Capítulo 8

Annie pudo ver cómo se dilataban las pupilas de Rafe hasta que el color negro casi eclipsó el gris de sus iris. Su boca se tensó y, por un momento, pensó que iba a rechazarla. Pero, al instante, colocó las manos con delicadeza sobre sus hombros e hizo que se tumbara sobre las mantas revueltas. El corazón le latía con tanta fuerza contra las costillas que le resultaba difícil respirar. Aunque le había dado permiso, o mejor dicho, le había pedido que le hiciera el amor, Annie descubrió que no era fácil renunciar al control e intimidad de su cuerpo. Además, debido al enorme tamaño de su miembro, según había podido comprobar antes, la joven creía que el desenlace ce sería molesto, como mínimo. Y no se veía capaz de aceptar el dolor con mucho agrado.

Rafe percibía la tensión en el pálido rostro de Annie, pero se sentía incapaz de hacer nada para relajarla. Desde el momento en que ella había hablado, toda su atención se había centrado en poseerla. Estaba dolorosamente excitado y su erección, tensa y pesada, palpitaba contra la barrera de los pantalones. Si no hubiera sido por el episodio anterior fuera de la cabaña, pensó que probablemente hubiera tenido un orgasmo incluso antes de penetrarla, y aun así, su autocontrol, tan habitual que ya lo daba por sentado, parecía casi inexistente.

Rafe se obligó a sí mismo a concentrarse en no arrancarle la ropa y en ir despacio. Si intentaba hacer más, se haría añicos el precario control que mantenía sobre su cuerpo. Centró su atención primero en cada uno de los botones de su blusa, y luego en la cinturilla de su falda y en las cintas de su enagua.

Al verla sólo con los pololos y las medias blancas de algodón, le temblaron las manos y tuvo que reprimirse para no soltar un gruñido de satisfacción. Pero cuando le quitó los pololos, no pudo evitar emitir un grave sonido animal. El frágil cuerpo de Annie era suave y blanco, sus pechos tan firmes y turgentes que casi no pudo soportarlo, y sus esbeltos muslos se erguían como tersas columnas hasta un pequeño montículo cubierto de rizos rubios. Con rapidez, Rafe se puso en pie y se quitó la ropa sin apartar la mirada ni un instante de la unión de sus piernas, que mantenía fuertemente apretadas.

Aunque ella misma le había pedido que la hiciera suya, Rafe sabía que tenía que estar asustada, ya que nunca había hecho aquello antes. Pero no podía encontrar las palabras o la paciencia para reconfortarla. Le separó las rodillas, se las levantó y se colocó sobre ella usando sus musculosos muslos para obligarla a abrir las piernas aún más. Annie soltó un pequeño grito de sorpresa cuando su grueso miembro se posicionó en la tierna abertura de su cuerpo.

Rafe sintió cómo Annie temblaba bajo él y tuvo que realizar un doloroso esfuerzo para contenerse y no introducirse en ella. Acarició su barbilla y la oscura y asustada mirada de la joven se encontró con la suya.

– Te va a doler -susurró Rafe con tono grave.

– Lo sé -musitó Annie.

– No seré capaz de parar.

También lo sabía, ya que podía ver la desesperada necesidad de poseerla que llenaba sus ojos y percibía la tensión reprimida de su cuerpo.

– Yo… no quiero que pares.

Rafe estaba perdido. Apenas podía respirar mientras sentía cómo perdía el poco control que aún conservaba. La cálida y maravillosa energía de Annie recorría sus cuerpos desnudos y le impedía pensar o emitir cualquier sonido coherente. Le pareció oírle decir su nombre con tono interrogante, pero escuchaba un zumbido en sus oídos que cada vez era más fuerte y que bloqueaba todo lo demás, y no estaba seguro de si realmente había hablado. Le dominaba el primitivo instinto de la posesión, de marcarla como suya con el sello de la carne. No podía esperar ni un segundo más. Colocó la mano entre sus piernas, abrió los suaves pliegues de su feminidad y guió la punta roma de su grueso miembro hacia la pequeña abertura. Sin piedad, empezó a introducirse en ella ensanchando su pequeño canal virginal y sintió cómo cedía la frágil barrera de su inocencia ante su acometida. Entonces, se hundió por completo en su interior y fue invadido por un éxtasis tan fuerte y demoledor como él había imaginado que sería. Un exquisito calor envolvió sus testículos y su palpitante erección como un fuego incontrolable haciéndole sentir que iba a explotar, antes de extenderse por todos y cada uno de sus nervios.

Rafe se retiró durante un instante del cuerpo de Annie, deslizó las manos por debajo de su trasero y la levantó al tiempo que volvía a penetrarla con fuerza. Apretó los dientes ante lo difícil que le resultaba, pues la sentía muy prieta y los delicados tejidos de su tierna carne mostraban resistencia. Maldita sea, si seguía así, iba a acabar demasiado pronto. Sintió una presión en la parte inferior de la columna que hizo que sus testículos se tensaran de una forma casi insoportable, y, con un grito gutural, Rafe se arqueó hacia atrás al tiempo que derramaba su simiente en el interior de Annie en un clímax explosivo que lo dejó vacío, tendido sobre ella sin fuerzas para moverse.

Quizá cayera inmediatamente en un agotado sueño, o quizá estuviera simplemente aturdido, pero lo cierto es que la realidad se difuminó a su alrededor. Era muy consciente de Annie, del aroma y las texturas de su suave cuerpo bajo él, pero todo lo que le rodeaba se volvió borroso y sin sentido. Finalmente, se dio cuenta de que la estaba aplastando, de que los pequeños y espasmódicos movimientos de su pecho se debían a que estaba intentando respirar, y, con un enorme esfuerzo, logró apoyar el peso de su cuerpo sobre los codos. El sudor se deslizó sobre sus ojos haciendo que le escocieran y de golpe la realidad volvió a tener sentido. Escuchó cómo la ardiente leña crujía en la chimenea y sintió el calor de su desnuda piel. Fue entonces cuando se percató del desesperado silencio de Annie y del agudo dolor reflejado en sus ojos, que mantenía fijos, sin pestañear, en el techo.

No hacía falta que ella dijera nada para saber que le había hecho daño y que se negaría a pasar de nuevo por la misma experiencia. Reticente, salió de su cuerpo emitiendo un reconfortante murmullo que ella no pareció escuchar. Al ser virgen, Annie ignoraba el placer que él era capaz de darle. En cuanto se recuperara, la consolaría y le haría alcanzar el clímax.

Rafe se lavó, y sintió una punzada de dolor cuando vio su sangre sobre su carne. Maldición, ¿por qué no había ido más despacio? Ninguna otra mujer había conseguido que perdiera el control de aquella manera. Estaba avergonzado, pero, al mismo tiempo, la excitación hacía que su corazón golpeara con fuerza su pecho. Ya estaba impaciente por volver a tomarla, por volver a experimentar su cálida energía recorriéndolo por entero. Humedeció de nuevo el trapo, se acercó a ella y se agachó apoyándose sobre una rodilla.

Annie se había estremecido cuando él retrocedió para salir de su cuerpo. Una parte de ella había dado gracias por que hubiera acabado todo, pero otra parte deseaba gritar y golpearlo con los puños. Estaba demasiado débil para moverse y el punzante dolor que sentía entre las piernas no le dejaba olvidar lo sucedido.

No quería que volviera a tocarla nunca. ¿Acaso la promesa de placer físico no había sido nada más que una quimera creada por la naturaleza para arrastrar a las mujeres a ceder ante los hombres? Se sentía engañada y avergonzada. No creía que fuera a olvidar nunca el horror de la desnudez, la suya y la de él, o la forma en que todo su cuerpo se había sacudido a medida que su duro miembro avanzaba inexorablemente hacia su interior, provocándole un agudo dolor. La sensación de estar siendo invadida había resultado casi insoportable. Sin embargo, no había intentado apartarlo porque él le habría advertido que podría pasar aquello; algún vago sentido del honor le había hecho soportarlo en silencio, con los dientes apretados y las manos aferrando la manta.

De pronto, la joven sintió las firmes manos masculinas en sus piernas y las cerró instintivamente, protegiéndose de otra posible invasión.

– Sólo voy a limpiarte, Annie -le aseguró Rafe en un tono tranquilizador-. Vamos, cariño, deja que cuide de ti.

Ella se mordió el labio, extrañamente inquieta por el matiz que percibió en su voz al pronunciar la palabra «cariño». Lo había dicho en un claro tono posesivo con un marcado acento sureño que no había usado nunca hasta ese momento.

Sus fuertes manos estaban abriéndole las piernas y Annie intentó incorporarse, ruborizándose por su desnudez. Entonces, vio las manchas de sangre y semen en sus muslos y pensó que se moriría de vergüenza.

– Yo lo haré -protestó la joven con voz ronca, intentando cogerle el trapo.

Rafe la sujetó por los hombros y la obligó a recostarse sobre las mantas.

– Quédate quieta. Este es un caso, doctora, del que yo sé mucho más que tú.

Annie cerró los ojos, resignada a que él volviera a tocarla. Rafe le abrió las piernas de nuevo y la limpió con delicadeza, pero minuciosamente.

– ¿Tienes salvia de olmo resbaladizo?

La joven abrió los ojos de par en par al darse cuenta de que Rafe había abierto su maletín y estaba rebuscando en él.

– ¿Qué?

– Salvia de olmo resbaladizo. Lo usábamos durante la guerra -le explicó.

Annie tuvo que esforzarse por no apartarle las manos de un golpe de su preciada bolsa.

– En el tarro azul oscuro, al fondo a la derecha.

Rafe sacó el pequeño tarro, lo abrió y lo olió.

– Sí, aquí está. -Metió el dedo y lo sacó con una abundante cantidad.

Antes de que Annie supiera qué pretendía hacer, Rafe se colocó a su costado, deslizó la mano entre sus piernas e introdujo el dedo en la dolorida abertura de su cuerpo, ayudado por la resbaladiza salvia. Ella tembló violentamente y, con el rostro encendido por la vergüenza, le cogió la muñeca con las dos manos para apartarlo.

– Tranquila -susurró él, ignorando sus inútiles forcejeos. La rodeó por los hombros con el otro brazo e hizo que se apoyara contra su pecho mientras introducía aún más el dedo en su tierno cuerpo-. Deja de resistirte, cariño, sabes que esto hará que te sientas mejor.

Lo sabía, pero no deseaba sus atenciones ni su interés. Annie no se había sentido nunca tan furiosa y sólo quería alimentar su amarga ira.

Finalmente, Rafe apartó la mano de ella y la empujó con delicadeza para que se tumbara. Cuando la cubrió con la manta, Annie soltó un tembloroso gemido de alivio y prefirió cerrar los ojos en Jugar de observarlo mientras se movía por la cabaña. ¿Por qué no se ponía algo de ropa?, se preguntó enfadada. Incluso se planteó el vestirse ella misma, pero la sola idea de tener que abandonar la protección de la manta para hacerlo la mantuvo donde estaba.

De pronto, sintió que él se tumbaba a su lado y se tensó. Sin embargo, no pronunció protesta alguna. La única alternativa a compartir el calor de sus cuerpos era que cada uno se envolviera en una manta, y no parecía una solución muy eficaz. Al recordar la gélida temperatura exterior, supo que en la cabaña haría mucho más frío de lo normal por la mañana y que necesitarían todo el calor disponible, aunque no le gustara la idea.

Sin previo aviso, Rafe colocó el brazo bajo su cabeza y la hizo girarse envolviéndola con su cuerpo. Furiosa, Annie se resistió y lo empujó con las manos.

– ¿Te gustaría abofetearme? -le preguntó él, rozándole el pelo con los labios.

La joven tragó saliva.

– Sí.

– ¿Te sentirás mejor si lo haces?

Annie reflexionó sobre ello y, tras unos segundos, le respondió:

– No. Sólo quiero que me dejes tranquila.

La desesperación en su voz hizo que a Rafe se le encogiera el corazón.

– No volverá a dolerte tanto, cariño.

La joven no respondió y él intuyó que Annie estaba pensando en que no probaría suerte de nuevo, que por lo que a ella concernía, ésa había sido su primera y última vez. Sabiendo que necesitaba consuelo, Rafe le puso la mano bajo la barbilla, le levantó la cabeza con exquisita ternura y depositó en sus labios un beso tan leve como una brisa.

– Lo siento -susurró-. Debería haber ido mucho más despacio. Yo… perdí el control.

Tendría que haberse controlado, sin embargo, casi desde el principio, había sabido que hacerle el amor a Annie no sería como hacérselo a cualquier otra mujer. Ella era única, y así había sido su propia respuesta hacia ella. No encontraba una forma de explicárselo sin parecer un loco, porque estaba seguro de que ella no conocía, ni tampoco entendería, el extraño y ardiente éxtasis que le provocaban sus caricias. Cuando la había penetrado, la sensación había sido tan intensa que llegó a pensar que todo su cuerpo estallaría. Sólo el hecho de recordarlo ya hacía que su miembro se tensara a causa de la excitación.

– Lo mismo me ha ocurrido a mí. He perdido el control de mi sentido común.

– Annie, pequeña -empezó él, pero se detuvo porque no podía pensar en ninguna palabra que pudiera reconfortarla. Estaba dolorida y decepcionada y, aunque todavía no podía demostrarle que no sentiría dolor cuando se entregara a él de nuevo, era hora del hacer algo con esa sensación de decepción que la invadía en lugar de intentar consolarla.

Volvió a apoderarse de su boca, y aquella vez, mantuvo durante más tiempo el tierno y cálido contacto. Annie no abrió los labios, pero Rafe no lo esperaba todavía y no quería forzar su respuesta. La besó una y otra vez, no sólo en los labios, sino también en las mejillas, las sienes, los ojos, en la delicada piel de su barbilla. Le susurró lo increíblemente bella que era, cómo le gustaba soltarle el pelo, lo suave y sedosa que era su piel. Annie, muy a su pesar, escuchó, y él percibió cómo cedía parte de la tensión de su cuerpo.

Muy despacio, Rafe deslizó la mano hasta uno de sus senos y empezó a acariciarlo con un movimiento lento e hipnótico. Annie se puso tensa de nuevo, pero él continuó con los tiernos besos y sus susurros tranquilizadores hasta que volvió a relajarse. Sólo entonces, rozó con el encallecido pulgar el exquisitamente sensible y pequeño pezón, convirtiéndolo en un duro pico al instante. La joven se estremeció, y luego se quedó muy quieta entre sus brazos. ¿Era miedo o estaba sintiendo los primeros latigazos de la excitación?, se preguntó Rafe. Le dedicó una última caricia al pezón antes de abandonarlo y deslizar la mano hasta su otro seno, presionándolo hasta hacerlo crecer y alcanzar la misma turgencia. Annie seguía sin moverse, pero él estaba tan pendiente de ella que escuchó cómo su respiración se convertía en rápidos y pequeños jadeos.

Unió su boca a la suya con sensual determinación y, tras un momento de duda, ella cedió separando los labios suavemente. Rafe actuó con prudencia y en lugar de invadirla bruscamente con la lengua, saboreó las diferentes texturas de su boca con ligeras caricias que poco a poco se fueron haciendo más profundas hasta que ella respondió plenamente a sus demandas.

Rafe empezó a respirar de forma entrecortada, pero mantuvo a raya su control. No importaba lo que le costara, esa vez sería sólo para ella. Le aterraba pensar que si no era capaz de darle placer, ella se alejaría de él para siempre, y no se sintió capaz de soportarlo.

Los cambios que percibía en su cuerpo eran pequeños, aunque significativos. Su cuerpo perdió la rigidez y su piel se volvió más cálida y húmeda. Su corazón latía en un ligero repiqueteo que notaba en su palma mientras continuaba acariciando sus pechos. Sus pezones parecían dos pequeñas y duras cimas que torturaba entre sus dedos y, de pronto, sintió un deseo incontenible de disfrutar de su sabor, de succionar y mordisquearle los pechos. La había tomado, pero no le había hecho el amor, y deseaba compartir con ella todas las intimidades que podía haber entre un hombre y su mujer. Ella era suya, pensó ferozmente. Cada suave milímetro de ella.

Los brazos de Annie rodearon sus hombros y sus dedos le acariciaron el cuello antes de deslizarse hasta su pelo. Al sentir el roce de sus manos en su piel, Rafe se sintió invadido por un intenso calor y su rígida erección palpitó con fuerza clamando por ella. Si la vacilante respuesta de Annie tenía ese efecto en él, Rafe se preguntó si sería capaz de sobrevivir en caso de que ella estuviera totalmente excitada. No se le ocurría una forma mejor de morir.

Rafe le pasó un brazo bajo la cintura haciendo que arqueara la espalda y trazó un ardiente sendero de besos en la esbelta columna de su cuello, demorándose en el pequeño hueco que había en la base para sentir con la lengua la salvaje agitación de su pulso bajo la translúcida piel. Desde ahí, su boca recorrió el frágil arco de su clavícula, que lo llevó hasta la sensible unión del hombro y el cuello. Escuchó el grave y ahogado gemido que emitió Annie y un escalofrío recorrió su piel, haciendo que el vello se le erizara.

Rafe no pudo resistir por más tiempo la tentación. Le quitó la manta e inclinó la cabeza sobre uno de sus senos, rodeando el pezón con su lengua y haciendo que se endureciera aún más antes de llevárselo a la boca con una fuerte succión. Su sabor era embriagador, tan cálido y dulce como la miel silvestre, y ella fue incapaz de reprimir los entrecortados y pequeños gritos de placer que salieron de su garganta. Su cuerpo se retorcía contra él pidiéndole más y Rafe deslizó la mano entre sus piernas.

Presa del deseo, Annie volvió a gritar. Una lejana voz en su mente gemía desesperada, pero era incapaz de hacer nada contra el torbellino de pasión que él había provocado en su interior, haciéndola girar y girar, y arrastrándola más y más Jejos hacia el borde de un oscuro y desconocido abismo. Se sentía corno si estuviera en llamas, con todo su cuerpo ardiendo, y sus pechos estaban llenos y doloridos a causa de la dulce tortura a la que estaban siendo sometidos. Era una tortura, estaba segura de ello, pues ¿por qué otra razón utilizaba contra ella el fiero látigo del placer, hasta el punto de locura en el que le rogaría que la tomara de nuevo en un acto que sólo le había aportado dolor y remordimientos? Se hallaba completamente indefensa y desvalida frente a él. La había tranquilizado con dulces besos, la había calmado para que aceptara sus caricias sobre sus senos, y luego había usado el placer que su propio cuerpo sentía contra ella. Se había dado cuenta de ello vagamente cuando Rafe había empezado a apoderarse de su boca con esos profundos, embriagadores y violentamente posesivos besos, pero ya había sido demasiado tarde para ella. Una vez que los firmes labios masculinos se habían cerrado sobre su pecho de esa manera tan sorprendente, no había sido capaz de resistirse y había disfrutado intensamente de la ardiente intimidad. En ese momento, la estaba acariciando de una forma que no había hecho antes, trazando círculos lentamente con la áspera punta de su dedo alrededor del pequeño y sensible nudo de nervios que guardaban los húmedos pliegues de su zona más íntima, y habría gritado si hubiera tenido bastante aire para hacerlo. Un fuego salvaje la atravesó al tiempo que todo su ser parecía centrarse en ese único punto. Sus piernas se habían abierto sin que ella supiera cuándo había ocurrido y podía sentía cómo latía y se tensaba aquel diminuto montículo como si suplicara cada caricia. Era una agonía, y el dedo de Rafe seguía dando vueltas de un modo exasperante, disminuyendo y aumentando la tensión al mismo tiempo. Entonces, apretó fuerte con el pulgar, casi bruscamente, mientras bordeaba la suave y dolorida entrada a su cuerpo con una ligera caricia. Incapaz de reprimir los gemidos que surgían de su garganta, Annie se estremeció y sus caderas empezaron a balancearse sensualmente. Sentía su boca sobre su pecho y su mano entre sus piernas, y empezaba a sentirse desbordada por las vibrantes sensaciones que la recorrían.

Despacio, Rafe apartó la boca de su pecho y la deslizó lenta, enloquecedoramente, por su vientre, al tiempo que bajaba la mano hasta su muslo y le abría las piernas aún más. Antes siquiera de que pudiera imaginarse sus intenciones, Annie notó su boca abriéndose paso entre los aterciopelados pliegues de su feminidad. Se quedó rígida durante un instante a causa de la abrumadora oleada de placer que la inundó y su mente se quedó vacía de cualquier idea o razón, al punto que ni siquiera sintió sorpresa. Rafe colocó su mano bajo su trasero y la levantó para tener un mejor acceso a ella y su lengua lamió y arremetió contra su cuerpo dejando a su paso una estela de fuego.

Annie se oyó a sí misma jadear. Sentía el pelo de Rafe rozando sus muslos en una sedosa caricia, el áspero tacto de la manta bajo ella, el calor que provenía de la chimenea danzando sobre su piel desnuda y la suavidad de los firmes labios masculinos. Sólo existía a través de sus sentidos; era un ser puramente físico, y él la controlaba.

Se estaba muriendo. Su conciencia se desvaneció hasta que lo único que existió para ella fue la devastadora boca de Rafe, sus labios, sus dientes y su lengua que estaban acabando con su existencia con una dulce tortura. Su cuerpo se retorcía incontrolablemente y la tensión se apoderaba de ella subiendo en espiral y haciéndose más y más fuerte. No podía respirar y su corazón palpitaba tan rápido y con tanta violencia que estaba segura de que explotaría. Un agudo y débil grito atravesó el silencio, un grito que pedía compasión; sin embargo, él se mostró inclemente. Sin piedad, introdujo uno de sus grandes dedos en su interior, y las terminaciones nerviosas de su tierna y sensible abertura se contrajeron al sentirse invadidas. La caliente espiral de tensión aumentó aún más y de repente, estalló. Se oyó a sí misma gritando, pero esos roncos gritos no parecían surgir de su garganta, no era su voz. La recorrieron grandes y ardientes llamas consumiéndola por completo y acabando con todo lo que encontraron en su camino. Perdida en aquella tormenta de placer, percibió que Rafe sujetaba su tembloroso cuerpo y apretaba su boca contra ella mientras el fuego se iba apagando poco a poco y las violentas sacudidas se espaciaban hasta desaparecer.

Annie estaba demasiado exhausta y sin fuerzas para moverse. Sus pestañas yacían pesadamente en sus mejillas y no conseguía levantarlas. Los latidos de su corazón se ralentizaron y su mente pudo volver a pensar, aunque de una forma extrañamente caótica.

Las cosas que él había hecho, el exquisito placer que le había dado, eran algo inimaginable para ella. Conocía los hechos básicos del sexo, de la penetración y de la liberación del semen, pero no sabía nada sobre aquel placer demoledor que había arrasado su cuerpo. Incluso ignoraba que fuera posible. ¿Era así como él se había sentido cuando la había penetrado y de repente, se había puesto rígido y había soltado ese profundo grito gutural? Se había quedado tendido sobre ella como si estuviera completamente agotado, como si no le quedara energía para moverse.

De pronto, Rafe se tumbó a su lado y la tomó en sus brazos antes de extender la manta sobre ellos. Hizo que apoyara su cabeza sobre su hombro y acercó su cuerpo desnudo al suyo. Su fuerte muslo separó los suyos y Annie suspiró cuando el movimiento obligó a sus temblorosos músculos a relajarse de su vano esfuerzo por mantenerse alejada de él.

Su boca rozó su sien, y su gran mano le acarició la espalda y el trasero.

– Duérmete, pequeña -murmuró Rafe, y así lo hizo.

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