CAPÍTULO 02

– ¡Vamos, jovencitas! -vociferó lady Brentwood, la asistente de las doncellas-. El día de campo está por comenzar. Su Majestad permitió que paseen a gusto, siempre que dos de ustedes se turnen para acompañarla.

Las damas de honor salieron de sus aposentos riendo y parloteando como cotorras. Un día de campo junto al río era un programa maravilloso. Sobre todo porque en esas ocasiones, las formalidades de la corte solían dejarse de lado. Era un día hermoso. El cielo azul y la fresca brisa que mecía las flores prometían una jornada inolvidable. Como era muy temprano para ejecutar su plan, Philippa se ofreció a escoltar a la reina. Aún no había visto a sir Walter y quería aguardar hasta que se encontrara ligeramente ebrio.

– Estás muy bella, pequeña -dijo Catalina a Philippa-. Me traes bellos recuerdos de tu madre y de los años que pasamos juntas en el palacio cuando éramos niñas. -La hijita de la reina, a quien se le había permitido asistir a la fiesta, saltaba en el regazo de su madre-. María, mi amor, por favor, quédate quieta. A papá no le va a gustar verte así.

– Su Majestad, ¿le gustaría que lleve de paseo a la princesa? -preguntó Philippa con gentileza-. También puedo jugar con ella y entretenerla un rato. Siempre ayudé a mamá a cuidar a mis hermanos.

La reina asintió aliviada.

– Querida Philippa, ¿harías eso por mí? El embajador de Francia viene esta tarde a verla y le escribirá al rey Francisco sobre los progresos de nuestra princesita. Ahora que María está comprometida con el delfín, los franceses no le quitan los ojos de encima. Aunque yo preferiría que se casara con mi sobrino Carlos. Sí, mejor llévatela de aquí y trata de que no se ensucie.

– Sí, Su Majestad -dijo Philippa tras hacer una reverencia. Luego, tomó de la mano a la pequeña princesa-. Venga conmigo, Su Alteza. Vamos a pasear por los jardines y admirar las bellas vestimentas que lucen los invitados.

María Tudor, con sus tres años de edad, se deslizó de la falda de su madre y, respetuosamente, aceptó la mano que le tendía la señorita Meredith. Era una niña de mirada muy seria, bonita, de cabello caoba similar al de Philippa. Su vestido era una réplica en miniatura del de su madre.

– Tu vestido es bonito -reconoció. La princesa María tenía una inteligencia notable. Pese a su corta edad, podía sostener una conversación sencilla tanto en inglés como en latín.

– Gracias, Su Alteza.

Caminaron a la vera del río y la niña señaló las embarcaciones. -¡Vamos! -gritó exultante de alegría-. Quiero pasear en bote. Philippa sacudió la cabeza.

– ¿Su Alteza sabe nadar?

– No.

– Entonces no puede pasear en canoa. Para hacerlo es necesario saber nadar.

– ¿Y tú sabes nadar? -le preguntó escrutándola con su extraña mirada de adulta.

– Sí -respondió Philippa con una sonrisa. -¿Quién te enseñó?

– Un hombre llamado Patrick Leslie, conde de Glenkirk.

– ¿Dónde?

– En un lago de las tierras de mi madre. También les enseñó a mis hermanas Banon y Bessie. Pensábamos que nuestro lago era muy frío, pero él nos dijo que los lagos ingleses eran tibios en comparación con los escoceses. Una vez estuve en Escocia, pero nunca me aventuré a nadar en sus gélidas aguas.

– Mi tía Meg es la reina de Escocia -anunció la pequeña María.

– Ya no -corrigió Philippa-. Luego de enviudar, su tía contrajo nuevas nupcias. Ahora solo es la madre del rey. Pero yo tuve la suerte de visitaría junto con mi madre cuando todavía era reina de Escocia. Su corte era espléndida.

– ¿Mejor que la de mi papá? -preguntó con un dejo de arrogancia.

– No hay en el mundo una corte como la del rey Enrique. Como usted bien sabe, su padre es el rey más distinguido y gallardo de toda la cristiandad.

– ¡Qué delicioso elogio! -dijo Enrique VIII acercándose a su hijita. Philippa, ruborizada, le hizo una reverencia.

– ¡Papá! -gritó María Tudor, riendo mientras él la tomaba en sus brazos y la acariciaba con ternura.

– ¿Y quién es la más bella princesa del mundo? -preguntó el rey a su hija, besando sus mejillas rosadas.

La niña reía con felicidad. El rey se dirigió a Philippa:

– Tú eres la hija de Rosamund Bolton, ¿o me equivoco, señorita?

El rostro de la joven era pura dulzura e inocencia.

– Lo soy, Su Majestad -respondió apartando la vista, como dictaba el protocolo. Además, a Enrique Tudor le molestaba muchísimo que lo miraran a los ojos.

El rey se acercó a la joven Meredith y le rozó la mejilla con un dedo.

– Eres tan bella como Rosamund a tu edad. Como sabrás, nos conocemos desde hace muchos años.

– Sí, Su Majestad, ella me lo ha contado todo -rió Philippa con nerviosismo.

– ¡Ah! -dijo Enrique con una sonrisa-. Entonces conoces toda la historia. En esa época yo era un muchachito lleno de malicia.

– Incluso le gustaba apostar a las cartas -respondió con picardía.

– ¡Ja, ja, ja! Es muy cierto, señorita Philippa. Y mi abuela recolectaba el dinero de las apuestas y las ponía religiosamente en la caja de los pobres en Westminster. Así fue como aprendí a no apostar. -Dejó a su hija en el suelo-, Me enteré de que el hijo menor de Renfrew ha decidido ordenarse sacerdote. Lo siento mucho.

A Philippa se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se las secó de inmediato.

– Es la voluntad de Dios -afirmó la joven sin la menor convicción.

– Puedes contar con mi ayuda, señorita Philippa -murmuró Enrique Tudor-. Tu madre sigue siendo una de mis grandes amigas, aunque se haya casado con un escocés salvaje.

– Gracias, Su Majestad -contestó con una reverencia.

– También recuerdo a tu padre, pequeña. Era un buen hombre y, además, fue el más leal servidor de la Casa Tudor. Sus hijas cuentan con mi amistad eterna. No lo olvides, Philippa Meredith. Ahora, por favor, lleva a mi hija con su madre. Luego, regresa y únete a tus amigos, así te diviertes un poco, jovencita. ¡Es una orden del rey! -exclamó prodigándole una amplia sonrisa-. ¡Corre a divertirte! Es el último día de mayo, hay que disfrutarlo.

El rey la observó partir. ¿Cómo era posible que la hija de Rosamund Bolton hubiera crecido tanto? Tanto como para casarse y tener el corazón destrozado… "Había otras dos Meredith -recordó el monarca-, y su padrastro le había dado dos hermanos más". ¿Y él qué tenía? Una niña y una mujer demasiado vieja para parir los hijos varones que necesitaba. La reina había perdido una criatura hacía seis meses. Siempre ocurría lo mismo: cuando el embarazo llegaba a término, los bebés nacían muertos o sobrevivían al parto unos pocos días. María fue la única que pudo seguir con vida. Algo no estaba bien. Los médicos decían que la reina no podía tener más hijos. ¿Acaso Dios trataba de transmitirle algún mensaje? Observó a su esposa sentada en el trono, al otro lado del parque. Su piel otrora rozagante se veía macilenta; su cabellera brillante ahora lucía opaca. La reina pasaba cada vez más tiempo rezando de rodillas y cada vez menos tiempo cumpliendo sus deberes reales en la cama.

Enrique contempló al grupo de doncellas que acompañaban a Catalina, y sus ojos se posaron en la sobrina de Montjoy, la deliciosa Elizabeth Blount. Era pequeña y curvilínea, de cabello rubio y ojos celestes. Junto con su hermana Mary, era la bailarina más graciosa de la corte, además cantaba como los ángeles. Tenía un gran ingenio, pero también era dócil frente a la autoridad, cualidad que, según Montjoy, podía convertirla en la mejor esposa del mundo. El rey entrecerró sus ojos azules. Si la joven era tan obediente como aseguraba Montjoy, sería una amante encantadora, feliz de rendirse ante la pasión de Su Majestad. Enrique Tudor sonrió. ¡Qué dulce verano tendrían por delante, si no los asolaba la peste o la fiebre! Luego continuó su paseo por los jardines y saludó con júbilo a todos los invitados.

Philippa volvió junto a la reina para entregarle sana y salva a la princesita.

– Hemos dado una magnifica caminata, Su Majestad. La princesa quiso pasear en bote, pero no me pareció seguro.

– ¡Muy bien hecho! -aprobó la reina.

– ¿Qué te ha dicho el rey en el parque? -preguntó con malicia Millicent-. Estuvieron conversando un rato largo, Philippa Meredith.

– El rey sólo quería estar con su hijita. Me preguntó por mi madre y también por el resto de mi familia en Cumbria. Ellos se conocen desde que eran niños. ¿Y por qué te interesa mi conversación con el rey, Millicent Langholme? ¿Acaso tu vida es tan aburrida que necesitas entrometerte en los asuntos ajenos? Supongo que pronto tendrás novedades, cuando sir Walter termine de decidirse si desea o no comprometerse formalmente contigo.

"Cómo me voy a divertir con tu arrogante caballero frente a tus propias narices, Millicent -pensó Philippa-. Y no podrás hacer nada más que enfurecerte".

La reina sonrió con disimulo, mientras la señorita Langholme permanecía muda de indignación.

– ¿Cómo está tu madre? -preguntó la monarca a Philippa. -Con buena salud, gracias. Su Majestad, ¿me permite el atrevimiento de preguntarle si sería posible asignarle un puesto en la corte a mi hermana Banon? Es una niña encantadora, pero si pasara un tiempo al servicio de Su Majestad, refinaría su carácter. Ella posee sus propias tierras en Otterly.

– Si Millicent Langholme se casa, entonces podré recibir con suma alegría a Banon en la corte -respondió Catalina-. Banon. ¡Qué nombre extraño!

– Significa "reina" en gales. Su nombre completo es Banon Mary Katherine Meredith, madame. Mi padre la llamó Banon -explicó Philippa.

– Por supuesto, para honrar sus raíces -dijo la reina mientras pensaba que Philippa se había convertido en una auténtica criatura de la corte, que se atrevía incluso a solicitar un cargo para su hermana.

La tarde comenzó a extinguirse. Algunas personas bailaban, mientras los músicos tocaban, unos caballeros en mangas de camisa practicaban tiro al blanco, parejas de enamorados navegaban por el río. Philippa observó a todos los invitados y, de pronto, vislumbró a sir Walter Lumley. Su presa se encontraba parada junto a un grupo de hombres que jugaban a los dados. Philippa se dirigió allí deprisa; por suerte, también se hallaba Bessie Blount.

Bessie le sonrió al ver que se aproximaba. Era una joven de buenos sentimientos, pero sus posibilidades de conseguir un buen partido eran aun más remotas que las de Philippa.

– ¡Ven a ver cómo está ganando Tony Deane! -gritó Bessie.

– ¿Sabe Cecily que eres aficionado a los dados? -bromeó Philippa a sir Anthony Deane, el prometido de su mejor amiga.

– Mientras me sonría la suerte, ¿te parece que mi amada podrá poner alguna objeción? -replicó el muchacho. Luego volvió a arrojar los dados y ganó una vez más, para alegría de todos los espectadores.

Philippa logró infiltrarse en el grupo contiguo y se paró junto a sir Walter.

– ¿Le gustan los dados, sir? -preguntó con una sonrisa provocativa.

– Sí, me complace jugar de vez en cuando -admitió; sus ojos se posaron en el espectacular escote de la doncella y se relamió.

– Yo nunca jugué a los dados -dijo Philippa fingiendo inocencia y atrayendo inmediatamente la atención de sir Walter y de otros caballeros-. ¿Es difícil?

– No mucho -respondió sir Walter con una amplia sonrisa mientras ella lo miraba con curiosidad-. Señorita Meredith, ¿le gustaría que le enseñara?

– ¿Lo haría? -respondió con dulzura-. ¿Y cuánto debo apostar? -Tomó la carterita que colgaba de su cintura y dijo-: Espero tener dinero suficiente.

Tanto Bessie Blount como Tony Deane miraban azorados a Philippa. Sabían perfectamente que ella no era la niña tonta que fingía ser en ese momento. Pero se quedaron callados. Sentían una enorme curiosidad por la conducta de su amiga.

– No, usted no debe tocar sus preciosas monedas -dijo muy galante sir Walter-. En lugar de dinero, sugiero que el premio sea un beso, señorita Meredith.

– Nunca nadie me ha besado. Sir, ¿una conducta tan indecorosa no pondría en peligro mi buen nombre y honor?

Sir Walter parecía confundido. Decirle a esa joven que su reputación permanecería intacta luego de rifar sus besos a los dados era una mentira atroz. Pero él se moría por besarla en ese preciso instante, y que esos apetitosos labios fueran vírgenes avivaba aún más su deseo. Además, quería juguetear con esos senos redondos que la joven exhibía de manera tan descarada.

– No soy partidario de abandonar cuando voy ganando -anunció finalmente Tony Deane-. Philippa, ¿por qué no observas cómo juegan los demás? Más tarde, cuando entiendas las reglas, puedes probar tú misma, aunque sugiero que apuestes dinero y no tu buen nombre.

– Es cierto. Estoy absolutamente de acuerdo -accedió sir Walter-. Yo le explicaré mientras Tony hace su jugada, señorita Meredith. -Deslizó el brazo alrededor de su fina cintura y notó complacido cómo ella se acercaba a él en lugar de apartarse.

– Muy bien. Le estoy eternamente agradecida por su atención. Usted es el caballero más gentil que he conocido.

Esto sería mucho más efectivo que el tiro al blanco.

– Por favor, querida, es un placer -replicó, embriagado por el delicioso perfume de la doncella.

Philippa notó la lujuria en su mirada. "Qué idiota -pensó-. Millicent lo llevará por la vida con mano firme y su matrimonio será un infierno. Aunque él se lo merece, como la mayoría de los hombres".

– Este juego no parece nada complicado-comentó la joven contemplándolo arrobada.

– Es cierto -acordó sir Walter. Ciertamente, no podía apartar la vista del tentador escote. Su futura esposa tenía senos tan pequeños como los de una niña, y no olía tan bien como esta mujercita. Pero era un buen partido y él lo sabía. La sangre de Millicent era más noble que la suya y, además, era hija única, de modo que cuando su padre muriera, era muy probable que sir Walter heredara el titulo de barón. Sí, ella era la esposa perfecta para él. En cambio, Philippa era una fruta madura que debía saborearse en el momento, antes de que fuera demasiado tarde. Sus brazos sujetaron con más fuerza la delicada cintura.

La muchacha se alejó de un salto de sir Walter.

– Tal vez no deba jugar. En realidad, no cuento con los medios para hacerlo.

– Me parece una decisión muy sabia -acordó Tony Deane. ¿Qué estaba tramando esa maliciosa joven? Nunca la había visto actuar así.

– Debería volver con la reina -dijo Philippa con nerviosismo.

– Si no desea jugar a los dados -ronroneó sir Walter-, entonces vayamos a dar un paseo por la ribera, señorita. El río se ve encantador con los reflejos del atardecer.

– ¿Pero no provocaríamos habladurías, sir? Usted dijo que estaba comprometido con Millicent Langholme.

– Todavía no hemos firmado nada, señorita. Tan solo le propongo una inocente caminata a la vista de toda la corte.

– Bueno, no sé si es correcto, No me gustaría herir a Millicent.

– Es solo una corta caminata -repitió sir Walter, tomándola del brazo y conduciéndola hacia el río.

Bessie Blount preguntó riendo:

– ¿Qué significa todo esto? ¿Por qué está actuando así?

– No entiendo qué pretende -declaró Tony Deane, mientras recogía sus ganancias y le pasaba los dados al siguiente jugador.

– Yo tampoco -dijo Bessie-, aunque te puedo asegurar que Millicent y Philippa se odian. Millicent suele tratarla con un desdén y una soberbia intolerables. Ya sé a quién podríamos preguntarle, Tony: a tu prometida. Ella debe estar al tanto de todo, porque son amigas íntimas.

– Prefiero no enterarme de las travesuras de Philippa -replicó el joven. Tony no solo era un hombre alto de cabello rubio ceniza y ojos azules, sino que, además, era un rico terrateniente de Oxfordshire.

Bessie rió.

– En cambio, yo me muero de intriga. Ya mismo voy a buscar a Cecily. -Se marchó de prisa. Cecily y Millicent estaban con la reina. Bessie se acercó con sigilo, y le preguntó a Cecily en voz baja-: Dime, ¿qué está haciendo Philippa?

– Vengándose -susurró y luego preguntó en voz muy alta-: ¿Millicent, acaso no es sir Walter quien pasea a la vera del río con Philippa Meredith?

– No puede ser -respondió la muchacha irritada-. ¿Qué asunto podría estar conversando con ella?

Todas las mujeres que la rodeaban soltaron una carcajada. Hasta la reina Catalina sonrió.

– Sí, sin duda es Philippa -insistió Cecily-. Y mira qué juntos caminan y cómo él se inclina hacia ella. ¡Creo que la besó! No, espera. No la besó. Solo está hablando con ella, sus labios están tan cerca que me confundí.

Millicent miró con furia hacia el río.

– Ese hombre no es sir Walter -aseguró Millicent, aunque sabía, como todo el mundo, que se trataba de su prometido. ¡La muy zorra la estaba humillando delante de toda la corte! ¿Cómo era posible? Le contaría todo de inmediato a su padre. Él no permitiría que su hija se casara con un hombre tan indecente. Sin embargo, recapacitó enseguida, y empezó a recordar las propiedades de sir Walter en Kent, su hermosa casa y el oro que su padre estaba comprando para agregar a la dote. Además, sabía perfectamente lo que le diría el señor Langholme: los hombres debían hacer su vida y las mujeres inteligentes debían mirar para otro lado. Pero ¿cómo podía mirar para otro lado cuando sir Walter estaba flirteando tan escandalosamente frente a todo el mundo? Lo único que deseaba era abofetear a aquella muchacha atrevida. Sus ojos volvieron a dirigirse hacia el río y frunció el ceño.

Philippa reía junto a sir Walter.

– Usted es un picaflor infatigable. Me pregunto si su prometida lo sabe.

– Todo hombre tiene derecho a admirar la belleza, señorita Philippa.

– Usted desea besarme, ¿no es así? -replicó la joven provocativamente.

– Así es, sería un honor darle el primer beso.

– Mmmh, lo pensaré. He guardado ese beso durante años para el hombre con quien me iba a casar. Pero él decidió abandonarme y dedicar su vida a Dios. ¿No debería seguir reservándolo para mi futuro marido?

– Su virtud es admirable, señorita Philippa. Pero no creo que una bella dama deba privarse de un inocente beso. Un poco de experiencia en ese arte no puede considerarse indigno ni arruinar su reputación. ¿Acaso cree que todas las doncellas de la reina son tan inocentes como usted? Por lo que sé, no es así. -Y le dedicó una sonrisa lasciva.

– Usted habla muy bien, sin embargo, me pregunto si es correcto besar a un hombre que está a punto de comprometerse. Dirán que soy una mujer descarada por hacer algo semejante. Sir Walter, debo pensar seriamente a quién daré mi primer beso. -Le sonrió con dulzura y picardía-. Ahora deseo volver con mis compañeras. No quiero que nuestro paseo dé lugar a rumores. -Así fue como Philippa se escapó. Alzó su falda y atravesó el parque, dejando a sir Walter Lumley solo e insatisfecho.

La primera en acercarse fue Cecily. La tomó del brazo y caminaron juntas entre los invitados.

– Millicent está furiosa. Me las arreglé para mostrarle que estabas paseando con sir Walter.

– Ahora, debo decidir si lo besaré o no. Como sabes, nunca he besado a nadie, me mantuve casta durante años para el traidor de tu hermano.

– ¡No, Philippa! No le regales tu primer beso a sir Walter. Además, escuché que no besa bien. Dáselo a Roger Mildmay, ¡él sí que sabe besar! -replicó Cecily.

– ¿Fue el primer hombre que besaste?

Cecily asintió con una pequeña sonrisa.

– Además, es encantador. Llegué a pensar que podría ser un buen partido para ti, Philippa. Sus propiedades están cerca de las de Tony, en Oxfordshire. Pero luego supe que planeaba casarse con la hija de un vecino. Aun así, insisto en que es un buen candidato para tu primer beso. ¿Quieres que le pregunte?

– ¡Cecily! -gritó Philippa ruborizada.

– Es mejor que lo beses ya mismo para sacarte de encima a sir Walter. Ya molestaste bastante a Millicent hoy. Ella no merece que le dediques más tiempo. -Tomó la mano de su amiga y le sugirió-: Ven conmigo. Allí están sir Roger Mildmay y Tony. Le preguntaré si quiere besarte.

Philippa se echó a reír.

– Tengo quince años, nunca nadie me ha besado y mi mejor amiga tiene que pedirle a un hombre que me rinda los honores. Es una vergüenza, quedaré como una tonta.

– No, no con Roger. Es muy gentil y comprensivo. Él apreciará que hayas guardado ese beso para Giles. ¡Vamos!

Arrastró a Philippa a través del parque hasta el sitio donde su prometido conversaba animadamente con Roger Mildmay. En puntas de pie, Cecily le susurró algo a sir Roger. Luego, soltó la mano de Philippa y tomó la de Tony para llevárselo a otra parte.

Sir Roger Mildmay le sonrió con ternura.

– Esto es ridículo -se quejó Philippa-. ¿Qué le dijo Cecily?

– Que si yo no le daba su primer beso, Walter Lumley lo haría. De seguro usted no desea eso, ¿o sí señorita Philippa?

Sir Roger era un hombre joven de contextura mediana, cálidos ojos marrones y cabello color arena.

– No -respondió.

– ¿Por qué nadie la ha besado? Ya hace tres años que está en la corte. Lo recuerdo porque llegó junto con Cecily FitzHugh. ¿Por qué no quiere ser besada?

– Me estaba reservando para Giles FitzHugh, mi prometido.

– Es una actitud muy tierna de su parte. Algún día encontrará al hombre apropiado del que será una espléndida y fiel esposa. Mientras tanto, señorita Philippa, siéntase libre de buscar el amor como lo hacen todas las doncellas de la reina.

– ¿No le parece una conducta libertina, señor?

– Solo si se cometen excesos. Le propongo que pasemos el resto del día juntos. Las damas aseguran que mi compañía es muy agradable -se jactó con una sonrisa.

Philippa rió.

– Cecily tiene razón. Usted es muy agradable.

– Entonces, ¿estamos de acuerdo? Le daré su primer beso. Y luego vendrán muchos más, espero. Pero, antes que nada, quiero ser muy claro. Tengo entendido que su familia está buscándole otro candidato, debo advertirle que no estoy disponible. Al final del verano volveré a mis tierras para casarme con Anne Brownley, la hija de un vecino. Estamos comprometidos desde que éramos niños y estoy muy contento de desposarla. -Sir Roger la miró a los ojos y le sonrió con calidez-. Sé que su corazón está destrozado por lo ocurrido y no quiero agregarle otro pesar.

– Cecily me dijo que usted era un auténtico caballero y también me informó de su compromiso con otra mujer. Por otra parte, es poco probable que alguien se interese en mí ahora. Ya tengo quince años y mis tierras están casi en Escocia.

– Pero usted es muy bella. Pronto aparecerá el hombre de sus sueños.

Philippa sacudió (a cabeza con pesimismo.

– Mi madre querrá que mi marido viva en Friarsgate conmigo. Si al menos mis tierras quedaran cerca de Londres… -Philippa suspiró-. Para colmo, no tengo un nombre importante ni familiares de alcurnia.

– ¿Entonces cómo llegó a la corte? -preguntó el caballero con curiosidad.

– Mi madre era la heredera de Friarsgate. Cuando tenía apenas tres años de edad, murieron sus padres y también su hermano mayor, y quedó bajo la tutela del tío de su padre. Henry, así se llamaba, la casó con su hijo de cinco años. Cuando mi madre cumplió cinco, su pequeño esposo falleció. Muchas familias querían desposar a mi madre con sus hijos. Pero Henry deseaba apoderarse de Friarsgate. Entonces casó a mi madre con un caballero anciano para alejarla de los candidatos más jóvenes. Su intención era casarla, llegado el momento, con su hijo menor. Contra todo lo previsto, el viejo esposo se ocupó de la educación de mamá como si fuera una hija y le enseñó a administrar sus propiedades. Poco antes de morir, escribió en el testamento que su viuda debía quedar bajo la custodia del rey Enrique VIL Así fue como se frustraron los planes del tío Henry, quien, pese a sus furiosos arrebatos, no pudo evitar que m¡ madre fuera a la corte. Al principio, se ocupó de ella la reina Isabel y, cuando la pobre murió, la cuidó la Venerable Margarita, la abuela del rey Enrique. Sus dos mejores amigas eran Margarita Tudor y la princesa de Aragón.

– ¡Qué afortunada! -exclamó sir Roger impresionado.

– Mamá volvió a su hogar cuando Margarita Tudor se convirtió en la reina de Escocia. Pero antes de retornar a Friarsgate, ya habían arreglado su matrimonio con quien sería mi padre, sir Owein Meredith. Él era gales y se había criado con los Tudor. Estuvo a su servicio desde los seis años y los reyes lo querían y respetaban mucho. Parte del camino a Friarsgate lo hicieron junto con el séquito nupcial de Margarita de Escocia. Papá amaba esas tierras tanto como mi madre. Eran una pareja perfecta y fue muy triste cuando él murió súbitamente tras caerse de un árbol.

– ¿Su madre ha vuelto a casarse? -preguntó sir Roger.

– Sí. Mamá y las dos reinas siguieron siendo amigas y es por eso que estoy aquí. Tenía diez años cuando mi madre me trajo a la corte, y quedé deslumbrada para siempre. La reina Catalina me aceptó como su dama de honor cuando cumplí los doce.

– Sin duda, muchas jovencitas sienten celos de usted, señorita Philippa. Para ser una joven sin ningún título, ha llegado muy lejos. Perder un candidato como Giles FitzHugh debió de ser un duro golpe para su familia. Entiendo perfectamente sus problemas, ojalá sus tierras estuvieran más cercas de Londres.

– Sí, lo sé -aprobó con tristeza Philippa.

Al ver que los ánimos de la doncella languidecían, le propuso:

– Vamos, jovencita. Vamos a bailar y a divertirnos. Acaban de encender los faroles, el aire es suave y la noche clara. Sé que le gusta bailar porque la vi en varias fiestas.

Se unieron a una ronda de bailarines y enseguida Philippa quedó atrapada por la música y el ritmo. Bailaba con mucha gracia, y cuando sir Roger la alzó por los aires, rió de felicidad. Su tristeza había desaparecido. Al rato, el caballero le dio un inesperado y rápido beso en sus deliciosos labios.

– ¡Oh! -exclamó Philippa llena de estupor, y volvió a sonreír.

Con una sonrisa maliciosa la tomó de la mano, y juntos se deslizaron en la oscuridad en dirección al río.

– Sus labios son dulces-le dijo. Luego se detuvo, la abrazó y la besó como sólo él sabía hacerlo.

Cuando Roger por fin soltó a Philippa, ella lo miró radiante de goce.

– ¡Ahora sí! -clamó la doncella-. Esta vez fue mucho más placentero, milord. ¿Por qué no lo hace de nuevo? -Cuando se sintió satisfecha se lamentó-: ¡Cómo pude esperar tanto tiempo! Soy una tonta.

Sir Roger rió a carcajadas.

– Señorita Philippa, confieso que siento envidia del hombre que algún día sea su esposo. Ahora volvamos al baile, no me gustaría que su reputación se viera dañada por permanecer demasiado tiempo a solas conmigo.

Philippa accedió de mala gana. Jamás se había sentido así. Los besos de sir Roger la habían dejado extasiada.

Por la noche, Philippa y Cecily, ya acostadas, comentaron en voz baja los acontecimientos del día. Cecily se rió a carcajadas al escuchar el relato de la aventura de su amiga con sir Roger.

– Te lo dije. Es el mejor de todos. ¡Qué lástima que esté comprometido con otra!

– No me importa. Sus besos son adorables, aunque no lo imagino como marido. Ahora cuéntame de Millicent. ¿Estaba furiosa? ¿Qué dijo?

– No dijo demasiado, pues la reinase hallaba presente. Pero estaba verde de ira porque sir Walter te estaba prestando mucha atención. Luego de que tú y Walter se separaran, ella le pidió permiso a la reina para retirarse y corrió a encontrarse con él. Curiosamente, ¡no lo regañó! Supongo que, como aún no se ha formalizado el compromiso, no le convenía. Lo aferró del brazo y lo miró con amor. Te juro que parecía una dulce ovejita adorando a su cordero -Cecily rió con malicia-. ¿Seguirás jugueteando con sir Walter o ya estás satisfecha? Tony me dijo que fingiste no saber jugar a los dados. ¡Y todos saben que eres la mejor jugadora entre las damas de la corte!

– Seguiré tu consejo: no desperdiciaré mi tiempo en Millicent. Ahora tengo cosas mucho más importantes que hacer. Seduciré a todos los hombres que pueda antes de que me lleven de vuelta al norte para casarme con algún campesino idiota. Así tendré maravillosos recuerdos de mis últimos días en la corte del rey Enrique.

– Evidentemente, sir Roger te ha levantado los ánimos -comentó Cecily con una sonrisa-. Es un hombre encantador. Ahora tratemos de dormir un poco. Mañana debemos mudarnos a Richmond antes del receso estival. Pienso que este año iremos al norte.

Al día siguiente, la corte partió de Greenwich en dirección a Richmond. Por fortuna, aún no había signos de ningún tipo de epidemia. Muchas doncellas abandonaban la corte a medida que se acercaba el verano. Algunas, como Millicent y Cecily, se casarían pronto. La idea de perder a su mejor amiga entristeció aún más a Philippa y su conducta empeoró. Jugaba a los dados con los jóvenes caballeros de la corte, y perdía lo justo para que siguieran apostando; pagaba sus deudas con besos y también con abrazos. Su doncella, la bondadosa Lucy, la regañaba en vano. Lucy quería enviarle una carta a su madre, pero no sabía escribir ni contaba con el dinero necesario para contratar a un escribiente.

La reina estaba cada día más cansada; se decía que era a causa de la edad. Al parecer, el último embarazo la había dejado exhausta. Catalina planeaba pasar el mes de julio en Woodstock en lugar de acompañar al rey y a la corte. Enrique se mostró disgustado, aunque finalmente aceptó el pedido de su esposa.

Cecily no iría a Woodstock porque debía volver a su hogar para casarse en agosto. El plan original era que Philippa viajara con ella, pero como Giles la había abandonado, el conde de Renfrew y su mujer pensaron que sería mejor que permaneciera en la corte.

– Querida, temo que visitarnos en esta ocasión te traiga recuerdos de Giles -le confesó Edward FitzHugh a Philippa-. No deseamos que la boda de Cecily esté cubierta por un manto de tristeza, aun cuando intentaras aplacar tu dolor. Y como sé que no deseas hacerle eso a tu mejor amiga, lady Anne y yo decidimos privarnos de tu presencia por esta vez.

Philippa asintió en silencio, sus mejillas se inundaron de lágrimas. El conde tenía razón, sin duda, pero ¡era una desgracia perderse la boda de Cecily y Tony!

– Cecily ya está al tanto de nuestra decisión, Philippa. No queríamos causarte más dolor, mi niña. Lo siento mucho. La decisión de mi hijo nos complicó la vida a todos. Bien sabes que tanto mi mujer como yo estábamos felices de que formaras parte de nuestra familia y fueras una hija más. Pero las cosas sucedieron de otra manera. De todas formas, le dije a tu madre que trataré por todos los medios de buscarte un nuevo candidato.

De pronto, Philippa se enojó.

– Creo, milord, que mi familia puede ocuparse perfectamente de encontrarme un candidato sin su ayuda -replicó con frialdad-. Ahora volveré al dormitorio para ayudar a Cecily a terminar de empacar. -Hizo una brusca reverencia, dio media vuelta y se alejó del conde de Renfrew.

Una ligera sonrisa se dibujó en los labios de Edward FitzHugh. Esa niña orgullosa habría sido un gran aporte para la familia. Hasta llegó a pensar que la joven era demasiado buena para el tonto de su hijo.

Philippa volvió llorando junto a Cecily. Se sentó en la cama al lado de su mejor amiga y le acarició el hombro.

– Tus padres tienen razón -comenzó a decir-. Pero odio a tu hermano, por su culpa me perderé tu boda. Aunque supongo que me escribirás contándome todo, ¿verdad, querida? Y esta vez ni Mary ni Susanna se sentirán celosas porque me prefieres a mí.

– Me siento mucho más cerca de ti que de mis hermanas -sollozó Cecily.

– Algún día vendrás a mi boda -declaró Philippa-. Mi madre está en plena búsqueda de un hombre incauto para encadenarlo a Friarsgate, es lo único que le importa en el mundo, mucho más que su pobre hija.

– ¿Irás a tu casa este verano?

– ¡Por Dios, no! Solo volví unas pocas semanas luego de mi primer año en la corte porque la reina insistió en que debía hacerlo. Nunca me aburrí tanto en mi vida. No, no regresaré a Friarsgate a menos que me lleven por la fuerza.

– Pero tu vida no va a ser muy divertida este verano, ya que debes ir a Woodstock para acompañar a la reina en lugar de unirte al resto de la corte -agregó Cecily.

– Lo sé -gruñó Philippa-. Nos marcharemos dentro de unos días. Tú te vas mañana, y yo me quedaré devastada por tu partida.

– Tony me prometió que volveremos a la corte para Navidad. Hasta ese momento nos quedaremos en sus tierras.

– ¿Irán inmediatamente después de la boda? -preguntó Philippa mientras doblaba varios pares de mangas y los depositaba con cuidado en el baúl de Cecily.

– No. Primero iremos a Everleigh, la casa más antigua de los FitzHugh. Nos quedaremos un mes para relajarnos y disfrutar de la belleza del lugar, y después iremos a Deanemere, nuestro futuro hogar. Everleigh está bastante lejos y es una residencia pequeña, ideal para nosotros dos, pero no podremos recibir invitados. La casa siempre se mantuvo en perfecto estado, aunque hace mucho tiempo que mi familia no vive ahí.

– ¡Te extrañaré mucho, Ceci!

– Y yo a ti.

– Ya nada será igual entre nosotras. Tú estarás casada y yo no.

– Pero siempre serás mi mejor amiga.

– Siempre.

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