Carole pasó su última noche en París cenando con Matthieu en un restaurante nuevo que él conocía por referencias y quería probar. La comida era excelente, el ambiente era romántico e íntimo y lo pasaron estupendamente. Matthieu ya había hecho planes. Viajaría a Los Ángeles el dos de enero, tras regresar de esquiar en Val d'Isère con sus hijos. Hablaron de sus respectivos proyectos para las fiestas y ella le contó que pasaría algo de tiempo con Chloe antes de que su padre y su hermano llegasen para celebrar la Navidad. No era gran cosa, pero estaba bien para empezar.
– La verdad es que no la privaste de nada, ¿sabes? -la tranquilizó él.
Seguía pensando que el resentimiento de Chloe hacia su madre era poco razonable, dado lo que había visto cuando ella era pequeña. Pero las impresiones que tenía Chloe de aquel tiempo eran distintas.
– Ella cree que sí. Puede que eso sea lo único que importa. El abandono está en la mirada del observador o en su corazón. Dispongo de tiempo para dedicárselo. ¿Por qué no voy a hacerlo?
La velada no resultó nada triste, porque Carole sabía que Matthieu viajaría a California al cabo de dos semanas. Estaba deseando pasar la Navidad con sus hijos y con Jason. Además, confiaba en ir a Las Vegas en Nochevieja para la boda de Stevie. A pesar de eso, Stevie ya había dicho que viajaría a París con ella en marzo o abril. Alan estaba completamente dispuesto a mostrarse comprensivo. Y en algún momento, Carole pensaba que tendría que prescindir de ella durante algún tiempo. Tal vez Matthieu y ella hiciesen algunos viajes por Italia y Francia. Confiaba en haber avanzado mucho con su libro para entonces.
Cuando llegaron los postres, Matthieu se sacó del bolsillo un estuche de Cartier y se lo entregó. Era su regalo de Navidad.
Carole abrió el estuche con cuidado tras observar aliviada que no era el estuche de un anillo, ya que el acuerdo al que habían llegado no resultaba formal de momento. Ya verían cómo funcionaban las cosas. Al abrir la tapa vio que dentro había una bonita pulsera de oro. Era muy sencilla, aunque llevaba tres diamantes. Matthieu había hecho grabar una inscripción en el interior y le dijo a Carole que eso era lo mejor de todo. Para poder leerla ella la sostuvo cerca de la vela que estaba sobre la mesa y al hacerlo se le saltaron las lágrimas. Decía: «Sé fiel a ti misma. Te quiero. Matthieu». Ella le besó y se la puso. Era la forma que tenía él de decir que aprobaba lo que hacía y la amaba tal como era. Era una señal tanto de respeto como de amor.
Carole también le había traído un regalo y Matthieu sonrió al ver que procedía de la misma tienda. Lo abrió con tanta prudencia como ella había abierto el suyo y vio que era un elegante reloj de oro. Carole le había regalado uno años atrás que aún llevaba. Arlette supo que procedía de ella y se abstuvo de hacer comentarios. Era la única joya que llevaba y ella sabía que estaba cargado de significado para él. Carole también había hecho grabar su regalo. En la parte posterior decía: «Joyeux Noel. Je t'aime. Carole». Matthieu estaba tan satisfecho con su regalo como ella con el suyo.
Como el restaurante estaba cerca del hotel, volvieron al Ritz caminando despacio, seguidos por la escolta. Carole ya estaba acostumbrada a su presencia, al igual que Matthieu. Se detuvieron delante del Ritz y se besaron mientras se disparaba un flash en la cara de los dos.
– Sonríe -le susurró Carole rápidamente.
El lo hizo y luego ambos se echaron a reír. Los paparazzi volvieron a fotografiarles.
– Mientras te hacen fotos, más vale que sonrías a la cámara -añadió, y él se echó a reír otra vez.
– Siempre parezco un asesino en serie cuando los fotógrafos me cogen por sorpresa.
– La próxima vez acuérdate de sonreír -dijo Carole mientras entraban en el vestíbulo.
No les importaba salir en los periódicos. No tenían nada que ocultar.
Matthieu la acompañó a su habitación y volvió a besarla en el salón de la suite. Stevie ya se había acostado, después de acabar de hacer las maletas. El ordenador de Carole seguía sobre el escritorio, pero no tenía previsto trabajar esa noche.
– Sigo siendo adicto a ti -dijo él con pasión.
Matthieu volvió a besarla. Estaba deseando que llegasen los descubrimientos que iban a hacer cuando él viajase a California para estar con ella. Recordaba muy bien lo maravilloso que era.
– Pues no debes serlo -susurró Carole, en respuesta a su comentario.
No quería la locura que habían compartido en el pasado. Quería algo sosegado y cálido, no la pasión angustiosa que vivieron años atrás. Sin embargo, al mirarle recordó que aquel no era Sean, sino Matthieu. Era un hombre poderoso y apasionado; siempre lo había sido, y la edad no lo había mitigado. Matthieu no tenía nada de tranquilo o tibio. Sean tampoco lo fue, pero era un tipo de hombre distinto. Matthieu era una fuerza motriz, exactamente igual que ella. Juntos poseían una energía que podía iluminar el mundo. Eso era lo que la había asustado al principio, pero se estaba acostumbrado a ello de nuevo.
Ambos llevaban puestos sus respectivos regalos de Navidad. Se sentaron en el salón de la suite y hablaron durante largo rato. Era una de las cosas que mejor hacían, y el resto no tardaría en llegar. Ninguno de los dos se había atrevido a encarar una relación más física. Las heridas de Carole eran demasiado recientes y la doctora le había aconsejado esperar, cosa que les parecía sensata a ambos. Matthieu no quería hacer nada que supusiera un riesgo para ella. Por eso el vuelo le preocupaba.
Matthieu acudiría por la mañana para llevarla al aeropuerto. Saldrían a las siete. Carole tenía que facturar antes de las ocho para coger el vuelo a las diez. El neurocirujano que viajaría con ellas había prometido llegar al Ritz a las seis y media para comprobar su estado antes de salir. Se había puesto de acuerdo con Stevie y le dijo que el viaje le entusiasmaba.
Matthieu abandonó por fin la habitación poco después de la una de la mañana. Carole parecía tranquila y contenta mientras se cepillaba los dientes y se ponía el camisón. Estaba ilusionada con la llegada de él a California y todo lo que tenía previsto hacer antes. Tenía muchas esperanzas puestas en las semanas siguientes. Era toda una nueva vida.
A la mañana siguiente, Stevie la despertó a las seis. Carole ya estaba vestida y desayunando cuando llegó el joven médico. Parecía un crío. El día anterior Carole se había despedido de su neuróloga y también le había regalado un reloj Cartier, uno práctico de oro blanco, con segundero. La doctora estaba encantada.
Matthieu llegó a las siete en punto. Como siempre, iba con traje y corbata, y comentó que Carole parecía una chica joven con sus vaqueros y un holgado suéter gris. Quería estar cómoda durante el vuelo. Se había maquillado por si la sorprendían los fotógrafos. Llevaba su pulsera y los diamantes destellaban contra la piel de su brazo. Matthieu lucía orgulloso su reloj nuevo y anunciaba la hora a todo aquel que quisiera escucharle, mientras Carole se reía. Ambos estaban contentos y relajados.
– Estáis muy monos, chicos -comentó Stevie mientras el botones acudía para recoger sus maletas.
Como siempre, Stevie lo tenía todo organizado. Había dejado propinas para el servicio de habitaciones y las camareras, los conserjes que la habían ayudado y dos subdirectores de recepción. Esa era su especialidad. Matthieu se quedó impresionado al ver cómo conducía al médico fuera de la habitación, llevaba el maletín del ordenador y su pesado bolso, se ocupaba de su propio equipaje de mano, despedía a la enfermera y hablaba con los escoltas.
– Es muy buena -le dijo a Carole mientras tomaban el ascensor hasta el vestíbulo.
– Sí que lo es. Lleva quince años trabajando para mí. Volverá conmigo en primavera y, para entonces, puede que se haya casado.
– ¿No le importará a su marido?
– Parece que no. Yo soy parte del trato -aclaró con una sonrisa.
Fueron al aeropuerto en dos coches; Carole en el de Matthieu, y Stevie, el médico y la escolta en la limusina alquilada. Los ya familiares paparazzi hicieron fotos de Carole mientras subía al coche de Matthieu. Ella se detuvo un instante para sonreír y saludar con la mano. Tenía todo el aspecto de una estrella de cine con su brillante sonrisa, su largo cabello rubio y sus pendientes de diamantes. Nadie habría imaginado jamás que había estado herida o enferma. Y Matthieu apenas podía ver la cicatriz mortecina de su mejilla, hábilmente cubierta con maquillaje.
Mientras charlaban de camino al aeropuerto, Carole no pudo evitar acordarse de la última vez que él la acompañó hasta allí, quince años atrás, en una mañana desoladora para ambos. Durante aquel viaje Carole no pudo dejar de sollozar. Entonces creía que nunca volvería a ver a Matthieu. A pesar de las vagas garantías que ella le dio, ambos sabían que no volvería. Esta vez, al llegar al aeropuerto, Carole bajó del coche muy contenta, pasó por los controles de seguridad y fue hasta la sala de espera de primera clase con Matthieu mientras Stevie facturaba las maletas. Air France lo había organizado todo para que Matthieu pasara con Carole, por ser él quien era.
El doctor comprobó con discreción sus constantes vitales media hora antes del vuelo. Eran perfectas. El joven tenía muchas ganas de volar en primera clase.
Cuando anunciaron el vuelo Matthieu la acompañó hasta la puerta de embarque y se quedaron hablando hasta el último momento. Luego, él la estrechó entre sus brazos.
– Esta vez es distinto -dijo Matthieu, reconociendo lo que ella había recordado esa mañana.
– Sí que lo es. Aquel fue uno de los peores días de mi vida -dijo Carole suavemente, mirándole.
Ambos se sentían felices de gozar de aquella segunda oportunidad.
– También de la mía -dijo él, abrazándola con fuerza-. Cuídate cuando vuelvas. No te esfuerces demasiado. No tienes que hacerlo todo a la vez -le recordó.
En los últimos días Carole había empezado a hacer más cosas y a moverse más deprisa. Volvía a ser ella misma.
– El médico dice que estoy perfectamente -replicó ella.
– No tientes a la suerte -la regañó él.
Se acercó Stevie para recordarle a Carole que era hora de subir al avión. Esta asintió y volvió a mirar a Matthieu. Los ojos de él reflejaban la misma alegría que sentía ella.
– Que te diviertas con tus hijos -le dijo él.
– Llamaré en cuanto llegue -prometió ella.
Stevie le había dado a Matthieu los datos del vuelo.
Se besaron, y esta vez no hubo fotógrafos que les interrumpieran. A Carole le costó despegarse de Matthieu. Pocos días antes le asustaba volver a abrirle su corazón y ahora cada vez se sentía más cerca de él. Le entristecía dejarle, pero también se alegraba de volver a Los Ángeles. Había estado a punto de no regresar. Todos eran conscientes de ello mientras ella se apartaba por fin y avanzaba despacio hacia el avión. Carole se detuvo, se dio la vuelta y le miró de nuevo con una amplia sonrisa, que era la que él siempre recordó. Era la sonrisa de estrella con que se desmayaban sus admiradores de todo el mundo. Se quedó mirándole durante unos momentos, dijo en silencio las palabras «je t'aime» y luego, con un gesto de la mano, se volvió y subió al avión. Había sido un viaje milagroso y regresaba a casa, con Matthieu en su corazón. Esta vez esperanzada y no desengañada.