Capítulo 22

Will yacía sumido en la miseria en su catre. Desde el pasillo le llegaban las reverberaciones de una puerta metálica que se abría y se cerraba. Permaneció inerte, mirando la pared. Se acercaron unos pasos. Un par, dos pares. Zapatos de piel sobre hormigón: un ruido conocido, demasiado conocido.

– ¿Parker? -Era la voz del ayudante Hess-. Tu abogado está aquí.

– ¿Mi abogado? -se sorprendió Will, que levantó la cabeza de la almohada y volvió el cuello.

Junto al joven Hess había un hombre mayor con el pelo canoso suelto y la piel bronceada, un poco encorvado, vestido con un traje marrón y una camisa blanca arrugada con una corbata anudada a media altura.

– Su esposa vino a verme y me pidió que viniera a hablar con usted.

– ¿Mi esposa? -Will se incorporó para sentarse en el borde de la cama.

– Y Gladys Beasley -afirmó el hombre mientras el ayudante Hess abría la puerta. Entonces entró sin prisa en la celda con la mano tendida-. Me llamó Bob Collins -dijo, y esperó mirando a Will con unos ojos grises. Se le veía divertido, como si estuviera acostumbrado a presentarse a presos sorprendidos.

– Will Parker. -Se levantó y le estrechó la mano.

«No sólo fue a Calhoun sino que, además, contrató a un abogado», pensó Will mientras saludaba al hombre.

Pero ¿qué clase de abogado era? Llevaba un traje que parecía haber estado en una lavadora y una camisa que parecía no haberlo estado. Tenía el pelo de punta como un diente de león a punto de soltar las semillas, con algún que otro mechón que sobresalía de los demás como si fuera a salir volando en cuanto soplara la menor ráfaga de viento. No sólo iba desaliñado sino que se movía con una lentitud cansada que hizo que Will pensara que tal vez se había quedado agarrotado a medio sentarse. Ahí se había quedado, con el trasero apuntado en la dirección correcta mientras Will contaba los segundos (uno, dos, tres), hasta que finalmente se sentó, soltando el aire y sujetándose una rodilla huesuda con una mano igual de huesuda. Cuando por fin habló, su tono de voz jocoso era el adecuado para un discurso en honor del presidente saliente de una sociedad hortícola de señoras.

– Fui al instituto con Gladys Beasley -dijo-. Durante cierto tiempo, había dudas sobre a cuál de los dos debían nombrar mejor alumno del curso. Siempre fui de la opinión que ese año tendrían que haber nombrado a dos. -Soltó una risita como para sí mismo y apoyó la mandíbula en un dedo-. Gladys Beasley, después de tantos años, ¿quién lo iba a decir?

Alzó los ojos y dirigió una mirada algo traviesa a Will antes de proseguir.

– Era una mujer despampanante. Y lista, además. La única de toda la clase que podía hablar de algo más inteligente que la longitud de los dobladillos y la altura de los tacones. Era tan brillante que me imponía. Siempre quise pedirle que saliera conmigo; no sé por qué no llegué a hacerlo.

Will estaba confuso. No entendía por qué Gladys Beasley le recomendaba a un carcamal como aquél. El hombre chocheaba, olía como el interior del envoltorio de una momia y era propenso a divagar. Pensó que tal vez le iría mejor si se defendía él mismo.

Pero justo cuando las opiniones de Will estaban cristalizando, Collins le lanzó una bola con efecto.

– Dígame, Will Parker, ¿mató o no a Lula Peak?

– No, señor -respondió rotundamente Will con los ojos castaños fijos en los apagados ojos grises de Collins.

El abogado asintió tres veces de modo casi imperceptible y observó en silencio a Will quince largos segundos.

– ¿Tiene alguna idea de quién lo hizo? -preguntó entonces.

– No, señor.

Se produjo de nuevo el largo silencio que daba la impresión de que la maquinaria oxidada del destartalado cerebro de Collins necesitaba lubricante. Pero, cuando habló, Will se sintió aliviado.

– Pues tenemos trabajo. La comparecencia ante el juez para la lectura de cargos es mañana.

Collins aceptó el caso, y prometió presionar en todos los ámbitos posibles para intentar que el juicio se celebrara pronto. Dijo que era muy bueno presionando. Will no lo creyó. Pero, a pesar de su aspecto desastrado y de su aparente lentitud (tenía la costumbre de tirarse del lóbulo de una oreja, cruzaba los brazos y se quedaba quieto como si estuviera confundido), era brillante, concienzudo y no lo impresionaba nada la acusación. Además, estaba convencido de que iba a ganarse la simpatía del jurado insinuando que la policía se había abalanzado sobre Will más que nada por sus antecedentes penales cuando lo que debería de haber primado era su expediente militar. No daba demasiado crédito a la nota que contenía las iniciales de Will; creía que incluso podría resultarles útil, ya que había que ser muy ingenuo para no ver que la habían dejado para inculparlo.

La comparecencia fue rápida y previsible: el juez denegó la fianza debido a los antecedentes penales de Will. Pero, fiel a su palabra, Collins logró que la audiencia ante el gran jurado se celebrara al cabo de una semana. Los testigos dispuestos a declarar a favor de Will empezaron a amontonarse, pero, como en este tipo de audiencias el acusado no puede contar con un abogado, las pruebas del fiscal pesaron más que si hubiera podido rebatirlas: el gran jurado lo acusó formalmente.

La decepción aplastó a Will. Se lo llevaron de la sala por varios pasillos que conducían directamente a la cárcel, de modo que no tuvo ocasión de saber si Elly estaba en algún lugar del juzgado aguardando la decisión del gran jurado. Había esperado como un idiota poder verla un instante, había soñado que se acercaba a él con los brazos abiertos y le decía: «No pasa nada, Will, perdonemos y olvidemos, pasemos página.»

En cambio, regresó a su sombría celda para perder un poco más de vida en ella, para preguntarse qué le pasaría a continuación y si ese carcamal de abogado que Elly y la señorita Beasley le habían enviado estaría realmente senil o no. El reducido espacio le resultó, de repente, claustrofóbico, así que se sentó de lado en el catre con la espalda apoyada en los fríos bloques de hormigón para mirar fijamente al otro lado de los barrotes, la vista más amplia que tenía, y pensó en Tejas, en su paisaje extenso y llano con el viento soplando entre la salvia, con ese inmenso cielo azul que se volvía rosado, púrpura y amarillento al ocaso, con esa hermosa alfombra de flores rojas que incendiaba las llanuras justo antes de que el sol se pusiera y aparecieran estrellas que brillaban como piedras preciosas.

Pero la imaginación sólo pudo rescatarlo temporalmente. Al cabo de un rato, se tumbó de lado, cerró los ojos y tragó saliva con fuerza. Había vuelto a perder, y no había visto a Elly. ¡Dios santo, cuánto necesitaba verla, cuánto había contado con ello! No sabía qué le dolía más, si el hecho de que no estuviera allí o el de haber perdido la primera ronda en el juzgado. Pero había hecho tanto daño a Elly que temía ponerse en contacto con ella a través del ayudante Hess, temía haber dejado de merecerla, incluso que, si la llamaba, ella no fuera.

Pero apareció igualmente, mientras él seguía acostado, desanimado.

– Tienes visita, Parker -anunció Hess mientras abría la puerta-. Tu mujer. Sigúeme.

Así que había estado ahí todo el tiempo esperando noticias. Se levantó a toda velocidad con el corazón desbocado.

– ¡Un momentito, Hess! -Se plantó delante del espejo y se pasó un peine por el pelo con cuatro movimientos rápidos. Antes de volverse y seguir deprisa a Hess, vio reflejadas en el espejo sus mejillas sonrojadas ante la expectativa de ver a Elly.

La sala de visitas era un espacio largo, vacío y descuidado. Había una ventana pelada, una mesa y tres sillas muy parecidas a las de la Biblioteca Municipal Carnegie. Cuando Will entró, Elly ya estaba sentada a la mesa, con un vestido nuevo de color amarillo y un bolso en el regazo. Hess indicó a Will con un gesto que se acercara a ella y ocupó su lugar junto a la puerta, donde cruzó los brazos como si fuera a quedarse todo el rato.

Mientras se sentaba delante de Elly, Will se preguntó si ella también notaría que el suelo temblaba debido a la fuerza con que le latía el corazón en ese instante.

Se miraron diez segundos enteros.

– Hola, Will -lo saludó Elly con una sonrisa triste en los ojos.

– Hola.

Aunque habían hablado en voz baja, sus palabras resonaron claramente en la habitación.

A Will le sudaban las manos mientras la miraba, absorto, y contuvo la necesidad imperiosa de estirar los brazos por encima de la mesa para tomarle las manos.

– Me sabe mal la decisión del gran jurado. Creía que… Bueno, esperaba que hoy volvieras a casa.

– Yo también. Pero Collins me advirtió que no me hiciera ilusiones, especialmente porque él no podía estar aquí para contar nuestra versión de los hechos.

– No es justo, Will. ¿Cómo pueden prohibir que tu abogado esté en la sala?

– Collins dice que el procedimiento es ése, y que tendremos nuestra oportunidad en el juicio con jurado.

– ¿Con jurado? -repitió Elly con el ceño fruncido.

– Sí, entonces podremos contar nuestra versión.

– Oh.

Pensaron en ello mientras se miraban anhelantes, lamentando las palabras duras de su último encuentro. Elly sujetaba el bolso con fuerza con ambas manos mientras que Will se secaba las palmas en los muslos.

– Elly, quería decirte que…

«Pídele perdón, idiota», se dijo. Pero Hess estaba ahí, de guardia, oyendo todas sus palabras, y disculparse ya era bastante difícil en privado. La idea de abrir su corazón en público le paralizó la lengua.

– Me gusta Collins -dijo-. Creo que es bueno. Gracias por contratarlo.

– No digas tonterías. ¿Creías que no contrataría a ningún abogado para mi marido?

Las palabras le formaron un nudo en la garganta, y con o sin Hess, tuvo que decirlas:

– No sabía qué pensar después del modo en que te hablé la última vez.

Elly desvió la mirada.

– Cuando vine a verte, ya lo había contratado.

– Oh. -Will se sintió justamente lastimado. Las manos, que un momento antes tenía sudadas, se le quedaron heladas.

«¿Qué te esperabas después del modo en que le hablaste, Parker?»

Sintió de nuevo la necesidad de pedirle perdón, seguida de un miedo terrible a que no quisiera reconciliarse con él; porque si eso ocurría, no tendría ninguna razón para querer salir de la cárcel. Así que se quedó callado, sufriendo, con un nudo del tamaño de una pelota de béisbol en la garganta.

– ¿Estás bien? -preguntó Elly después de volver a mirarlo-. ¿Te dan bien de comer?

Will tragó saliva con fuerza y logró sonar normal.

– Muy bien. La mujer del sheriff tiene contratada la preparación de las comidas.

– Bueno… Tienes buen aspecto -aseguró Elly con una sonrisa nerviosa.

Un nuevo silencio, que el paso de los minutos y el hecho de que hablaran de todo menos de lo que más les preocupaba iban haciendo cada vez más embarazoso.

– ¿Cómo has venido?

Estaba obsesionado por saber todo lo que Elly había hecho y había pensado desde que él estaba encerrado, por llenar los vacíos del tiempo que le habían obligado a perderse. La vida se había vuelto tan valiosa para él desde que Elly había pasado a formar parte de ella que se sentía doblemente privado de su libertad.

– Oh, me han traído -dijo evasivamente. Jugueteó distraídamente con el cierre del bolso y ambos miraron absortos lo que hacía hasta que parecieron dolerles los ojos. Al final, Elly abrió el bolso-. Ya sé que me pediste que no viniera, Will -dijo en voz baja-, pero tenía que traerte estos regalos de los niños. -Sacó dos hojas enrolladas del bolso y se las entregó por encima de la mesa.

– ¡Un momento! -ordenó Hess, y avanzó para confiscárselas.

Elly alzó la vista, dolida.

– Sólo son saludos que le envían los niños.

El ayudante del sheriff examinó el contenido, enrolló de nuevo las hojas y se las devolvió. Luego, regresó a su puesto, junto a la puerta.

– Ten, Will -dijo Elly, y volvió a dárselas.

Cuando Will las desenrolló, vio un burdo dibujo hecho con lápices de colores de unas flores y unas personas hechas con palitos junto al mensaje «Te quiero, Will» fielmente copiado con una letra casi indescifrable y seguido de sus nombres: Donald Wade y Thomas. Will no había tenido que esforzarse nunca tanto por contener las lágrimas.

– ¡Caramba! -comentó con la voz ronca y la mirada baja por miedo a que Elly pudiera percatarse de lo cerca que estaba de perder el control.

– Te echan de menos -susurró Elly lastimeramente, pensando: «Y yo también te echo de menos. No puedo vivir sin ti. La casa está vacía, el trabajo no tiene sentido, la vida duele.» Pero no se atrevió a decirlo por miedo a que volviera a desairarla.

– Yo también los echo de menos -aseguró Will, con la barbilla apoyada en el pecho-. ¿Cómo están?

– Bien. Hoy están en casa de Lydia, los tres. Donald Wade se baja del autobús escolar allí. Le encanta estar en casa de Lydia. Él y Sally están construyendo un fuerte.

Will carraspeó y levantó la vista. El corazón le seguía latiendo desacompasado. Deseaba inútilmente que Elly no tuviera que verlo en aquel sitio que tanto minaba la dignidad de un hombre, deseaba por enésima vez no haberle dicho lo que le había dicho la última vez que la había visto, se moría por saber si ella, como los niños, todavía lo amaba.

«¡Pídele perdón, Parker! ¡Pídeselo y dejarás de sufrir!», pensó; pero cuando abría la boca para hacerlo Elly se le adelantó.

– La señorita Beasley dice que el señor Collins es el mejor.

– Confío en su criterio -afirmó Will. Carraspeó y se enderezó un poco-. Pero no sé de dónde vamos a sacar el dinero para pagarlo, Elly.

– No te preocupes por eso. La miel se vendió bien y tenemos dinero en el banco. Además, la señorita Beasley se ofreció a ayudarnos.

– ¿En serio?

Elly asintió.

– Pero no pienso aceptar su ayuda a no ser que sea necesario -aseguró.

– Sería lo más prudente -añadió Will.

Surgió de nuevo aquel silencio opresivo y la necesidad creciente de unir sus dedos. Pero él tenía miedo de intentarlo y ella temía que Hess volviera a abalanzarse hacia ella, así que ninguno de los dos se movió.

– Bueno -empezó Elly tras levantar la cara y esbozar una sonrisa hueca, tan falsa como si la hubieran tallado en una calabaza de Halloween con un cuchillo-, tengo que irme porque últimamente he dejado muchísimo rato a los niños en casa de Lydia y no me gustaría abusar.

El pánico se apoderó de Will. No había hecho nada de lo que había pensado: no la había tocado, no se había disculpado, no había alabado el bonito vestido nuevo ni le había dicho que la amaba ni ninguna de las cosas que se le agolpaban en el corazón. Pero tal vez fuera mejor dejarla marchar. Daba igual lo que Collins dijera, todo estaba en su contra. Siempre le había salido todo mal. Aunque fuera inocente, seguro que perdería el juicio y lo encerrarían para siempre. Sabía que eso era lo que hacían en las condenas por un segundo homicidio. Y ninguna mujer debía verse obligada a esperar a un hombre que tendría sesenta o setenta años al salir de la cárcel. Si salía.

Elly hizo ademán de levantarse.

– Bueno…

Lo hizo con indecisión, sin dejar de sujetar con las dos manos el pequeño bolso negro. Will no recordaba haberla visto nunca llevar bolso y tuvo la impresión de que llevaba encarcelado nueve años en lugar de nueve días, de que Elly estaba cambiando sutilmente mientras él no estaba ahí para verlo.

Se levantó a su vez, apretando las hojas enrolladas con ambas manos para evitar acercarlas hacia ella.

– Gracias por venir, Elly. Saluda a los niños de mi parte y dales las gracias por los dibujos.

– Lo haré.

– Y dale un beso a Lizzy P. de mi parte.

– Lo ha… -No pudo terminar la palabra. Empezó a temblarle el mentón y tuvo que esforzarse para tensarlo.

Se miraron hasta que los ojos les escocieron y el alma les dolió.

– Elly… -susurró Will, y abrió los brazos.

Se tomaron de las manos, aplastando las hojas enrolladas, para darse un mensaje tenso, desesperado, que incluía todo lo que no habían dicho.

– Tengo que irme, Will -susurró Elly con las pestañas inferiores brillantes de lágrimas, y se soltó despacio. Retrocedió un paso y Will vio que el pecho empezaba a movérsele como si ya llorara por dentro.

Desesperado, se volvió y se acercó a zancadas hacia la puerta.

– ¡Ya estoy listo, Hess! -Las palabras retumbaron en la sala mientras Elly se quedaba sola para derramar sus lágrimas sin que nadie la viera.

No volvió a visitarlo. Pero la señorita Beasley sí, al día siguiente, con la boca fruncida como un pudin de dos días y una expresión de severa reprobación en la cara.

– A ver, ¿qué le ha hecho a esa muchacha? -preguntó, antes de que Will hubiera tocado siquiera la silla.

– ¿Qué? -Abrió los ojos como platos, sorprendido.

– ¿Qué le ha hecho a Eleanor? Anoche vino a mi casa llorando como una Magdalena y me dijo que ya no la ama.

– Es mejor que crea eso.

– ¡Tonterías! -Las palabras retumbaron en las paredes y desconcertaron a Will, que se sentó en silencio mientras la señorita Beasley seguía expresando su enfado-. ¡Es su mujer, señor Parker! ¿Cómo se atreve a tratarla como si fuera una mera conocida?

– Si ha venido aquí a ponerme verde, ya puede…

– ¡Exactamente a eso he venido, jovencito presuntuoso! ¡Y no me hable en ese tono de voz!

Will se dejó caer en la silla y se arrellanó en ella, adoptando una postura insolente.

– ¿Sabe qué? Usted es justo lo que hoy necesitaba, señorita Beasley.

– Lo que usted necesita, jovencito, es una buena bronca, y la va a recibir. Fuera lo que fuera lo que le dijo a esa mujer para dejarla en ese estado, no tiene ninguna justificación. Si ha habido algún momento en el que deba respaldarla, es ahora.

– ¡Yo, respaldarla! -Will se enderezó y se puso las dos manos en el pecho-. ¡Pídale a ella que me respalde a mí!

– Oh, supongo que sigue enfurruñado porque tardó diez segundos en asimilar la acusación de Reece Goodloe antes de luchar contra ella.

– ¡Asimilarla! ¡Hizo algo más que asimilarla! -Señaló hacia Whitney-. ¡Se creyó que yo lo hice! ¡Se creyó que yo maté a Lula Peak!

– Oh, se lo creyó, ¿verdad? ¿Por qué está entonces publicando anuncios en los periódicos de Whitney y de Calhoun ofreciendo recompensas por cualquier información que sirva para que lo absuelvan? ¿Por qué ha reunido ella sola a un puñado de testigos que declararán a su favor? ¿Por qué ha aprendido a conducir, ha rechazado…

– ¡A conducir!

– … mi ayuda económica, ha repartido miel por todo el condado de Gordon para que la gente olvidara todas las cosas desagradables que se dijeron sobre ella hace años y ha estado dando la lata al sheriff Goodloe para que encuentre al verdadero asesino? ¿Y por qué se ha puesto en contacto con Hazel Pride y la ha llevado a esa casa abandonada en la que ninguna mujer que haya sufrido lo que sufrió Eleanor debería haber tenido que volver a entrar nunca?

– ¿Quién es Hazel Pride? -pudo intervenir Will por fin.

– Pues es la agente inmobiliaria local. Eleanor ha puesto en venta la casa de su abuelo para pagar los honorarios de su abogado, para que tenga la mejor defensa que un hombre puede tener en este estado. Pero para ello tuvo que enfrentarse con esa casa, y a un pueblo lleno de… «gilipuertas» que no se merecen que nadie se humille ante ellos. ¡Pero ella lo hizo, y lo hizo por usted, señor Parker! Porque lo ama tanto que se enfrentaría con cualquier cosa en este mundo por usted. Y usted se lo paga negándole el perdón por una reacción que habría sido igual de natural en usted si hubiera sido ella la que tuviera antecedentes penales y la hubieran vuelto a acusar de algo. -La señorita Beasley se serenó y se recostó en la silla con aires de superioridad moral-. Puede que estuviera equivocada sobre la clase de persona que es usted.

Will estaba tan anonadado que comentó el hecho más irrelevante.

– Me dijo que la habían traído hasta Calhoun.

– ¡Que la habían traído! ¡Bah! Conduce ese deplorable automóvil que usted arregló, y será un milagro que no se mate antes de que todo esto termine. Casi mató a Nat y a Norris, por no hablar de los edificios con los que ha chocado y las aceras a las que se ha subido. ¡Pero si no están a salvo los rosales de nadie! Esa cafetera le da un miedo terrible, pero se aferra al volante y conduce. Hasta Whitney, en ocasiones dos veces al día, y todo eso para llegar a casa creyendo que usted ya no la ama. ¡Debería darle vergüenza, señor Parker! -La señorita Beasley amonestó a Will con un dedo índice, como si tuviera seis años-. Ahora quiero que piense en el daño que le ha hecho en lugar de estar aquí sentado pensando sólo en usted. ¡Y la próxima vez que venga a visitarlo, haga las paces con ella!

Como el gran jurado, la señorita Beasley no ofreció a Will ninguna oportunidad de rebatir los cargos. Se marchó con el mismo aire majestuoso con que había entrado, y lo dejó sintiéndose como si un tornado lo hubiera llevado por el aire.

De nuevo en su celda, tuvo una reacción extraña, una ligera alegría. ¿Elly… conduciendo el coche? ¿Elly… reuniendo testigos? ¿Elly… entrando en esa casa?

¡Por él!

Comprendió lo que la señorita Beasley se había propuesto hacer, y que, con su estilo único e inimitable, había hecho: lograr que se diera cuenta de lo mucho que Elly lo amaba. Tenía que amarlo para superar todos esos temores, todos esos miedos que durante años la habían mantenido prisionera en el camino de Rock Creek, que la habían mantenido distanciada de la gente del pueblo, negando necesitar a nadie.

Tras la visita de la señorita Beasley, el letargo de Will fue desapareciendo, sustituido por la inquietud y la esperanza. Empezó a andar arriba y abajo en su celda, haciendo crujir los nudillos, preguntándose qué testigos habría encontrado Elly, sonriendo al pensar en que los había ablandado con miel. ¡Dios santo, qué mujer! Anduvo arriba y abajo… y meditó… y dio gracias por haber conocido a Elly y a Gladys Beasley.

Una hora después de que esta última se hubiera ido, Will tomó una decisión.

– ¡Hess! -gritó-. ¡Ven aquí, Hess! -Golpeó estrepitosamente los barrotes con el tenedor de la comida-. ¡Quiero que lleves un mensaje a mi mujer, Hess!

– ¡Un momentito, Parker! -respondió una voz a lo lejos.

– ¡Date prisa, Hess!

– ¡Ya voy, ya voy! -El ayudante apareció por el pasillo-. ¿Qué pasa?

– ¿Puede ir el sheriff a mi casa para decir a Elly que quiero verla?

– Supongo.

– Pues ponte en contacto por radio con él y dile que le agradecería que lo hiciera lo antes posible.

– De acuerdo -dijo Hess. Se dio la vuelta para irse, pero se detuvo y volvió la cabeza con una sonrisa torcida en los labios-. Hay que ver lo que impone la señorita Beasley cuando lo regaña a uno, ¿verdad?

– ¡Madre mía, ya lo creo! -indicó Will, pasándose una mano por el pelo-. Para serte franco, ha hecho que me alegrara de estar a salvo detrás de estos barrotes.

Hess soltó una carcajada, dio dos pasos y se giró de nuevo.

– Todo el mundo lo comenta -aseguró-. Me sorprende que no lo supieras.

– ¿De qué hablas?

– De que tu mujer conduce ese coche por todas partes como si no hubiera racionamiento para movilizar testigos que declaren a tu favor, como dice la señorita Beasley. ¿Sabes qué? Elly y yo fuimos juntos al colegio y yo era uno de los que decían que estaba chiflada. Pero ahora la gente dice que está dejando en ridículo al fiscal. ¡Que el que se está volviendo loco es él porque le da miedo lo que vayan a sacar a la luz ella y Collins durante el juicio!

El corazón de Will empezó a latir de entusiasmo.

– ¿Podrías decir también a Collins que quiero verlo?

– Podría si no estuviera fuera.

– Fuera. ¿Dónde?

– No lo sé. Tu mujer lo tiene corriendo como un zorro delante de una manada de sabuesos, siguiendo pistas. Pero te diré algo.

– ¿Qué?

– Logró que fijaran el juicio para la primera semana de febrero.

– ¿Tan pronto?

– No subestimes a ese viejo abogado, especialmente si tu mujer está trabajando con él -aconsejó Hess mientras se alejaba despacio. Entonces, se detuvo y sonrió a Will-. Por el pueblo circula una broma, aunque en realidad no es ninguna broma. -Se rascó la cabeza-. Bueno, podría decirse que es un poco de respeto que llega con quince años de retraso. La gente dice al verla: «¡Cuidado, que ahí viene Elly Parker con su miel!» -explicó Hess, antes de volverse y añadir-: Nadie está seguro de si realmente dio o no un litro de miel al juez Murdoch, pero se dice que es él quien os casó y que también es él quien presidirá tu juicio.

Cuando llegó al final del pasillo y abrió la puerta, Hess soltó una última risita.

– Avisaré a tu mujer de que quieres verla, Parker -aseguró, y la puerta se cerró de golpe.

Загрузка...