Durante la siguiente década, el brillante y joven banquero J. P. Morgan organizó un golpe financiero que acabó con el monopolio en los ferrocarriles del comodoro Vanderbilt. Nunca salió a la luz ni rastro de los documentos confederados, pero Rafe se imaginó que Vanderbilt, sabiendo que Morgan los tenía en su poder, no luchó contra el banquero con tanta energía como debería haberlo hecho. No era la justicia que Rafe habría elegido, la justicia que Atwater había impuesto a Parker Winslow antes de renunciar como marshal, pero probablemente era la justicia que más daño haría a Vanderbilt.
De alguna forma, todo lo ocurrido había perdido gran parte de su importancia para él. Tenía a Annie y a sus hijos, y el rancho era próspero. A veces, cuando los niños habían sido traviesos o los dos chicos le gastaban bromas pesadas a su hermana, cuando su esposa había tenido un día duro con sus pacientes o el ganado le había dado problemas, Annie y él se escabullían a su lugar en el desierto y hacían que todo desapareciera. Era esclavo de su cálida magia y no habría deseado que fuera de ninguna otra forma.