9

El sábado siguiente, la familia fue a hacerle a Carole una breve visita. Esta se sentía cansada. La larga conversación con Stevie del día anterior, en la que le había hecho un millón de preguntas acerca de su vida, su historia y su personalidad, la había dejado exhausta. Todos se dieron cuenta de que necesitaba descansar, por lo que no se quedaron mucho rato. Carole volvió a dormirse antes incluso de que salieran de la habitación. Stevie se sentía culpable por haberse extendido tanto la tarde anterior, pero había muchas cosas que Carole quería saber.

Chloe y Anthony tenían previsto pasar el domingo en Deauville y convencieron a Stevie para que les acompañase. A ella le pareció divertido. Además, Jason le había mencionado que quería pasar algún tiempo a solas con Carole. Esta volvía a encontrarse mejor después de descansar y se alegraba de tener a Jason para ella sola. También había muchas cosas que quería saber por él, muchos detalles de la vida que una vez compartieron.

Jason llegó a la habitación, le dio un beso en la mejilla y se sentó. Al principio hablaron de sus hijos y de lo buenas personas que eran. Él dijo que Chloe parecía entusiasmada con su primer empleo y que Anthony trabajaba mucho para él en Nueva York, lo cual no era de extrañar.

– Es un chico estupendo -dijo Jason, orgulloso-. Responsable, amable. Fue un estudiante fantástico. Jugaba al baloncesto en la universidad. Pasó la adolescencia sin enterarse. Siempre estuvo loco por ti. -Jason le sonrió con ternura-. Cree que eres perfecta. Iba a ver cada una de tus películas unas tres o cuatro veces. Fue a ver una de ellas diez veces, y llevó a todos sus amigos. Cada año proyectábamos tu última película en su fiesta de cumpleaños. Eso es lo que quería. No creo que haya tenido ni un minuto de resentimiento en su vida. Sencillamente acepta las cosas tal como vienen, y si ocurre algo malo sabe arreglárselas. Ese es un rasgo formidable. Tiene una actitud genial ante la vida y siempre gana. Es curioso, pero creo que fue bueno para él que tú estuvieses tan ocupada. Eso le hizo ingenioso y muy independiente. No puedo decir lo mismo de Chloe. Creo que tu carrera no resultó fácil para ella cuando era pequeña. Chloe nunca tiene suficiente. Para ella, el vaso siempre está medio vacío. Para Anthony, está rebosante. Es curioso lo distintos que pueden ser dos hermanos.

– ¿Es que siempre estaba fuera? -preguntó Carole preocupada.

– No. Pero pasabas fuera mucho tiempo. Muchas veces te llevabas a Chloe a los rodajes. Más de lo que a mí me parecía bien. La sacabas del colegio y contratabas a un profesor particular. Pero ni siquiera eso sirvió de nada. Sencillamente, Chloe está muy necesitada. Siempre lo estuvo.

– Puede que tenga derecho a estarlo -dijo Carole, tratando de ser justa-. No veo cómo pude hacer todas esas películas y seguir siendo una buena madre.

Esa idea pareció disgustarla mucho y Jason quiso tranquilizarla:

– Te las apañabas, y de hecho muy bien. Creo que eres una madre estupenda, no solo buena.

– No si mi hija, nuestra hija -rectificó con una sonrisa-, es infeliz.

– Ella no es infeliz; es que necesita mucha atención. Tratar de satisfacer sus necesidades sería un proyecto a tiempo completo. Nadie puede dejar todo lo que está haciendo y centrar toda su atención en un niño. Cuando estábamos casados yo mismo habría querido que estuvieras más pendiente de mí. Sí, estabas ocupada cuando eran pequeños, pero les prestabas mucha atención, sobre todo entre una película y otra. Hubo un par de años duros cuando ganaste los Oscar. Tenías un rodaje tras otro, pero te los llevabas. Hiciste una película épica en Francia y estuviste con ellos todo el tiempo. Carole, si hubieses sido doctora o abogada habría sido peor. Conozco a mujeres con empleos normales, por ejemplo en Wall Street, que nunca dedican tiempo a sus hijos. Tú siempre lo hiciste. Me parece que Chloe quería una mamá a tiempo completo, alguien que no trabajase, se quedase en casa horneando galletas con ella los fines de semana y no hiciese otra cosa que llevarla y traerla del colegio. Y eso habría sido muy aburrido.

– Puede que no tan aburrido -dijo Carole con tristeza-, si era eso lo que necesitaba. ¿Por qué no abandoné el cine cuando nos casamos?

Ahora le parecía sensato, pero Jason se echó a reír.

– Creo que aún no comprendes lo famosa que eres. Tu carrera se estaba disparando cuando te conocí, y aún subió más. Estás muy arriba, Carole. Habría sido una lástima que renunciases a una carrera así. Conseguir lo que tú has conseguido supone un logro increíble, y además te las arreglas para apoyar causas que son importantes para ti y para el mundo y dar buen uso a tu nombre. Y aun así lograste ser una buena madre. Creo que por eso está Anthony tan orgulloso de ti. Todos lo estamos. Tengo la sensación de que, hicieras lo que hicieses, Chloe habría pensado que había recibido escasa atención. Ella es así. Puede que de ese modo consiga lo que quiere o necesita. Créeme, nunca descuidaste a tus hijos, ni mucho menos.

– Es que me gustaría que Chloe se sintiese mejor. Parece muy triste cuando habla de su infancia.

Eso hacía que Carole se sintiese culpable aunque no supiese lo que había o no había hecho.

– Lleva un año acudiendo a un terapeuta -dijo él-. Superará todo eso. Puede que este accidente le ayude a darse cuenta por fin de la suerte que tiene de tenerte. Eres una madre estupenda.

E incluso ahora, sin memoria, se inquietaba por sus hijos y agradecía la tranquilidad que él le infundía. Mientras le escuchaba se preguntó si a Chloe le gustaría que, cuando estuviese mejor, fuese a Londres para pasar allí unas semanas. Eso podía demostrarle que se preocupaba de verdad por ella y quería pasar tiempo en su compañía.

No podía revivir el pasado ni reescribir la historia, pero sí tratar de hacer las cosas mejor en el futuro. Estaba claro que Chloe sentía que la habían estafado de pequeña. Y tal vez aquella fuese una oportunidad para Carole de compensarla y darle lo que sentía que nunca había tenido. Estaba dispuesta a hacerlo. No tenía planes más importantes. El libro que había estado intentando escribir podía esperar, si alguna vez lo retomaba. Desde el atentado sus prioridades eran distintas. Aquello había sido una tremenda llamada de atención, tal vez la última ocasión para hacer bien las cosas. Quería aprovechar esa oportunidad mientras aún estuviese a tiempo.

Hablaron durante un rato de diversos temas. Luego ella le miró con serenidad. Jason estaba sentado en la silla que ocupó Stevie el día anterior y, como ella, le hablaba de su vida. Sin embargo, Carole también quería conocer la parte de él.

– ¿Qué nos pasó? -preguntó con tristeza.

Era evidente que su historia no había tenido un final feliz.

– Menuda pregunta…

No estaba seguro de que estuviese preparada para oírlo todo, pero ella dijo que sí. Necesitaba saber quiénes habían sido, qué les había ocurrido y por qué se divorciaron, así como qué había sucedido desde entonces. Ya sabía lo de Sean, por Stevie, pero sabía muy poco de su vida con Jason, salvo que habían estado casados durante diez años, que vivían en Nueva York y que tuvieron dos hijos. El resto era un misterio para ella. Stevie no conocía los detalles y Carole no se habría atrevido a preguntarles a sus hijos, que de todos modos debían de ser demasiado pequeños en aquella época para saber qué había pasado.

– Para ser sincero, no estoy seguro -respondió él por fin-. Me pasé años tratando de entenderlo. Supongo que la respuesta más sencilla es que yo pasaba por la típica crisis de los cuarenta y tú tenías una carrera muy importante. Ambos elementos colisionaron y nos hicieron explotar. Sin embargo, fue más complicado. Al principio era genial. Cuando me casé contigo ya eras una estrella. Tenías veintidós años y yo treinta y uno. Yo llevaba cinco años siendo afortunado en Wall Street y quise financiar una película. No suponía un gran beneficio económico; simplemente parecía divertido. Era un crío y quería conocer chicas guapas. Nada más profundo. Conocí a Mike Appelsohn en una reunión en Nueva York. El era entonces un gran productor y actuaba como agente tuyo desde que te descubrió. Aún lo hace -dijo para ponerla al tanto-. Me invitó a Los Ángeles. Estaba preparando un contrato. Así que fui, puse mi nombre en la línea de puntos para financiar una película y te conocí.

»Eras la chica más hermosa y simpática que había visto en mi vida, dulce, joven e inocente, típicamente sureña todavía. Llevabas cuatro años en Hollywood y seguías siendo una cría adorable e inocente, aunque ya eras una gran estrella. Era como si toda aquella fama no te hubiese afectado. Eras la misma persona buena, cálida y sincera que debías de ser mientras crecías en la granja de tu padre en Mississippi. Entonces aún tenías acento del Sur. Eso también me encantaba. Mike hizo que te librases de él. Siempre lo eché de menos. Formaba parte de la dulzura que me encantaba de ti. En realidad, no eras más que una cría. Me enamoré perdidamente de ti, y tú también de mí.

»Fui hasta allí una docena de veces mientras rodabas la película, solo para verte. Acabamos saliendo en todos los diarios sensacionalistas. Joven promesa de Wall Street intenta ganarse a la estrella más sexy de Hollywood. Eras maravillosa. Estabas llena de encanto. Aún lo estás -dijo con una sonrisa-, pero entonces no estaba acostumbrado. Creo que nunca me acostumbré. Me despertaba por las mañanas y me pellizcaba, incapaz de creer que estaba casado con Carole Barber. ¿Podía haber algo mejor?

»Nos casamos seis meses después de conocernos, cuando terminaste la película. Al principio dijiste que eras demasiado joven para casarte, y seguramente tenías razón. Te convencí, pero fuiste sincera. Dijiste que no estabas dispuesta a renunciar a tu carrera. Querías hacer películas. Te lo pasabas en grande, y yo también al estar contigo. Nunca en mi vida me he divertido tanto como entonces.

»Mike nos llevó a Las Vegas un fin de semana en su avión y nos casamos. El fue nuestro testigo, junto con una amiga tuya. Era tu compañera de habitación y, por más que lo intento, no consigo recordar cómo se llamaba. Fue la dama de honor. Y tú eras la novia más guapa que he visto en mi vida. Pediste prestado un vestido de vestuario de una película de los años treinta. Parecías una reina.

»Fuimos a México de luna de miel. Pasamos dos semanas en Acapulco y luego volviste al trabajo. Entonces hacías unas tres películas al año. Eso es muchísimo. Los estudios te obligaban a rodar sin parar con grandes estrellas y productores importantes. No dejabas de recibir guiones. Eras una auténtica industria. Nunca he visto nada igual. Eras la estrella más sexy del mundo y yo estaba casado contigo. Salíamos constantemente en la prensa. Eso es muy emocionante para dos críos, aunque supongo que con el tiempo puede cansar. Sin embargo, a ti no te ocurrió. Disfrutabas cada minuto y ¿quién podía reprochártelo? Eras la niña mimada del mundo, la mujer más deseable del planeta… y me pertenecías a mí.

»Te pasabas casi todo el tiempo rodando, y entre película y película vivíamos juntos en Nueva York. Teníamos un piso genial en Park Avenue. Y siempre que podía, iba a verte a los rodajes. La verdad es que nos veíamos mucho. Hablamos de tener hijos, pero no había tiempo. Siempre había otra película que hacer. Y un buen día llegó Anthony por sorpresa. Para entonces ya llevábamos dos años casados. Te tomaste unos seis meses de descanso, tan pronto como empezó a notarse el embarazo, y volviste al trabajo cuando el bebé tenía tres semanas. Estabas rodando una película en Inglaterra y te lo llevaste con una niñera. Pasaste allí cinco meses y yo iba a veros cada dos semanas. Era una forma loca de vivir, pero tu carrera era demasiado intensa para ensombrecerla. Además, eras demasiado joven para querer dejarlo. Yo lo comprendía por completo. Llegaste a tomarte unos meses de descanso cuando te quedaste embarazada de Chloe. Anthony tenía tres años. Le llevabas al parque como hacían todas las demás mamás. Eso me encantaba. Estar casado contigo era como jugar a las casitas, pero con una estrella de cine. La mujer más bella del mundo era mía.

Al decirlo, aún le brillaban los ojos de ilusión. Carole le observó, preguntándose por qué no había reducido el ritmo. El no parecía cuestionarse eso tanto como ella. A Carole, su carrera ya no le parecía tan importante. Pero él dejaba bien claro que entonces sí.

– En fin, un año después de que naciese Chloe, cuando Anthony tenía cinco años, volviste a quedarte embarazada. Esta vez fue un verdadero accidente y ambos nos disgustamos. Yo estaba ampliando mi negocio y trabajando como un loco, tú estabas rodando películas por todo el mundo. Anthony y Chloe nos parecían suficiente entonces, pero seguimos adelante. Sin embargo, perdiste el bebé. Te quedaste destrozada, y la verdad es que yo también. Para entonces me había hecho a la idea de un tercer hijo. Habías estado en un plato, en África, rodando tú misma las escenas peligrosas, lo cual parecía una locura, y sufriste un aborto. Te obligaron a volver al trabajo cuatro semanas más tarde. Tenías un contrato penoso y dos películas detrás. Era un torbellino constante. Dos años más tarde ganaste tu primer Oscar y la presión no hizo más que empeorar. Creo que entonces ocurrió algo, no a ti, sino a mí. Aún eras joven. Tenías treinta años cuando recibiste el Oscar. Yo iba a cumplir cuarenta años y, aunque entonces no lo reconocía, creo que me cabreaba estar casado con una mujer que tenía más éxito que yo. Estabas haciendo una maldita fortuna. Todo el mundo te conocía. Y creo que estaba harto de enfrentarme a la prensa y los cotilleos. Todo el mundo te miraba cada vez que entrábamos en algún sitio. Nunca se fijaban en mí, siempre en ti. Eso cansa, y es duro para el ego de un hombre. Puede que también quisiera ser una estrella, ¿qué sé yo? Solo quería una vida normal, una mujer, dos hijos, una casa en Connecticut, tal vez Maine en verano. En cambio, viajaba por todo el mundo para verte, tú tenías a nuestros hijos o los tenía yo, y te sentías deprimida sin ellos. Empezamos a discutir mucho. Quería que lo dejases, pero no tenía valor para decírtelo, así que lo pagaba contigo. Nos veíamos poco, y cuando nos veíamos discutíamos. Y entonces ganaste otro Oscar dos años más tarde y creo que eso acabó de fastidiarlo todo. Fue el final. Después perdí la esperanza. Supe que nunca ibas a dejarlo, al menos en mucho tiempo. Te comprometiste a hacer una película durante ocho meses en París y yo me cabreé un montón. Debería habértelo dicho, pero no lo hice. No creo que supieras qué me pasaba. Estabas demasiado ocupada para darte cuenta y nunca te dije lo disgustado que estaba. Hacías películas, tratabas de tener a nuestros hijos contigo en los rodajes y venías a verme siempre que tenías un par de días libres para hacerlo. Tenías un gran corazón. Sencillamente, no había días suficientes en el año para atender todo lo que querías: tu carrera, nuestros hijos y yo. Puede que lo hubieses dejado entonces si te lo hubiese pedido. ¿Quién sabe? Pero no te lo pedí.

La miró, arrepentido de no haberlo hecho. Jason había tardado años en comprender todo aquello y lo estaba compartiendo con Carole.

Carole le observaba, concentrada y en silencio.

– Empecé a beber y asistir a fiestas -continuó con mirada sombría-, y reconozco que en ocasiones me salté las normas. Acabé más de una vez en la prensa del corazón y tú jamás te quejaste. Me preguntaste un par de veces qué pasaba. Yo dije que solo estaba jugando, lo cual era cierto. Trataste de venir a casa más a menudo, pero una vez que empezaste la película en París tuviste que quedarte allí; rodabas seis días por semana. Anthony tenía ocho años y le matriculaste en un colegio allí. Chloe tenía cuatro años, iba a la guardería por las mañanas y el resto del tiempo la tenías en el plato contigo, con la niñera. Empecé a comportarme como un soltero, o como un idiota.

Miró a su ex esposa y parecía avergonzado de verdad. Ella le sonrió.

– Me da la impresión de que ambos éramos jóvenes y tontos -dijo con generosidad-. Debió de ser desagradable estar casado con alguien que se pasaba casi todo el tiempo fuera de casa y trabajaba tanto.

– Fue duro -asintió él agradecido por sus palabras-. Cuanto más lo pienso, más cuenta me doy de que debí pedirte que lo dejases, o al menos que redujeras el ritmo. Pero, con dos Oscar a tus espaldas, ibas lanzada. Me parecía que no tenía derecho a jorobar tu carrera, así que jorobé nuestro matrimonio y siempre lo lamentaré. No me importa que lo sepas. Es lo que siento, aunque nunca te lo he dicho.

Carole asintió en silencio. No recordaba nada de todo aquello, pero agradecía su franqueza al hablar de sí mismo.

Parecía un hombre amable de verdad. A medida que su historia se desarrollaba, se hacía más y más fascinante. Como siempre, parecía la vida de otra persona y no suscitaba en su mente ninguna memoria visual. Mientras escuchaba, no dejaba de preguntarse por qué no tuvo ella misma el sentido común de dejar su carrera y salvar su matrimonio, aunque aquello sonaba como una avalancha imparable. Las primeras señales de alarma ya resultaban visibles, pero al parecer su carrera era entonces demasiado poderosa. Era una fuerza en sí misma, con vida propia. Ahora se daban cuenta ambos del origen de sus problemas. Era una lástima que ninguno de los dos hubiese hecho nada al respecto. Carole no era consciente, absorbida como estaba por su emocionante carrera, y Jason se sentía molesto y se lo ocultaba, consumido por dentro. Al final lo pagó con ella. Jason había tardado años en reconocer eso, incluso para sí. Aquella fue una ruptura clásica y trágica. Carole lamentaba no haber sido más sensata entonces. Pero era joven, si eso servía de excusa.

– Te marchaste a París con los niños. Te agenciaste el papel de María Antonieta en una de esas películas épicas importantes. Y una semana después de que te marcharas, fui a una fiesta que daba Hugh Hefner. Jamás he visto chicas tan bellas, casi tanto como tú.

Jason le sonrió con arrepentimiento y pesar, y ella le devolvió la sonrisa. Era triste escuchar aquello. El final era predecible. Sin sorpresas. Carole sabía que esa película no debió de tener un final feliz, o él no estaría contándole aquella historia.

– No eran mujeres como tú. Tú eres buena, amable y sincera, y te portaste bien conmigo. Trabajabas sin parar y pasabas mucho tiempo fuera de casa, pero eras una buena mujer, Carole. Siempre lo has sido. Aquellas jóvenes eran de una especie diferente. Cazafortunas baratas, algunas de ellas prostitutas, aspirantes a actrices, modelos, fulanas. Yo estaba casado con una mujer auténtica. Aquellas chicas eran impostoras llamativas, y manejaban a la multitud de maravilla. Conocí a una supermodelo rusa llamada Natalya. Entonces causaba sensación en Nueva York. Todo el mundo la conocía. Había salido de la nada, desde Moscú, pasando por París, e iba detrás del dinero, a toda costa. El mío y el de cualquiera. Creo que había sido la amante de algún vividor en París, ya no me acuerdo. En cualquier caso, desde entonces ha tenido a muchos tipos así. Ahora vive en Hong Kong, casada con su cuarto marido. Creo que es brasileño, traficante de armas o algo así, pero tiene un montón de dinero. Se hace pasar por banquero, pero creo que se mueve en un negocio mucho más turbio. Ella me volvió loco. Para ser sincero, bebí demasiado, esnifé algo de coca que me pasó alguien y acabé en la cama con ella. Para entonces ya no estábamos en casa de Hefner. Estábamos en el yate de alguien, en el río Hudson. Aquella gente iba a por todas. Yo tenía cuarenta y un años, ella tenía veintiuno. Tú tenías treinta y dos y estabas trabajando en París, tratando de ser una buena madre, aunque fueses una esposa ausente. No creo que me engañases nunca. No creo que se te pasara por la cabeza, y además no tenías tiempo. Tenías una reputación intachable en Hollywood, aunque no puedo decir lo mismo de mí.

»Acabamos saliendo en todos los diarios sensacionalistas. Creo que ella se encargó de eso. Tuvimos una aventura que tú ignoraste educadamente. Fuiste muy generosa. Se quedó embarazada dos semanas después de conocernos. Se negó a abortar y quiso casarse. Dijo que me quería y que renunciaría a todo por mí, a su carrera de modelo, a su país y a su vida, y que se quedaría en casa y criaría a nuestros hijos. Aquello me sonó a música celestial. Yo estaba deseando tener una esposa a tiempo completo y tú no parecías dispuesta a serlo. ¿Quién sabe? Nunca te lo pedí. Simplemente perdí la cabeza por ella.

»Iba a tener un hijo mío. Yo quería más hijos, y tener a Chloe había sido demasiado duro para ti. Además, dada tu agenda, habría sido una locura que tuviésemos más hijos. Ya era bastante duro arrastrar a dos niños por todo el mundo; ni siquiera yo podía imaginarte haciéndolo con tres o cuatro, y además Anthony se estaba haciendo mayor. Yo quería a mis hijos en casa, conmigo. No me preguntes cómo, pero ella me convenció de que el matrimonio era la mejor solución. íbamos a ser una parejita enamorada con un montón de críos. Compré una casa en Greenwich y llamé a un abogado. Creo que perdí la cabeza. La clásica crisis de los cuarenta. Financiero de Wall Street se vuelve majareta, destruye su vida y jode a su mujer. Viajé a París y te dije que quería el divorcio. Nunca en mi vida he visto llorar a nadie así. Durante unos cinco minutos, me pregunté qué estaba haciendo. Pasé la noche contigo y estuve a punto de entrar en razón. Teníamos unos hijos encantadores y no quería hacerles desdichados, ni tampoco a ti. Y entonces ella me llamó. Era como una bruja que urde un conjuro, y funcionó.

»Volví a Nueva York y solicité el divorcio. Tú no me pediste nada, salvo la pensión para los niños. Estabas ganando mucho dinero por tu cuenta y tenías demasiado orgullo para aceptar nada mío. Te dije que Natalya estaba en estado y te quedaste hecha polvo. Me porté como un grandísimo hijo de puta. Creo que pretendía desquitarme por cada minuto de tu éxito, por cada segundo que no pasaste conmigo. Seis meses después me casé con ella. Tú seguías en París. Como es lógico, no querías hablar conmigo. Viajé un par de veces para ver a los niños y tú hiciste que me los entregase la niñera en el Ritz. Me evitabas por completo. De hecho, te pasaste dos años sin hablarme directamente, solo a través de abogados, secretarias y niñeras. Los tenías de sobra. Lo gracioso fue que dos años y medio después, cuando te mudaste a Los Ángeles, redujiste la velocidad de tu carrera a un tenue rugido. Seguías haciendo películas, pero menos, y pasabas tiempo con los niños. Eso no habría sido un problema para mí, comparado con el ritmo que llevabas antes. Nunca supe que harías eso. Pero no tuve valor para esperar a que pasara o pedírtelo.

»Natalya tuvo al bebé dos días después de nuestra boda, y al cabo de un año dio a luz a nuestra segunda hija. Renunció a su carrera de modelo durante esos dos años, pero entonces me dijo que se moría de aburrimiento. Me abandonó y volvió a trabajar como modelo. Dejó a las niñas conmigo durante algún tiempo y luego se las llevó. Conoció a un vividor tremendamente rico, se divorció de mí y se casó con él. Al divorciarse me desplumó. No me preguntes por qué, pero no me molesté en firmar capitulaciones, así que se largó y me dejó sin blanca. Ni siquiera vi a aquellas niñas durante cinco años. No me lo permitió. Estaban fuera de nuestra jurisdicción y ella iba dando vueltas por Europa y Sudamérica, coleccionando maridos. En el fondo lo que hacía era prostitución de gama alta. Eso se le da muy bien. Mientras tanto, yo te había hecho daño a ti y había destruido nuestro matrimonio.

»Cuando regresaste a Los Ángeles, la verdad es que esperé a que las aguas volvieran a su cauce y al final fui a visitarte, supuestamente para ver a los niños, aunque a quien quería ver en realidad era a ti. Te habías calmado y te conté lo que había pasado. Fui sincero contigo y te dije la verdad tal como la veía. No creo que me diese cuenta entonces de que envidiaba tu carrera y tu fama. Te pedí que me dieras otra oportunidad. Dije que era por el bien de los niños, pero era por el mío. Todavía te quería. Todavía te quiero -dijo con sencillez-. Siempre te he querido.

»Me volví totalmente majareta por esa chica rusa. Pero tú ya no me querías cuando te lo pregunté, aunque no te lo reprocho. Yo no podía haberlo hecho peor. Te mostraste educada y elegante, y con mucha amabilidad me mandaste a la mierda. Dijiste que para ti todo había terminado, que había destruido lo que sentías por mí, que me habías querido de verdad y que lamentabas mucho que me disgustase tu carrera y tu obligación de pasar tanto tiempo fuera de casa. Dijiste que te lo habrías tomado con más calma si te lo hubiese pedido, aunque no estoy del todo seguro de que eso sea verdad, al menos al principio. Habías tomado mucho ímpetu y habría resultado difícil bajar el ritmo en ese momento.

»Así que yo volví a Nueva York y tú te quedaste en Los Ángeles. Con el tiempo nos hicimos amigos. Los niños crecieron y nosotros maduramos. Te casaste con Sean cuatro años después de mi visita y yo me alegré por ti. Era muy buena persona y se portaba de forma estupenda con nuestros hijos. Cuando murió, lo sentí por ti. Merecías un hombre como ese, no un cabrón como yo había sido contigo. Y entonces murió. Me sentí fatal por ti. Y aquí estamos ahora. Somos amigos. El año que viene cumpliré los sesenta. He sido lo bastante listo para no volver a casarme nunca desde lo de Natalya. Vive en Hong Kong y veo a las chicas dos veces al año. Me tratan como a un extraño, y eso es lo que soy para ellas. Natalya sigue siendo guapa, con ayuda del bisturí. ¡Solo tiene treinta y nueve años! Las chicas tienen diecisiete y dieciocho, y un aspecto muy exótico. La pensión que les sigo pasando podría financiar a un país pequeño, pero tienen un estilo de vida bastante caro. Ahora ambas trabajan como modelos. Chloe y Anthony no las conocen, y me alegro.

»Así pues, aquí estamos. Soy una especie de mitad hermano, mitad amigo, un ex marido que aún te quiere, y creo que tú sola vives bien. Nunca me pareció que lamentaras no haber vuelto conmigo ni haberme dado otra oportunidad, sobre todo desde que conociste a Sean. No me necesitas, Carole. Tienes tu propio dinero, que invertí bastante bien en tu nombre hace mucho tiempo, y aún me pides consejo. Nos queremos de forma peculiar. Siempre estaré ahí para ayudarte si me necesitas y supongo que tú harías lo mismo por mí. Nunca tendremos más que eso, pero conservo unos recuerdos increíbles de nuestro matrimonio. Jamás los olvidaré. Me entristece que tú no te acuerdes, porque vivimos momentos maravillosos. Espero que algún día vuelvas a recordarlos. Conservo en mi memoria cada instante que pasamos juntos y nunca dejaré de lamentar el dolor que te causé. Lo pagué en cantidades industriales, pero me lo merecía.

Jason le había hecho una confesión completa y, al escucharle, Carole se sintió muy conmovida.

– Espero que me perdones algún día. Creo que ya lo habías hecho hace mucho. En nuestra amistad ya no hay amargura ni malos rollos. Con el tiempo se pulieron las aristas, en parte por tu forma de ser. Tienes un corazón enorme, fuiste una buena esposa para mí y eres una madre estupenda para nuestros hijos. Te lo agradezco.

Luego se quedó contemplándola en silencio mientras ella le miraba con profunda compasión.

– Lo has pasado muy mal -dijo ella amablemente-. Gracias por compartir todo eso conmigo. Lamento no haber sido lo bastante lista para ser la esposa que necesitabas que fuese. En nuestra juventud hacemos cosas muy estúpidas.

Después de escucharle, se sentía muy vieja. Jason había tardado dos horas en contarle toda su historia. Estaba cansada y tenía mucho en que pensar. No recordaba nada de lo que él había dicho, pero le daba la impresión de que él había tratado de ser justo. La única que había salido vapuleada en la historia era la supermodelo rusa, aunque parecía que se lo merecía. Jason había escogido fatal, y lo sabía. Aquella joven era muy peligrosa. Carole nunca lo fue y siempre trató de mostrarse cariñosa y sincera con él. Jason se lo había dejado muy claro. Ella tenía poco que reprocharse; solo haber trabajado mucho y haber pasado demasiado tiempo fuera de casa.

– Me alegro muchísimo de que estés viva, Carole -le dijo con ternura antes de marcharse, y ella supo que hablaba en serio-. Si esa bomba te hubiese matado, a nuestros hijos y a mí se nos habría roto el corazón. Espero que recuperes la memoria. Pero, aunque no lo hagas, todos te queremos.

– Lo sé -dijo ella en voz baja-. Yo también te quiero.

Había tenido pruebas del amor de todos, incluso de él, aunque ya no estuviesen casados. Antes de irse, Jason se despidió de ella con un beso en la mejilla.

Aquel hombre añadía algo a su vida, no solo recuerdos e información sobre el pasado, sino también una tierna amistad que tenía un sabor propio.

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