A mi madre, Norma,
que, aunque jamás leyó mis libros,
confío en que estuviese orgullosa de mí.
A las relaciones difíciles
entre madres e hijas menos afortunadas,
a las oportunidades perdidas,
a las buenas intenciones que no dan su fruto, y al final
al amor que te sostiene,
fuesen cuales fuesen las apariencias.
De todas las formas que me importaban,
perdí a mi madre cuando tenía seis años,
cuando dejó de estar allí para peinarme
e impedir que hiciese el ridículo en la escuela.
Nos conocimos mejor de adultas,
dos mujeres completamente diferentes,
con visiones de la vida muy distintas.
Nos decepcionamos a menudo una a otra
y apenas nos comprendimos,
pero reconozco que ambas lo intentamos y aguantamos hasta el fin.
Dedico este libro a la madre que me habría gustado tener,
esa que yo esperaba cuando nos veíamos,
esa que preparaba crepes y albóndigas suecas
cuando yo era pequeña, antes de marcharse,
a la madre que sin duda intentó ser incluso después de irse,
y, por último, con amor, compasión y perdón
para la madre que fue.
A su manera, me enseñó a ser la madre que soy.
Que Dios te sonría y te abrace con fuerza,
que encuentres alegría y paz.
Te quiero, mamá
D.S.
Si te haces entero,
todo vendrá a ti.
Tao Te Ching