8

Al día siguiente Jason, Chloe y Anthony fueron al Louvre y después salieron de compras una vez más. Luego regresaron al hotel para almorzar en el bar de la planta baja. A continuación, los dos hombres volvieron a sus habitaciones para llamar al despacho y trabajar un poco. A ambos se les estaba acumulando el trabajo. Sin embargo, las circunstancias eran extraordinarias y los clientes se mostraban comprensivos. Varios de los socios de Jason les sustituían en el trato con diversos clientes. Ambos tenían previsto ponerse al día a su regreso.

Chloe fue a nadar y se dio un masaje mientras su hermano y su padre trabajaban. Había pedido unos días de permiso en su propio empleo. Sus jefes, conscientes de la situación, le dijeron que se quedase en París con su madre tanto tiempo como hiciese falta. Esa tarde tuvo ganas incluso de telefonear a Jake, un chico que había conocido hacía poco en Londres y que le había caído bien. Charlaron durante media hora. Chloe le contó lo del accidente de su madre y él fue muy amable y simpático. Prometió llamarla pronto y dijo que quería verla cuando volviese a Londres. Tenía pensado llamarla y le alegraba mucho que ella le hubiese llamado a él.

Como los demás estaban ocupados, Stevie tuvo la oportunidad de estar a solas con Carole. Los médicos le habían aconsejado que le contase todos los detalles posibles acerca de su vida. Confiaban en que de ese modo se le refrescase la memoria. Stevie estaba dispuesta a hacerlo, pero no quería disgustar a Carole recordándole cosas tristes, y en su vida había habido bastantes.

Stevie, que traía un bocadillo, se sentó frente a Carole para charlar. No tenía en mente nada en particular y Carole había hecho muchas preguntas, como sobre sus padres el día anterior. Partía de cero.

Stevie llevaba ya la mitad del bocadillo cuando Carole le preguntó por su divorcio. Stevie hubo de reconocer que no sabía gran cosa de aquello.

– Entonces no trabajaba para ti. Sé que él estuvo casado con otra persona después de ti, creo que una supermodelo rusa. Se divorció de ella más o menos un año después de que volvieras de Francia. Yo estaba contigo, pero era nueva y no me contaste gran cosa. Me parece que él vino a verte un par de veces, y sospeché que te pidió que volvieras con él. Era solo una sensación mía; nunca me lo dijiste. Jamás te reconciliaste con él. En aquellos tiempos estabas bastante enfadada. Las cosas tardaron un par de años en calmarse. Hasta entonces siempre estabais discutiendo por teléfono sobre los niños. Lleváis diez años siendo buenos amigos.

Carole se había dado cuenta y asintió mientras escuchaba, buscando torpemente en su mente algún recuerdo de su matrimonio con Jason. No encontró nada. Tenía la memoria en blanco.

– ¿Le dejé yo o me dejó él a mí?

– Eso tampoco lo sé. Tendrás que preguntárselo a él. Sé que viviste en Nueva York mientras estabas con él. Estuvisteis diez años casados y luego te fuiste a Francia, donde hiciste una película importante. Para entonces ya te estabas divorciando, creo. Y después de la película te quedaste en París durante dos años, con tus hijos. Compraste una casa y la vendiste un año después de trasladarte a Los Ángeles. Era una casita preciosa.

– ¿Cómo lo sabes? -Carole puso cara de perplejidad-. ¿Trabajabas para mí en París?

Volvía a sentirse confusa. Había muchos acontecimientos que poner en orden cronológico.

– No, fui a cerrarla por ti. Viniste durante un par de días, me dijiste qué querías conservar y enviar a Los Ángeles, y yo me ocupé de lo demás. La casa era pequeña, pero magnífica. Del siglo XVIII, creo, con boiseries y suelos de parquet, grandes cristaleras que daban a un jardín y chimeneas en todas las habitaciones. La verdad es que me dio pena que no te la quedases.

– ¿Por qué no lo hice? -preguntó Carole, frunciendo el ceño.

Carole quería recordar todas esas cosas, pero no lo conseguía.

– Dijiste que estaba demasiado lejos. Además, entonces trabajabas mucho. No tenías tiempo para escaparte a París. Ahora sí, pero entonces no. Creo que no querías volver aquí. -Stevie no se atrevió a sugerir lo demás-. Tratabas de pasar más tiempo con tus hijos entre película y película, sobre todo con Chloe. Anthony siempre fue más independiente que su hermana.

Stevie, que le conocía desde que tenía once años, sabía que ya entonces se contentaba con estar a solas o con sus amigos, además de visitar a su padre en Nueva York durante las vacaciones. En cambio, Chloe exigía más de su madre y nada de lo que esta hiciera le parecía suficiente. En opinión de Stevie era una niña muy necesitada de atención, y seguía siéndolo, aunque menos. Ahora Chloe tenía su propia vida y exigía menos tiempo de su madre. Sin embargo, seguía gustándole ser el centro de atención cuando estaba con Carole.

– ¿Tenía razón Chloe en lo que dijo ayer?

Carole parecía preocupada de verdad. En realidad quería saber si era o no una buena persona. Resultaba aterrador no saberlo.

– No en todo -dijo Stevie, tratando de ser justa-. Tal vez en parte. Cuando era pequeña, debías trabajar mucho. Cuando nació, tenías veintiocho años y estabas en la cima de tu carrera. Yo no te conocía entonces. Llegué siete años más tarde. Pero ella ya estaba enfadada contigo. Tengo entendido que te llevabas a los niños a la mayoría de los rodajes, cuando podías, con un profesor particular, salvo que fuese en países como Kenia. Sin embargo, si la película se rodaba en un país civilizado te los llevabas, incluso cuando empecé a trabajar para ti. Con el tiempo, Anthony empezó a no querer ir, y luego, cuando comenzaron el instituto, ya no podían perder clase. Pero antes de eso iban casi siempre contigo y los directores de sus colegios daban la tabarra, aunque Chloe también la daba cuando no te la llevabas.

Cuando Chloe se hizo mayor, a Stevie le hubiera gustado ser su madre. Pero Stevie no le dijo eso a Carole.

– Estoy segura de que no es fácil tener una madre famosa, pero siempre me ha impresionado lo mucho que te esforzabas y el tiempo que pasas con ellos, incluso ahora. Nunca viajas a ninguna parte sin pasar por Londres y Nueva York para verles. No sé si Chloe se da cuenta de lo poco corriente que es eso o del esfuerzo que requiere por tu parte. No reconoce muchas cosas, como el tiempo que le dedicaste durante su infancia. Y por todo lo que sé lo hiciste muy bien. Supongo que, sencillamente, ella quería más.

– ¿Por qué?

– Hay personas así. Aún es joven y puede arreglarlo si quiere. En el fondo es una buena chica. Lo único que me disgusta es que se porte mal contigo. No creo que sea justo para ti. En muchos aspectos continúa siendo una niña. Tiene que madurar -dijo Stevie con sensatez-. Y además, la has mimado -añadió con una sonrisa-. Le das todo lo que quiere. Lo sé porque pago las facturas.

– Debería darme vergüenza -dijo Carole en tono bondadoso-. ¿Por qué supones que hago eso?

Ya hablaba correctamente. Había encontrado las palabras, aunque no la historia que las acompañaba.

– Por sentimiento de culpa y generosidad. Quieres a tus hijos. Te ha ido bien en la vida y quieres compartir tu suerte con ellos. A veces Chloe se aprovecha, tratando de hacer que te sientas culpable, aunque en ocasiones siente de verdad que la estafaron de pequeña. Creo que le hubiese gustado tener una madre que fuese un ama de casa aburguesada y corriente que se pasara el día llevándola de un lado para otro y no tuviese nada más que hacer. La recogías cada día a la salida del colegio cuando estabas en la ciudad, pero no solo hacías películas. Tenías una vida muy ajetreada.

– ¿Qué más hacía?

Escuchar a Stevie era como escucharle hablar de otra persona. Carole no tenía la sensación de que se refiriese a ella. La mujer que Stevie estaba describiendo era una extraña.

– Llevas años trabajando a favor de los derechos de las mujeres. Has viajado a países en vías de desarrollo, has hablado ante el Senado y las Naciones Unidas, has pronunciado discursos. Cuando crees en algo, predicas con el ejemplo, y eso me parece estupendo. Siempre te he admirado por ello.

– ¿Y Chloe? ¿También me admira ella? -dijo Carole con tristeza. Por lo que Stevie decía, no parecía que fuese así.

– Pues no. Creo que, si le resta a ella tiempo o dinero, le cabrea. Puede que sea demasiado joven para que le preocupen esas cosas. Además, también viajabas bastante por eso entre una película y otra.

– Tal vez debería haberme quedado más tiempo en casa -dijo Carole, preguntándose si el daño entre ellas resultaría reparable a esas alturas. Esperaba que así fuese. Le daba la impresión de que tenía que recompensar a su hija por algunas cosas, aunque estuviese un poco mimada.

– No habrías sido tú misma -dijo Stevie con sencillez-. Siempre andabas metida en muchos asuntos.

– ¿Y ahora?

– No tanto. En los últimos años te tomaste las cosas con más calma.

Stevie se mostraba prudente. No sabía si Carole estaría preparada para saber lo de Sean y afrontar los sentimientos que surgiesen si le recordaba.

– ¿De verdad? ¿Por qué me tomé las cosas con más calma?

Carole pareció preocupada mientras trataba de recordar.

– Puede que estés cansada. Eres más exigente con las películas que haces. Llevas tres años sin hacer ninguna. Has rechazado muchos papeles. Quieres interpretar papeles que tengan sentido para ti, no solo algo llamativo y comercial. Estás escribiendo un libro, o intentándolo. -Stevie sonrió-. Por eso viniste a París. Pensaste que volver aquí podía darte una mejor comprensión.

Y en lugar de eso había estado a punto de costarle la vida. Stevie siempre lamentaría que Carole hubiese hecho ese viaje. Ella misma aún se sentía traumatizada por haber estado a punto de perder a aquella mujer a la que tanto quería y admiraba.

– Creo que volverás a hacer películas cuando acabes el libro. Es una novela, pero debe tener mucho de ti. Quizá te bloqueaste por eso.

– ¿Son los únicos motivos por los que empecé a trabajar menos?

Carole la miró con los ojos inocentes de una niña y Stevie hizo una larga pausa, sin saber qué hacer. Decidió decir la verdad.

– No, no lo son. Hubo otro motivo -dijo Stevie con un suspiro. No le gustaba decírselo, pero alguien lo haría tarde o temprano. Mejor que fuese ella-. Estuviste casada con un tipo estupendo y simpático.

– No me digas que volví a divorciarme -dijo Carole, apenada. Dos divorcios le parecían demasiado. Uno solo ya era triste.

– No te divorciaste -la tranquilizó Stevie, si podía llamarse así. Haber perdido al hombre que amaba era mucho peor-. Estuviste casada durante ocho años. Se llamaba Sean. Sean Clarke. Te casaste con él cuando tenías cuarenta años y él tenía treinta y cinco. Era un productor de mucho éxito, aunque nunca trabajasteis juntos en una película. Era un hombre increíblemente amable, y creo que ambos fuisteis muy felices. Tus hijos le querían. No tenía hijos propios ni los tuvo contigo. De todos modos, cayó muy enfermo hace tres años. Cáncer de hígado. Estuvo en tratamiento durante un año, y se lo tomó con mucha filosofía y tranquilidad. Aceptó lo que le ocurría con una gran dignidad. -Stevie inspiró antes de seguir-. Murió, Carole. En tus brazos. Un año después de caer enfermo. Eso fue hace dos años. Has tenido que hacer un esfuerzo para adaptarte. Has escrito mucho, has viajado un poco y has pasado tiempo con tus hijos. Has rechazado unos cuantos papeles, pero dices que volverás a trabajar cuando hayas escrito el libro. Yo creo que vas a escribir el libro y volver al cine. Este viaje formaba parte de todo eso. Creo que has madurado mucho desde su muerte. Ahora eres más fuerte.

O al menos lo había sido hasta el atentado. Era increíble que hubiese sobrevivido, y quién sabía cuáles serían las secuelas al final. Era demasiado pronto para saberlo. Stevie miró a Carole y vio que estaba llorando. Stevie tocó su mano.

– Lo lamento. No quería contártelo. Era un hombre encantador.

– Me alegro de que me lo hayas dicho. Es muy triste. Perdí a un marido al que debí querer, y ahora ni siquiera le recuerdo. Es como perder todo lo que tenías, todo lo que te importaba. He perdido a todas las personas de mi vida y nuestra historia en común. Ni siquiera recuerdo la cara de ese hombre o cómo se llamaba, ni mi matrimonio con Jason. Ni siquiera recuerdo cuándo nacieron mis hijos.

Aquello le parecía una tragedia aún mayor que el impacto real del atentado. Los médicos le habían explicado lo del atentado. Sonaba muy irreal, aunque todo lo demás también. Como si fuese la vida de otra persona y no la suya.

– No has perdido a nadie, salvo a Sean. Todos los demás siguen aquí. Y viviste momentos maravillosos con él que algún día volverás a recordar. Los otros están aquí, de una u otra forma. Tus hijos, Jason, tu trabajo. Tu historia también está ahí, aunque aún no puedas recordarla. El vínculo que tienes con ellos sigue ahí. Las personas a las que quieres no se van a ninguna parte.

– Ni siquiera sé quién era yo para ellos, quién soy… o quiénes eran ellos para mí -dijo Carole tristemente, antes de sonarse la nariz en el pañuelo de papel que le dio la enfermera-. Me siento como si un barco se hubiera ido a pique con todo lo que poseía.

– El barco no se ha hundido. Está ahí fuera, entre la niebla, en alguna parte. Cuando la niebla se despeje, encontrarás todas tus cosas y a todas las personas que iban en él. De todos modos, la mayor parte es solo equipaje. Tal vez estés mejor así.

– ¿Y tú? -preguntó Carole-. ¿Qué soy para ti? ¿Soy una buena jefa? ¿Te trato bien? ¿Te gusta tu empleo? ¿Qué clase de vida tienes?

Deseaba saber quién era Stevie como persona, no solo en relación con ella misma. Le importaba de verdad. Incluso sin su memoria, Carole seguía siendo la mujer extraordinaria que siempre había sido y a la que Stevie quería.

– Me encanta mi trabajo y te aprecio. Tal vez demasiado. Prefiero trabajar para ti que hacer cualquier otra cosa. Quiero a tus hijos. Me gusta muchísimo el trabajo que hacemos juntas y las causas que defiendes. Me gusta quién eres como ser humano, y por eso te admiro tanto. Eres una buena persona, Carole, y también una buena madre. No dejes que Chloe trate de convencerte de lo contrario.

Stevie estaba disgustada. Chloe había contribuido más de la cuenta a todos los problemas que habían tenido. Se portaba mal con su madre y en ocasiones se mostraba resentida. En opinión de Stevie, la joven habría debido pasarlo por alto y no había hecho bien sacándolo a colación.

– No sé si Chloe recibió de mí un trato tan genial -dijo Carole en voz baja-, pero me alegro de que pienses que soy buena; es horrible no saberlo. No tener ni idea de quién eres, ni de qué le has hecho a la gente. Por lo que sé, podría ser una mala persona y que tú simplemente estuvieses siendo amable conmigo. Es insoportable que no recuerde nada, ni siquiera a las personas que significaban mucho en mi vida. Me da miedo pensarlo.

Le asustaba de verdad. Era como volar a oscuras. No tenía ni idea de cuándo podía chocar contra un muro, tal como había hecho cuando estalló la bomba.

– ¿Y tu propia vida? -le preguntó a Stevie-. ¿Estás casada?

– No. Vivo con un hombre -dijo esta, e hizo una pausa antes de añadir más.

– ¿Le quieres?

Carole sentía curiosidad por ella. Deseaba saberlo todo, sobre todos ellos. Necesitaba saber quiénes eran y descubrir quién era ella.

– A veces -dijo Stevie con sinceridad-, pero no siempre. No estoy segura de lo que siento por él, y por eso nunca nos hemos casado. Además, estoy casada con mi trabajo. Se llama Alan y es periodista. Viaja mucho, cosa que me viene bien. Lo que tenemos es conveniente y cómodo. No estoy segura de poder llamarlo amor. Y cuando pienso en casarme con él, me entran ganas de correr como alma que lleva el diablo. Nunca he pensado que el matrimonio sea algo tan genial, sobre todo si no quieres hijos.

– ¿Por qué no? ¿Lo sabes?

– Te tengo a ti -bromeó Stevie, antes de ponerse seria-. Creo que siempre ha faltado una pieza en mi composición química. Nunca he sentido la necesidad de ser madre. Soy feliz tal como estoy. Tengo un gato, un perro, un trabajo que me encanta y un tipo con el que duermo a veces. Puede que para mí sea suficiente. No me gusta complicar las cosas.

– ¿Es suficiente para él?

Carole sentía curiosidad por ella y por la vida que describía. A ella le sonaba limitada. Era evidente que Stevie tenía miedo, aunque Carole no conseguía entender de qué.

– Seguramente no a largo plazo. Dice que quiere hijos. Pero no puede tenerlos conmigo -dijo Stevie con sencillez-. Va a cumplir cuarenta años y cree que deberíamos casarnos. Eso podría acabar con nosotros. Yo nunca he querido tener hijos. Tomé esa decisión hace mucho tiempo. Yo tuve una infancia de mierda y me prometí que no le haría eso a otra persona. Soy feliz siendo una adulta, sin estorbos ni alguien que me reproche más tarde todo lo que hice mal. Mira lo que te pasa con Chloe. Si sirve de algo, a mí me parece que has sido una madre estupenda para ella y de todos modos está cabreada. Nunca quise eso en mi vida. Prefiero dedicarle tiempo a mi perro. Y si pierdo a Alan por eso, de todas formas tenía que pasar. Le dije desde el principio que no quería hijos y le pareció bien. Ahora puede que su reloj biológico esté haciendo tictac. El mío no. No lo tengo. Tiré el mío hace años. De hecho, estaba tan segura de ello que me hice una ligadura de trompas cuando estudiaba en la universidad. Tampoco quiero adoptar. Me encanta mi vida tal como es.

Parecía muy segura de lo que decía y Carole la miró intensamente, tratando de separar lo que era miedo de lo que era verdad. Había mucho de ambos.

– ¿Qué pasará cuando me ocurra algo a mí? Soy mayor que tú. ¿Y si muero? O cuando muera, mejor dicho. Podría haber muerto en cualquier momento de las últimas tres semanas. Y luego, ¿qué? Si soy lo más importante de tu vida, ¿qué te pasará cuando yo desaparezca? Te pones en una situación aterradora.

Era cierto, tanto si Stevie quería afrontarlo como si no.

– Es aterrador para todo el mundo. ¿Qué pasa cuando muere un marido o un hijo? ¿Y cuando tu marido te deja y acabas sola? Todos tenemos que afrontar eso, tarde o temprano. Puede que yo muera antes que tú. O puede que te enfades y me despidas algún día, si meto la pata. No hay garantías en la vida, salvo que todos saltemos de un puente juntos cuando tengamos noventa años. En la vida se corren riesgos. Tienes que ser sincero y saber lo que quieres. Soy fiel a mis principios. Fui sincera con Alan. Si no le gusta, puede irse. Nunca le mentí diciendo que quería hijos. Le dije al principio que no quería casarme y que mi trabajo lo era todo para mí. Nada ha cambiado. Si no puede vivir con eso, o no le gusto, tiene que salir a buscar lo que quiere. Es lo único que podemos hacer todos. En ocasiones las piezas solo encajan durante algún tiempo. Eso debió de pasar entre Jason y tú, o seguirías casada con él. La mayoría de las relaciones no duran toda la vida. Estoy dispuesta a aceptar eso en un plano global y a esforzarme al máximo. No puedo hacer otra cosa. Y sí, a veces pongo a Alan por detrás de ti y de mi empleo. A veces es él quien antepone el suyo. A mí me viene bien, pero puede que a él no. En ese caso, estamos perdidos, y estuvo bien mientras duró. No busco al príncipe azul ni la historia de amor perfecta. Solo quiero algo práctico y real que me venga bien. Que nos venga bien a ambos. El no es mi prisionero, ni yo quiero ser prisionera suya. El matrimonio me da esa impresión.

Era tan sincera como siempre. Stevie nunca mentía, y tampoco se engañaba. Tenía una visión práctica de su vida, su trabajo y los hombres. Eso la convertía en una persona sólida, real y simpática. Carole se daba cuenta de que Stevie siempre hablaba con el corazón en la mano.

– ¿Me daba esa impresión a mí? -preguntó Carole desconcertada de nuevo.

– Creo que tú también te has sido siempre fiel a ti misma, por lo que yo sé. Me parece que pudiste recuperar a Jason cuando volvió a verte después de París y, por la razón que fuese, no quisiste. Creo que estás más dispuesta a hacer concesiones que yo, y por eso el matrimonio te viene bien. Pero nunca te he visto sacrificar tus valores o tus principios, o quién eres, por nada ni por nadie. Cuando crees en algo, luchas por ello hasta el final. Me encanta eso de ti. Estás dispuesta a defender aquello en lo que crees, por muchas veces que te derriben. Ese es un rasgo estupendo en una persona. Quién eres como ser humano es lo que más importa.

– Para mí es fundamental saber si he sido una buena madre -dijo Carole en voz baja. Pese a haber perdido la memoria, Carole sabía que esa era una gran pieza de su persona.

– Lo eres -dijo Stevie con mirada tranquilizadora.

– Tal vez. Me da la impresión de que tengo que compensar a Chloe por muchas cosas. Estoy dispuesta a aceptar eso. Tal vez antes no podía verlo.

Ahora que volvía a empezar, Carole estaba dispuesta a mirar más de cerca y hacer las cosas mejor esta vez. Tener esa oportunidad suponía un gran regalo y quería estar a la altura de ese regalo. Al menos Anthony parecía satisfecho con lo que había recibido de ella, o simplemente se mostrase más cortés. Tal vez los chicos no necesitasen tanto de sus mamás. Pero era evidente que Chloe sí, y al menos Carole podía tratar de acortar la distancia entre ellas. Deseaba intentarlo.

Hablaron hasta que anocheció sobre piezas de su vida que Stevie conocía y recordaba, sus hijos, sus dos maridos, y Carole le preguntó si había habido algún hombre mientras vivió en París. Stevie dijo distraídamente que creía que sí.

– Pasara lo que pasase, no acabó bien. No hablabas mucho de ello. Y cuando cerramos la casa estabas impaciente por abandonar París. Durante todo el tiempo que estuvimos aquí parecías muy desolada. No quedaste con nadie y, tan pronto como acabaste de darme instrucciones, dejaste el hotel y volviste a Los Ángeles. Fuera quien fuese él, creo que tenías miedo de volver a verle. No tuviste ninguna relación seria durante los primeros cinco años que trabajé para ti, hasta que te enamoraste de Sean. Siempre tuve la sensación de que te habían hecho sufrir mucho. No sabía si fue Jason u otra persona, y no te conocía lo suficiente para preguntar.

Ahora Carole pensaba que ojalá lo hubiese hecho. No tenía ninguna otra manera de saberlo.

– Y ahora no hay forma de averiguarlo -dijo Carole con tristeza-. Si hubo alguien en París, está perdido para siempre en mi memoria. Aunque puede que ya no importe.

– Eras bastante joven. Tenías treinta y cinco años cuando volviste, y cuarenta cuando empezaste en serio con Sean. Los otros con los que te vi antes de él eran pura fachada, gente con la que salías. Entonces solo te importaban tus hijos, el trabajo y las causas. Pasamos un año en Nueva York, mientras interpretabas una obra en Broadway. Fue divertido.

– Ojalá pudiese recordar algo al menos -dijo Carole, frustrada. Aún no podía acceder a nada de aquello.

– Lo recordarás -dijo Stevie con confianza, y luego se rió-. Créeme, hay muchas cosas que me encantaría olvidar de mi vida. Mi infancia, por ejemplo. ¡Menudo desastre! Tanto mi padre como mi madre eran alcohólicos. Mi hermana se quedó embarazada a los quince y acabó en un centro de acogida para chicas rebeldes. Entregó al niño en adopción, tuvo dos más con los que hizo lo mismo, le dio una depresión nerviosa y cuando tenía veintiún años acabó en un hospital psiquiátrico. Se suicidó a los veintitrés. Mi familia era una pesadilla. Sobreviví por los pelos. Supongo que por eso el matrimonio y la familia no me parecen tan geniales. Los asocio con la congoja, los quebraderos de cabeza y el dolor.

– No siempre -dijo Carole con ternura-. Lo siento. Parece muy duro.

– Lo fue -dijo Stevie con un suspiro-. Me he gastado una fortuna en terapia para superarlo. Creo que lo he hecho, pero prefiero no complicarme la vida. Soy feliz viviendo indirectamente a través de ti. Trabajar para ti es bastante emocionante.

– No puedo imaginar por qué. A mí no me da esa impresión. Supongo que lo del cine debió de ser apasionante. Pero divorcios, maridos moribundos y penas en París no me parecen muy divertidos. Más bien suena a la vida real.

– Es cierto. Nadie escapa a eso. Aunque seas famosa, sigues teniendo que aguantar las mismas desgracias que todos, o tal vez incluso más. Llevas la fama de forma extraordinaria. Eres increíblemente discreta.

– Ya es algo, gracias a Dios. ¿Soy una persona religiosa? -preguntó con curiosidad.

– No mucho. Un poquito cuando Sean estuvo enfermo y justo después de que muriese. Por lo demás, no vas mucho a la iglesia. Te criaron como católica, pero creo que eres más espiritual que formalmente religiosa. Lo vives, eres buena persona. No te hace falta ir a la iglesia para eso.

Se había convertido en el espejo de Carole, para mostrarle quién había sido y quién era.

– Creo que me gustaría ir a la iglesia cuando salga del hospital. Tengo mucho que agradecer.

– Yo también -dijo Stevie con una sonrisa.

Entonces le deseó buenas noches y volvió al hotel, pensando en todo lo que habían dicho ese día. Carole se sentía agotada y se durmió antes de que Stevie llegase al hotel. Tratar de reconstruir una vida que se había esfumado requería una increíble cantidad de energía.

Загрузка...