Jason solo se llevó a París su maletín y una pequeña bolsa de viaje. Esperaba distraerse trabajando en el avión, pero no llegó a abrir el maletín; no habría podido concentrarse en los papeles. Esa noche solamente pensó en su ex esposa.
El avión aterrizó en París a las 6.51 de la mañana, hora local, y estacionó en una pista apartada. Los pasajeros bajaron las escaleras bajo una lluvia torrencial y subieron a un autobús que aguardaba. A continuación se dirigieron despacio y dando bandazos hacia la terminal. Jason, impaciente, se moría de ganas de llegar a la ciudad. Como no había facturado equipaje, estaba en un taxi a las siete y media y pidió al taxista, en un francés vacilante, que le llevase al hospital de La Pitié Salpétrière, donde se hallaba la mujer sin identificar. Jason sabía que estaba en el boulevard de l'Hôpital, en el distrito 13, y lo había anotado para evitar errores. Entregó la hoja de papel al taxista, que asintió.
– Bien. Entiendo -dijo en un inglés con mucho acento, ni mejor ni peor que el francés de Jason.
Tardaron casi una hora en llegar al hospital. Nervioso en el asiento trasero, Jason se decía que la mujer que estaba a punto de ver no debía de ser Carole, que acabaría desayunando en el Ritz y que tropezaría con ella a su regreso. Sabía lo independiente que era ahora. Siempre lo había sido, pero aún más desde la muerte de Sean. Jason sabía que viajaba con frecuencia a conferencias mundiales sobre los derechos de la mujer y que había participado en varias misiones de la ONU. Sin embargo, no tenía ni idea de lo que hacía en Francia. Fuera lo que fuese, esperaba que no estuviese cerca del túnel cuando se produjo el atentado terrorista. Con un poco de suerte, estaría en otra parte. Pero, en ese caso, ¿qué hacían su pasaporte y su bolso en el Ritz? ¿Por qué había salido sin ellos? Si le ocurría algo, nadie sabría quién era.
Jason sabía que a Carole le encantaba su anonimato y la posibilidad de vagar libremente sin que los fans la reconociesen. Le resultaba más fácil en París, aunque no demasiado. Carole Barber era conocida en el mundo entero y eso animaba a Jason a creer que la mujer del hospital de La Pitié Salpétrière no podía ser ella. ¿Cómo podían no reconocer ese rostro? Era impensable, a menos que hubiese quedado desfigurado. Mil pensamientos aterradores atravesaban su mente cuando el vehículo se detuvo por fin delante del hospital. Jason pagó la tarifa con una generosa propina y bajó del taxi. Parecía exactamente lo que era, un distinguido hombre de negocios norteamericano. Llevaba un traje inglés gris, un sobretodo de cachemira azul marino y un reloj de oro carísimo. A sus cincuenta y nueve años continuaba siendo un hombre atractivo.
– Merci! -le gritó el taxista desde la ventanilla, levantando el dedo pulgar por la buena propina-. Bonne chance!
Le deseaba suerte. La expresión de Jason Waterman le indicaba que la necesitaría. La gente no iba directamente del aeropuerto a un hospital, sobre todo aquel, si no había ocurrido nada malo. El taxista había llegado a esa conclusión, y los ojos y el rostro agotado de Jason le dijeron lo demás. Necesitaba afeitarse, ducharse y descansar un poco. Pero aún no.
Jason entró a grandes zancadas en el hospital con su bolsa en la mano, confiando en que alguien hablase el inglés suficiente para ayudarle. El subdirector del Ritz le había dado el nombre de la jefa del servicio de traumatología. Jason se paró a hablar con la joven de recepción y le mostró la hoja de papel en que lo llevaba escrito. Ella respondió deprisa en francés y Jason le dio a entender que no comprendía ni hablaba el idioma. La joven señaló hacia el ascensor que se hallaba a sus espaldas y levantó tres dedos mientras pronunciaba las palabras «troisième étage». Tercera planta. «Réanimation», añadió. Aquello no le sonó bien. Era el término francés que indicaba la UCI. Jason le dio las gracias y se dirigió a toda prisa hacia el ascensor. Tenía ganas de acabar con aquello. Se sentía sumamente estresado y sufría palpitaciones. No había nadie en el ascensor, y cuando llegó a la tercera planta miró desorientado a su alrededor. Un cartel indicaba «Réanimation». Se dirigió hacia el cartel, recordando que esa era la palabra que había pronunciado la chica de la planta baja, y se encontró ante la recepción de una ajetreada unidad. El personal médico corría de acá para allá y se veían varios cubículos con pacientes de aspecto apagado en su interior. Los aparatos zumbaban y silbaban, los monitores pitaban, los enfermos gemían y el olor de hospital le revolvió el estómago tras el largo vuelo.
– ¿Hay alguien aquí que hable inglés? -preguntó con voz firme, aunque la recepcionista no dio muestras de entenderle-. Anglais. Parlez-vous anglais?
– Engleesh… one minute…
La mujer, que hablaba una mezcla de inglés y francés, fue a buscar a alguien. Apareció una doctora con bata blanca, pantalones de hospital, un gorro de ducha en la cabeza y un estetoscopio en torno al cuello. Tenía más o menos la edad de Jason y su inglés era bueno, lo que supuso un alivio para él, pues temía que nadie entendiese sus palabras y, lo que era peor, que él no entendiese lo que le decían.
– ¿En qué puedo ayudarle? -le preguntó la doctora en voz alta y clara.
Él preguntó por la jefa del servicio de traumatología y la doctora le dijo que no estaba, aunque a cambio ofreció su ayuda. Jason explicó por qué estaba allí y se olvidó de añadir el «ex» delante de la palabra «esposa».
Ella le miró con atención. El hombre iba bien vestido y parecía respetable. También parecía muerto de preocupación. El pensó que debía de parecer un loco y explicó que acababa de llegar en el vuelo de Nueva York. Pero ella pareció entenderlo. Jason explicó que su esposa había desaparecido del hotel y que temía que pudiese ser la víctima no identificada.
– ¿Cuánto tiempo hace?
– No estoy seguro. Yo estaba en Nueva York. Ella llegó el día del atentado terrorista en el túnel. Nadie la ha visto desde entonces y no ha vuelto al hotel.
– Han pasado casi dos semanas -dijo ella.
La doctora parecía preguntarse por qué había tardado tanto en averiguar que su esposa había desaparecido. Era demasiado tarde para explicarle que estaban divorciados, puesto que se había referido a ella como su esposa, y tal vez fuese mejor así. No sabía qué clase de derechos tendrían los ex maridos en Francia en esos casos; seguramente ninguno, como en cualquier otra parte.
– Mi esposa estaba de viaje; puede que no sea ella. Espero que no. He venido para comprobarlo.
La doctora asintió con gesto de aprobación y luego le dijo algo a la enfermera de recepción, que señaló una habitación con la puerta cerrada.
La mujer le indicó que la siguiera y abrió la puerta de la habitación. Jason no podía ver a la paciente que estaba en la cama, rodeada de máquinas. Había dos enfermeras de pie junto a ella que no le dejaban ver. Oyó el zumbido del respirador y el runrún de las máquinas. La doctora le hizo pasar. Había una tonelada de aparatos en el interior. De pronto Jason se sentía como un intruso, un mirón. Se disponía a ver a una mujer que tal vez fuese una desconocida. Sin embargo, tenía que verla para asegurarse de que no era Carole. Se lo debía a ella y a sus hijos, aunque pareciese una locura. Incluso a él le parecía estar cerca de la paranoia, o tal vez simplemente del sentimiento de culpa. Siguió a la doctora y vio una figura inmóvil tendida en la cama, con un respirador en la boca, la nariz cerrada con cinta adhesiva y la cabeza inclinada hacia atrás. Estaba completamente inmóvil y su rostro tenía una palidez mortecina. El vendaje de la cabeza parecía enorme; tenía otro en la cara y una escayola en el brazo. Desde el ángulo en que se aproximaba a ella, era difícil verle la cara. Dio otro paso adelante para ver mejor. Entonces se quedó sin aliento y los ojos se le llenaron de lágrimas. Era Carole.
Su peor pesadilla acababa de hacerse realidad. Se acercó y tocó los dedos ennegrecidos que sobresalían de la escayola. No sucedió nada. Carole se hallaba en otro mundo, lejos de allí, y parecía que nunca fuese a regresar. La miró mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Lo peor había ocurrido. Ella era la víctima no identificada del atentado del túnel. La mujer a la que una vez amó y todavía amaba se debatía entre la vida y la muerte en París, y llevaba sola en aquel hospital casi dos semanas, mientras todos los que la querían ignoraban por completo lo sucedido. Jason se volvió consternado hacia la doctora.
– Es ella -susurró.
Las enfermeras le miraban fijamente. Todas habían comprendido que la había identificado.
– Lo siento -dijo la doctora con voz suave antes de indicarle con un gesto que la siguiera al exterior-. ¿Es su esposa? -preguntó, aunque ya no necesitaba confirmación. Las lágrimas de Jason hablaban por sí mismas. El hombre parecía deshecho-. No teníamos forma de identificarla. No llevaba documentos, nada que tuviera su nombre.
– Ya lo sé. Dejó el bolso y el pasaporte en el hotel. Lo hace de vez en cuando.
Carole siempre salía sin bolso, con un billete de diez dólares en el bolsillo. Ya lo hacía años atrás, cuando vivían en Nueva York, aunque él siempre le decía que llevase su documentación. Esta vez había sucedido lo peor y nadie sabía quién era, cosa que aún le resultaba difícil de creer.
– Mi esposa es actriz, una famosa estrella de cine -añadió Jason al cabo de unos momentos.
Sin embargo, eso ya no importaba. Era una mujer en la UCI con una grave lesión craneal, nada más. La doctora parecía atónita e intrigada por lo que él había dicho.
– ¿Es una estrella de cine?
– Carole Barber -dijo él, consciente del impacto que tendrían sus palabras.
La doctora se sorprendió.
– ¿Carole Barber? No lo sabíamos -respondió visiblemente impresionada.
– Sería preferible que la prensa no lo descubriese. Mis hijos no lo saben todavía y no quiero que se enteren así. Quisiera llamarles primero.
– Por supuesto -dijo la doctora, cayendo en la cuenta de lo que iba a ocurrirles.
No la habrían cuidado de forma distinta, pero ahora, cuando se supiese que estaba allí, se verían asediados por la prensa. Eso iba a dificultarles la vida. Había sido mucho más fácil mientras solo era la víctima desconocida de un atentado. Tener a una de las principales estrellas de cine de Estados Unidos en su unidad de réanimation iba a amargarles la vida a todos.
– Cuando se sepa, será difícil mantener alejada a la prensa -añadió la doctora, preocupada-. Tal vez podamos utilizar su apellido de casada.
– Waterman -dijo él-. Carole Waterman.
Hubo un tiempo en que esa fue la verdad. Carole nunca había adoptado el apellido de Sean, que era Clarke. Habrían podido utilizar también este último y Jason comprendió que ella tal vez lo habría preferido. Pero ¿qué importaba ahora? Lo único que importaba era que sobreviviese.
– ¿Va a… va a… se pondrá bien?
No pudo pronunciar las palabras y preguntar si iba a morir. Sin embargo, parecía muy probable. Carole tenía muy mal aspecto; parecía casi muerta.
– Lo ignoramos. Las lesiones cerebrales son difíciles de pronosticar. Ha experimentado una mejoría y las gammagrafías cerebrales son buenas. La inflamación está remitiendo. Sin embargo, mientras no despierte no podemos saber qué daños sufrirá. Si continúa mejorando pronto le quitaremos el respirador. Entonces debe respirar por sí misma y despertar del coma. Hasta entonces no podemos saber cuáles son los daños ni los efectos a largo plazo. Necesitará rehabilitación, pero nos queda un largo camino por delante. Todavía está en peligro. Existe riesgo de infección y de complicaciones, y el cerebro podría volver a inflamarse. Recibió un golpe muy fuerte en la cabeza. Tuvo mucha suerte de no sufrir quemaduras peores, y el brazo se curará. La cabeza es nuestra principal preocupación.
Jason ni siquiera podía imaginar cómo se lo diría a los chicos, pero tenían que saberlo. Chloe tenía que venir de Londres y Anthony, de Nueva York. Tenían derecho a ver a su madre y Jason sabía que querrían estar con ella. ¿Y si moría? No podía soportar la idea.
– ¿Debería estar en algún otro sitio? -preguntó, mirando a la doctora a los ojos-. ¿Puede hacerse algo más?
La doctora pareció ofendida.
– Lo hemos hecho todo, antes incluso de saber quién era. Eso no significa nada para nosotros. Ahora debemos esperar. El tiempo nos dirá lo que necesitamos saber, si sobrevive.
Quería recordarle que su supervivencia aún no estaba garantizada. No deseaba darle falsas esperanzas.
– ¿La han operado?
La doctora volvió a negar con la cabeza.
– No. Decidimos que era preferible no traumatizarla más, y la inflamación remitió por sí sola. Adoptamos un enfoque prudente y creo que era lo mejor para ella.
Jason asintió aliviado. Al menos no le habían abierto el cerebro. Eso le daba esperanzas de que volviese a ser ella misma algún día. Era todo lo que cabía esperar por ahora, y de no ser así lo afrontarían cuando llegase el momento, como afrontarían su muerte si se producía. Era un pensamiento abrumador.
– ¿Qué piensan hacer ahora? -preguntó deseoso de actuar. Quedarse sentado no era lo suyo.
– Esperar. No podemos hacer nada más. Sabremos algo en los próximos días.
El asintió, mirando a su alrededor lo sombrío que resultaba el hospital. Había oído hablar del hospital Americano de París y se preguntó si podrían trasladarla allí, pero el subdirector del hotel le había dicho que La Pitié Salpétrière era el mejor sitio en el que podía estar, si realmente era ella. Su unidad de traumatología era excelente y recibiría la mejor asistencia médica posible para un caso tan grave como el suyo.
– Me voy al hotel a telefonear a mis hijos. Volveré esta tarde. Si pasa algo llámeme al Ritz.
Le dio también su número internacional de teléfono móvil y lo pusieron en las gráficas de evolución de Carole, con su nombre. Carole ya tenía un marido, unos hijos y un nombre, aunque no fuese el verdadero. Carole Waterman. Pero también tenía una identidad famosa que sin duda se filtraría. La doctora dijo que solo le diría a la jefa de la sección de traumatología quién era realmente Carole, pero ambos sabían que solo era cuestión de tiempo antes de que se enterase la prensa. Siempre se enteraban de las cosas así. Era increíble que nadie la hubiese reconocido hasta entonces. Pero si alguien hablaba, llegaría una nube de periodistas que les amargarían la vida a todos.
– Haremos lo posible para mantenerlo en secreto -le aseguró ella.
– Yo también. Volveré esta tarde… y… gracias… por todo lo que han hecho hasta ahora.
La habían mantenido con vida. Ya era algo. Ni siquiera podía imaginarse cómo habría sido verla en un depósito de cadáveres de París y tener que identificar su cuerpo. Por lo que había dicho la doctora, poco había faltado. Al fin y al cabo, había tenido suerte.
– ¿Puedo volver a verla? -preguntó.
Esta vez fue solo a la habitación. Las enfermeras seguían allí y se apartaron para que pudiese aproximarse a la cama. La miró, y esta vez le tocó la mejilla. Los tubos del respirador le tapaban la cara. Vio el vendaje de la mejilla y se preguntó lo graves que serían los daños. La leve quemadura que había junto al vendaje estaba sanando ya, y el brazo estaba cubierto de ungüento.
– Te quiero, Carole -susurró-. Vas a ponerte bien. Te quiero. Chloe y Anthony te quieren. Tienes que despertar pronto.
Carole no dio señales de vida, y las enfermeras miraron hacia otro lado con discreción. Les resultaba duro ver todo aquel dolor en los ojos de Jason. Entonces este se inclinó para darle un beso en la mejilla y recordó la suavidad familiar de su cara. A pesar de los años transcurridos, eso no había cambiado. El pelo de Carole estaba extendido detrás de ella sobre la cama, bajo el vendaje. Una de las enfermeras se lo había cepillado y comentó que era tan bonito como una pieza de seda amarillo claro.
Al verla le asaltaban muchos recuerdos, todos ellos buenos. Los malos llevaban mucho tiempo olvidados, al menos por su parte. Carole y él nunca hablaban del pasado. Solo se referían a los chicos o a sus vidas actuales. El se había mostrado muy amable con ella cuando murió Sean; lo sentía por ella. Fue un duro golpe para Carole. El hombre con el que se casó, que contaba cinco años menos que ella, había muerto joven. Jason había asistido al entierro y les había apoyado mucho a ella y a los chicos. Y allí estaba ahora, dos años después del fallecimiento de Sean, luchando por su propia vida. La vida era extraña, y a veces cruel. Pero aún estaba viva. Tenía una oportunidad. Esa era la mejor noticia que podía darles a sus hijos. La idea de decírselo le aterraba.
– Volveré luego -le susurró a Carole antes de besarla de nuevo-. Te quiero, Carole. Vas a ponerte bien -dijo en tono decidido.
El respirador respiraba rítmicamente por ella. A continuación, Jason salió conteniendo las lágrimas. Fueran cuales fuesen sus sentimientos, debía ser fuerte por Carole, Anthony y Chloe.
Abandonó el hospital y caminó hasta la cercana estación de tren de Austerlitz bajo una lluvia torrencial. Estaba empapado cuando encontró un taxi y le dio al taxista la dirección del Ritz. Tenía la cara larga, como si hubiese envejecido cien años en un día. Nadie merecía lo que le había ocurrido a Carole, pero ella menos que nadie. Era una buena mujer, una persona agradable y una madre estupenda, y había sido una buena esposa para dos hombres. Uno la había dejado por una fulana y el otro había muerto. Y ahora se debatía entre la vida y la muerte tras un atentado terrorista. De haberse atrevido, Jason habría estado furioso con Dios, pero no se atrevió. Ahora le necesitaba demasiado, y mientras circulaban hacia la place Vendôme, en el distrito 1, le suplicó su ayuda para decírselo a los chicos. Ni siquiera podía imaginarse qué palabras emplearía. Y entonces recordó que tenía que hacer otra llamada. Sacó el teléfono móvil y marcó un número de Los Ángeles. Era casi medianoche para Stevie, pero Jason había prometido llamarla en cuanto supiera algo.
Stevie respondió tan pronto como el teléfono empezó a sonar. Estaba completamente despierta y esperaba su llamada. En su opinión tardaba demasiado, siempre que el avión no se hubiese retrasado. Si no era Carole, ya debería tener noticias suyas. Llevaba una hora muerta de miedo y su voz tembló al decir «diga».
– Es ella -dijo Jason sin identificarse siquiera.
– ¡Dios mío! ¿Está muy grave? -preguntó Stevie, echándose a llorar.
– Mucho. Está conectada a un respirador, pero viva. Está en coma debido a una lesión craneal. No la han operado, pero recibió un golpe tremendo. Aún está en peligro y no se sabe qué secuelas le pueden quedar -le dijo sin rodeos.
Jason pensaba ser más sutil con sus hijos, pero Stevie tenía derecho a saber toda la verdad y no se habría conformado con menos.
– ¡Mierda! Tomaré el primer avión.
Sin embargo, era un vuelo de diez horas en el mejor de los casos, con los vientos a favor, y una diferencia horaria de nueve horas. No estaría allí hasta el día siguiente.
– ¿Se lo ha dicho a los chicos? -añadió.
– Aún no. Voy de camino hacia el hotel. No hay nada que usted pueda hacer. No sé si tiene mucho sentido que venga. No hay nada que podamos hacer ninguno de nosotros -dijo, de nuevo con un temblor en la voz.
Carole no necesitaba una secretaria en ese momento, y tal vez nunca volviese a necesitarla. Pero Stevie también era su amiga. Llevaba años siendo una presencia constante en su familia, y sus hijos también la querían, como ella les quería a ellos.
– No podría estar en ninguna otra parte -le dijo Stevie con sencillez.
– Yo tampoco. Le reservaré una habitación en el Ritz.
Le dio el nombre del hospital y le dijo que se verían en París al día siguiente.
– Puedo alojarme en la habitación de Carole -dijo Stevie en tono práctico; no tenía sentido pagar otra habitación-. A menos que piense alojarse usted en ella -añadió con prudencia, sin querer entrometerse.
– He reservado mi propia habitación y reservaré otras para los chicos. Intentaré que me las den cerca de la habitación de Carole para que podamos estar juntos. Nos esperan tiempos duros, igual que a ella. Esto va a ser un camino largo, si se recupera. No puedo imaginarme cómo serán las cosas si no es así. Nos vemos mañana. Que tenga buen viaje -dijo agotado, antes de colgar.
Le sorprendió darse cuenta de que quería que sobreviviera aunque sufriese graves lesiones cerebrales. No le importaba que al final quedase como un vegetal; no quería que muriese, ni por sí mismo ni por sus hijos. La querían fuera cual fuese su estado, y Jason supo que Stevie también.
Aunque para su secretaria eran las tres de la mañana, la llamó a su casa y le pidió que, sin decírselo a su hijo, cancelase todas las citas y reuniones que tenía previstas.
– Estaré algún tiempo fuera.
Se disculpó por llamarla en plena noche, pero ella dijo que no le importaba.
– Entonces, ¿se trata de la señora Barber? -preguntó su secretaria, desolada.
Era una gran admiradora de Carole, como persona y como actriz. Cuando hablaban por teléfono, Carole siempre se mostraba encantadora con ella.
– Sí -respondió él con voz sombría-. Llamaré a Anthony dentro de unas horas. No se ponga en contacto con él hasta entonces. Cuando la prensa se entere vamos a estar metidos en un lío de mil demonios. Acabo de registrarla en el hospital con mi apellido, pero eso no durará. Tarde o temprano se sabrá, y ya sabe cómo es eso.
– Lo siento, señor Waterman -dijo con lágrimas en los ojos-. Si hay algo que pueda hacer, hágamelo saber.
Personas de todo el mundo se sentirían abatidas por Carole y rezarían por ella. Tal vez sirviese de ayuda.
– Gracias -dijo él antes de colgar cuando ya llegaban alRitz.
Al llegar a recepción miró al subdirector con el que había hablado. El hombre, que llevaba el serio uniforme del hotel, recibió a Jason con expresión grave.
– Espero que tenga buenas noticias -dijo con prudencia, aunque Jason llevaba lo contrario escrito en la cara.
– No las tengo. Era ella. Dentro de lo posible tenemos que mantener esto en secreto -dijo, deslizando doscientos euros en la mano del hombre, un gesto innecesario dadas las circunstancias, pero que fue agradecido de todos modos.
– Comprendo -dijo el subdirector.
A continuación le aseguró a Jason que le daría una suite de tres dormitorios situada enfrente de la de Carole. Jason le informó que Stevie llegaría a París al día siguiente y se alojaría en la habitación de Carole.
Jason siguió al subdirector arriba. No tuvo coraje para ver la habitación de Carole. Quería evitar comprobar lo viva que había estado tan recientemente. Ahora le parecía casi muerta. Entró en su propia suite detrás del subdirector y se derrumbó en una butaca.
– ¿Quiere que le traiga algo, señor?
Jason negó con la cabeza y el joven inglés se marchó en silencio mientras él se quedaba mirando tristemente el teléfono situado sobre el escritorio. Contaba con una breve tregua, pero sabía que en pocas horas debería llamar a Anthony y Chloe. Tenían que saberlo. Tal vez su madre no sobreviviese hasta la llegada de ambos. Debía llamarles lo antes posible. No quería llamar a Chloe hasta que Anthony se despertase en Nueva York. Esperó hasta las siete de la mañana, hora de Nueva York. Mientras tanto se duchó y caminó por la habitación. No pudo comer.
A la una de la tarde, hora de París, fue hasta el escritorio con paso pesado y llamó primero a su hijo. Anthony estaba levantado y a punto de salir hacia la oficina para una reunión matinal. Jason le cogió justo a tiempo.
– ¿Qué tal te va por Chicago, papá?
La voz de Anthony sonaba joven y llena de vida. Era un gran chico y a Jason le encantaba que trabajase para él. Era responsable, inteligente y amable. Se parecía mucho a Carole, aunque poseía la mente penetrante de su padre para las finanzas. Algún día sería un gran ángel de los negocios y aprendía deprisa.
– No sé qué tal está Chicago -dijo Jason con sinceridad-. Estoy en París, y no está demasiado bien.
– ¿Qué estás haciendo ahí? -preguntó Anthony sorprendido, sin sospechar nada.
Ni siquiera sabía que su madre se había ido. Carole había tomado la decisión de marcharse justo después de la última vez que habló con él, así que Anthony no tenía ni idea. En los últimos once días había estado demasiado ocupado para llamarla, cosa que era rara en él. Pero sabía que ella lo entendería. Tenía pensado llamarla ese día.
– Anthony… -empezó sin saber cómo seguir e inspiró hondo-. Se ha producido un accidente. Mamá está aquí.
Anthony se temió lo peor.
– ¿Se encuentra bien?
– No. Hace dos semanas hubo aquí un atentado en un túnel. No he sabido hasta hace un par de horas que ella fue una de las víctimas. Ha permanecido sin identificar hasta ahora. Vine anoche para comprobarlo. Desapareció del Ritz el día en que ocurrió.
– ¡Dios mío! -exclamó Anthony; su voz sonaba como si le acabase de caer un edificio encima-. ¿Está muy grave?
– Bastante. Sufre una lesión cerebral y está en coma.
– ¿Se pondrá bien? -preguntó Anthony, conteniendo las lágrimas y sintiéndose como si tuviese unos cuatro años.
– Eso esperamos. Ha conseguido aguantar hasta ahora, pero aún no está fuera de peligro. Está conectada a un respirador.
No quería que su hijo se quedase conmocionado cuando la viese. Impresionaba mucho verla conectada al respirador.
– ¡Mierda, papá!… ¿Cómo ha podido suceder?
Jason oyó que su hijo lloraba. Ambos lo hacían.
– Mala pata. Estaba en el lugar y momento equivocados. Me pasé el viaje rogando que no fuese ella. Me extraña que no la reconociesen.
– ¿Tiene la cara estropeada?
De no ser así, no podía imaginarse que hubiese alguien incapaz de reconocer a su madre.
– La verdad es que no. Tiene un corte y una pequeña quemadura en un lado de la cara. Nada que no pueda arreglar un buen cirujano plástico. El problema es la lesión craneal. Vamos a tener que aguantar hasta ver qué ocurre.
– Voy para allá. ¿Se lo has dicho a Chloe?
– Te he llamado a ti primero. Ahora voy a llamarla a ella. A las seis en punto sale un avión desde Kennedy, si puedes conseguir una plaza. Llegarás aquí mañana por la mañana, hora de París.
La espera iba a ser angustiosa para Anthony.
– Subiré a ese avión. Ahora mismo hago la maleta. Saldré desde la oficina. Nos vemos mañana, papá… Oye, papá… te quiero… y dile a mamá que también la quiero -dijo con voz entrecortada.
Para entonces ambos lloraban sin disimulo.
– Ya se lo he dicho, pero mañana podrás decírselo tú mismo. Mamá nos necesita ahora. Es un momento difícil para ella… Yo también te quiero -dijo Jason, y ambos colgaron.
Ninguno de los dos podía hablar. La perspectiva de lo que podía ocurrir era demasiado terrible.
Su siguiente llamada fue para Chloe y resultó infinitamente peor. Ella se echó a llorar y se puso histérica en cuanto se lo dijo. La buena noticia era que solo se hallaba a una hora de viaje. Cuando por fin dejó de llorar, dijo que cogería el siguiente avión. Todo lo que quería ahora era ver a su madre.
A las cinco en punto de la tarde Jason recogía a su hija en el aeropuerto. Tan pronto como salió por la puerta, la muchacha se arrojó en sus brazos sollozando. Fueron juntos al hospital. Al ver a su madre, Chloe se agarró llorando al brazo de su padre. La situación resultaba demoledora, pero al menos se tenían el uno al otro. A las nueve de la noche regresaron al hotel después de hablar de nuevo con la doctora. No había cambios en el estado de Carole, pero resistía. Ya era algo.
Cuando llegaron al hotel, Chloe continuó llorando. Al cabo de varias horas Jason pudo acostarla por fin. Cuando su hija se durmió, él fue hasta el minibar y se sirvió un whisky. Se sentó a beberlo en silencio, pensando en Carole y en sus hijos. Aquello era lo peor que jamás les había sucedido, aunque Jason confiaba en que Carole sobreviviese.
Esa noche se durmió sobre la cama completamente vestido y no despertó hasta las seis de la mañana siguiente. Tras levantarse, se duchó, se afeitó y se vistió. Estaba sentado en silencio en el salón de la suite cuando Chloe se despertó y fue a buscarle con los ojos hinchados. Jason se dio cuenta de que se sentía aún peor de lo que aparentaba. La muchacha seguía sin poder creer lo que le había ocurrido a su madre.
Fueron a buscar a Anthony al aeropuerto a las siete, recogieron su equipaje y volvieron al hotel para desayunar. Anthony tenía un aspecto sombrío y agotado. Llevaba unos vaqueros y un suéter grueso. Necesitaba afeitarse, pero no tenía ganas. Los tres mataron el tiempo rondando por la habitación hasta que Stevie llegó al Ritz a las doce y media.
Jason pidió un bocadillo para ella y a la una salieron juntos hacia el hospital. Anthony luchó con valor, pero se derrumbó en cuanto la vio. Chloe lloró en silencio con el brazo de Stevie en torno a los hombros, y cuando salieron de la habitación los cuatro lloraban. El único consuelo que tuvieron fue saber que el estado de Carole había mejorado un poco durante la noche. Al anochecer le quitarían el respirador para comprobar si podía respirar por sí misma. Aquello resultaba alentador, pero también presentaba un riesgo. Si no respiraba sin el respirador volverían a intubarla, pero no sería un buen presagio. El cerebro tenía que estar lo bastante vivo para ordenarle al cuerpo que respirase, y eso estaba por ver. Cuando el médico se lo explicó, Jason palideció mientras a sus dos hijos les entraba el pánico. Stevie murmuró que estaría allí cuando le quitasen el respirador, y los hijos de Carole dijeron lo mismo. Jason asintió y estuvo de acuerdo. Iba a ser un momento crucial para Carole. Verían si podía respirar por sí sola.
Cenaron en el hotel, aunque ninguno de ellos pudo tomar nada. Estaban agotados, afectados por el desfase horario, asustados y extremadamente preocupados. Stevie se sentó con ellos mientras miraban sus platos sin tocar la comida y luego volvieron al hospital para otra prueba durísima más en la pesadilla que era la lucha de Carole por la supervivencia.
Mientras regresaban a La Pitié, el silencio en el vehículo era absoluto. Cada cual estaba perdido en sus propios pensamientos y sus recuerdos particulares de Carole. El médico les había explicado que la parte dañada del tronco del encéfalo controlaba la capacidad respiratoria. Que respirase o no por sí misma les indicaría si el cerebro se estaba reparando. Cuando los tubos saliesen de su boca y los médicos apagasen el respirador para ver qué pasaba, todos ellos iban a vivir un momento aterrador.
Chloe miraba por la ventanilla del vehículo llorando en silencio. Su hermano la agarraba fuerte de la mano.
– Se pondrá bien -le susurró en voz baja.
Ella negó con la cabeza y le volvió la espalda. Ya nada estaba bien en el mundo de Anthony y Chloe, y resultaba difícil creer que volviera a estarlo alguna vez. Su madre había sido una fuerza vital en sus vidas y el centro de su existencia. Fueran cuales fuesen las diferencias de Chloe con ella, ya no importaban. Ahora solo quería a su madre. Y Anthony sentía lo mismo. Verla tan disminuida y en peligro hacía que ambos se sintiesen como niños vulnerables y asustados. Ni Anthony ni Chloe podían imaginar la vida sin su madre. Y Jason tampoco.
– Se recuperará, chicos. -Su padre intentó tranquilizarles, tratando de mostrar una confianza que en realidad no sentía.
– ¿Y si no lo hace? -susurró Chloe mientras se aproximaban al hospital y pasaban junto a la ya familiar estación de tren de Austerlitz.
– Entonces volverán a conectarla al respirador hasta que esté preparada.
Chloe no tuvo coraje para llevar más lejos su línea de pensamiento, al menos no en voz alta; sabía que los demás estaban igual de preocupados que ella. A todos les aterraba el momento en que el médico apagase el respirador. Con solo pensarlo, a Chloe le entraban ganas de gritar.
Bajaron del vehículo al llegar al hospital y Stevie les siguió en silencio. Ya había vivido una experiencia similar, cuando operaron a su padre a corazón abierto. El momento crucial fue inquietante, pero sobrevivió. El caso de Carole parecía más delicado, pues tanto el alcance de la lesión cerebral como sus efectos a largo plazo eran desconocidos. Quizá nunca pudiese respirar por sí sola. Los cuatro, pálidos y con los ojos muy abiertos, subieron en el ascensor hasta la planta de Carole y entraron en su habitación sin hacer ruido para esperar la llegada del médico.
Carole estaba más o menos igual. Tenía los ojos cerrados y respiraba rítmicamente con ayuda de la máquina. El médico entró al cabo de unos minutos. Todos sabían por qué estaban allí. Les habían explicado el procedimiento aquella tarde y observaron aterrorizados mientras una enfermera retiraba la cinta adhesiva de la nariz de Carole. Hasta entonces solo podía respirar a través del tubo de la boca. Pero ahora la nariz estaba abierta y, tras preguntarles si estaban listos, el médico le hizo un gesto a la enfermera para que sacase el tubo de la boca de Carole y a la vez apagó la máquina. Hubo un larguísimo silencio mientras todos clavaban su mirada en Carole. No había señales de respiración. El médico dio un paso hacia ella tras lanzarle una ojeada a la enfermera. Entonces Carole empezó a respirar por sí sola. Chloe soltó un grito de alivio y se echó a llorar mientras las lágrimas corrían por las mejillas de Jason, y Anthony ahogaba un sollozo. Chloe se arrojó a los brazos de Stevie llevada por un impulso. La secretaria de Carole reía y lloraba al mismo tiempo mientras abrazaba a Chloe. Hasta el médico sonrió.
– Es una excelente señal -dijo con expresión tranquilizadora-. El cerebro está diciendo a los pulmones qué deben hacer.
Por un instante había pensado que la paciente no lo conseguiría, pero justo cuando a todos les estaba entrando el pánico lo consiguió. También sabían que era posible que permaneciese en coma para siempre, pese a la capacidad de respirar por sí sola. Sin embargo, si no hubiese podido, sus posibilidades de recuperación habrían sido aún más pequeñas de lo que eran ahora. Era un primer paso de vuelta hacia la vida.
El médico dijo que permanecería en observación durante la noche para tener la seguridad de que continuaba respirando sin asistencia, pero no había motivos para pensar que su respiración independiente fuese a detenerse de nuevo. Su estado resultaba más estable con cada momento que pasaba. La silueta inmóvil de la cama no daba señales de movimiento, pero todos pudieron ver que su pecho subía y bajaba despacio con cada respiración. Aún había esperanza.
Después se quedaron todos alrededor de la cama durante más de una hora, disfrutando de la victoria que habían compartido esa noche. Finalmente, Jason sugirió que volviesen al hotel. Todos habían tenido suficiente tensión para un día y se daba cuenta de que sus hijos necesitaban descansar. Contemplar cómo apagaban el respirador había sido traumático para ellos. Salieron en silencio y Stevie fue la última en abandonar la habitación. Se detuvo un momento junto a la cama y tocó los dedos de Carole. Esta seguía en coma profundo y tenía los dedos fríos. Su cara resultaba más familiar sin el tubo del respirador en la boca y la cinta sobre la nariz. Era la cara que Stevie había visto tantas veces y la que todos sus fans conocían y amaban. Sin embargo, para ella era más que eso; era la cara de la mujer a la que tanto admiraba y a la que había sido leal durante tantos años.
– Eso ha estado bien, Carole -dijo Stevie en voz baja mientras se inclinaba para besarla en la mejilla-. Ahora sé buena, haz otro pequeño esfuerzo e intenta despertar. Te echamos de menos -dijo, llorando de alivio.
La mujer salió de la habitación para reunirse con los demás. Bien mirado, había sido una noche excelente, aunque dura.