CAPÍTULO 02

Era mi esclavo, mis labios planeaban sobre

los suyos. Podía percibir su calor, oler su deseo,

sentir su pulso en la garganta. La necesidad embargaba

mi cuerpo al pensar en mis colmillos perforándole la piel

para tomar su sangre caliente en mi boca. Y si bien intenté alejarme

de él para que escapara de la peligrosa situación en la que se veía

envuelto, sabía que él estaba justo donde quería estar…

El beso de lady Vampiro,

Anónimo


Invadida por una casi vertiginosa sensación de anticipación, lady Emily Stapleford miró a sus tres mejores amigas. Se habían reunido en la salita para la primera tertulia de la Sociedad Literaria de Damas Londinenses después de tres meses, y estaba a punto de anunciarles la noticia. Si guardar un secreto ya era difícil, guardar dos era una tarea casi imposible y, desde luego, tres estaba fuera de toda consideración. Si en los próximos minutos no soltaba como mínimo uno de los tres, acabaría por explotar como un cohete. Aunque era muy buena guardando los secretos de los demás, no lo era tanto cuando trataba de guardar los suyos propios durante mucho tiempo.

Abrió la boca para hablar, pero antes de poder anunciar que tenía una noticia que darles, se le adelantó su amiga de la infancia, lady Julianne Mayne.

– Tengo una noticia.

Algo decepcionada, Emily cerró la boca, sintiéndose al mismo tiempo molesta por tener que retrasar la noticia y curiosa por oír lo que Julianne tenía que decir. Sin embargo, antes de que su amiga añadiera más, Sarah Devenport, marquesa de Langston intervino:

– Excelente, sobre todo cuando yo no tengo nada nuevo que anunciar salvo que ya es un hecho oficial que no puedo verme los pies. -Se colocó las manos en el vientre, redondeado y abultado por el bebé que llevaba dentro y que nacería dentro de unas semanas, aunque por el volumen de la barriga de Sarah, a Emily le parecía que su amiga daría a luz en cualquier momento. Sólo podía rezar para que no fuera así. -Y ya no camino -continuó Sarah, con un tono impaciente y quejica que era inusual en ella. -Ahora sólo ando como un pato. Cada vez que Matthew me dice que soy tan adorable como una de esas aves, me dan ganas de darle un sartenazo. Además se niega a dejarme hacer otra cosa que no sea estar tumbada en el sofá de la salita. Gracias a Dios que tenía nuestro último libro para distraerme o me habría vuelto loca. Casi he tenido que pedir una instancia al Parlamento para que Matthew me dejara venir esta tarde. Y eso que la casa de Emily sólo está a cinco minutos de la nuestra, pero aun así insistió en acompañarme.

– Sin duda se paseará como un tigre enjaulado hasta que vuelvas -dijo Emily, incapaz de ocultar una sonrisa ante la imagen del habitualmente tranquilo marido de Sarah desgastando la alfombra con sus pasos.

– Sin duda -se quejó Sarah.

– Ya verás, Julianne -dijo la hermana de Sarah, Carolyn, condesa de Surbrooke, con una sonrisa cómplice. -Estoy segura de que no tardarás en encontrarte en una situación similar con Gideon convirtiéndose en un manojo de nervios ante la perspectiva de ser padre.

Un profundo rubor cubrió las mejillas de Julianne.

– Bueno, en realidad ésa era mi noticia. Me enteré la semana pasada, pero he esperado a que Emily regresara a Londres para decíroslo a todas a la vez. -Se puso la mano en el vientre y sonrió. -Gideon y yo vamos a tener un bebé. El médico dijo que para mediados de verano.

Un coro de chillidos alegres inundó la estancia, y hubo un montón de abrazos y besos. Emily nunca había visto a Julianne tan radiante y feliz. Hacía tres meses que su amiga renunció a su lugar en la sociedad, sufriendo el ostracismo de la aristocracia al haber sido desheredada por sus padres cuando, contraviniendo los deseos de éstos, contrajo matrimonio con un detective de Bow Street, Gideon Mayne, en vez de casarse con alguien de su misma clase social. Pero sólo había que ver la felicidad que embargaba a Julianne para darse cuenta de que ésta no lamentaba en lo más mínimo su decisión a pesar de las repercusiones económicas y sociales.

Cuando todas volvieron a estar sentadas alrededor de la chimenea, Emily se recostó en el sillón y observó a sus tres amigas. Sarah y Julianne charlaban con excitación sobre su inminente maternidad, mientras que Carolyn las miraba con una sonrisa cariñosa. Pero debajo de esa cálida sonrisa, Carolyn parecía algo cansada. Estaba pálida y ojerosa, y apretaba las manos con tal fuerza que tenía los nudillos blancos. Emily sentía mucha pena por ella. No era un secreto para ninguna que Carolyn no podía tener hijos. Aunque Emily sabía que Carolyn se alegraba de verdad por Sarah y por Julianne, se daba cuenta de que su amiga debía de estar sintiendo unas dolorosas punzadas de envidia y tristeza por su esterilidad.

Estiró el brazo y puso las manos sobre las de ella para darle un cálido y cariñoso apretón mientras Sarah y Julianne charlaban como un par de cotorras. Carolyn se volvió hacia ella, y para consternación de Emily notó que los ojos azules de su amiga brillaban por las lágrimas contenidas.

– Yo… me alegro por ellas -susurró Carolyn, antes de que Emily pudiera decir nada.

– Por supuesto que sí. -Observó la cara de su amiga, sintiéndose cada vez más preocupada por su intensa palidez. -Carolyn, ¿te encuentras bien?

Carolyn parpadeó varias veces y sonrió.

– Estoy bien.

A la mayoría de la gente la habría convencido esa serena sonrisa y aquellas palabras tranquilizadoras, pero Emily conocía muy bien a Carolyn. Sabía que le pasaba algo. Se prometió a sí misma que se lo preguntaría en cuanto pudiera quedarse a solas con ella.

– Me alegro mucho de que hayas regresado a Londres -añadió Carolyn. -Te he echado muchísimo de menos. -Retiró las manos de debajo de las de Emily, inspiró profundamente y con una sonrisa se dispuso a tomar parte en la conversación de Sarah y Julianne que habían comenzado a hablar de sus maridos.

Por supuesto, Carolyn podía opinar con facilidad de cualquier tema relacionado con el matrimonio, y Emily comenzó a pensar que a pesar de lo mucho que quería a sus amigas no podía negar que se sentía… excluida. Después de todo, ¿en qué podía contribuir ella a una conversación sobre el matrimonio o la maternidad inminente? En nada. No tenía marido y, aunque pasaba mucho tiempo con sus hermanos pequeños, no era lo mismo que ser madre. Y a pesar de los explícitos, picantes y sensuales libros de la Sociedad Literaria de Damas, leer no era lo mismo que experimentar aquellos actos apasionados que ella sabía que sus amigas compartían con sus mandos. Sin ir más lejos, apenas hacía tres meses que experimentó su primer beso…

Una ardiente oleada que no tenía nada que ver con el calor que desprendía el fuego de la chimenea inundó a Emily. La escena que llevaba tres meses intentando olvidar sin éxito apareció en su mente, y volvió a revivirla como si acabara de ocurrir. El pelo oscuro y los intensos ojos de ébano. Los fuertes brazos que la estrechaban con firmeza. El duro y tenso cuerpo masculino que presionaba el suyo. Los firmes labios que se amoldaban a los de ella mientras se entrelazaban sus lenguas. Sensaciones que jamás sintió antes. Sensaciones que nunca hubiera esperado sentir, al menos no con él.

– … Logan Jennsen. -La voz de Julianne pronunciando el nombre que la tenía obsesionada, y no de buena manera, día y noche desde hacía tres meses, la sacó de sus ensoñaciones.

– ¿Qué pasa con Logan Jennsen? -preguntó, dando un respingo mentalmente al notar el chillido involuntario en su propia voz.

Julianne se volvió hacia ella con una expresión tímida.

– Sé que no te cae bien, Emily, pero…

– Cierto. No me cae bien.

La confusión nubló la mirada de Julianne.

– Jamás desde que te conozco te había visto tan mal dispuesta hacia nadie. En especial, con alguien que apenas conoces.

Oh, ella conocía bastante bien al señor Logan Jennsen. Más de lo que quería. Y ciertamente más de lo que debería.

– ¿Qué es lo que te desagrada tanto de él? -preguntó Sarah.

– Es arrogante. Y grosero. Y para colmo es americano. ¡Un vulgar colono, por el amor de Dios! -Y tenía una manera de mirarla que la hacía sentirse agitada y acalorada, lo que no era nada propio de ella. Y eso era algo que no le gustaba ni un pelo. Tanto como le disgustaba él. No le gustaba ni una pizca. Y el hecho de que fuera el responsable de la ruina financiera de su padre, un desastre que afectaba a toda la familia, sólo reafirmaba la pobre opinión que tenía de él. No tenía muy claro cómo su padre había llegado a deberle al señor Jennsen una cantidad tan grande de dinero (la conversación que oyó por casualidad meses atrás entre su padre y su administrador no le había aportado demasiados detalles), pero sí sabía que era el resultado de alguna triquiñuela por parte del señor Jennsen; que fue él quien hizo que su padre se comportara de una manera totalmente insensata. Puede que fuera un poco inepto, sí, pero nunca había sido irresponsable. Aquel momento de locura que hubo entre Jennsen y ella en la boda de Julianne no fue más que eso, una locura. Un acto que ella misma provocó picada por la curiosidad, aunque no tardó en darse cuenta de que aquello había sido un tremendo error. -Sabéis que sólo ha sido aceptado por la sociedad londinense gracias a su escandalosa riqueza.

– Ser rico no es un crimen -señaló Julianne con suavidad. -Y creo que le has juzgado mal. He tenido la oportunidad de pasar algún tiempo con él mientras estabas fuera y debo reconocer que me agrada mucho.

– También a mí -agregó Sarah.

– Y a mí-dijo Carolyn.

Vaya, una se pasaba unos meses en el campo y a la vuelta se encontraba con todo un motín.

– ¿Qué diablos ha hecho que pases algún tiempo en compañía de ese hombre? -le preguntó Emily a Julianne.

Julianne parpadeó.

– ¿No has oído nada de lo que he dicho? «No. Porque estaba pensando en ese fastidioso hombre.» Porras, todavía tenía que contarles su secreto. -Er… no. ¿Qué has dicho?

– El señor Jennsen ha contratado a Gideon para que investigue para él. Puedo dar fe de su generosidad.

«También besa de una manera muy generosa.» Sin embargo, de los tres secretos que tenía que contarles, ése era el único que tenía intención de guardarse. Incluso aunque tuviera que morir en el intento. Aunque no estuviera acostumbrada a tener secretos con sus tres amigas, ¿tan malo sería guardar ése? Desde luego no iba a permitir que Jennsen la besara de nuevo.

– ¿De veras? -Dijo Emily, sorbiendo por la nariz con altivez. -Imaginaba que era un hombre muy tacaño.

– ¿Por qué? -preguntó Sarah.

«Porque no quiero pensar que posee buenas cualidades.» Se encogió de hombros.

– ¿Acaso no son tacaños aquellos que no comparten sus riquezas? -Ojalá su padre hubiera sido lo suficientemente sabio para comportarse de una manera prudente y no involucrarse en ningún plan financiero con el señor Jennsen.

– Quizás algunos sí, pero no el señor Jennsen -dijo Julianne. -No voy a negar que me resultara un poco intimidador al principio, pero admito que cada vez lo aprecio más.

– Mmm. Apuesto que tanto como que te metan un dedo en el ojo -masculló Emily.

Todas se rieron.

– De verdad, creo que el señor Jennsen es muy atractivo -dijo Sarah.

– Tonterías -protestó Emily, ignorando aquella vocecilla interior que la llamó mentirosa al instante. -De hecho, es evidente que tiene la nariz rota.

– Igual que Gideon -señaló Julianne, -y no creo que eso le reste atractivo. Incluso creo que eso lo hace más viril.

– ¿A quién? -Le preguntó Carolyn. -¿A tu marido o al señor Jennsen?

– En realidad, a los dos.

– Cualquiera puede darse cuenta de que el señor Jennsen no es precisamente guapo -dijo Emily con rigidez. No, no lo era. De hecho podía nombrar con facilidad a una docena de hombres mucho más guapos que él. Pero de alguna manera el señor Jennsen era… arrebatador. Fascinante. Irresistible. Y porras, era realmente un hombre impresionante.

Carolyn cogió una galleta de la bandeja de té de la mesita.

– Dejando a un lado su apariencia, que debo decir me resulta muy agradable, creo que el señor Jennsen es un hombre solitario.

Una extraña sensación oprimió el corazón de Emily ante ese pensamiento, que ignoró totalmente.

– Sin duda debido a sus modales groseros y a sus negocios poco fiables -dijo con acritud.

Carolyn arqueó las cejas.

– ¿Poco fiables? Por lo que dice Daniel, ese hombre es, ni más ni menos, un genio de las finanzas. Mi marido ya ha invertido en varias de las compañías navieras del señor Jennsen y está muy satisfecho con los resultados.

– Igual que Matthew -dijo Sarah. -Y eso que no le cayó demasiado bien al principio.

– Probablemente porque lo consideraba un rival que quería ganarse tu amor -intervino Julianne con una sonrisa.

Sarah sonrió ampliamente.

– Es probable. Pero la opinión de Matthew ha dado un giro de ciento ochenta grados… Incluso ha invertido dinero en muchos de los negocios de Logan. Matthew compara a Logan con el rey Midas. Cualquier cosa que toca se convierte en oro.

– Puede que el señor Jennsen sea un poco tosco… -intervino Julianne.

– Más que tosco -la interrumpió Emily.

– Pero estoy de acuerdo con Carolyn en que es un solitario -continuó Julianne. -Vive solo en esa enorme mansión de Berkeley Square…

– No se puede decir que viva solo con el batallón de criados que tiene -objetó Emily.

– Los criados no son amigos -señaló Sarah. -Ni familia. Ni amantes.

– Supongo que no quiere compañía femenina -reflexionó

Carolyn. -No he oído ni un solo rumor de que esté liado con alguien. -Un pícaro brillo apareció en sus ojos. Se inclinó hacia delante y susurró: -Como ya os he comentado, besa genial.

Una ardiente sensación envolvió a Emily. Sí, eso era cierto. Y deseó con todas sus fuerzas que Carolyn jamás hubiera compartido con ellas aquella delicada información; que antes de casarse con Daniel, Logan la besó. Fue aquella conversación sobre las magistrales cualidades de Jennsen lo que despertó la curiosidad de Emily y la hizo tomar aquella desastrosa decisión que la llevó a olvidar todas las razones por las que le desagradaba ese hombre y descubrir por sí misma si Carolyn tenía razón.

Y desde luego tenía razón; de la forma más contundente.

Desde entonces, Emily deseaba todos los días no haberlo averiguado.

– Besa genial -apostilló Sarah. -Igual que lord Damián en La amante del caballero vampiro.

– Oh, Dios mío, sí-convino Julianne con un suspiro. -Sé que hemos leído libros escandalosos antes, pero éste último… -sostuvo en alto su ejemplar de la novela con encuadernación de piel que todas habían leído -es absolutamente escandaloso.

Agradeciendo que hubieran dejado de hablar de Logan Jennsen, Emily intervino:

– Y por absolutamente escandaloso quieres decir… -se inclinó hacia delante y continuó con un murmullo: -completa y pícaramente delicioso. Y mucho más detallado que la historia de Polidori.

– Estoy de acuerdo -dijo Carolyn. -Jamás creí que un vampiro podía ser tan… sensual. -Se abanicó la cara con una mano. -Pero ese Damián… Santo Dios.

– De hecho, me ha hecho ansiar que un atractivo hombre me muerda el cuello -intervino Sarah con su acostumbrada franqueza.

– Y a mí -replicó Julianne.

Emily se inclinó hacia delante y observó con atención algo que parecía una pequeña marca en la garganta de Julianne.

– Mmm. Parece como si alguien ya te hubiera estado mordiendo en el cuello.

Un profundo sonrojo encendió las mejillas de Julianne mientras sus dedos volaban a la mancha que había detectado Emily.

– Estoy segura de que es sólo una sombra.

Sin poder evitar tomarle el pelo, Emily le dirigió una mirada escéptica.

– Creo que no. De hecho, estoy segura de que te lo ha hecho tu atractivo y enamoradísimo marido que a pesar de llevar tres meses casado contigo, no da señales de estar menos enamorado de ti. Es evidente que lo mantienes muy ocupado. Y feliz. Mordisqueándote y chupándote el cuello.

Emily tuvo que contener la risa ante la expresión azorada de Julianne.

– Seguro que es un juego de sombras. De verdad que sí. Emily se volvió hacia Carolyn y Sarah para preguntarles su opinión.

– ¿Creéis que ese mordisco de amor se debe a un juego de sombras o a Gideon?

– A Gideon -respondieron las dos al unísono.

– Has perdido -le dijo Emily a Julianne, tras el resultado de los votos. -Y además, te has sonrojado.

– No creo que sea posible -masculló Julianne. -Gracias a Gideon ya no soy capaz de sonrojarme por nada.

– Y jamás he visto a nadie más feliz por ello -dijo Carolyn con una cariñosa sonrisa, posando una mano sobre la de Julianne.

Emily no podía estar más de acuerdo con ella. Hacía diez meses sus amigas estaban solteras, y ahora las tres estaban casadas, y Sarah y Julianne iban a ser madres. Miró a Carolyn, que continuaba sonriendo, pero incluso a pesar de su evidente felicidad, todavía estaba pálida. Y ahora que la miraba detenidamente, Emily notó que su amiga estaba más delgada que la última vez que la había visto. Volvió a prometerse a sí misma hablar con Carolyn a solas para descubrir qué le pasaba.

– Francamente, tengo celos -refunfuñó Sarah, cambiando de posición en el sillón y subiendo los pies a una otomana cercana. -Estoy tan enorme que tengo que ponerme de lado para que Matthew me abrace, por lo que es imposible que me muerda el cuello.

– Por lo que veo, ese hombre no puede dejar de tocarte -objetó Julianne. -Y es por eso por lo que has acabado en la situación en la que te encuentras ahora.

– Si alguien tiene motivos para sentir celos soy yo -se quejó Emily. -Vosotras tres tenéis un marido enamorado que os adora y al que no le importa morderos el cuello con regularidad. Por la radiante felicidad que mostráis parece como si os hubierais tragado un candelabro, ¿y yo qué? -Soltó un suspiro. -Ningún hombre al que amar, ningún hombre que me ame. -Por no añadir que gracias a la ineptitud de su padre en los negocios, su familia estaba a punto de caer en la más absoluta ruina financiera. Aunque pensaba decírselo a sus amigas esa tarde, los secretos que un cuarto de hora antes estaba a punto de compartir con ellas, ahora parecían habérsele quedado atascados en la garganta. Para ganar tiempo mientras buscaba las palabras correctas, dijo: -Menos mal que he leído La amante del caballero vampiro para poder vivir un amor profundo por medio del oscuro príncipe Damián y su amada Melanie.

Y lo vivió realmente. La manera en que el atractivo vampiro Damián se lanzaba literalmente en picado sobre Melanie y la tomaba… Oh, Santo Dios.

– La manera en que la toma -murmuró. Un ardiente escalofrío la recorrió. Contra la pared, en el suelo, en la mesa de billar, en una silla, en el lago a la luz de la luna… La historia no había hecho más que inflamar su imaginación y su cuerpo de una manera que no había experimentado antes. -Basta con decir que Melanie no era la única que jadeaba.

– Esos encuentros sensuales eran todavía más explícitos que los que se producían en cualquiera de nuestros libros anteriores -dijo Julianne. Luego esbozó una sonrisa. -Y no es que me queje.

– Ni yo -convino Sarah. -Me sentí muy feliz al ver que Damián no era el villano que aparentaba ser. Como todos nosotros, tiene sus defectos, aunque creo que la mayoría de sus acciones fueron resultado de la soledad y la desesperación en vez de la maldad. A pesar de su deseo de sangre, era muy… humano.

– Fue el amor lo que lo salvó -dijo Carolyn.

– Así es -dijo Emily, cogiendo una de las deliciosas galletas que había preparado la cocinera. -Estoy de acuerdo con eso que dices de la soledad. Al ser inmortal, sobrevivió a todos los que amaba. Y no tenía a nadie… hasta que conoció a Melanie.

– Es adorable que se refiriera a ella como «su alma» -dijo Sarah.

– Oh, sí -convino Julianne con un profundo suspiro. -Llevaba más de seiscientos años sin alma. Hasta que la conoció. Me pareció muy romántico. Y su deseo por ella, su necesidad por ella es…

– ¿Romántica? -Sugirió Carolyn. -¿Profunda?

– ¿Desinhibida? ¿Carnal? -propuso Sarah.

– Yo la llamaría erótica -dijo Emily. -Los pasajes en los que él la seduce son tan descriptivos que realmente me hicieron… mmm, sudar. -Y desear. Y hacer que le latiera aquel lugar secreto entre sus piernas.

«Ese libro no es lo único que te hace desear y palpitar últimamente», susurró una vocecita interior.

Para su profunda irritación, otra imagen de Logan Jennsen, de sus labios sensuales y el recuerdo de aquel ardiente beso, cruzó por su mente, llenándola de calor y de un deseo tan intenso que se quedó sin aliento.

– ¿Te encuentras bien, Emily? -preguntó Julianne.

No. Y no era culpa suya. Ese hombre despertaba sus agitados sentidos de una manera que no le gustaba en absoluto. Un hombre que no quería volver a ver.

«Un hombre que sí quieres volver a ver», se mofó la vocecilla.

– Estoy bien -mintió. -Es que me he atragantado con un trozo de galleta. -Tosió dos veces para convencerlas y luego se apresuró a tomar un sorbo de té.

– Esas escenas también me hicieron sudar a mí -dijo Julianne con suavidad y timidez. Otro intenso sonrojo le cubrió las mejillas.

– Y a mí -añadió Sarah con una amplia y traviesa sonrisa, subiéndose las gafas. -Matthew estaba muy satisfecho con los resultados.

– También Daniel -dijo Carolyn, aunque algo en el tono de su voz y en el hecho de que no levantara la mirada del regazo donde se retorcía las manos hizo que Emily se preguntara si aquellas palabras eran realmente ciertas. ¿Era Daniel la razón por la que Carolyn estaba preocupada?

Dejando la pregunta a un lado hasta que pudiera conocer la respuesta, Emily caviló en que si bien ella no había sido la única afectada por la sensualidad que Damián mostraba en sus encuentros con Melanie, al menos todas sus amigas tenían un marido que podía aliviar cualquier ardor y latido que hubieran producido aquellos explícitos pasajes. Emily sólo disponía del recuerdo de su encuentro con Logan Jennsen… algo que sólo contribuía a acrecentar sus ardores y su pálpito interior. Algo que era realmente irritante debido a su extrema aversión por ese hombre. De no ser por él, su padre no estaría en el apuro económico en el que se encontraba ahora o, al menos, no estaría cargado de deudas. Y era por eso que le había arrancado a Emily la promesa de casarse rápido y bien antes de que las noticias de su descalabro financiero trajeran la ruina social a toda la familia.

– Quizá deberíamos leer libros menos explícitos -dijo Emily con un suspiro frustrado.

– ¡No! -La palabra sonó por triplicado y cargada de consternación.

– Daniel está muy satisfecho con los libros que escogemos -dijo Carolyn.

Sarah le brindó a su hermana una sonrisa engreída. -Matthew está sumamente satisfecho.

– Gideon está…

– Requetesumamente satisfecho -la interrumpió Emily. -Sí, sí, ya veo por dónde van los tiros. Más comentarios sobre vuestros maravillosos maridos, una conversación en la que yo no puedo participar. -La joven no tuvo intención de sonar malhumorada, pero se dio cuenta de que sí lo hizo cuando sus amigas intercambiaron unas significativas miradas. Luego, Sarah alargó el brazo y le cogió la mano.

– ¿Quieres hablar de eso? -le preguntó quedamente.

– ¿De qué?

Carolyn se inclinó hacia ella con los ojos llenos de preocupación.

– De lo que te molesta tanto.

El corazón de Emily se ablandó ante la evidente preocupación de Carolyn por ella, sobre todo, cuando su amiga tenía sus propias preocupaciones. Estaba claro que había llegado el momento de revelar sus secretos. Sabiendo que no había manera de andarse con rodeos con las tres personas que mejor la conocían del mundo, preguntó con timidez: -¿Es tan evidente?

– Sí -dijo Sarah. -Al menos para nosotras que te queremos tanto. Las cartas que nos has enviado durante estos tres meses que has estado en el campo resultaban muy forzadas. Y no es propio de ti.

Ante la insistencia de Emily, toda su familia se había ido de Londres el día después de la boda de Julianne para pasar una temporada en su hacienda de Kent. La verdad era que en ese momento, Emily deseaba irse de la ciudad para escapar del recuerdo de su encuentro con Logan Jennsen. Pero después de varios días en el campo se dio cuenta de lo insensata que había sido al desear estar recluida. Encargarse de sus hermanos pequeños no era suficiente para ocupar su mente y tuvo tiempo de sobra para pensar en aquello que tan desesperadamente quería olvidar. Incluso en las pocas ocasiones en que asistió a una velada, en las que bailó con algunos caballeros muy apuestos, se encontró pensando en el señor Jennsen y comparando a sus parejas con él. Y por razones que no podía comprender, su apuesta pareja de baile siempre salía perdiendo.

Entonces leyó La amante del caballero vampiro y la historia hizo surgir una idea tan escandalosa, tan inconcebible, que no se atrevió a compartirla con nadie. Se embarcó por completo en ese proyecto, abstrayéndose de cualquier otra cosa. De hecho, su abstracción resultó obvia en las cartas que les escribió a sus amigas. Emily podría haberles contado su idea, pero decidió esperar a ver si funcionaba y, para ser sinceros, le avergonzó admitir que estaba intentando hacer algo tan contrario a su educación. Se alegró mucho de no haber confiado su secreto a nadie cuando, para su decepción, fracasó. El fracaso era algo con lo que Emily estaba poco familiarizada y ante lo que no sabía cómo reaccionar.

– No has sido tú misma esta tarde -dijo Sarah quedamente. -Echo de menos ese pícaro brillo en tus ojos, ¿no nos vas a contar lo que te pasa?

Para desazón de Emily, se le llenaron los ojos de lágrimas. ¡Cielos!, ¿qué le pasaba? Ella rara vez lloraba, pero ahora estaba a punto de hacerlo.

– Por supuesto. El hecho es que tengo dos secretos. -«Tres», corrigió la vocecilla interior con brutal honestidad.

Bien. Tres secretos. Pero sólo estaba dispuesta a compartir dos.

Tres expectantes pares de ojos centraron su atención en ella. Emily respiró hondo antes de decir atropelladamente:

– Ya os he contado los apuros económicos por los que está pasando mi familia, pero lo cierto es que ahora la situación se ha vuelto desesperada. Mi padre ha hecho una serie de malas inversiones y ha tenido una suerte espantosa en el juego, con lo que estamos al borde de la ruina.

Las palabras surgieron con la misma fuerza del vapor de un caldero hirviendo. Tomando aire, continuó:

– Durante nuestra estancia en el campo, mi padre se reunió con su administrador para intentar llegar a algún tipo de acuerdo con sus acreedores, pero no lo consiguió. Va a perderlo todo. Por lo tanto, la única manera de salvar la situación es que alguna de sus hijas se case bien. Como soy la única en edad casadera, me lo ha pedido a mí. Y tiene que ser lo más rápido posible.

Durante varios segundos, el único sonido que se oyó tras sus palabras fue el tictac del reloj de la repisa de la chimenea. Luego, Julianne se aclaró la garganta.

– Lo siento mucho, Emily. Comprendo muy bien lo que se siente al tener que aceptar un matrimonio indeseado.

Sí, Julianne lo comprendía mejor que nadie, y Emily siempre admiraría a su amiga por haber tenido el valor de buscar su propia felicidad y casarse con el hombre que amaba, a pesar de provocar la censura de la sociedad y de ser desheredada por su familia.

– ¿No puede tu padre pedir dinero prestado para pagar las deudas? -preguntó Carolyn.

Emily negó con la cabeza.

– Eso sería como desnudar a un santo para vestir otro. Sólo contraería una deuda diferente, una que no podría pagar. -Soltó un suspiro. -Como sabéis, yo siempre he esperado, planeado y deseado casarme algún día. Después de enamorarme alocada y apasionadamente como lo habéis hecho todas vosotras. Por desgracia, a pesar de todos los solteros cotizados que he conocido desde mi presentación en sociedad, eso no ha ocurrido. Así que dado que no tengo ningún deseo de casarme hasta encontrar al hombre ideal, he buscado una alternativa. Si pudiera ganar el suficiente dinero para saldar las deudas, no tendría que casarme hasta que quisiera. Y he encontrado la manera perfecta de hacerlo. -Clavó los ojos en sus amigas, que la miraban con aire inquisitivo. -Inspirándome en nuestro libro de La amante del caballero vampiro, decidí escribir mi propia historia de vampiros y venderla.

Sarah parpadeó.

– ¿Has escrito un libro?

– Es más bien una historia corta. La he titulado El beso de lady Vampiro. Mi vampiro es una mujer. Después de todo, los hombres son quienes siempre se divierten en la vida real, ¿por qué tendrían que divertirse también en la ficción? -Antes de que sus amigas pudieran responder a lo que de todos modos era una pregunta retórica, se apresuró a añadir: -Utilizando el seudónimo de Anónimo, le envié el relato a varios editores de Londres y, aunque todos alabaron el manuscrito, acabaron rechazándolo. Todos afirman que nadie estaría interesado en una historia cuya protagonista es una mujer vampiro.

Tres pares de ojos se clavaron en ella. Luego, Julianne negó con la cabeza.

– ¿Que nadie estaría interesado? Menudo disparate. A mí me interesa.

– Y a mí-dijo Carolyn mientras Sarah asentía con la cabeza. Emily les brindó una sonrisa a sus tres leales amigas.

– Gracias.

– ¿Por qué no escogemos tu historia como nuestro próximo libro de lectura? -Sugirió Sarah. -Me muero por leer tu relato. En realidad, creo que estoy un poco molesta contigo por no habérmelo dejado leer antes.

Ante la reprimenda, un ardiente rubor cubrió las mejillas de Emily.

– Lo siento. Sería un honor para mí que fuera uno de los libros seleccionados en el club de lectura… después de que lo publiquen. No es que no quiera que lo leas, es sólo que… -Emily se estrujó la cabeza buscando las palabras adecuadas para explicar los motivos de por qué quería mantener su manuscrito en privado.

Carolyn le lanzó una mirada ceñuda a su hermana.

– Tú mejor que nadie deberías saber por qué no nos ha pedido que lo leamos, Sarah. A ti no te gusta enseñar tus bosquejos hasta que los terminas.

– Pero ella ha terminado su historia -alegó Sarah.

Julianne tocó la mano de Emily con los ojos llenos de comprensión.

– Sí, pero creo que para Emily no estará realmente terminado hasta que lo vea publicado.

Emily asintió agradecida por el apoyo de su amiga.

– Exacto. Quería sorprenderos, regalaros un ejemplar como prueba de mi éxito. Por desgracia, las cosas no han resultado ser como yo esperaba. Sin embargo, se lo he enviado a otro editor esta mañana, y no tengo intención de dejar que lo rechacen otra vez. -Una sonrisita le curvó los labios. -Tengo un plan.

Sus tres amigas intercambiaron miradas de inquietud.

– Cada vez que dices esas palabras -dijo Julianne, -me baja un escalofrío por la espalda. Lo que viene a continuación suele acabar en un completo desastre. ¿Recuerdas cuando planeaste enseñarme a hacer una tarta de barro? -Julianne se estremeció. -Tengo suerte de vivir para contarlo.

– Se suponía que no tenías que comértela -dijo Emily.

– Tenía siete años y aquello era una tarta -dijo Julianne sorbiendo por la nariz.

Emily agitó la mano en un gesto despectivo.

– Eso fue hace quince años. No puedes negar que desde entonces he tenido muchos planes que han terminado bien.

– Y muchos más que han acabado como el rosario de la aurora -dijo Julianne con tono ominoso.

– No tantos. Pero éste va a ser un éxito rotundo. -Guardó silencio durante varios segundos, asegurándose de que tenía toda la atención de sus amigas. Entonces se inclinó hacia delante y susurró: -Voy a convertirme en un vampiro.

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