Hay muy pocas formas de matar a un vampiro,
ninguna de ellas es sencilla, y todas son muy sangrientas.
Por eso no esperaba morir de la manera en que lo hice.
Porque jamás se me ocurrió pensar que un vampiro pudiera morir de pena.
El beso de lady Vampiro,
Anónimo
Logan esperaba en su lugar cerca de la chimenea de mármol en la biblioteca de Matthew y Sarah intentando relajarse sin conseguirlo. Los brillantes rayos del sol entraban por los grandes ventanales, iluminando la estancia con su cálido y dorado resplandor. Desplazó la mirada a la repisa de la chimenea. Faltaban cinco minutos para las diez. Cinco minutos para que diera comienzo la ceremonia que cambiaría su vida.
Una mano cayó sobre su hombro y casi dio un brinco. Se dio la vuelta y se encontró frente a Matthew, que estaba flanqueado por Daniel y Gideon. Los tres parecían bastante divertidos.
– ¡Maldición!, estás hecho un desastre -dijo Matthew.
Daniel se inclinó hacia delante y estudió a Logan con los ojos entrecerrados.
– Me parece que tienes mala cara.
Gideon le ofreció una copa con el brandy suficiente para emborrachar a cinco hombres.
– Ten, bébete esto.
Logan no pudo evitar reírse.
– Si me bebo eso, estaré inconsciente durante dos días. No estoy hecho un desastre. Sólo estoy… -«Ridículamente impaciente. Ansioso por comenzar la ceremonia para poder llamarla mi mujer. Por hacerla mi mujer»-un poco nervioso por el temor de meter la pata en cualquier momento y echarlo todo a perder.
– Relájate -dijo Matthew. -Es muy fácil. Sólo tienes que decir «sí».
– Incluso después de que termine la ceremonia, continúa diciendo eso -le aconsejó Daniel.
– Cierto -convino Gideon. -Y si en algún momento no piensas hacerlo, bésala.
Matthew asintió con la cabeza.
– Besarla te ahorrará un montón de problemas.
Logan logró esbozar una débil sonrisa.
– ¿Es ése el secreto de un matrimonio feliz? ¿No dejar de besar a tu esposa?
– A mí me funciona -dijo Gideon.
– A mí también -añadió Daniel.
– Y a mí -dijo Matthew. -Y todos somos felices y muy pronto seremos padres. Logan arqueó una ceja.
– Entonces es evidente que el secreto de un matrimonio feliz implica algo más que besos.
Daniel le dio una palmadita en la espalda.
– Y tan a menudo como sea posible. Pero eres un tipo inteligente. Normalmente. Ya te darás cuenta.
Armado con esos sabios consejos, Logan volvió a mirar el reloj. Los siguientes cinco minutos se le hicieron tan largos como cinco decenios. Cuando Emily entró finalmente en la biblioteca cogida del brazo de su padre, la visión de la joven lo dejó sin aliento. La falda del vestido azul pálido se abría desde el corpiño escotado hasta sus pies, adornada con delicadas flores bordadas. Llevaba el pelo recogido y sujeto con horquillas de color verde mar. En su cuello colgaba el mismo collar de tres vueltas que llevara dos noches antes, un claro recordatorio de que las marcas rojas que le estropeaban la piel todavía no habían desaparecido. Se sintió emocionado al ver que llevaba el ramo de peonías rosas que él le había regalado el día anterior, atado con un lazo color crema. El anillo centelleaba bajo los rayos del sol, lanzando chispas de colores a la habitación. Los ojos de Logan se encontraron con los de ella, y la cálida mirada de la joven le llegó hasta lo más profundo de su ser, como si ella le hubiera apretado el corazón.
Lord Stapleford la acompañó hasta dejarla a su lado, la besó en la mejilla y se sentó junto a su esposa en las sillas que se habían dispuesto en la estancia para la íntima ceremonia. Logan se volvió hacia Emily y durante varios segundos no pudo hablar por el nudo que se le puso en la garganta. Entonces tragó saliva y susurró:
– Estás preciosa.
La sonrisa de Emily le hizo sentir como si le hubiese tocado un cálido rayo de sol.
– Tú también. De una manera muy masculina, por supuesto -dijo ella, repitiendo las mismas palabras que le había dicho el día anterior.
La ceremonia comenzó y terminó con rapidez. Sin dejar de mirar aquellos hermosos ojos de ninfa, él recitó los votos que lo unirían a Emily durante el resto de su vida. Medio había esperado que el pánico se apoderara de él en algún momento, pero en cuanto la vio entrar en la biblioteca lo inundó una sensación de profunda tranquilidad a pesar de que el corazón le estuvo palpitando con fuerza durante toda la ceremonia, aunque no por los nervios, sino por la excitación. El mismo tipo de excitación que sentía cuando estaba en medio de una complicada negociación comercial. Pero incluso era mucho más que eso… Algo que no sentía desde hacía tanto tiempo que apenas lo reconoció. Era pura y sincera alegría. Y no creía que alguna vez hubiera sentido una dicha tan profunda.
Cuando terminó la breve ceremonia, permaneció junto a su esposa y aceptó las felicitaciones de su familia -que ahora también era la suya -y sus amigos. Al llegar el turno a Arthur, el niño le abrazó por la cintura y a Logan se le puso un nudo en la garganta.
– Ahora somos hermanos -dijo el muchacho, mirando a Logan con adoración.
– Me alegro mucho de ser tu hermano -dijo Logan con gravedad, rezando para poder hacerlo bien. -Tendrás que enseñarme, pues nunca he tenido un hermano.
– Es fácil -dijo Percy con una sonrisa, estrechando la mano de Logan. -Todo lo que tienes que hacer es dejarle ganar, juegues a lo que juegues.
– Sí, y prestarle tu mejor carruaje cuando te lo pida -agregó William.
– Y presentarle a todas las mujeres atractivas que conozcas -dijo Kenneth con una amplia sonrisa.
– No quiero conocer a ninguna mujer -dijo Arthur con voz horrorizada. -Lo que quiero es atrapar ranas y gusanos.
– Ya verás, tener una hermana es mucho mejor que tener hermanos -le informó Mary. -A mí me gusta tomar el té y jugar con muñecas.
– Los chicos no juegan con muñecas -le informó Arthur con una expresiva mirada de desdén masculino impropia de un niño de siete años.
– A mí sí me gusta tomar el té -le dijo Logan a Mary, dirigiéndole un guiño conspirador que ella le devolvió con descaro.
Después de la ceremonia se celebró el almuerzo de bodas. Logan se sentó en la cabecera de una larga mesa de cerezo y Emily tomó asiento en el otro extremo. Durante toda la comida la mirada de él se desvió hacia la de ella una y otra vez. La observó sonreír y reírse, conversando con facilidad con todos los que la rodeaban. La sonrisa de Emily, combinada con el atisbo de picardía que brillaba en sus ojos, era como pura magia. Había en ella un entusiasmo que lo atraía como un imán. Emily lo llenaba de energía, lo hacía sentir como si una amplia sonrisa se insinuara constantemente en las comisuras de sus labios.
Su esposa -un estremecimiento de placer le recorría el cuerpo al pensar en esas palabras -era una fascinante combinación de inocencia y encanto, y si no hubiera estado tan condenadamente impaciente por estar con ella a solas, podría haber sido muy feliz quedándose allí sentado y mirándola durante horas. Pero la quería para él solo. Con una desesperación que cada vez era más difícil de ignorar. Quería decirle muchas cosas. Y maldición, también hacérselas. Y a pesar de lo mucho que estaba disfrutando de esa comida, apenas podía esperar a marcharse. Cada vez que sus miradas se encontraban, ella se sonrojaba y él se removía incómodo en el asiento, abrumado por el deseo de dirigirse al otro extremo de la mesa, cogerla entre sus brazos, llevarla a su casa y darle algo que la hiciera sonrojar de verdad.
Por fin se terminó la comida. El contuvo la impaciencia mientras se despedían, aunque Emily se tomó muchísimo más tiempo que él. Si fuera por Logan, se habría despedido de todo el mundo con un gesto de la mano, habría gritado «adiós» y se habría puesto en camino.
Por fin se subieron al carruaje y, después de despedirse por enésima vez con la mano, de lanzar besos al aire y prometer que volverían a verse pronto, Paul puso en marcha los caballos y se fueron.
– Cualquiera diría que vamos a embarcarnos en un viaje de un año al otro lado del mundo en vez de dirigirnos a Berkeley Square -bromeó él.
– Lo sé -dijo ella, acomodándose en el asiento frente a él ahora que habían doblado la esquina y estaban fuera de la vista. -Pero nunca antes he vivido separada de mi familia.
– Una vez que atrapemos a ese individuo y que resolvamos esta situación, te llevaré de viaje de novios.
Una chispa de interés brilló en los ojos de Emily.
– ¿Adónde?
– A donde te apetezca.
– Me gustaría ir a un sitio. Me gustaría visitar la hacienda que has comprado recientemente. Me encanta el campo y así podría explorar la zona y ver qué tal les va a la señora Whitaker y a Lara.
Una mezcla de ternura y orgullo embargó a Logan al ver que Emily no pedía un costoso viaje por el continente, sino la oportunidad de visitar a la viuda y a su hija.
– Iremos en cuanto podamos. Entretanto, creo que nuestra casa en Berkeley Square te resultará muy cómoda.
Ella le sonrió y él tuvo que agarrarse las manos para contener el impulso de tomarla en sus brazos.
– Gracias por llamarla «nuestra casa», aunque por lo que he oído, «casa» no es la palabra apropiada para tan magnífica residencia. Estoy segura de que me encontraré a gusto. -Abrió su ridículo y sacó un pequeño paquete. -Esto es para ti.
Sorprendido y complacido, él tomó el regalo.
– ¿Qué es?
– Lo sabrás cuando lo abras.
El desató el lazo con mucho cuidado.
– Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que me hicieron un regalo. -Dejó a un lado el envoltorio y clavó la mirada en una cajita ovalada de esmalte. La imagen de Emily estaba pintada en la parte superior.
– Ábrela -dijo ella.
Él lo hizo y sonrió al ver las nueces cubiertas de azúcar y canela que había dentro. El olor que desprendían hizo que la mente de Logan se llenara al instante con imágenes eróticas de la noche en la que le había dado a probar una de aquellas delicias. Imágenes de su boca en la de ella. De las manos de Emily sobre su…
Logan respiró hondo. Santo Dios, sí que hacía calor allí dentro.
– Forma parte de mi colección de cajitas esmaltadas. Pensé que podría gustarte. Y que te vendría bien, así no te olvidarás de mí.
Logan habría soltado una carcajada si el nudo de emoción que le atascaba la garganta se lo hubiera permitido. Su esposa… Su hermosa, atenta y deseable esposa hacía que quisiera arrodillarse a sus pies. Rozó la bella imagen con el dedo, imaginando que tocaba su tersa piel.
– No hay ninguna posibilidad de que me olvide de ti. Me gusta. Muchísimo. Gracias. -Se metió el regalo en el bolsillo antes de volver a hablar. -No sabía que coleccionabas cajitas de esmalte.
– Creo que hay muchas cosas que desconocemos el uno del otro.
Bien sabía Dios que había cosas sobre él que ella desconocía. Cosas que debería decirle, que deseaba decirle, aunque no estaba seguro de si podría hacerlo.
– Tenemos tiempo de sobra para conocernos mejor -dijo él tras aclararse la garganta.
Y eso, claro está, era lo único que podía decir por el momento. A menos que no le importase farfullar «te deseo tanto que apenas puedo contenerme». Maldición, se sentía como si tuviera que morder un trozo de cuero para aliviar el dolor que le producía la intensa necesidad que recorría su cuerpo. El silencio se extendió entre ellos, y Logan se estrujó el cerebro buscando desesperadamente algo que decir, pero no, por mucho que lo intentara lo único que podía pensar era «te deseo tanto que apenas puedo contenerme».
Tras un momento, la sonrisa de Emily se desvaneció.
– ¿Te encuentras bien Logan?
«No. Porque te deseo tanto que apenas puedo contenerme.» Logan tragó saliva y asintió con la cabeza.
– Perfectamente. -Aquella única palabra sonó ronca y entrecortada.
El ceño fruncido de Emily se hizo aún más profundo.
– ¿Estás seguro? Pareces… congestionado. -La joven se quitó el guante y alargó la mano para tocarle la frente. El inspiró bruscamente y cerró los ojos de golpe.
– Santo Dios, estás ardiendo -dijo ella con la voz cargada de preocupación.
«No tienes ni la menor idea.» Logan abrió los ojos. Obviamente, Emily percibió el deseo ardiente que sentía por ella, pues en el mismo momento en que sus miradas se encontraron, sus ojos se abrieron como platos y se quedó paralizada.
– Oh -susurró. -Vuelves a tener esa mirada.
Logan podía sentir cómo todas sus buenas intenciones se desvanecían. Incapaz de contenerse, le capturó la mano. Se la llevó a la boca. Inhaló. Santo Dios, Emily olía condenadamente bien.
– ¿A qué mirada te refieres?
– A la que tenías cuando me tumbaste en el suelo de la biblioteca en casa de mis padres. La misma que tenías ayer cuando me dijiste que querías arrancarme la ropa con los dientes.
Él le dio un beso en la palma de la mano y contuvo un gemido. Dios, le encantaba el tacto de su piel.
– Ya veo. ¿Es eso un… problema?
– No. -Emily centró la mirada en la boca que él apretaba contra su mano. -Lo cierto es que me resulta… -Su voz se desvaneció cuando él le rozó la palma con la lengua. Dios, sabía tan condenadamente bien…
– ¿Te resulta qué?
Emily buscó su mirada.
– Excitante.
A Logan se le disparó el pulso.
– ¿Cómo de excitante?
Ella se removió en el asiento. La mirada de él bajó a sus pechos. Los duros pezones presionaban contra la fina muselina del vestido haciéndola parecer un ángel lascivo y pecaminoso.
– Insoportablemente excitante.
La erección de Logan palpitó dentro de los pantalones al escuchar su ronca admisión. Santo Dios, a ese paso no sobreviviría al trayecto en el carruaje.
– He leído tu relato -murmuró él contra su mano.
Un cauto interés asomó en los ojos de Emily.
– ¿Ah, sí?
Cuando ella no dijo nada más, él le preguntó:
– ¿No quieres conocer mi opinión?
– Sólo si quieres decírmela.
– ¿Quieres que te diga la verdad?
– Por supuesto.
– Muy bien. Me ha resultado… sorprendente.
Una combinación de dolor e irritación brilló brevemente en los ojos de Emily que arqueó una ceja.
– ¿Por qué? ¿Pensabas que no sabía escribir?
– No, escribes muy bien. Fue el contenido lo que me resultó sorprendente. Y sumamente… excitante. Cuando leí la escena donde la mujer vampiro seduce a su pareja, sentí que se me nublaban los ojos de deseo. -Sí, y se había puesto duro como una roca. De hecho, tenía la impresión de que seguía duro desde entonces. -¿Cómo es que conoces ese tipo de cosas?
– Quizá deberías agradecérselo a la Sociedad Literaria de Damas Londinenses.
Él le mordisqueó la punta del dedo índice.
– Lo pensaré.
Ahora parecía que eran los ojos de Emily los que se nublaban.
– Por supuesto, nunca he experimentado realmente la mayoría de las cosas que hace mi mujer vampiro.
– Te prometo que eso lo resolveremos pronto.
Un llamativo rubor cubrió las mejillas de Emily.
– Bueno. Pero me he imaginado haciéndolas -se humedeció los labios -contigo.
Logan apretó los clientes ante el doloroso palpito en su ingle. Miró por la ventanilla y vio que al menos faltaban otros diez minutos para llegar a casa. Pero él no se veía capaz de aguantar ni diez segundos más.
– No hay nada como aprovechar el tiempo -murmuró. Estiró los brazos para cerrar las cortinas y arrancó a Emily del asiento como si fuera una margarita, sentándola en su regazo. -No puedo pasar más tiempo sin tocarte -susurró contra la exuberante boca femenina. -No puedo esperar ni un segundo más.
Logan le cubrió los labios con los suyos en un beso que pretendía ser breve, sólo un suave roce para calmar un poco su deseo. Y habría tenido éxito si ella hubiera permanecido dócil entre sus brazos. Pero su esposa abrió la boca y le pasó la lengua por el labio inferior.
Logan bien podría haber sido un barril de pólvora que entrara en contacto con un fósforo. Su control se hizo añicos y, emitiendo un profundo gruñido, la besó con todo el anhelo reprimido, el profundo deseo y la necesidad que lo inundaban, explorando con la lengua la deliciosa calidez de su boca. Le rozó el duro pezón por encima de la suave muselina del vestido mientras deslizaba la otra mano bajo el dobladillo para acariciarle la pantorrilla y el muslo.
– Separa las piernas. -Las palabras sonaron roncas contra su boca. Con la respiración entrecortada, ella hizo lo que le pedía y se quedó sin aliento cuando sintió cómo los dedos de Logan se deslizaban sobre sus pliegues femeninos. Él se humedeció las yemas con los jugos de la joven y los deslizó en su interior. -Estás muy mojada.
Emily gimió y separó aún más las piernas.
– Siento que estoy así todo el tiempo. Sólo tengo que pensar en ti y… -La voz de la joven se desvaneció con un ronco gemido cuando él retiró los dedos y comenzó a juguetear con el sensible botón entre sus piernas.
– ¿Te sientes mojada?
– Sí… Y caliente. Como si estuviera ardiendo por dentro y tuviera la piel tensa. Yo… oh, Dios mío. Qué bien me hace sentir eso… -dijo ella sin aliento, arqueándose contra la mano de Logan. -Es increíble.
Él arqueó las caderas, apretando la erección contra las nalgas de Emily. La besó profundamente, rozando su lengua contra la de ella. El aroma a flores y azúcar que emanaba de la piel de la joven se mezclaba con el de su excitación, y Logan sintió que le daba vueltas la cabeza.
Continuó acariciándola con los dedos de una manera implacable, introduciéndolos en ella, girándolos, jugueteando con ella. Sintió que Emily se tensaba y arqueaba la espalda, frotándose contra su mano. Se tragó los gemidos femeninos mientras la apretada funda palpitaba en torno a sus dedos. Cuando por fin se calmaron los pequeños estremecimientos, él levantó la cabeza y miró la ruborizada cara de la joven. Emily abrió los ojos. Parecía una tentadora ninfa saciada y adormecida.
– Me hiciste sentir así otra vez -susurró ella.
Logan se inclinó para rozarle el suave cuello con los labios.
– Me temo que es mi deber como marido. Espero que no te importe.
– En absoluto. De hecho, creo que podría convertirme en alguien muy exigente e insistir en que me hagas sentir así con frecuencia. Espero que no te importe.
Él soltó un fingido suspiro de cansancio.
– Una dura tarea, no me cabe duda. Procuraré no quejarme mucho.
– Bien. Porque si te quejaras ¿sabes en qué te convertiría eso?
– ¿En qué?
– En un gruñón. ¿Y sabes a quién le gustan los gruñones?
– ¿A quién?
– A nadie. -Emily le deslizó los dedos por el pelo. Aquel simple gesto le hizo estremecer de los pies a la cabeza. -Pero hay un problema.
– ¿Cuál?
– Que yo también quiero hacerte sentir así. -Créeme, eso no será un problema.
– Me has hecho disfrutar de un inmenso placer, pero yo no te he proporcionado ninguno. No creo que sea justo.
Algo se derritió dentro de Logan, y giró la cabeza para besarle la suave piel del interior de la muñeca.
– Me has dado más placer del que puedas imaginar. No puedo decirte cuánto me gusta tocarte.
– Me alegro. Pero yo también quiero tocarte. -Emily le deslizó la mano por el torso con una firme intención en la mirada. Con una risita, Logan le agarró los dedos y se los llevó al pecho.
– Yo también quiero. -Mucho más de lo que quería respirar. -Pero si me tocas ahora estaré… perdido. -Una tímida sonrisa apareció en sus labios. -Y acabaré más mojado que tú.
Emily buscó su mirada.
– ¿Sería eso tan terrible?
– Supongo que no tan terrible, pero sí un poco embarazoso en este caso. Todo el personal de la casa estará esperándonos para saludarnos a nuestra llegada. -Logan se llevó la mano de Emily a los labios. -Además, prefiero estar enterrado dentro de ti cuando suceda -murmuró contra su palma.
Ella separó los labios húmedos. Logan ahogó otro gemido y rezó para tener las fuerzas necesarias y contenerse el tiempo suficiente. Se sentía a punto de explotar.
El carruaje redujo la marcha y él apartó la cortina para mirar fuera; para su profundo alivio casi habían llegado a casa. Besó brevemente a Emily en los labios y la depositó en el asiento frente a él.
– Espero no parecer tan lasciva como me siento -dijo ella, alisándose la capa con las manos.
– Estás… -la mirada de Logan tomó nota del intenso rubor, los ojos brillantes y los labios hinchado por los besos -espectacular.
El carruaje traqueteó hasta detenerse, y él la ayudó a apearse. Mientras subían la escalinata, Logan se dio cuenta de que estaba nervioso, de que esperaba que a Emily le gustara la casa. A pesar de la grandeza y opulencia de su hogar y de tener docenas de habitaciones, a él le resultaba cálido y acogedor y quería que ella también se sintiera cómoda allí. Sin embargo, cuando entraron en el vestíbulo con el suelo de mármol, no fue la enorme araña de cristal ni la valiosa estatua de bronce ni los antiguos tapices que cubrían las paredes ni la magnífica escalinata curva lo que fascinó a Emily. No, la única cosa que captó su atención fue el enorme florero de cristal sobre una mesita ovalada que contenía docenas de peonías en todos los tonos de rosa, desde el más pálido al rosa más profundo.
Una sonrisa de felicidad iluminó la cara de la joven.
– Logan, son preciosas.
Él le devolvió la sonrisa.
– Me alegro de que te gusten. -Maldición, hacía unos días él ni siquiera sabía lo que era una peonía, y ahora las había en cada rincón de su casa, perfumando el aire con su sutil fragancia, algo que encontraba profundamente satisfactorio. Las había comprado anticipándose a la llegada de Emily, una tarea bastante complicada ya que esa especie de flores no era originaria de Inglaterra y sólo se cultivaba en invernaderos. De hecho, le sorprendería saber que aún quedara alguna peonía en el país.
Logan presentó a Emily a Eversham, que a su vez la presentó al resto del personal. Se sintió muy orgulloso al observar cómo su hermosa esposa dejaba encandilado hasta al último lacayo y doncella. Se fijó en que Adam no estaba presente y, cuando acabaron las presentaciones, le preguntó a Eversham por el paradero de su hombre de confianza.
– Envió una nota diciendo que estaba enfermo, señor -le informó el mayordomo con su habitual impasibilidad. -Al parecer le era imposible venir hoy. Escribió que lo sentía mucho y que haría todo lo posible para venir a trabajar mañana.
– ¿Dijo qué le ocurría?
– Mencionó una dolencia estomacal, señor, de esas que curan en un par de días.
El propio estómago de Logan se encogió de simpatía. Él había sufrido de ese mal en algunas ocasiones y sabía que Adam estaba a punto de pasar un día horrible.
– Confío en que se haya llevado a cabo todo lo que dispuse -dijo en voz baja.
– Todo se ha hecho exactamente como pidió, señor.
– Excelente. ¿Hay un detective de guardia ahí fuera?
– Sí, señor. Estará ahí hasta que el señor Atwater le releve por la tarde.
Satisfecho de que todo estuviera bien, Logan asintió con la cabeza y estaba a punto de darse la vuelta cuando el mayordomo se aclaró la garganta.
– ¿Algo más, Eversham?
La mirada de Eversham cayó sobre Emily que charlaba con el ama de llaves.
– Felicidades, señor. Le deseo a usted y a su esposa toda la felicidad del mundo.
Logan arqueó las cejas y esbozó una sonrisa.
– ¿Por qué tengo la impresión, Eversham, de que estás perdiendo un poco de rigidez?
– No se acostumbre a ello, señor.
Logan se rio entre dientes, luego se reunió con Emily al pie de la escalinata curva para subir juntos los escalones y recorrer el pasillo del primer piso.
– Ya hemos llegado -dijo él, deteniéndose en la última puerta. Giró el pomo y, antes de que ella pudiera moverse, se inclinó y la alzó en brazos para cruzar el umbral con ella.
– Al final vas a resultar ser más romántico de lo que había pensado -dijo ella con voz burlona.
– Eso es porque tú me inspiras.
Logan cerró la puerta con el pie y la dejó en el suelo. Parado detrás de ella, la observó girar lentamente mientras estudiaba las paredes de seda verde pálido, los paisajes con marcos dorados, el delicado escritorio antiguo, el armario de madera de cerezo, el biombo esmaltado con motivos florales, la chaise de cretona, la enorme cama con una colcha de terciopelo verde y el florero de porcelana con peonías en la mesilla de noche.
– Puedes redecorarlo como quieras -dijo él cuando ella continuó mirando a su alrededor sin decir nada. -Ayer llegaron tu ropa y tus artículos personales y ya han sido colocados en su sitio. Creo que lo encontrarás todo en orden.
– Es perfecto, Logan. -Ella se volvió y lo miró con ojos brillantes. -Es una habitación preciosa.
El se sintió aliviado.
– Me alegro de que te guste.
– ¿Dónde está tu dormitorio?
– Por allí -dijo él, señalando con la cabeza hacia la puerta que había en la pared más alejada.
– ¿Puedo verlo?
– Por supuesto. -La cogió de la mano y la guió hacia allí.
La atención de Emily cayó de inmediato sobre la cama cubierta por una colcha de rayas azul marino, doradas y granate.
– Porras, creo que nunca había visto una cama tan grande. Debes de perderte ahí.
No, pero, de hecho, había pasado allí más noches solitarias de las que quería recordar.
– Me gusta tener espacio.
Emily paseó la mirada por las librerías, el armario tallado y el enorme sillón situado frente a la chimenea donde ardía un cálido fuego. Señaló con la cabeza la puerta de la esquina.
– ¿Adónde conduce?
– Al cuarto de baño.
– ¿Tienes una habitación aparte para la bañera? -preguntó ella, sorprendida.
– Sí, pero es algo más. Es una innovación que añadí en cuanto compré la casa. Un conde italiano que conocí en mis viajes me describió cómo era el cuarto de baño que tenía en su villa, y en cuanto pude hice que construyeran uno igual en mi casa. Ven, te lo enseñaré.
Una vez más la cogió de la mano, encantado al sentir los delgados dedos de la joven entrelazados con los suyos. Cuando abrió la puerta se vieron envueltos en una nube de vapor. La empujó al interior y cerró la puerta con rapidez para que no escapara nada de aquel húmedo calor.
Emily agrandó los ojos al ver la bañera hundida en el suelo, tan grande que cabían dos personas con facilidad. Las húmedas y cálidas volutas de vapor ascendían lentamente del agua y de una rejilla en la esquina.
– Jamás había visto una bañera tan grande -dijo ella, -ni tampoco había visto una que estuviera hundida en el suelo. Debe de llevar horas llenarla.
Él negó con la cabeza y señaló una puerta en la pared al lado de la bañera.
– Esa puerta conduce directamente a la cocina. Por ahí se suben los cubos de agua caliente con la ayuda de cuerdas y poleas.
– ¡Qué ingenioso!
– Cierto. El conde me confesó que era como tener un baño romano privado en casa.
– Entiendo que quisieras tener uno. ¿Y qué es eso? -preguntó ella señalando la rejilla de la esquina.
– El conde también lo tenía. Ahí dentro se meten piedras porosas después de calentarlas durante horas en una chimenea. En cuanto se vierte agua sobre ellas producen vapor. -Levantó un cubo que había junto a la rejilla y vertió el agua lentamente sobre las piedras. Un siseo resonó en la estancia, y una nube de vapor húmedo inundó el aire. -Es muy relajante y, según me dijo el conde, también es muy bueno para los pulmones y el cutis.
Siguió la mirada de ella hasta la esquina, donde había una chaise tapizada.
– Me gusta sentarme aquí después de bañarme y dejar que me envuelva el vapor.
– Ya veo. -Ella volvió a mirar la bañera de agua humeante. -Es muy tentador.
– Me encanta que pienses así.
– Por lo que veo… mmm… hace mucho calor aquí.
Logan sonrió y se colocó frente a ella.
– Quizá pueda ayudarte a que te refresques. -Se apoyó sobre una rodilla ante ella. Cuando le cogió un pie, Emily se agarró a su hombro. Logan le quitó el escarpín de raso bordado, luego puso el pie sobre su rodilla doblada y deslizó las manos bajo el vestido. Sin dejar de mirarla a los ojos, le desabrochó el liguero y deslizó lentamente la media de seda por la pierna. Después de quitarle el otro zapato y la otra media, se puso en pie.
– ¿Mejor? -le preguntó él, rozándole la exuberante boca con la punta de los dedos.
– La verdad es que no.
– Ah… ya veo que tendré que continuar. -Alargó la mano de nuevo. Esta vez deslizó el vestido por los hombros de la joven, obligándose a hacerlo muy despacio a pesar de que su cuerpo se oponía con fuerza a la espera, y lo bajó hasta la cintura, dejando que luego cayera en un charco a sus pies.
– ¿Y ahora? -preguntó él.
Ella tragó saliva y negó con la cabeza.
– Me temo que sigo estando muy acalorada.
Él se puso detrás de ella y le desató las enaguas, dejándola sólo con la camisola. Le desabrochó el collar de perlas y le quitó una a una las horquillas del pelo, dejando caer la mata de rizos brillantes sobre la espalda de la joven; un sutil aroma a peonías inundó el aire. Logan apartó los rizos a un lado y se inclinó para posar los labios en la suave nuca. Emily contuvo el aliento y se estremeció.
– ¿Aún estás acalorada?
– Sí. De hecho, parece que cuanta menos ropa tengo encima, más acalorada estoy.
– Interesante. -Logan volvió a ponerse delante de ella, deslizando las puntas de los dedos por la clavícula de Emily. -Puede que sea esta última prenda lo que te da tanto calor. -Le bajó los finos tirantes de la camisola por los brazos mientras devoraba con la mirada cada centímetro de tersa y cremosa piel que quedaba al descubierto. Cuando soltó la prenda, ésta se unió al montón de ropa que rodeaba los pies de Emily.
Logan dio un paso atrás y aspiró entrecortadamente ante la imagen que presentaba su esposa. Deslizó la mirada por sus pechos plenos, coronados con unos tensos pezones coralinos, por la estrecha cintura y la curva de sus caderas, por el triángulo de rizos oscuros entre sus bien proporcionados muslos. La ayudó a salir del montón de ropa y luego, simplemente, la miró fijamente. Desnuda ante él, envuelta en una nube de vapor, con aquellos exuberantes mechones de cabello rozándole las caderas, ella parecía una…
– Ninfa -murmuró. -Una hermosa ninfa. -Alargó las manos y le tocó los suaves pechos, acariciándole los pezones con los pulgares.
Emily contuvo el aliento y se le cerraron los ojos.
– Logan… Esto no me ayuda a refrescarme. -Se arqueó bajo su caricia. -En absoluto.
Él le deslizó una mano por el torso y le rozó con los dedos el atrayente triángulo de rizos.
– Ni a mí.
Emily abrió los ojos, revelando unas pupilas muy dilatadas.
– ¿Tú también estás acalorado?
El se sentía como si estuviera a punto de estallar en llamas.
– Ahora que lo mencionas, sí, yo también tengo calor.
Ella llevó las manos a las solapas de la chaqueta de Logan y se la deslizó por los hombros.
– Entonces, quizá yo también pueda ayudarte a refrescarte.
Logan se habría echado a reír si hubiera podido. Como no fuera cubriéndolo de hielo, no había ni una maldita cosa que ella pudiera hacer para lograr ese fin, e incluso dudaba mucho de que el hielo funcionara.
– Quizá -concedió. La ayudó a quitarle la chaqueta y luego arrojó la prenda a un lado.
– ¿Mejor? -preguntó ella, repitiendo la pregunta que él le había hecho antes con los ojos llenos de una fascinante mezcla de excitación y picardía.
– Me temo que no.
– Entonces me parece que tendré que continuar.
– Como he sido informado de que a nadie le gustan los gruñones, intentaré soportar esta dura prueba con lo hacen los británicos: endureciendo el gesto. -Ciertamente endurecerse no sería un problema.
Con una amplia sonrisa jugueteando en las comisuras de sus labios, Emily procedió a desabrocharle el chaleco.
– ¿Mejor? -le preguntó, arqueando una ceja y soltando la prenda en el montón que formaba su propia ropa.
– No. Lo siento.
Ella lanzó un exagerado suspiro y luego procedió a quitarle el pañuelo, lo que resultó ser una tortura para Logan que esperó con agónica impaciencia a que ella desatara el complicado nudo. Nudos sencillos… A partir de ahora sólo se haría nudos sencillos.
Cuando terminó, él se sacó de un tirón la camisa de los pantalones y la ayudó a que le quitara la prenda por la cabeza. La joven le recorrió el tórax con una ávida mirada, deteniéndose en la costra que tenía en la parte superior del brazo.
– ¿Qué te ha sucedido aquí? -preguntó ella, rozándole la herida con la punta del dedo.
Logan hizo una mueca para sus adentros. Maldición. Se había olvidado de eso. Como no tenía sentido ocultárselo, se apresuró a contarle el incidente en Hyde Park. Cuando terminó, ella cruzó los brazos sobre el pecho y le lanzó una mirada airada.
– ¿Me estás diciendo que te dispararon hace tres días y no te has molestado en contármelo?
– No me dispararon, me dieron sin querer. No podía decírtelo en ese momento y, después de eso, bueno, la herida tenía tan poca importancia que me olvidé del asunto. Y además, te lo estoy diciendo ahora.
– Sólo porque has tenido que… porque estamos…
– Desnudos. Sí. Lo sé. -Algo en lo que él quería volver a concentrarse. Pero veía la furia burbujeando en los ojos de Emily; le cogió la cara entre las manos. -Estoy bien. Apenas es un rasguño. Te lo juro.
– ¡Podías haber muerto!
– Pero no fue así.
– Deberías habérmelo contado.
– Tienes razón. Debería haberlo hecho. Lo siento.
Emily frunció los labios.
– Es muy difícil discutir contigo cuando te muestras tan conciliador.
Él le besó la comisura de los labios.
– Bien. No quiero discutir.
– Ni yo, pero…
Él interrumpió sus palabras con un beso.
– No te ocultaré más secretos. Te lo prometo. -Logan alzó la cabeza y se obligó a decirlo otra vez, esperando no arrepentirse de haber hecho aquella promesa. -Te lo juro. -Cogió las manos de Emily entre las suyas y las apretó contra su pecho. -¿Me perdonas?
Durante unos segundos, ella no se movió, luego extendió los dedos sobre la piel de Logan.
– Supongo. -Le deslizó las manos por los hombros. -Empiezo a darme cuenta de que me va a resultar muy difícil decirte que no.
– Me alegra oírlo. -Agradeciendo que la tormenta hubiera pasado con inusitada rapidez, Logan se centró en las caricias de Emily. -Me gusta lo que me haces.
La joven deslizó las palmas lentamente hacia abajo.
– ¿Aún te sientes acalorado? -preguntó en un susurro.
Los músculos de Logan se tensaron, y se le escapó un gemido de los labios mientras ella le acariciaba. Maldición, a pesar de lo mucho que le gustaba aquello, no estaba seguro de cuánto tiempo más podría resistir.
– Me temo que sí.
La mirada de Emily cayó sobre los pantalones y las botas de Logan.
– Eso nos deja poca elección de qué hacer a continuación.
Asintiendo con la cabeza, Logan se acercó a la chaise y se sentó. Si alguna vez se había quitado las botas y los pantalones con tanta rapidez, no podía recordarlo. De hecho, nunca había tenido tantas ganas de quitárselos como ahora. Cuando acabó, se acercó a ella lentamente, encantado por la manera en que lo recorría con la mirada, deteniéndose en su erección, pero sabía que si la dejaba explorar el resto del cuerpo como lo había hecho con el pecho, todo terminaría enseguida.
– Aún sigo teniendo mucho calor -dijo él. Sin detenerse, la levantó en brazos y se dirigió a la bañera. Bajó los dos escalones y luego la sumergió suavemente en el agua caliente. Después de apoyar la espalda contra los azulejos, Logan separó las piernas y luego atrajo a Emily hacia su cuerpo para sentarla entre sus muslos, justo delante de él.
– ¿Estás cómoda? -le preguntó él contra el cuello, deslizándole los brazos alrededor de la cintura y tocándole los pechos.
– Esto es… -Emily deslizó las manos por los muslos de Logan -delicioso.
El jugueteó con los duros pezones entre los dedos y le lamió la sensible piel de detrás de la oreja.
– Delicioso -convino él. -Relájate.
Ella apoyó la cabeza en su hombro.
– Lo intentaré, pero me lo estás poniendo difícil.
Logan se rio entre dientes y extendió el brazo para coger la pastilla de jabón del platito que había junto a la bañera. Después de enjabonarse las manos, las deslizó muy despacio por uno de los delgados brazos de Emily, masajeándoselo suavemente. Cuando llegó a la mano, le acarició los dedos uno por uno. Luego realizó el mismo procedimiento con el otro brazo.
– Cuando llegue mi turno de hacértelo a ti, estaré demasiado obnubilada por el placer para devolverte el favor -murmuró ella.
– Dejarte obnubilada de placer es parte de mi deber como marido -dijo él, volviéndose a enjabonar las manos para deslizarías esa vez sobre sus pechos.
Emily emitió un largo «ohhh» y arqueó la espalda.
– Me parece que tienes demasiados deberes como marido, pero aún no he oído ninguno de los que me corresponden a mí como esposa.
Logan deslizó las manos más abajo, por su vientre, y luego a la unión de sus muslos.
– Ahora mismo estás haciendo una labor muy importante.
– ¿Separar las piernas para que puedas acariciarme con más facilidad? -preguntó ella, haciendo justo eso.
– No, aunque, por supuesto, te lo agradezco mucho. -Le deslizó un dedo por la hendidura de su sexo antes de penetrarla con él. -Y ahora mismo me haces un hombre muy feliz.
– Y tú me estás volviendo loca.
Logan retiró el dedo y lo hizo rodar perezosamente sobre el clítoris.
– Es otro de mis deberes conyugales.
– Logan… -Con un gemido, Emily le sujetó la muñeca y se giró hasta quedarse de rodillas entre los muslos separados de su marido. -Cuando me siento así, quiero tenerte dentro de mí.
Bien sabía Dios que ahí era donde él quería estar. Apoyó las manos en el fondo de la bañera dispuesto a levantarse, pero ella lo detuvo alargando la mano y rodeando su erección con los dedos. Logan contuvo el aliento con un siseo y cerró los ojos.
– ¿Te hago feliz ahora? -preguntó ella, girando lentamente los dedos sobre el hinchado glande.
Sin poder detenerse, él arqueó las caderas buscando más.
– Sí, muy feliz -logró responder, gimiendo cuando ella le apretó el miembro suavemente. -Me vuelves loco. -Logan levantó las manos y le sostuvo los pechos. -Dios mío, Emily, no te imaginas lo que me haces sentir.
– Dicen que un hombre puede sentirse de esa manera con una facilidad pasmosa.
Emily lo apretó de nuevo y él se arqueó en respuesta. Abrió los ojos y observó a través de los pesados párpados entrecerrados cómo su esposa le acariciaba con los dedos y jugueteaba con él, haciendo que apretara los dientes ante aquel intenso placer. La dejó continuar hasta que ya no pudo soportarlo más.
Incorporándose, cogió las manos de Emily y la puso bruscamente en pie, alzándola entre sus brazos.
– Ya no aguanto más -dijo con voz ronca. Sin prestar atención al charco de agua que iban dejando a su paso, se acercó a la chaise donde la tumbó con suavidad antes de colocarse entre los muslos separados de la joven. Apoyándose en los codos, Logan bajó la mirada a la hermosa cara ruborizada de su esposa. Quería decir algo, asegurarle que no le haría daño, pero era incapaz de articular palabra. Frotó el sexo de Emily con el glande y entró lentamente en ella. Se detuvo cuando alcanzó la barrera del himen y luego, sin dejar de mirarla a los ojos, empujó bruscamente y se hundió por completo en la apretada calidez de su esposa. Emily abrió mucho los ojos y soltó un jadeo.
– Lo siento -dijo él, obligándose a permanecer quieto. -No quería hacerte daño.
Emily negó con la cabeza.
– No me lo has hecho. Sólo me ha sorprendido. -Le recorrió el pecho con las manos. -Me siento… deliciosamente llena. De ti. Me gusta muchísimo.
La capacidad de hablar de Logan iba desapareciendo con rapidez.
– Rodéame con las piernas.
Después de que ella lo hiciera, él se retiró casi por completo, luego volvió a deslizarse profundamente en su interior.
– Oh, Dios mío -susurró ella, cerrando los ojos. -Vuelve a hacerlo.
Él volvió a retirarse muy despacio y luego se hundió de nuevo, apretando los dientes ante la cálida y suave fricción. Siguió embistiéndola con mayor rapidez, con mayor intensidad, y con cada envite sentía que estaba más cerca del clímax. Emily se aferró a sus hombros y, con un jadeo, se arqueó bajo él. Su funda apretada comenzó a palpitar en torno a su miembro y, con un gemido angustiado, Logan volvió a penetrarla profundamente antes de alcanzar la liberación que parecía llevar toda la vida esperando.
Cuando los estremecimientos que le atormentaban se fueron apaciguando, apoyó la frente en la de ella y luchó por recuperar el aliento. Cuando por fin se le normalizó la respiración, levantó la cabeza, y se la encontró mirándole con los ojos entrecerrados y nublados, y los labios, hinchados por sus besos, curvados en una sonrisa.
A Logan le inundó una sensación diferente a cualquier otra cosa que hubiera experimentado antes. Se sentía más feliz de lo que había estado nunca. Saciado de una manera diferente. Satisfecho de una manera completa. Era una combinación de las tres cosas, y aun así le resultaba imposible describir la sensación de satisfacción y bienestar que lo inundaba. Era una sensación de profunda calma y… justicia. Como si hubiera llegado a casa tras una amarga y dura batalla. Bajando la mirada a la cara de Emily, supo que nunca había visto nada tan hermoso como ella. Como su esposa.
Sin querer aplastar a aquella bella mujer que acababa de proporcionarle más placer del que había experimentado nunca, se movió para deslizarse fuera de ella, pero Emily apretó sus brazos y sus piernas con más fuerza para retenerlo y negó con la cabeza.
– No te muevas -murmuró ella. -Me encanta tenerte encima. Dentro de mí.
Él le rozó los labios con los suyos.
– Me alegra oírlo, pues puedo decir con toda sinceridad que éste es mi lugar favorito. Ella suspiró.
– Ahora lo entiendo.
– ¿El qué?
– Todo el revuelo que existe con respecto a esto. A pesar de todo lo que he leído, ahora me doy cuenta de que no tenía ni la menor idea del intenso placer que proporciona hacer el amor. -Emily levantó una mano y le apartó el pelo de la frente. -La unión de tu cuerpo y el mío es algo impresionante. Pensé que sería mágico, pero ni siquiera en sueños había imaginado que podría ser así.
– Me alegro de que te haya gustado.
– Sí-dijo, pero en sus ojos apareció una mirada de incertidumbre. -¿Y a ti?
Él soltó una carcajada de incredulidad.
– Me asombra que tengas que preguntarlo, pero ya que lo has hecho, déjame asegurarte que me ha gustado muchísimo.
A pesar de las palabras de Logan, la incertidumbre en la mirada de Emily no desapareció.
– Estoy segura de que no soy la única mujer con la que has hecho el…
Logan interrumpió sus palabras con un suave beso antes de levantar la cabeza para mirarla directamente a los ojos. Y ahogarse en ellos.
– Emily. Nadie me ha complacido tanto como acabas de hacerlo tú. Nunca.
– ¿Cuántas mujeres has traído a esta habitación?
– Ninguna -respondió él sin titubear, ahuecándole suavemente la mejilla con la mano. -Sólo a ti.
La expresión de Emily se relajó.
– Me alegro. Pero, aun así, estoy celosa de todas las mujeres que te han tocado. De todas las que han compartido esto contigo.
– No tienes motivos para estar celosa. -Y no los tenía… porque lo que él acababa de compartir con ella hacía que todos los encuentros sexuales de su pasado palidecieran en comparación. Se dio cuenta de que era así porque eso era lo que habían sido, encuentros sexuales, mientras que con Emily había hecho el amor. Sintió como si le hubieran dado un golpe en la cabeza. Y en el corazón. Acababa de hacer el amor… por primera vez en su vida.
Y, de repente, pudo darle nombre a la extraña sensación que le inundaba. Era… Amor.
Amaba a Emily. Santo Dios, se había enamorado. De su esposa.
Esta vez ni su corazón ni su mente trataron siquiera de negar la evidencia. Las palabras «te amo» -palabras que nunca le había dicho a nadie -se agolparon en su garganta, exigiendo ser dichas, pero él apretó los labios con fuerza para contenerlas. Algo le dijo que ése no era el momento de decírselas. Era demasiado pronto. Sus emociones estaban a flor de piel. Emily podía pensar que se las decía bajo los efectos de la pasión.
¿Y qué le diría ella a cambio? ¿Se sentiría obligada a decirle que también lo amaba sin importar si era cierto o no? O peor aún, ¿y si no decía nada? Se le encogió el corazón ante tales posibilidades, y el instinto de conservación hizo que apretara todavía más los labios.
Maldición, ¿por qué tenía que ser tan complicado enamorarse? ¿Por qué lo dejaba tan desconcertado?
– Logan, ¿te encuentras bien?
Aquella pregunta lo arrancó bruscamente de sus pensamientos.
– Sí -contestó él, aunque no estaba seguro de que fuera verdad.
– Bien. Porque… bueno… esperaba que quizá pudiéramos, eh… -La voz de Emily se desvaneció y un profundo rubor le cubrió las mejillas.
– ¿Pudiéramos qué?
– Bueno… hacerlo otra vez. -Emily bajó la vista al punto donde sus cuerpos todavía estaban unidos, mirándolo luego con una expresión tímida. -Si no te supone demasiado esfuerzo, claro.
Logan soltó un suspiro.
– No, supongo que no me supondrá demasiado esfuerzo. -Le lanzó una mirada aguda. -Empiezo a darme cuenta de que vas a ser una esposa muy exigente.
Ella arqueó las cejas.
– Recuerda lo que hablamos sobre los gruñones.
– Oh, si no me quejo. De hecho, exigente, mojada y desnuda son las tres cualidades más importantes en una esposa.
Ella le lanzó una sonrisa descarada.
– Eres un hombre afortunado, porque yo tengo las tres.
Logan los hizo rodar hasta que ella acabó sentada a horcajadas sobre él.
– Sí, sin duda alguna soy un hombre muy afortunado -le respondió sonriendo ampliamente.
Y en cuanto pillaran al bastardo que estaba tratando de hacerles daño, todo sería perfecto.