14

Esa misma tarde se presentó Stevie en el hospital con una pequeña bolsa de viaje y le pidió a la enfermera que instalase un catre en la habitación. Tenía previsto pasar allí la noche. Cuando entró, Carole se estaba despertando de una larga siesta. Desde que Matthieu se marchó había dormido varias horas, agotada por la mañana que había tenido y la posterior conversación con él. Había necesitado toda su concentración para sobrellevar ambas cosas.

– He decidido trasladarme aquí -dijo Stevie, dejando su bolsa en el suelo.

Aún tenía los ojos llorosos, la nariz enrojecida y algo de tos, pero estaba tomando antibióticos y dijo que ya no era contagiosa. El resfriado de Carole también había mejorado.

– Bueno, ¿en qué lío te has metido hoy? -preguntó.

Carole le contó que había venido la policía a verla. Stevie se alegraba de ver en su puerta a los dos miembros del CRS, aunque sus ametralladoras le producían escalofríos, cosa que también le ocurriría a cualquier persona que viniese con malas intenciones.

– Matthieu ha estado aquí mientras yo hablaba con los policías y se ha quedado cuando se han marchado -añadió Carole, pensativa.

Stevie la miró con los ojos entornados.

– ¿Debería preocuparme?

– No creo. Todo eso pasó hace mucho tiempo. Yo era una cría, más joven que tú ahora. Hemos acordado ser amigos, o al menos intentarlo. Creo que tiene buenas intenciones. Parece un hombre desdichado -contestó Carole, pensando que Matthieu tenía la misma intensidad que recordaba de sus días de pasión, aunque sus ojos tenían una profunda tristeza que no estaba allí antes, salvo cuando murió su hija-. De todos modos, pronto volveré a casa. La verdad es que resulta agradable enterrar los viejos fantasmas y hacerse amigo de ellos. Les quita el poder.

– No estoy segura de que haya algo capaz de quitarle el poder a ese tipo -dijo Stevie con sensatez-. Entra aquí como un maremoto y todo el mundo da un bote de tres metros al verle.

– Fue un hombre muy importante y sigue siéndolo. Llamó al ministro del Interior para hablarle de mí. Así conseguimos los guardias de la puerta.

– Eso no me importa. Es que no quiero que te disguste -dijo Stevie con actitud protectora.

No quería que nada le hiciese daño a Carole, a ser posible nunca jamás. Había sufrido demasiado. Su recuperación ya era bastante dura. No necesitaba afrontar también problemas emocionales, sobre todo los de Matthieu. Desde el punto de vista de Stevie, él había tenido su oportunidad y la había desperdiciado.

– No me disgusta. Me duelen algunas de las cosas que recuerdo de él, pero ha sido muy amable. Me ha pedido permiso para visitarme.

Eso la había impresionado favorablemente. El no lo había dado por supuesto, se lo había pedido.

– ¿Y se lo has dado? -preguntó Stevie con interés.

Seguía sin confiar en aquel tipo. Tenía unos ojos aterradores, aunque no para Carole. Ella le conocía muy bien, o le había conocido tiempo atrás.

– Sí. Ahora podemos ser amigos. Vale la pena intentarlo. Es un hombre muy interesante.

– También lo eran Hitler y Stalin… No sé por qué, pero tengo la sensación de que ese tipo no se detendría ante nada para conseguir lo que quiere.

– Así era antes, pero ahora es distinto. Los dos somos distintos. El es viejo y todo aquello terminó -contestó Carde con seguridad.

– No estés tan segura -replicó Stevie, poco convencida-. Los viejos amores son difíciles de eliminar.

Desde luego, el de ellos lo había sido. Carole había pensado en él durante años y le había amado durante mucho tiempo. Eso le había impedido amar a nadie, hasta que llegó Sean. Pero ella se limitó a asentir sin decir nada.

Stevie se acomodó en el catre. Al anochecer se puso el pijama y dijo que celebraban una fiesta de adolescentes. Carole se sentía culpable por hacer que su secretaria se quedase con ella en lugar de dormir en el Ritz. Sin embargo, después del incidente del chico del cuchillo, Stevie ya no estaba tranquila si permanecía lejos de Carole. Además, le había prometido a Jason que estaría cerca. Este había llamado una docena de veces, conmocionado por el ataque. Sus hijos también la habían telefoneado. Ahora tenía guardias con ametralladoras en la puerta de la habitación y Stevie la protegía dentro. A Carole le emocionaba ver cuánto se preocupaba Stevie por ella. Estuvieron riendo y charlando como dos crías hasta bien avanzada la noche, mientras la enfermera permanecía fuera y hablaba con los guardias.

– Lo estoy pasando muy bien -dijo Carole en un momento dado, entre risas-. Gracias por quedarte conmigo.

– Yo también me sentía sola en el hotel -reconoció Stevie-. La verdad es que estoy empezando a echar de menos a Alan después de tantas semanas-. Me ha llamado muchas veces. Empieza a parecer realmente un adulto, lo cual es una buena noticia, porque el mes pasado cumplió los cuarenta.

Desde luego, es una planta que florece tarde. Me ha invitado a pasar la Nochebuena en casa de sus padres. Hasta ahora siempre hemos pasado las fiestas por separado. Pasarlas juntos nos parecía a los dos un compromiso demasiado grande. Supongo que eso es un avance, pero ¿hacia qué? Me gusta lo que tenemos.

Ninguno de los dos había estado casado y últimamente él hablaba del matrimonio y hacía planes de futuro para ambos. Eso ponía nerviosa a Stevie.

– ¿Qué harías si os casarais? -preguntó Carole con prudencia.

La habitación estaba casi a oscuras, salvo por la luz tenue de una lámpara de noche. Aquello se prestaba a confidencias y preguntas que tal vez no se hubiesen atrevido a hacerse de otro modo, aunque siempre se mostraban bastante sinceras la una con la otra. Sin embargo, algunos temas eran tabú, incluso entre ellas. Aquella era una pregunta que Carole nunca le había hecho, e incluso ahora había vacilado antes de hacerla.

– Suicidarme -dijo Stevie, antes de echarse a reír-. ¿En qué sentido? No lo sé… nada… Detesto los cambios. Nuestro piso es cómodo. A él no le gustan nada mis muebles, pero a mí me da igual. Tal vez pintaría la sala de estar y compraría otro perro.

Stevie no veía por qué iba a cambiar nada, aunque podía ocurrir. El matrimonio le daría a Alan un papel mucho más importante en su vida y por eso no quería casarse con él. A Stevie le gustaba su vida tal como era.

– Me refiero a tu trabajo.

– ¿Mi trabajo? ¿Qué tiene que ver el matrimonio con eso, si no me caso contigo? Creo que entonces me mudaría a tu casa.

Ambas se echaron a reír.

– Trabajas muchas horas, viajas conmigo. Pasamos mucho tiempo fuera. Y cada vez que salte por los aires en un túnel, podrías quedarte atrapada en París durante muchísimo tiempo -explicó Carole con una sonrisa.

– ¡Ah, te refieres a eso! ¡Vaya, no lo sé! Nunca lo he pensado. Creo que renunciaría a Alan antes de renunciar a mi empleo. De hecho, lo sé. ¡Si mi trabajo contigo le supone un problema, que se vaya al diablo! No voy a renunciar a este trabajo. Nunca. Antes tendrías que matarme.

A Carole le resultaba reconfortante oírlo, aunque a veces las cosas cambiaban de forma inesperada. Eso le preocupaba. Por otra parte, quería que Stevie tuviese una buena vida, no solo un trabajo.

– ¿Qué opina Alan? ¿Se queja alguna vez?

– La verdad es que no. A veces protesta un poco si paso mucho tiempo fuera y dice que me echa de menos. Supongo que es bueno para él, salvo que encuentre a otra compañera de dormitorio. Pero es muy tranquilo y también está bastante ocupado. En realidad viaja más que yo, aunque no lo hace por el extranjero sino por California. Que yo sepa, nunca me ha engañado con otra. Tengo entendido que de joven era muy alocado. Soy la primera mujer con la que ha vivido. Hasta ahora la cosa ha funcionado bastante bien, así que ¿para qué arreglar lo que no está roto?

– ¿Te ha pedido que te cases con él, Stevie?

– No, gracias a Dios, aunque me preocupa que lo haga. Nunca hablaba del matrimonio. Ahora saca el tema, y mucho últimamente. Dice que cree que deberíamos casarnos. Pero nunca me lo ha pedido. Me disgustaría si lo hiciera. Creo que se lo toma como la típica crisis de los cuarenta, cosa que también es deprimente. No me gusta nada pensar que somos tan mayores.

– No lo sois. Es bonito que se sienta responsable de ti. A mí me disgustaría que no fuese así. ¿Irás a casa de sus padres en Nochebuena?

Carole sentía curiosidad y Stevie gimió desde su catre, al otro lado de la habitación.

– Supongo. Su madre es una auténtica lata. Piensa que soy demasiado alta y demasiado mayor para él. Genial. Pero su padre es majo, y sus dos hermanas me caen bien. Son inteligentes, como él.

A Carole todo aquello le sonaba bien y le recordó que debía llamar a Chloe al día siguiente. Quería invitarla para que fuese a California varios días antes que los demás a fin de que tuviesen algo de tiempo para estar a solas. Pensaba que sería bueno para ambas.

Se quedó tumbada en la oscuridad durante unos minutos, pensando en lo que Matthieu había dicho de ella y en lo difícil y exigente que Chloe había sido incluso de niña. Eso absolvía y aliviaba un poco a Carole, aunque seguía queriendo tratar de compensar a Chloe por lo que esta creía haberse perdido. Ninguna de ellas tenía nada que perder y ambas podían ganarlo todo.

Estaba casi dormida cuando Stevie volvió a hablarle. Quería plantearle otra de esas preguntas que resultaban más fáciles de hacer en la oscuridad. No podían verse desde sus camas. Era como confesarse. La pregunta cogió a Carole por sorpresa.

– ¿Sigues enamorada de Matthieu?

Stevie llevaba días preguntándoselo. Tras reflexionar un rato, ella dijo lo que más se acercaba a la verdad:

– No lo sé.

– ¿Crees que podrías volver a mudarte aquí?

Stevie estaba preocupada por su trabajo, igual que Carole se preocupaba por perderla a ella. Esta vez Carole respondió deprisa; no había vacilación en su voz.

– No. Al menos no por un hombre. Me gusta mi vida en Los Ángeles. No me iré a ninguna parte -dijo para tranquilizar a su secretaria.

Aunque Anthony y Chloe se habían marchado, le gustaba la casa, la ciudad, sus amigos y el clima. Los inviernos grises de París ya no le atraían, por muy bonita que fuese la ciudad. Ya había estado allí años atrás. No sentía deseos de mudarse.

Ambas se durmieron poco después, con la tranquilidad de que su vida no iba a cambiar. El futuro era seguro, dentro de lo posible.


Cuando Carole despertó a la mañana siguiente, Stevie ya estaba levantada y vestida, y habían hecho su cama. Una enfermera entraba en la habitación con la bandeja del desayuno y la neuróloga la seguía de cerca.

Con una cálida sonrisa, la doctora se situó junto a la cama de Carole. Esta era su paciente estrella y hasta el momento su recuperación superaba todas sus expectativas. Se lo dijo a Carole mientras Stevie escuchaba junto a ella como una madre orgullosa. Tenían mucho que agradecer.

– Aún hay muchas cosas que no recuerdo. Mi número de teléfono, mi dirección. Cómo es mi casa desde fuera. Sé cómo es mi dormitorio y el jardín, e incluso mi despacho. No puedo visualizar el resto de mi casa. Soy incapaz de acordarme de la cara y el nombre de mi ama de llaves. No sé cómo crecieron mis hijos… Oigo la voz de mi padre, pero no puedo verle en mi mente… No sé quiénes son mis amigos. Apenas recuerdo nada acerca de mis matrimonios, en especial el último.

La doctora sonrió ante la inacabable letanía.

– Lo que acaba de decir podría ser una suerte. ¡Yo recuerdo demasiadas cosas de mis dos matrimonios! ¡Ah, si pudiera olvidarlos! -dijo la doctora. Las tres mujeres se echaron a reír y luego volvieron a ponerse serias-. Debe tener paciencia, Carole. Tardará meses, tal vez un año, incluso dos. Puede que algunas cosas pequeñas nunca vuelvan. Puede hacer cosas para ayudarse, fotografías, cartas, pedir a sus amigos que le cuenten cosas… Sus hijos la pondrán al corriente. Su cerebro sufrió un shock tremendo y ahora vuelve a hacer su trabajo. Necesita tiempo para recuperarse. Es como cuando se rompe una película en el cine. Se tarda un poco en volver a introducirla en el rollo y conseguir que se deslice con suavidad.

Salta y brinca durante un rato, la imagen se ve borrosa, el sonido es demasiado rápido o demasiado lento, y luego la película vuelve a correr. Debe tener paciencia durante el proceso. No conseguirá que vaya más deprisa pateando o arrojando palomitas contra la pantalla. Y, cuanto más impaciente se ponga, más difícil le resultará.

– ¿Me acordaré de cómo se conduce?

Aunque su habilidad y coordinación motora ya habían mejorado, aún no eran perfectas. Los fisioterapeutas le habían apretado mucho, con buenos resultados. Su equilibrio había mejorado, pero de vez en cuando la habitación daba vueltas a su alrededor o le flaqueaban las piernas.

– Tal vez al principio no, aunque seguramente se acordará con el tiempo. En cada caso, tiene que recordar lo que antes sabía sin pensárselo dos veces. El lavavajillas, la lavadora, su coche, su ordenador… Todo lo que ha aprendido en su vida tiene que volver a introducirse en el ordenador de su cabeza o recuperarlo si estaba grabado. Creo que hay más cosas grabadas de las que cree. Puede que dentro de un año no tenga ninguna secuela del accidente. O incluso dentro de seis meses. O puede que siempre haya alguna cosa pequeña que le resulte más difícil ahora. Necesitará un fisioterapeuta en California, uno que esté familiarizado con los traumatismos cerebrales. Iba a sugerir un logopeda, pero me parece que ya no lo necesita. Tengo el nombre de un excelente neurólogo en Los Ángeles que puede seguir su caso. Le enviaremos a él todo su historial cuando usted llegue allí. Sugiero que le visite cada dos semanas al principio, pero le corresponde decidir a él. Más tarde puede visitarle una vez cada varios meses si no tiene ningún problema. Quiero que si sufre dolores de cabeza acuda a verle de inmediato. No espere a su próxima visita. Lo mismo debe hacer si nota que pierde el equilibrio. Eso podría ser un problema durante un tiempo. Hoy vamos a hacer unos cuantos escáneres, pero estoy sumamente complacida con su evolución. Es usted nuestro milagro aquí en La Pitié.

Otros supervivientes del atentado no habían evolucionado tan bien y muchos habían muerto, incluso después de los primeros días, la mayoría por quemaduras. Los brazos de Carole se habían curado; la quemadura de su cara había sido superficial y se estaba acostumbrando a la cicatriz. A la doctora le había impresionado favorablemente su falta de vanidad. Era una mujer sensata. Carole estaba mucho más preocupada por su cerebro que por su cara. Aún no había decidido si se operaría para librarse de la cicatriz o conviviría con ella durante un tiempo y decidiría más tarde qué le parecía. Le preocupaba el posible efecto de la anestesia en su cerebro, y a los médicos también. La cicatriz podía esperar.

– Aun así no quiero que viaje en avión durante unas cuantas semanas más. Sé que quiere pasar las fiestas en casa, pero me gustaría que pudiera esperar al veinte o al veintiuno, siempre que no haya complicaciones hasta ese momento. Si las hubiera, los planes cambiarían de forma considerable. Pero, tal como están las cosas, creo que estará en casa por Navidad.

En los ojos de Carole y de Stevie había lágrimas. Durante un tiempo, pareció que nunca iba a volver a casa o que no la reconocería si lo hacía. La Navidad de aquel año iba a ser fantástica con sus dos hijos bajo el árbol, y también Jason, que no pasaba las fiestas con ellos desde hacía años. Carole y los chicos estaban encantados.

– ¿Cuándo puedo volver al hotel? -preguntó Carole.

Se sentía segura y cómoda en el hospital y abandonarlo la asustaba un poco, pero le gustaba la idea de pasar sus últimos días en París en el Ritz. Ya habían accedido a enviar a una enfermera con ella.

– Veamos cómo salen hoy los escáneres. Tal vez pueda volver al hotel mañana o pasado.

Carole sonrió de placer, aunque iba a echar de menos la sensación de seguridad que le daba la atención médica. Los miembros del CRS se trasladarían al Ritz con ella y la seguridad del hotel se reforzaría a su regreso. Ya estaba convenido.

– ¿Qué le parecería si enviase a un médico en el vuelo a California con usted? -añadió la doctora-. Creo que sería buena idea. Se sentiría más tranquila. La presión podría causar algunos cambios capaces de alarmarla, aunque no creo que tenga ningún problema para entonces. Es solo una precaución, y viajará más cómoda.

A Carole y a Stevie les gustó la idea. Stevie no lo había dicho, pero le preocupaban el viaje y la presión, como dijo la doctora.

– Eso sería estupendo -dijo Carole enseguida mientras Stevie asentía con un gesto de aprobación.

– Tengo a un joven neurocirujano que tiene una hermana en Los Ángeles y se muere de ganas de hacer el viaje para pasar las fiestas con ella. Se lo haré saber. Estará encantado.

– Yo también -dijo Stevie, aliviada.

Le aterrorizaba la responsabilidad de estar a solas con Carole en el vuelo, por si algo salía mal estando en el aire. El vuelo duraba once horas, mucho tiempo para preocuparse por ella y no tener asesoramiento ni apoyo médico después de todo lo que había sufrido. Habían hablado de fletar un avión, pero Carole quería viajar en un vuelo comercial; el flete le parecía un gasto innecesario. Al fin y al cabo le habrían dado el alta, solo se sentiría frágil. Quería volver tal como había venido, en Air France, con Stevie a su lado, y también el joven médico con la hermana en Los Ángeles. El viaje le parecía ahora a Stevie muchísimo mejor. Incluso podría dormir, con un médico a mano, nada menos que un neurocirujano.

– Entonces creo que todo está en orden -dijo la doctora, sonriendo de nuevo-. Más tarde le haré saber cómo han salido las pruebas. Creo que pronto podrá empezar a hacer la maleta. Antes de que se dé cuenta estará bebiendo champán en el Ritz.

Sabían que bromeaba, pues ya le habían dicho a Carole que no debía beber alcohol durante algún tiempo. De todos modos no solía beber, así que no le importaba.

Cuando la doctora se marchó, Carole se levantó de la cama y se dio una ducha. Stevie la ayudó a lavarse el pelo, y esta vez Carole echó un largo vistazo en el espejo a la cicatriz de su mejilla.

– Tengo que admitir que no es demasiado bonita -dijo, frunciendo el ceño.

– Parece la cicatriz de un duelo -dijo Stevie alegremente-. Apuesto a que puedes cubrirla con maquillaje.

– Puede que sí. Puede que sea mi insignia de honor. Al menos mi cerebro no está hecho trizas -comentó Carole, apartándose del espejo.

Mientras Carole se encogía de hombros y se secaba el pelo con una toalla, volvió a decirle a su secretaria que le asustaba un poco dejar el hospital. Se sentía como un bebé que abandona la matriz. Por eso se alegraba de llevarse a una enfermera de regreso al hotel.

Tras secarse el pelo llamó a Chloe a Londres y le dijo que no tardaría en volver al hotel y en estar de camino a Los Ángeles antes de Navidad. Carole también daba por supuesto, como todos, que los escáneres saldrían bien, o al menos que no habrían empeorado desde la vez anterior. De lo contrario no habría nada que sugerir.

– Me preguntaba si te gustaría venir unos cuantos días antes que los demás -le ofreció Carole a su hija-. Tal vez el día después de que yo llegue a casa. Puedes ayudarme a preparar la Navidad y salir de compras conmigo. Creo que no compré nada antes de venir. Sería agradable pasar ese tiempo juntas, y tal vez planear un viaje para las dos en primavera a algún sitio al que de verdad te apetezca ir.

Carole llevaba días pensando en ello y le gustaba la idea.

– ¿Nosotras solas? -preguntó Chloe atónita.

– Nosotras solas. -Carole sonrió y miró a Stevie, que levantó el pulgar-. Hemos de recuperar el tiempo. Si tú te animas, yo también.

– ¡Nunca pensé que harías eso, mamá! -susurró Chloe, estremecida.

– Me encantaría. Sería un placer para mí, si tú tuvieses tiempo.

Recordó que Matthieu había dicho que Chloe se mostraba muy necesitada y exigente de niña. Sin embargo, aunque así fuera, si eso era lo que deseaba, ¿por qué no dárselo? Las necesidades de cada persona eran distintas y tal vez las de Chloe fuesen mayores que las de la mayoría, por cualquier motivo, tanto si era culpa de su madre como si no. Carole tenía tiempo. ¿Por qué no utilizarlo para causarle alegría? ¿Acaso no estaban para eso las madres? Que Anthony fuese más independiente y autosuficiente no hacía que las necesidades de Chloe fuesen malas, solo distintas. Y Carole también quería pasar tiempo con ella y compartir el regalo que le había sido concedido, su vida. Después de todo eran sus hijos, aunque fuesen adultos. Fuera lo que fuese lo que ahora necesitasen de ella, quería tratar de dárselo, no solo en honor del pasado, sino también del presente y del futuro. Algún día tendrían una familia propia. Ese era el momento de pasar momentos especiales con ellos, antes de que fuese demasiado tarde. Era su última oportunidad y la estaba aprovechando por los pelos.

– ¿Por qué no piensas dónde te gustaría ir? Tal vez esta primavera. A cualquier lugar del mundo.

Era un ofrecimiento genial y, como siempre, a Stevie le impresionó su jefa y amiga. Siempre hacía lo que tenía que hacer, para el bien de todos. Era una mujer extraordinaria y era una suerte conocerla.

– ¿Qué te parece Tahití? -dijo Chloe de un tirón-. Puedo tomarme unas vacaciones en marzo.

– Me parece fantástico. Creo que nunca he estado allí. Al menos eso me parece. Y si he estado en Tahití, no lo recuerdo, así que será nuevo para mí -comentó antes de echarse a reír-. Ya lo sabremos. En fin, espero volver a Los Ángeles el veintiuno. Tú podrías venir el veintidós. Los demás no llegan hasta Nochebuena. No es mucho tiempo, pero algo es algo. Estaré en París hasta entonces.

Sin embargo, sabía que Chloe tenía que ponerse al día con su trabajo en el Vogue británico y trabajar incluso los fines de semana para recuperar el tiempo perdido, así que Carole no esperaba verla hasta justo antes de Navidad en Los Ángeles. Ella misma aún no estaba lo bastante recuperada para ir a verla a Londres. Quería tomarse las cosas con calma hasta su vuelo de vuelta a Los Ángeles, un viaje que supondría una especie de reto, aunque ahora que un neurocirujano viajaría con ellas estaba más tranquila.

– Iré el veintidós, mamá. Y gracias -dijo Chloe.

Carole notó que su agradecimiento era sincero. Al menos, Chloe apreciaba el esfuerzo que hacía su madre. Carole se dijo que tal vez siempre había hecho el esfuerzo y su hija nunca se había dado cuenta, o no era lo bastante mayor para entenderlo y sentirse agradecida. Ahora ambas se esforzaban e intentaban mostrarse amables. Eso ya era un regalo enorme para las dos.

– Te avisaré cuando vuelva al hotel, mañana o pasado -dijo Carole con calma.

– Gracias, mamá. Te quiero -dijo Chloe en tono cariñoso.

– Y yo a ti.

La siguiente llamada de Carole fue para Anthony, en Nueva York. Estaba en la oficina y parecía ocupado, pero se alegró de oírla. Ella le explicó que volvería al hotel y que estaba deseando verle por Navidad. Él parecía de buen humor, aunque le advirtió que no volviese a trabar amistad con Matthieu. Era un tema recurrente en cada llamada.

– Es que no me fío de él, mamá. La gente no cambia. Y sé cómo te amargó la vida. Todo lo que recuerdo de nuestros últimos días en París es haberte visto llorando sin parar. Ni siquiera me acuerdo de por qué. Solo sé que estabas muy triste. No quiero que vuelva a ocurrirte eso. Ya lo has pasado bastante mal. Preferiría verte volver con papá.

Era la primera vez que él decía eso y Carole se sobresaltó. No quería decepcionarle, pero no iba a volver con Jason.

– Eso no va a suceder -dijo ella con calma-. Creo que estamos mejor como amigos.

– Pues Matthieu no es ningún amigo -masculló su hijo-. Fue un auténtico cabrón contigo cuando vivías con él. Estaba casado, ¿verdad?

Ahora Anthony solo tenía un vago recuerdo de aquello, pero la impresión negativa se había mantenido y era extrema. Habría hecho cualquier cosa por evitar que su madre volviese a sufrir aquel dolor. El simple hecho de recordarlo le hacía daño. Ella se merecía un trato mucho mejor que aquel, de cualquier hombre.

– Sí, estaba casado -dijo Carole en voz baja, temiendo verse forzada a defenderle.

– Eso me parecía. Entonces, ¿por qué vivía con nosotros?

– Los hombres hacen arreglos así en Francia. Tienen amantes además de esposas. No es una situación genial para nadie, pero aquí parecen aceptarla. En aquella época era mucho más difícil divorciarse, así que la gente vivía así. Yo quería que se divorciase, pero murió su hija y entonces su esposa amenazó con suicidarse. El tenía un cargo demasiado alto en el gobierno para romper su matrimonio sin que eso provocase un gran alboroto en la prensa. Parece una locura, pero resultaba menos escandaloso hacer lo que hacíamos. Dijo que se divorciaría y que luego nos casaríamos. Creo que creía realmente que lo haríamos, pero nunca encontraba el momento para romper su matrimonio. Así que nos marchamos -dijo Carole con un suspiro-. No quería irme, pero tampoco que todos nosotros viviésemos así para siempre. No me parecía bien, ni para vosotros ni para mí misma. Soy demasiado estadounidense para eso. No quería ser la amante permanente de alguien y tener que llevar una vida secreta.

– ¿Qué pasó con su esposa? -preguntó Anthony con severidad.

– Murió, al parecer el año pasado.

– Me voy a disgustar mucho si vuelves a tener una relación con él. Va a hacerte daño. Ya lo hizo antes -le advirtió en tono paternal.

– No tengo ninguna relación con él -dijo Carole, intentando tranquilizarle y calmarle.

– ¿Hay alguna posibilidad? Sé sincera, mamá.

A ella le encantó la palabra «mamá». Aún le sonaba nueva y llena de amor. Cada vez que alguno de sus hijos la pronunciaba sentía un estremecimiento.

– No lo sé. No me lo imagino. Todo eso pasó hace mucho tiempo.

– Sigue enamorado de ti. Me di cuenta en cuanto entró.

– Si es así, está enamorado del recuerdo de quién era yo entonces. Todos nos hemos hecho mayores -respondió cansada.

Le habían ocurrido muchas cosas desde su llegada a Francia. Tenía mucho que asimilar y aprender de nuevo. Además, tenía que recuperarse. Pensarlo resultaba abrumador.

– Tú no eres mayor. Es que no quiero que te hagan daño.

– Yo tampoco. Ahora mismo ni siquiera puedo pensar en algo así.

– Estupendo -contestó él, reconfortado-. Pronto estarás en casa. Pero no le permitas empezar algo antes de que te vayas.

– No lo haré, pero tienes que confiar en mí -dijo ella, sintiéndose como una madre.

Por mucho que su hijo la quisiera, tenía derecho a tomar sus propias decisiones y llevar su propia vida, y quiso recordárselo.

– No confío en él.

– ¿Por qué no le damos el beneficio de la duda de momento? No es que fuese un mal hombre; su situación era un desastre y por lo tanto la mía también. Fui imprudente al meterme en aquello, pero era joven, no mucho mayor de lo que eres tú ahora. Debería haberme dado cuenta de lo que ocurriría. El es francés. En aquellos tiempos, los franceses no se divorciaban. Ni siquiera estoy segura de que lo hagan ahora. Aquí es una tradición nacional tener una amante.

Ella sonrió y Anthony negó con la cabeza al otro lado del hilo.

– En mi opinión, eso es una mierda.

– Sí, lo era -reconoció ella, recordándolo claramente.

Entonces cambiaron de tema y él le dijo que estaba nevando en Nueva York. La imagen de la nieve acudió a su mente, y de pronto recordó haberles llevado a patinar al Rockefeller Center cuando eran pequeños, un día que ya estaba instalado el gran árbol de Navidad y nevaba. Fue justo antes de que fuesen a París, cuando en su mundo aún estaba todo en su sitio. Jason había venido a recogerles y les había llevado a tomar un helado. Carole recordaba aquellos días como los más felices de su vida. Todo parecía perfecto, aunque no lo fuese.

– Abrígate bien -le dijo Carole, y él se echó a reír.

– Lo haré, mamá. Cuídate tú también. No hagas ninguna locura cuando vuelvas al Ritz, como salir a bailar.

Carole se quedó en blanco. No sabía si su hijo hablaba en serio.

– ¿Me gusta bailar? -preguntó desconcertada.

– Te vuelve loca. Eres la reina de la pista. Cuando nos veamos por Navidad te lo recordaré. Pondremos música, o puedo llevarte a una discoteca.

– Eso suena divertido.

Si no perdía el equilibrio y se caía, pensó para sí, consternada al ver cuántas cosas ignoraba todavía de sí misma. Al menos había alguien que se las recordaba.

Charlaron durante unos minutos más y colgó, después de decirle que también le quería. Y luego la llamó Jason. Había entrado en el despacho de su hijo justo cuando Anthony colgaba, y este le dijo que su madre parecía estar bastante bien. Carole se sintió conmovida por la llamada de su ex marido.

– Anthony me ha dicho que está nevando en Nueva York – -le dijo a Jason.

– Así es, y con mucha fuerza. Han caído diez centímetros en la última hora. Dicen que esta noche tendremos más de medio metro de nieve. Tienes suerte de volver a Los Ángeles y no venir aquí. Me han dicho que hoy tienen allí veinticuatro grados. Estoy deseando ir por Navidad.

– Yo estoy deseando que estemos todos juntos -dijo ella con una sonrisa cálida y sincera-. Estaba recordando el día que llevamos a los niños a patinar al Rockefeller Center y tú nos llevaste a tomar un helado. Fue muy divertido.

– Ya recuerdas más cosas que yo -dijo él con una sonrisa-. Solíamos llevar a los niños a montar en trineo en el parque. Eso también era divertido.

Lo mismo ocurría con el tiovivo y el estanque para maquetas de veleros. El zoológico. Habían hecho muchas cosas juntos, y Carole había hecho otras a solas con sus hijos entre rodaje y rodaje. Tal vez Matthieu estuviese en lo cierto y no fuese la madre negligente que temía haber sido. Según Chloe, parecía que nunca estaba cuando la necesitaban.

– ¿Qué día te darán el alta? -quiso saber Jason.

– Espero que mañana. Hoy me lo dirán.

Entonces le contó que un médico volaría a Los Ángeles con ella y él pareció aliviado.

– Me parece muy acertado. No hagas ninguna locura antes de marcharte. Tómatelo con calma y dedícate a comer pasteles en el hotel.

– La doctora dice que debería caminar. Puede que haga algunas compras navideñas.

– No te preocupes por eso. Todos tenemos el único regalo de Navidad que queríamos. Te tenemos a ti.

Sus dulces palabras volvieron a conmoverla. Por mucho que rebuscase en su memoria, no podía hallar ningún sentimiento romántico hacia él, pero le quería como a un hermano. Era el padre de sus hijos, un hombre al que había amado y con el que había estado casada durante diez años, y que estaba entretejido para siempre en la tela de su corazón, aunque ahora de una forma distinta. Su relación y apego mutuo habían cambiado con los años. Al menos para ella. Con Matthieu era diferente. Carole tenía sentimientos mucho menos relajados y a veces se sentía tensa en su presencia. Con Jason eso nunca le ocurría. Jason era un lugar de cálida luz solar donde se sentía cómoda y segura. Matthieu era un misterioso jardín al que temía ir, pero aún recordaba su belleza y sus espinas.

– Nos veremos en Los Ángeles -dijo Jason alegremente antes de colgar.

Poco después entró la doctora con los resultados de sus escáneres. Mostraban que había mejorado.

– Puede irse -le dijo la doctora, sonriendo satisfecha-. Se marcha a casa… o de vuelta al Ritz, por ahora. Puede abandonar el hospital mañana.

Lo cierto es que les entristecía verla marchar, aunque se alegraban por ella. Carole también se alegraba de irse. Había sido un mes muy poco común.

Stevie le hizo la maleta e informó al departamento de seguridad del Ritz que llegarían al día siguiente. El jefe de seguridad aconsejó que entrasen por la puerta de la rue Cambon, en la parte trasera del hotel. Casi toda la prensa y los paparazzi esperaban en la place Vendôme. Carole quería entrar con el menor alboroto posible, aunque sabía que le harían fotografías tarde o temprano. Por ahora quería un respiro. Sería la primera vez que salía del hospital en un mes, después de estar a las puertas de la muerte. Stevie quería darle tiempo para recuperarse antes de que la prensa atacase. Carole Barber saliendo del hospital de París iba a ser primera plana de los periódicos de todo el mundo. No resultaba nada fácil ser una estrella y, desde luego, no permitía ninguna vida privada. Viva o muerta, el público la consideraba de su propiedad y Stevie debía protegerla de la curiosidad ajena. Los médicos le habían salvado la vida. A los CRS y al departamento de seguridad del hotel les correspondía mantenerla con vida. Así pues, Stevie suponía que su tarea era la más fácil.

Matthieu la llamó esa noche para ver cómo estaba. Por un asunto del bufete se encontraba en Lyon, donde tenía un caso pendiente.

– ¡Me marcho a casa! -exclamó con una risa placentera.

– ¿A Los Ángeles? -preguntó él abatido, tras un breve silencio.

– No, al hotel -contestó ella, con una carcajada-. Quieren que pase aquí dos semanas más antes de marcharme para asegurarse de que estoy bien-. Envían a un médico a casa en el avión conmigo, y me llevo a una enfermera al hotel. Estaré perfectamente. La doctora acudirá allí a comprobar cómo estoy. Mientras no haga ninguna locura o estupidez, y nadie trate de matarme otra vez, estaré muy bien. Tengo que pasear para recuperar el uso de las piernas. Tal vez pueda hacer ejercicio en la joyería de la place Vendôme.

Carole bromeaba, ya que nunca se compraba joyas, pero estaba muy animada. Matthieu se sintió aliviado al saber que de momento no se marcharía. Quería pasar algún tiempo con ella antes de que volviese a Los Ángeles. Era demasiado pronto para perderla otra vez.

– Podemos ir a Bagatelle y caminar -sugirió, y al oír la palabra Carole recordó haber estado allí con él. Y en los Jardines de Luxemburgo y el Bois de Boulogne. Había una multitud de lugares por los que pasear en París-. Volveré mañana. Te llamaré. Ten cuidado, Carole.

– Lo haré, te lo prometo. Me da un poco de miedo abandonar el hospital. Tengo la impresión de que mi cabeza es de cristal.

Exageraba un poco, pero ahora era muy consciente de su fragilidad y su propia mortalidad y no quería correr riesgos. La perspectiva de alejarse de los médicos que le habían salvado la vida resultaba aterradora. Le tranquilizaba llevarse una enfermera al hotel y Stevie había conseguido una habitación contigua a su suite, por lo que dormiría cerca si Carole tenía un problema, cosa que nadie esperaba. Pero se preocupaban de todos modos, y Matthieu también parecía inquieto a través del teléfono:

– ¿Estás segura de que deberías viajar tan pronto?

Tenía un interés personal en que se quedase, pero se preocupaba sinceramente por ella, incluso como amigo.

– Dicen que todo irá bien, siempre que no ocurra nada raro en las próximas dos semanas. Y quiero estar en casa por Navidad con mis hijos.

– Podrían celebrarla contigo en el Ritz -dijo él esperanzado.

– No es lo mismo.

Además, ahora París tenía una connotación desdichada para todos ellos. Sus hijos tardarían algún tiempo en volver a sentirse cómodos en el Ritz y no pensar en los días angustiosos que habían pasado allí esperando a saber si su madre sobreviviría. Sería bueno llegar a casa, sobre todo para ella.

– Lo entiendo. Si te apetece, me gustaría visitarte en el hotel mañana a mi regreso.

– Eso sería estupendo -dijo ella con calma.

Estaba deseando verle e incluso pasear con él. Un paseo parecía bastante inofensivo.

– Nos vemos mañana -dijo Matthieu antes de colgar.

Se quedó pensando en ella y temiendo el día en que volviese a abandonarle, esta vez quizá para siempre.

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