6

Cinco días después de la llegada de la familia de Carole a París, Jason pidió una reunión con todos sus médicos para que les aclarasen su situación. Seguía en coma y, aparte de que ya no estaba conectada a un respirador y ahora respiraba por sí misma, nada había cambiado. No estaba más cerca de la conciencia que en las últimas tres semanas. La posibilidad de que nunca volviese a despertar aterraba a todos.

Los médicos se mostraron amables pero francos. Si no recuperaba la conciencia pronto, sufriría lesiones cerebrales irreversibles. Incluso en ese momento era una posibilidad cada vez mayor. Las posibilidades de recuperación se reducían con cada hora que pasaba. Sus preocupaciones por ella expresaban con palabras los peores temores de Jason. Desde el punto de vista médico nada podía hacerse para alterar su situación. Estaba en manos de Dios. Otros pacientes habían despertado de comas aún más prolongados, aunque con el tiempo disminuían las posibilidades de que Carole recuperase un funcionamiento cerebral normal. Todo el grupo lloraba cuando los médicos salieron de la sala de espera en la que se habían reunido. Chloe sollozaba y Anthony la abrazaba mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Jason permanecía sentado, llorando en silencio, y Stevie se secó los ojos y respiró hondo.

– Muy bien, chicos. Carole nunca ha sido de las que abandonan. Nosotros tampoco podemos serlo. Ya sabéis cómo es ella. Hace las cosas a su propio ritmo. Lo conseguirá. No podemos perder ahora la fe. ¿Y si os marcháis hoy a alguna parte? Os vendría muy bien un descanso.

Los demás la miraron como si hubiera perdido el juicio.

– ¿Adonde, por ejemplo? ¿De compras quizá? -preguntó Chloe indignada.

Los dos hombres estaban consternados. Llevaban días sin hacer otra cosa que no fuese ir y venir entre el hospital y el hotel, y su tristeza era intensa en ambos lugares. Lo mismo le ocurría a Stevie, pero trataba de elevar el ánimo del grupo.

– Lo que sea. Al cine. Al Louvre. A comer en alguna parte. A Versalles. A Notre Dame. Voto por divertirnos un poco. Estamos en París. Pensemos en lo que ella querría que hiciésemos. No querría que estuvierais todos sentados aquí así, día tras día.

Al principio su sugerencia fue acogida con una total falta de entusiasmo.

– No podemos dejarla aquí y olvidarnos de ella -dijo Jason en tono severo.

– Yo me quedaré. Vosotros haced alguna otra cosa durante un par de horas. Y sí, Chloe, tal vez ir de compras. ¿Qué haría tu mamá?

– Hacerse la manicura y comprar zapatos -dijo Chloe en tono irreverente-. Y depilarse las piernas -añadió entre risas.

– Perfecto -convino Stevie-. Quiero que hoy te compres al menos tres pares de zapatos. Tu mamá nunca compra menos. Si son más, está bien. Te pediré hora para una manicura en el hotel. Manicura, pedicura, cera y un masaje. Por cierto, un masaje también les vendría bien a ustedes, caballeros. ¿Y si reservamos una pista de squash en el gimnasio del Ritz?

Stevie sabía que a ambos les encantaba jugar.

– ¿No es raro? -preguntó Anthony con cara de culpabilidad, aunque tenía que reconocer que llevaba toda la semana anhelando ejercicio. Allí sentado se sentía como un animal enjaulado.

– No, no lo es. Y vosotros dos podéis ir a nadar después de jugar. ¿Por qué no coméis todos en la piscina? Los chicos juegan a squash, Chloe se hace la manicura y luego todos os dais un masaje. Puedo reservar los masajes en la habitación, si lo preferís.

Jason le sonrió agradecido. No pudo evitar que le gustase la idea.

– ¿Y usted?

– Yo me dedico a esto -dijo ella con desenvoltura-. Espero horas sentada y lo organizo todo. No pasará nada si os tomáis unas horas libres. Os vendrán muy bien. Yo me quedaré.

Había hecho lo mismo por Carole cuando Sean estaba enfermo y ella se pasaba los días junto a su cabecera, sobre todo después de la quimioterapia.

Todos se sentían culpables cada vez que dejaban a Carole sola en el hospital. ¿Y si despertaba mientras estaban fuera? Por desgracia, no parecía una posibilidad inminente. Stevie llamó al hotel para reservarles las citas y le ordenó literalmente a Chloe que parase en Saint-Honoré de camino al hotel. Allí había muchos zapatos, e incluso tiendas para los hombres. Como si fueran niños, les echó del hospital al cabo de veinte minutos. Cuando se fueron le estaban agradecidos. Stevie volvió para sentarse tranquilamente en la habitación de Carole. La enfermera de turno la saludó con un gesto. No hablaban el mismo idioma, pero ya estaban familiarizadas una con otra. La enfermera tenía más o menos la misma edad que Stevie. A esta le habría gustado hablar con ella, pero en lugar de eso se aproximó a la silueta inmóvil de la cama.

– Bueno, nena. Ya está bien. Ponte las pilas. Los médicos se están mosqueando. Es hora de despertar. Necesitas una manicura y llevas el pelo hecho un asco. Los muebles de este sitio son una porquería. Tienes que volver al Ritz. Además, tienes que escribir un libro. No te queda más remedio que despertar -dijo Stevie con voz desesperada. Solo faltaban unos días para el día de Acción de Gracias-. Esto no es justo para los chicos ni para nadie. Tú no eres de las que se rinden, Carole. Ya has dormido bastante. ¡Despierta ya!

Era la clase de cosas que le había dicho en los días oscuros que siguieron a la muerte de Sean. Sin embargo, entonces Carole se recuperó enseguida, porque sabía que Sean quería que lo hiciese. Esta vez Stevie no mencionó su nombre, solo el de los chicos.

– Me estoy hartando de esto -añadió más tarde-. Estoy segura de que tú también. ¡Esto es muy aburrido! La verdad, esto de la Bella Durmiente se está haciendo muy pesado.

No se oyó nada, ningún movimiento, y Stevie se preguntó hasta qué punto tendrían razón quienes afirmaban que las personas que estaban en coma oían hablar a sus seres queridos. Stevie confiaba en que hubiese algo de verdad en ello. Se sentó y habló con su jefa toda la tarde, en voz normal, sobre cosas corrientes, como si Carole pudiese oírla. La enfermera se dedicaba a sus cosas, pero sentía lástima por ella. Todo el personal del hospital había perdido la esperanza. Había pasado demasiado tiempo desde el atentado. La posibilidad de que se recuperase disminuía con cada hora que pasaba. Stevie era muy consciente de ello, pero se negaba a desanimarse.

A las seis, después de ocho horas junto a su cabecera, Stevie la dejó para volver al hotel y comprobar cómo estaban los demás. Llevaban todo el día fuera y esperaba que les hubiese ido bien.

– Bueno, me voy ya -dijo Stevie, igual que hacía cuando salía de trabajar en Los Ángeles-. Mañana te quiero ver despierta, Carole. Vale ya. Hoy te he dado el día libre. Pero ya está. Mañana te quiero en pie de nuevo. Te levantas, miras a tu alrededor y desayunas. Escribiremos unas cartas. Tienes que hacer un montón de llamadas. Mike ha estado telefoneando cada día. Se me han agotado las excusas para explicarle por qué no hablas con él. Debes llamarle tú misma.

Sabía que parecía una chalada, pero lo cierto es que se sentía mejor hablándole como si Carole estuviese escuchando lo que decía. Y era verdad, el amigo y agente de Carole, Mike Appelsohn, llamaba cada día. Desde que la prensa había divulgado la noticia telefoneaba dos veces al día. Estaba destrozado. La conocía desde que era una cría. La había descubierto él mismo en una tienda de Nueva Orleans. El entró a comprar un tubo de pasta de dientes y su vida cambió para siempre. Era como un padre para ella. Ese año había cumplido los setenta y todavía estaba en forma. Y ahora había ocurrido esto. No tenía hijos propios, solo a ella. Había suplicado que le dejasen ir a París, pero Jason le pidió que esperase al menos unos días más. Aquello ya era bastante duro sin que vinieran otras personas, por buenas que fueran sus intenciones. La presencia de Stevie no les estorbaba; al contrario, les era de gran ayuda. Como Carole, habrían estado perdidos sin ella. Stevie era así. Carole también tenía otros amigos, en Hollywood, pero debido a la cantidad de tiempo que habían pasado juntas y las cosas que habían vivido durante los últimos quince años, Carole tenía más confianza con ella que con cualquiera de sus amistades.

– Bueno, ¿te has enterado? Hoy ha sido el último día de sueño. Se acabó eso de pasarte la vida ahí tumbada, como una diva. Eres una chica trabajadora. Tienes que despertarte y escribir tu maldito libro. No voy a hacerlo por ti. Tendrás que escribirlo tú misma. ¡Basta de hacer el vago! Esta noche duerme bien y mañana ponte las pilas. Ya está. ¡Se acabó el tiempo! ¡Estas vacaciones se han terminado! Las hemos terminado. Y, si quieres saber mi opinión, como vacaciones han sido una porquería.

La enfermera se habría reído si la hubiese entendido. Cuando Stevie se marchó, la despidió con una sonrisa. Ella misma salía de trabajar al cabo de una hora y volvería a su casa, donde la esperaban un marido y tres hijos. Stevie solo tenía un novio y la mujer en coma que yacía en la cama, a la que quería muchísimo. Cuando se fue se sentía totalmente exhausta. Llevaba todo el día hablándole a Carole. No se había atrevido a hacerlo cuando estaban los demás, aparte de unas pocas palabras tiernas aquí y allá. No lo tenía planeado, pero cuando se fueron decidió probar. No se perdía nada por intentarlo.

Stevie cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás mientras el taxi la llevaba al hotel. Como siempre, los paparazzi estaban en la puerta del Ritz con la esperanza de conseguir fotos de los hijos de Carole, y Harrison Ford y su familia acababan de llegar de Estados Unidos. Se esperaba a Madonna para el día siguiente. Por alguna razón, ambos famosos pasarían el día de Acción de Gracias en París. También lo haría la familia de Carole, y eso les deprimía, dada la trágica razón de su presencia allí. Stevie ya había hablado con el jefe de cocina para que organizase una auténtica cena de Acción de Gracias para ellos en un comedor privado. Era lo menos que podía hacer. Las nubes de golosina para el pastel de boniatos eran imposibles de encontrar allí. Le había pedido a su novio, Alan, que se las enviase por transporte aéreo desde Estados Unidos. Le llamaba cada día para mantenerle informado y, como todos los demás, el hombre le deseaba a Carole lo mejor y decía que rezaba por ella. Era un buen tipo; simplemente Stevie no se imaginaba casada con él ni con ningún otro. Estaba casada con su trabajo y con Carole, más que nunca en aquel momento de necesidad extrema y grandes riesgos.

Esa noche los demás estaban mucho más animados y cenaron abajo, en el Espadón, el principal restaurante del hotel. Era luminoso, alegre y concurrido, y la comida era fabulosa. Stevie no les acompañó. Se dio un masaje, encargó una sopa al servicio de habitaciones y se acostó, todos le agradecieron las actividades que había planeado para ellos ese día. Volvían a sentirse seres humanos. En un arranque de energía nerviosa, Chloe se había comprado seis pares de zapatos y un vestido en Saint Laurent. Jason no podía creerlo, pero se había comprado dos pares de John Lobb en Hermès mientras la esperaba y, aunque Anthony detestaba ir de tiendas, se quedó cuatro camisas. Ambos hombres habían comprado algunas prendas de ropa, sobre todo jerséis y vaqueros para llevar en el hospital, ya que habían traído poco equipaje. Después de los baños y masajes se sentían reconfortados. Además, Jason había vencido a su hijo jugando al squash, un hecho infrecuente que suponía una importante victoria para él. A pesar de las horrorosas circunstancias que les habían llevado a París, habían pasado un buen día gracias a Stevie y a su visión positiva de las cosas. Ella misma estaba molida cuando se acostó, y a las nueve dormía profundamente.

Llamaron del hospital a las seis de la mañana. Al oír el teléfono a Stevie se le cayó el alma a los pies. Era Jason. Le habían llamado a él primero. Una llamada a esas horas solo podía significar una cosa. Cuando Stevie respondió, Jason lloraba.

– ¡Dios mío!… -exclamó Stevie aún atontada, aunque se puso alerta al instante.

– Está despierta -dijo él entre sollozos-. Ha abierto los ojos. No habla, pero tiene los ojos abiertos y le ha dicho que sí con la cabeza al médico.

– ¡Dios mío!… ¡Dios mío!… -Era todo lo que podía decir Stevie. Había pensado que había muerto.

– Voy para allá. ¿Quiere venir? Dejaré dormir a los chicos. No quiero que se hagan ilusiones hasta que veamos cómo está.

– Estaré vestida en cinco minutos. Creo que Carole debió de oírme.

Stevie se echó a reír a través de sus propias lágrimas. Sabía que el despertar de Carole no se debía a su monólogo de ocho horas. Dios y el tiempo habían hecho su trabajo por fin. Pero tal vez sus palabras no habían estado de más.

– ¿Qué le dijo? -preguntó él, enjugándose las lágrimas de alivio.

Jason había perdido la esperanza en la reunión con los médicos. Pero ahora estaba despierta. Era una respuesta a sus oraciones.

– Le dije que estábamos hartos, que se pusiera las pilas y volviese al trabajo. Algo así.

– Buen trabajo -dijo él entre risas-. Tendríamos que haberlo intentado antes. Debió de hacer que se sintiera culpable.

– Eso espero.

Aquel sería un regalo increíble de Acción de Gracias para todos.

– Llamaré a su puerta dentro de cinco minutos -dijo Jason, y colgó.

Cuando lo hizo, Stevie vestía vaqueros y un suéter, y sostenía sobre el brazo un grueso abrigo. Llevaba las botas que utilizaba para trabajar, compradas en una tienda de ropa usada. Eran sus botas de la suerte. Desde luego lo habían demostrado el día anterior.

Charlaron con entusiasmo de camino hacia el hospital. Tenían unas ganas enormes de verla y Jason le recordó a Stevie que el médico había dicho que aún no hablaba. Podía tardar en hacerlo, pero estaba despierta. Las cosas habían mejorado mucho de la noche a la mañana. En el hospital silencioso corrieron hacia su habitación, en cuya puerta se hallaba el guardia de seguridad. Este les saludó con un gesto de la cabeza, suponiendo que no era buena señal que viniesen tan temprano. Era una mañana fría y soleada, y el día más bonito de toda la vida de Stevie. Para Jason se situaba solo por detrás del nacimiento de sus hijos. Carole había vuelto a nacer. ¡Estaba despierta!

Cuando entraron, Carole yacía en la cama con los ojos abiertos. La doctora que llevaba su caso se hallaba junto a ella. Acababa de llegar. La habían llamado primero y acudió directamente. La doctora sonrió a Stevie y Jason, y luego a su paciente. Carole miró a los ojos a la doctora mientras esta le hablaba en inglés con un fuerte acento, pero no respondió. No hizo ningún sonido ni sonrió. Se limitó a mirar, pero apretó un poco su mano cuando la doctora se lo pidió. Al oír a sus dos visitantes volvió la mirada hacia ellos, pero tampoco les sonrió. Su rostro era inexpresivo, como una máscara. Stevie le habló con naturalidad, y Jason se inclinó para darle un beso en la mejilla. Carole tampoco reaccionó a eso. Al cabo de unos momentos cerró los ojos y volvió a dormirse. La doctora, Jason y Stevie salieron de la habitación para hablar fuera.

– No responde -comentó Jason, preocupado.

Stevie estaba entusiasmada, decidida a mostrarse positiva. Aquello era un principio, y muchísimo mejor que la situación en la que Carole estaba hasta entonces.

– Esto es solo el principio -le dijo la doctora a Jason-. Es posible que aún no les reconozca. Puede que haya perdido mucha memoria. Se han visto afectados la corteza cerebral y el hipocampo, y ambos almacenan recuerdos. No podemos saber con seguridad qué queda ni lo fácil que le resultará volver a acceder a ellos. Con suerte, recuperará la memoria y el funcionamiento cerebral normal. Pero tardará. Ahora tiene que recordarlo todo. Cómo moverse, cómo hablar, cómo caminar… Su cerebro sufrió un shock tremendo. Pero ahora tenemos una oportunidad. Es como empezar de nuevo.

La doctora parecía muy animada. Casi había perdido la esperanza de que recuperase la conciencia. Aquello les demostraba a todos que los milagros sucedían de verdad, cuando menos te lo esperabas. Entonces le sonrió a Stevie.

– Las enfermeras me han dicho que ayer se pasó el día hablándole. Nunca se sabe qué oyen o qué cambia las cosas.

– Creo que simplemente había llegado el momento -dijo Stevie con modestia.

En realidad, debía de haber ocurrido hacía tiempo, desde su punto de vista. Habían sido tres semanas de pesadilla para Carole y una semana de angustia para ellos. Pero al menos ella no era consciente de lo que pasaba. Ellos habían tenido que afrontar plenamente conscientes el terror de perderla. Habían sido los peores días de la existencia de Stevie. Aquello le daba una nueva perspectiva del sentido de la vida.

– Hoy queremos hacer varios TAC y resonancias más, y enviaré a una logopeda para ver cómo responde. Es posible que simplemente aún no recuerde las palabras. Le daremos un empujoncito para que vaya comenzando. Quiero encontrar a alguien que hable inglés -dijo la doctora.

Aunque Stevie les había dicho que hablaba francés querían reeducarla en su propio idioma, lo cual sería mucho más fácil.

– Yo puedo trabajar con ella si alguien me enseña -se ofreció Stevie, y la doctora volvió a sonreírle. Aquello era una enorme victoria para ella.

– Creo que ayer hizo usted un gran trabajo con ella.

La doctora era generosa con sus elogios. ¿Quién sabía qué la había despertado?

Jason y Stevie volvieron al hotel para decírselo a Anthony y Chloe. Su padre les despertó y ellos tuvieron la misma reacción que Stevie. Tan pronto como reaccionaron, su rostro y sus ojos expresaron puro terror.

– ¿Mamá? -dijo Anthony, aterrorizado.

Tenía veintiséis años y era un hombre, pero Carole continuaba siendo su mamá.

– Está despierta -dijo Jason, llorando de nuevo-. Aún no puede hablar, pero nos ha visto. Se pondrá bien, hijo.

Anthony estalló en sollozos. Ninguno de ellos sabía aún hasta qué punto se pondría bien, pero estaba viva y había salido del coma. Desde luego, era un comienzo y un enorme alivio para ellos.

Chloe echó los brazos al cuello de su padre y se puso a reír y llorar a la vez, como una niña. Luego saltó de la cama y bailó un poco. A continuación salió corriendo para darle un abrazo a Stevie.

Desayunaron entre risas y charlas, y a las diez regresaron para verla. Ya volvía a estar despierta y les miró con interés mientras entraban en la habitación.

– Hola, mamá -dijo Chloe con desenvoltura.

Se acercó a la cama, cogió la mano de su madre y se inclinó para besarla en la mejilla. No hubo respuesta visible por parte de Carole. En cualquier caso, pareció sorprendida, aunque ahora incluso sus expresiones faciales eran limitadas. Hacía varios días que le habían quitado el vendaje de la mejilla. El corte había dejado una cicatriz muy fea, aunque ese era el menor de sus problemas. Todos se habían acostumbrado ya, aunque Stevie sabía que Carole se disgustaría al verla. Sin embargo, para eso faltaba algún tiempo. Además, como había dicho Jason, un buen cirujano plástico podría ocuparse de eso cuando volviesen a casa.

Carole yacía en la cama observándoles y volvió la cabeza varias veces para seguirles con la mirada. Anthony también le dio un beso, y los ojos de Carole se llenaron de preguntas. A continuación Jason fue a situarse junto a ella y la tomó de la mano. Stevie se apoyó en la pared sonriéndole, pero Carole no pareció fijarse en ella. Era posible que aún no pudiese enfocar desde lejos.

– Hoy nos has hecho muy felices -le dijo Jason a su ex esposa con una sonrisa cariñosa, sin soltar su mano.

Ella le miró inexpresiva. Tardó mucho, pero al final formó una sola palabra y se la dijo:

– Caa… nn… sa… da… cansada.

– Sé que estás cansada, corazón -dijo él con ternura-. Has dormido mucho tiempo.

– Te quiero, mamá -añadió Chloe, y Anthony se hizo eco de sus palabras.

Carole se quedó mirándolos como si no supiese qué significaba eso, y luego volvió a hablar:

– Aaa… gua.

Señaló el vaso con una mano débil y la enfermera se lo llevó a los labios. Stevie se acordó de pronto de Anne Bancroft en El milagro de Ana Sullivan. Estaban empezando por el principio. Pero al menos ahora avanzaban en la dirección correcta. Carole no les dijo nada directamente a ninguno de ellos ni pronunció ninguno de sus nombres. Se limitó a observarles. Permanecieron con ella hasta el mediodía y entonces la dejaron. Carole parecía agotada, y su voz, las dos veces que habló, no parecía la suya. Stevie supuso que aún debía de tener la garganta irritada por el respirador, que le habían retirado hacía poco. Sus ojos se veían enormes. Había perdido mucho peso, y antes ya estaba delgada. Pero seguía estando hermosa incluso ahora. En cierto modo más que nunca, a pesar de su palidez. Su aspecto recordaba al de Mimi en La Bohème. Parecía una heroína trágica allí tendida, pero, si todo iba bien, pronto podría considerarse que la tragedia había terminado.

Jason volvió a reunirse con la doctora al anochecer. Chloe había decidido ir de compras otra vez, en esta ocasión para celebrarlo. Terapia de tiendas, como Stevie lo llamaba. Anthony estaba en el gimnasio, haciendo ejercicio. Se sentían mucho mejor y menos culpables por regresar a las actividades normales y a la vida. Incluso habían tomado un enorme almuerzo en Le Voltaire, que, como bien sabían, era el restaurante favorito de Carole en París. Jason dijo que era un almuerzo de celebración por ella.

La doctora explicó que ni las resonancias ni los TAC mostraban signos de alarma. No se veían lesiones en el cerebro, lo cual resultaba extraordinario. Los pequeños desgarros iniciales en los nervios habían sanado ya. Por otra parte, no había forma de evaluar cuánta pérdida de memoria había sufrido, ni de predecir cuántas de sus funciones cerebrales normales recuperaría. Solo el tiempo lo diría. Seguía saludando a las personas cuando le hablaban y había dicho unas cuantas palabras más esa tarde, la mayoría relacionadas con su estado físico y nada más. Había dicho «frío» cuando la enfermera abrió la ventana, y «ay» cuando le sacaron sangre del brazo, y otra vez cuando le ajustaron el gotero. Respondía al dolor y a las sensaciones, pero no daba muestras de entender las preguntas de la doctora cuando requerían una respuesta que fuese más allá de sí y no. Cuando le preguntaron su nombre, negó con la cabeza. Le dijeron que era Carole y se encogió de hombros. Al parecer, eso no tenía interés para ella. La enfermera decía que cuando la llamaban por su nombre no respondía. Y dado que no reconocía su propio nombre, era poco probable que recordase el de otros. Además, la doctora creía que por el momento Carole no recordaba quiénes eran.

Jason se negó a desanimarse y, cuando se lo contó a Stevie más tarde, dijo que solo era cuestión de tiempo. Volvía a tener esperanza. Tal vez demasiada, pensó Stevie. Ella ya había admitido la posibilidad de que Carole nunca volviese a ser la misma. Estaba despierta, pero quedaba un largo camino antes de que Carole fuese ella misma, si alguna vez volvía a serlo. Aquella seguía siendo una pregunta sin respuesta.

Al día siguiente la prensa informó de que Carole Barber había salido del coma. Aunque ya no se hallaba en estado crítico desde hacía varios días, seguía siendo noticia. A Stevie le resultaba evidente que alguien del hospital filtraba a la prensa noticias sobre Carole. En Estados Unidos tampoco habría sido raro, pero aun así le parecía repugnante. Se pagaba un precio muy alto por ser una estrella. El artículo aludía a la posibilidad de que sufriese lesiones cerebrales permanentes. Sin embargo, la foto era preciosa. Databa de diez años atrás, cuando Carole estaba en su mejor momento, aunque a su edad seguía siendo una belleza, al menos antes del atentado. Y mirándolo bien, tenía un aspecto estupendo para haber sobrevivido a una bomba.

Unos policías vinieron a interrogarla al saber que estaba despierta. La doctora les dejó hablar con ella brevemente, pero a los pocos minutos resultó evidente que no tenía recuerdo alguno del atentado ni de nada más. Se fueron sin que ella les aportase más información.

Jason y los chicos continuaban visitando a Carole, al igual que Stevie, y ella continuaba añadiendo palabras a su repertorio. «Libro.» «Manta.» «Sed.» «¡No!» Recalcaba mucho esta, sobre todo cuando venían a sacarle sangre. La última vez apartó el brazo, miró a la enfermera con furia y la llamó «mala», cosa que hizo sonreír a todo el mundo. Le sacaron sangre de todos modos, se echó a llorar, pareció sorprendida y dijo «lloro». Stevie le hablaba como si todo fuese normal, y a veces Carole se pasaba horas sentada mirándola sin decir nada. Ya lograba incorporarse, pero seguía sin poder formar frases o decir sus nombres. La víspera del día de Acción de Gracias, tres días después de su despertar, estaba claro que ignoraba por completo quiénes eran ellos. No reconocía a nadie, ni siquiera a sus hijos. Todos estaban disgustados, pero Chloe era la más afligida.

– ¡Ni siquiera me conoce! -dijo Chloe con lágrimas en los ojos cuando abandonó el hospital con su padre para volver al hotel.

– Ya te conocerá, corazón. Dale tiempo.

– ¿Y si se queda así? -preguntó ella, expresando el peor temor de todos. Nadie más se había atrevido a decirlo.

– La llevaremos a los mejores médicos del mundo -la tranquilizó Jason muy convencido.

Stevie también estaba preocupada. Continuaba conversando con Carole, pero su amiga y jefa se mostraba inexpresiva. De vez en cuando sonreía ante las cosas que decía Stevie, pero en sus ojos no había ni una chispa de recuerdo de quién era Stevie. Sonreír era nuevo para ella. Y reír también. Carole se asustó la primera vez que lo hizo, y al instante rompió a llorar. Era como contemplar a un bebé. Ella tenía mucho terreno que cubrir y le esperaba un trabajo duro. Una logopeda británica estaba volcada con ella y la forzaba al máximo.

Le dijo a Carole su nombre y le pidió que lo repitiese muchas veces. Esperaba que la imitación encendiese una chispa, pero hasta el momento nada había surtido efecto.

En la mañana del día de Acción de Gracias Stevie le dijo el día que era y el significado que tenía en Estados Unidos. Le dijo qué tomarían en la comida y Carole pareció intrigada. Stevie esperaba haber sacudido su memoria, pero no fue así.

– Pavo. ¿Qué es eso?

Lo dijo como si nunca hubiese oído la palabra, y Stevie sonrió.

– Es un ave que tomamos para almorzar.

– Parece repugnante -dijo Carole, haciendo una mueca.

Stevie se echó a reír.

– A veces lo es, pero es una tradición.

– ¿Plumas? -preguntó Carole con interés, centrándose en lo esencial. Las aves tenían plumas. Al menos recordaba eso.

– No. Relleno. ¡Ñam, ñam!

Le describió el relleno mientras Carole escuchaba con interés.

– Difícil -dijo entonces, con lágrimas en los ojos-. Hablar. Palabras. No las encuentro.

Parecía frustrada por primera vez.

– Lo sé. Lo siento. Ya volverán. Tal vez deberíamos empezar por las palabrotas. Tal vez eso sería más divertido. Ya sabes, como «mierda», «joder», «culo», «cabrón», las buenas. ¿Por qué preocuparse por «pavo» y «relleno»?

– ¿Tacos?

Stevie asintió y ambas se rieron.

– Culo -dijo Carole orgullosa-. Joder.

Era evidente que no tenía ni idea de lo que significaban.

– Excelente -dijo Stevie con mirada cariñosa.

Quería a esa mujer más que a su propia madre o hermana. Realmente era su mejor amiga.

– ¿Nombre? -preguntó Carole con tristeza-. Tu nombre -corrigió.

Trataba de esforzarse. La logopeda quería que formase frases, aunque la mayoría de las veces no podía. Aún no.

– Stevie. Stephanie Morrow. Trabajo para ti en Los Ángeles y somos amigas -dijo con lágrimas en los ojos-. Te quiero. Mucho. Creo que tú también me quieres.

– Bonito -dijo Carole-. Stevie -añadió, probando la palabra-. Eres mi amiga.

Era la frase más larga que había formado hasta el momento.

– Sí, lo soy.

Entonces entró Jason para darle a Carole un beso antes de la cena de Acción de Gracias en el hotel. Los chicos estaban vistiéndose en el Ritz, y esa mañana habían ido a nadar otra vez. Carole le miró con una sonrisa en los labios.

– Culo. Joder -dijo.

El pareció sobresaltado y miró a Stevie, preguntándose qué había ocurrido y si Carole volvía a perder la cabeza.

– Palabras nuevas -añadió Carole con una amplia sonrisa.

– ¡Oh! Estupendo. Esas te serán muy útiles -contestó él mientras se sentaba riendo.

– ¿Tu nombre? -preguntó ella.

Se lo había dicho antes, pero ella lo había olvidado.

– Jason -respondió él, triste por un momento.

– ¿Eres mi amigo?

El vaciló un instante antes de responder y, cuando lo hizo, trató de sonar normal y un tanto informal. Fue un momento duro, otra prueba de que Carole no recordaba nada del pasado.

– Fui tu marido. Estuvimos casados. Tenemos dos niños, Anthony y Chloe. Ayer estuvieron aquí -explicó cansado, aunque sobre todo triste.

– ¿Niños?

Carole no dio muestras de entenderle y entonces comprendió por qué.

– Ahora son mayores. Adultos. Son nuestros niños, pero tienen veintidós y veintiséis años. Han venido a visitarte. Les viste conmigo. Chloe vive en Londres y Anthony vive en Nueva York y trabaja conmigo. Yo también vivo en Nueva York.

Era mucha información de una vez para ella.

– ¿Y yo dónde vivo? ¿Contigo?

– No. Tú vives en Los Ángeles. Ya no estamos casados desde hace mucho tiempo.

– ¿Por qué? -preguntó, sumergiendo su mirada en la de él.

Necesitaba saberlo todo cuanto antes a fin de averiguar quién era ella. Estaba perdida.

– Es una larga historia. Tal vez deberíamos hablar de eso en otro momento. Estamos divorciados.

Ninguno de ellos quería hablarle de Sean. Era demasiado pronto. Carole ni siquiera sabía que le había tenido; no necesitaba saber que le había perdido dos años atrás.

– Eso es triste -dijo.

Parecía entender qué significaba «divorciados», cosa que a Stevie le resultó intrigante. Conservaba algunos conceptos y palabras, y en cambio otros parecían haber desaparecido por completo. Era extraño.

– Sí -convino Jason.

Y luego Jason le habló también del día de Acción de Gracias y de la comida que iban a tomar en el hotel.

– Parece demasiada comida. Sienta mal.

El asintió riendo.

– Sí, tienes razón, aunque es una fiesta bonita. Es un día para estar agradecido por las cosas buenas que han pasado y por lo que se tiene. Como tú sentada aquí hablando conmigo ahora mismo -dijo con una mirada tierna-. Este año estoy agradecido por ti. Todos lo estamos, Carole -dijo.

Stevie se dispuso a salir de la habitación con discreción, pero él le dijo que podía quedarse. Últimamente no tenían secretos.

– Yo estoy agradecida por vosotros dos -dijo ella, mirándoles.

No sabía con certeza quiénes eran, pero la trataban bien y percibía cómo fluía hacia ella el amor que sentían. Era palpable en aquella habitación.

Charlaron durante un rato con Carole, que recuperó unas cuantas palabras más, en su mayoría relacionadas con la fiesta. Las palabras «pastel de carne» y «pastel de calabaza» surgieron de la nada, pero no tenía ni idea de lo que eran. Stevie solo le había mencionado el pastel de manzana, porque el hotel no podía hacer los demás. Y luego, por fin, Stevie y Jason se levantaron para irse.

– Volvemos al hotel para celebrar la cena de Acción de Gracias con Anthony y Chloe -le explicó Jason a Carole con una mirada cariñosa, cogiéndole la mano-. Ojalá vinieras con nosotros.

Ella frunció el ceño cuando Jason mencionó el hotel, como si tratase de sacar algo escurridizo de su ordenador mental, pero no pudo.

– ¿Qué hotel?

– El Ritz. Es donde siempre te alojas en París. Te encanta. Es muy bonito. Nos preparan una cena con pavo en un comedor privado.

Ese año tenían mucho que agradecer.

– Eso suena bien -dijo Carole, triste-. No recuerdo nada, quién soy, quiénes sois vosotros, dónde vivo… el hotel… Ni siquiera recuerdo el día de Acción de Gracias, ni el pavo, ni los pasteles.

En sus ojos había lágrimas de pena y frustración. Verla así les partía el corazón.

– Lo recordarás -dijo Stevie en voz baja-. Dale tiempo. Es mucha información para recuperarla de una vez. Ve despacio -añadió con una sonrisa afectuosa-. Lo conseguirás, te lo prometo.

– ¿Cumples tus promesas? -preguntó, mirando a Stevie a los ojos.

Sabía lo que era una promesa, aunque no recordase el nombre de su hotel.

– Siempre -dijo Stevie, al tiempo que levantaba la mano en un juramento solemne, y luego se dibujó una X en el pecho con dos dedos.

Carole sonrió y habló al unísono con ella:

– ¡Te lo juro! ¡Recuerdo eso! -dijo en tono victorioso.

Stevie y Jason se echaron a reír.

– ¿Lo ves? Recuerdas lo importante, como «¡Te lo juro!». Ya encontrarás lo demás -dijo Stevie con una mirada afectuosa.

– Eso espero -dijo Carole con fervor, mientras Jason le daba un beso en la frente y Stevie le apretaba la mano-. Que tengáis una buena cena. Comed pavo por mí.

– Esta noche te traeremos un poco -prometió Jason.

Los chicos y él tenían previsto volver después de la cena.

– Feliz cena de Acción de Gracias -dijo Stevie mientras se inclinaba para besar a Carole en la mejilla.

Resultaba un poco raro porque Stevie era ahora una extraña para Carole, pero lo hizo de todos modos, y Carole le cogió la mano.

– Eres alta -dijo, y Stevie sonrió.

– Sí que lo soy. Tú también, pero no tan alta como yo. Feliz cena de Acción de Gracias, Carole. Bienvenida al mundo de nuevo.

Con tacones altos, Stevie era más alta que Jason, y este medía más de metro ochenta.

– Joder -dijo Carole con una sonrisa, y ambas se rieron.

Esta vez había una chispa de malicia en sus ojos. Además de la profunda gratitud que sentía Stevie al ver a Carole despierta y viva, la joven confiaba en que Carole volviese a ser ella misma y en que regresasen los buenos tiempos. Jason había salido de la habitación y Stevie sonrió.

– Jódete -dijo Stevie-. Esa también es buena y muy útil.

Carole esbozó una amplia sonrisa y miró a los ojos a la mujer que llevaba quince años siendo su amiga.

– Jódete tú también -dijo con toda claridad.

Ambas mujeres se rieron. Stevie le mandó un beso y salió de la habitación. No fue el día de Acción de Gracias que todos esperaban, pero fue el mejor de la vida de Stevie. Y tal vez incluso de la vida de Carole.

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