Carole se despertó en mitad de la noche. Se sentía mejor tras un largo sueño. Recordó entonces que Matthieu la había visitado y lo que le había dicho, y se quedó despierta pensando en él durante mucho rato. A pesar de la pérdida de memoria, Matthieu había conjurado muchos fantasmas. Carole se sentía agradecida hacia él; por fin le había dicho con sinceridad que hizo bien en marcharse. Haber oído eso de sus labios le regalaba la libertad. Siempre se había preguntado qué habría ocurrido de haberse quedado y haber esperado un poco más. Ahora Matthieu le había confirmado que nada habría cambiado.
Cuando volvió a despertarse había una enfermera en la habitación y dos guardias en la puerta, gracias al alboroto que había armado Matthieu. Carole llamó a Jason y a sus hijos para contarles lo del ataque. Les aseguró que estaba perfectamente y que había tenido suerte una vez más. Jason se ofreció a volver a París, pero ella le aseguró que la policía tenía la situación bajo control. Aún estaba conmocionada, pero le dijo que estaba segura. Todos se horrorizaron al saber que había sido víctima de otro incidente terrorista. Y Anthony volvió a advertirla sobre Matthieu. Amenazaba con ir a protegerla él mismo, pero ella le dijo que todo iba bien.
Se hallaba en la cama pensando en tocio eso en mitad de la noche. El terrorista, Matthieu y las piezas de la historia de ambos que él le había contado. Todo aquello le provocaba ansiedad y nerviosismo.
Entonces llamó a Stevie al hotel, sintiéndose como una idiota por molestarla, pero necesitaba oír una voz familiar, a pesar de lo avanzado de la hora. Stevie estaba durmiendo.
– ¿Cómo va tu resfriado? -le preguntó Carole.
Ella misma se encontraba mejor, aunque seguía estando enferma y conmocionada por los acontecimientos del día. Le daba miedo pensar en lo que podía haber pasado.
– Mejor, creo, aunque no es para tirar cohetes -dijo Stevie-. ¿Qué haces despierta a estas horas?
Carole le contó lo que había ocurrido, cuando el chico del cuchillo había entrado en la habitación.
– ¿Qué? ¡No me digas! ¿Dónde puñetas estaba el tío de seguridad?
Stevie se horrorizó, como le había ocurrido a la familia de Carole. Resultaba increíble que hubiese sido víctima de dos incidentes. El suceso saldría en las noticias del día siguiente.
– Salió a comer y no vino su relevo. Casi me muero del susto.
Carole dio un profundo suspiro en su cama, pensando en la suerte que había tenido. Cuando lo pensaba, todavía se estremecía. Se alegraba de que Matthieu hubiese llegado enseguida.
– Voy ahora mismo. Pueden poner un catre en tu habitación. No pienso volver a dejarte sola.
– No seas tonta. Tú estás enferma y yo estoy bien. No van a permitir que vuelva a suceder algo así. Matthieu llegaba en ese momento y ha armado una bronca tremenda. Debe de conservar cierta influencia. Al cabo de cinco minutos el director del hospital estaba aquí en plan servil. Y la policía ha tardado horas en marcharse. Ahora no van a permitir que pase nada. Me he llevado un susto de muerte.
– No me extraña.
La policía había dicho que acudiría al día siguiente para tomarle una declaración detallada. No habían querido disgustarla aún más presionándola justo después del ataque. Además, su agresor estaba detenido, así que ella estaba segura.
– Le recordé del túnel -dijo Carole, con voz aún conmocionada.
Stevie decidió cambiar de tema para distraerla y le preguntó por Matthieu.
– ¿Conseguiste que el hombre misterioso arrojara algo más de luz sobre vuestra aventura? -quiso saber Stevie.
– Sí. Yo misma recordé gran parte. También recordé al chico del cuchillo -dijo, volviendo al ataque-. Iba en el taxi que estaba junto a mí en el túnel y salió corriendo. Los terroristas suicidas debieron de decirle que iba a morir. Al parecer no estaba preparado para las setenta y siete vírgenes que iba a tener en el paraíso.
– No, habría preferido matarte. ¡Dios, estoy deseando llegar a casa!
– Yo también -dijo Carole con un suspiro-. En este viaje las he pasado moradas. Pero creo que tengo mis respuestas. Si alguna vez recobro la memoria y aprendo de nuevo a utilizar un ordenador, creo que estaré lista para escribir el libro. Tendré que añadir algo acerca de todo lo que me ha ocurrido. Es demasiado bueno para no usarlo.
– ¿No crees que la próxima vez podrías hacer un libro de cocina o uno infantil? No me gusta cómo te has documentado para esta historia.
Sin embargo, las respuestas que había conseguido acerca de Jason y Matthieu eran lo que necesitaba. Ahora lo sabía. Y, lo que era aún mejor, las había recibido de labios de los propios interesados, en lugar de adivinarlas y entenderlas por su cuenta.
– ¿Qué noticias tienes de Alan? -preguntó Carole.
Charlar con Stevie la estaba ayudando a relajarse. Resultaba agradable tener a alguien con quien hablar a altas horas de la noche. Echaba de menos eso con Sean. Estaba empezando a recordar pequeños fragmentos de su vida con él. Las cosas que Stevie le contaba de él le habían traído algunos recuerdos.
– Dice que me echa de menos -le respondió Stevie-. Se está poniendo nervioso y quiere que vuelva a casa. Dice que añora mi comida. Debe de haber perdido la memoria también. ¿Qué puede echar de menos, la comida china para llevar o los platos preparados de la tienda de ultramarinos? En cuatro años no le he preparado ni una comida decente.
– No se lo reprocho. Yo también te he echado de menos hoy.
– Iré mañana. Y por la noche duermo ahí.
– Nadie me persigue -dijo Carole para tranquilizarla-. Todos los demás tipos saltaron por los aires. -Y estuvieron a punto de matarla también a ella-. No queda nadie.
– No me importa. Prefiero estar ahí contigo.
– Yo preferiría estar en el Ritz que en La Pitié Salpétrière. -Se rió Carole-. No dudaría ni un momento. El servicio de habitaciones del hotel es mucho mejor.
– Da igual -dijo Stevie con firmeza-. Me traslado allí. Y si no les gusta, que se fastidien. Si ni siquiera pueden mantener a un guardia de seguridad en tu puerta a la hora de comer, necesitas ahí a un perro guardián.
– Creo que Matthieu se encargó de eso. Parecían tenerle mucho miedo. Esta noche hay montones de guardias en el pasillo.
– A mí también me asusta -dijo Stevie con sinceridad-. Parece un tipo duro.
– Lo es. -Carole recordaba eso de él-. Pero no lo fue conmigo. Estaba casado. Sencillamente no quiso dejar a su mujer. Hoy hemos hablado de ello. Vivimos juntos durante dos años y medio. No quiso divorciarse de ella, así que me marché.
– Una vez tropecé con uno de esos. Son difíciles de conseguir. La mayoría de la gente no lo logra. Nunca volví a hacerlo. Puede que Alan sea a veces un cabrón, pero al menos es mío.
– Sí, supongo que tardé algún tiempo en entender eso con Matthieu. Cuando nos conocimos me dijo que iba a dejarla, que su matrimonio había terminado hacía diez años.
– Siempre dicen gilipolleces así. La última en enterarse es la esposa. Nunca se marchan.
– Permaneció casado con ella hasta el año pasado. Dijo que hice bien en marcharme.
– Eso parece. ¿Y se ha divorciado ahora? -Se sorprendió Stevie.
Nadie se divorciaba a la edad de él, y menos en Francia.
– No, murió. Se quedó con ella hasta el final. Cuarenta y seis años. De un matrimonio supuestamente sin amor. ¿Qué sentido tiene eso?
– Costumbre. Pereza. Cobardía. Sabe Dios por qué se queda la gente.
– Su hija murió cuando yo vivía con él. Y entonces su mujer amenazó con suicidarse. Hubo una retahíla inacabable de excusas, algunas de ellas incluso válidas, aunque la mayoría no, hasta que por fin me rendí. Estaba casado con ella y con Francia.
– Me da la impresión de que no tuviste ninguna oportunidad.
– Él también lo dice ahora. Desde luego, no lo decía entonces.
No le contó a Stevie lo del bebé que había perdido, pero algún día hablaría de ello con Anthony, por si se acordaba. Él nunca le había dicho nada, pero cuando se encontraron en el hospital resultó evidente lo mucho que acabó odiando a Matthieu. Incluso sus hijos se habían sentido traicionados. Aquello había dejado una impresión duradera en su hijo, fuesen cuales fuesen los detalles.
– Cuando volvimos para vaciar la casa, te vi deprimida.
– Lo estaba.
– Parece que estás recordando muchas cosas -comentó Stevie.
En los últimos días, Carole se había remontado a muchos años atrás, y el chico del cuchillo había contribuido a refrescar su memoria.
– Es verdad. Poco a poco me acuerdo de cosas, de sentimientos más que de acontecimientos.
– Por algo se empieza -dijo Stevie.
Mike Appelsohn también la ayudó, salvo por la entrevista con la prensa.
– Espero que te envíen pronto de regreso al hotel -añadió.
Stevie estaba muy preocupada por el riesgo de que quedasen terroristas vivos. Sin embargo, ahora la policía estaba alerta.
– Yo también.
Acto seguido se despidieron y colgaron. Carole permaneció en la cama durante un buen rato pensando en la suerte que tenía, en sus maravillosos hijos, en lo milagrosa que había sido su supervivencia y en lo afortunada que era de tener una amiga como Stevie. Trató de no pensar en Matthieu ni en el chico que había venido para matarla con su aterrador cuchillo. Permaneció en la cama con los ojos cerrados, respirando hondo. Pero, hiciera lo que hiciese, no dejaba de ver en su cabeza al chico del cuchillo y entonces su mente corría hacia la seguridad y protección que Matthieu parecía ofrecerle. Era como si después de todos aquellos años él siguiera siendo un refugio, un remanso de paz, y fuese a protegerla de todo daño. Carole no quería creer eso, pero en algún lugar guardado en la memoria de su corazón seguía creyéndolo. Casi pudo sentir los brazos de él que la estrechaban mientras se quedaba dormida por fin.