Claire. Los encontró caminando por la galería, cerca de la capilla real.

– Hemos coincidido en todo, tío Tom -manifestó Philippa.

– ¿Y qué es todo? -preguntó lord Cambridge tras besarla en ambas mejillas.

– ¡Pues, nuestro matrimonio! Decidimos casarnos el 30 de abril, un día después de mi cumpleaños. Debes preparar los papeles de inmediato.

– ¿Entonces no irán a Francia?

– Sí que hemos. Catalina necesita que la acompañe y estoy segura de que permitirá que mi esposo viaje conmigo. Ella tiene un gran corazón y no querrá separar a una pareja de recién casados. Será el verano más glorioso de mi vida. Al regresar, viajaremos al norte para asistir a la boda de Bannie con Neville.

Lord Cambridge miró al conde.

– ¿Estás de acuerdo, milord?

– No me atrevo a disentir. Philippa ha planificado todo hasta el último detalle y con una eficiencia asombrosa. Sus habilidades serán muy útiles en Brierewode cuando se convierta en mi esposa. Será una perfecta castellana.

– Creo que les agradará saber que el rey aprueba su matrimonio y ofrece ser testigo de los esponsales.

– ¡Ohh! -exclamó Philippa aplaudiendo-. Él y la reina Margarita fueron testigos del compromiso de mis padres. ¡Cuando mamá se entere! Iré a escribirle ya mismo.

Hizo una reverencia a los dos caballeros y se alejó presurosa por la galería.

Los hombres caminaron juntos.

– ¿Cómo es que todo salió tan bien, querido Crispin? -preguntó lord Cambridge.

– Es un misterio, Tom -respondió encogiéndose de hombros-. Cuando pedí permiso a la reina para dar un paseo con Philippa, ya estaba enterada de nuestro inminente compromiso. Se mostró muy amable. -Crispin le contó lo que él y Philippa habían discutido en la capilla y agregó-: Es una muchacha muy práctica. Ya no tendremos necesidad de ir a Oxford este invierno.

– Práctica. Una forma agradable de decir mandona. Pero así es Philippa. Cuando toma una decisión, la ejecuta sin vacilar. ¿Estás de acuerdo con ella, entonces?

– Sí. Prepara los papeles.

– Querido Crispin, estarán listos antes de que termine la semana prometió lord Cambridge.

Los dos hombres se separaron. Thomas Bolton abordó su barca para llegar a su casa lo antes posible. La superficie del río parecía tan lisa como el cristal. Mientras se deslizaba por el Támesis, sintió la frescura primaveral en el aire. Al llegar a su casa, se encontró con un mensaje procedente del norte. Lo leyó de inmediato. En un momento, abrió grandes los ojos y una amplia sonrisa apareció en su rostro. El último día de febrero, Rosamund había dado a luz a dos gemelos: Thomas Andrew y Edmund Richard. Eran saludables, fuertes y se alimentaban bien. Lord Cambridge sería el padrino de su tocayo junto con John Hepburn, y los tíos de la madre serían los padrinos del otro gemelo. Los niños ya habían sido bautizados. Rosamund lo reprendía por haber estado lejos de Otterly y no haber participado de la ceremonia. ¿Cómo estaban sus hijas? ¿Cuándo regresaría al norte?

– ¿El mensajero sigue aquí? -preguntó Thomas Bolton a su mayordomo.

– Sí, milord, está comiendo en la cocina. Llegó hace una hora. Es uno de los hombres del clan de lord Hepburn.

– Dile que venga a verme cuando termine de comer. No hay prisa. Le escribiré una carta a su señora.

– A sus órdenes, milord. -El sirviente se retiró.

Thomas Bolton se sentó a escribir: empezó por contarle las novedades sobre el compromiso de Banon. Cuando terminó de referirle todos los detalles, hizo una pausa. Prefería explicarle personalmente la situación de Philippa, pero sabía que era imposible. Volvió a tomar la pluma y prosiguió con su crónica. Lord Cambridge prometió a su prima contarle todos los detalles restantes cuando regresara a casa.

Continuó diciendo que estaba sorprendido y feliz por el nacimiento de los gemelos, y que se sentía orgulloso de que uno de ellos llevara su nombre. No obstante, recalcó, esperaba que el señor de Claven's Carn estuviera más que satisfecho con sus cinco hijos legítimos y que Rosamund tomara sus precauciones para no quedar embarazada. También le comentó que había contratado a un secretario de la corte llamado William Smythe para que los ayudara en su empresa comercial. Por último, escribió que estaba ansioso por regresar a casa, pues la corte ya no lo seducía como en los viejos tiempos.

Dejando a un lado la pluma, Thomas Bolton se aseguró de no haber omitido ningún asunto importante. Luego, dobló el pergamino y lo selló, estampando el escudo de su anillo en la cera caliente.

Después repasó las tareas que lo aguardaban. Debía concertar con los reyes la fecha de la firma de los esponsales. Philippa necesitaría dos trajes nuevos: uno para la ceremonia de compromiso y otro para la boda. Comenzó a pensar en posibles géneros y colores. La puerta de la biblioteca se abrió y entro William Smythe.

– Me acaban de informar sobre su regreso, milord -dijo, y espiando la carta doblada sobre el escritorio, agregó-: ¿En qué puedo servirle?

– Es para Rosamund, Will, y prefiero escribirle sin intermediarios.

– El mensajero está aguardando afuera, milord.

El hombre del clan Hepburn saludó con una reverencia y esperó instrucciones. Thomas lo reconoció de inmediato.

– Permanecerás aquí hasta mañana, Tam. Come hasta hartarte y duerme. El cocinero te preparará comida para llevar en el viaje. Le darás este mensaje a mi prima, lady Rosamund de Claven's Carn. ¿Tu amo se encuentra bien?

– Sí, y muy feliz por los gemelos. Dios ha bendecido a milady.

– Cinco hijos son más que suficientes -se limitó a contestar lord Cambridge.

– ¡No, milord! Un hombre debe tener todos los hijos varones que pueda -replicó Tam y con una ceremoniosa inclinación añadió-: Gracias por su hospitalidad. Me ocuparé de que el mensaje llegue a las manos de lady Rosamund. -Volvió a hacer una reverencia y se retiró del cuarto.

– Will, llama a la costurera. Quiero elegir algunas telas para el traje de novia de mi sobrina.

– Con su permiso, milord.

Cuando el secretario abandonó la biblioteca, Thomas Bolton se reclinó en su silla y cerró los ojos. Estaba extenuado y aún faltaba bastante para finalizar el día. La corte era para gente joven como Philippa ¿Qué estaría haciendo esa muchacha?

Philippa conversaba con su hermana.

– ¿Ya besaste a Neville?

– Así es, y debo confesar que lo hace muy bien. ¿Y tú? ¿Has besado al conde de Witton? -replicó Banon.

– ¡Sí! ¡Y te juro que me flaquearon las piernas!

Banon soltó una risita y dijo:

– Imagínate, Philippa, dentro de un año las dos seremos mujeres casadas luciendo barrigas. Tal vez hasta hayas parido para entonces. ¡Seremos madres! ¿No te parece increíble?

– El hecho de estar casadas no significa que tengamos que embarazarnos de inmediato.

– Mamá dice que cada vez que Logan se quita las calzas, la preña. Nuestro padrastro es muy atractivo, no entiendo por qué tardó tanto en desposarse con él.

– Porque amaba con locura a otro hombre. Creo que nadie podrá superar el amor que ellos sintieron.

Los días se alargaban y el aire era cálido. Los jardines comenzaban a reverdecer y la corte esperaba ansiosa la llegada de mayo para trasladarse a Greenwkh. Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano y sobrino de la reina, visitaría Inglaterra antes de reunirse con el rey Francisco de Francia. Regresaría a España luego de ser coronado emperador en Aquisgrán, en Alemania. Catalina quería estrechar los lazos entre su esposo y su sobrino, prefería una fuerte alianza con España y el Imperio a una coalición con Francia. Sin embargo, sospechaba que sus esperanzas se verían frustradas.

Notó con irritación que Enrique se estaba dejando crecer la barba porque le habían contado que Francisco tenía una barba tupida de la que estaba muy orgulloso. Pero ella odiaba esas mejillas velludas.

– Lo hago en honor del rey de Francia. Recuerda que su hijo se casará algún día con nuestra hija. María será reina de Francia y de Inglaterra. ¡Qué idea magistral! ¡Imagínate a nuestra pequeña reina de dos naciones tan poderosas!

– Desde luego -admitió Catalina sin entusiasmo.


Los papeles del compromiso se firmarían el 28 de abril y la boda se celebraría el 30.

La reina accedió a prescindir de los servicios de Philippa para que la muchacha pudiera prepararse para tan importantes eventos. También le permitieron encontrarse con el conde de Witton más a menudo. Philippa aún lo consideraba arrogante, pero lord Cambridge se burlaba de su opinión.

– La dificultad, a mi entender, es que son demasiado parecidos.

– ¡De ninguna manera! -declaró Philippa con vehemencia.

– Vamos, querida, olvídate de eso y elige las telas para el vestido de compromiso.

– Me gusta el brocado de seda violeta, combina con el color de mi cabello. Para el traje de novia usaré el brocado de seda marfil, y mandaré hacer una enagua con terciopelo marfil y oro. Y también quiero cofias y velos al tono. ¡Soy demasiado codiciosa?

– No, mi querida, en absoluto. Pero las cofias las guardarás para otro momento, no las necesitarás. En ambas ceremonias, debes llevar el cabello suelto, como corresponde a una doncella.

– Bannie también precisará un nuevo vestido.

– Desde luego. El terciopelo rosa le sentará muy bien. Recuerda que renovará todos sus trajes cuando regrese al norte, pues muy pronto será una novia como tú. Y ahora que hemos resuelto estos detalles de suma importancia, puedes retornar al palacio con tu conde -anunció Tom poniéndose de pie-. ¿Está enojado porque no le permitimos participar en esta tarea crucial?

– Dijo que tú serías mucho más útil que él y que, además, trae mala suerte ver el vestido de la novia antes de la boda -respondió Philippa y también se puso de pie-. Muchísimas gracias, tío Tom. Seré la novia más bella de la corte gracias a tus consejos.

Lo besó en la mejilla, hizo la reverencia y abandonó la habitación para reunirse con Crispin St. Claire, que la aguardaba en el salón. Luego se dirigieron juntos al muelle para abordar la barcaza. El conde ya se había habituado a las estatuas marmóreas de mancebos bien torneados que adornaban los jardines. A Philippa no parecían llamarle la menor atención. Cuando la barca comenzó a deslizarse rumbo a Richmond, se reclinaron en sus asientos.

Crispin abrazó a la joven, ella apoyó la cabeza contra su hombro.

– Estás empezando a acostumbrarte a mis caricias -dijo él en broma.

El conde levantó el rostro de Philippa y le dio un largo y ardiente beso. Adoraba esos labios suaves y perfumados como pétalos de rosa. Luego, apoyó su mano en los senos de la joven y comenzó a acariciarlos. Era la primera vez que lo hacía. Philippa se puso tensa y se apartó de su lado, asustada.

– ¿Qué estás haciendo? -dijo con una vocecita nerviosa.

– Lo que tengo derecho a hacer.

– Prometiste esperar hasta que nos conociéramos mejor -le recordó Philippa.

– ¿Crees que un buen día nos despertaremos y, por arte de magia, nos conoceremos mejor? Nos casaremos en unas semanas. Para profundizar nuestra intimidad, no solo debemos darnos besos inocentes, sino también tocarnos. -Levantó con sus dedos el mentón de Philippa-. Eres hermosa, quiero probar las delicias de poseerte enteramente. No podemos aguardar toda la eternidad. Nuestras familias esperan que tengas un heredero dentro de un lapso razonable.

– ¿Has hecho el amor con otras mujeres?

La pregunta lo sorprendió, pero le respondió con sinceridad.

– Desde luego, pero jamás he forzado a nadie -murmuró acariciando su cuello. Philippa se estremeció de placer.

– Los remeros… -susurró la muchacha señalando a los cuatro hombres fornidos delante de ellos.

– No tienen ojos en la nuca ni pueden ver a través de las cortinas -replicó con picardía. La abrazó con fuerza y observó su rostro y sus ojos desorbitados, mientras pasaba su mano suavemente por el vestido. La ropa era un obstáculo para su creciente pasión, y la barca no era el lugar más apropiado para desatarle el corpiño. Bajó la cabeza y besó los tiernos senos que sobresalían del escote. Su perfume a lirios del valle era embriagador y turbaba sus sentidos.

Cuando los labios del conde tocaron su delicada piel, Philippa sintió por un momento que no podía respirar. Esos besos dulces, pero ardientes, hacían que su corazón latiera cada vez más rápido. No quería que él se detuviera, aunque no estaba segura de que fuera correcto lo que estaban haciendo. Jamás había consultado a nadie sobre ese tipo de cosas. Su madre estaba muy lejos y sus únicas amigas hacía rato que se habían marchado de la corte.

– Philippa, ¿qué sucede? -preguntó el conde acunando el rostro de la joven con una de sus enormes manos.

– He mantenido mi reputación a fuerza de ser casta, milord, no permitiendo que me acaricien en una barcaza.

– Me tranquiliza que lo digas -replicó el conde con el semblante serio-. Me desagradaría saber que tienes una mala reputación. Supongo entonces que no hay nada en tu pasado que pueda perturbarme.

– ¡No te burles de mí!

– De ninguna manera, querida. Solo te estoy preguntando lo mismo que tú me has preguntado -la desafió con un extraño brillo en los ojos-. ¿No me ocultas nada, verdad?

– Mi conducta ha sido siempre intachable -replicó con arrogancia. ¿Por qué la miraba como si estuviera a punto de lanzar una carcajada?

– Sin embargo, he oído de tus propios labios la historia de la Torre Inclinada. Si mal no recuerdo, unas señoritas y unos muchachitos hacían ciertas diabluras y fueron descubiertos por el rey.

– Había bebido mucho vino -protestó Philippa-. No suelo emborracharme ni hacer locuras, milord. Además, no hubo ningún escándalo.

– Lord Cambridge encontró muy divertido el episodio, y yo también.

– ¡No fue nada divertido, milord! Mi conducta fue vergonzosa, solo la llegada oportuna del rey impidió que cometiera una falta aun peor. ¿Por qué me recuerdas ese traspié justamente ahora?

– ¡Ay, Philippa, Philippa! Eras una niña con el corazón hecho pedazos. Pronto seré tu esposo y haré que te olvides de ese mojigato de FitzHugh. Quiero hacer el amor contigo de la manera más dulce posible, pero tú te resistes. No me rechaces, Philippa -concluyó, acariciando su rostro.

La joven apoyó la cabeza en su hombro.

– ¡Tú no me amas!, solo te interesan las tierras de Melville -sollozó.

– Es cierto: quiero esas tierras y no te amo. ¿Cómo podría amarte si apenas te conozco? Me ahuyentas con tu timidez. -La estrechó contra su pecho mientras le acariciaba la espalda.

Philippa se sentía reconfortada por ese cálido abrazo. Aunque no la amaba, era un buen hombre.

– Solo sé besar -dijo la joven.

– Y lo haces muy bien, por cierto.

– Nunca presté demasiada atención a lo que hacen en la intimidad las parejas.

– Muy pronto lo sabrás. Ahora, enjúgate esas lágrimas y hagamos las paces con un beso.

El conde sacó del puño de la manga un pequeño pañuelo con bordes de encaje y le secó el rostro.

– Ya no siento ganas de besarte. Te has burlado y reído de mí, milord. Debes ser más gentil conmigo.

Con un brusco movimiento, Crispin St. Claire se arrojó sobre ella y la abrazó con fuerza, dejándola indefensa y rendida a su voluntad.

– Mi querida Philippa, no creo que nuestra conversación ofenda tus sentimientos. Te estás comportando como una tonta niña de la corte, y eso no me agrada. Quiero que mi esposa sea tal como eres en realidad, una muchacha con ingenio e inteligencia. Te di mi palabra de que no te presionaré para que me entregues tu cuerpo. Pero nos casaremos dentro de unas pocas semanas, ese es el plazo que te impongo. No esperaré un minuto más. De modo que si no quieres sufrir una conmoción la noche de bodas, te sugiero que empieces a aceptar mis abrazos desde este mismo instante. -La besó con vehemencia-. No sabes lo delicioso que es dar rienda suelta a la pasión. No permitiré que te comportes como nuestra remilgada reina española. -Volvió a besarla-. Te acostarás en mi cama, desnuda y ardiente, y dejarás que te toque a mi antojo. No cerrarás los ojos ni rezarás el rosario cuando hagamos el amor, sino que gemirás por el intenso placer que te brindaré. -El siguiente beso fue tan lento y profundo que la dejó sin aliento-. Uniremos nuestros cuerpos, pues así lo quiso el Dios que nos creó.

– Gritarás de gozo y clamarás por más. -Acarició con su mano todo el corpiño, y se demoró en sus senos-. Ahora dime: "Sí, Crispin" -ordenó en voz baja pero firme.

– ¡No! ¡Te moleré a golpes!

– ¿Por qué?

– Porque…

– No hay ninguna razón, Philippa. Serás mía y yo seré tuyo.

– ¡Podría odiarte!

– Pero no lo harás -murmuró el conde-. Te ves muy hermosa cuando estás confundida.

– ¡Eres tan arrogante! -le espetó Philippa, un poco enfadada.

– Y tú eres irresistiblemente encantadora cuando estás confundida -repitió con una amplia sonrisa.

La barca se detuvo en el muelle del palacio y un lacayo ayudó a la joven a desembarcar.

– Debo reunirme con la reina -dijo con firmeza y se alejó del conde.

Él se quedó contemplándola. El encuentro le había resultado divertido. Sin embargo, pensaba mantenerse firme en su posición. Philippa era como una yegua que aún no había sido domada, pero él se encargaría de someterla a su voluntad. No se arrepentía de su decisión de desposarla. Estaba convencido de que la joven sería una excelente condesa de Witton. Entró en el palacio en busca de algunos caballeros con quienes jugar a las cartas y, para su sorpresa, se encontró con su hermana mayor deambulando por la galería.

– ¡Marjorie! ¿Qué estás haciendo aquí?

– Me enteré de que por fin contraerás matrimonio. Vine a Londres lo antes posible. ¿Quién es la muchacha y por qué diablos no me lo contaste? ¿Susanna sabe la noticia?

Crispin tomó las manos de su hermana y las besó.

– No tuve un minuto libre desde que tomé la decisión. Todo sucedió muy rápido.

– ¿Y quién es ella? Me dijeron que es una de las damas de honor de la reina.

– Se llama Philippa Meredith.

– ¿Meredith? ¿Meredith? No reconozco el nombre. ¿Cómo es su familia?

– Es mejor que nos sentemos -propuso el conde, y la condujo a un rincón de la galería donde había dos sillas-. Su padre era sir Owein Meredith; sirvió a los Tudor desde que era un niño hasta que la Venerable Margarita arregló su boda con la heredera de Friarsgate, Rosamund Bolton.

– ¿Bolton? Es un apellido del norte, Crispin. Son unos salvajes. ¿No podrías haber hallado algo mejor? -Lady Brent miró a su hermano con recelo. Era una mujer bellísima, de ojos celestes y cabello castaño-. Supongo que ofrecerá una dote extraordinaria para compensar sus falencias.

Crispin se echó a reír.

– Te sorprenderás cuando conozcas a Philippa. Su Alteza la adora y, en cuanto a la dote, es en extremo generosa, casi demasiado, e incluye Melville, hermana querida.

– ¡Oh! ¿Ese es el cebo con el que te atrajo la muchacha? No te culpo por querer ser dueño de Melville, pero ¿no podrías haberlo adquirido de otra manera y conseguirte una esposa mejor?

– No soy tan rico, Marjorie -le recordó el conde-. Además, no existe otra manera de conseguir esas tierras.

– ¡Ya veo! -rió Marjorie-. ¡Las estás pagando con creces, hermanito!

– Era hora de casarme, querida, y Philippa es adorable. Te agradará. Es refinada y se comporta como una perfecta dama de la corte.

– Me reservo mi opinión, Crispin. He pedido a Susanna que venga de Wiltshire. No puedes casarte hasta que las dos conozcamos a la novia.

– Te dije que la fecha de la boda es el 30 de este mes.

– ¿Y a qué se debe tanta prisa? ¿Acaso ya has dejado preñada a la jovencita? ¿Recurrió a esa sucia artimaña para atraparte?

Crispin lanzó una carcajada.

– Philippa es pura y casta, Marjorie. Decidimos contraer matrimonio con tanta prisa porque ella debe viajar con la reina a Francia este verano y la condición para que yo pudiera acompañarla era que nos casáramos. Recuerda que solo los más altos funcionarios pueden integrar la comitiva real. La reina aceptó porque es buena y generosa y detesta separar a una pareja de recién casados. Con suerte, estará encinta cuando regresemos y dentro de un año tendré un heredero. ¿Acaso no es eso lo que desean Susanna y tú?

– Desde luego que es mi deseo. Pero Susanna pensaba que, en caso de permanecer soltero, elegirías como heredero a su segundo hijo. Y, a decir verdad, tenía grandes esperanzas de que así lo hicieras.

– ¿Tú no querías que cediera mi título a tu hijo? -la provocó.

– Mi muchacho ya posee su propio título, no necesita otro. ¿Estás seguro de que la joven es fértil?

– Su madre ha tenido cinco varones y tres mujeres con dos de sus maridos.

– ¡Esa es una excelente noticia! Me siento un poco más tranquila ahora, querido Crispin.

– El rey será testigo del compromiso -agregó el conde para impresionarla aun más.

– ¡¿De veras?! Entonces es una muchacha muy importante.

– En realidad, no. Pero tanto el rey como la reina conocen a su madre desde la infancia y esa amistad se ha mantenido intacta a lo largo de los años. El tío de Philippa pidió su bendición a Sus Majestades y se la concedieron sin titubear.

– Bien, veo que no era necesario que viajara desde Devon, pero ya que estoy aquí me quedaré hasta la boda.

– ¿Dónde te hospedarás?

– Pensaba solicitar alojamiento en el palacio, Crispin.

– No me parece conveniente. Están todos alborotados por los preparativos del viaje a Francia y por la visita de Carlos V a fines de mayo. Te quedarás conmigo en la casa de lord Cambridge, el tío de Philippa. Es un caballero sumamente hospitalario, Marjorie. Susanna también se alojará allí.

– ¿Hay suficiente espacio para las dos?

– Hay espacio de sobra, y conociendo tu afición a la comida, hermanita, me complace informarte que el cocinero de Tom Bolton es una maravilla. Su amo siempre lo lleva a sus casas de Cumbria, Londres o Greenwich.

– Cuanto más me cuentas sobre esta jovencita, más me simpatiza. ¿Sus padres asistirán a la boda? Siento curiosidad por conocerlos.

– Sir Owein murió y la madre de Philippa acaba de dar a luz a gemelos. Pero te presentaré a una de sus hermanas, es la heredera de lord Cambridge y también se casará muy pronto con Robert Neville.

– Tal vez no resulte tan malo tu matrimonio, Crispin. Perdóname, debí confiar en tu juicio. Pero ahora que estoy aquí trataré de aprovechar al máximo mi estancia en Londres.

– Hoy a la noche le presentarás tus respetos a la reina y conocerás a Philippa. Después, te llevaré a la casa de Thomas Bolton. No sé si lord Cambridge vendrá hoy a la corte o no.

Thomas Bolton sí acudió a la corte ese día. En la antecámara de la reina se encontró con el conde de Witton y una mujer mayor. Lady Marjorie quedó fascinada con lord Cambridge cuando fueron presentados y él besó su mano con gracia.

– Es usted muy amable, milord.

– ¿Ya conoció a mi sobrina Philippa? -preguntó Tom sin soltar su mano.

– La veré en unos instantes -respondió con una expresión radiante en el rostro y atenta a su mano atrapada en la de lord Cambridge. ¡Qué hombre exquisito!

– Es una joven adorable, señora, y me atrevo a decir que será una excelente condesa.

– Lo sé, me lo contó mi hermano Crispin.

La puerta se abrió y Philippa apareció agitada.

– ¿Sucede algo? Uno de los pajes me avisó que querías verme, milord -dijo, dirigiéndose al conde.

– Te presento a mi hermana, lady Marjorie Brent. Acaba de sorprenderme con su visita. Viajó a Londres desde Devon. Una amiga que regresaba de la corte le contó de nuestro compromiso.

– ¿Cómo? ¿No habías avisado a tus hermanas, faltando tan pocos días para la boda? ¡Eso está muy mal, milord! -lo regañó cariñosamente e hizo una reverencia.

– ¡No te preocupes, Philippa querida! Mi hermano es así; en cambio, veo que tú tienes buenos modales -repuso Marjorie y luego abrazó a la joven con calidez-. ¿Puedo darte la bienvenida a mi familia?

– ¡Gracias, señora! Lamento no poder dedicarle más tiempo porque, ¡ay, el deber me reclama!

– Comprendo perfectamente, dulce Philippa.

– Con su permiso, señora -se despidió con un reverencia y giró para regresar a la cámara de la reina.

– ¡Espera un momento! -gritó Tom Bolton-. Mañana a la tarde ven a visitarme. ¡Y trae a Banon, querida!

Philippa asintió y desapareció.

– Usted se hospedará en mi residencia, lady Marjorie -invitó lord Cambridge.

– ¡Muy amable, milord! -accedió. La dama se cuidó de no mencionar que ya la había invitado su hermano, aunque él no era el dueño de casa.

– No podría sino ser amable con usted, milady -murmuró, y ella, alborozada, rió tímidamente-. Si ha concluido sus asuntos, mi querida, le ruego me acompañe a mi hogar en la barcaza. Crispin, uno de los remeros vendrá a buscarte en la pequeña barca.

Tomó el brazo de lady Marjorie y se retiraron.

Al verlos partir, Crispin St. Claire contuvo la risa. No sabía exactamente qué clase de hombre era Thomas Bolton, aunque tenía sus sospechas. Sin embargo, había logrado conquistar a su hermana y sabía cómo manejarla. Se preguntó si era cierto que había conocido a su cuñado, pero decidió no indagar en ese tema. La respuesta podría ser muy desconcertante.

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