CAPÍTULO 05

Logan Hepburn cruzó la frontera con los hombres de su clan. Sus dos hijos mayores -John, de cinco años y medio, y Alexander, de cuatro- los acompañaban montados en sus ponis. James, el más pequeño, iba sentado muy orondo en la silla de montar de su padre. El niño tenía su propio poni, pero recién empezaba a aprender a cabalgar. Al principio, estaba furioso porque a sus hermanos les permitían viajar a Friarsgate en sus animales y él, en cambio, debía ir en el caballo de su padre. Había gritado y pataleado, pero Logan lo calmó rápidamente dándole una buena palmada, y riendo para sus adentros; en el fondo, estaba orgulloso del temperamento del niño. John había heredado el carácter tranquilo de su madre, Jeannie Logan, la primera esposa del señor de Claven's Carn; en cambio, Alex y Jamie eran más temperamentales. Lord Hepburn siempre supo que Rosamund le daría hijos fuertes y valientes. Y estaba muy contento por el bebé que nacería a mediados del invierno.

No le gustaba estar separado de su esposa. Ella era su única debilidad. Tras enterarse de que Philippa había regresado repentinamente a Friarsgate, Rosamund había salido corriendo a verla. Pero ya había transcurrido un mes y aún no parecía dispuesta a regresar. Lord Hepburn la extrañaba y quería que estuviera en casa. Si bien Rosamund le enviaba cada tanto breves mensajes, no le explicaba con claridad las razones de la demora. El verano estaba por terminar y, harto de esperar, Logan resolvió ir a buscarla. Sospechando que la empresa no sería nada fácil, decidió llevar a los niños. Confiaba en que, al ver a todos sus hijos juntos, el corazón de su esposa se ablandaría. Podía ser una mujer muy obstinada cuando se lo proponía. Y luego recordó, sonriente, que esa era una de las razones por las que la amaba tanto.

Como sabía cuánto le disgustaba a Logan que se ausentara mucho tiempo, Rosamund estaba segura de que su marido vendría a buscarla. Cuando Bessie (legó corriendo con la noticia de que se padrastro descendía por la ladera de la colina junto con sus hermanitos, Rosamund hizo un gesto de fastidio.

– No seas antipática, primita -dijo Thomas Bolton-. El hombre está loco de amor por ti y lo sabes muy bien. Será una visita encantadora, no tengo dudas. Solo debemos evitar que Philippa pelee con él. La preferida de Logan es Bessie y no tolerará que su hermana la maltrate.

– Ha venido con el firme propósito de llevarme de nuevo a Claven's Carn, pero no puedo marcharme sin haber solucionado el problema de Philippa. ¡Oh, Tom!, ¿se te ha ocurrido alguna idea para ayudarla? No me gusta discutir con Logan.

– Tengo algo en mente, aunque todavía no estoy del todo convencido. Ahora demos la bienvenida a tu valiente fronterizo; no es el momento oportuno para plantear mi posición. Tal vez Philippa decida quedarse aquí y casarse con un Neville, un Percy o incluso con un escocés, como lo hizo su madre.

– ¡Jamás! -gritó Philippa al ingresar en el salón-. Ha llegado Logan, mamá. ¿Te marcharás pronto? ¿Puedo irme a Woodstock, por favor?

– No discutamos delante de Logan, te lo ruego -ordenó Rosamund apretando los dientes-. Debo analizar la situación con tu padrastro.

– ¿Acaso no le has escrito contándole todo?

– Sí, lo hice. Pero tu futuro es muy importante y quiero hablar con él en persona. Luego te informaremos de nuestra decisión al respecto. -Se levantó de su asiento junto al fuego, dio media vuelta y fue a saludar a su marido que entraba en la estancia.

– Logan le dirá que me envíe de regreso a la corte -dijo Philippa con cierta petulancia.

– Tu mamá no hará nada hasta estar segura de haber tomado la decisión que mejor te convenga, Philippa -replicó Thomas Bolton.

– Logan se cansó de estar solo en Claven's Carn tanto tiempo y lo único que le importa es que ella regrese a su casa. La convencerá de que me deje volver al palacio.

– Saluda a tu padrastro y luego ven a verme de nuevo. Y escúchame bien, jovencita: la única persona capaz de persuadir a tu madre y de lograr que obtengas todo lo que desea tu corazón soy yo.

– ¿Tú, tío? -preguntó, mirándolo extrañada.

– ¡Haz lo que te digo! -exclamó lord Cambridge con voz firme.

Philippa atravesó el salón. El corazón se agitaba, sentía que iba a desmayarse en cualquier momento. ¡Cómo podía haberlo olvidado! Recordó de pronto que el gran mago de la familia siempre había sido Thomas Bolton. Él era el único que podría ayudarla. Sus labios se curvaron en una sonrisa.

– ¡Logan! -Saludó a su padrastro y, parándose en puntas de pies, besó su áspera mejilla-. Creo que ya estoy demasiado grande para decirte papá. He crecido bastante, ¿no crees? -dijo haciendo piruetas y pasitos de baile.

– Es cierto, pequeña, te has convertido en una hermosa jovencita. No te habría reconocido, si no te parecieras tanto a tu madre cuando la vi por primera vez -señaló Logan y la besó en la frente.

– Supongo que querrás hablar con mamá -comentó Philippa, muy dulce y galante.

– Por supuesto, pero primero ven a saludar a tus hermanos, dudo que te recuerden. Cuando te fuiste, Johnnie tenía solo tres años; Alex todavía no sabía caminar y el pequeño Jamie ni siquiera había nacido. ¡Vengan, niños! Ella es Philippa, su hermana mayor. Muéstrenle los modales que les enseñó su padre.

John Hepburn se acercó, tomó la mano de la muchacha y la besó con toda la gracia de un cortesano mientras hacía una reverencia.

– Me acuerdo de ti, hermana, aunque muy poco. A partir de ahora jamás olvidaré tu rostro, pues eres igual a mamá.

– Y tú eres igual a la madre que te alumbró, Johnnie. Recuerdo muy bien a Jeannie Hepburn; era una mujer muy bella y bondadosa -replicó Philippa.

– Yo no la recuerdo, pero agradezco tus tiernas palabras. -Luego, empujando a sus hermanos, procedió a presentarlos-; Él es Alexander y este es Jamie. Llora como un marrano cuando no consigue lo que quiere.

– ¡No! -aulló el pequeño Jamie y golpeó a Johnnie con sus puñitos-. ¡Dile que es mentira!

– Saluda a tu hermana, bufón -dijo el mayor.

– No eres ningún bufón, Jamie Hepburn -repuso Philippa-. Pareces un niño muy valiente que se atreve a atacar a alguien más grandote que tú.

El pequeño levantó la cabeza y la miró. Tenía el cabello oscuro del padre y los ojos color ámbar de la madre.

– Eres bonita -opinó.

– Tómalo como un saludo, es su forma de presentarse -explicó Alexander Hepburn-. No me acuerdo de ti, pero estoy feliz de tener una hermana tan hermosa. Yo soy Alexander Hepburn. -Sus ojos eran azules como los del padre.

– ¿Acaso Bessie y Banon no te hacen feliz? -preguntó Philippa sonriéndole con picardía.

– A veces sí y a veces no -respondió el niño y le devolvió la sonrisa.

– Hermanitos, ahora vayan a la cocina, donde los esperan unos pasteles deliciosos y bien merecidos después de tanta cabalgata. Yo iré a hablar con el tío Tom.

Philippa indicó a los niños las escaleras de la cocina y luego caminó con gracia hasta el rincón del salón donde la esperaba lord Cambridge, sentado en una silla de respaldo tapizado, sosteniendo una copa de vino en su elegante y enjoyada mano. Philippa se sentó frente a él y lo miró con aire inquisitivo.

– ¿Cómo puedes ayudarme a escapar del tedio de este glorioso nido de ovejas?

– No seas impaciente, sobrina -replicó Tom con tono divertido. Los anillos de los dedos centelleaban cada vez que llevaba la copa a los labios.

– Tío, me muero de aburrimiento. Hace seis semanas que estoy aquí. Estamos a fines de agosto y quiero regresar a la corte.

– Ya regresarás, cariño, ya regresarás. Sé perfectamente que Friarsgate no es un lugar para ti. Recuerdo a tu madre cuando era jovencita y estaba en el centro del mundo, como lo llamas. ¿Sabes cuál era su único deseo? ¡Volver a su amado Friarsgate! ¡Las mismas tierras de las que su hija mayor quiere escapar! -Se echó a reír, pero enseguida adoptó una actitud circunspecta-. Ahora, sé franca conmigo, Philippa. ¿Hablas en serio cuando afirmas que no deseas ser dueña de Friarsgate? ¿O solo estás furiosa porque Giles FitzHugh te rechazó? Quiero la verdad. Todo lo que haga para ayudarte dependerá exclusivamente de lo que me digas ahora.

– ¡Friarsgate no me interesa en lo más mínimo!

– Es una herencia muy tentadora, querida. ¿De veras estás dispuesta a renunciar a ella?

– ¡Sí, ya mismo! No me sirve de nada, está demasiado lejos del rey y del palacio. Soy plenamente consciente de las obligaciones que implica ser la heredera de esta propiedad, tío, y no me interesa asumirlas. Prefiero servir a la reina.

Lord Cambridge se quedó callado y pensativo por unos minutos. Para su asombro, Philippa también guardaba silencio.

– Bien, olvidémonos de Friarsgate por un momento. ¡Qué otra cosa te gustaría hacer además de vivir en la corte y servir a la reina?

– Tener lo suficiente para pagarle a mi doncella.

– ¿Acaso no piensas casarte?

– Luego de haber hablado con mamá las últimas semanas, me di cuenta de que nunca estuve enamorada de nadie, y menos de Giles FitzHugh. Si me hubiese propuesto matrimonio, lo habría aceptado sin vacilar y me habría considerado una mujer feliz. Tal vez por unos pocos años, o tal vez para siempre. ¿Quién sabe, tío? SÍ algún día aparece un hombre que me ame y a quien yo ame, podré ofrecerle al menos una dote decente. Hay muchas personas como yo en la corte, y lo sabes muy bien, tío. MÍ padre, por ejemplo. Gracias a su matrimonio con mamá, dejó de ser un oscuro servidor del rey para convertirse en un gran terrateniente. Tal vez haya en la corte un caballero que sea propietario de una casita y pueda ser feliz con una esposa como yo. No descarto la posibilidad del matrimonio, tío.

– Sin embargo, tú eres una persona muy vanidosa. Me pregunto si en realidad te gustará llevar una vida tan sencilla.

– ¿Qué otra alternativa tengo? -le preguntó con absoluta franqueza.

– Veremos, querida mía. Ahora promete que confiarás en mí y que no pelearás más con tus hermanas. Banon es mi heredera y no permitiré que nadie la agreda. Bessie es la preferida de tu padrastro, pues es la única muchachita de Claven's Carn. Si quieres que interceda en tu favor, deberás dejar que resuelva el asunto a mi manera.

– ¿Y volveré al palacio, tío? -inquirió con ansiedad.

– Sí, y disfrutarás de las fiestas navideñas, te lo prometo. Ahora, tesoro, dame tu mano y sellemos nuestro pacto. -Lord Cambridge extendió la mano y Philippa colocó la suya encima.

– Confiaré en ti, tío Tom, y trataré de portarme bien.

– ¡Excelente!

– ¿Puedes decirme cuál es tu plan? -preguntó la joven, impaciente.

– Es muy pronto todavía, primero debo arreglar ciertos asuntos.

Desde la otra punta del salón, Rosamund observaba cómo su hija y su primo conversaban seriamente. ¿Cuál sería el plan de Tom? Debía apresurarse a ponerlo en práctica, pues Logan ya estaba insistiéndole en que regresara a Claven's Carn. Era difícil decirle que no cuando la miraba con esos ojos tan azules que siempre la habían cautivado. Ya lo había puesto al tanto de la situación.

– Tu hija ha tenido un gran disgusto y no sabe lo que dice -opinó Logan-. Dejemos que vuelva a la corte y verás cómo recupera la razón muy pronto.

Aunque hubiese preferido no mencionar el tema, Rosamund se vio obligada a contarle el escandaloso episodio de la Torre Inclinada. Y Logan reaccionó tal como ella suponía.

– Conozco muchos jóvenes fuertes y saludables, hijos de mis amigos, que estarían encantados de desposar a la próxima dama de Friarsgate. Esa muchacha tiene que casarse lo antes posible.

– No, mi amor. El problema es más complicado. Tom dice que puede resolverlo si le damos entera libertad. Y le creo, porque en las situaciones difíciles sus decisiones siempre resultaron acertadas.

El señor de Claven's Carn asintió.

– A decir verdad, a pesar de que Philippa es solo una niña, es tan decidida y obstinada que aterrorizaría al hombre más salvaje. Si Thomas Bolton dice que tiene una buena solución al problema, estoy dispuesto a escucharlo. Y luego nos iremos a casa.

– Quédate unos días, mi querido. Todavía faltan unas semanas para que empiece la caza del urogallo -bromeó Rosamund-. Después, ya no tendré fuerzas para viajar hasta que nazca el bebé. Me siento mucho más pesada y extenuada que en los otros embarazos. Me gustaría ponerle el nombre de mi primo, Thomas, si estás de acuerdo. Es una forma de agradecerle su extremada bondad conmigo a lo largo de los años. ¿Qué te parece, mi amor?

– Por supuesto. Pese a sus extravagancias, Tom es un hombre muy bueno.

– Entonces me esperarás, ¿sí?

– Hasta fines de septiembre, y después irás a casa y te quedarás allí -dijo Logan con una sonrisa.

Tras la conversación con lord Cambridge, Philippa modificó totalmente su actitud. Ignoraba cuáles serían los planes de su tío, pero sabía que la beneficiarían. Comenzó a ser más gentil con sus hermanas, aunque Bessie se empeñaba en seguir irritándola y buscando pelea. Banon, en cambio, tenía una personalidad diferente y enseguida hizo las paces con ella. Las dos hermanas mayores renovaron su amistad y trataban de evitar a Bessie y sus sucias artimañas.

A Banon le encantaba escuchar las historias de la corte.

– Supongo que iré, al menos por un corto período -dijo un día de septiembre, mientras conversaban animadamente sentadas en el jardín. Las margaritas se habían adelantado al Día de San Miguel y mostraban sus primeras flores. Los abejorros zumbaban entre las plantas, mientras extraían el polen de los delicados pimpollos.

– ¡Te encantará la corte! -aseguró Philippa con entusiasmo.

– Es posible, pero no olvides que Otterly, como Friarsgate, queda en el norte del país y tendré que casarme con un hombre de la región. De todos modos, una breve estadía al servicio de la reina mejorará mi reputación, ¿verdad, hermanita? -Banon no dejaba de mirar a Philippa, quien, aun vestida con un sencillo traje de campo, parecía una dama sofisticada. Philippa había encargado una serie de atuendos apropiados para la vida rural, tal como le había aconsejado el tío Tom. A Banon le encantaba visitar a la costurera con lord Cambridge, pues siempre la ayudaba a elegir las telas y el diseño de los vestidos. Era un hombre de un gusto exquisito-. Es el peinado, creo -dijo Banon de pronto-, lo que te da ese aire tan encantador.

– En general, uso el cabello suelto como las demás, pero me gusta este rodete francés que Annie le enseñó a hacer a Lucy hace mucho tiempo. Es muy elegante.

– Tío Tom piensa que soy demasiado joven para usar un peinado así. ¿Tú qué opinas?

– No seas impaciente, Banon -aconsejó Philippa-. Ya tendrás tiempo de sobra para parecer mayor. Es eso lo que quieres, ¿verdad?

– ¿Cómo lo sabes?

– Porque me pasó lo mismo cuando fui a la corte por primera vez. Pero Lucy me recomendó que usara el cabello suelto para parecer más joven y evitar que los hombres me acosaran. Decía que primero debía aprender los usos y costumbres de la corte y que eso requería cierto tiempo. Tenía razón, sin duda. Pero cuando vayas a la corte, no estarás sola: yo te cuidaré. Y mis amigas también.

– Estás ansiosa por regresar.

– ¡Ay, sí!

– ¿Cuándo será?

– No lo sé. El tío Thomas prometió resolver la situación.

Septiembre llegaba a su fin y el 29, Día de San Miguel, Logan anunció que partiría con toda su familia el 1° de octubre.

– Tú también puedes venir, Philippa -dijo el señor de Claven's Cara.

La joven miró con desesperación a lord Cambridge.

Llegó la hora, pensó Tom, y comenzó a hablar:

– Tengo la solución a todos los problemas que los FitzHugh, sin querer, han ocasionado a esta familia.

– ¡Dilo de una buena vez! -reclamó Rosamund.

– Tal vez no complazca a todos, pero, sin duda, le agradará a Philippa, cuya felicidad es lo único que debe preocuparnos en este momento, prima querida. ¿Estás de acuerdo? -Los ojos de Tom la miraban implorantes. Rosamund se dio cuenta de que no iba a gustarle su propuesta, pero asintió de todos modos-. Philippa ha sido muy firme en su posición: no desea cargar con el peso de Friarsgate. Hemos discutido el tema infinidad de veces en las últimas semanas y su decisión es definitiva.

– ¿Cómo es posible que rechace estas tierras? ¡Está absolutamente loca! -exclamó Logan, enojado y también apenado, porque sabía que esa decisión lastimaría a su amada Rosamund. ¿Qué diablos le ocurría a Philippa? Debió haberse encargado él mismo de buscarle un marido y casarla sin tantos rodeos.

– ¿A qué conclusiones has llegado, Tom? -preguntó Rosamund, con un hilo de voz y el rostro pálido.

– Dejaremos que Philippa encuentre su camino en la corte, que es su más ferviente deseo: hemos ganado mucho dinero con el comercio de la lana. Tomaremos parte de esas ganancias y entregaremos a la niña una generosa dote, y yo, por mi parte, le compraré además una casa en el sur. De ese modo, no solo contará con una dote, sino también con una propiedad, condiciones que, sin duda, le permitirán hallar un buen partido y casarse como todas las muchachas respetables. Así, podrá elegir con tiempo un hombre que prefiera vivir y servir en el palacio como ella. Hay muchos matrimonios así en la corte, Rosamund querida, lo sabemos muy bien. Me parece que es la solución perfecta para todos nuestros problemas. ¿Qué opinan ustedes?

– ¿Pero qué pasará con Friarsgate? -preguntó Rosamund con voz suave.

– ¡¿Qué pasará con Friarsgate?! -estalló Philippa-. ¡Y qué pasará conmigo! ¡Por una vez en tu vida piensa en mí y no en tu maldito Friarsgate! -La joven estaba a punto de llorar.

Rosamund parecía mortificada por el reproche de su hija.

– ¡No hables así a tu madre, Philippa Meredith! -gruñó Logan Hepburn y abrazó a su esposa en actitud protectora-. Ella dio su vida por estas tierras. Y tú, con total descaro, desprecias el regalo que te ofrece. ¡No te entiendo, jovencita!

– ¡No, nadie me entiende! -replicó Philippa encolerizada-. ¡Nadie excepto el tío Thomas! ¿Por qué les cuesta tanto entenderme? Soy como mi padre. Me siento tan feliz de servir a la reina como él de servir al rey. Pero no podré hacerlo si me encargo de Friarsgate. -Volteó hacia su madre-: Si es la voluntad de Dios, mamá, vivirás muchos años, pero lo cierto es que cada vez pasas menos tiempo aquí y Friarsgate necesita una dueña. Tu esposo y tus hijos varones son escoceses. Tus hijas hemos crecido. Banon es ama de Otterly, está muy contenta y me ha dicho que se casará con un hombre del norte. Yo quiero quedarme en el sur, mamá. Por favor, te lo ruego, déjame ir. Prefiero estar muerta que asumir la responsabilidad de Friarsgate. -Los ojos color miel de Philippa estaban inundados de lágrimas. Extendió las manos hacia su madre en señal de súplica.

Sus palabras eran como filosos puñales que despedazaban el corazón de Rosamund. Había hecho todo por el bien de sus hijos. Se había sacrificado tanto por esas tierras y por su gente. ¿Y para qué?

No obstante, la firme expresión de Philippa le indicaba que era imposible cambiar su decisión. Bien, pensó, tal vez Banon podría ocuparse de las dos propiedades algún día, aunque no era el mejor momento para debatirlo. Estaba cansada de estar recluida en esa casa y triste por el nuevo curso de los acontecimientos. No deseaba seguir discutiendo. Clavó sus ojos ambarinos en su hija mayor y preguntó, sabiendo ya la respuesta:

– ¿Estás segura de lo que dices? ¿No te arrepentirás?

Philippa asintió.

– Entonces, ve y encuentra tu felicidad, hija mía. No te detendré. -Luego se dirigió a su primo-: ¿Qué haría sin ti, mi dulce Tom? ¿Te ocuparás de hacer los arreglos necesarios?

Thomas Bolton se acercó y se sentó junto a Rosamund. Le tomó la mano y se la besó con ternura.

– Me encargaré de todo, querida. ¡Hace años que no visito la corte! Estoy empezando a aburrirme, necesito la compañía de gente elegante y divertida por un tiempo. Banon vendrá conmigo, le hará bien un poco de refinamiento. Quién sabe, tal vez algunas familias del norte estén buscando una esposa bella y rica para sus hijos. Y si aparece un candidato potable, arreglaremos el compromiso sin titubeos. Admite que fue un error mostrarte indecisa cuando el conde de Renfrew te propuso casar a su hijo con Philippa.

– Sí, fue un error.

– Pero repararé el daño causado, primita -la animó Tom-. Ahora podrás volver a Claven's Carn, descansar y entregarte a los cuidados cariñosos de tu esposo hasta que nazca el bebé. Has parido demasiados críos, querida. -Antes de soltar su mano, la besó una vez más-. Deberías darte por satisfecho, Logan, son muy pocos los hombres que tienen cuatro varones saludables. Recuerda que tendrás que mantenerlos a todos de una manera u otra. Piensa lo triste que sería la vejez, mi buen amigo, si te quedaras solo.

– Nunca me sentiré solo mientras vivas, primo Tom -dijo el señor de Claven's Carn con una amplia sonrisa-, aunque reconozco que cuatro hijos es una cantidad considerable.

– ¿Te encuentras bien, Rosamund? -preguntó lord Cambridge.

– Sí, y les advierto que ninguno de los dos se librará de mí en la vejez -anunció. El color comenzó a teñir sus pálidas mejillas y sus labios dibujaron una sonrisa-. Perdonen el disgusto que les he causado. Este embarazo es más difícil que los anteriores, me siento muy cansada. Ya no soy una niña -rió-. Además, la decisión de Philippa fue un duro golpe para mí.

La muchacha se acercó y se arrodilló frente a su madre.

– Mamá, lamento las cosas horribles que te dije. Te amo, y lo sabes, pero soy distinta de ti. Es curioso que tú, que me inculcaste un férreo sentido del deber, te sorprendas de que sea justamente el deber lo que me aleje de aquí. Servir a la reina es una enorme responsabilidad para mí, mamá, como lo es Friarsgate para ti. Me entiendes, ¿verdad?

La joven escudriñó el rostro de su madre, buscando algún signo de comprensión.

– Supongo que es un error que cometemos la mayoría de los padres-dijo Rosamund con voz suave-. Esperamos que nuestros hijos sean como nosotros porque los hemos educado con nuestros valores. Y cuando un hijo interpreta esos valores de una manera distinta, nos enfadamos. -Sonrió a Philippa y le acarició el rostro con dulzura- Has luchado por lo que quieres con tanto fervor como yo luché por lo que deseaba. No te culpo por eso, mi niña. Te doy mi bendición, Philippa Meredith, aunque ahora esté triste por la decisión que has tomado. Eres el fruto del amor que sentí por tu padre y sería injusta con su memoria si obstaculizara tu felicidad.

– ¡Oh, gracias, mamá! -exclamó exultante de alegría.

– ¡Muy bien! Gracias a Dios, este penoso asunto ha tenido un final feliz, mis adorables criaturas -dijo lord Cambridge con un fingido suspiro de alivio-. ¡Por Dios, no podemos perder más tiempo! Hay que arreglar infinidad de detalles antes de mostrarnos en público. Banon necesita con urgencia renovar todo su guardarropa para presentarse en 'a corte, tendré que sacar las joyas de mis cofres. ¿Estás de acuerdo, Philippa? Seque tus hermosos vestidos están en la casa de Londres, pero ¿no te gustaría comprar tú también algún traje, cariño? Instruirás a mi sastre sobre la nueva moda masculina, que, sin duda, cambió mucho en los últimos años. Quiero honrar mi vieja reputación, no pisaré el palacio hasta no estar vestido como el más elegante de los caballeros. ¿Por qué no vienes con nosotros a Otterly, Philippa, y nos ayudas con los preparativos? Así, te sentirás más cerca de tu adorada corte, mis tierras quedan un poco más al sur que el inhóspito Friarsgate -acotó con malicia-. Rosamund, mi ángel, me siento eufórico como en los viejos tiempos, ¡no puedo dejar de pensar en las excitantes aventuras que nos aguardan!

Rosamund lanzó una carcajada.

– Ay, Tom, no sé si deba dejar a mis hijas en tus tiernas manos. Se divertirán demasiado y comenzarán a pensar que la vida es pura jarana y bellos vestidos.

– ¿Acaso no cuidé bien de ti? -le recordó Tom.

– Claro que sí, primo querido, no he conocido persona más buena y generosa que tú. Casi envidio a mis hijas por los momentos maravillosos que pasarán contigo. Casi -aclaró con una sonrisita. De pronto, había recuperado la alegría.

A Logan Hepburn no ofendieron en lo más mínimo las palabras de Rosamund, pues sabía que eran la pura verdad. Nadie la había cuidado con tanto cariño hasta que su primo apareció en su vida. Se querían como hermanos.

– Entonces, partiremos a Claven's Carn mañana y podrás descansar tranquila, amor mío, el futuro de Philippa está a salvo con Tom -anunció Logan.

Esa noche, la cena fue la más feliz en mucho tiempo. Philippa acaparó la conversación contando anécdotas graciosas de la corte. Banon hacía miles de preguntas que su madre, su hermana mayor o lord Cambridge contestaban alternadamente. Por tratarse de una ocasión tan especial, habían invitado a los pequeños Hepburn a comer en la mesa del gran salón. Jamie compartía su plato con uno de los perros de Thomas Bolton; mordía un poco y enseguida le ofrecía un bocado al animal, un mastín enorme de temperamento manso. Los mayores no paraban de reír ante la inocente conducta del chiquillo.

– ¡Oooh! Esa bestia podría devorárselo de un mordiscón -rió Maybel-. ¡Pero es tan dulce ver cómo el niño comparte su cena con el perro!

Sentada en su silla, Elizabeth Meredith observaba a la familia con curiosidad. Hacía tanto tiempo que no se oían risas en el salón y que toda familia no se reunía. Mañana todos se marcharían de nuevo y ella se quedaría sola. A veces acompañaba a su madre a Claven's Carn, pero, en general, prefería permanecer en Friarsgate. No le molestaba la soledad, Maybel y Edmund sabrían cuidarla muy bien. Además, retomaría las lecciones con el padre Mata. Bessie era mucho más rápida y despierta que sus hermanas, tanto que, decía el clérigo, muy pronto no sabría qué enseñarle. También seguiría aprendiendo alemán y holandés con Hans. En realidad, estaba contenta de que todos partieran y su vida volviera a la normalidad. No había llegado a hacer las paces con Philippa y sentía que ya no tenía nada en común con Banon. Eran hermanas de sangre solamente, no de espíritu.

Al día siguiente, el cielo amaneció despejado. Rosamund estaba lista para emprender el viaje a Claven's Carn desde la primera hora de la mañana.

– Todavía no tomaré ninguna decisión respecto de Friarsgate -le dijo a Philippa-. Sé que me dirás que no, pero tal vez cambies de opinión. Solo quiero que seas feliz, hija mía.

– No cambiaré de opinión, mamá. Sin embargo, me parece sensato que esperes un poco antes de tomar una decisión. Es una herencia valiosa para cualquiera que la reciba. Estoy muy contenta con la vida que he elegido. Recuerda siempre que te amo, mamá. -Philippa abrazó a su madre. Luego bajando el tono de voz, le susurró-: El tío Thomas tiene razón. ¿Podrías no concebir más hijos después de que nazca este?

Rosamund asintió.

– Te avisaré cuando llegue el momento. Si te casas, Philippa, trae a tu esposo para que lo conozca. Sé que Tom te ayudará a elegir muy bien.

– Lo haré, mamá -prometió.

Se dieron un último abrazo.

– Mi querida Banon -dijo a su segunda hija-, sigue los consejos de Thomas. Es un hombre sabio, mucho más sabio que tu hermana. Ella se cree la dueña de la verdad, pero no es así. Siempre consulta primero a tu tío.

– Sí, mamá -replicó Banon-. Yo no tengo los mismos deseos que Philippa. En la primavera regresaré a Otterly para cumplir con mis obligaciones; el tío Thomas dice que soy el ama perfecta -remató con orgullo.

– Y tiene razón. Avísame cuando vuelvas, hijita.

– Por supuesto, mamá -dijo Banon y abrazó a su madre-. Y tú avísame cuando nazca el bebé.

Rosamund asintió y miró a Bessie.

– ¿De veras no quieres acompañarme?

– No, prefiero estar aquí, aunque me gusta más cuando estás conmigo, mamá.

Rosamund acarició una de las rubias trenzas de su hija.

– SÍ cambias de parecer, házmelo saber, ¿sí, tesoro? Falta mucho tiempo para que comience a nevar. Bessie sonrió a su madre.

– De acuerdo, mamá -asintió la niña, pero ambas sabían que no iba a cambiar de opinión. Besó la mejilla de su madre y se retiró.

– ¡No te pongas a llorar ahora, mujer! -la retó Maybel mientras se acercaba a Rosamund-. Sabes que la cuidaré como a una hija.

– Me apena cargarte con tanto trabajo a esta altura de tu vida, Maybel. Ya no eres joven, hace rato que pasaste el medio siglo.

– Algunas damas serán viejas a mi edad, ¡pero yo, jamás! Y para tu información, señora Hepburn de Claven's Carn, tu tío Edmund todavía es un hombre vigoroso. Me sobra energía para criar a otra niña. Además, ¿qué haría si te llevaras a mi Bessie? Ni lo pienses, Rosamund. ¿O acaso quieres romperme el corazón? -Sus huesudas mejillas se hundieron aun más de la tristeza.

– ¡No, no! -gritó Rosamund y estrechó a la vieja nodriza en sus brazos-. Solo quería evitarte una molestia. Bessie no es una niña fácil de llevar.

– ¡Es perfecta y encantadora! -protestó Maybel.

– ¡Entonces te la regalo! -rió Rosamund y luego se dirigió a su tío-: Como siempre, sé que Friarsgate queda en las mejores manos.

– Así es, sobrina -dijo Edmund Bolton en voz baja.

– Vamos, querida, tu valiente fronterizo está impaciente por partir y ese par de hijos revoltosos que tienes no paran de pelear. Te has despedido de todos menos de mí. ¡Te adoro, primita! Cuidaré muy bien a tus hijas. Philippa obtendrá lo que desea y Banon pasará una temporada inolvidable en la corte. No dejes de escribirme. -La besó calurosamente en ambas mejillas, luego la acompañó afuera y la ayudó a montar-. ¡Adiós! ¡Buen viaje! -Palmeó las ancas del caballo al tiempo que guiñaba un ojo a Logan Hepburn-. ¡Adiós, Logan querido! ¡Hasta la próxima! -gritó mientras los Hepburn de Claven's Carn se alejaban por el camino-. ¡Estoy muerto de hambre, Maybel! ¿Está lista la comida? Las niñas y yo saldremos muy pronto.

– ¡Entonces no te quedes ahí parado como si estuvieras posando para un retrato! ¡Entra de una vez, por el amor de Dios!

Rosamund se dio vuelta para observar a su familia y no pudo contener la risa. Maybel regañaba a Tom sacudiendo su dedo acusador. Tomadas del brazo, Banon y Philippa conversaban con las cabezas casi pegadas. Bessie había salido disparada hacia las praderas y el padre Mata corría tras ella, con su larga sotana flameando al viento y rogándole a los gritos que se pusiera a estudiar. Suspiró y volteó en dirección a la frontera, a Claven's Carn. Allí sí la necesitaban.

Poco después, lord Cambridge partió de Friarsgate con sus dos pupilas y Lucy, la doncella de Philippa. En cuanto llegaron a Otterly, iniciaron los preparativos para el retorno de Philippa y la presentación de Banon en la corte. Fiel a su promesa, Thomas Bolton puso a trabajar de sol a sol a su costurera y su sastre en la confección de los nuevos trajes. Incluso Lucy debió renovar un poco su guardarropa: dos vestidos sencillos que fueron los primeros en terminarse, cofias y delantales de un hilado muy fino. Ella misma colaboró contenta en la costura de las prendas.

– Necesito varias casacas cortas con la espalda plisada -señaló Tom al sastre-. A mi edad todavía puedo darme el lujo de lucir mis bellas Piernas. Quiero las mangas forradas en piel o rellenas con algún material abrigado. Los palacios reales no suelen estar caldeados, mi querido sastre.

A mediados de noviembre, celebraron el Día de San Martín comiendo ganso y manzanas asadas. A Philippa le fascinó el palacete de Otterly y juró que algún día tendría una mansión parecida. No una casa como la de Friarsgate, tan anticuada y vulgar, sino una residencia moderna con ventanas de cristal y chimeneas en cada alcoba. Banon era muy afortunada de ser la heredera de Otterly.

Por fin, llegó el momento de la partida. Philippa estaba mareada por la excitación. Había esperado con ansias su regreso a la corte; Cecily y Tony habían prometido que estarían allí para Navidad. Presentaría a Banon a todo el mundo y volvería a servir a la reina con tanto fervor como antes.

El viaje sería lento pues llevaban dos carros repletos de equipaje. Lord Cambridge había hecho los arreglos para alojarse cada noche en confortables conventos o en casas de familias nobles que él conocía. Incluso era probable que algunos de esos aristócratas se unieran a ellos en el camino. Susan, la doncella de Banon, los acompañaría; Lucy ya la había instruido sobre cómo debía comportarse y servir a su ama en la corte. Dos docenas de hombres armados los escoltarían a Londres y se quedarían con ellos hasta la primavera, cuando Banon debía regresar a Otterly. "Todo saldrá de maravillas -pensó Philippa-. Será la mejor Navidad de mi vida".

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