Después del fin de semana de Acción de Gracias, Jason y Anthony anunciaron que regresaban a Nueva York y Chloe pensó que debía volver a su trabajo. Además, Jake la había llamado varias veces. No había nada que pudiesen hacer por Carole. Estaba fuera de peligro. El resto del proceso de recuperación era cuestión de tiempo y podía ser lento.
Sus hijos pasarían la Navidad en Los Ángeles. Para eso faltaba un mes y los médicos esperaban que ella saliese entonces del hospital y pudiese volver a casa. Carole invitó a Jason a pasar las fiestas con ellos y él aceptó agradecido. Era un arreglo extraño, pero volvían a sentirse como una familia. Después de todo, Jason se llevaría a los chicos a Saint Bart para pasar el día de Año Nuevo. El la invitó a acompañarles, pero los médicos no le recomendaban viajar después de volver a Los Ángeles. Aún era demasiado vulnerable y los viajes le producirían confusión. Todavía no caminaba y, al haber perdido la memoria, todo le resultaba más difícil. Una vez que llegase a casa, quería quedarse allí. Sin embargo, no quería privar a sus hijos del viaje con su padre. Todos lo habían pasado muy mal desde el atentado y Carole sabía que las vacaciones les vendrían muy bien.
La víspera de su marcha Jason pasó una hora a solas con Carole. Aunque sabía que era demasiado pronto para sacar el tema, quería saber si, una vez que se recuperase, estaría dispuesta a volver a intentarlo con él. Ella vaciló; seguía sin recordar nada de la historia de ambos, aunque sabía que sentía mucho cariño por él. Le agradecía el tiempo que había pasado con ella en París y se daba cuenta de que era un buen hombre. Sin embargo, no le amaba y dudaba que llegase a amarle con el tiempo. No quería infundirle falsas esperanzas. Ahora tenía que concentrarse en ponerse bien y recuperarse del todo. Quería pasar tiempo con sus hijos y no estaba en condiciones de pensar en una relación. Además, parecía que su historia era demasiado complicada. Habían llegado a un buen punto antes del atentado y Carole no quería arriesgarse a estropear las cosas.
Cuando le contestó, había lágrimas en sus ojos.
– Aún no sé muy bien por qué, pero tengo la sensación de que lo más inteligente por vuestra parte sería dejar las cosas como están. Todavía no sé mucho de mi vida, pero sí sé que te quiero y estoy convencida de que cuando rompimos lo pasé fatal. Sin embargo, algo nos ha mantenido separados desde entonces, aunque no recuerdo qué. Me casé con otro hombre y todo el mundo me dice que fui feliz con él. Tú también debes de haber tenido a otras personas en tu vida, estoy segura. Puedo sentir la fuerza que compartimos, la fuerza de quererte y de que me quieras como un amigo. Tenemos a nuestros hijos, que nos unirán para siempre. No quisiera fastidiar nada de eso ni hacerte daño. Debí decepcionarte o fallarte en algún aspecto para que te marcharas con otra persona. Aprecio de verdad el amor que compartimos ahora, como padres de los mismos hijos y como amigos. No quiero perder ese amor por nada del mundo ni hacer nada que pueda ponerlo en peligro. Algo me dice que tratar de revivir nuestro matrimonio sería muy arriesgado y tal vez desastroso. Si no te importa -dijo ella, sonriéndole cariñosamente-, me gustaría dejar las cosas como están. Me parece que ahora tenemos una relación estupenda, sin necesidad de añadirle nada. Si consigo no volver a volar en pedazos, siempre podrás contar conmigo. Espero que te parezca suficiente, Jason. A mí, lo que tenemos me parece increíble y no quiero estropearlo.
Sencillamente, no tenía sentimientos románticos hacia él, por muy guapo y amable que fuese o muy enamorado que estuviese de ella. No le amaba, aunque estaba segura de haberle amado tiempo atrás. Sin embargo, ya no. No le cabía la menor duda.
– Temía que dijeras algo así -dijo él con tristeza-. Y puede que tengas razón. Te hice la misma pregunta cuando Natalya y yo nos divorciamos, una vez que regresaste a Los Ángeles. Me diste más o menos la misma respuesta, aunque creo que entonces aún estabas enfadada conmigo. Tenías todo el derecho a estarlo. Cuando te dejé me porté como un hijo de puta y merecía todo lo que me pasó, en cantidades industriales. Las locuras de la juventud… o, en mi caso, la mediana edad. No tengo ningún derecho a lo que acabo de pedirte, pero tenía que volver a intentarlo. Siempre podrás contar conmigo, Carole. Espero que lo sepas.
– Acabo de hacerlo -dijo ella, con los ojos anegados en lágrimas-. Te quiero, Jason, de la mejor forma posible.
Se había portado de un modo extraordinario desde el accidente.
– Yo también -dijo él, y se inclinó sobre la cama para darle un beso como a una hermana.
A Carole le parecía bien dejar las cosas como estaban, y en el fondo también a él. A Jason le había parecido ver un atisbo de esperanza y quiso preguntarle. Si tenía una oportunidad, no quería perderla. Y si no, la amaría de todos modos. Siempre la había amado. Le entristecía abandonar París. A pesar de las circunstancias, había disfrutado estando con ella y sabía que volvería a echarla de menos cuando se marchase. Pero al menos pasarían la Navidad juntos.
Stevie tenía previsto permanecer con Carole en París hasta que volviese a Los Ángeles, por mucho que tardase. Había hablado con Alan varias veces y él se mostraba comprensivo con su permanencia en París. Por una vez, le parecía lógico que estuviese con Carole. Era consciente del estrés que ella estaba sufriendo y no se quejó. Stevie se lo agradeció. A veces Alan era un tipo excelente, por muy diferentes que fuesen las necesidades y objetivos de los dos, así como su visión del matrimonio.
Anthony acudió al hospital a ver a su madre antes de salir hacia Nueva York, pasó una hora con ella y le dijo, como Jason había hecho, lo agradecido que estaba de que hubiese sobrevivido. Chloe le había dicho lo mismo cuando fue a despedirse de su madre una hora antes, de camino hacia el aeropuerto. Todos se sentían profundamente aliviados.
– Trata de no meterte en líos, al menos durante un tiempo, hasta que llegue a casa. Se acabaron los viajes locos como este por tu cuenta. Al menos llévate a Stevie la próxima vez. -Anthony no estaba seguro de que eso hubiese cambiado nada, si hubiese estado en el lugar y momento equivocados. Sin embargo, la idea de haber estado a punto de perder a su madre en la explosión de una bomba aún le ponía los pelos de punta-. Gracias por invitar a papá a pasar la Navidad con nosotros. Ha sido muy amable por tu parte.
Anthony sabía que, de no haber sido así, su padre habría pasado solo las fiestas. Hacía algún tiempo que no había ninguna mujer importante en su vida. Además, eran las primeras fiestas que pasarían juntos los cuatro en dieciocho años. Tenía un vago recuerdo de la última que habían compartido como cuarteto y no estaba seguro de que volviese a ocurrir después de aquel año, así que significaba mucho para él, y también para su padre.
– Me portaré bien -prometió Carole, mirando a su hijo con orgullo.
Aunque ya no recordaba los detalles de su infancia, resultaba fácil ver que era un joven extraordinario, tal como su padre había dicho. Y el amor que sentía por su madre brillaba con fuerza en sus ojos, al igual que el de ella por él.
Ambos lloraron al abrazarse por última vez, aunque Carole sabía que volvería a verle pronto. Ahora tenía la lágrima fácil y todo le parecía más emotivo. Tenía mucho que aprender y asimilar. Era realmente como volver a nacer.
Cuando Anthony se disponía a salir de la habitación entró el francés alto y erguido que le había llevado flores. Carole nunca se acordaba de su nombre y no conseguía recordar ni una sola palabra en francés. Podía entender lo que decían a su alrededor los médicos y enfermeras, pero no podía responderles. Ya le resultaba bastante difícil volver a hablar su propio idioma y recordar todas las palabras. Aunque articulaba mucho mejor, el francés aún no estaba a su alcance.
Anthony se quedó paralizado. El hombre le miró con una leve sonrisa y le saludó con un gesto. Carole vio que su hijo le reconocía, pues todo su cuerpo se puso tenso y su mirada se hizo gélida. Era evidente que no se alegraba de ver a aquel hombre. A ella no le extrañó que se reconocieran, pues el francés había dicho que era amigo de la familia y conocía a sus hijos. Sin embargo, se sintió disgustada al observar la reacción de su hijo.
– Hola, Anthony -dijo Matthieu en voz baja-. Ha pasado mucho tiempo.
– ¿Qué está haciendo aquí? -dijo Anthony en tono desagradable.
Matthieu no le había visto desde que era niño. Anthony miró a su madre con gesto protector.
– He venido a ver a tu madre. He estado aquí varias veces.
Carole observó que existía una antipatía evidente entre los dos hombres.
– ¿Le recuerda? -preguntó Anthony con frialdad.
– No -respondió Matthieu por ella.
Sin embargo, Anthony le recordaba demasiado bien, al igual que lo mucho que había hecho llorar a su madre. Lo había olvidado hasta ese momento. Hacía quince años que no le veía, pero recordaba perfectamente lo desolada que estaba cuando les dijo a Chloe y a él que se marchaban de París. Carole lloraba como si fuese a rompérsele el corazón, y a él se le quedó grabado.
Hasta que llegó ese momento Anthony apreciaba a Matthieu, y mucho. Jugaban juntos al fútbol, pero le odió cuando vio llorar a su madre y supo que lloraba por él. Ahora se acordaba de que ya hubo lágrimas antes de eso, durante muchos meses. Se alegró de volver a Estados Unidos, pero no de ver a su madre tan desconsolada cuando se marcharon. Ella estuvo triste durante mucho tiempo, incluso después de volver a Los Ángeles. Sabía que al final vendió la casa y dijo que nunca volverían. Para entonces a Anthony ya no le importaba, aunque allí había hecho buenos amigos. Sin embargo, sabía que sí le importaba a su madre y que, si lo hubiese recordado, quizá le importase incluso ahora. Por eso Anthony se sintió muy preocupado al ver a Matthieu en la habitación del hospital.
Matthieu tenía un aire de tener derecho a hacer lo que quisiera. No vacilaba ante nada y esperaba que la gente le escuchase e hiciese lo que él deseaba. Anthony recordaba que eso le desagradaba cuando era pequeño. Una vez Matthieu le había enviado a su habitación por faltarle al respeto a su madre y Anthony le gritó a esta que él no era su padre. Matthieu se disculpó con él más tarde, pero Anthony aún podía percibir su aire de autoridad en aquella habitación, como si ese fuese su sitio. No lo era, y resultaba evidente para el joven que Carole seguía sin tener ni idea de quién era aquel hombre.
– Solo me quedaré unos minutos -dijo Matthieu cortésmente.
Anthony se acercó a su madre para abrazarla de nuevo con gesto apasionadamente protector. Quería que Matthieu saliese de su habitación y de su vida para siempre.
– Nos veremos pronto, mamá -prometió-. Cuídate. Te llamaré desde Nueva York.
Pronunció las últimas palabras mirando a Matthieu. No le gustaba nada dejarle en la habitación con ella. No había gran cosa que él pudiese hacerle; ella no le recordaba y había una enfermera con ella en todo momento. Pero a Anthony no le hacía gracia de todos modos. El había salido de su vida años atrás, tras causarle un inmenso dolor. No había motivos para que volviese, al menos a ojos del joven. Además, ahora Carole era muy vulnerable. A su hijo se le desgarraba el corazón.
Cuando Anthony salió de la habitación, Carole miró a Matthieu con una pregunta en los ojos.
– El te recordaba -dijo, observándole. Era indudable que a su hijo le desagradaba aquel hombre-. ¿Por qué no le caes bien?
Tenía que depender de otros para que le proporcionasen las cosas que ella misma debería haber sabido y, lo que era más importante, tenía que depender de ellos para que le dijesen la verdad, como Jason había hecho. Le admiraba por eso, y sabía que había sido duro. Matthieu parecía mucho más cauto y menos inclinado a exponerse ante ella. Carole tenía la sensación de que él se mostraba prudente cuando acudía a visitarla. También había visto cómo reaccionaban las enfermeras. Resultaba evidente que conocían a aquel hombre y, una vez más, se preguntó quién sería. Pensaba preguntárselo a Anthony cuando llamase.
– La última vez que le vi era un niño pequeño -dijo Matthieu con un suspiro mientras se sentaba-. Entonces veía el mundo con los ojos de un niño. Siempre tuvo una actitud muy protectora hacia ti. Era un niño estupendo.
Carole ya lo sabía.
– Te hice desdichada, Carole.
No tenía sentido negárselo. El chico se lo diría, aunque no conociese toda la historia. Solo Carole y él la conocían, y aún no estaba preparado para contársela. No quería volver a quererla; temía hacerlo.
– Nuestra vida era muy complicada. Nos conocimos cuando estabas rodando una película en París, justo después de que tu marido te dejase. Y nos enamoramos -dijo con los ojos llenos de añoranza y tristeza.
Todavía la amaba. Carole pudo verlo en su mirada. Era distinta de la que veía en los ojos de Jason. El francés era más serio y en algunos aspectos, incluso sombrío. Casi le daba miedo, aunque no del todo. Jason tenía una calidez y ternura que Matthieu no poseía. Este le afectaba de forma extraña. Carole no podía decidir si le tenía miedo, si confiaba en él o si incluso le caía bien. Tenía cierto aire de misterio y pasión. Fuera lo que fuese lo que había existido entre ellos años atrás, las brasas aún no se habían apagado para él y también provocaban algo en ella. No le recordaba, pero sentía algo por él y no podía identificar qué era, si miedo o amor. Aún no tenía la menor idea de quién era y, a diferencia de las enfermeras, no reconocía su nombre. Solo era un hombre que decía que habían estado enamorados. Y, como a los demás, ella no le recordaba en absoluto. No tenía ninguna sensación de quién era él, ni buena ni mala. Lo único que tenía eran los sentimientos imposibles de identificar que él le provocaba y que hacían que se sintiese incómoda sin saber por qué. No tenía la menor idea. Todo lo que alguna vez había sabido o sentido por él se hallaba fuera de su alcance.
– ¿Qué ocurrió después de que nos enamorásemos? -le preguntó Carole mientras entraba en la habitación Stevie, que pareció sorprendida de verle.
Carole les presentó. Stevie salió al corredor tras echarle una mirada inquisitiva y decirle a Carole que estaría cerca. Saberlo resultaba reconfortante. Aunque aquel hombre no podía hacerle daño, a solas en la habitación con él se sentía casi desnuda. Sus ojos nunca dejaban de clavarse en los de ella.
– Ocurrieron muchas cosas. Fuiste el amor de mi vida. Quiero hablarte de ello, pero no ahora.
– ¿Por qué no?
Su reserva preocupaba a Carole. El se estaba conteniendo, cosa que a ella le pareció siniestra.
– Porque hay demasiadas cosas que contar en poco tiempo. Confiaba en que las recordases cuando recuperases la conciencia, pero ya veo que no. Me gustaría venir otro día y hablarte de ello. Vivimos juntos durante dos años -dijo.
– ¿En serio? -preguntó ella sobresaltada y atónita al oír sus últimas palabras-. ¿Estuvimos casados?
El sonrió y negó con la cabeza. Carole estaba encontrando maridos por todas partes: Jason, Sean y ahora aquel hombre, que decía haber vivido con ella. No era un simple admirador, sino un hombre con el que evidentemente había estado comprometida. Nadie le había hablado de él. Tal vez no lo supiesen. Sin embargo, estaba claro que Anthony sí, y su reacción no era buena, cosa que a ella le decía mucho. Aquella no había sido una historia feliz y, puesto que no estaban juntos, era evidente que no había acabado bien.
– No, no lo estuvimos. Yo quería casarme contigo y tú querías casarte conmigo, pero no pudimos. Yo tenía complicaciones familiares y un trabajo difícil. No era el momento adecuado.
La elección del momento lo era todo. Eso había ocurrido también con Jason. Eso era todo lo que Matthieu quería decir por el momento. Entonces se puso en pie y prometió volver. Carole no estaba segura de querer que lo hiciera. Tal vez aquella era una historia que más le valía no saber. La habitación pareció llenarse de tristeza mientras él hablaba, y luego sonrió. Tenía unos ojos que ahondaban en ella y a Carole le recordaba algo, aunque no sabía qué. No quería que volviese, pero no tuvo valor para decírselo. Si lo hacía, Carole le pediría a Stevie que se quedase para protegerla. Sentía que necesitaba a alguien que la amparase de él. El la asustaba. Tenía algo increíblemente poderoso.
Matthieu se agachó para besar su mano. Carole observó que se mostraba ceremonioso en su actitud, muy correcto y, sin embargo, al mismo tiempo muy audaz. Estaba en la habitación de una mujer que no le recordaba y, no obstante, le decía que se habían amado, habían vivido juntos y habían querido casarse. Y cuando la contemplaba, Carole podía percibir el deseo que seguía sintiendo por ella.
Stevie volvió a entrar en la habitación en cuanto él se fue.
– ¿Quién es ese hombre? -preguntó incómoda, y Carole respondió que no lo sabía-. Puede que sea el francés misterioso que te rompió el corazón y del que nunca me hablaste -dijo Stevie con interés, y Carole se echó a reír.
– Dios mío, la verdad es que están surgiendo de la nada, ¿no es así? Maridos, novios, hombres franceses misteriosos. Ha dicho que vivimos juntos y que queríamos casarnos, pero yo no le recuerdo más que a los demás. Puede que en este caso sea bueno hacer borrón y cuenta nueva. Ese hombre me parece un poco raro.
– Es que es francés. Son todos algo extraños -dijo Stevie con dureza-, y serios como ellos solos. Ese no es mi estilo.
– Creo que tampoco es el mío, aunque puede que lo fuese entonces.
– Tal vez sea el hombre con el que viviste en la casita, la que vendiste cuando empecé a trabajar contigo.
– Puede que sí. Anthony parecía furioso al verle. Y él ha reconocido que me hizo muy desgraciada -comentó Carole con mirada pensativa.
– Al menos es sincero.
– Ojalá me acordase de algo -dijo Carole, molesta.
– ¿Has recordado alguna cosa?
– No. Absolutamente nada. Las historias son fascinantes, pero es como escuchar la vida de otra persona. Por lo que se ve, trabajaba demasiado y nunca estaba en casa con mi marido. Me dejó por una supermodelo que le abandonó después. Al parecer, justo después de eso me enamoré de este francés, que me amargó la vida y al que mi hijo odiaba. Y luego me casé con un hombre encantador que murió demasiado joven, y aquí estoy ahora -dijo con una chispa de humor en los ojos.
– Parece una vida interesante -comentó Stevie con una sonrisa-. Me pregunto si hubo alguien más.
Su tono resultaba casi esperanzado y Carole se quedó horrorizada.
– ¡Espero que no! Esto ya es demasiado para mí. Me agoto pensando en estos tres. Y en mis hijos.
Seguía preocupada por Chloe y lo que creía que su hija no había recibido y aún necesitaba de ella. Esa era su primera prioridad por el momento. Jason ya no era una opción aunque le quería, Sean había muerto y, en cuanto al francés, fuese quien fuese, no tenía interés en él, salvo curiosidad acerca de lo que había significado para ella. Sin embargo, sospechaba que estaba mejor sin saberlo. Aquello no le sonaba bien. No quería recuerdos dolorosos añadidos a lo demás. La historia que Jason le había contado sobre la vida de ambos era suficiente. No le costaba imaginar que se quedó destrozada. Y luego el francés también la había hecho desgraciada. Era fácil entender que debió ser una época horrorosa de su vida. Gracias a Dios, tuvo a Sean. Las críticas sobre él eran unánimemente buenas. Y también le había perdido. A Carole le parecía que no había tenido suerte con los hombres de su vida, aunque sí con sus hijos.
A continuación, Stevie la sacó de la cama con ayuda de la enfermera. Querían que probase a caminar.
Se quedó atónita ante lo difícil que era. Parecía que sus piernas habían olvidado cómo hacer su función. Se sentía como un niño pequeño mientras tropezaba y caía y tenía que aprender a levantarse. Cuando por fin su memoria motora pareció ponerse en marcha, Carole caminó con paso vacilante por los corredores con Stevie y una enfermera a cada lado. Aprender a caminar de nuevo también era un trabajo duro. Todo lo era. Estaba agotada cada día al anochecer y dormida antes de que Stevie saliese de la habitación.
Anthony cumplió su promesa y la llamó desde Nueva York en cuanto llegó. Seguía furioso por lo de Matthieu.
– No tiene ningún derecho a visitarte, mamá. Te rompió el corazón. Por eso nos marchamos de Francia.
– ¿Qué hizo? -preguntó Carole, pero los recuerdos de Anthony eran los de un niño.
– Se portó mal contigo y te hizo llorar.
Sonaba tan simple que ella sonrió.
– Ya no puede hacerme daño -le aseguró a su hijo.
– Le mataré si lo hace. Mándale a paseo.
El mismo ya no recordaba los detalles, pero sus sentimientos negativos seguían siendo fuertes.
– Lo prometo. Si se porta mal conmigo, pediré que lo echen.
Sin embargo, ella quería saber más.
Dos días después de que Jason y Anthony se marchasen, Mike Appelsohn dijo que iba a París para verla. Había estado llamando cada día y hablando con Stevie. Esta le dijo que Carole estaba lo bastante fuerte para verle, aunque volvería a Los Ángeles al cabo de unas semanas y podría verla allí. El dijo que no quería esperar y cogió un avión desde Los Ángeles. Estaba en París al día siguiente, tras semanas de estar muerto de preocupación por ella. Carole era como una hija para él desde que se conocieron, cuando ella tenía dieciocho años.
Mike Appelsohn era un hombre atractivo y corpulento con ojos alegres y una risa estruendosa. Tenía un gran sentido del humor y llevaba cincuenta años produciendo películas. Había encontrado a Carole en Nueva Orleans treinta y dos años atrás y la había convencido de que fuese a Hollywood para hacer una prueba de cámara. Lo demás pertenecía a la historia de Hollywood. La prueba de cámara salió perfecta y ella se vio catapultada a la fama como un cohete gracias a él. Mike le consiguió las primeras películas y cuidó de ella como un padre. Presentó a Carole y Jason, aunque no se dio cuenta de la repercusión que aquello tendría. Y fue el padrino de su primer hijo. Sus hijos le querían y le consideraban un abuelo. Había actuado como agente suyo desde que lanzó su carrera. Carole comentaba con él todas las películas antes de firmar los contratos y nunca había hecho un solo proyecto sin su aprobación y sabio consejo. Cuando Mike se enteró del accidente y de lo grave que había estado, se quedó destrozado. Quería verla con sus propios ojos. Stevie le advirtió que Carole aún no había recuperado la memoria. No iba a reconocerle ni a recordar la historia que compartían, pero una vez que supiese lo importantes que habían sido el uno para el otro, Stevie estaba segura de que se alegraría de verle.
– ¿Sigue sin recordar nada? -preguntó por teléfono con voz disgustada-. ¿Recuperará la memoria?
Había estado muerto de preocupación por ella desde la llamada de Stevie cuando llegó a París. Esta había querido avisarle antes de que leyese en la prensa lo del accidente de Carole. Había llorado cuando Stevie llamó.
– Eso esperamos. Nada se la ha refrescado todavía, pero todos lo estamos intentando.
Y lo mismo hacía Carole. A veces se pasaba horas tratando de recordar las cosas que le habían contado desde su salida del coma. Aún no podía acceder a nada de aquello. Jason le había pedido a su secretaria que enviase fotografías y un álbum de bebés de su casa. Las fotografías eran preciosas, pero Carole las miró sin tan siquiera una chispa de reconocimiento hacia los recuerdos que deberían haber evocado y no evocaban. Pero los médicos mantenían la esperanza y la doctora a cargo de su caso, una neuróloga, seguía diciendo que podía tardar mucho y que había áreas de su memoria que tal vez no recuperara jamás. Tanto el golpe en la cabeza como el coma posterior le habían pasado factura. Aún estaba por ver lo elevada que sería esa factura y lo duraderas que resultarían las secuelas. La situación era muy frustrante, sobre todo para la propia Carole.
Sin embargo, a pesar de las advertencias de Stevie, Mike Appelsohn no estaba preparado para su completa falta de reconocimiento cuando entró en su habitación. Había esperado que hubiese allí algo al menos, un recuerdo de su cara, de alguna parte de su relación a lo largo de los años, pero Carole no dio muestras de reconocerle cuando él entró. Por fortuna, Stevie también estaba en la habitación y vio su expresión de desolación mientras Carole le miraba fijamente. Stevie la había avisado de que vendría y le dijo quién era. A pesar de todos sus esfuerzos para contenerse, Mike se echó a llorar al darle un abrazo. Era como un oso grande y cálido.
– ¡Gracias a Dios! -fue todo lo que pudo decir al principio.
Al cabo de unos momentos se calmó por fin mientras aflojaba la presión y liberaba a Carole de su abrazo.
– ¿Eres Mike? -preguntó Carole en voz baja, como si se viesen por primera vez-. Stevie me ha hablado mucho dé ti. Has sido maravilloso conmigo -añadió en tono agradecido, aunque lo supiese a través de terceros.
– Te quiero, niña. Siempre te he querido. Eras la chica más dulce que he visto en mi vida. A los dieciocho años estabas imponente -dijo con orgullo-. Sigues estándolo.
La miró conteniendo las lágrimas y ella le sonrió.
– Stevie dice que me descubriste, como si fuese un país, una flor o un pájaro raro.
– Eres un pájaro raro y una flor -dijo él, dejándose caer en la única silla cómoda de la habitación, mientras Stevie permanecía de pie en las proximidades.
Carole le había pedido a su secretaria que se quedase con ella. Aunque no recordaba lo que Stevie hacía por ella, Carole había llegado a depender de la presencia de la joven alta y morena, que hacía que se sintiera segura y protegida.
Mike llevaba ya medio siglo siendo un personaje muy respetado y activo en el negocio, tanto tiempo como Carole había vivido.
– Te quiero, Carole -dijo él, aunque ella no le recordase-. Tienes un talento increíble. A lo largo de los años hemos hecho grandes películas juntos. Y volveremos a hacerlas, cuando dejes todo esto atrás. Estoy deseando que regreses a Los Ángeles. He pensado en los mejores médicos para ti en Cedars-Sinai. Bueno, ¿por dónde empezamos? -le preguntó a Carole con expectación.
Los médicos de París iban a recomendarle a facultativos en Los Ángeles, pero a Mike le gustaba sentirse útil y estar al cargo. Quería hacer todo lo que estuviese en su mano para ayudarla. Sabía mucho de sus primeros años en Hollywood y de antes. Más que ninguna otra persona. Stevie se lo había explicado antes de su llegada.
– ¿Cómo te conocí? -quiso saber Carole, deseosa de conocer la historia.
– Me vendiste un tubo de dentífrico en una tienda de Nueva Orleans que hacía esquina. Eras la chica más guapa que había visto en mi vida -dijo amablemente.
Mike no había mencionado la cicatriz de la mejilla. Carole ya la había visto, ahora que caminaba. Había ido al baño y se había mirado al espejo. Al principio se llevó un susto, pero luego decidió que no importaba. Estaba viva y era un precio pequeño a pagar por su supervivencia. Quería recuperar su memoria, no su belleza perfecta.
– Te invité a ir a Los Ángeles para una prueba de cámara. Más tarde me dijiste que me tomaste por un chulo. Bonito, ¿eh? La primera vez que me tomaron por un chulo.
Era un hombretón alegre y, al recordarlo, se rió a carcajadas. Había contado la historia un millón de veces. Carole se rió con él. Para entonces había recuperado todo su vocabulario y entendía el significado de la palabra.
– Habías llegado a Nueva Orleans desde la granja de tu padre en Mississippi -siguió-. El acababa de morir hacía pocos meses y la vendiste. Vivías de ese dinero y ni siquiera dejaste que te pagase el billete. Dijiste que no querías estar «en deuda» conmigo. Entonces hablabas con un acento muy típico. Me encantaba. Pero no funcionaba para las películas.
Carole asintió. Jason le había dicho lo mismo. Aún tenía una pizca de acento de Mississippi cuando se casaron, pero había desaparecido años atrás.
– Fuiste a Los Ángeles y tu prueba de cámara fue genial -añadió él.
– ¿Y antes de eso?
Mike la conocía desde hacía más tiempo que nadie y Carole pensó que tal vez supiese algo de su infancia. Jason se había mostrado vago al respecto, y no conocía todos los detalles.
– No estoy seguro -dijo él con sinceridad-. Hablabas mucho de tu padre cuando eras una cría. Al parecer se portaba bien contigo y te encantó criarte en la granja. Vivías en algún pueblecito cercano a Biloxi.
Cuando él pronunció la palabra, ella cayó en la cuenta. No sabía por qué, pero una palabra acudió a su mente y la dijo:
– Norton.
Carole le miró asombrada, al igual que Stevie.
– Eso era. Norton -confirmó él, encantado-. Teníais cerdos, vacas, pollos y…
– Una llama -le interrumpió ella.
La propia Carole se quedó atónita al pronunciar la palabra. Era lo primero que recordaba por sí sola.
Mike se volvió a mirar a Stevie, que observaba a Carole intensamente. Esta miró a Mike a los ojos. El le estaba abriendo una puerta que nadie más podía abrir.
– Tuve una llama. Mi padre me la regaló por mi cumpleaños. Dijo que yo era igual que ella porque tenía los ojos grandes, las pestañas largas y el cuello largo. Siempre me decía que era rara -dijo, casi como si pudiera oírle-. Mi padre se llamaba Conway.
Mike asintió sin querer interrumpirla. Estaba ocurriendo algo importante y los tres lo sabían. Esos eran los primeros recuerdos que había tenido. Carole tenía que volver al principio de todo:
– Mi mamá murió cuando yo era pequeña. No llegué a conocerla. Había una foto suya sobre el piano, conmigo en el regazo. Era muy guapa. Se llamaba Jane. Me parezco a ella -dijo Carole, con lágrimas en los ojos-. Y tuve una abuela llamada Ruth, que me preparaba galletas y murió cuando yo tenía diez años.
– No sabía eso -dijo Mike en voz baja.
El recuerdo de su abuela resultaba nítido en la mente de Carole.
– Ella también era muy guapa. Mi padre murió justo antes de mi graduación. Su camión volcó en una cuneta -dijo, recordándolo todo-. Me dijeron que tenía que vender la granja, y yo… Y luego no sé qué pasó -añadió, mirándoles.
– La vendiste y te fuiste a Nueva Orleans, y yo te encontré -le explicó él.
Sin embargo, ella quería saberlo de su propia mente, no de la de él. Y no podía seguir adelante. Eso era todo lo que había allí por el momento. Por mucho que quisiera recordar más, sencillamente no podía. Pero había sido mucho en poco tiempo. Aún podía ver la foto de su madre y la cara de la abuela Ruth.
A continuación charlaron de otras cosas durante un ratito y Mike le cogió la mano. No lo dijo, pero verla tan disminuida le estaba matando. Solo rogaba que su memoria volviese y que ella fuese de nuevo la mujer alegre, activa, inteligente y con talento que había sido. Daba miedo pensar que pudiese no hacerlo, que pudiese quedar limitada para siempre, sin recuerdo de ninguno de los hechos anteriores al atentado. También tenía algunos problemas con la memoria a corto plazo. Si se quedaba así, no podría en modo alguno volver a actuar. Sería el final de una carrera importante y de una mujer estupenda. Los otros habían estado preocupados por lo mismo y, a su propio modo, también lo estaba Carole. Luchaba por cada fragmento de memoria que pudiese obtener. La visita de Mike había sido una victoria importante, por llamarlo de alguna forma. Era lo máximo que había recordado hasta el momento. Hasta ahora nada había abierto esas puertas y, sorprendentemente, él lo había hecho. Carole quería recordar más.
Stevie y ella hablaron de la vuelta a Los Ángeles y de su casa. Carole no recordaba el aspecto de esta. Su secretaria se la describió. No era la primera vez que lo hacía. Entonces Carole habló de su jardín y luego miró a Stevie de forma extraña.
– Me parece que yo tuve un jardín aquí en París -dijo.
– Sí que lo tuviste -dijo Stevie en voz baja-. ¿Recuerdas esa casa?
– No. -Carole negó con la cabeza-. Recuerdo el establo de mi padre, donde yo ordeñaba las vacas.
Volvían cosas, como piezas de un rompecabezas. Pero la mayor parte no encajaba. Stevie se preguntó, ahora que Carole recordaba el jardín de París, si acabaría recordando a Matthieu. Resultaba difícil de adivinar. Casi esperaba que no, si él la había hecho tan desdichada. Recordaba lo disgustada que estaba Carole cuando cerraron aquella casa.
– ¿Cuánto tiempo te quedas en París? -le preguntó Stevie a Mike.
– Solo hasta mañana. Quería ver a mi niña, pero tengo que volver.
Era un largo viaje para un hombre de su edad, sobre todo para pasar allí una sola noche. Por ella habría dado la vuelta al mundo en un abrir y cerrar de ojos, y había querido hacerlo desde que llamó Stevie. Jason le había pedido que esperase, así que lo había hecho, aunque se moría de ganas de ir.
– Me alegro de que hayas venido -dijo Carole con una sonrisa-. No he recordado nada hasta ahora.
– Lo harás cuando vuelvas a Los Ángeles -dijo Mike con una confianza que no sentía-. Si yo estuviera metido aquí sin poder salir, también me fallaría la memoria.
Se sentía muy asustado por Carole. Le habían advertido cómo estaba ella, pero aquello era peor en cierto modo. Al mirarla a los ojos y saber que no recordaba nada de su vida, de su carrera ni de la gente que la quería, a Mike le entraron ganas de llorar.
Como le ocurría a Sean, a Mike nunca le había gustado París. Lo único que le agradaba de allí era la comida. Los franceses le parecían de trato difícil en los negocios, desorganizados y poco fiables en el mejor de los casos. Lo que le hacía soportable la ciudad era el Ritz, que en su opinión era el mejor hotel del mundo. Por lo demás, se sentía más feliz en Estados Unidos. Y quería que Carole también volviese allí, con los médicos que él conocía. Ya había pensado en varios de los mejores de la ciudad. Como hipocondríaco reconocido y ferviente, era miembro del consejo de administración de dos hospitales y una facultad de medicina.
No le gustaba nada dejarla allí esa noche para volver al hotel, pero se dio cuenta de que estaba cansada. Había estado con ella toda la tarde, y también él estaba agotado. Había tratado de refrescarle la memoria aún más con anécdotas de sus primeros días en Hollywood, pero Carole no recordaba nada más. Solo cosas de su infancia en Mississippi. A partir de los dieciocho años, cuando salió de la granja, todo parecía haberse borrado. De todos modos, ya era algo.
Hablar con la gente durante mucho rato seguía siendo fatigoso para ella y tratar de forzar su memoria la agotaba. Cuando Mike se dispuso a marcharse, ella estaba preparada para irse a dormir. El hombre se situó de pie junto a la cama antes de marcharse y le pasó una mano por los largos cabellos rubios.
– Te quiero, nena -dijo, utilizando el apelativo que siempre había usado con ella, desde que era una cría-. Ahora ponte bien y vuelve a casa lo antes posible. Te estaré esperando en Los Ángeles.
Tuvo que volver a contener las lágrimas mientras le daba un abrazo, y acto seguido salió de la habitación. Tenía un chófer abajo esperando para llevarle al hotel.
Stevie se quedó hasta que Carole se durmió, y entonces se marchó también. Mike la llamó a su habitación cuando ella llegó. Estaba disgustado.
– ¡Santo Dios! -exclamó-. No recuerda nada de nada.
– La llama, su pueblo natal, su abuela, la foto de su madre y el establo de su padre han sido el primer atisbo de esperanza que hemos tenido. Creo que le ha hecho usted mucho bien -respondió Stevie agradecida y sincera.
– Espero que pronto dejemos eso atrás.
Mike quería que volviese a ser ella misma y retomase su carrera. No deseaba que Carole terminase afectada por una lesión cerebral.
– Yo también lo espero -convino Stevie.
Mike le contó que había concedido una breve entrevista en la puerta del hospital. Un periodista estadounidense le reconoció y preguntó cómo estaba Carole y si había venido a verla. Él dijo que sí y que ella se encontraba bien. Le dijo al reportero que su memoria estaba volviendo y que, en realidad, lo recordaba casi todo. No quería que corriese el rumor de que había perdido la cabeza. Pensaba que era importante para su carrera dar una visión favorable de sus progresos. Stevie no estaba segura de que tuviese razón, pero no se perdía nada. Carole no hablaba en persona con los reporteros, así que ellos no tenían forma de saber la verdad y sus médicos no estaban autorizados a hablar con ellos. Mike se preocupaba de verdad por Carole, pero siempre tenía su carrera en mente.
Al día siguiente apareció una información de su conversación con ellos en los telegramas de las agencias de prensa y se publicó en los periódicos de todo el mundo. Carole Barber, la estrella de cine, se recuperaba en París y había recobrado la memoria, en palabras textuales de Mike Appelsohn, productor y agente. Él decía que Carole volvería pronto a Los Ángeles para reanudar su carrera. El artículo no mencionaba que llevaba tres años sin hacer una película. Solo decía que había recuperado la memoria, pues eso era todo lo que le importaba a él. Como siempre había hecho, Mike Appelsohn la cuidaba y estaba considerando lo que era mejor para ella.