CAPÍTULO 16

Estaba profundamente enterrado en mi interior,

y el placer me envolvió cuando hundí mis colmillos en su cuello.

Apenas lo oí jadear cuando alcanzó el éxtasis,

abrumada por la erótica combinación de su duro cuerpo embistiendo

contra el mío, y el intenso y delicioso sabor de su cálida sangre en mi boca.

El beso de lady Vampiro,

Anónimo


Emily salió de la destartalada casa de ladrillo y soltó un tembloroso suspiro. Las nubes grises cubrían el cielo, haciendo que aquella zona de los suburbios en Whitechapel resultara aún más sombría. Olía a una fétida mezcla de basura y cuerpos sin lavar, y sólo Dios sabía qué más flotaba en el gélido aire aparte de gritos, ladridos y el llanto de los niños.

– El carruaje la espera al doblar la esquina -dijo el señor Atwater, señalando hacia delante.

Emily asintió con la cabeza incapaz de articular palabra alguna. Aún estaba excesivamente aturdida por lo que acababa de experimentar. Se apoyó en el firme brazo del corpulento detective, pues conocía muy bien los peligros que acechaban en los bajos fondos londinenses, y agradeció para sus adentros la fuerte e intimidatoria presencia del hombre. Emily jamás se habría aventurado sola en esa parte de la ciudad y todas las veces que visitaba esas áreas tan marginadas se aseguraba de hacerlo convenientemente protegida. El detective Atwater le hacía sentir segura en un lugar que, sin duda alguna, era muy peligroso.

Y a pesar de ello, la visita que había hecho ese día la había sobrecogido de una manera que jamás había experimentado antes. Doblaron la esquina y se sintió aliviada al ver el carruaje de alquiler. Mientras se acercaban al vehículo, Emily se dio cuenta de que otro carruaje se había detenido detrás. Un coche precioso, lacado en negro con intricados adornos dorados en el borde que estaba completamente fuera de lugar en un sitio como aquél. La joven frunció el ceño. Ese carruaje le resultaba familiar…

Emily se detuvo en seco cuando se abrió la puerta y Logan bajó del vehículo. El había extendido una mano para coger su sombrero cuando la vio. Se quedó paralizado con el brazo en alto y, durante unos segundos, se limitaron a mirarse fijamente el uno al otro. Luego, los ojos de Logan se desviaron al señor Atwater. Apretó los labios en una línea tensa y se puso el sombrero en la cabeza… con un poco más de fuerza de la necesaria. Con largas y enérgicas zancadas acortó la distancia que había entre ellos. No se detuvo hasta que sólo los separaron cincuenta centímetros.

– ¿Qué demonios estás haciendo aquí? -Preguntó él, apretando los dientes. -¿Tienes idea de lo peligroso que es este sitio?

Emily se irritó ante la prepotencia del hombre, pero antes de que tuviera oportunidad de replicar, él se giró hacia el señor Atwater.

– Será mejor que tenga una buena excusa para que lady Emily esté en Whitechapel, Atwater, aunque no creo que exista ninguna explicación posible.

Emily apretó el brazo del detective para impedir que hablara.

– El señor Atwater me ha acompañado para garantizar mi seguridad mientras hacía una visita.

Logan arqueó las cejas y luego frunció el ceño.

– ¿Una visita? ¿A quién conoces en esta parte de Londres?

– Creo que tú y yo hemos venido a ver a las mismas personas -le dijo ella, sosteniéndole la mirada. -A Velma Whitaker y a su hija Lara.

El ceño fruncido de Logan se convirtió en una mirada de confusión.

– Pero ¿cómo…? ¿Por qué…? -Él sacudió la cabeza, luego se volvió hacia el señor Atwater. -Necesito hablar un momento a solas con lady Emily.

El señor Atwater dirigió la vista al carruaje de Logan.

– Estaré vigilando fuera.

Después de agradecerle al detective la deferencia con una breve inclinación de cabeza, Logan la tomó del brazo y la condujo a su carruaje, ayudándola a entrar. Cerró la puerta confinándolos en un íntimo y lujoso capullo muy diferente a la pobreza que los rodeaba.

El se sentó frente a ella en los mullidos asientos de terciopelo y la miró con calma.

– Por favor, explícame qué estás haciendo aquí-le dijo con voz queda.

Emily se humedeció los labios, un gesto que atrajo la mirada de Logan a su boca. Sus ojos se oscurecieron, y a ella la recorrió una oleada de calor. Resuelta a que no supiera cuánto la afectaba su cercanía, alzó la barbilla y se aclaró la garganta.

– Después de la conversación que mantuvimos ayer en el parque, no podía dejar de pensar en la señora Whitaker y en su hija, en las adversidades que tendrá que afrentar sola ahora que no está el señor Whitaker para mantenerlas y protegerlas. Así que ayer por la tarde le envié una nota a Gideon preguntándole si podía averiguar dónde vivían y acompañarme a visitarlas. Me respondió que ya tenía otro compromiso y que no podía venir conmigo, pero que enviaría en su lugar al señor Atwater; es él quien me dio la dirección de la señora Whitaker y quien me ha acompañado esta mañana.

– Así que has venido a verlas -dijo Logan suavemente.

Emily asintió con la cabeza.

– Les he traído algunas cosas.

– ¿Qué cosas?

– Más que nada ropa. Algunos artículos de uso doméstico: velas, sábanas, jabón. Varios libros y una muñeca que encontré en el ático. Y algunas cestas de comida. También les envié una nota a Sarah y a Carolyn, quienes donaron diversos artículos. Igual que Julianne, a pesar de sus limitados recursos.

Él no dijo nada durante varios segundos. Luego alargó el brazo y le cogió la mano. Envolvió sus dedos entre los suyos, y Emily sintió la calidez de su piel a pesar de los guantes.

– Ha sido muy amable por tu parte.

Para consternación de Emily, se le llenaron los ojos de lágrimas. Para ocultarlas se giró y miró por la ventanilla, pero lo único que vio fueron los ladrillos desconchados y las ventanas sucias del edificio donde vivían la señora Whitaker y su hija. No es que no hubiera visto a gente en las mismas circunstancias, pero algo en ellas había afectado a Emily profundamente.

– No me siento amable. Me siento… -Soltó un largo suspiro. -En realidad, siento muchas cosas. Simpatía, piedad y una profunda compasión. Como cada vez que abandono los privilegios de Park Lañe y vengo a sitios como éste.

Notó que él se había quedado inmóvil.

– ¿Cada vez? -Repitió él con suavidad. -¿Quieres decir que no es la primera vez que vienes a Whitechapel?

Emily maldijo a su lengua traicionera. Parpadeando para hacer desaparecer las lágrimas, se volvió hacia él y asintió con la cabeza.

– Durante los últimos tres años he estado aquí varias veces. Y también en otras zonas de Londres que se encuentran en la pobreza. -Se rio sin humor. -No son difíciles de localizar.

– Pero ¿por qué…? -Logan se interrumpió y una inconfundible comprensión apareció en sus ojos. -Traes artículos que la gente pueda necesitar.

Emily asintió con la cabeza, sintiéndose avergonzada de repente por haber hablado más de la cuenta.

– No es nada en realidad. Sólo ropa que ya no les sirve a los chicos y a Mary o que no voy a volver a ponerme.

– ¿Lo haces a menudo?

– Normalmente una vez al mes. Hace tres años descubrí a una de nuestras doncellas llorando. Le pregunté qué le pasaba y al principio no quiso decirme nada, pero finalmente me confió que había recibido una carta de su hermana diciéndole que se había quedado viuda con tres niños pequeños y otro en camino. Me sentí mal por ella, y me pregunté qué podía hacer para ayudarla. Así que recogí alguna ropa y artículos de casa y… bueno, así fue como empezó todo.

– Una causa muy noble.

– Sí, pero hay mucha pobreza y sufrimiento. Siempre me siento como si hubiera puesto un pequeño vendaje a una herida profunda. Pero, sobre todo, me siento culpable. Sólo es gracias a las circunstancias de mi nacimiento que mi vida esté llena de comodidades, una vida que la señora Whitaker, Lara y otros como ella nunca han conocido. Me parece muy injusto que una persona tenga tanto mientras otras tienen tan poco.

Miró de nuevo por la ventanilla.

– Y aun así, la señora Whitaker ha compartido todo lo que tiene conmigo. Hay algo en ella y en Lara que… simplemente me conmueve. Profundamente. Me invitó a tomar el té y me ofreció un plato de galletas; se comportó como si la mía fuera una visita de la realeza. Viven en una sola habitación y nada más. Estaba impoluta pero muy usada. Parecía tan cansada… Y derrotada. Y a pesar de ello es tan valiente… No creo que haya conocido a nadie tan valiente como ella. Y Lara, Santo Dios, esa niña me ha llegado al corazón. Me ha mirado con esos enormes ojos castaños y… -Se le quebró la voz y otra oleada de lágrimas le anegó los ojos.

Emily sintió los dedos de Logan bajo la barbilla, instándola a mirarle, y giró la cabeza.

– ¿Y qué? -la apremió él.

– Y si bien estaba tratando de ayudarlas, me sentí indigna de estar allí. En aquella habitación tan pequeña pero escrupulosamente limpia.

¿Sabías que jamás he tenido que limpiar nada en mi vida? Ni una simple cacerola o un plato o una taza de té. Me sentí egoísta y demasiado mimada, inútil e indigna.

Una lágrima se le deslizó por la mejilla y él alargó la mano para secársela con la punta del guante.

– Me sentí igual la primera vez que vine aquí -dijo Logan quedamente. -Quise decirles que recogieran sus pertenencias y llevármelas a casa, pero sabía que lo habrían considerado un insulto. Tu método de donar artículos de primera necesidad es excelente.

– Gracias, pero como ya te he dicho, no es suficiente. Quiero hacer más. -Contuvo la risita carente de humor que le subió a la garganta. Dada la ruina financiera a la que se veía abocada su familia, poco más podía hacer. De hecho, pronto podría encontrarse en la misma situación apurada de la señora Whitaker. Se estremeció sólo de pensarlo.

– Tal vez tenga una manera de ayudarlas -dijo Logan. -He venido a hacer una oferta a la señora Whitaker, una que espero que acepte.

– ¿Cuál?

– Hace poco compré una hacienda en Kent, a unas dos horas y media de Londres. El ama de llaves ha decidido seguir prestándole servicio al dueño anterior, así que necesito a alguien que ocupe ese puesto.

Emily comprendió lo que quería decir.

– Quieres ofrecerle ese trabajo a la señora Whitaker.

– Sí. Podría vivir con su hija en el campo y de paso hacerme un gran favor. Necesito a alguien competente a quien confiar la administración de esa casa.

El corazón de Emily dio un vuelco, y se sintió avergonzada por todas las veces que había pensado mal de ese hombre.

– Eso es muy amable por tu parte. Y ya te habrás dado cuenta de que no he sonado asombrada en lo más mínimo.

Pero él negó con la cabeza.

– No es amabilidad, es mi responsabilidad. Lo que tú has hecho, y lo que has hecho por otros como ella, sí es pura bondad. Y si bien no tenía ni idea de que estuvieras involucrada en tal empresa, sin duda habrás notado que yo tampoco sueno asombrado en lo más mínimo. Aunque desearía, por tu seguridad, que no te aventuraras en zonas tan peligrosas de la ciudad.

– Jamás se me ocurriría venir sin la protección adecuada. No me negarás que el señor Atwater sería capaz de espantar a cualquier presunto criminal tan sólo con una mirada.

– Cierto. Pero podrías enviar a otra persona para entregar las donaciones.

– ¿Quieres decir a un hombre con una pistola? ¿Mientras permanezco a salvo junto al calor de la chimenea y la comodidad de mi casa en Mayfair?

– Exactamente. De hecho, creo que ésa es una idea excelente.

Emily negó con la cabeza.

– No. Sin duda piensas que mis razones son completamente desinteresadas, pero te aseguro que no lo son. Necesito hacer esto. Me hace sentir… útil.

– Eso no es egoísta. Está en la naturaleza humana sentirse útil. Por favor, la próxima vez que hagas una donación acude a mí. Y si alguna vez decides que te gustaría realizar más obras de caridad, házmelo saber. Quizá pueda ayudarte. -Curvó los labios. -Corre el rumor de que sé algo sobre el mundo de los negocios.

Porras, la caricia de Logan, junto con la intensa y cálida mirada y esa picara sonrisa, simplemente la encandilaba. -Sí, he oído ese rumor.

Logan se llevó la mano de ella a los labios y le dio un beso en el dorso de los dedos, un gesto que casi derritió a la joven.

– No sé qué decirte aparte de «gracias».

– No hay nada que agradecer, Logan. No he hecho nada.

– No estoy de acuerdo. Has hecho mucho. Por una mujer a la que ni siquiera conocías.

– Eso no es cierto. La conocía a través de ti.

– Sólo me limité a mencionarla. Has sido tú quien ha tomado la iniciativa de buscarla, un gesto amable que no olvidaré. -Le dio otro beso en los dedos, y ella contuvo el aliento ante el inconfundible ardor en sus ojos. Sabía lo que significaba esa mirada. Era la misma que encendía las profundas oscuridades de sus ojos justo antes de que la besara hasta dejarla sin sentido.

– ¿Sabes qué quiero hacer ahora? -preguntó él.

El corazón de Emily casi se detuvo. Desde luego sabía lo que quería que él hiciera justo en ese momento. Quería que la besara de nuevo hasta hacerla perder el sentido. Lo que, por supuesto, no podía hacer. A pesar de las nubes grises, había luz diurna. El señor Atwater no estaba a más de dos metros. Y ¿ella no había decidido en algún momento que andar besándose con él era una mala idea?

– ¿Llevarme de regreso con el señor Atwater? -sugirió ella. La mirada de Logan bajó a sus labios.

– Lo cierto es que eso es la última cosa que quiero hacer. Aunque, por desgracia, es lo que debo hacer.

Emily se obligó a tragarse la absurda decepción que sintió y a asentir con la cabeza.

– Sí, por supuesto.

Logan le soltó la mano y abrió la puerta. Cuando ella se inclinó hacia delante para salir del carruaje, él negó con la cabeza.

– Quiero que Atwater y tú regreséis en mi carruaje. Yo lo haré en el coche de alquiler.

– No es necesario. Estaré perfectamente a salvo con el señor Atwater.

– Si no estuviera seguro de eso, te escoltaría yo mismo a casa. Sin embargo, me sentiría mucho mejor si supiera que es mi cochero, Paul, a quien confiaría mi propia vida, quien conduce el vehículo. -La miró directamente a los ojos. Alargó la mano y le acarició el pómulo con la punta del dedo. -Por favor, Emily. Necesito saber que estás a salvo.

Algo en el tono calmado y ardiente, en la firme intensidad de sus palabras, derritió las entrañas de Emily.

– De acuerdo.

El asintió con la cabeza y salió del carruaje sin decir nada más. Habló un par de minutos con el señor Atwater y luego con su cochero. El señor Atwater subió al carruaje y se sentó en el asiento que Logan había desocupado. El tamaño del hombre pareció empequeñecer el reducido habitáculo.

– Hasta esta noche -dijo Logan. Antes de que ella pudiera responder, él cerró la puerta y le hizo un gesto de cabeza al cochero. El carruaje se puso en marcha y Emily se giró en el asiento para observarlo a través de la ventanilla trasera hasta que doblaron la esquina y Logan desapareció de la vista.

Cinco minutos después, mientras avanzaban lentamente por el laberinto de callejuelas estrechas, el carruaje se detuvo con una repentina sacudida, casi lanzando a Emily al suelo.

Los caballos relincharon y el conductor intentó tranquilizarlos.

– ¡Eh, usted! ¡Échese a un lado! -gritó el cochero. Las palabras fueron seguidas de un gruñido y un fuerte golpe.

Emily miró al señor Atwater, pero en menos de un parpadeo, él había sacado un cuchillo de la bota. En la otra mano sostenía una pistola.

– Quédese aquí -susurró él con voz tensa.

Con el corazón retumbando en el pecho, Emily asintió con la cabeza. Inmediatamente después, el señor Atwater saltó del carruaje. Emily se encogió contra el respaldo con todos los músculos tensos, deseando tener en sus manos algún tipo de arma con la que poder defenderse. Sin otra opción, extendió el brazo para quitarse varias horquillas del cabello. No era gran cosa como arma, pero sí mejor que nada.

Justo cuando acababa de quitarse una horquilla, la ventanilla trasera se hizo pedazos. Abrió la boca para gritar, pero el sonido fue ahogado cuando unas manos grandes entraron por la abertura y le rodearon el cuello.

Ante sus ojos aparecieron unos puntos negros mientras aquellos dedos increíblemente fuertes le atenazaban la garganta, dejándola sin respiración. Alargó las manos para clavarle las uñas, pero su forcejeo fue inútil. En su lugar le clavó la horquilla, intentando herirle con desesperación, pero él le apretó la garganta con más fuerza. Luchó por coger aire, pero fue imposible. Se le cerraron los ojos y el mundo se volvió negro.

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