Quería saberlo todo de él con la esperanza
de que me revelara algo, cualquier cosa que
me hiciera sentir menos enamorada de él.
Pero, por el contrario, cada conversación,
cada caricia, hacía que lo quisiera aún más.
Me desesperaba pensar que jamás tendría suficiente de él.
El beso de lady Vampiro,
Anónimo
¿Por qué demonios le había contado todo eso a lady Emily?
Logan caminaba a su lado mientras se golpeaba mentalmente la frente. Santo Dios, había soltado información como si fuera una tetera escupiendo vapor, contándole cosas sobre sí mismo sin ton ni son, sobre su infancia, de las que nunca había hablado con nadie y en las que no se había permitido pensar desde hacía años.
Pero lo que más le confundía era el hecho de no saber por qué le había contado todo eso a Emily. Por alguna razón inexplicable le había confiado aspectos personales de su pasado que jamás le había contado a ninguna otra mujer. Maldición, Emily tenía algo que le hacía decir cosas y actuar de una manera totalmente desconcertante.
Por supuesto había cosas que jamás le diría… que nunca le diría a nadie.
La miró de reojo y notó que parecía ensimismada. Era condenadamente bueno que no se sintiera atraído por las mujeres de belleza perfecta, porque de haber sido así, no le habría quedado más remedio que reconocer que no había otra mujer más bella que lady Emily.
Ninguna que le hubiera impresionado tanto. Hasta ese día la consideró sólo una flor de invernadero, pero resultaba evidente que la joven disfrutaba del tiempo fresco y de los largos paseos. Y también la había considerado una mujer egocéntrica, como a la mayoría de las personas de su clase. Pero ahora, al verla con su familia, era obvio lo mucho que ella la amaba. Siempre pensó que era arrogante, fría y distante, pero resultaba evidente que había un lado cálido y cariñoso en su naturaleza. La compasión y la actitud protectora que demostraba hacia Arthur conmovían el corazón de Logan, pues tal afecto era algo de lo que él había carecido en su infancia. A esa edad hubiera dado cualquier cosa por tener a alguien que le pusiera la mano en el hombro para confortarle, que curara sus sentimientos heridos y le hiciera sentir mejor. Y además admiraba su lealtad; no tenía dudas de que Emily hubiera sido capaz de desollar viva a lady Hombly si la joven viuda hubiera cometido el error de dirigirle a Arthur otra mirada cargada de odio.
Y no podía olvidar la preocupación y la simpatía que mostró cuando Logan le habló de su infancia. Otros aristócratas habrían expresado su rechazo ante su educación, o más bien la falta de ella, pero lady Emily se limitó a ofrecerle la misma compasión que manifestó hacia Arthur, y aquello afectaba a Logan de una manera inquietante. De una manera que no podía describir por completo, pues era algo que no había sentido antes.
Sí, parecía que había más en lady Emily Stapleford de lo que él sospechaba. Esa tarde había vislumbrado en ella varias de las cualidades que él admiraba en una persona y con las que nunca la habría vinculado. Y ese descubrimiento le resultaba muy desconcertante. No quería que le gustara esa joven. Ya era suficientemente malo que la deseara.
«Que la desees con desesperación», lo azuzó aquella molesta vocecita interior.
Vale. «Con desesperación.» El agudo deseo que sentía por ella era de lo más inoportuno y complicaba bastante las cosas. Si encima la joven le gustaba… Negó con la cabeza. Eso sólo añadiría más confusión a una situación ya de por sí enrevesada.
Como no quería pensar en aquel deseo -vale, de acuerdo, en su agudo deseo, -decidió que sería mejor reanudar la conversación, pero sobre un tema menos serio y personal.
Se aclaró la garganta.
– Ya sabe que ni siquiera mi vasta riqueza me ha permitido poseer un título tan distinguido como el suyo -dijo.
Ella se giró hacia él y, maldita sea, Logan se encontró perdido en esos ojos que hoy parecían más azules que verdes gracias al profundo tono celeste de la capa. Brillaban con esa pizca de picardía que encontraba, muy a su pesar, tan atrayente.
La joven arqueó una ceja.
– ¿Ah, sí? ¿Le gustaría ser lady Logan Jennsen?
– Mmm. Aunque es un título muy distinguido, me refería al título de campeona invicta de la caza de ranas.
– Ah. -Ella soltó un suspiro exagerado. -Me temo que sólo puede haber un campeón invicto. Por consiguiente tendrá que aspirar, como mucho, a un título menor.
Él negó con la cabeza.
– Me niego a quedar en segundo lugar. Dígame, ¿qué hace con las ranas que caza?
– Por lo general hacemos que compitan en carreras de saltos. El ganador es nombrado «Rey Rana». Luego las soltamos.
– Rey Rana. Lo llaman así por el famoso cuento, ¿no?
– Supongo, aunque por supuesto ninguna de nuestras ranas se ha convertido en un hermoso príncipe.
– No creo que el final de esa historia fuera lo mejor para el príncipe.
– ¿Por qué dice eso? Se rompió el hechizo, y dejó de ser rana. Y al ser un hermoso príncipe acabó casándose con una hermosa princesa.
– Sí, pero ¿qué tipo de mujer era ella? Sin duda era bella, pero también era una mujer mimada y egoísta, y si cumplió la promesa que le hizo a la rana fue porque la obligó su padre. Así que trató mal a la rana y se negó a quererla hasta que se convirtió en un príncipe guapo y rico al que, por supuesto, sí amó. -Logan meneó la cabeza. -Siempre he sentido lástima por ese pobre desgraciado que acabó atado a esa joven de tan escasos valores morales. Esa historia sólo prueba algo que siempre he creído.
– ¿El qué?
– Que la belleza está en los ojos del que mira. El príncipe pensó que la princesa era una mujer deslumbrante, pero en mi opinión no era para nada atractiva. Hubiera preferido a una mujer que pareciera una rana pero que fuera noble y poseyera un corazón amable y sincero.
Ella emitió un sonido de incredulidad.
– Y lo dice un hombre que se pasea con una de las mujeres más bellas de la sociedad.
El alivio inundó a Logan al comprender que Emily era tan vanidosa como pensaba. Un rasgo que siempre le había resultado intolerable, lo que era de agradecer, pues sabía que nunca podría gustarle una mujer que se jactaba de su propia belleza.
– Eso ha sido un tanto presuntuoso por su parte, ¿no cree?
– No pudo evitar señalar a pesar de su alivio.
Emily parpadeó. Luego abrió mucho los ojos y se rio.
– Cielos, no me refería a mí, sino a lady Hombly.
La sonrisa de Logan se evaporó como un charco en el desierto y frunció el ceño. Lady Hombly. Maldita sea. Se había olvidado por completo de ella.
– No sabía que lady Hombly y usted fueran tan amigos -continuó ella.
– Y no lo somos.
– ¿Ah, no? Parecía muy desolada por haber tenido que interrumpir el paseo.
– Si estaba desolada era porque se le manchó la capa.
– No hay necesidad para la falsa modestia, señor Jennsen. Estoy segura de que lady Hombly se sintió apenada ante el hecho de tener que prescindir de su compañía.
– Le aseguro que no es mi intención alardear de falsa modestia. Y tampoco creo que la gente me busque por razones distintas a aquellas por las que lo hace.
– ¿Su brillante ingenio y sus impecables modales? -sugirió ella en tono cortante.
– Por supuesto. Obviamente, mis conocimientos financieros y mi fortuna no tienen nada que ver.
Ella meneó la cabeza y chasqueó la lengua.
– Qué cínico es usted. -Más bien soy realista.
– Dice que la gente sólo le busca por sus conocimientos financieros, aun así, parece que dedica casi todo su tiempo y energía a sus negocios.
– Así es.
– ¿Hay algo más de lo que disfrute aparte de eso?
Él consideró la cuestión durante varios segundos.
– Las negociaciones -dijo, -las inversiones arriesgadas o aumentar los activos de mis negocios… eso es lo que más disfruto. Y a riesgo de sonar pedante, soy muy bueno en ello.
– Sí, pero ¿qué hace para divertirse?
Él frunció el ceño.
– ¿Para divertirme?
Para irritación de Logan, ella se rio.
– Sí, para divertirse. No me dirá que no conocen ese término en América. -Como él continuó frunciendo el ceño, añadió: -Santo Cielo, no será usted un caso perdido, ¿verdad? Seguramente tiene que haber algo que le parezca divertido. Sin tener en cuenta los negocios, ¿cuándo fue la última vez que disfrutó de algo?
Él se giró hacia ella y se permitió posar la mirada en sus labios durante varios segundos.
– ¿De verdad quiere saberlo? -le preguntó con suavidad.
– Yo… bueno… sí. Por supuesto. -Emily se humedeció los labios y Logan volvió a sentirse atraído hacia aquella exuberante boca que se amoldaba tan perfectamente a la suya.
Tras un breve momento, la miró a los ojos.
– Anoche. Cuando la besé.
Un ardiente rubor cubrió con rapidez las mejillas de Emily, y él tuvo que cerrar los puños para evitar acariciar el profundo sonrojo que sus palabras provocaron.
– Mmm… ¿Y antes? -dijo ella con voz entrecortada.
– ¿Está segura de querer saberlo? -preguntó él de nuevo.
Esta vez, Emily se limitó a asentir con la cabeza.
– Hace tres meses. Cuando la besé.
Logan observó que ella inspiraba profundamente.
– ¿Y antes de eso?
Después de pensárselo durante varios segundos, Logan se dio cuenta de que no podía recordar nada más que no estuviera relacionado con su trabajo. Lo cual le sorprendió e inquietó a la vez. Caviló si decirle la verdad o no, pero decidió que no serviría de nada mentir. Y por otra parte, se mostraba reacio a hacerlo.
– No lo sé -admitió. Le recorrió la cara con la mirada. -Está sonrojada, lady Emily.
El rubor de la joven se hizo aún más profundo, algo que, maldita sea, lo fascinaba todavía más.
– Porque hablar de besos -siseó ella en voz baja -es impropio.
– ¿Y acaso no lo es besarse de verdad?
– Eso también es impropio, como usted muy bien sabe.
– Bueno, ha sido usted quien ha preguntado.
– Sí, pero esperaba que su respuesta tuviera que ver con un paseo a caballo, una cacería del zorro o una fiesta.
– ¿Y perderme la oportunidad de ver cómo se ruboriza de una manera tan encantadora? Mi querida lady Emily, puedo pecar de muchas cosas, pero ser tonto no es una de ellas.
O quizá sí. Había querido conversar sobre un tema más seguro, un tema que no fuera personal y, allí estaban, hablando de besos, lo que ciertamente era como jugar con fuego, pues hacía que quisiera besarla de nuevo. Allí mismo. Ahora mismo. Y que las convenciones y la gente que les rodeaba se fueran al diablo.
Haría bien en volver a cambiar de tema, pero esta vez a alguno completamente seguro.
– Dígame, ¿ha tenido alguna otra noticia de la supuesta aparición del vampiro?
Ella arqueó las cejas.
– ¿Supuesta aparición?
Él también arqueó las cejas, pero ante su tono resentido.
– No creeré otra cosa hasta que lo vea con mis propios ojos.
Algo titiló en la mirada de la joven. «¿Qué demonios estaba tramando?» La eterna pregunta volvió a resonar en la mente de Logan.
– Mi madre y tía Agatha no han hablado de otra cosa esta mañana -dijo ella. -Incluso mi doncella había oído las noticias y no dejaba de comentar lo sucedido.
– Debo reconocer que animó un poco la velada de anoche -dijo él. -Y hablando de eso, cuando llegué a la fiesta la vi de lejos y me pareció que estaba… afligida. Como si hubiera perdido a su mejor amiga. Espero equivocarme y que no haya pasado nada malo.
«Perdido a su mejor amiga.» Aquellas palabras resonaron en la mente de Emily, haciendo que un estremecimiento de aprensión le recorriera la espalda. Qué extraño que él hubiera escogido esa frase cuando era precisamente así como se sintió después de hablar con Carolyn. Aunque una parte de la joven se negaba a creer, a aceptar, que su amiga pudiera estar gravemente enferma, otra parte de ella temía que los temores de Carolyn resultaran ser ciertos.
El hecho de que su desasosiego hubiera sido tan evidente que hasta Logan lo notara despertó su preocupación. Pero lo que más le preocupaba era sentir el repentino deseo de desahogarse con él, de confiarle sus miedos. Por supuesto no lo haría, pero aquel ardiente deseo de querer hacerlo la confundió e inquietó. Sin duda alguna nacía de la necesidad de hablar de sus preocupaciones con alguien, sin importar quién fuera. Normalmente lo habría hecho con Sarah o con Julianne, pero en este caso no podía pues Carolyn no quería que supieran lo que le pasaba.
Y aun así, Emily era incapaz de soltar una mentira categórica. Por eso respondió con evasivas.
– Acababa de oír una noticia que me afligió profundamente, pero ahora todo está bien. -Y esperaba que así fuera. Sencillamente, no podía ser de otra manera. De ningún modo Carolyn podía estar enferma.
– Me alegra oír eso.
– Lo cierto es que cuando lo vi entrar anoche pensé lo mismo. Parecía muy preocupado. -Aunque vaciló un instante, Emily no pudo evitar preguntar: -¿Me equivoco?
Emily no esperaba que él respondiera a la pregunta, pero después de una breve pausa, asintió con la cabeza.
– Me temo que no. Ayer por la tarde me enteré de que uno de mis cargueros había quedado completamente destruido. Un incendio en los muelles. Tenía que zarpar al atardecer.
– Oh, Señor. Eso quiere decir que el barco ya estaba cargado, ¿no?
– Sí.
– Ha debido de ser una gran pérdida. Lo siento.
– Gracias. Pero las cosas materiales pueden ser reemplazadas. Por desgracia, el capitán y cinco marineros resultaron heridos. -Le palpitó un músculo en la mandíbula. -Y dos hombres perdieron la vida.
Emily se llevó la mano al pecho, justo encima del lugar donde el corazón acababa de darle un vuelco.
– Qué horrible tragedia.
– Sí. Fui a visitar a los hombres heridos y me alegra poder decirle que todos se recuperarán por completo.
– Debe de sentirse muy aliviado.
– Así es. Pero los hombres que murieron… -La voz de Logan se desvaneció y dejó de escapar un largo y cansado suspiro. -Bill Palmer, uno de ellos, no tenía familia. Pero Christian Whitaker, el otro, deja esposa y una niña de corta edad. Enfrentarme ayer a Velma Whitaker y a su hija Lara, fue lo más difícil que he hecho nunca. La mirada en sus ojos… -Sacudió la cabeza y se giró hacia ella. No pudo ocultar el profundo sufrimiento que estaba grabado en sus rasgos. -Tenía que hablar con ellas, pero ¿qué se le dice a una mujer cuyo marido acaba de fallecer? ¿Cuáles son las palabras adecuadas? ¿Cómo decirle a una niña que no volverá a ver a su padre? -Cerró los ojos con fuerza. -Sé lo que es crecer sin padre. No es algo que le desee a ningún niño.
– Estoy segura de que nadie le culpa por ello -dijo ella, sintiendo pena por la viuda y su hija, y una intensa necesidad de consolar a Logan. -Fue un accidente, no fue culpa suya.
Algo indescifrable cruzó por el rostro del hombre -algo que hablaba de un doloroso pasado -pero luego volvió a dirigir la atención al camino.
– Tienen todo el derecho del mundo a culparme -dijo él con voz queda. -Cualquier cosa que ocurra en uno de mis barcos o negocios es responsabilidad mía.
– Lo siento -dijo ella. Soltó una risita carente de humor. -Ahora sé exactamente cómo se sintió al no encontrar las palabras adecuadas.
El asintió con la cabeza.
– A veces no existen las palabras adecuadas. Pero se lo agradezco. Es consolador oírlas. -Después de una breve pausa dijo: -Los demás han llegado al final del camino y vuelven sobre sus pasos. ¿Damos la vuelta?
– Como quiera. -Romeo y Julieta estaban demasiado felices para mostrarse de acuerdo con el plan, igual que Emily. Por razones que no quiso examinar más de cerca, esperaba que su familia no les alcanzara demasiado pronto. De manera inexplicable, no quería concluir aquella conversación privada con Logan. Y más inexplicable todavía era aquella sensación de que podía pasarse el día entero hablando con él y no se cansaría. Como si ella quisiera hablar con él durante todo el día.
«Oh, Señor.»
– Mmm, lady Emily, odio ser yo quien se lo diga, pero su perrita está mordiéndole la oreja al mío.
Emily bajó la mirada a los dos perros bulliciosos que tiraban de las correas y una risita burbujeó en su garganta.
– Ya veo. Bueno, su perrito acaba de morder el rabo de mi perrita.
– Que es lo que se merece por morderle la oreja a mi perrito.
Justo entonces, la activa y rosada lengua de Romeo lamió varias veces el hocico de Julieta. La perra respondió con una serie de lametazos en el hocico de Romeo. Emily volvió a mirar hacia delante con las mejillas sonrojadas. Levantó la barbilla y siguió caminando, resuelta a no mirar al señor Jennsen.
– Le diría que mi perrito acaba de besar a la suya y que ésta le ha correspondido con demasiada efusión -dijo él con voz seria, -pero alguien me ha advertido que no es correcto hablar de besos.
– Y lleva razón -dijo ella con su voz más petulante. -Me alegro de que haya aprendido la lección.
Emily se arriesgó a lanzarle una rápida mirada de reojo y se lo encontró estudiándola con una mirada que no pudo interpretar.
– Lo cierto es que hoy he aprendido muchas cosas, lady Emily.
Sí, como ella. Por desgracia, más que confirmar su pobre opinión sobre el señor Jennsen y conseguir arrancar a aquel molesto hombre de sus pensamientos, se encontró ante la disyuntiva de que quizá, sólo quizá, Logan comenzaba a gustarle de verdad, con lo cual sería aún más difícil arrancarlo de su mente.
Lo que no dejaba de ser molesto.
Continuaron caminando codo con codo durante varios minutos mientras el silencio se extendía entre ellos. De nuevo Emily se preguntó qué estaría pensando él. ¿Estaría Logan, como ella, recordando el beso de la noche anterior? ¿O su primer beso de hacía tres meses? Apretó los labios para contener un gemido de frustración. ¿Por qué? ¿Por qué motivo cedió a la curiosidad y propició aquel primer encuentro? Fue aquella imprudente decisión lo que la condujo a aquel dilema y a no pensar en otra cosa que no fuera el único hombre en el que no quería pensar.
Doblaron una curva y Emily vio el final del camino. Aunque su imprudente corazón anhelaba permanecer en la compañía del señor Jennsen, su sentido común le decía que cuanto antes terminara ese encuentro, mejor para ella. En un momento llegarían a Park Lañe, donde sus caminos se separarían. Lo que era bueno. Emily llevaba demasiado tiempo esa tarde en la inquietante y divertida compañía del señor Jennsen. Tenía que regresar a casa y encerrarse en la soledad de su dormitorio para terminar de coser la capa que utilizaría en la próxima aparición del vampiro. Tenía que seguir adelante con el plan de rescatar a su familia de la ruina financiera por sus propios medios en vez de tener que casarse con un hombre rico; no podía perder el tiempo pensando en el hombre al que su padre le debía todo aquel dinero. ¡Qué satisfacción sería poder devolver esa deuda! Entonces sí que dejaría de pensar en él. Por supuesto que sí.
Cuando se acercaban al final del camino, Emily miró por encima del hombro. El resto de la familia aún no había doblado la curva y no había nadie a la vista. Sin duda alguna se habrían detenido para que tía Agatha descansara en algún banco, y Emily se sintió culpable por seguir caminando. Obviamente, tía Agatha estaba en buenas manos -Kenneth, William y Percy eran muy atentos con ella, -pero estaba tan pendiente del señor Jennsen que se olvidaba de que su familia estaba en el parque.
Bah. Otra razón más para alejarse del señor Jennsen lo más rápidamente posible. Era evidente que él perturbaba sus pensamientos. Y tenía que concentrarse en la próxima mascarada del vampiro. Tenía que tener todos los sentidos agudizados.
Ya que Emily no tenía ni idea de dónde estaba el resto del grupo o cuánto tiempo tardarían en reunirse con ellos, sería mejor para ella librarse de Logan en ese momento. Estaban a punto de llegar a Park Lañe y la casa de su familia estaba justo al otro lado de la calle.
– Le deseo un buen día, señor Jennsen -dijo. -Espero que disfrute del resto de la tarde.
En lugar de responder, él se detuvo tan bruscamente que Emily no tuvo más remedio que pararse en seco también. Se giró hacia él, observando que había fruncido el ceño. No le pasó desapercibida la repentina tensión de su rostro mientras escudriñaba la zona con sus ojos oscuros.
– ¿Sucede algo? -preguntó ella.
Logan no dijo nada durante un buen rato, y ella siguió la dirección de su mirada, viendo solamente la multitud de gente que solía pasear por el parque y a lo largo de Park Lañe y el habitual número de carruajes que recorrían la calle. Lo único destacable quizás era que la zona estuviera más concurrida de lo normal debido al buen día que hacía.
– Tengo la sensación de que… -dijo él finalmente. Volvió a mirar a su alrededor antes de menear la cabeza. -No es nada. -La miró y Emily notó que había algo que le preocupaba. -Tengo que irme -añadió él con brusquedad.
Una irracional irritación asaltó a Emily ante tan brusca declaración. Bueno, por supuesto que tenía que irse. Desde luego ella no pensaba prolongar la charla y preguntarle si quería tomar el té. Había llegado el momento de separarse. De hecho, estaba impaciente por hacerlo, aunque al menos no había tenido el descaro de hacerle ver que tenía prisa por alejarse de él. Colonial insufrible. Qué alivio volver a recordar una de las razones por las que él no le gustaba. Una de tantas razones.
Ella inclinó la cabeza de manera regia.
– No pensaba entretenerle el resto del día. Que pase una buena tarde, señor Jennsen. -Se giró para marcharse, pero él la agarró del brazo para detenerla. Negándose a admitir la cálida sensación que la atravesó ante el contacto de su mano, Emily alzó la mirada hacia él. -¿Hay algo más que quiera decirme? -preguntó ella, orgullosa de lo fría que sonó su voz.
– Sí. La acompañaré a casa.
Ella señaló con la cabeza la casa que estaba al otro lado de la calle.
– Ya estoy en casa.
– La acompañaré de todas maneras. Hasta la puerta.
– Acaba de decir que tenía que marcharse.
– Y tengo que hacerlo. En cuanto la haya acompañado a usted y a Romeo y a Julieta hasta la puerta.
Para consternación de Emily, había olvidado que él sujetaba la correa de Romeo.
– No deseo entretenerle. -Y, realmente, necesitaba apartarse de él. De la calidez de su mano. Y tenía que hacerlo ya.
El curvó una de las comisuras de los labios.
– Estoy seguro de que está impaciente por deshacerse de mí, pero no tengo intención de reforzar su impresión de que soy un grosero y maleducado colonial por no depositarla ante la puerta de su casa.
– ¿Depositarme? Ni que fuera un saco de patatas.
Él clavó la mirada en ella, y a Emily le dio un vuelco el corazón ante el ardor que llameaba en los ojos oscuros.
– No la describiría precisamente como «un saco de patatas». -Como ella no respondió, él arqueó las cejas. -¿No va a preguntarme cómo la describiría?
– Por supuesto que no.
– La curiosidad me exige que le pregunte por qué no.
– Tal pregunta no sería más que una descortés caza de cumplidos. -Cierto, pero aun así Emily se encontró de repente con que no le importaría escuchar algo agradable de sus labios.
– ¿Cómo sabe que mi descripción sería un cumplido?
La vergüenza hizo arder la piel de Emily y eso la irritó sobremanera. Pero no podía decidir si estaba más molesta con él por no soltar las palabras halagadoras como habría hecho de inmediato cualquier caballero de la sociedad, o por suponer que él albergaría una buena opinión de ella.
Alzó la barbilla.
– No sé si su descripción sería un cumplido. Y de hecho, ahora que lo pienso, sospecho que no lo sería.
– ¿Quién sabe? Podría sorprenderse.
– No me gustan las sorpresas.
– Supongo que también las encuentra descorteses.
– De hecho, así es.
– Y usted nunca es descortés.
A pesar del semblante serio de él, Emily tuvo la fuerte impresión de que se estaba riendo de ella.
– Me esfuerzo por no ser maleducada, sí. El asintió con gravedad.
– Siempre impecablemente educada… aunque no siempre actúa de manera correcta. Representa un interesante enigma, milady.
Por Dios, Emily deseó espetarle con su tono más frío que su comportamiento siempre era completamente correcto, pero afirmar tal cosa ante un hombre al que había besado apasionadamente -dos veces -sólo la haría parecer una mentirosa. Una flagrante mentirosa. Lo que era muy molesto, pues ella era correcta la mayor parte del tiempo. Salvo cuando hacía alguna tontería con sus hermanos o cuando leía esos libros de la Sociedad Literaria. Y, bueno, suponía que sus apariciones como vampiro no eran exactamente correctas. Además, estaban esos dos besos…
«Oh, vale, lo admito. No siempre soy correcta.»
Los perritos tiraron con impaciencia de las correas, y los arrastraron hasta la calle.
– Parece que la he dejado sin habla -dijo él. -Supongo que es la primera vez.
– No me he quedado sin habla. Y casi siempre soy correcta -dijo ella en su tono más petulante.
– Estoy de acuerdo. Pero es ese «casi», lo que la hace parecer… -Sus palabras quedaron interrumpidas cuando oyeron un fuerte grito a la derecha. Emily se detuvo y se giró.
Un caballero muy bien vestido señalaba a un jovenzuelo que corría.
– ¡Detengan al ladrón! ¡Me ha robado el reloj!
Varias personas cercanas comenzaron a gritar. Un joven salió del parque para intentar alcanzarle, pero al instante se hizo evidente que no era tan veloz como el ratero.
Emily estaba tan absorta en la escena que tardó varios segundos en darse cuenta de que alguien gritaba su nombre. Se dio la vuelta y se quedó paralizada.
Un carruaje se dirigía hacia ella a toda velocidad, los cascos de los caballos levantaban el polvo a su paso. La correa de Julieta se le cayó de los dedos temblorosos. La perrita escapó a un lugar seguro, pero Emily no pudo moverse. La sorpresa, el horror y la incredulidad parecían haberla convertido en una estatua de hielo cuyos pies estaban clavados al suelo.
Pensó que esos segundos iban a costarle la vida.