CAPÍTULO 04

En lo alto de una de las colinas que rodeaban el valle de Friarsgate, Philippa se detuvo a contemplar el panorama. La luz de la tarde se reflejaba en el lago. Como siempre, los campos estaban perfectamente cuidados; ovejas, vacas y caballos pastaban en las praderas. Sin duda, su madre había engrosado los rebaños, pues jamás había visto tantas ovejas.

– Parece un lugar próspero y pacífico -comentó sir Bayard.

– Lo es -respondió la joven con sequedad, mientras Lucy reía por lo bajo. Philippa espoleó los flancos de la montura y comenzaron a descender la colina. Los campesinos que la vieron pasar se quedaron embelesados por su belleza. Muy pocos la reconocieron, ya no era la niña que habían visto tres años atrás sino toda una mujercita.

Sir Bayard Dunham había pasado la mayor parte de su vida en la corte. El paisaje le resultaba encantador y la gente parecía muy feliz. Sin embargo, no duraría mucho tiempo en un sitio tan tranquilo. Sintió cierta compasión por la muchacha que estaba a su cargo: Philippa pertenecía a la corte y no al campo.

Cuando llegaron a la casa, los mozos de cuadra saludaron a los visitantes y se hicieron cargo de los caballos. La puerta principal se abrió de par en par y apareció Maybel Bolton. La esposa de Edmund cumplía ahora la función de capataz de Friarsgate.

Edmund y su hermano, el prior Richard, eran los hijos del bisabuelo de Philippa, pero ambos eran ilegítimos. Habían nacido antes del matrimonio de su padre, que tuvo, además, dos hijos legítimos: Guy Bolton, el mayor, y Henry Bolton. Guy era el abuelo de Philippa; al morir junto con su esposa e hijo, dejó a Rosamund como heredera y al tío Henry, como su tutor.

Maybel gritó de alegría. Estaba tan excitada que no sabía si entrar o salir de la casa. Finalmente salió y abrazó a Philippa.

– ¡Has vuelto, angelito mío! -exclamó llorando-. ¿Por qué no avisaste que vendrías, pequeña bandida?

– Porque yo misma no lo sabía hasta hace unos días. Me mandaron a casa para recuperarme de la puñalada que me dieron en el corazón, aunque la herida ya cicatrizó, Maybel.

– ¡Pobrecita, mi bebé! Rechazada por un sujeto repugnante como ese Giles FitzHugh. ¡Ojalá caiga sobre él la peor de las desgracias!

– Maybel, te presento a sir Bayard Dunham, mi escolta y hombre de confianza de la reina. Además de ocuparte de nosotros dos, tendrás que dar comida y alojamiento a los guardias armados por unos días. ¿Dónde están mamá y mis hermanas?

– Tu madre está en Claven's Carn con los Hepburn. Banon está en Otterly. Y Bessie debe de andar por algún lado. Entra, pequeña; usted también, sir Bayard. -La anciana se quedó observando a los doce hombres armados-. Ustedes también, ¡adentro! -indicó haciendo un gesto con la mano.

La vieja nodriza ordenó a los sirvientes que instalaran mesas y bancos para los guardias.

– Aliméntenlos. Es tarde, han de estar muertos de hambre. -Luego se dirigió a sir Bayard-: Hace bastante calor, sir, de seguro no tendrán problema en dormir en los establos. No me parece apropiado meterlos en la casa en ausencia de la señora y el señor.

– Tiene mucha razón. Cuando terminen de comer, los llevaré yo mismo.

– Usted puede quedarse aquí. Ordenaré a uno de los criados que le prepare una cama mullida. Ya no está en la flor de la juventud, sir Bayard, dormirá mejor al abrigo del fuego del salón.

– Gracias, señora. -Definitivamente, la anciana no tenía pelos en la lengua, pero era muy amable. No recordaba la última vez que alguien se había preocupado por su bienestar. La idea de dormir en un sitio cálido y cómodo le resultaba de lo más reconfortante.

– Tal vez deberías enviar por mi madre -sugirió Philippa-. Quiero olvidar este asunto de una vez por todas, y seguro tendrá muchas cosas que decirme. No podré permanecer mucho tiempo en Friarsgate, me han pedido que retome mi antiguo puesto. La reina necesitará muchachas que ya tengan experiencia en servirla. Este verano muchas de sus damas de honor se fueron del palacio para contraer matrimonio. Tal vez inviten a Banon a la corte, Maybel. Creo que le gustará la idea.

– ¿Banon también servirá a la reina? ¡Oh, qué inmenso honor! Y todo gracias a la amistad que tu madre ha sabido cultivar con Catalina -replicó Maybel con gran efusividad.

En ese momento entró en el salón una niña. Era flaca, alta y su larga cabellera rubia parecía ingobernable, llevaba un vestido harapiento que caía recto sobre el cuerpo sin curvas. Miró asombrada a Philippa y a sir Bayard.

– Saluda a tu hermana, Bessie -indicó Maybel.

Elizabeth Meredith se acercó, y con gran dignidad hizo una reverencia a sir Bayard y a su hermana.

– Bienvenida a casa, Philippa.

– ¿Por qué estás vestida como una pobre campesina?

– Porque no tengo prendas suntuosas como tú; además, prefiero no ensuciar los vestidos buenos. No se puede arrear a los animales ataviada como una dama de la corte.

– No estoy ataviada como una dama de la corte. Dejé mis preciosos vestidos en Londres, en la casa del tío Thomas. ¿Y por qué andas arreando animales?

– Porque me gusta. Odio hacer cosas inútiles, hermanita.

– Te aseguro que mi trabajo no es nada inútil. Es un orgullo servir a la reina Catalina, y te recuerdo que ser dama de honor es muy trabajoso, apenas tenemos tiempo para dormir.

– Supongo que te encanta la vida palaciega. Hacía siglos que no venías a casa.

– La corte del rey Enrique es el centro del mundo. ¡No veo la hora de regresar! -exclamó con un brillo en los ojos.

– ¿Y entonces para qué te molestaste en venir?

– No es asunto tuyo.

Bessie soltó la risa.

– Es por ese muchacho, ¿verdad? Los muchachos son unos estúpidos. Nunca me enredaré con ellos. No valen nada, salvo, quizá, nuestros hermanitos.

– No digas tonterías, Bessie Meredith. Algún día te casarás, aunque no sé quién querrá desposarse contigo. No tienes tierras, y para ser aceptada en una buena familia es fundamental ser propietaria. Pero ¿qué hago hablando contigo de estas cosas? ¿Cuántos años tienes ahora?

– Once, hermanita. Y el hombre que se case conmigo lo hará porque me ama y no por mis posesiones.

– ¡Niñas, niñas, basta ya de pelear! ¿Qué va a pensar sir Bayard? -las regañó Maybel-. Bessie, ve a lavarte las manos y la cara.

– ¿Para qué? Si volveré a ensuciarme apenas salga -refunfuñó Bessie, pero obedeció y subió la escalera de piedra rumbo a su alcoba.

– Me sorprende que mamá le permita comportarse como un animal salvaje.

– Es la más pequeña de los Meredith -explicó Maybel-. Ahora tu madre tiene una nueva familia que la necesita tanto como ustedes.

– Alguien tendrá que ponerle límites a esa muchacha -replicó Philippa en tono perentorio. Luego, se dirigió a sir Bayard-: Acompáñeme, señor, y sentémonos juntos a la mesa. Los criados nos traerán la cena enseguida.

Edmund Bolton entró en el salón. Saludó cariñosamente a Philippa y agradeció a sir Bayard por haber escoltado a su sobrina desde Woodstock hasta Friarsgate. Acababa de encontrarse con el mensajero que habían enviado a Claven's Carn, del otro lado de la frontera con Escocia. Cuando Philippa y su hermana se fueron a dormir, se sentó con su esposa y sir Bayard junto al fuego. Los hombres bebían el exquisito whisky elaborado por el marido de Rosamund.

– Me extraña que una terrateniente inglesa y amiga de nuestra reina se haya casado con un lord escocés -comentó sir Bayard.

– Hay muchos matrimonios así en la zona fronteriza -replicó Edmund-. Además, Rosamund también es amiga de la reina Margarita.

– Tengo entendido que ahora le dicen "la madre del rey".

– En algunos lugares, puede ser, pero no en esta casa. La dama de Friarsgate no tolerará que le falten el respeto a su vieja amiga.

– Debo admitir que los escoceses hacen un whisky excelente -señaló sir Bayard.

– Sí -dijo Edmund con una sonrisita.

Rosamund llegó dos días más tarde, justo cuando sir Bayard se disponía a partir. Le dio las gracias por haber cuidado a su hija c insistió en pagarle por la molestia. Al principio, el caballero vaciló, pero luego tomó la pequeña bolsa, besó su mano y se despidió. Rosamund observó cómo él y sus doce hombres armados se alejaban de Friarsgate.

– ¿Dónde está Philippa? -preguntó al ingresar a la casa.

– En su alcoba. No sé qué diablos le pasa a esa dulce jovencita, Rosamund. Mira todo con desprecio y pelea continuamente con Bessie. Y Lucy, esa muchacha petulante, no se queda atrás. Casi no trajeron ropa, y como Philippa ahora tiene cuerpo de mujer, la pobre costurera tiene que reformar los viejos vestidos de la muchacha. Cuando le pregunté por qué no había traído equipaje, respondió que solo permanecería lo estrictamente necesario en este lugar tan remoto. Rosamund, nuestra pequeña Philippa ha muerto, y no me gusta nada esa extraña criatura que lleva su nombre y rostro.

– Es la vida de palacio -señaló Rosamund, rodeando con un brazo a su vieja nodriza.

– Pero cuando tú y yo fuimos a la corte, no volvimos hechas unas arrogantes insufribles.

– ¿Recuerdas el lema de la familia Bolton, Maybel? Tracez votre chemin. Traza tu propio camino. Y eso es precisamente lo que está haciendo mi hija. Pero es muy joven todavía, y ha recibido un duro golpe. No tanto por el desplante de Giles FitzHugh, sino por la vergüenza que eso le ocasionó en la corte.

– El caballero que la escoltó hasta aquí trajo una carta de la reina para ti. Supongo que allí habrá mucha información que la señorita aún no nos ha contado. Philippa estaba ansiosa porque vinieras, pero a la vez no parecía muy urgida de verte -agregó, y le entregó el mensaje.

Rosamund se echó a reír, A sus veintinueve años, seguía siendo una mujer hermosa. Estaba embarazada de su séptimo hijo, que nacería en febrero, cuando sus ovejas parieran a sus corderitos.

– Bien, es mejor que tomemos el toro por las astas, Maybel. Dile a una de las criadas que traiga a mi hija al salón.

– ¡Mamá! -Elizabeth Meredith entró corriendo a la enorme estancia-. Vi que llevaban tu caballo a los establos. Espero que no hayas venido sola, o papá se pondrá furioso.

– No, mi querida Bessie, me escoltaron varios miembros del clan. -Tomó el rostro de la niña y la examinó con atención-. Muy bien, no veo signos de violencia.

Bessie lanzó una estrepitosa carcajada.

– Tengo reflejos demasiado rápidos para la princesa, mamá. Philippa está irreconocible, es una bruja. Dejaré de quererla si sigue así.

– Ten paciencia, mi amor. Tu hermana está muy triste y debemos tratarla con cariño y comprensión. Acaba de perder a un buen candidato que será difícil de reemplazar. Lo sabe porque ha vivido bastante tiempo en la corte. Debajo de esa rabia y esa arrogancia que tanto te molestan, esconde un profundo temor. La mayoría de las muchachas se casan a los quince años, y para ella, encontrarse de repente sin una propuesta matrimonial es una catástrofe. Pero Friarsgate es una dote tentadora para cualquiera. Ya aparecerá el hombre apropiado. Debemos tener paciencia, nada más.

– Detesta Friarsgate y está convencida de que, si sus tierras no estuvieran tan al norte, Giles no la habría abandonado.

– ¿Ya andas contando historias? -Philippa ingresó en el salón. Llevaba un sencillo vestido verde-. ¡Qué alegría verte, mamá! ¡Oh, no! ¡No me digas que estás embarazada otra vez!

– Bessie, muñeca, ve a la cocina y dile a la cocinera que he regresado. Philippa, siéntate conmigo junto al fuego. Sí, estoy encinta de nuevo, daré a luz en febrero. Es probable que sea otro niño pues, al parecer, Logan solo engendra varones.

Se sentó y puso en su regazo la carta que le había dado Maybel. Aún no la había abierto. Philippa miraba el pergamino con recelo.

– ¿Me contarás qué dice la reina en la carta o prefieres que la lea antes de que empecemos a conversar? -preguntó Rosamund.

– Como te plazca. Su Majestad seguramente exagera, cree que estoy sufriendo por Giles FitzHugh, ¡pero no es así! Lo odio. Ahora soy la dama de honor más vieja de la corte, y no podré quedarme mucho tiempo más. Estoy triste, mamá, es cierto, pero no por ese estúpido beato.

Rosamund rompió el sello de la carta, y comenzó a leerla. Una o dos veces levantó la ceja izquierda, luego esbozó una ligera sonrisa. La releyó para asegurarse de haber comprendido bien la posición de Catalina. Luego, dijo con voz calma:

– Si no fueses mi hija, Philippa, habrías caído en la desgracia más absoluta. Te habrían expulsado del servicio de la reina y enviado a casa sin posibilidades de retornar jamás al palacio.

– ¡Pero me pidieron que volviera! En Navidad retomaré mi puesto de dama de honor de la reina -se apresuró a decir Philippa.

– Porque Catalina valora nuestra amistad, querida.

– El rey salió a defenderme. Fue muy gentil. Dicen que Inés de Salinas una vez te pilló en una situación comprometedora con Enrique Tudor, y que te las ingeniaste para que la despidieran de la corte cuando la reina te perdonó.

– Eso es mentira -replicó Rosamund. No le revelaría sus secretos a su hija; no eran de su incumbencia-. Conocí al rey cuando era un muchacho y yo estaba bajo la custodia de su abuela. Ya sabes de memoria la historia. No debes prestar atención a los rumores y menos a uno tan antiguo, pero no quiero hablar de mi vida en la corte, sino de tu censurable conducta. ¿Qué demonio te poseyó? Bebes en exceso, haces apuestas y te quitas las prendas cada vez que pierdes a los dados. ¿Cómo piensas que te conseguiré un esposo respetable si llevas una vida desenfrenada? Así que el rey fue muy amable contigo. Me alegro, es lo menos que podía hacer. Enrique recuerda muy bien a tu padre y su lealtad a la Casa Tudor. Ojalá su hija mayor demostrara ser tan honorable como Owein Meredith. La reina espera que vuelvas a la corte en Navidad, pero dice que la decisión ha de ser mía y solo mía, Philippa. Estoy muy enfadada contigo, no sé si permitiré que regreses al palacio.

La muchacha saltó de la silla.

– ¡Moriré si me obligas a vivir en este cementerio! ¿Es eso lo que quieres? ¿Qué muera? ¡Debo regresar al palacio! ¡Y lo haré! -gritó con los ojos desorbitados por la angustia.

– Siéntate, Philippa. Ahora comprendo por qué la reina estaba tan preocupada. Has perdido el control y el sentido de la mesura. Admito que la conducta de FitzHugh fue infantil, egoísta y descortés. Debió escribirle a su padre comunicándole su decisión, en lugar de esperar hasta regresar a Inglaterra para anunciarla a todo el mundo.

– ¡Yo lo amaba! -Philippa empezó a llorar.

– Pero si apenas lo conocías -replicó su madre con franqueza-. Lo viste por primera vez a los diez años, cuando te llevé a la corte y te presenté a los reyes. En ese momento, hubo una propuesta matrimonial que si bien no decliné, tampoco acepté. Le dije a su padre que volveríamos a hablar del tema cuando ustedes fueran más grandes. Cuando regresaste a la corte, Giles ya estaba estudiando en Europa. Te inventaste toda una fantasía romántica alrededor de ese muchacho, Philippa. Sinceramente, creo que es una suerte que Giles no sea tu esposo, pues dudo que pudiera competir con ese amante soñado y perfecto.

– ¡No, mamá, yo no pensaba en Giles en esos términos!

– ¿Ah, no? Entonces, decididamente no era para ti. Una mujer debe desear al hombre con quien ha de casarse. Pese a ser una muchacha tímida, estaba ansiosa por ser la mujer de tu padre. Y no sabes cuánto deseé a Patrick Leslie y a Logan Hepburn. ¿Acaso no recuerdas la pasión que sentíamos el conde de Glenkirk y yo?

– Sí, y me parecía algo maravilloso, pero excepcional. La mayoría de las personas no se ama de ese modo, mamá. Se supone que el propósito del matrimonio es establecer alianzas familiares, aumentar la riqueza y procrear. Es lo que la reina enseña a sus damas de honor.

– ¿De veras? Pues bien, esos requisitos tal vez basten para una princesa de Aragón que se desposa con un rey de Inglaterra, pero no para la gente como tú y yo. -Rosamund extendió la mano y enjugó las lágrimas de su hija-. Giles te ha lastimado, pequeña. Acéptalo, y cuando retorne la alegría a tu corazón, encontraremos un joven a quien ames como yo amé a los hombres de mi vida. No eres una reina, Philippa, sino simplemente la heredera de Friarsgate.

– No lo entiendes -se quejó la muchacha, apartándose de su madre-. No me interesa Friarsgate, mamá. No quiero pasar el resto de mi vida aquí. Ese era tu sueño, tu deseo, no el mío. A mí me gusta la vida de la corte. Me encantan la excitación, la pompa, las intrigas, los colores del palacio. ¡Es el centro del mundo, mamá, y quiero vivir allí por siempre!

– Estás muy disgustada, no sabes lo que dices -dijo Rosamund con serenidad. ¿Que no le interesaba Friarsgate? ¡Patrañas! Pero estaba demasiado dolorida y no era el mejor momento para discutir el asunto-. Enviaré un mensaje a Otterly pidiendo a Tom y a tu hermana Banon que vengan a casa -agregó, derivando la conversación hacia un tema menos ríspido.

– Espero que Banon sea más limpia que Bessie, y más civilizada -dijo Philippa con aspereza-. No deberías permitir que tu hija corra por el campo descalza y mugrienta, mamá. Se pasa todo el día con las ovejas, ¿qué gracia le ve a esos tontos animales? No lo entiendo. ¿Ha dejado de tomar las lecciones del padre Mata?

– Es bastante más instruida que tú, Philippa. Tiene una aptitud extraordinaria para los idiomas. Además de latín y griego, sabe hablar alemán y holandés.

– ¿Y para qué cuernos le sirve hablar alemán y holandés? El francés es una lengua mucho más culta. Mi francés ha mejorado notablemente desde que estoy en la corte. Papá estaría orgulloso de mí; recuerdo las lecciones que te daba, ¿Quién le enseña lenguas tan toscas?

– Bessie está muy interesada en el comercio de la lana y me acompañó a Holanda dos veces. Nuestro representante en Ámsterdam está adiestrando a su hijo en el oficio. El joven se llama Hans Steen y le está enseñando a tu hermana todo lo relacionado con la cría y el comercio de ovejas. Allí, Bessie aprendió las lenguas nórdicas. Creo que ella nunca querrá ir al palacio.

Philippa parecía escandalizada.

– ¿Bessie prefiere actuar como un hombre de negocios? ¡¿Cómo se lo permites?! No somos vulgares comerciantes. Si alguien se entera de que mi hermana se comporta de una manera tan indigna, caeré en la ruina total. Me asombra que apruebes sus inclinaciones, mamá. No pertenecemos a la nobleza, pero hemos logrado un lugar en la corte desde que tú naciste.

– Tu hermanita carece de tierras, pero Tom le proporcionará una generosa dote, así que no tendrá que conformarse con ser la esposa de un granjero. Podría ser un excelente partido para el heredero de un comerciante exitoso. Además, es muy inteligente y por nada del mundo aceptaría convertirse en la muñequita de un hombre.

– ¡Debes impedir que mi hermana caiga tan bajo!

– ¡No seas necia, Philippa! ¿De dónde crees que proviene tu fortuna, cabeza hueca?

– El tío Tom es muy rico -respondió con ingenuidad. Rosamund se echó a reír.

– ¿Y cómo crees que amasó esa fortuna? El bisabuelo de Tom y el mío eran primos hermanos. Martin Bolton fue enviado a Londres para desposar a la hija de un mercader de quien había sido aprendiz. Se casaron y tuvieron un hijo. La muchacha era muy bonita, y fue seducida por el rey Eduardo IV. La pobre terminó suicidándose de la vergüenza. Eduardo se sintió culpable de la desgracia, sobre todo porque Martin Bolton y su consuegro eran acérrimos defensores del rey y lo habían ayudado financieramente en varias oportunidades. Para resarcirse, otorgó a Martin un título de nobleza, que nosotras hemos heredado, Philippa. Pero, de una u otra manera, lo que mantuvo próspera a esta familia fue siempre el comercio. Lamento que consideres bochornoso ganarse el propio pan. Has perdido el respeto por los valores morales durante tu estadía en la corte, Philippa; y no permitiré que regreses hasta que hayas recobrado el sentido. No frunzas el ceño, hija. La decisión está tomada.

– ¡No me entiendes, mamá, porque nunca fuiste joven!

– Es cierto. No me permitieron ser joven. Desde los tres años, soporté sobre mis hombros la pesada carga de Friarsgate. No tuve tiempo para gozar de la juventud, tal como tú la entiendes. Crees que tienes derecho a ser una consentida y una egoísta, ¡pero estás muy equivocada! Ahora ve a tu alcoba. Me has defraudado, hija mía.

– ¡Regresaré al palacio en Navidad o incluso antes! -rugió Philippa-. ¡Aunque tenga que arrastrarme sola hasta Greenwkh! No me quedaré aquí. Odio Friarsgate y estoy empezando a odiarte a ti también, mamá, porque lo único que te importa es esta maldita tierra. ¡Nunca me has comprendido!

Philippa salió corriendo del salón y subió las escaleras.

Rosamund respiró hondo, y leyó por tercera vez la misiva de la reina. Desde el primer día que su hija pisó el palacio, supo que la perdería. Por esa razón, se había rehusado a mandarla a la corte antes de que cumpliera los doce años. Ciertamente, allí había estudiado francés y griego, dominaba el arte del bordado y había aprendido a bailar todas las danzas, a cantar y a tocar majestosamente el laúd. Se bañaba más a menudo que sus hermanas y cuidaba su apariencia como si fuera la flor más rara y delicada. Todas las mañanas y todas las noches, Lucy daba cien cepilladas a su cabellera color caoba. En suma, Philippa se preparó con tenacidad para la vida de la corte y para ser dama de honor de Catalina. A los quince años esperaba comprometerse y casarse con el segundo hijo de un conde. Su vida había sido exactamente tal como ella había deseado. Hasta ahora.

– Veo que has resistido el temporal -bromeó Maybel mientras se sentaba junto a Rosamund.

– Más o menos. Está muy enojada porque le he prohibido volver a la corte hasta que no modifique su conducta. Pero insiste en que regresará aunque tenga que arrastrarse. No recuerdo haber sido tan testaruda, Maybel.

– Eras tan cabeza dura como esa niña, pero volcabas toda tu pasión en Friarsgate y en las personas que dependían de ti. Philippa se ha convertido en una persona egoísta. Tal vez siempre lo fue y no nos dimos cuenta. Me preocupa el futuro de Friarsgate.

– Es preciso que hable con Tom.

– ¿Y por qué no con tu marido? -preguntó Maybel, sorprendida. Rosamund sacudió la cabeza.

– No. Logan es mi esposo, pero jamás entendió mi relación con Friarsgate. Ese es su único defecto. Tom es más comprensivo y sabrá qué hacer con Philippa. Si fuera por Logan, la casaría con el primer candidato aceptable que encontrara. No toleraría ni un segundo los berrinches de mi hija. No, Maybel, Tom debe acudir en nuestra ayuda lo antes posible; si me quedo demasiado tiempo aquí, Logan vendrá a buscarme y no vacilará en darle una buena tunda a Philippa si sigue con ese comportamiento arrogante, y debo admitir que se lo merece.

– ¿No andará aporreando a sus hijos? -dijo Maybel, horrorizada.

– No es un hombre cruel, querida amiga, pero es algo primitivo y un par de veces les ha pegado a Alexander y al pequeño Jamie. Es que son muy revoltosos. En cambio, su hijo John es dulce y encantador. No, es mejor recurrir a Tom.

– Edmund ya lo mandó llamar. Estará aquí hoy a última hora o mañana, vendrá con Banon. Philippa se morirá de envidia cuando vea a la más guapa de tus hijas. Cuando era chica pensaba que se parecería más a ti que a su padre, Dios lo tenga en la gloria. Pero ahora es una mezcla de los dos. Con esos preciosos ojos azules, uno diría que es la hija de Logan Hepburn.

– Mis tíos también tienen ojos azules-señaló Rosamund-. Si es tan hermosa a los trece, imagina cómo será dentro de dos o tres años.

– ¡Uf! También habrá que conseguirle marido.

– De eso se ocupará Tom. Es su heredera. Dejemos que él elija al hombre que despose a Banon y se convierta en el amo de Otterly. No es de mi incumbencia.

La cena fue tensa. Philippa solo abrió la boca para criticar a su hermana. Elizabeth Meredith no era una niña que se quedaba sentada de brazos cruzados y aceptaba con mansedumbre los insultos de su hermana. Al principio, Rosamund trató de apaciguar a sus hijas, pero finalmente desistió.

– ¡Váyanse a la cama, las dos! No quiero más escándalos. Si no pueden comportarse como personas civilizadas, retírense de la mesa.

Las dos jóvenes salieron del salón discutiendo entre ellas.

Rosamund se apoyó contra el respaldo de la silla y cerró los ojos por unos instantes. Todo estaba en calma antes de la llegada de Philippa. Comenzó a sentir una fuerte antipatía por el segundo hijo del conde de Renfrew. Él tenía la culpa del descalabro. Así como el sueño de su hija se había desvanecido en el aire, la llegada de Philippa había trastocado la vida de Rosamund. La muchacha había adoptado una actitud claramente beligerante.

– Iré a la cama -anunció en voz alta, aunque no había nadie que la escuchara. Se levantó de la mesa y abandonó el salón.

A media mañana se oyó el sonido de un cuerno procedente de las colinas. Sir Thomas Bolton y Banon Meredith cabalgaban por el camino, precedidos por un jovencito que tocaba la trompeta, mientras unos galgos y un mastín correteaban junto a los jinetes. Lord Cambridge y su heredera iban acompañados por seis guardias armados. Llegaron a la puerta de la casa, donde Rosamund los esperaba ansiosa.

Tom se deslizó de la montura y ayudó a Banon a bajar de su caballo.

Banon Mary Katherine Meredith era una niña preciosa a punto de convertirse en una mujercita. Llevaba un vestido de montar de seda azul que combinaba con sus ojos; de la capucha colgaba un pequeño velo de hilo que dejaba ver su cabello color caoba.

– ¡Mamá! -exclamó, soltándose de los brazos de su tío. Besó a su madre con ternura-. ¿Dónde está Philippa? ¡Estoy ansiosa por verla!

La sonrisa de su hija le hizo acordar a su madre, de quien tenía un vaguísimo recuerdo.

– Espera, mi ángel -aconsejó Rosamund-. Philippa no es la misma de hace dos años. Está triste y enojada.

– ¡Es mala y egoísta! -acotó Bessie Meredith, que había escuchado a su madre, mientras corría al encuentro de su hermana-. ¡Bannie, estás bellísima! -Luego se dirigió a Tom Bolton y se arrojó en sus brazos-. ¡Tío Thomas! ¿Qué me has traído?

– ¡Bessie! -la retó dulcemente Rosamund, pero Tom se echó a reír.

El tío metió la mano en su elegante jubón de terciopelo y sacó un gatito color naranja, medio somnoliento.

– ¿Le gusta, señora?

Gritando de júbilo, Bessie tomó el animalito, lo levantó para mirar sus ojos dorados y le besó el hocico.

– ¿Cómo sabías que quería un gatito?

– Siempre quieres un animalito para mimar. Te he regalado tantos cachorros que ya podrías salir a cazar con ellos. Esta vez se me ocurrió variar un poco y pensé que un gatito te agradaría.

– ¡Oh, gracias! -dijo Bessie. Luego dio media vuelta, puso un brazo en el hombro de Banon y se alejó para poder hablar seriamente con su hermana.

– Dime, querida, ¿cuál es el problema? -preguntó Tom a su prima.

– Es Philippa -contestó mientras entraban en la casa-. Volvió hecha una furia y pelea todo el tiempo con Bessie porque desaprueba su conducta. Estoy muy preocupada, Tom, necesito tus consejos. Ya no sé cómo lidiar con mi hija mayor. Me siento perdida.

– ¿Dónde está Logan?

Lord Cambridge tomó una copa de vino de la bandeja que sostenía uno de los sirvientes y la bebió despacio mientras pasaban al salón para sentarse y hablar tranquilos.

– Está en Claven's Carn con los niños -contestó Rosamund- y espero que se quede allí, porque no toleraría el comportamiento de Philippa. Ella trata mal a todo el mundo. Dice que odia Friarsgate, cree que amo más a mis tierras que a mis hijos. No hay manera de hacerla entrar en razón, Tom.

– ¿Y todo por el joven Renfrew? Son una familia muy agradable, pero ninguno de ellos parece capaz de despertar una pasión tan intensa. Tiene que haber otro motivo -Tom se quedó pensativo y bebió un sorbo de vino.

– La enviaron de vuelta para recuperarse, pero podrá volver a la corte cuando yo lo decida.

– ¿Solo por eso la mandaron a Friarsgate? -preguntó lord Cambridge, con aire curioso y a la vez divertido.

Rosamund le relató el episodio de la Torre Inclinada: los dados, el vino, las apuestas, mientras Thomas Bolton reía como un desaforado.

– ¡Qué gracioso! ¡Jamás imaginé que nuestra Philippa fuera tan diabla! Es lo más divertido que he escuchado en meses.

– ¡Cállate, Tom! ¡Esto no es nada divertido! Si yo no fuese amiga de la reina, Philippa estaría arruinada. Por suerte, en ese momento casi todo el mundo había huido de la corte para pasar el verano en sus propias tierras y no tener que acompañar a Enrique en sus agotadoras cacerías. El incidente pudo haber terminado en una catástrofe, Tom. Es preciso encontrarle un marido a Philippa, y no sé por dónde empezar.

– ¡Oh, pobre primita! Hacía tiempo que no te veía tan angustiada. Comprendo la gravedad de la situación. Hablaré con ella y escucharé pacientemente todo lo que me diga antes de decidir cómo resolver el asunto. Espero que Logan permanezca del otro lado de la frontera mientras intentamos hallar una solución. Tu malvado escocés tiene un humor de perros para este tipo de situaciones.

Rosamund respiró más aliviada.

– Enviaré por Philippa para que hablen a solas en el salón, últimamente me resulta imposible hablar con mi hija sin pelear. En mi actual estado, no creo poder soportar otra discusión. Estaré en el jardín si me necesitas antes de la cena.

Thomas Bolton observó el grácil andar de Rosamund mientras se retiraba de la estancia. A veces lamentaba no ser un hombre inclinado a casarse con una mujer y pensaba que su prima habría sido una excelente esposa. Congeniaron desde el momento en que se conocieron; ella siempre le confiaba sus problemas, aunque en los últimos tiempos recurría a él con menos frecuencia, pero eso era absolutamente lógico, pues ahora podía consultar a su marido. Sin embargo, el tema de Philippa era demasiado serio y requería mucho tacto y delicadeza, cualidades que Logan Hepburn no poseía.

– ¿Querías verme, tío?

Lord Cambridge alzó la mirada, Philippa estaba parada frente a él. Le sonrió y dijo:

– Mi querida niña, estoy muy feliz de verte, pero ese vestido que llevas es un espanto. ¡No vas a decirme que es la moda! -El tío estaba de veras horrorizado.

Una ligera sonrisa se dibujó en los labios de la joven, y al instante desapareció.

– Dejé los trajes en tu casa de Londres. No me pareció conveniente traerlos aquí y, además, se habrían arruinado durante el viaje por todo el polvo que hay en los caminos durante el verano.

– ¿Y qué demonios es eso que te llevas puesto? ¡Es horrible!

– Hice reformar la ropa vieja que había dejado en mis baúles.

Thomas Bolton hizo un gesto de fastidio.

– Has crecido bastante desde que te fuiste y ese vestido no hace justicia a tu figura. Ya mismo mandaremos hacer nuevas prendas. No como las que usarías en la corte, sino algo más apropiado para, digamos, un paseo campestre, algo que al menos sea de tu talle. ¡Por Dios, Philippa! Pareces una campesina que se la pasa tirando el arado para el holgazán de su marido -afirmó Tom, poniendo cara de asco.

Philippa no pudo contenerla risa.

– Oh, tío, por fin he encontrado una razón para alegrarme de estar aquí. ¿Por qué insistes en aislarte en Cumbria? Recuerdo cuánto te gustaba la vida agitada de la corte.

– Es cierto, querida. Antes disfrutaba mucho de la vida palaciega. La primera vez que vine aquí, me sorprendió el amor que tu madre sentía por Friarsgate. Pero, después de un tiempo, la gloria de la corte empalidece frente a los atardeceres de invierno o las primeras flores de primavera que pugnan por atravesar las capas de nieve y deslumbrarnos con sus colores. Tal vez sea la edad, ahora prefiero mil veces vivir en Cumbria; de lo contrario, no habría vendido mi casa de Cambridge.

– Sin embargo, conservas las de Londres y Greenwich.

– Las conservo por ti, mi amor. Supe qué clase de mujer serías desde el momento en que te llevamos al palacio.

– ¡Sabía que me entenderías! Mamá no me comprende, porque su vida gira en torno de Friarsgate. Pero la mía no, ¡amo la corte! Quiero permanecer allí, ¿aunque cómo podré hacerlo ahora? Muy pronto seré demasiado vieja para seguir siendo dama de honor de la reina. Si hubiese desposado a Giles FitzHugh, habría podido vivir en la corte. ¿Qué será de mí, tío? La reina desea que regrese, pero ¿por cuánto tiempo más? Cecily se casará muy pronto, todas mis amigas se irán, y yo me convertiré en una doncella vieja y amargada.

– ¿Ese es el problema que te atormenta?

– En parte, sí. ¿Cómo encontraré un buen marido si mis tierras están casi en Escocia? El propio Giles me confesó que no habría soportado vivir en un lugar tan alejado de la civilización. Mamá jamás permitirá que despose a un hombre a quien no le interesen nuestras tierras. Y tiene razón, Friarsgate es una gran responsabilidad, aunque yo no quiero asumirla. Soy una criatura de la corte, y estoy orgullosa de ello.

– ¿Estás completamente segura de que no te interesa ser dueña de Friarsgate? Reconozco que el clima es duro, pero es una herencia muy valiosa, mi tesoro.

Philippa suspiró.

– No puedo ser dueña de Friarsgate y vivir en la corte al mismo tiempo, tío Tom. Si tengo que elegir, elijo la corte. Mamá piensa que lo digo por rabia, que en el fondo siento tanto amor por este lugar como ella. ¡No es cierto! Estaba ansiosa por escapar de aquí, te lo juro. Si de mí hubiese dependido, me habría marchado el mismo día que cumplí los doce años. Aunque fueron unas pocas semanas, ese tiempo de espera que mamá me impuso fue una agonía interminable. ¡Vivía aterrorizada de que cambiara de opinión!

Lord Cambridge comprendió perfectamente la situación. La pasión de Philippa por la corte era tan intensa y genuina como la de Rosamund por Friarsgate. Pero también sabía que esa verdad destruiría el corazón de su prima.

– Debo meditar en el asunto, Philippa querida -anuncio-, pero prometo ayudarlas a solucionar este problema en apariencia insoluble. ¿Confiarás en mí?

– Sí, tío -replicó con una sonrisa.

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